viernes, 21 de diciembre de 2012

La Navidad y el Fin del Mundo

Cada año por estas fechas, en el Abismo suele lanzarse uno de esos panegíricos sinsentido que sirve para felicitar, de uno u otro modo, la Navidad a sus cada vez menos lectores. Este año, de forma paradójica, también han anunciado el Fin del Mundo según el calendario maya. No nos damos cuenta, pero es cierto. Desde hace tiempo estamos viviendo ese lento Apocalipsis que nos consume diariamente perplejos ante la insidia y el fraude de aquellos que nos miran descojonándose de todos nosotros, ajenos a esta infausta situación que vivimos en este país empobrecido y ridículo.
La mercadotecnia de las grandes superficies comerciales que han matado al pequeño negocio, la teatralidad lumínica, los adornos y guirnaldas, la Lotería del día 22, el portal de Belén (ojo, sin buey y mula, que lo dice el Papa), ese consumismo con el que las grandes superficies se frotaban las manos, comer y beber de todo sin control, machacando el hígado y subiendo el colesterol como si de un concurso se tratase, cenas de empresa en las que asistir a cómo la compañera más inesperada se pone “piripi”, cestas que van mermando y desapareciendo, aquélla paga extra… Todo eso, ahora ya no luce tanto. Fundamentalmente, porque no estamos para jolgorios ni gilipolleces. Nuestro regalo navideño de este año se ha ido fraguando lentamente, como ese pavo relleno que se hace en el horno, sólo que preñado de precariedad, desposesión y privatización, que es lo que estamos viviendo en este (ahora SÍ) país de pandereta. Un término identificativo ideal para estos días.
Por eso, la espiral de convite y brindis varios se limita, la celebración este año es una justificación disimulada de esa sonrisa a media comisura que esconde una gran preocupación por el devenir. A buen seguro que los que ostentan o han ostentado el poder y altos cargos, aquellos que viven en puestos intocables de privilegios y corruptelas, brindarán con champán exquisito, comerán marisco recién capturado, seguirán fomentando el despilfarro generalizado con una risa cínica mientras eluden hacer memoria sobre las continuas caídas y desplomes del consumo, las bajadas de producción, los descensos de las importaciones y exportaciones, la emigración y la falta de puestos de trabajo, los recortes…
Pero al fin y al cabo, es Navidad… Hay que disfrutar mientras se pueda y olvidar por unos días que estamos siendo desposeídos de nuestra voz y de nuestros derechos ¿Y todavía hay quien se pregunta cómo será el Fin del Mundo? Amigos, ya lo estamos viviendo. En primera persona. En directo y con un collar de espumillón y un matasuegras en la boca, levantando la copa, pidiendo deseos imposibles. Pese a todo, no hay que desnaturalizar este estético y hermoso periodo, ni arremeter contra una serie de ritos sacralizados que han perdido la batalla contra el gasto comercial sin control.
Vamos a intentar rebañar esa felicidad a modo de sobras. Lo poco que nos dejen. Y disfrutar un poco de esas cosas que ahora saben mejor en esta tradición universal y ancestral. Por lo menos, siempre habrá amigos con los que agarrarse un morón, la familia a la que soportar y querer a partes iguales y vivir unos días con especial énfasis en mirar el triste escenario con distancia. Siempre en su justa medida. No tendremos la suerte de que se acabe el mundo, como avanzaron unos cabalistas mexicanos hace siglos en ese cambio a la era de el B’aktun.
Ya tendremos todo 2013 para seguir haciéndonos mala sangre, presenciar ultrajes a nuestra debilitada situación por ese señor Potter que es el Estado, el mismo que nos oprime como a los habitantes de Bedford Falls. Como siempre escribo, la predisposición de los buenos sentimientos convertidos a la mínima de cambio en encendida mala hostia no puede quitárnosla nadie. Y al fin y al cabo, eso es la Navidad. Un pequeño fragmento tendente a la omisión y al perdón de nuestras vidas. Aunque sea una vez al año. Aprovechémosla.
Por eso, desde este blog que cumplirá nueve años en 2013 os deseo, esta vez de todo corazón y sinceramente, una FELIZ NAVIDAD.
Si es que todavía me lee alguien, claro.
Un abrazo a tod@s.

lunes, 17 de diciembre de 2012

'160 metros: Una historia del rock en Bizkaia', iniciativa 'crowdfunding' que merece la pena

Ahora el país se hunde económica y laboralmente, que el sector artístico y cultural se ha visto afectado por el apaleamiento al que está siendo sometido por aquellos que siguen robando desde las altas esferas y limitan y escupen a su vez sobre otros derechos más fundamentales como el trabajo, la vivienda, la sanidad y la justicia, es cuando se exige una actitud que sufrague estas medidas de empeoramiento vital a las que nos humillan como ciudadanos. Una de estas tentativas innovadoras que auxilian proyectos culturales de toda índole es el conocido como el ‘crowdfunding’. O lo que es lo mismo, una financiación colectiva que ayude a sacar adelante objetivos de todo tipo.
Una de estas iniciativas emprendedoras es el documental ‘160 metros: una historia del rock en Bizkaia’, un trabajo que espera poder materializarse gracias a esta iniciativa y que será dirigido por Álvaro Fierro (de las revistas ‘Mondo Sonoro’ y ‘Ruta 66’) y Joseba Gorordo (director de los documentales ‘La Otxoa, sin complejos’ y ‘Zu Zara Nagusia’) en asociación con la WebTV StereoZona. Para ello han acudido a esta forma de micro-mecenazgo o ‘crowdfunding’ en su propósito de narrar la transformación urbana que tuvo lugar en los años 90 en ambos márgenes de la ría de Bilbao desde el punto de vista del rock. El título hace referencia a la distancia que separa ambas márgenes, con el Puente Colgante como testigo (in)móvil y mudo, remarcando las diferencias sociológicas y económicas que se materializaron, en un contexto de desindustrialización y de construcción del Museo Guggenheim, en dos escenas de rock diferentes y hasta dos formas de ver la vida. La de la margen izquierda con un corte más punk y social (Eskorbuto, Parabellum, Zarama, etc.) y la de la derecha, con lo que se denominó Getxo Sound, con un carácter más hedonista y global (El Inquilino Comunista, Los Clavos, Lord Sickness, etc.).
El ‘crowdfunding’ lleva en marcha desde el 1 de diciembre de 2012 y tiene más de 70 partners que han aportado casi 2.000 euros del total que precisa para que la financiación de este viaje musical y cultural que se autodefine como una combinación de revival y actualidad se lleve a cabo. Toda persona, entidad o marca que cofinancie la idea recibirá una retribución o recompensa (aparecer en los créditos, copia en HD de la película, invitación al estreno, figurar como productor asociado, etc.). StereoZona.com es una plataforma WebTV musical, que lleva más de cinco años documentando en vídeo y texto la escena musical del País Vasco, dando oportunidades y visibilizando los grupos emergentes e iniciativas interesantes que por sus características no tienen cabida en medios generalistas.
Si quieres aportar algo, aunque sea lo mínimo, puedes hacerlo de forma sencilla aquí.
El docuweb, contará con contenidos ampliados: conciertos de la época, metraje inédito y entrevistas extendidas que tiene como objetivo se estreno a mediados de 2013 en Internet.

jueves, 13 de diciembre de 2012

‘8’, un cortometraje de Raúl Cerezo

Oscuros rituales familiares
En su segundo y anterior cortometraje, ‘Escarnio’, el cortometrajista Raúl Cerezo apostó por un texto ajeno, materializado en la adaptación del cuento ‘La gallina degollada’, de Horacio Quiroga. En aquél, el realizador incidía en una oscura fábula de marcada subversión, diabólica y cruel, que tenía como fondo del relato la violencia, la familia, el rechazo, la humillación y el desconsuelo. Su último cortometraje ‘8’, multipremiado y profusamente nominado (ha acumulado momentáneamente 155 selecciones) y fue preseleccionado en la lista para los aspirantes a los Oscars, que aunque no consiguiera pasar la criba, optará al Méliès d’Or al Mejor Cortometraje Fantástico Europeo al lograr el Méliès d’Argent en el Razor Reel Fantastic Festival de Brujas, incide, de un modo mucho más tangencial, en esos mismos elementos con un objetivo común: la venganza. Un desagravio que, aunque de forma ambivalente, pertenece al nutriente argumental de ambos relatos.
‘8’ es, como se autodetermina, un ‘musicortometraje’ (‘Escarnio’ ya era un ‘cuentometraje’), debido a la aventurada decisión de su autor de asumir un riesgo cinematográfico que huye de cualquier diálogo, sin recurrir a ninguna voz en off, apoyándose únicamente en la imagen, el elenco artístico y, sobre todo, en la música, haciendo de estos los dispositivos narrativos de los que Cerezo saber sacar partido con una gran resolución visual. En él descubrimos a un niño que cumple la edad que da título al corto, flanqueado por una cohorte de familiares que acude a la celebración envuelta en la excentricidad y el misterio de un ritual que esconde un secreto familiar que pretenden destruir. Es a su vez una visión de la pérdida de la inocencia de la infancia, cuya violencia adulta permanece asumida e integrada en un relato iniciático tan cruel como irrevocable.
Se forja así una lograda atmósfera de incomodidad espectral, con gran protagonismo de una persistente niebla erigida como una protagonista más de la acción, que incluso se inmiscuye en los interiores, doblegando las brumas morales que afectan a sus personajes y los convierten en pérfidos vengadores contra un elemento diluido que va corporeizando la maldad a lo largo del metraje, a través de la sutileza con la que Cerezo va mostrando la verdadera naturaleza de su historia. La trama encuentra a su vez una expresión fisonómica en la sucesión de miradas y lentas maniobras de un elenco que está a la altura del reto silencioso del trabajo, sumiendo el proceso bajo una teatralidad soterrada que solicita la complicidad con el público, que deja de ser un observador para convertirse en cómplice del tenebroso protocolo.
En ‘8’ se manifiesta una doble historia, la de un padre regresando al cumpleaños de su hijo pequeño y la del interior de una casa convertida en un oscuro escenario de nigromancia familiar que expone un ejercicio de estilo que le permite a su director experimentar diversas formas de acercarse al arte fílmico, despojando de eventualidad a la historia, haciendo de ella un oscuro cuento atemporal. Hay que señalar a su vez un montaje que se adecua a los movimientos narrativos y unos efectos especiales, que corren a cargo del mítico Colin Arthur, al servicio de la historia. Pero si hay dos disciplinas en la que ‘8’ mantiene un alto nivel y que lo alzan como una fascinante obra de cámara son la ornamentada y malévola música de Voro García, capaz de envolver la acción con sus resonantes notas, que auxilian todo ese entramado de ‘tempo’ imprevisible en el que se mueve constantemente el corto y la cuidadosa estética visual, a la que pone luz el director de fotografía Nacho Aguilar, con un impecable acabado visual que identifica el lucimiento estético de la obra, atendiendo a la reminiscencia cinéfila del espectador, pues contextualiza una nostalgia afín a películas clásicas de los años 80, pero sin incidir en exceso en homenajes o referencias (que las hay), teniendo presente esta condición en su vocación artística.
Estamos ante una pequeña obra visceral, un juego maléfico que termina con una incógnita mucho mayor que todo lo propuesto, llevándola a sus últimas consecuencias, atributo que apuntala la gratificante elección por el riesgo de encauzar el corto hacia un cariz oscuro, desplegado en los confines del terror para hacer finalmente del compromiso con el género la gran virtud de ‘8’. Un trabajo de composición minuciosa y exhaustiva que encuentra el mejor ejemplo de esta cualidad en un cuidado ‘making of’ que dura nada menos que sesenta minutos, en los que el equipo relata todas las vicisitudes del rodaje en todas sus fases y que define muy bien la atracción de su director por el detalle casi obsesivo por certificar sus propósitos.
Basta echarle un vistazo al DVD para comprobarlo; además de anteriores trabajos como director de Cerezo y profuso material relacionado con ‘8’, encontramos un hueco para descubrir la gran labor pretérita y presente que este realizador está haciendo por el mundo del cortometraje, dirigiendo festivales y muestras avocadas a engrandecer los mejores proyectos nacionales e internacionales cortometrajísticos, siempre en lucha por dar cabida a un género que necesita de la ardua labor de gente como Cerezo para poder subsistir.

martes, 4 de diciembre de 2012

Review 'Holy Motoros (Holy Motors)', de Leos Carax

La metamorfosis de lo real y de lo ficticio
Con esta obra radicalmente distinta, críptica e hipnótica, Carax busca provocar reacciones, impulsar su discurso metalingüístico más allá de los ojos del que mira, llevándolo al límite.
Hacía trece años que Leos Carax no estrenaba un largometraje. Desde que en 1999 lo hiciera con ‘Pola X’, tan sólo había filmado uno de los episodios del filme colectivo ‘Tokyo’ con una pieza que ya avanzaba los objetivos de este nuevo filme y ‘42 One Dream Rush’, cuarenta y dos cortos de cuarenta y dos segundos dirigidos por algunos de los nombres más trascendentes del mundo del cine. Como viene siendo habitual en él, la normalidad parece ser un obstáculo en su condición de entender el arte. Para Carax la noción obsoleta de una realidad objetiva es sustituida y reinterpretada por la magia del cine y la contravención de los formalismos. Y en esta línea sigue esta locura fantástica llamada ‘Holy Motors’.
Una platea repleta de espectadores duerme ante el sonido de unos pasos de alguien que abre una puerta, se lamenta y seguidamente escuchamos un disparo que encadena con la resonancia de un barco, las gaviotas, las olas, el mar… El propio ‘enfant terrible’ del cine francés despierta de un sueño para abrir con una especie de llave adaptada a su dedo una puerta fantástica sobre una pared con un bosque dibujado sobre el papel. Una vez dentro, un corredor le lleva directamente a ese enorme cine lleno de gente aletargada ante la pantalla. Por uno de sus pasillos corretea un bebé desnudo, al que sigue un enorme perro que transita lentamente por la alfombra del patio de butacas mientras Carax echa un vistazo a la proyección. Es el umbral de todo lo enigmático y surrealista que está por venir y que aludirá a territorios comunes de Cocteau, Franju, Demy, Buñuel, Godard o Lynch.
‘Holy Motors’ muestra un juego de máscaras como símbolo posmoderno, exponiendo bajo su feísmo y transgresión un discurso de necesidad de cambio, como una metáfora de la crisis social que estamos viviendo, también en el arte, de su sordidez y miseria estructural, de la escasez y la necesidad que pide a gritos una metamorfosis radical, como las vidas que interpreta ese actor que recorre la ciudad en una limousine-camerino, ‘monsieur’ Oscar. Un hombre que se enmascara una y otra vez en el transcurso de un día, ejerciendo su laborioso trabajo de transformación en diversos personajes, concediéndoles una identidad mediante otra representación del otro “yo” de una persona que es un personaje, de la apariencia frente a lo real. Nos sumergimos, a través de un vehículo que es también el propio Oscar, en la piel una anciana vagabunda, un freak desagradable que sale de las cloacas para comer flores de un cementerio donde secuestra a una modelo para componer una obra pictórica ataviándola con un burka en cuyo regazo reposar con una erección. Pasando por un asesino a sueldo que se mata a sí mismo, un octogenario moribundo que comparte el último instante de vida con su sobrina, un padre de familia resentido por lo “impopular” de su hija o la gran escena del filme, aquélla en la que encuentra a un antiguo amor con el que conversa sobre el pasado y el presente en los antiguos almacenes Samaritaine, lugar desde el que se reconoce el Pont-Neuf.
Resulta complejo definir este trayecto sin principio ni final, transmutado en experiencia a través del espacio cinematográfico, geográfico y psíquico de un cineasta que parece no temer la exposición de su obra y lanzarla a los riesgos estéticos y argumentales definitorios de un cineasta kamikaze. Su poder de abstracción e intertextualidad parecen ser el modelo preexistente en las narraciones en las que cada espectador pueda interpretar sus piezas.
El cine es concebido como una mitología pagana que acerca al actor y al espectador a la vida real desde una ficción mostrada como paisaje onírico. Carax busca provocar reacciones, impulsar su discurso metalingüístico más allá de los ojos del que mira, llevándolo al límite, sin que importe lo bizarro que pueda llegar a ser el hecho de sustraerse a la teatralidad de los conceptos enrevesados que convergen en esta oda sobre la identidad, la vida, la muerte o la mutación tecnológica del arte hacia algo imperceptible.
Tanto la realidad como la voluntad se retuercen entre lo multiforme o cambiante y una concepción del lenguaje que no se supedita a los conceptos que hacen de él un instrumento fascinante para reflejar la narración convencional. ‘Holy Motors’ es experimentación y liberación de una reencarnación que es síntoma de simbologías apocalípticas y trágicas, donde la vida es espectáculo y todo el mundo es un escenario. Aquí el cine es un lugar donde lo real se mezcla y confunde con la ficción. La concepción clásica del cine se ha esfumado dejando paso a una serie de ‘performances’ de actores frustrados que interpretan papeles porque el medio no es como antes y las cámaras han desaparecido.
Una cinta que propone el incómodo autorretrato de Carax, que encuentra en un poderoso actor camaleónico e inconmensurable como Denis Lavant su necesario Lon Chaney comprometido con la permuta física en esta búsqueda de la esencia fílmica dentro de las formas cambiantes que subyacen en el relato. Estamos ante una obra radicalmente distinta, críptica e hipnótica, que se establece como narración vivida y filmada al límite. Una hermética carta de amor al lenguaje cinematográfico y a sus géneros filmada con maestría en un París tan fantasmagórico como mágico.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2012

lunes, 26 de noviembre de 2012

Nos dejan Tony Leblanc y José Luis Borau

1922-2012
Ha sido un fin de semana de despedidas dentro del cine español. Uno de esos trances aciagos que cumplen esa pérfida ley no escrita que dicta que tras la muerte de un querido miembro de la familia de la farándula vienen otros fallecimientos que se suceden en una negra estela de desapariciones. La muerte de Ignacio Fernández Sanchez, más conocido por el mundo del cine como Tony Leblanc se produjo unas horas después de que José Luis Borau, otro de los directores más admirados del séptimo arte patrio, nos abandonara para siempre.
Siempre se cuenta que Leblanc trabajó desde muy pequeño como ascensorista en el Museo del Prado, donde su padre ejercía de conserje o que fue un gran bailador de claqué, destacando en su biografía su versatilidad como actor a la vez que se llegó a proclamar campeón de los pesos ligeros amateurs en Castilla como boxeador. Auspiciado por compañías actorales de la época como la Celia Gámez y la de Nati Mistral, Leblanc ha sido historia viva dentro de la interpretación, dando vida a galanes o a estafadores de poca monta, a vividores simpáticos y a remotos personajes televisivos como Cristobalito Gazmoño. Su vis cómica se anticipaba a su talento todoterreno que cedió protagonismo al humorista antes que al actor dramático. ‘El Tigre de Chamberí’, ‘Sabían demasiado’, ‘Muchachas de azul’, ‘Historias de la televisión’, ‘091 Policía al habla’, ‘Las chicas de la Cruz Roja’, ‘El astronauta’ y, sobre todo, ‘Los Tramposos’, dirigida por Pedro Lazaga y protagonizado por Leblanc, Antonio Ozores, Manolo Gómez Bur, José Luis López Vázquez y la que fuera pareja artística en la pantalla, la actriz Concha Velasco, son sólo algunos ejemplos de esa versatilidad. En el 75 se retiraría y años después sufriría un accidente de tráfico que estuvo a punto de matarle. No obstante, Santiago Segura le devolvería a la gran pantalla con la saga de ‘Torrente’, resurrección artística y soplo de vida que reavivó su estrella. Aquel hombre que aceptó el reto de aparecer haciendo algo inaudito y “nunca visto antes en televisión” que salió al Florida Park, peló una manzana, se la comió y desapareció delante de un atónito José María Íñigo. Escritor y cómico, el gran hombre nos ha dejado con la suerte de tener su legado artístico con el que poder seguir disfrutando de su excelencia.
1929-2012
Por su parte, Borau debutó con ‘Brandy’, un western de 1963 con guión de José Mallorquí, autor de ‘Coyote’ y uno de los referentes de la literatura popular española de los años 60, a la que seguiría ‘Crimen de doble filo’ un ‘thriller’ policíaco sobre un pianista que presencia un asesinato y comienza a ser acosado telefónicamente. Dos muestras de la inquietud contracorriente de un director avocado a convertirse en un ‘outsider’ de la época, sumando a su vez su función de productor independiente. Borau fue un cineasta complejo, capaz de experimentar y trabajar en el oficio desde los márgenes, inflexible cuando se trataba de caer en la complacencia. De ahí que la pericia como realizador se muestre con contundencia en ‘Hay que matar a B’, otra película que hoy en día nada tiene que envidiar a los clásicos americanos de serie B del género. La caza furtiva como forma de abigeato, como metáfora de clandestinidad y represión, hicieron de ‘Furtivos’ uno de los paradigmas de la crítica al franquismo y su más redonda obra maestra. Un título que simboliza la grandeza del cine español y el punto álgido de su carrera. Pese a los constantes vaivenes de crisis de nuestro cine, Borau se aferró a la idea del riesgo, como creencia que nunca abandonó en su filmografía, con coproduciones internacionales como ‘La Sabina’, ‘Río abajo’, rodada en Estados Unidos y que fue un fracaso y ‘Tata mía’, que tampoco logró satisfacer las exigencias de crítica y público. El cineasta aragonés, volvería años más tarde a demostrar la magnificencia de un autor único e intransferible con prodigios como ‘Niño nadie’ y ‘Leo’, singulares y desconcertantes cintas que reflejaron que la veteranía nunca fue un obstáculo para perpetuar ese combinación de destreza artística de libertad con la huella personal, de espíritu iconoclasta y verdadero. Así era Borau.
Nos vamos quedando sin figuras míticas, sin la esencia y raigambre de aquellos nombres que hicieron del cine español una cuna de obras imperecederas y que dejan el recuerdo de su grandeza en forma de película a las que acudir para lamentarse de que un día el cine estaba bien considerado en nuestro país. Ellos deben ser nuestros modelos para evitar que, ante el empeño de algunos que así lo desean, el cine español siga adelante.
D.E.P ambos.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Review '007: Operación Skyfall (Skyfall)', de Sam Mendes

La reconstrucción y perpetuación del mito
Sam Mendes profundiza con elegancia y pulso en los miedos y defectos de un James Bond vulnerable y envejecido a través de una historia fundamentada en el juego de contrastes entre el pasado y presente.
‘Casino Royale’ supuso una ruptura con el mito de James Bond, una desmitificación y renovación que, más allá de cualquier simbología con el ‘reboot’, cuestionó con acierto la representación de ese héroe exquisito, encantador e irremediablemente atractivo. El Bond al que da vida con una convicción fuera de toda duda Daniel Craig ha pasado a ser un hombre acerbo y obstinado, tan visceral como descreído y despiadado con las misiones que acomete.
La resurrección continuista había dado con la clave para vivificar una serie que parecía haber entrado en un bucle de cuestionamientos y circunlocuciones con un fondo realista del icono creado por Ian Fleming, sin renunciar a una delineada fisicidad hemostática y dinamismo dosificado del personaje. Si bien ‘Quatum of solace’ desperdició la tentativa con su falso artificio sometido a la acción hiperbolizada de incertidumbre argumental y carencias de profundización que se le exigía a esa rehabilitación, parece que ‘Skyfall’ quiere retomar el rumbo de esta nueva línea de un sugestivo 007 coincidiendo con su 50 aniversario y que supone la vigésimo tercera cinta de la saga.
‘Skyfall’ arranca con un listón de acción que evidencia la esencia de lo que será esta parte de la saga, donde el espectador asiste a una frenética persecución por los tejados y las calles de Estambul, una montaña rusa de acrobacias acometida con ejercitada coreografía visual. Desde su comienzo, asistimos a la hipotética muerte del agente cuando M insiste en arriesgarse a sacrificar a su mejor hombre por un bien mayor: una lista de agentes infiltrados en las mayores agrupaciones terroristas internacionales, algo que recuerda con bastantes analogías a la lista NOC (Non-official cover) del primer ‘Mission: Impossible’ de De Palma y motor fundamental del filme.
Los créditos diseñados por Daniel Kleinman envuelven e insinúan la materia de la que va a nutrirse la cinta de Sam Mendes, un caleidoscopio de las lápidas, imágenes de muerte y sangre girando en espirales o contornos femeninos sugerentes al son de una canción de Adele queriendo convertirse en la nueva Shirley Bassey ponen al espectador entre el paradisiaco entorno en el que Bond sucumbe a una vida de vicios una vez desaparecidos y la grave situación de crisis que sufre el MI6, cuyo emblemático edificio es foco de un atentado que arrastra a M a la inquisición de un órgano en el que deberá defender su alterado estatus y las decisiones de sus operaciones dentro del centro inteligencia.
El regreso de Bond se convierte en algo personal, en un deber movido por la lealtad y la supervivencia. Desde el comienzo, Bond asume que no es más que un instrumento para combatir el mal, supeditado a un superior al que, en el fondo, le debe todo. Se muestra así el componente esencial de un individuo que, pese a su heroicidad y carisma, despliega un fondo de compasión. ‘Skyfall’ gira en torno a un Bond falible y vulnerable, cuestionándose su inapelable heroísmo, cansado y desencantado con su trabajo y con la sensación de ser un agente arcaico, casi anacrónico, para los nuevos tiempos, como sucedía en las últimas novelas de Fleming, abriendo un nuevo frente para enfrentarse a su culpa y ambivalencia. Es ésa profundización en los miedos y defectos de Bond, la debilidad que va mostrando en sus misiones, lo que más destaca en el guión de Neal Purvis, Robert Wade y John Logan, entroncando el modelo esperado con una oportunidad de explorar el personaje más allá del formulismo, pero sin perder el ritmo, la acción y evitando que el público se anticipe a cada movimiento argumental. Una sutil complejidad emocional capaz de dejar a Bond a un lado para dar preeminencia a la figura de M (de nuevo corporeizada por la estupendísima Judi Dench), que no asume su responsabilidad en los fracasos del MI6 evidencia un cambio considerable.
Dentro del discurso, si algo se subraya desde el primer momento y que será el eje sobre el que orbita constantemente el filme, es su juego de contrastes entre el pasado y presente. M afirma en la película que sus métodos funcionan porque los enemigos del mundo se han movido entre las sombras, es la representación de la vieja escuela geopolítica en contraposición de Mallory (Ralph Fiennes), que ejerce de impoluto presidente de la comisión del servicio de inteligencia dentro del Parlamento y relevo a esa vetusta defensa ideológica de organizaciones como el MI6 o la CIA. También en la improbable secuencia de la National Gallery que presenta a un remodelado Q (Ben Whishaw), más joven y ‘geek’, ajustado a los tiempos que corren, Bond acierta a rebatir a su joven compañero exhortándole que a pesar de que la edad no sea una garantía, la juventud tampoco lo es en cuanto a innovación. Parece que el discurso, en ese sentido, responde a los propósitos de balance entre lo viejo y lo nuevo, por mucho que se enfatice con algunas pinceladas la situación de crisis mundial, la hipocresía política y la incertidumbre quebrantada por los nuevos tiempos que se avecinan.
Por otra parte, el villano, Raoul Silva, es un ‘hacker’ sexualmente ambiguo capaz de poner en jaque a cualquier institución o poder gubernamental que se le antoje con un solo ‘clic’. De ahí que se le haya comparado con Julian Assange, debido a que ambos suponen una amenaza contra la seguridad de los servicios de inteligencia al publicar información confidencial del gobierno a través de Internet. Es el enfrentamiento por parte de Bond a un nuevo modelo de villano actualizado. Él, sin embargo, parece moverse como un agente de campo chapado a la antigua que ironiza en una secuencia de amenaza y seducción por parte de un Javier Bardem que borda un personaje entre lo inquietante y patético, lo perverso y caricaturesco, asustando con una caracterización lograda con la habitual destreza de un intérprete de altos vuelos.
Mendes, por su parte impone en todo momento el clasicismo y elegancia innegable que se le esperaba, exhibiendo un respeto por el legado en su afán por recuperar, dentro de la novedad, guiños a la raigambre más conocida del personaje. No faltan por tanto, una amante exótica hermosa llamada Sévérine (Bérénice Marlohe), que es víctima parte y femme fatale, un plano con martini y vodka “agitado, no revuelto” e incluso la aparición del Aston Martin DB5. Además del clásico de Monty Norman sonando más que en otras entregas recientes.
La excusa ideal para que 007 regrese a sus orígenes, brindando una visión revisionista, pero innovadora. Con ello, Bond viaja al pasado, al lugar de su infancia, de sus recuerdos ocultos, a los orígenes más remotos, insuflando una nueva perspectiva a lo que ha venido siendo la clave de la pugna entre héroe y villano, en una doble disposición de la influencia fuertemente maternal que ejerce M sobre su agente predilecto y a su vez sobre el malvado ‘hacker’, que no es más que un ex agente del MI6 en busca de venganza. Sin embargo, lo que debería ser una épica confrontación entre Caín y Abel, la resolución del complejo edípico entre ambos, la estratosférica pugna entre este par de cachorros hermanados por un mismo objetivo que se muerden en el camino, necesitados de una madre que pueda perdonar sus errores y salvaguardar su redención, desluce lo erigido con una absurda linealidad que cae en la más tremenda decepción.
Incluso el maestro Roger Deakins, brillante en la creación de una estética cambiante a juego con los movimientos de Bond, decae en una operística cromática de colores mostaza producto de una explosión incandescente e interminable que irradia su belleza fotográfica a varios kilómetros de distancia y que ejemplifican un tramo final que termina por difundir la contundencia exhibida en la relativización de sus conclusiones con gran torpeza, echando por tierra todo lo acometido hasta el momento, incluyendo ese imposible giro que transforma de un plumazo a una agente secreto de campo (Naomie Harris) en una secretaria archiconocida de la saga.
Pese a todo, los logros de ‘Skyfall’ definen una cinta que evidencia que estamos ante otro soplo de aire fresco que entronca el mito de Bond dentro de su elocuencia e ingenio, del vibrante y trepidante manejo de la acción, que pone a prueba de bombas a un personaje ahora reconstruido y persuasivamente reinstalado en otros conceptos modernizados de espía al servicio de Su Majestad. Con ello, James Bond tiene vía libre para continuar siendo tan lucrativo y rentable como siempre. La resurrección del mito es un hecho fehaciente. Y que dure por muchos años.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2012

lunes, 19 de noviembre de 2012

'Kane', una genial obra incandescente de Paul Grist

A pesar de pertenecer a los años 90, ‘Kane’, una de las obras más reconocidas de su autor, el británico Paul Grist, continúa considerándose como uno de esos referentes a redescubrir en el ámbito del cómic que logró aunar reconocimiento de crítica y público y arrasar en nominaciones y premios dentro de los mejores certámenes del ámbito del cómic (Eisner, Eagle, Professional Comic Awards…). Parece que el tiempo no pasa para un creador que imprimió en esta obra su impronta alejada de todo tipo de convencionalismos, ilustrando y guionizando con personalidad absoluta un complejo juego con la morfología de la narración. ‘Kane’ es una modélica obra donde su grandeza de detallismo se esconde en la sencillez de un trazo que cautiva al lector desde el primer momento, estudiado desde un fin artístico y exteriorizado en la distribución de las viñetas y los contundentes dibujos.
Ubicada en el género policiaco, desde una disposición orientada a sacar partido a las posibilidades del medio tebeístico, Grist construyó una narrativa a través del arte y diseños innovadores que logró impulsar a través de las emociones y las tramas de sus dibujos, con un blanco y negro sin matices, forjando sus virtudes mediante el uso de la página y el espacio en blanco. Su historia se sitúa en el departamento de policía 39 de Nuevo Edén, una ciudad que fuera un paraíso que evocara su nombre, pero que, como todo en este mundo, ha acabado pervirtiéndose y embruteciéndose. El detective Kane regresa al servicio cuestionado por sus compañeros tras una suspensión de medio año después de matar en defensa propia a su ex compañero, Dennis Harvey, al que iba a arrestar por un tema de corrupción. Por si fuera poco, le acaban de asignar a una nueva compañera de fatigas, Kate Felix, junto a la que intentará dar caza al gran capo mafioso de la ciudad, el oscuro Oscar Darke.
Lo que caracteriza a ese Nuevo Edén es que se configura como una orbe delineada dentro de una moral desordenada y confusa, ideal como sustancia de dramas internos y humanizadores, donde Felix, pese a su creencia en la justicia y el honor, nunca ejerce como la voz de la razón ante Kane o el villano puede resultar muy cruel a la vez que humano y piadoso. El cómic amplia su profundidad con ‘flashbacks’ ciertamente solemnes, añadiendo una modélica diversidad de puntos de vista integrados como parte de la narrativa más allá de la intención del autor, sin recurrir a un solo diálogo en algunos de sus capítulos, asumiendo alteraciones argumentales deliberadas para alcanzar el realismo necesario tanto en la rutina policial como en las espectaculares persecuciones. A Grist le encanta salpicar sus viñetas con frases de ambigüedad y dobles sentidos para que el lector intuya que la criminalidad y la defensa de la ley encubren dudosas motivaciones. ‘Kane’ no necesita circunloquios ni explicaciones visuales para dar entender qué está pasando, tampoco inferir con recalcados en ese fondo metafórico alusivo a la Biblia o a la hora de referenciar y aportar ofrendas o parodias a estereotipos del género.
No es necesario que surjan nombres como David Lapham o Frank Miller a la hora buscar comparativas en sus reminiscencias del ‘noir’, enfundadas en la ironía que no deja vislumbrar esa pesadumbre que mantienen todos los personajes de la historia, permitiéndose incluso acercarse a la parodia. Por tanto, ‘Kane’ es una impredecible y enérgica obra, capaz de articular un lenguaje idiosincrático que expone del mismo modo las hazañas de este peculiar agente de la ley a la vez que las de un improbable Sr. Flopssie Whopssie, un ladrón disfrazado de conejo que no soporta que le comparen con Bugs Bunny. Se trata de un cómic policial extraordinario, una cumbre en su género que rezuma libertad por todos sus flancos con su sorprendente y fascinante habilidad dentro de un medio entregado a la mecánica visual con grandes planos generales únicos y habilidosas fragmentaciones llenas de matices.
Una genialidad que no hay que perderse.

viernes, 9 de noviembre de 2012

'It's alright', de Call Me John: el videoclip

Continuando el post anterior, en la noche de ayer tuvo lugar la presentación del videoclip ‘It’s alright’, de Call Me John. El mítico Bar Ciao se llenó de amigos y gente con ganas de divertirse con este estreno que fue acompañado con un estupendo concierto acústico que se marcó un grupo destinado a hacer grandes cosas en el mundo de la música. Tocaron temas inéditos, bebimos cerveza, reímos, desfasamos, vimos el vídeo varias veces y la fraternidad se consolidó en una perfecta consumación de esos factores que convierten la diversión nocturna en algo mítico. Incluso me permití el dudoso lujo de acompañarles al micrófono cuando cantaron la canción del videoclip tras una encerrona que me fue devuelta de esta forma tan maravillosa.
Fue una noche para el recuerdo, aunque parte de ella, se diluyera con los efluvios de la felicidad y la cerveza. La diversión, ese término clave que circunscribe el espíritu libre del videoclip, fue la protagonista de esta velada memorable en la que el genial Ángel Zamanillo “Zama” hizo que esta presentación fuera posible con su generosidad eterna. Tanto los miembros del grupo, Luis, Luzia, Mario, Manu y Jose como yo mismo agradecemos a toda esa gente que se acercó a compartir este acontecimiento con nosotros, así como a los que han participado en el proceso creativo del videoclip y también los que habéis dado muestras de apoyo a través de las redes sociales.
Sin más… aquí os dejo el resultado de todo esto. Disfrutadlo y compartirlo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Mi primer videoclip: 'It's alright', de Call Me John

Desde siempre he querido dirigir un videoclip. Para alguien que adora el medio audiovisual y se mete en este tipo de aventura de riesgo que es dirigir es una deuda que hay que saldar antes o después. Sobre todo si la música también forma parte de la filia constante y nutre tanto la creatividad como el desafío formativo. Me había encontrado con bandas de diversos estilos y géneros que me habían preguntado de vez en cuando si me apetecía que dirigiera algún videoclip para ellos. No se encontró ni el momento ni la conciliación para llevarlo a cabo. En ocasiones, porque no me identificaba con la esencia del grupo en concreto o no reunían la calidad suficiente para embarcarme en el proyecto y en otras, simplemente, por imposibilidad de fechas o diversas circunstancias.
A los chicos de Call Me John los conocía hace tiempo, de compartir cervezas, partidas de futbolín y charlas de todo tipo de las noches comunes en ese templo de la diversión y la dipsomanía lúdica salmantina que representa el bienquerido Bar Paniagua, local al que llevo yendo desde hace más de dos décadas. El conocimiento de su grupo llegó de forma posterior. Viven en Salamanca porque han estudiado en la universidad; tres de ellos medicina, otro farmacia y el último ciencias económicas. Luis, Luzia, Mario y Jose son portugueses. Manu, de Logroño. Se conocieron a través de la música y decidieron formar uno de los conjuntos más prometedores del panorama musical nacional. Es así de simple. Son todos muy majos y entrañables. Se hacen querer casi de inmediato. La empatía estaba establecida.
Sin embargo, cuando escuché su primer (y hasta el momento único) disco ‘Little Show’, quedé enganchado al estilo diverso de la banda. No es extraño que fuera designado como mejor LP de 2011 en Castilla-León por la conocida revista MondoSonoro. Un grupo circunscrito al rock alternativo, que podría incluirse al mal delimitado estilo llamado garaje rock y que suena creando adicción. Su música se mueve entre sonidos ‘lo-fi’ muy frescos y desbordantes de energía con una fusión y mezcla de cadencias, cambios de tiempos, tonalidades y acordes, como muestra de una música fresca y directa, con letras llenas de contenido vital. Pero si por algo se caracterizan es por ofrecer unos increíbles y potentes shows en directo, donde despliegan la esencia de un grupo con un futuro más que prometedor.
Cuando me dijeron que si quería hacer un video con ellos, no lo dudé ni un instante. Acepté de inmediato, sabiendo que podíamos crear algo muy divertido y atrevido. Al menos, tanto como sus canciones. Tras varios encuentros que acabaron en profusión de cerveza, conocimiento mutuo y que aprovechamos para forjar una sólida amistad, fuimos delimitando, primero la canción que rodaríamos y segundo un ‘brain storming’ de concepciones locas y enfurecidas sobre lo que describir y narrar en la minúscula historia de fondo de ese ‘It’s alright’ seleccionado, una canción que apenas llega a los dos minutos de duración. El espacio de rodaje sería un regalo caído del cielo y cúmulo de providencias, ya que, precisamente, el escenario sería el bar Paniagua, junto a amigos y clientes habituales que aceptaron sucumbir a la dirección de este enloquecido servidor. “¿Y de qué irá el video?”, me preguntaron en varias ocasiones. “Muy fácil”, contesté, “una sola palabra: DIVERSIÓN”.
El rodaje de la pieza musical tuvo lugar el pasado mes de julio, logrando congregar a multitud de personas que participaron en el clip. Y eso hicimos. Divertirnos. A la vez que íbamos metiéndonos dentro de la tónica propia de la fiesta nocturna local, conferimos al espíritu de la grabación todo aquello que se hace cuando uno disfruta y se lo pasa como nunca. Puedo asegurar que jamás había disfrutado, me había reído y había bebido tanta cerveza trabajando en un proyecto audiovisual. El enfoque lúdico tan arraigado a las noches salvajes de esta ciudad tienen su punto de encuentro en un ambiente de fiesta que se transmite desde dentro y desde fuera de un videoclip que contó con un equipo técnico en el que destaca mi amigo del alma y hermano, el gran cineasta Iván Sáinz-Pardo, que vino desde Munich a no perderse el evento y currar hombro con hombro y echar una mano y el fotógrafo charro Hernán Martín (presidente de AFOSAL y responsable de la foto fija y making of de ‘3665’), que tampoco quiso perderse la oportunidad de participar en él.
La espera ha acabado. Hoy se presenta ‘It’s alright’. Y lo hace en otro clásico de la noche salmantina, el Bar Ciao (Calle Consuelo, 6), arropados por el gran Zama, a partir de las 21:30, donde además de tener lugar la presentación de este trabajo, Call Me John brindará un espectacular concierto acústico a los asistentes de la presentación de este su nuevo videoclip. La entrada será libre hasta completar aforo.
Estamos seguros de que lo vamos a petar… ¿A qué esperáis? ¿Os lo vais a perder?

miércoles, 31 de octubre de 2012

Especial 'La noche de Halloween', de John Carpenter

La noche del psicópata de Haddonfield
Ya en los años 70, cuando el ‘glam’ se apoderó de los Estados Unidos y el cine porno hacía sus primeros pinitos comerciales (hermanado de alguna forma al cine de serie B en varios de sus aspectos más fundamentales), una nueva y potente hornada de directores y productores se hicieron con un hueco en un mercado internacional que les otorgaría un aura de inteligencia y rentabilidad gracias a la explotación de terrenos que hasta entonces el cine había considerado tabúes. Esta generación de cineastas creció entre cómics, el descubrimiento de la televisión y las eternas películas de bajo presupuesto (primordialmente de ciencia-ficción y de terror), tan comunes y beneficiosas en los años de posguerra. Películas que se convertirían en el génesis de la creatividad de directores como Steven Spielberg, Joe Dante, George Lucas, Tobe Hooper, Brian De Palma, John Landis, Larry Cohen... Cintas de presupuesto y medios exiguos, pero inmensas en imaginación y en intenciones de transgredir lo impuesto, para ofrecer nuevas y arriesgadas ópticas en los diversos géneros que se acometían.
Toda aquella influencia amalgamada con nuevas técnicas e inquietudes abrieron la imaginación hasta extremos anteriormente desconocidos que, sorprendentemente, eran igual de atractivos tanto para los adultos nostálgicos que vivieron aquella etapa imperecedera, como para los adolescentes más avispados con ganas de ver películas disolutas. Muchos de ellos lograron la gloria comercial. Algunos tuvieron su momento efímero, pero imborrable... Otros, empero, se han mantenido constantes en la serie B, intentando dar el salto de vez en cuando a las grandes producciones, dependiendo de la desconfianza o confianza de los peces gordos de Hollywood. Sin embargo, sólo uno de ellos se logró mantenerse en un término medio, apostando por un cine personal, consolidándose poco a poco como un mito, fraguando una filmografía tan sincera y honesta como reivindicativa. Su nombre, cómo no: John Carpenter.
La génesis del ‘psycho-killer’
Todos conocemos a estas alturas al célebre Ed Gein, el asesino en serie que sirvió, entre muchos otros, como fuente de inspiración a Robert Bloch en ‘Psicosis’ o de exacto patrón del Buffalo Bill de ‘El silencio de los corderos’ y que acuñó el término hoy conocido como ‘psycho-killer’. Sigue siendo extraño que un asesino patógeno y espeluznante haya supuesto para la cultura norteamericana un icono de modernismo referencial a la hora de inspirar los asesinos de la literatura de suspense o del cine. El germen de ‘La noche de Halloween’ no se encuentra tanto en la evocación que encuentra el asesino Michael Myers hacia Gein, sino en la idea de hacer pasar miedo al público con el modelo que siguieron adorados cineastas de culto como Herschell G. Lewis, Tobe Hooper o Wes Craven en sus clásicos del cine ‘gore’.
Era el momento adecuado para realizar una cinta de terror, los jóvenes norteamericanos estaban en plena revolución cultural y sexual y la ‘slasher movie’ era el ingrediente que buscaban los productores y el público en una sala de cine. Fue entonces cuando el productor Irwin Yablans sugirió a Carpenter rodar una película de terror de serie B sobre un psicópata que asesinara ‘babysitters’. Carpenter, ávido de nuevas fórmulas en su afán de hacer cine y en su constante afición por el cine de terror, puso su maquinaria en marcha, esta vez en colaboración con la que se establecería como inseparable pareja artística, Debra Hill, con la que escribió un sorprendente proyecto en tan sólo diez días de trabajo conjunto.
‘La noche de Halloween’ tenía un argumento simple y básico, sin grandes complicaciones. Una historia que, a pesar de su pureza, resultaba aterradora. La misteriosa y popular noche de Halloween en el tranquilo barrio suburbial de Haddonfield, Illinois, donde la multitudinaria celebración norteamericana se teñía de sangre con la aparición de un desequilibrado llamado Michael Myers, un neurótico precoz que se escapa del psiquiátrico, continuando la masacre que comenzara él mismo día 15 años atrás cuando, en un arrebato de locura infantil, asesinara brutalmente a su hermana. Este argumento formulario ya había tenido sus antecesoras en inolvidables clásicos ‘Blood Feast’, ‘La matanza de Texas’ o ‘La última casa a la izquierda’, como enunciación de la abrupta irrupción del mal en la rutina cotidiana, sin embargo, la película de Carpenter era la primera que conseguía una estética que fusionaba el suspense más ‘hitchcockiano’ con la vena ‘gore’ que estaba de moda por aquellos años; inolvidable es la secuencia inicial, con la vista subjetiva de Myers mirando a través de una máscara de carnaval, los tres asesinatos posteriores o la del clímax final con acoso en el armario al personaje de una jovencísima Jamie Lee Curtis.
Una excepcional obra fundacional
El filme de Carpenter simboliza una película de carácter fundacional, que atribuía sus intenciones a un halo de posmodernidad no buscado, en el que su axioma sangriento se va licuando por su perfecto sistema de coordenadas y métodos del análisis intencional y fílmico que propone Carpenter, en el que la exploración del suspense y la insinuación se superpone a lo explícito. Tal vez ahí es donde la recreación narrativa del cineasta aporte su mejor y más reconocible estilo, armonizado en el tiempo de prórroga y expectación, donde los puntos de vista cambian según se adapten a la atmósfera y a la cadencia fílmica impuesta por su creador. Carpenter lo condiciona también a la escenificación, a la música o la gran aportación fotográfica de Dean Cundey. ‘La noche de Halloween’ sabe sacar partido a la incertidumbre provocada por la prolongación de algunos instantes en los que juega con los clímax hasta lograr la inquietud y el recelo, haciendo que lo evidente pase a una esfera de abandono, proponiendo que incluso el espectador se meta en la piel del asesino de forma velada y malintencionada para crear un sentimiento de agobio casi metalingüístico.
El filme encuentra asimismo varios puntos de crítica contra la sociedad del momento, con un sedimento acusador hacia varios elementos del país en aquellos tumultuosos años, como la desaprobación y censura general a tanta libertad sexual en la juventud sedienta de experiencias iniciáticas, la inacción del momento, simbolizada en esos vecinos que ignoran a Laurie, herida y atacada por Myers, cuando ésta acude a llamar muerta a su puerta que remite al caso real de Kitty Genovese, una mujer de Nueva York apuñalada hasta la muerte cerca de su casa en Kew Gardens ante la pasividad de sus vecinos, que contemplaron el espeluznante caso sin mover un solo dedo, lo que provocaría el llamado “efecto espectador”. También hay una invectiva velada a la tecnología en el hecho de que una de las víctimas de Myers muera estrangulada con un cable de teléfono… Carpenter y Hill tenían una idea clara: mostrar a ese asesino como una creación de la sociedad que se vuelve contra ella.
‘La noche de Halloween’ se rodó a mediados de 1978 de forma fulminante, acabándose en sólo mes y medio (incluida post-producción). Durante el rodaje ningún miembro del equipo técnico cobró, excepto Donald Pleasance, que ya que tenía un reconocido caché debido a sus apariciones en películas importantes, casi siempre en papeles secundarios. Había una eufórica sensación común que devino en actitud esperanzadora. Todos intuían que su Halloween fuera un éxito en taquilla. Nada más lejos de la realidad. Cuando se estrenó, fue un rotundo fracaso. Todos los miembros del equipo, con Carpenter a la cabeza, se llevaron la mayor decepción de su vida. Las esperanzas puestas en una película generada para las generaciones de adolescentes sedientos de sangre en la pantalla no se consolidaron en absoluto.
El cineasta y la productora dieron por perdido un proyecto en el que habían puesto lo mejor de sí mismos. Pero, incomprensiblemente, cuando se reestrenó al año posterior, coincidiendo con la noche del 31 de octubre, festividad de Halloween, el público acudió en masa a presenciar la obra que lanzaría internacionalmente a su director. Y no sólo eso, sino que, además, la película de Carpenter se convertiría en la cinta independiente más rentable y taquillera de la historia del cine, levantando una auténtica fiebre en todo el país.
Un icono llamado Michael Myers
También pasó a los fastos cinematográficos por ser la precursora de toda una generación de perdurables ‘psycho-killers’, cuyos creadores vieron en Myers un progenitor y modelo de psicópatas como Jason Voorhes, Freddy Krueger, Pinhead, Candyman o Ghost Face... Myers pasaría a ser de dominio colectivo, plagiado hasta la extenuación. ‘La noche de Halloween’ se mostraba al espectador como una estilizada muestra de sofisticación, de acabado perfecto y con un dominio de cada aspecto formal que concedía a esta sublime obra el privilegio de ser una de las pocas películas que lograban un objetivo hoy inalcanzable: el terror como sensación de la que no se puede escapar.
La construcción de la atmósfera, el ritmo narrativo con la dosificación perfecta de las apariciones (muchas de ellas subjetivas) del asesino del barrio, su inclinación hacia una violencia apenas sangrienta, pero filmada con contundencia o esa respiración ahogada y constante son algunos de los elementos que invocan a una película que, con los años, ha ido configurándose como un clásico a la vez que ha adquirido cierta inocencia debido al automatismo violento al que el público actual está acostumbrado. De alguna forma, Carpenter estableció con ‘La noche de Halloween’ los tópicos y clichés del cine subsecuente, estructurando las particularidades del cine de terror venidero, donde el susto, la conmoción marcada por un ‘score’ inmediato y pegadizo o la emoción contextual llena de texturas y miedo atávico formularon algunas de las virtudes de este clásico del género.
En ‘Halloween’ el mencionado Donald Pleasance que encarnaba al Dr. Loomis, un personaje adyacente al profesor Van Helsing de Bram Stoker y homenaje declarado al personaje de John Gavin en ‘Psicosis’ y la estupendísima Jamie Lee Curtis como la joven estudiante Laurie Strode son el eje fundamental en la lucha por la supervivencia contra el asesino sin escrúpulos. Con un ‘tempo’ unitario (todo transcurre en la citada noche), los violentos y estudiados planos y la calmada dimensión estética se rompían con la mala hostia de las secuencias cumbres en la que todo está tan afilado. Uno de los aspectos más sobresalientes del filme fue, como casi siempre, la música compuesta por el propio Carpenter, que le confirió a la totalidad del filme un característico ‘leitmotiv’ imposible de olvidar. ‘La noche de Halloween’ ganó el Gran Premio del festival fantástico de París, así como el del prestigioso festival de Avoriaz.
Una obra de culto y un clásico a la altura de cualquier obra maestra de cualquier otro género y que es una de las películas más recordadas y entrañables de este perspicaz cineasta. Carpenter se convirtió, por méritos propios, en cineasta de culto gracias a la película que marcó una era en el género de terror y en gran medida, la carrera del propio director. ‘La noche de Halloween’ no es una película ‘splatter’, como algunos han querido ver, pero sí origen de una retahíla de títulos genéricos que han pasado con letras de oro a la historia del cine ‘gore’, pero sobre todo a la genealogía de la ‘slasher movie’, donde sigue siendo una referencia inevitable.