martes, 4 de septiembre de 2012

El Athletic Club por encima de los problemas

Muy lejos parecen quedar en el recuerdo emotivos instantes como aquel en el que Javi Martínez, mirando desde el balcón del Ayuntamiento de Bilbao a más de un millón de personas que apoyaban a su equipo a pesar de perder la Copa del Rey en el año 2009, no pudo reprimir sus lágrimas y aseveró, micrófono en mano, que aquel sentimiento colectivo sólo se daba en un club como el Athletic y prometió que regresaría con el título. También parece haberse perdido en la memoria, pese a lo reciente, a Fernando Llorente desplomándose visiblemente emocionado tras el pitido final en la semifinal de la pasada Europa League tras conseguir unos momentos antes el gol que supondría el pase a la final del campeonato continental. Son instantes que parecen haberse destrozado con los últimos acontecimientos vividos en el corazón de un club poco acostumbrado a la convulsión que ha sufrido San Mamés y su entorno. Como dice el célebre refrán “Cría cuervos…”.
Se han tambaleado los cimientos de este Athletic que, pese a viento y marea, sigue siendo algo más que un club. El equipo del Botxo se ha caracterizado por esa utópica forma de arraigo a una tradición que vive de ese vínculo de afinidad y simbiosis entre jugadores y espectadores, del compromiso que tienen los jugadores hacía esa camiseta y de un escudo antológico dentro del fútbol español. Sin embargo, la filosofía de calma y convicción que reside en su esencia se vieron afectadas por varios motivos que desequilibraron lo que tenía que ser la preparación de una temporada ilusionante, debido a al fortalecimiento devenido en gran desempeño y logros que se habían conseguido el año pasado. Todo se vino abajo como una torre de naipes; primero, Marcelo Bielsa, salió a la palestra para desvelar la polémica suscitada por la nefasta ejecución de las obras en la ciudad deportiva de Lezama, que fue el punto concreto que habilitó la renovación del técnico rosarino. En vez de salvaguardar sus argumentos, el club le tildó de “empleado” y desdijo toda la protesta del entrenador, posicionándose a favor se la empresa que realizó la obra. Fue la mecha que encendió las alarmas dentro y fuera del club.
Cuando nada parecía que podía ir peor y que las aguas parecían volver a su cauce normalizado, Llorente comunica que no renovará con el Athletic después de cumplir su contrato, que finaliza en junio de 2013. Una pitada monumental en un partido para la clasificación de la Europa League inciden en los ánimos de un jugador conocido por su poca fortaleza emocional a la hora de sostener este tipo de situaciones incómodas en lo deportivo y se produce una ruptura recíproca que trasciende al ambiente deportivo. Por si fuera poco, Javi Martínez, aprovechando el revuelo que ocasionó el tsunami de la no-renovación del ariete de Rincón del Soto, negocia a espaldas del club su salida del Athletic con el Bayern de Munich, que se muestra dispuesto a pagar su elevada cláusula de 40 millones.
El caos y los rumores se instalaron definitivamente en el universo ‘zurigorri’. Esta situación se agravó cuando, conocidas ambas noticias, los jugadores regresaron a entrenar bajo los lógicos abucheos y gritos de ofrenda de cierto sector del público, que llegó a tacharles de “mercenarios”, mostrando el resentimiento y la molestia por esta fuga de talentos que descuartizaban el ideal de ese sentimiento que se le supone a un jugador del Athletic por su camiseta y por la afición que le idolatra. Desde ese instante, el proceloso estado de la situación lleva a Bielsa a confirmar que el “estado anímico” de ambos jugadores internacionales les inhabilita para competir con el Athletic a causa de la presión a la que están sometidos. Como gota que colma el vaso, se rumorea también que otro de los jugadores clave, Fernando Amorebieta, con la renovación pendiente, se encuentra en una situación similar. Pero el técnico argentino no duda en calmar los ánimos en éste último caso, orientando ausencia hacia la recuperación de la operación de pubalgia que sufrió el defensa hace apenas mes y medio. Especular es gratis, aunque es cierto que el delicado tema de su continuidad irá para largo si está motivado por las mismas razones que las de Llorente.
Para acabar con el maremágnum que sacudió al Athletic, la prensa deportiva, como buitres que acechan a un moribundo, acentúan la tensión vertiendo acusaciones sobre Bielsa y su decisión de no contar con una serie de jugadores para esta temporada que acaba de empezar. Tampoco beneficiaron en absoluto las desafortunadas palabras sobre el tema del alcalde de Bilbao Iñaki Azkuna o el presidente del PNV Iñigo Urkullu sobre la situación de Llorente. Esta absurda mezcla entre intereses deportivos y políticos nunca ha coagulado con un buen fin y demuestran que los políticos, sean de la región que sean, sean del partido o ideología que sea, sólo sirven para salpicar de mierda y ridículo cualquier ámbito en el que se vean envueltos.
Nadie esperaba tanto ajetreo y la dolorosa crisis que atraviesa el club no ayuda a revivir el ánimo. Y menos, tras la magnífica temporada pasada que realizó el conjunto vasco al disputar dos finales importantísimas que se saldaron con derrotas, pero que, a la postre, ha ocasionado un fracaso mucho más duro. Lo que parecía el lanzamiento definitivo a la élite del fútbol mundial, con Athletic que maravilló a toda Europa gracias a varias exhibiciones futbolísticas en los más prestigiosos campos, no ha servido en último término sino para atenuar el débito emocional en algunos jugadores. Todo lo contrario de lo que se esperaba con tan buenos resultados. El éxito ha alentado a la búsqueda de más dinero financiado por la ambición y el egoísmo. Y eso, no se corresponde con los valores de este histórico club. Se ha considerado una traición por varios motivos de fuerte solvencia. El primero de ellos, porque tanto Fernando Llorente como Javier Martínez habían manifestado en reiteradas ocasiones su deseo de seguir muchos años en el equipo, porque según ellos, “era su casa” y “querían llevar a este club de sus amores a lo más alto”. En el segundo caso, aludiendo a que tenía un contrato con el club que cumpliría bajo cualquier circunstancia. Todo ha sido un ejemplo de artimaña y venta de humo que no ha hecho más que hacer más dolorosa y triste la consecuencia final.
Y no os engañéis, aquí en este blog no se va discutir que la pertenencia de un jugador se basa en un contrato y que el deportista, por las razones que sean, pueda o crea que su carrera se condicione a ganar títulos o al menos ganar más dinero con otro club. Aquí todo el mundo es libre de decidir sobre su vida y su carrera deportiva. Se puede llegar a entender, debido a que en el mundo del fútbol actual lo individual está reñido con la identificación colectiva y el trabajo en equipo, donde las aspiraciones solidarizadas bajo el simbolismo de un escudo ya no tienen importancia. Eso pertenece al pasado. Las grandes estrellas así lo demuestran. Martínez llegó de una forma similar de Osasuna como se ha ido al Bayern. No vamos a negarlo. Salvo con alguna diferencia abismal. Cuando aterrizó en Bilbao, era una joven promesa que costó la friolera de seis millones de euros. Tampoco era nadie en el equipo de Navarra. No era internacional. Y tampoco un jugador valuarte de la primera plantilla. Es más, ni siquiera llegó a debutar con los “rojillos”. Por lo que se puede entender su decisión de huir sin cumplir su contrato, pero que nadie vaya a equiparar ambas situaciones con el mismo jugador.
En el caso de Llorente es algo bien distinto. Como señaló Josu Urrutia, se trata de un “fracaso institucional” que representa que todo lo que se creía de un jugador formado en Lezama puede tener variantes derivadas de los nuevos mercados que corroen al fútbol moderno. El 9 del Athletic ha estado durante dos años (dos largas temporadas) negociando y apaciguando al aficionado con buenas intenciones, conducta fingida de comodidad en su club y retrasando una y otra vez su decisión de renovar escudado en una férrea conciencia por seguir vinculado al equipo. La estrategia llevada a cabo este último año por parte del delantero rojiblancos y de su entorno parece, vista hoy en día, indiscutible: tanto sus actuaciones en la Final de la Europa League y en la Copa del Rey como su más que posible titularidad en la selección de Del Bosque en la Eurocopa 2012 podían ser un escaparate perfecto para reivindicar su valía y revalorarse en el mercado con la intención de fichar por un club poderoso dentro de la lonja en que se ha convertido el fútbol.
Todo le salió mal porque ni estuvo a la altura en las finales (todo lo contrario), ni el seleccionador salmantino confío en él dándole un sólo minuto. Por supuesto, a día de hoy el jugador sigue teniendo contrato y él no se ha declarado en rebelión, ni se ha negado a entrenar ni a jugar en caso de que Bielsa cuente con él. Urrutia aseguró que no lo iban a vender a la baja, para evitar nuevos casos de chantajes de ningún tipo. El riojano esperaba que la Juventus de Turín fuera el que más pujara, pero tampoco llegó a buen puerto. Lo que está claro es que la ruptura entre aficionado y jugador es total. Más que nada con gestos como este y con la imagen de un Llorente frotándose las manos sabiendo que, sea como sea, saldrá del club con la carta de libertad, sin dejar un euro al equipo que le ha transformado en el jugador que es. Y con la posibilidad de aludir a una cuantiosa prima de contrato en su siguiente club, lo que elevaría sustancialmente sus ingresos.
No es su salida lo que ha decepcionado terriblemente. El perdón es valedor de una afición dolida por las decisiones que, a buen seguro, llega a entender estas circunstancias. Lo que ya no es discutible son las formas en que se han llevado a cabo la espantada. Han esperado a que la temporada estuviera a punto de comenzar, con el club inmerso en tres competiciones. En el caso de Martínez, incluso le fue a llorar a su ‘aita’ y a su ‘amatxo’ para que acudieran a Ibaigane y suplicaran a la Junta Directiva que dejaran ir al niño a ganar dinero a Alemania con una incompatible actitud del jugador, dispuesto a irse pagando él mismo parte de la cláusula. El Bayern ha pagado los 40 millones de euros (algo muy por encima de su valía como futbolista) y se ha ido. Perfecto. Sin embargo, ahora que los de Uli Hoeness tampoco se extrañen si son denunciados por vulnerar el Estatuto y Transferencia de Jugadores del reglamento FIFA (pár. 5, punto 7), ya que no han respetado ninguno de los puntos que acogían el contrato del jugador de Ayegui en el Athletic. Los clubes con dinero se creen con ese derecho y así lo ejecutan. Lo que más ha molestado es el mutismo con el que se ha llevado todo el proceso, con un asustadizo silencio de aquellos que esperaban salir corriendo sin ni siquiera ofrecer explicaciones o dar las gracias por ser quién eres gracias a una Institución a la que has escupido a la cara como si fuera un club contagiado por ese virus que tú mismo has inculcado.
Los 40 millones de euros no son un incentivo. Podrá invertirse para pagar parte del nuevo estadio San Mamés Barria o nuevos fichajes que apaciguaran el panorama. No obstante, la dificultad de esos repuestos es inasumible al poseer un mercado muy limitado que entorpece cualquier movimiento considerado sensato y porque tampoco se necesita reinvertir sin un estudio pormenorizado del negocio. Entre otras cosas, porque el Athletic no utiliza criterios comerciales en una industria que se mueve única y exclusivamente por dinero y donde el escudo de las camisetas se compra y se vende por los jugadores a una velocidad de vértigo. Tampoco faltarán aquellos que especulen con piezas del puzzle que puedan encajar en la filosofía del Athletic, acrecentando de forma artificiosa la cuantía de sus jugadores con estas características afines a la política rojiblanca para aprovecharse de ellos.
Contra viento y marea
La afición del Athletic, siempre volcada con su equipo contra la adversidad, no merece este trato por parte de algunos jugadores, ni tampoco de la Junta Directiva. Parece que nadie quiere asumir responsabilidades y que el silencio será el modelo de convalecer ante una situación ante la cual los aficionados esperan una explicación. Y esta situación hace dudar seriamente de lo sucede dentro del vestuario. Ha llegado un momento en que ni el mismísimo Bielsa, siempre diáfano en sus palabras, convence haciendo ver que la normalidad es el día a día del equipo. Los rumores le llegaron a señalar como responsable de la decisión de abandono de los dos mejores jugadores de la plantilla, cuando es sabido por todos que tras las dos finales les señaló como parte responsable de las dolorosas derrotas. Él asumió la totalidad de la culpa, por lo que no tiene mucho sentido. También de que tiene a los futbolistas exhaustos y al límite. Y esto desconcierta en el rol que deben desempeñar sobre el terreno de juego. A Bielsa se le ve férreo en sus decisiones y sin perder el carisma de lo que es; uno de los mejores entrenadores en activo del fútbol mundial.
El problema es que, hoy por hoy, no está apoyado por las altas esferas del club. Primero ninguneándole con el tema de las obras de Lezama, después fichando jugadores de posiciones que él no había solicitado y tercero, distanciándose por completo del contexto de cordialidad que aparentan para no seguir haciendo más grande la herida. La Junta Directiva tiene cada vez tiene menos credibilidad, pese a haber defendido el estilo incorruptible del club y el reconocimiento de los errores que hayan podido acontecer que un jugador formado en Lezama hace diecisiete años como Llorente quiera abandonar el club cuando iba a ser el delantero español con mejor sueldo de toda la liga española (4,5 millones por cada una de las tres temporadas que estipulaba la renovación). El silencio es el principal problema de la situación que vive el Athletic. Nadie da explicaciones que esclarezcan tanto problema. Y es necesario saber los argumentos de todas las partes implicadas para sacar una conclusión certera.
Ante esta situación de ambiente enrarecido, de podredumbre deportiva afectada por una situación ajena a un club acostumbrado a ver estos culebrones desde el exterior, el Athletic procura salir del pozo. Ha tocado vivir el ridículo del fútbol nacional, con la dificultad añadida de volver a reconstruir tácticamente un equipo que echará de menos a dos piezas claves que sustentaban el equilibrio y la enorme calidad de sus compañeros. El gran perjudicado de todo esto es el Athletic como institución. En lo deportivo, ha comenzado firmando el peor arranque liguero en los ciento catorce años de historia del club. Por eso, ahora más que nunca, cuando más difícil se torna la adversidad, es cuando la unión del equipo y afición debe responder a su estirpe, aunque parezca que cada vez tenga menos peso como fuerza de unión gracias a los acontecimientos que tristemente han encabezado las portadas de los periódicos deportivos en el último mes.
Antes, el Athletic suponía el ejemplo de equipo donde el escudo, la implicación y la solidaridad eran elementos indisolubles que cohesionaban la grandeza de su tradición y que, como todo en esta vida, cristaliza el dicho “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Igual es que debemos resignarnos y reconocer que los tiempos han cambiado y que el Athletic no encaja bien en este fútbol moderno. Tristemente, va a haber que ir asumiendo que este club debe ajustarse a este mundo post-ideológico sin credo de ningún tipo más allá del económico. El fútbol es una gran corporación capitalista que ha engullido cualquier resquicio de romanticismo, identificación o lealtad. El fútbol moderno es un ente mercantilizado que se juega desde los despachos y donde estrellas del calibre de Cristiano Ronaldo llora de forma infantil y patalea porque quiere ganar casi veinte millones por temporada para seguir metiendo goles con clubes dispuestos a pagar esa cifra insultante en medio de una gravísima crisis económica. Los jugadores han dejado de ser estrellas del fútbol para convertirse en caprichosos millonarios y los equipos colectivos que representan un escudo y una tradición seguida por sus aficionados han pasado a ser lujosos lupanares de alto standing, con ‘escorts’ que dan patadas a un balón y se besan el escudo cuando en realidad lo que adoran es el peculio ingente más allá de los títulos que puedan conseguir o no.
A partir de ahora, el Athletic tiene la imperiosa obligación de pasar página y olvidar el circo que se ha montado con dos payasos protagónicos que han desestabilizado la continuidad de un proyecto ilusionante que se ha desvanecido. Es necesario que se instauren medidas de estímulo que hagan olvidar ese fracaso corporativo y el momento de inestabilidad, confusión y zozobra que se ha vivido. No se puede caer en la incertidumbre. Hay que pensar que todo lo acontecido de forma desagradable han sido circunstancias puntuales y que aunque permanezcamos lejos de la armonía, no es tarde para devolver la ilusión de la pasada campaña. El pasado domingo, el Athletic palió los fantasmas con una contundente victoria frente a un gran Real Valladolid recuperando las sensaciones del pasado año. Pero lo más importante, sin necesidad de recordar ni al número 9 ni al 24.
Tenemos un equipo joven, prometedor y lleno de talento que encuentra ejemplos contrarios a los escapistas con un Markel Susaeta como paradigma de adeudo sentimental, al menos momentáneamente, rechazando una millonaria oferta del Manchester United. Aunque sea un espejismo, aferrémonos a ello. Los leones deben tener todo el apoyo posible. La idea es confiar en lo propio, convertir la flaqueza de la necesidad en entereza y ánimo ante la adversidad. Porque suceda lo que suceda, por muchos vaivenes que se vivan de forma dramática, el Athletic Club seguirá siendo para el aficionado como una forma de ver la vida, un aliciente confeccionado con el tejido sueños y traducido en la devoción de una afición modélica. El fútbol sólo es una excusa. No se trata del deporte, ni de un balón, ni de los goles… se trata sentimiento de alianza, como se dice de “una prolongación de nuestra vida”. Y eso no se puede arrebatar así como así. El Athletic está por encima de todo. Y así seguirá siendo, por muy mal que nos vaya. Orain eta beti Athletic!!

miércoles, 29 de agosto de 2012

Trigésimo Aniversario de ‘La Cosa (The Thing)’, de John Carenter: la monstruosidad de lo informe

‘La Cosa’ supuso la primera película para un gran estudio encomendada a John Carpenter. Universal accedió a que el director mantuviera un control creativo en la producción y montaje de una arriesgada cinta que convergería en la aparente idea del cine independiente de un cineasta acostumbrado a jugar con pequeños presupuestos con la búsqueda de un gran público poco acostumbrado a platos del desabrimiento y la calidad cinéfila del cine de autor. Antes, el filme fue ofrecido por la ‘major’ a Tobe Hooper, pero éste la rechazó por estar comprometido con Steven Spielberg y ‘Poltergeist’, cinta que se estrenaría el mismo año que ‘La Cosa’. Con el principio de los 80 llegó la gran oportunidad para Carpenter de volcarse en una historia que siguiera la estela de Howard Hawks. Dentro de su filmografía, en reiteradas ocasiones, el seguimiento reverencial, siempre impoluto y traslúcido, ha sido un signo evidente en la forma de concebir sus historias a través de esencias de ‘westerns’ anexos a la ideología de cineasta clásico. La horma temática fue una referencia fílmica del género como ‘Enigma de otro mundo’, cinta dirigida por el propio Hawks junto a Christian Nyby.
Carpenter agudizó su disposición al género fantástico ofreciendo con ‘La Cosa’ la que sería su obra maestra y la cinta más decididamente transgresora de este mítico autor. La jugada demandada por el estudio no coincidía con el propósito del cineasta. Universal esperaba un artefacto comercial que pudiera hacer sombra a los grandes estrenos del momento, más afín a las exigencias de un ‘target’ que veía sus deseos satisfechos en la eclosión de aquella generación que concebía el Séptimo Arte como una forma escapista y diferente de entender el cine de entretenimiento y que germinó con los productos de la Lucas Ltd. y, sobre todo, de la Amblin Entertaiment de Spielberg. Este hecho parecía no importar a Carpenter. Para él era una oportunidad única de engrandecer y acentuar la misma idea liberal y virtuosa de su intención cinematográfica, asentada en la autonomía creativa, sólo que en esta ocasión con mucho más dinero y más riesgo en el compromiso con su propio concepto revisionista de los géneros.
Así Universal le confío un aparente ‘remake’ que se destacó de su antecesora por mantener una fidelidad casi tangente a la suma obra de J.W. Campbell ‘Who Goes There?’, publicada en 1938. ‘La cosa’ supone por entonces el más esperado y nostálgico encuentro del director con un género dominante en los años 50 y 60 de la ciencia ficción de serie B que sirvió, en gran medida, y con cierta subversión argumental, para que los monstruos y extraterrestres llegados del espacio provocaran el miedo comunista de los americanos a las faldas de McCarthy. Alimentada la efigie amenazante gracias a la literatura ‘pulp’, ejemplificada en las inolvidables ‘Argosy’ o ‘Astounding Stories’, la mitología generada por esta alocada y sinuosa tendencia literaria y cinematográfica dio como resultado la conocida como ‘space opera’, en la que entraba a formar parte el clásico de Howard Hawks y Christian Nyby ‘Enigma de otro mundo’ (que ya homenajeara en su éxito de taquilla ‘Halloween’), la historia de los ocupantes de una estación polar deben enfrentarse con un ser procedente del Espacio Exterior dado a alimentarse de sangre.
Alejándose de aquella, pero, sin perder su referencia y espíritu, Carpenter realizaría una rotunda obra con una descontrolada profundidad en la angustia narrativa, donde la tensión de cada instante está adaptada a un argumento que refuta con total propósito el efectismo y el susto a golpe de impacto musical. Los créditos ya dejan vislumbrar que nada va a ser lo que parece. Una nave espacial surca el espacio con el designio de la Tierra demarcado en sus propósitos de aterrizaje. El arranque nos sitúa en el frío, gélido y solitario Polo Sur, en la Antártida. A través del desierto de nieve, un perro de raza Huskey avanza raudo huyendo de algo. El animal hace pequeñas pausas para mirar desafiante a un helicóptero que parece seguirle desde las alturas. En ese momento, uno de los componentes que le persigue dispara sobre él varias veces.
Alternando la persecución del helicóptero noruego que intenta eliminar al animal, se presentan las primeras escenas del grupo que recrean con énfasis la soledad y el aburrimiento de los hombres de la Estación 4 del Instituto Científico de los Estados Unidos. El que será verdadero protagonista de la trama: MacReady (el mítico Kurt Russell), se sirve un JB mientras mantiene una partida de ajedrez contra un ordenador, hecho que no hace más que presagiar la excesiva individualidad de todos los miembros del equipo. Alentados por el ruido del helicóptero, todos salen a ver a qué se debe tanto ajetreo. Tras un fortuito accidente en el que el helicóptero explota por los aires cuando aterriza, uno de los noruegos persiste en su intento de eliminar al perro, hiriendo a uno de los hombres del destacamento gritando enardecido (en noruego clama “Detenedlo, viene del infierno. No es un perro, es una imitación, es una Cosa imitándolo. Destruid al perro u os llevará al infierno, malditos idiotas”). Ello provoca que caiga abatido por un certero disparo. Es el principio de la pesadilla.
Uno de los elementos que hacen de sus primeros minutos inquietantes, por supuesto, es la presencia de ese extraño perro, sus movimientos perfectos, controlados por la cosa, vigilando cada movimiento y explorando cada rincón y las personalidades de todos los compañeros de investigación. El perro es la semilla del particular y amenazante modo de presentar el estado de angustia que vivirán los integrantes del grupo científico con respecto a lo que aparentemente no representa ninguna amenaza. Para ello Carpenter cuenta que encontró a uno de los mejores actores con los que ha trabajado nunca. Se trataba de Jed, un Huskey del cual el cineasta siempre asegura que respetaba obedientemente las marcas y actuaba mejor que muchos de los intérpretes protagónicos.
El éter confuso y claustrofóbico que provoca la Antártida y la soledad y el contexto que rodea la acción crea la atmósfera perfecta para la paranoia y la desconfianza. Carpenter juega con ello a crear estados en los que la agonía y la suspicacia instituyan un ambiente asfixiante y sin salida, donde el destino tiene un claro matiz de tragedia, de acusaciones y recelos que llevaran a la destrucción del grupo, de su aburrida cotidianidad hacia una fatal providencia.
Uno de los más loables y reconocidos elementos que hacen particularmente inquietante a ‘La Cosa’ es la notable presencia y perfección de los efectos especiales de maquillaje creados por Rob Bottin y que superpone su departamento a otros dentro del filme por la genial capacidad de conversión que logró darle a la criatura para transformarse en las más inimaginables y desagradables aberraciones. Carpenter, desde el principio, incidió especialmente en este terreno. La particularidad con otros estrenos de aquella época es que, junto al guionista Bill Lancaster, trabajó durante la adaptación de la obra de J.W. Campbell codo a codo con Bottin (sin olvidar al técnico de FX Albert Whitlock), para planificar todo el entramado que supuso crear las secuencias más crudas y sangrientas de la metamorfosis del ente en monstruo a partir de ideas del técnico de efectos especiales de maquillaje.
Con este tema cubierto, había que trenzar el sobresalto de esta inquietante película que deviene en la ampliación de un ambiente tan angustioso como vasto, describiendo sutilmente los miedos que se extraen de lo más profundo de los personajes y que, de forma indisoluble y etérea, concluyen en la materialización de un monstruo mutante, que cambia de forma según avanza la trama. Contra todo pronóstico, Carpenter logró con ‘La Cosa’, a la hora de realizar una nueva versión de un clásico del cine fantástico, olvidarse totalmente de Hawks, de su filme y de sus simbología, para llegar a realizar, con una inteligente sublimidad, una historia más que coherente, en concordancia con su previa y ulterior filmografía, pródiga en obras de culto.
El as escondido de Carpenter es que, mientras la Universal desembolsaba una gran cantidad a modo de inversión, éste fue eludiendo sagazmente la idea primigenia de realizar una película familiar (objetivo de la productora) hasta convertirla en lo que es hoy. Obviamente, la jugada no le salió como esperaba. ‘La Cosa’ fue un fracaso estrepitoso que le costó una excesiva cuantía a la compañía. Resulta que un par de semanas antes, se estrenó en Estados Unidos la entrañable ‘E.T. El extraterrestre’, de Steven Spielberg, el fenómeno comercial del comienzo de década y la cinta que arrasó en taquilla durante meses en 1982.
La evidencia del mensaje del maestro Carpenter era la antítesis del asimétrico alien cabezón del Rey Midas, por lo que el público, la crítica y los moralistas yanquis no dudaron en calificarle como “pornógrafo de la violencia y de la sangre”. Sin embargo, Carpenter no sólo lo pasó mal con aquella tortuosa experiencia comercial de la que él (y muchos de sus seguidores) cree que es su mejor aportación a la historia del cine, sino que dadas las elevadas temperaturas que sufrió el equipo de ‘La Cosa’ (40 y 50º bajo cero), el director sufrió un principio de cáncer de piel que arrastró durante décadas y que ha dejado en él unas secuelas físicas evidentes en su extrema y delgada figura y que superó, tras varios rumores de empeoramiento, hace ya algunos años.
La vigorización de un clásico irrefutable
La verdadera esencia del filme no está, por tanto, en la excesiva visceralidad con que el cineasta muestra los momentos más sangrientos y repugnantes, sino en la evolución interna de cada personaje, de sus susceptibilidades ante la amenaza del propio entorno. En ese aspecto, mucho más intenso de lo que pueda parecer, es dónde reside el terror verdadero de una película irrepetible. También, y al contrario que en ‘El enigma de otro mundo’, en ‘La Cosa’ no existe ningún elemento femenino, lo que hace más dura la convivencia entre los integrantes del solitario puesto científico perdido en la Antártida. En un principio Carpenter iba a incluir a una mujer en el grupo de científicos para acercarse aún más a la novela, pero desestimó la idea por el potencial de desconfianza humana que explota entre un grupo de hombres que llevan varios meses alejados de la civilización y que, en muchos de los casos, ni se soportan.
La única presencia femenina en la película es la voz que surge del ordenador con el que MacReady juega al principio de la cinta. Se filmó una secuencia en la que dos de los miembros del grupo discutían acerca del turno sobre una muñeca hinchable que servía como paliativo del frío y la soledad del Polo, pero se suprimió en la sala de montaje. El aislamiento y separación de la civilización es absoluta. Además, Carpenter propone a su vez una perspectiva cínica respecto a la amistad y a la colaboración, pero sobre todo al héroe y sus recursos. La manumisión que existía en el clásico de Nyby y Hawks en el puesto ártico cercado por la amenazadora forma extranjera de la vida servía para que todos se unan en la lucha contra la causa común, refrendando la cooperación entre ellos. Apartándose de estos conceptos referentes de género, en los que se podía percibir un claro alegato de solidaridad en los años de la Guerra Fría, Carpenter optó por todo lo contrario, por una perspectiva cínica en la que el apoyo es nulo y se sustituye por un instinto de supervivencia y egoísmo. No sólo por parte de los miembros del equipo ártico, sino por ese extraterrestre que apesadumbra sus vidas y que no hace más que intentar sobrevivir como sea. Todos son seres coherentes, no hay malos, ni buenos. Ni siquiera el bicho que anida en varios segmentos dentro de ellos. Una vez que la Cosa es descubierta por Blair y el conocimiento de las consecuencias que puede traer consigo la locura y los ataques entre el mismo colectivo se ven incrementadas de forma atroz.
Si bien no hay un líder entre los diez integrantes de la Estación 4, el que mejor conforma el antihéroe de Carpenter es, como no, MacReady, definido desde un principio como un hombre cauto, solitario, especulativo y con capacidad de liderazgo. Ese final junto a Childs, inconfeso homenaje a ‘Casablanca’, nos muestra a un hombre incorruptible y ejemplar que acepta la muerte de una forma templada y resignada. Esa individualidad queda manifiesta en el modo de vivir del equipo de campamento, ya que mientras estos juegan al ping pong, escuchan música y fuman marihuana, MacReady vive en un puesto apartado, reflejando la tendencia misantrópica de guardar la distancia ante sus compañeros, siguiendo la mejor y más coherente táctica de conservación, una perspectiva vital que es una seña en los protagonistas del cine de Carpenter. La verdadera naturaleza de la Cosa procede de una época muy antigua, de millones de años según los noruegos, cuando la nave espacial del prólogo llega a la tierra, siendo sepultada bajo los fríos hielos polares. Sólo la curiosidad y la ambición humana perfilada en la ciencia moderna son los causantes de la liberación del extraño ente. Es la peculiar forma de que el hombre abra la temible ‘Caja de Pandora’ que se esconde bajo el hielo.
La Cosa como ente no representa, como en otros títulos de Carpenter, el Mal en estado puro. Sí personifica, por el contrario, la amenaza que cerca en un mismo entorno a personajes destinados a aguantarse, cercados por la situación y susceptibles ante el peligro. Como se ha especificado, el bicho sólo busca, al igual que los miembros del equipo científico, mantenerse con vida a las condiciones adversas, equiparándose su actitud a la del grupo encabezado por MacReady.
El deseo de vivir y de desarrollarse es insaciable, por lo que comienza a asumir la identidad de un perro para alcanzar su plenitud como ente extraterrestre. En esta asignación de personalidad, en la que el extraterrestre toma posesión de la apariencia humana para lograr su estabilidad, pasando así desapercibido, se han basado también las diferentes versiones de ‘La invasión de los ultracuerpos’ (Dopn Siegel, Philip Kaufman y Abel Ferrara), como muestra de los posibles acercamientos que tiene la obra cumbre de John W. Campbell. La diferencia entre éstas y ‘La Cosa’, de Carpenter, es el alejamiento intencional de un posicionamiento sobre los científicos y el ente. Desde el primer momento los miembros del equipo antártico desobedecen cualquier tipo de concesión a la identificación, dejando que las sospechas recaigan en todos y cada uno ellos, trayendo condigo un aspecto ambiguo; el que representa el conflicto epistemológico ante la llegada de la bestia incorpórea, la diatriba que supone entre la profesión científica que llevan a cabo y su colisión ante una anomalía de lo desconocido. El dilema sobre los métodos científicos y sobre la cognición acerca de la tecnología de la que disponen va forjándose en las dudas que se siembran a la hora de reconocerse los unos a los otros, incluso después de analizar la reacción de la sangre, provoca un cuestionamiento de la realidad y el comienzo de la pérdida de lo tangible.
Tal vez MacReady sea visto como el personaje más positivo de la película. Pero a mitad de filme, cuando el espectador le toma como una referencia para seguir a los posibles infectados por la cosa, oculta pruebas evidentes de que él mismo pueda ser el ente que destruya a sus compañeros (los famosos y comentados calzoncillos con sus iniciales y apellido). En todo momento, la cosa está por encima de los hombres, subvirtiendo sus ideas, desarrollando en cada uno de ellos el instinto básico de la supervivencia y aumentando su desconfianza hacia los compañeros que no, son, ni mucho menos, un apoyo para luchar contra el bicho, sino todo lo contrario, una amenaza contra su vida. La alineación funciona, de nuevo, como escudo para la conservación humana.
‘La Cosa’, bajo esa inquietante partitura de notas tétricas compuesta por el maestro Ennio Morricone (que bien podría haber compuesto el propio director, ya que sigue las líneas musicales de toda su labor como músico), expone un catálogo de ambigüedades narrativas expuestas con un prodigioso manejo de la cámara por parte de Carpenter, basándose en gran medida en el material de origen, así como en la traducción de ciertos conceptos de Lovecraft, Poe o Kafka, rejuveneciendo la pesadilla paranoica con una infusión de suspense para encuadrar la potenciación de su clímax en la paranoia y desconfianza. Una obra maestra sobre la monstruosidad construida del modo más turbio, perturbando con una representación de lo informe, el vacío sin rostro, para propagar la desconfianza con destellos de violencia inventiva que han convertido a esta pieza en una cinta imprescindible no ya dentro del género, sino como una de las más espeluznantes y modélicas películas de gran cines en estado puro. ‘La Cosa’ cumple tres décadas desde su estreno transformada en el clásico que merecía ser desde entonces y que continúa alargando su sombra a medida que sigue cautivando a las nuevas generaciones.

lunes, 20 de agosto de 2012

Tony Scott, el maestro de la acción adrenalítica

(1944-2012)
Nos hemos levantado con una triste noticia. La inesperada muerte de Tony Scott a causa de la innatural forma que siempre revela el suicidio deja al cine con la contusión de la pérdida de uno de los directores más inspirados en el género de acción que ha tenido Hollywood en mucho tiempo. Me atrevería a escribir que en toda su Historia. El director de ‘blockbusters’ inolvidables, el genio del ‘modus operandi’ único que devenía en mezcla de formatos, escupiendo virulentamente imágenes de un modo casi estroboscópico, nos ha dejado para siempre con un montón de interesantes proyectos en cartera. Fundamentalmente, la curiosidad cinematográfica que había suscitado esa secuela de ‘Top Gun’, el filme que le elevó a autor reconocido en la gran industria, tres décadas después de su estreno.
Una de las características más predominantes en el cine de Tony Scott era ese montaje frenético de impronta ‘videoclipera’ y publicitaria, de constantes filtros sincopados, de encuadres imposibles, de grúas improcedentes que propugnaron una abrasiva estética percutante que a algunos terminaba por resultar excesiva. El pequeño de los Scott fue así. Siempre fiel a una forma de hacer cine privativa y reconocible. Para bien o para mal, su estilo marcó un estereotipo de cine imitado y furibundo que, más allá de la aparente insipidez de su forma, fue todo un paradigma de honestidad hacia el género del que nunca se ha separó a lo largo de su carrera.
En el cine de Scott prevaleció la forma por encima del fondo, cierto. Sin embargo, nunca fue un óbice para enfatizar en sus muchísimos valores. El cineasta de títulos tan antológicos como ‘Revenge’, ‘Superdetective en Hollywood II’, ‘Días de trueno’, ‘El último Boy Scout’, ‘Amor a quemarropa’ o ‘Marea roja’ marcó un estereotipo de cine furibundo que le hicieron convertirse en uno de los mejores y más valedores cineastas de este género reconocible en elementos como el montaje, los efectos, las explosiones y persecuciones que, en ocasiones obedecieron a la sensatez y la objetividad, pero que dinamizaron los cauces visuales y narrativos con una marca de la casa que echaremos de menos. Fue un pionero, un investigador de las técnicas fílmicas que impuso una visión distinta a todo lo que se venía haciendo allá por los años 80.
Ya no habrá más invitaciones al visual mundo estético de efusión y diligencia que nos otorgó en sus últimos trabajos (‘El fuego de la venganza’, ‘Déjà vu’, ‘Asalto al tren Pelham 1 2 3’ o ‘Imparable’) de estilo perfectamente convulsionado, constante movimiento y progresión narrativa de un cine luminiscente e hiperactivo. Scott permaneció ajeno a las modas, evolucionando y experimentando con un estilo postmodernista de métodos divergentes, con una única visión siempre enfocada a la acción y la violencia que ahora elevó al arte cinematográfico.
Su muerte nos deja mucho más huérfanos de espectáculo.
Hasta siempre, maestro.
D.E.P.

JJ.OO. Londres 2012: el espejo del mundo

Cada cuatro años se da una aproximación universal a la grandeza del deporte en su manifestación máxima, a la concentración de disciplinas que aúnan los esfuerzos colectivos e individuales en representación de todos los puntos del mundo. Los Juegos Olímpicos, como en todas sus sedes, aspiran a simbolizar, mediante su llama Olímpica, los valores de un movimiento más que centenario promovido en su origen por el idealismo de Pierre de Frédy, barón de Coubertin. Londres tenía el férreo compromiso de convertirse en el espejo del mundo, en el símbolo transitorio del esfuerzo y del espectáculo en su dimensión más opulenta. La capital del Reino Unido ha ofrecido, con disciplina inglesa, la grandeza de este magno acontecimiento seguido por millones de personas y que ha aglutinado a más de 10.500 deportistas que representan a 204 países, compitiendo en 302 finales de los 26 deportes que conforman en cuadro olímpico.
Han sido diecisiete días en los que se han vivido momentos para el recuerdo, fraguando hitos que se recordarán en el futuro. Principalmente, los propios británicos tardarán años en olvidar esta gesta. Nadie, salvo ellos mismos, esperaban que los británicos despegaran en el medallero de una forma tan rotunda como lo han hecho, cobrándose diez metales dorados más que en Beijing, acentuando el hecho de que si la dotación se vuelca en el apoyo al deporte, la consecución de un puesto de privilegio en el palmarés está más que asegurado. Sucedió algo parecido en Barcelona’92 con España. Nunca estaremos a ese nivel. Por mucho que soñemos. En este caso, los británicos han logrado algo histórico, ser terceros en el medallero por debajo de Estados Unidos y China, los países más ricos del mundo. Si hay dinero, hay medallas. Las sensaciones transmitidas dejan esta reflexión. No obstante, estos diecisiete días de deportes alternativos al fútbol, desde su inicio con la megalómana ceremonia inaugural dirigida por Danny Boyle como homenaje a la cultura su país, han dejado instantes que persistirán en la retina colectiva como emblemas visuales de unos juegos olímpicos modélicos que servirán como testimonio de superación imborrable.
Cuando miremos hacia atrás, evocaremos como “el hombre pez”, Michael Phelps, alcanzó la imposible cifra de veintidós medallas a lo largo de su ilustre trayectoria en la natación olímpica, al colgarse otros cuatro oros y dos platas, superando a la gimnasta soviética Larissa Latynina, que había conseguido dieciocho. Su última prueba los 4x100 metros estilos, patentizaron la superioridad de este hombre que pasará como un icono del deporte. También se encumbro como leyenda del atletismo Usain Bolt, adalid de la hegemonía jamaicana dentro de la velocidad. Sin traicionar a sus aspiraciones, pese a que había dudas sobre la duración de su potestad. Bolt ejerció de showman que no decepciona a sus seguidores. Sus brutales logros parecen meros trámites para el sprinter caribeño. Sus victorias en los 100 metros lisos en 9,63 segundos y los 200 en 19,32, ratificaron su autoridad y revalidaron su éxito de Pekín 2008. Sin embargo, una de las carreras más espectaculares fue la impresionante la victoria de los corredores jamaicanos de relevo de 4x100; Nesta Carter, Michael Frater, Yohan Blake y el propio Bolt pulverizaron ante el asombro del planeta el anterior récord situado en 37,04, dejándolo en unos increíbles 36.84. Alucinante. Tanto, como ver a Bolt discutiendo con uno de los jueces al querer llevarse de recuerdo el testigo de la victoria.
El estadio de Stratford también vivió de cerca otra de esas carreras perfectas que pasará a los fastos como una demostración de poder sobrehumana. El joven keniano masai David Rudisha logró cuajar una de las carreras de los 800 metros más apoteósicas vistas nunca, logrando bajar de la 1,41 con una plasticidad en sus zancadas que dejó boquiabiertos a los que presenciaron tamaña heroicidad. El destino hizo que Sebastian Coe, explusmarquista universal de la prueba y presidente del Comité Organizador presenciara el récord. Si ha habido un héroe local que se ha conseguido arrastrar todos los ojos hacia él, éste fue Mohamed Farah, que se acreditó como el hombre de estas olimpiadas al conseguir un doblete soñado (5.000 y 1.000 metros), convirtiéndose en el sexto hombre de la historia que consigue oro en dos pruebas de fondo en una misma competición. La persistencia del británico ante sus acosadores africanos fue también otra de las estampas más increíbles de estos quince días de ensueño.
Otros instantes que a buen seguro, serán recodados como destacados dentro de todos los muchos que ha dejado la capital británica, serán las lágrimas del dominicano Félix Sánchez, campeón olímpico en Atenas en 400 vallas y que recuperó su cetro ocho años después. O las de coreana Shin A Lam, bien distintas, al perder en esgrima una semifinal de forma injusta y que la tuvo más de una hora compartiendo el desconsuelo con un público entregado a la tristeza de la esgrimista. El reinado de Ye Shiwen en la piscina también produjo cierta controversia. La nadadora china certificó, a sus dieciséis años, el oro en los 200 metros estilos y un récord mundial en los 400 que batió nadando los últimos 100 más deprisa que muchos hombres récord. No así, la también nadadora estadounidense Missy Franklin, consiguiendo cinco medallas durante esta cita olímpica. No olvidaremos el patético espectáculo de esas ocho jugadoras de badminton de China, Corea del Sur e Indonesia que fueron descalificadas de los Juegos por perder deliberadamente sus partidos para obtener ventejas de cara a llegar a la final. El rostro de la veteranía lo puso Yelena Isinbayeva, que asumió el cambio de trono en pértiga al no poder coronarse por tercera vez consecutiva en unos juegos, así como lo exagerado de la celebración excesiva y contundente del lanzador de disco alemán Robert Harting. Sorprendió igualmente que Andy Murray arrollara a un Roger Ferderer que no pudo hacer nada ante la avalancha de tenis del británico o ver a un atleta paralímpico como Óscar Pistorius compitiendo en unos Juegos Olímpicos a pesar de su discapacidad.
Los juegos de Londres 2012 también pasarán a la historia por ser los primeros en los que todos los países incluyeron mujeres en sus delegaciones. Eso sí, la judoka saudí Wojdan Shaherkan cayó a las primeras de cambio y la atleta de 800 metros Sarah Attar quedó última. Precisamente, en la delegación española este apartado, el de las mujeres, ha sido el que ha cosechado los triunfos más importantes, síntoma de que los tiempos cambian y la paridad se desnivela hacia el mal llamado sexo débil. De las 17 medallas que ha conseguido España, once las han obtenido mujeres. Ha sido la culminación y licenciatura del deporte individual y colectivo femenino nacional. Las chicas han hecho grandes sus disciplinas y le han puesto la emoción y el arrojo que necesitaban los aficionados. Empezando por la doble medallista Mireia Belmonte, con sus dos platas, Maialen Chourraut, bronce en K-1, Marina Alabau, oro en windsurf, Maider Unda, bronce en lucha libre 72 kg., Echegoyen, Toro y Pumariega oro en Match Race:, medalla de oro y las platas de Brigitte Yagüe o Andrea Fuentes y Ona Carbonell en taekwondo y sincronizada respectivamente. El joven equipo waterpolo femenino de la mano de Miki Oca hizo vibrar con su arrojo y explosivo juego en la piscina llegando a una final en sus primeros juegos, así como la grandeza del balonmano femenino, apartado en el que fueron las dominadoras, haciendo afición y enganchando a nuevos seguidores con ese épico partido de dos prórrogas contra Corea del Sur que les brindó el bronce. Por supuesto, las diecisiete medallas no son, ni mucho menos, un fracaso. Pero saben a poco, en un año lleno de diplomas, quedando cuartos en ocho disciplinas. Por eso, los metales conseguidos por los chicos (Javier Gómez Noya, plata en triatlón, Joel González, oro en taekwondo, el mítico David Cal –único atleta español en conseguir cinco metales- con plata en C1 o las platas de Nico García y Saúl Craviotto) repusieron una inicial sequía que preocupaba a la delegación nacional en la villa, y aunque son meritorias, dejan en minusvalía un orbe deportivo español que aspira a ser una potencia mundial olímpica. Y esa progresión, exceptuando hace dos décadas, nunca termina de llegar. Tres oros, diez platas y cuatro bronces saben a muy poco.
Más allá de estos logros, en dos secciones tan ilustrativas como definitorias de lo que viene siendo y representando el éxito colectivo y que ha despertado el entusiasmo internacional son el fútbol y el baloncesto. La selección española de fútbol entrenada por Luis Milla acaparaba entradillas deportivas de televisiones y portada de periódicos. El reciente europeo sub-21 y sobre todo la consecución de la última Eurocopa por parte de la selección senior de Vicente del Bosque hacían prever un rutilante destello dentro de este deporte que monopoliza el interés el resto del año. Llegados con la Eurocopa de los mayores como escaparate del fútbol mundial, la selección de fútbol olímpica cayó a las primeras de cambio. No fue tan terrible, puesto que desde que Honduras acabara con el sueño olímpico de “La Rojita”, todas las miradas se centraron en deportes que simbolizan el verdadero espíritu de superación, la esencia del olimpismo. Una pena que en balonmano masculino cayera en cuartos de final de Londres por un gol en el último segundo ante el equipo francés o que los chicos de hockey hierba fueran apeados del campeonato por injusticias arbitrales o que en waterpolo nos quedáramos a las puertas de la gesta. Los que nunca fallan, los que hacen esperar una medalla segura en este tipo de citas es la actuación de esos ‘Golden Boys’ de baloncesto que tan mal han acostumbrado al público durante esta última década. Sin embargo, Londres entregó un ciclo de luces y sombras.
No hubo que esperar otros veinticuatro años para que la selección española de baloncesto pudiera volver a verse las caras en una final olímpica contra los USA, auténticos dominadores de la disciplina. Tan sólo cuatro años después de aquella gesta que estuvo a punto de terminar en oro, aunque si bien el camino fue más descafeinado y lleno de claroscuros, España se plantó en la final. Eso sí, sin encontrar la lucidez y el talento de antecedentes. Por un lado, porque su juego, siempre a la altura de las circunstancias, no irradió esa idoneidad que todos ellos atesoran, sembrando dudas incluso en esa derrota contra Brasil que vedaba la presencia de un ‘Dream Team’ norteamericano hasta la posible final que se consolidó finalmente y que tanto molestó a los franceses. Sin embargo, por otro, la selección de Segio Scariolo demostró su grandeza y unidad de las grandes citas, en ese partido definitivo donde el resultado 107-100 entregó el mejor partido de la cita olímpica en esta disciplina, obligando a los arrogantes y autosuficientes demiurgos del aro a presentar un esfuerzo extra, con choque de juego dinámico y a remolque de las embestidas españolas del equipo capoteando por el colosal Pau Gasol que estuvo a punto de tocar el cielo del Oro y que sirvió para recuperar todo el prestigio del que se dudó a lo largo del campeonato por las medallas.
Londinenses deben estar satisfechos de haber invitado al mundo a unos juegos donde el funcionamiento del complejo engranaje que supone un evento de esta magnitud haya estado realmente dentro de un estrato de excelencia. Todo ha funcionado como un reloj. La tecnología ha ayudado en su prueba de fuego a metodizar las decisiones y optimizar la parcialidad dentro de pruebas que avanzan con rectitud hacia la ecuanimidad, como la cámara subacuática japonesa para las pruebas de sincronizada o los petos electrónicos que miden la fuerza y la intensidad para la puntuación en las artes marciales. Las Olimpiadas siguen en su camino de profesionalización absoluta en favor del espectáculo y la completa mercantilización de la mayor parte de las elites deportivas. Algo que, sin duda, ofrece más competitividad y espectáculo.
Londres ha visto de qué forma la eclosión de los grandes nombres visten de gala el evento para deleite de los millones de aficionados que siguen esta cita multicultural y ecuménica. Como cada año, desde el país organizador se insiste en una frase acentuada hasta el hartazgo, este año de boca de Boris Johnson, alcalde de Londres, quien afirmaba que estos Juegos Olímpicos han sido “los más grandiosos que jamás se han visto en la Tierra”. Siempre lo son. Los próximos en Río de Janeiro, donde están a punto de desalojar a los vecinos de la favela Vila Autódromo, lugar en el que se construirá el Parque Olímpico que hace prever un suspense más que probable a la hora de optimizar la situación ideal para que la cita olímpica colme las perspectivas de todo el mundo.

jueves, 16 de agosto de 2012

Bukowski y el 'uppercut' de verano

Una lectura recomendada que cualquiera puede leer en verano, cuando el calor aprieta, las ideas se reblandecen y el ánimo decae es cualquier legado literario de Charles Bukowski, el mismo que se sumergía en los bares de mala muerte y el alcohol antes que en la vida y sus miserias y mentiras, desde una perspectiva insurrecta y deshonesta, acometida con emoción y sentimientos desencontrados. En un post de este tipo uno podría optar por extender unas palabras sobre sus iniciáticos artículos ‘Secuelas de una larguísima nota de rechazo’, de ‘20 Tanks From Kasseldown’, sobre sus versos en ‘Crucifijo en una mano muerta’ o ‘Los días pasan como caballos salvajes sobre las colinas’ e incluso analizar de forma concienzuda los nexos que unen obras como ‘Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones’, ‘Factotum’, ‘Mujeres’, ‘La senda del perdedor’, ‘El borracho’ ‘Hollywood’… o tantas otras.
Sin embargo, apetece ajustarse al apreciación general sobre el artista, entender porqué Bukowski era como era, porque supo mejor que nadie describir con su corrosiva mirada la depauperación del mundo que nos rodea, con una despreciativa y entrañable actitud de aquél que sabe mirar con comprensión los subfondos de la ruindad humana. Su prosa de sumidero nacía directamente del alma, de las entrañas de un escritor borracho, cansado y harto de todo pero que, al fin y al cabo, sabe sonreír. Bukowski desglosó tras sus páginas un mundo de realidad escondido en el lenguaje malhablado, de madrugada de bares, de bajos fondos que siempre irradia una luz desde el fondo de un vaso vacío que necesita ser rellenado con más alcohol y dejar atrás de nuevo la impertinente soledad de una noche de copas y confesiones que atañen directamente a la obsesión por el sexo y otros vicios fundamentales.
La suciedad y degradación nunca tuvieron una verdad moral tan contundente. Bukowski, desde el reverso del espejo contracultural, ‘underground’ si se prefiere, que un día cruzaron Henry Miller, Jack Kerouac, Willam Burroughs o Norman Mailer, revirtió la crítica y confusión generacional en insano cinismo. Sus obras son como tremendos ‘uppercuts’ (que viene a ser lo mismo que una hostia bien dada en toda la jeta) que devuelven al lector a sus instintos básicos, a la naturaleza con la que se mueven los animales humanos y que borra cualquier atisbo de gilipollez y esperanza en los felices semblantes de los que adulteran sus problemas en la mezquina e inexistente felicidad de una vida de artificios laborales y personales sujetos a la imposición social.
Su voz con olor a alcohol y sudor, su ímpetu crítico alejado de cualquier grupo generacional convirtieron al viejo Chinaski, el viejo indecente, en un disertante de la vida. Y lo hizo desde el desencanto propio de las noches interminables de burdel, del vértigo y la resaca del día después, la misma que te hace ver la realidad con coherencia y repugnancia. Asumiendo lo que hay. Sin más.
El perdedor
Y el siguiente recuerdo es que estoy sobre una mesa,
todos se han marchado: el más valiente
bajo los focos, amenazante, tumbándome a golpes....
y después un tipo asqueroso de pie, fumado un puro:
- Chico, tu no sabes pelear - me dijo.
Y yo me levanté y le lancé de un golpe por encima
de una silla.
Fue como una escena de película y
allí quedó sobre su enorme trasero diciendo
sin cesar.
-Dios mío, Dios mío, pero ¿qué es lo que
te ocurre?- Y yo me levanté y me vestí,
las manos aún vendadas, y al llegar a casa
me arranqué las vendas de las manos y
escribí mi primer poema,
y no he dejado de pelear
desde entonces.

martes, 7 de agosto de 2012

Especial Aniversario: 'Arma Letal (Lethal Weapon)', de Richard Donner

En este verano de nostalgia y onomásticas imprescindibles tengo que destacar otra especial que no podía dejar pasar. Hay varias que configuran cierta época tan feliz como irrecuperable. Películas que forman parte de ti y defiendes como si fueran posesión tuya. Acontecimientos considerados baladíes que fomentaron y avivaron tu amor hacia un arte. En el verano de 1987, en los Cines Coliseum de Salamanca, tuvo lugar uno de esos momentos mágicos que se van perdiendo a través de los años, dejando una reminiscencia de satisfacción y un sello vital guardado en la emoción de un instante concreto. Esto fue lo que sucedió a aquel adolescente devorador de cine cuando se dio de bruces con ‘Arma Letal’.
Tal día como hoy, hace un cuarto de siglo, un 7 de agosto, se estrenaba en toda España la película de Richard Donner. Cinco meses después de la premiere americana. Llegaba con la vitola de ‘sleeper’, de exitazo inesperado para la Warner en aquel año. Cuando salí de ver aquella cinta de acción sin contemplaciones, supe que nunca la delataría cuando llegara la hora de atestiguar que ‘Arma letal’ es y será una de mis obras de culto perennes. Expresé lo mismo con muchas más. A algunas las he traicionado, fundamentalmente porque han envejecido mal. O más probablemente porque el que ha soportado el paso de los años con más deficiencia he sido yo. Pero con esta concreto no. Es una debilidad, como otra cualquiera.
Hoy en día, ‘Arma letal’ sigue permitiéndome revivir aquellos momentos. Pocas películas logran transmitírmelo con tanta intensidad. Con el mismo ímpetu que fluye por sus fotogramas de mitología viva del cine de acción de los 80. Inscrita en la clasificación simplista pero muy popularizada que fue el súbgenero llamado “buddie movies”, se adhería al cliché policiaco centrado en agentes de la ley obligados a trabajar juntos pese a sus insondables diferencias. Años atrás, Walter Hill ya había dejado para la historia del subgénero ‘Límite: 48 horas’, otra obra cumbre con Eddie Murphy y Nick Nolte como dos polos opuestos obligados a entenderse. Aquí, todo arranca con un villancico, una joven rubia y atractiva en ropa interior que se acaba de meter una raya de farlopa y que salta al vacío desde un rascacielos cayendo de bruces contra un coche. La presentación de sus dos iconos policiales no se hace esperar, germinando el constante acercamiento a la vida íntima de sus protagonistas.
Por una parte, Roger Murtaugh (Danny Glover), un curtido poli que acaba de cumplir los cincuenta y espera la jubilación para poder disfrutar de su yate de pesca recién adquirido. Es un padre de una familia feliz y ejemplar y siempre ha tenido una posición de tranquilidad dentro del cuerpo policial. Por otro, Martin Riggs (Mel Gibson), un policía con brotes psicóticos que no ha podido superar la trágica muerte de su mujer en un accidente de tráfico. Se levanta con resacas de espanto, fuma como un carretero, anda en pelotas por una destartalada roulotte y se abre una birra mientras orina. En narcóticos sus investigaciones con ‘dealers’ de la droga concluyen con varios muertos y hace gala de unos hábitos poco deontológicos a la hora de detener a los sospechosos. Un contraste ostensible que aviva la representación de dos partes bien discordantes de los códigos policíacos; uno es negro y el otro es blanco, el primero sigue a rajatabla la ley con una impoluta carrera como agente y el segundo es el único policía del sur de Los Ángeles registrado como “arma letal”. Una Smith & Wesson Model 19 contra la más moderna Beretta 92F. El ying y yang. El aceite y el agua. Sin embargo, tras un encontronazo en la comisaría en el que Murtaugh confunde a Riggs con un delincuente armado, sus caminos se han cruzado para resolver un caso que toca de cerca al primero. La chica suicida es Amanda Hunsacker, la hija de un antiguo compañero de ejército y todo parece apuntar a que el caso insinúa un asesinato.
Hasta ese punto, ‘Arma letal’ proyecta una trama bastante convencional; la de dos hombres que no se mirarían a la cara si no fuera porque están obligados a compartir y resolver un crimen. La gran baza del filme de Donner es la automática química que desprender los roles y lo bien que se auxilian esos moldes parabólicos en ambos como cotejo de distintas actitudes vitales que evitan que se caiga en el formulismo. El dinamismo es inmutable y su trasfondo policiaco de altos vuelos ratifica un patrón modélico en la construcción del guión, aportando al subgénero nuevas vías de dramatización conjugadas con ciertos toques de humor que amenizan y estimulan la acción.
Todo ello debido a la grandeza de unos diálogos provenientes de un debutante, un estudiante recién salido de la UCLA llamado Shane Black, que confirió el suspense y la genialidad en un caso de apariencias camuflado tras la muerte de una joven y que brindaba los escenarios del submundo del narcotráfico a gran escala por el que deben desenvolverse los dos agentes para desentramar una complicada red que supone el Caso Hunsaker. Un caso que no es más que la punta del iceberg de un cartel de la droga regida por una banda de mercenarios capitaneados por un antiguo general condecorado; Peter McAllister (Mitch Ryan) y su mano derecha, el temible Sr. Joshua (Gary Busey). La fórmula de las “películas de compañeros” se vio alterada con la conducción del drama, que vehicula la historia haciendo avanzar las tramas y dejando en un segundo lugar la acción explosiva con una investigación que va cobrando protagonismo con gran naturalismo y credibilidad, si bien, en su eclosión, cuando todo estalla por los aires, responda más a un objetivo definitorio del cómic más desorbitado (la pelea final entre Riggs y Joshua sigue siendo la parte más inverosímil) que a esta directriz. En cualquier caso, el sentido de ‘Arma letal’ encauza su tempo narrativo siempre apuntando a las emociones y reflexiones buscadas por el guionista y el realizador, más allá de todo el culmen de fisicidad hemostática y el dinamismo explotado en su último tramo.
Todo ello con oscilaciones de adrenalina y disparos, de movimientos graduales en las hazañas de estos dos policías marcados con grandes dosis de ironía que ejemplifica ese choque entre Riggs y un suicida que amenaza con tirarse desde una cornisa (“¿De verdad quieres tirarte? Venga vamos gilipollas. Por mí estupendo. Yo quiero tirarme”). La descripción del ritmo fusiona a la perfección sus subtramas engarzadas con ‘set pieces’ que son elegías al cine de acción lleno de corrosiva actitud gamberra. ‘Arma letal’ incluía bajo su afable comercialidad una dramática versión del policía problemático y autodestructivo patente en la que puede ser la mejor interpretación de Gibson en toda su carrera, al recordar a su mujer y tentar con el suicidio. Martin Riggs está lejos de ser un antihéroe, por mucho que se entronice como un ‘action hero’ de los 80. Es policía peligroso y temerario, cierto, pero no es más que un perdedor que va fraguando su redención en la amistad y la fidelidad hacia su nuevo amigo y hacia su profesión en una progresiva admiración a esa forma vida familiar de Murtaugh que le imponen su realidad y que él nunca tuvo. En ‘Arma letal’ la virtud más destacada sería la introducción del espectador dentro de un juego de divergencias, con ascendente tensión y acción en la evolución de la amistad entre Murtaugh y Riggs y que denota la fuerza cinética de sus propósitos.
De este modo, ni a Donner ni a Black les pesaba en exceso imponer un mensaje cuanto menos ambiguo en la forma de administrar la ley y el oficio de policía en una gran ciudad, traspasando la línea de lo constitucional si hay que hacer de la justicia el medio para alcanzar una venganza personal, abriendo diferentes frentes de ataque con esos villanos que han abandonado su pasado como héroes de Vietnam para ejercer como peligrosos traficantes de droga. Vietnam, de hecho, marca, de una u otra forma, la vida de todos los personajes que aparecen a lo largo de la trama. Y aunque prevalece la acción y no hay lugar para la incertidumbre sobre el devenir superheroico y el ‘happy end’, el filme sigue sin perder sus dilemas morales y duplicidad ética en sus personajes principales. Sobre todo, cuando Murtaugh ve peligrar la vida de los suyos y no tiene ninguna duda a la hora de pasarse por el forro los estatutos policiales afianzando el incorrecto y sádico método del “disparar a matar” que configura la ley del más fuerte que propone desde su inicio Riggs.
Richard Donner nunca ha sido considerado como un nombre destacado dentro del género, pero en ‘Arma letal’ hay que legitimar su dominio de los aspectos visuales y sonoros del género. Cada plano es coreografíado con gran firmeza, sin perder esa pátina inocente y algo incauta que profería la espectacularidad de la acción siempre directa y cuidada tan característica de la iconografía de finales de los 80, con especial atención que se le da al sentido narrativo. Este filme de culto es un arquetipo de estricto y genuino espectáculo, un primoroso producto que puede verse como simple ejercicio de acción o como revulsivo de todo el cine genérico que vendría después, con su delectación estética y rítmica que desarticulaba cualquier regla establecida.
De ahí que en ‘Arma letal’ hubiera algunos de los mejores momentos de acción vistos en mucho tiempo, filmados con gran energía y excelente aptitud técnica que nunca ha sido lo suficientemente encumbrada. Ejemplo de ello es esa larga secuencia del tiroteo en el desierto. Una propuesta como‘Arma letal’ no planteaba nada nuevo, pero había algo diferente en ella. Y se trataba de la honestidad con la que está expuesta, logrando que emocionara con la violencia y la libertad de movimientos de sus personajes de principio a fin, moderando la energía de sus resortes y punteando su grandeza con la lacónica música de cine negro pulsada por guitarras y saxos de la mano de Michael Kamen y Eric Clapton. Aquello era pura acción y estricto entretenimiento.
En su día, Warner Brothers tuvo una fe muy limitada en este producto. Fue Joel Silver el que abriría la veda con la confianza ciega en este tipo de cine a punto de encontrar su momento en Hollywood. Supuso un gran acierto en taquilla y daría pie a que películas como ‘Jungla de Cristal’ y ‘Depredador’, magnas obras del colosal John McTiernan (y de las que me hubiera gustado analizar en el Abismo) vieran la luz con derroche de medios. En su día algunos lo consideraron un espectáculo visto como machista, otros como una película intrascendente y menor. Pero ahí está en toda su integridad una rotunda ‘action-movie’ que marcó la estela del cine de acción posterior con aquella determinación ajustada a los parámetros de un género que viró con la llegada de este, vamos a decirlo ya, clásico de culto inagotable.
Por mucho que pasen los años, los fans de esta saga que, en su posterior desarrollo mantuvo la esencia y el espíritu iconográfico de su génesis, pero nunca estuvo a la altura, sigue siendo un filme con un poder y una fuerza inconfundible. Echando un vistazo atrás, se puede reafirmar que ya no se hacen películas como ‘Arma letal’. Y que con una cinta mítica como es el caso nunca estaremos “demasiado viejos para esto”. Seguro que los habrá (y muchos) que crean que todo este post “tiene muy poco peso”, pero lo cierto es que Riggs y Murtaugh siempre serán como dos viejos amigos con los que volver a disfrutar de aquellos tiempos en los éramos capaces de disparar a un hombre a un kilómetro de distancia y contraviento. En los que el cine de acción emocionaba y las películas pasaban directamente a ser un pequeño clásico que recordar. 25 años. Ahí es nada.

martes, 24 de julio de 2012

'Appetite for destruction' cumple 25 años

Este pasado sábado se cumplían 25 años del lanzamiento de uno de los discos considerados como trascendentales dentro del rock contemporáneo. El ‘Appetite for destruction’ de los Guns N’ Roses ha vendido más de treinta millones de copias en todo el mundo y llegó a consolidarse como un emblema icónico de una generación que vio revolucionado el panorama cambiante del heavy metal a final de la década de los 80. En 1987 el grupo, tras una gestación de vaivenes de componentes, salió a la venta después de que el grupo, bajo el sello Uzi Suicide Records, publicaran un primer trabajo en forma de EP en directo cuyo título fue ‘Live ?!*@ Like a Suicide’. Fue el comienzo. El encontronazo con Paul Stanley, de los míticos Kiss, no dio sus frutos a la hora de lanzar el que sería, a la postre, todo un éxito sin precedentes, pasando a ser producido por Mike Clink, que tenía bajo su tutela a otros clásicos del rock como Mötley, Megadeth o UFO.
Que el comienzo del álbum fuera un himno trascendental como el ‘Welcome to the jungle’ invitaba a lo que vendría a lo largo de todo el disco, a esa predisposición a la locura, a la rabia y el salvajismo de esa jungla como una gran ciudad devenida en peligroso paraíso de drogas y excesos. Abanderados por el gran William Bruce Rose, un tipo pelirrojo algo enclenque y excéntrico que vestía faldas escocesas, camisetas de leopardo, pañuelos en el pelo y lucía provocativos tatuajes traspasaría su propia estela de ‘rock star’ con el nombre que todo el mundo sigue recordando: Axl Rose. Sus contoneos en el escenario peculiarizaban la insurrección desbocada que hacía extensible ese tono indócil y contestatario en la no me nos simbólica imagen y estilo de su guitarrista principal, Saul Hudson “Slash”, con enigmático pelo afro que impedía dejar ver sus ojos y sombrero de copa junto a aquella mitológica réplica especial de la Gibson Les Paul del 59 confeccionada por Chris Derrig. Izzy Stradlin, Duff y Steven Adler completaban a aquel grupo primigenio que fue cambiando del miembros en su posterior descomposición y decadencia como banda.
Los Guns N’ Roses irrumpieron en el mundo de la música con fuerza, pero también crearon un distintivo a la hora de darse a conocer, vendiendo, además de su poderosa fuerza musical, una imagen, una idiosincrásica y característica forma de vivir el ‘rock and roll’. La idea del libre albedrío, de hacer lo que les saliera de los cojones dentro y fuera del escenario con una actitud autodestructiva y autocomplaciente con su ambición y posterior éxito fueron el marchamo que a ellos les gustaba adjudicarse. Su rollo de banda de delincuentes funcionaba a la perfección en la juventud, que les veía como esos chicos malos que provenían de familias disfuncionales y con ciertos problemas de disciplina. Era la realidad. Tanto las letras del ‘Appetite…’ como sus constantes problemas de disciplina y escándalos que terminaban en comisaría conferían al grupo de Los Ángeles esa ambición prototípica rockera a la hora de hacer realidad el sueño de cualquier grupo de chavales con talento que se lanzan a vivir una fantasía de sexo, rock and roll, alcohol y drogas con el única pauta del ‘carpen diem’. No importaban las consecuencias de los actos y los doce cortes del disco reflejaban esa explosiva mezcla de violencia, apego sicalíptico y plétora de alucinógenos. Un disco hijo de su tiempo que refleja aquel momento de anarquía de una juventud desconcertada que encontraba un dudoso reposo en todo tipo de abusos inmoderados envueltos en una mezcla de heavy, glam, punk y rock clásico. Las cacareadas peleas entre ellos, el caos que suponía albergarles en cualquier hotel o local, los destrozos una antigua casa del clásico cineasta Cecile B DeMille derivaban en una falta de respeto abusiva que funcionó como una estrategia comercial estudiada y eficaz. Tanto, que para lanzarles bajo esa condición de macarras provocadores, llegaron a estar vetados en la siempre políticamente correcta MTV en horarios de madrugada. Después, el magnate de la cadena, David Geffen, sería el productor de sus siguientes discos. Toda una jugada.
Pese a que siempre fue un grupo víctima del marketing y algo artificioso en el espíritu de representar el rock y la música, ‘Appetite for destruction’ dejaba claro la abrumante calidad de aquel incendiario conjunto. Destacando, de entrada, ese chillido potente que sostenía un falsete desmedido y rítmico de un cantante diferente que extendía su amplia variedad de registros vocales hasta límites insospechados. Axl era el reclamo. El líder, el puto amo sobre el escenario que dilataba la grandeza de su vocalidad a través de la interacción de las guitarras entre Slash y Izzy Stradlind. Los Guns N’ Roses se autodefinieron musicalmente desde su comienzo con estilo propio e inconfundible que abrieron la puerta a una generación que se denominó L.A. Hard Rock con sus incisivas guitarras y sus riffs contundentes, ajenos a los convencionalismos y sin perder esa perspectivas e influencias de grupos como Aerosmith, New York Dolls, Kiss y clásicos como Led Zeppelin o los Rolling. Los Guns recogieron el testigo de esa filosofía de “sex, drugs & rock ‘n’ roll” de Mötley Crue o Twisted Sister para darle la vuelta y llevarla más allá. La visceralidad de sus letras y su ejecución convivían con esa condición variable de crudeza versátil subrayada con una cantidad de recursos alucinantes capaces de transmitir ese tono salvaje, peligroso y corrosivo con el que querían ser identificados.
Las antológicas ‘Welcome to the jungle’, ‘Paradise city’ y ‘Sweet child o’ mine’ fueron pelotazos absolutos, realmente representativos de un disco que incluía intenciones y letras plagadas de alusiones al alcohol de garrafón, como en ‘Nightrain’ a la continua adicción a las drogas, como en ‘Mr. Brownstone’ y ‘Paradise City’, desplegando una serie de alusiones subjetivas al paraíso de corrupción que se vivía en Los Ángeles a finales de los 80 o con jadeos de sexo real entre Axl y una antigua novia llamada Adriana Smith en ‘Rocket Queen’. Por supuesto, hubo quien dejó escapar la oportunidad para hacer aún más polémica acusando al grupo de un ejemplo de apologético ejemplo ensalzando el alcoholismo, misoginia y homofobia. Un grupo creado desde y para la controversia, como ejemplificaba la portada original del disco creada por Robert Williams donde un Cyborg que acababa de violar a una chica y que tuvo que ser sustituida por otra más convencional en forma de cruz con los rostros cadaverizados de sus componentes.
Un disco cuyas enfurecidas canciones se convertirían en la banda sonora de una generación, siendo capaz de recoger la invaluable esencia de una época inolvidable para los que la vivimos con toda la intensidad posible. Tras el ‘Appetite’ los Guns N’ Roses consolidaron su cetro como reyes del panorama musical con los imprescindibles volúmenes ‘Use your illusion’ para vivir una debacle personal y artística que se tradujo en dos discos muy espaciados en el tiempo como fueron ‘Spaghetti incident’ o ‘Chinese Democracy’ carentes de la magia de los tres primeros. No obstante, este hecho no resta la grandeza de un grupo que lideró la iconografía norteamericana musical de finales de los 80 y principios de los 90 y sobre todo en la escena musical posterior. Ha pasado un cuarto de siglo y aún hoy, en la revisión nostálgica de los clásicos, este álbum ejemplar, puesto a toda hostia y con la actitud evocadora necesaria, sigue siendo impresionante. Haced la prueba y dejaros llevar por el sublime debut de aquella banda legendaria que pasó a ser Historia de la música. Abrid una lata de cerveza, encendeos un cigarro de la risa, evocad aquellos años y veréis que todavía sigue estando vigente: ¿Where do we go now? ¿Where do we go now?

viernes, 13 de julio de 2012

El desolador panorama de los recortes y la crisis

El pasado miércoles España vivió uno de sus episodios más lamentables de su democracia. Una desvergüenza que no entiende a la lógica, que desgrana un país bajo la potestad de la indignación y golpeado hasta la saciedad por la incompetencia de los representantes que no representan al pueblo. Con las medidas de recortes tan brutales se han dado una patada a la coherencia, destruyendo la esperanza, descendiendo varios peldaños hacia atrás, sumiendo aún más a un país en una crisis que va más allá de la economía. Estamos hablamos de la caída estructural de la misma. Todos sabemos que es sólo el principio del fin. Porque entendemos que estaremos varios años más en constante recesión. Llegan años de caídas y desplomes del consumo, de bajadas de producción, de descensos de las importaciones y exportaciones, de emigración y falta de puestos de trabajo. Los salarios basura se verán como única salida a las diversas situaciones personales de unos ciudadanos de clase media y baja hundidos en el fango creado por unos miserables con graves carencias psicológicas.
Llevamos tiempo en un pozo sin fondo, con una prima de riesgo que no sólo ha batido todos los récords, si no que está peor que nunca, que ha dejado la solvencia de España bien instalada en el bono basura con seguros sobre impago de deuda del Tesoro a la alza y una Bolsa demolida con inversores y mercados dando la espalda con total congruencia. Estamos viviendo la peor etapa de España en su Historia Contemporánea, con una panda de babosos a los que tenemos que llamar Gobierno incapaces de transmitir cualquier plan para solventar la economía, con decisiones más cercanas al absurdo que la sensatez. Este gobierno, respaldado por aquellos que le precedieron o que operan como satélites extrayendo beneficios unilaterales de la política, ese cáncer incurable que vivimos en la sociedad actual han ido ejecutando paulatinamente a una nación, empezando por la permisividad con la que los Gobiernos del PP y del PSOE tomaron respecto aquella burbuja inmobiliaria nos está saliendo cara. La estrategia de echarse la culpa entre ellos ha derivado en una tramoya de subnormales balbuceando falacias, engaños y embustes. España es una nación corroída por la estupidez y la inoperancia de aquellos que se lavan las manos ante sus execrables acciones para seguir manchándoselas sin ningún tipo de prejuicio ético con más dinero público mientras la gente empieza a pasar hambre. El engaño y la ineptitud parecen ser los únicos motores de estos buitres que viven a cuerpo de rey mientras las demás clases se vienen abajo.
Cuando entre todos se descojonaban con esas promisorias fusiones como la de Bankia y otras cajas de ahorros autonómicas, ya sabían que el estado de Bienestar iba a ser una idea del pasado reciente. El sector financiero está abierto en canal y España ha pedido el rescate a Europa para recapitalizar la banca. El malestar social, la pobreza y la desigualdad que nutrirán el presente y futuro a largo plazo como nueva realidad que nos toca vivir parece no ser un obstáculo para aquellos que miran desde arriba, mofándose de los ciudadanos con esa farsa de creencia baladí que supondría el ilusorio crecimiento económico. Ya nadie les cree. Ni siquiera cuando tratan de vender un rescate en toda regla como un “un apoyo financiero en condiciones ventajosas”. Somos un país incapaz de abrir ninguna puerta al crecimiento o en materia de desarrollo económico y social. Esto, hoy en día, es y seguirá siendo así.
La magnitud y ferocidad de la actual situación social y económica es responsabilidad única y exclusiva de unos bastardos que han dejado en manos la gerencia y el futuro del país para que otros terminen por imponer una tiranía económica que acabará por agotar las libertades y provocarán el dominio absoluta de la población. La distopía ya ha comenzado hace tiempo. Mariano Rajoy, ése sujeto cuyos calificativos más obscenos, insolentes y abusivos (y con él, a todos esos retrasados que aplaudieron cada hachazo que se daba la gente más desfavorecida del país), ha venido adulterando e incumpliendo todo aquello que negaba cuando salió elegido presidente. Maldito el día. Primero, subiendo el IRPF y el IBI, después aprobando una reforma laboral que favoreciera el despido y beneficiara al que despide, poniéndoselo fácil. También el defraudador tendrá acceso a una amnistía fiscal que podrán pagar tan sólo un 10% del dinero defraudado y recortó 10.000 millones de euros en sanidad y educación, ha implantado el “copago” (es decir, que el ciudadano, considerado ya como una chusma para la clase política, está pagando dos veces por la Sanidad), donde los pensionistas ya empiezan a sentir el primero de muchos “detallitos” con ellos. El miércoles le dio una hostia bien dada al consumo nacional al aplicar una subida histórica de tres puntos en el tipo general (que se sitúa en el 21%) y de dos en el reducido (10%). Incluso los funcionarios se unen al carro de la desafuero del circo de romanos que suponen estas medidas; primero aumentando su jornada de trabajo y ahora robándoles la paga extra de Navidad. Lo próximo, serán la congelación y bajadas de salarios y pensiones, alargar la edad de la jubilación. Y más impuestos, por supuesto.
Pagando justos por pecadores
La coyuntura está teñida de incertidumbre y miedo, ya que se prevé, como consecuencia de los nefastos mandatos que han ido encadenando esos despreciables delincuentes, una oscura etapa de desesperanza y hambre que abrirán un proceso mucho más virulento de conflictividad social. Es la única salida a tanta insensatez. La erosión social está gestando consecuencias que serán irreversibles en el futuro más inmediato. El fin de la democracia y de las libertades puede sonar como algo apocalíptico. Pero no es está tan lejos como pensamos. Decía Amable Pérez Oliva, que darles 100.000 millones de euros a los que antes malgastaron esa misma cantidad es como pillar a un violador de niños confeso y en vez de meterle en la cárcel, darle un puesto de bedel en un colegio. La frase es extrema, pero da que pensar. Esta crisis, al fin y al cabo, la van a pagar los que menos tienen, que supondrá un efecto a la baja en el gasto de los hogares, lo que perjudicaría la recuperación y cargar como una losa en la recaudación del Estado a corto plazo. La solución más sencilla era torturar al que menos tiene con más impuestos. Se trata de financiar la malversación de los poderosos, la haraganería de las clases altas. De ahí que todas las medidas no afecten en absoluto a los que más tienen. Hay que insistir en que se acabó el estado de bienestar, pero no para todos.
Los salarios, privilegios y pensiones vitalicias de alto rango y de la clase política siguen intactas ante los recortes, con sus gobernantes, oposición, partidos alternativos, ministros, diputados, asesores, jefes de gabinete contando a manos llenas sus sueldos mientras se descojonan de aquellos a los que están cercenando su vida diaria. Tampoco se han dispuesto a clausurar gobiernos militares y vender pisos y terrenos de defensa, ni a cerrar embajadas ni disminuir el gasto de éstas. La Iglesia Católica y su mafia oscura de vampirización de dinero y subvenciones tampoco se ha tocado (11 mil millones de dinero público para esta dictadura monetaria disfrazada de farsa católica). Una de las medidas necesarias era la de cuestionar las competencias de ayuntamientos y diputaciones, que sólo sirven para succionar dinero repartido entre inoperantes altos cargos que miran con desdén esta crisis. Ninguna medida que equilibre el problema haciendo que las grandes fortunas queden impunes a los recortes. Tampoco se ha trazado ninguna tasa a las grandes corporaciones, que dominan en gran parte el mundo en que vivimos. Es ridículo que los que menos tienen asistan a esta patraña que, como era de prever, tampoco involucra a la familia real, que sigue disfrutando de una suculenta partida astronómica destinada a alimentar con lujo a una estirpe plagada de inútiles que ha pasado del “campechanismo” a dar vergüenza ajena. Los sindicatos, esos que se aferran a su fuente constitucional para seguir viviendo del cuento, deberían dar ejemplo y comenzar a sentar las bases de un cambio autofinanciándose exclusivamente con las cuotas de sus afiliados. Otro asunto que tampoco ha visto afectada su agujero es el tema de las autonomías, que totalizan la cifra de 86.000 millones de euros al año; utilizando 1,8 millones de empleados para hacer lo que el Estado hacía con mucho menos de un millón. A cambio, la salud está cada vez más lejos del que menos tiene. La educación y las becas serán accesibles únicamente a los más acaudalados. A todos estos estafadores y deplorables personajes se la suda que los impuestos y los servicios sociales desequilibren las diferencias entre las clases, ni que esto se traduzca en que la grieta de educación y de salud tenga como consecuencia una reducción del crecimiento. Se dirá que clases medias podrán mantener el poder de compra, pero lo cierto es que cuando se precariza el empleo, se abusa de la totalidad de la sociedad, se encarece la cesta de la compra, recortando servicios básicos lo que se busca es debilitar la protección social vitales para millones de personas y poder abarcar más poder y dinero ocultando con ellos una red de conspiraciones e intereses económicos.
La etapa de crecimiento sostenido, la misma que desde mediados de la pasada década fue deshinchándose como un globo con las paupérrimas políticas de redistribución de la riqueza, se va al traste con una facilidad asombrosa. Todo por seguir formando parte de la UE, un proyecto inacabado que huele a fracaso y a descomposición por la nulidad de todos los que se reúnen multitud de veces para cenar, charlar y pasar unos días en diversas capitales de Europa bajo una esfera de ostentosidad perceptible en los costosos boatos que despliegan. Y así flexibilizará los plazos de rebaja del déficit y llevar dinero a través del Banco Europeo de Inversiones y de los fondos estructurales para espolear la descalabrada economía española. Es decir, que han logrado tener un poder total sobre nosotros desde el exterior. Es la forma en que estos tenebrosos payasos sin gracia fomentan un nuevo modelo de terrorismo, mucho más desolador que la utilización de esa violencia adormecida de aquellos que dejamos que unos cuantos nos estén quitando la esperanza y el futuro. Cuando miramos hacia delante la sensación de miedo es consecuente; servicios mínimos insuficientes, desconcierto popular y rumores fundamentados de catástrofe social. El acto de la diputada del PP Andrea Fabra simboliza la voz de toda una clase política ante el derrumbe del país. Su grito “que se jodan” dirigido a los parados y a los afectados por la crisis es el emblema de toda esta chusma rastrera y extensible a los demás políticos de España.
Y mientras tanto, la conciencia colectiva permanece idiotizada, amedrentada por todo lo que está pasando. Pronto llegará la supresión de libertad de expresión y seguimos sin tener un agitador o agitadores de masas que inviten con su temeridad a salir de la inopia. Ya no basta con salir a la calle a protestar, porque el menosprecio seguirá vigente ante los gritos y las quejas. Las pancartas y los lamentos no tienen efecto. Tal vez habría que pensar en un golpe de efecto, siguiendo las directrices de responsabilidad individual liberalistas manifestadas por Spencer, Tocqueville, Jefferson o Hayek, en la búsqueda de una arriesgada propuesta utópica que encontrara la destrucción de los símbolos políticos y estatales y cuyo propósito final fuera el de movilizar a la sociedad y recordar al colectivo, a la gran masa que somos todos, que los ciudadanos son los auténticos y únicos preceptores de su destino. Mientras no hagamos esto, seguiremos pagando nuestra propia esclavitud. Llevamos demasiados años cerrando los ojos ante una situación que se ha infectado transformándose en un problema común. Es lo que hay.

lunes, 9 de julio de 2012

Se va el mítico Ernest Borgnine, uno de los nuestros

La oportunidad de actuar llegó de forma tardía a la vida de Ernest Borgnine. Después de combatir en la Segunda Guerra Mundial, cumplidos los 31 años, debutó con ‘Harvey’ sobre un escenario y en la gran pantalla lo haría tres años más tarde, en ‘China Corsair’ y bajo las órdenes de Robert Siodmack en ‘The Whistle at Eaton Falls’. Dotado con un rostro familiar que acercaba al espectador, a esa normalidad tan infrecuente en la era dorada de Hollywood que simbolizaba la perfección inalcanzable, Borgnine sobresalió con ese rostro imperfecto y cercano que tan bien interpretó siempre en pantalla. Comenzó dando vida a algún desalmado con cara de bruto en filmes de gran enjundia como ‘De aquí a la eternidad’, de Fred Zinnemann, ‘Veracruz’, de Robert Aldrich o ‘Conspiración de silencio’ de John Sturges. Sin embargo sería con esa naturalidad que desprendía y la ternura rústica que emanaba la que le llevaría a lo más alto con ‘Marty’, donde encarnaba a un carnicero solterón enamorado de una tímida institutriz y que le supuso un Oscar y un premio como mejor actor en el Festival de Cannes.
La constatada rudeza e identificación con el villano tosco en el que empezaba a encasillarse le llevaron a desplegar su talento en la televisión, alejado del cine, como el oficial de la Marina Quinton McHale en la serie ‘Barco a la vista (McHale’s Navy’), con la que obtuvo su primer premio Emmy. Con Aldrich rodó ‘El vuelo del Fénix’, la mítica ‘Doce del patíbulo’, ‘La leyenda de Lylah Clare’, ‘El emperador del Norte’ y ‘Destino fatal’, además de envidiables títulos entre los que destacan ‘Johnny Guitar’, de Nicholas Ray, ‘Jubal’, de Delmer Daves, ‘Los vikingos’, de Richard Flesicher, ‘La revolución de las ratas’, de Daniel Mann o ‘La aventura del Poseidón’, de Ronald Neame. A Borgnine se le conocerá siempre por su valía como secundario capaz de eclipsar al protagonista, por ese tipo de porte simplón que puede llegar a ser peligroso, como en su inolvidable Dutch Engstrom para Sam Peckinpah en ‘Grupo Salvaje’ o su estampa más entrañable como el taxista Cabbie de ‘1997: Rescate en Nueva York’, de John Carpenter.
Otros dos Emmys (la versión televisiva de ‘Sin novedad en el frente’ y un capítulo de la serie ‘Urgencias’) y una incesable carrera que llenó una filmografía vasta y fructífera es el gran logro de esa estirpe de actor incombustible y clásico. Uno de los grandes, sin duda.

lunes, 2 de julio de 2012

Eurocopa 2012: La selección española que logró la épica legendaria

Cuando la selección de Vicente del Bosque jugó contra Croacia, en el tercer partido de clasificación donde se jugaba la primera plaza del grupo C, venía de dar una doble versión; por una parte, tiró de oficio contra Italia en la ciudad polaca de Gdansk en un empate definido en un juego que no traicionó en absoluto a esa España conocida, pero que generó las primeras dudas cuando en la alineación se renunció a un “nueve” tradicional. Cuando le tocó un rival infinitamente más asequible, la selección le pasó por encima a una Irlanda con un contundente 4-0 que, de momento, recuperaba la sensación aparente de las últimas grandes citas.
Sin embargo, contra la Croacia de Slaven Bilic la cosa recuperó ese tinte desdibujado con un empaque menos rompedor y más especulador ante un equipo que le puso las cosas más difíciles de lo esperado. Fue un partido correoso donde diluido ese posible “biscotto” del que se hablaba por parte de algunos medios italianos (un empate a dos dejaba fuera a los ‘azzurri’), la posesión nunca se le discutió a España, pero aún así lo pasaron mal. Mucho más de lo esperado. Sólo cuando la defensa croata se abrió con los cambios ofensivos de su selección, la velocidad de conjunción entre Cesc Fábregas, Andrés Iniesta y Jesús Navas lograron abrir el tarro de las esencias, el gol dejaba a España clasificada y otro nombre de nuevo reclamando el necesario protagonista de estas grandes citas: Casillas, como siempre, estuvo absolutamente prodigioso.
Las preguntas que se suscitaron ante el obcecado planteamiento de Del Bosque fueron desde la mera autocrítica (gente como Javi Martínez e Iniesta reconocieron esa falta de profundidad habitual) hasta los apocalípticos que auguraban el peor de los desenlaces para esta “Roja” capaz de hacer sufrir al aficionado pero con un objetivo claro y preciso: no renunciar a la idea de su seleccionador. Del Bosque iba a seguir siendo fiel a un estilo determinado, sin modelar ni retocar los aspectos criticados. El seleccionador ha seguido una línea recta, un modelo que muchos veían desequilibrado, sin la severidad que ha convertido a este equipo en el más importante de los últimos tiempos. Un sabio sosegado que ya venía advirtiendo, con su impertérrita educación, que todo el mundo siendo pesimista sin motivos y que, de repente, la afición “había pasado de ricos a pobres y no sabía valorar lo que teníamos”.
Incluso cuando España ganó sin miramientos a una selección francesa ahogada en sus propias limitaciones y la imposibilidad de jugarle a este equipo o con algo más de dificultad se comentaba lo poco que se había celebrado el pase a semifinales ¿Producto de la situación de crisis del país? Puede ser. La confianza del seguidor, del hincha que observa con ilusión un espejo en el que mirarse para eludir la fea rutina que nos rodea, también es propensa a no ver claro nada. Y menos en estos tiempos. Una pena que los que manipulan y golpean la estabilidad social no posean la honestidad y los valores del técnico salmantino. Porque él sabía que, en el fondo, muchos periodistas, sus detractores y ciertos sectores de la afición se equivocaban.
Llegados a este punto, tampoco hizo mucho caso a la prensa internacional, que por entonces tildaba el fútbol de España como “aburrido”. A Francia la desactivó frontalmente, por las bandas, en el campo… El equipo de Laurent Blanc pareció un muñeco en manos de un niño. Las dos serias amenazas, Ribéry y Benzema, nunca aparecieron. Y Xabi Alonso deslumbró justamente en su partido número 100 con dos goles. El fútbol-control, el “Tiki-taka”, la posesión, el equilibrio y la circulación del balón meditada y rápida seguían siendo las señas de identidad de un equipo donde prima lo colectivo, donde las individualidades no existen. Por eso, Portugal, el rival de semifinales tampoco pudo franquear la meta de Casillas.
Los de Paulo Bento salieron a morder, imponiendo una exigencia altísima que consiguió que hubiera apenas profundidad ni espacios ante la intensidad y la presión, sólo rota cuando la verticalidad de los hombres de medio campo impusieron algo de tensión hacia adelante. Si no se podía parar a España dentro de la legalidad, ahí estuvo Pepe para mostrar a ese jugador impío y esquizofrénico protagonista de tantas muestras de ignominia deportiva. Portugal tampoco encontraba su sitio y no podía mantener el balón, siempre en posesión de España. Y llegó la prórroga. Y se enseñó a los portugueses que con 48 horas menos de descansado se podía exprimir a un ritmo de escándalo y crear más juego en media hora que en todo el partido. Primero, con Iniesta a punto de marcar con un pase de Jordi Alba (auténtica revelación del campeonato) y luego con una falta de Sergio Ramos y la insistencia de una selección volcada hacia la portería contraria.
Portugal había desaparecido. Algo extensible en los temidos penalties. Una lotería con muchos alicientes añadidos; la pugna entre Iker Casillas y Rui Patricio que habían sido muros infranqueables durante el choque, Cristiano Ronaldo, que no quiso asumir el primer lanzamiento para reservarse un hipotético último penalty y consagrarse así como el héroe, la necesidad de Cesc de repetir la gesta de hace cuatro años en la tanda contra Italia o el morbo de ver otro penalti ejecutado por Ramos después de su fracaso desde los once metros contra el Bayern de Munich meses atrás y que dejó a su club fuera de la Final de la Champions. Mucha tensión y expectación. El resultado: otro histórico pase a una final de Eurocopa con esa explosión de júbilo que devolvió la sonrisa a todos y concilió posturas encontradas. La madurez de este equipo se había consolidado con el sufrimiento, con el convencimiento de los campeones. Portugal fue un digno rival, pero delante tenía a un colectivo que estaba a punto de escribir sus nombres con letras de oro.
Cuando la selección española se enfrenta a Italia es imposible no traer a la memoria aquel codazo de Mauro Tassotti a Luis Enrique en el Mundial de Estados Unidos el 9 de julio de 1994. Viejos presagios que ya fueron saldados en la anterior Eurocopa en la que la Maldición de los Cuartos se dinamitó frente aquella selección que, hoy en día, ha adaptado su modelo a un fútbol más acorde con los tiempos que corren. Italia ya no es ese conjunto que fomenta el ‘catenaccio’. Su entrenador, Cesare Prandelli, ha llevado a cabo una brillante renovación de estilo que deja atrás el mítico cerrojo italiano y falsas artes para lograr la victoria. La selección italiana había expuesto, junto a Alemania y a Portugal, el juego más válido en esta Eurocopa. Tanto, que contra la todopoderosa escuadra bávara, lució instinto y pegada fiscalizando el juego a través de ese fenómeno que ha sido durante este mes Andrea Pirlo y apuntilló a los hombres de Joachim Löw con dos cisuras en forma de gol en los pies del díscolo y controvertido Mario Balotelli.
España e Italia. Una final de ensueño. Ya no existe aquel miedo escénico que confabulaba la mala suerte a un posible resultado. España salía al Olímpico de Kiev conocedora de su faceta de favorita, respetando a un rival muy poderoso, pero con una meta histórica: ser el único equipo de los fastos del balompié capaz de urdir un triplete de Eurocopa-Mundial-Eurocopa consecutivo. Y así fue. España y el mundo entero disfrutaron de la Mejor Selección de Futbol de la historia, con un juego único e irrepetible, trazando con perfección una gesta que nadie podrá olvidar jamás.
Las palabras de Xavi Hernández que aceptaban que no había estado tan trascendente y determinante como en anteriores campeonatos se borraron desde el inicio de partido. Apareció su mejor versión en el momento indicado. El cerebro que hace que el mecanismo y engranaje de todos opere como un reloj suizo salió a la luz e hizo en esta selección caracterizada por la alegría del fútbol, en constante crecimiento, abrumando con esa conducción del balón admirable. La magia volvió a tener sentido en las botas de un equipo destinado a la gloria donde el colosal Iniesta había viniendo sido el valuarte referente de un equipo ganador. No obstante, el de Fuentealbilla ha sido considerado el mejor jugador del torneo. Por supuesto, en la final, tampoco falló. Antes de cumplirse el cuarto de hora de partido, Cesc, el tan criticado falso “nueve”, se fue directo como una exhalación hacia el fondo del área para amagar y ponerle el pase a la cabeza de Silva. España estallaba de júbilo. La final deseada estaba al alcance de las manos. Los italianos, con un Pirlo anulado y con una delantera desaparecida, no podían ser más que observadores de lujo de tan bella propuesta futbolística, pese a que el potencial ‘azzurro’ intentó asestar algún zarpazo por alto. Pero ahí estaba como siempre Casillas.
Bordeando el descanso, Xavi se inventó un pase medido a ese expedito chaval incansable que es Jordi Alba y logró batir a Buffon en un mano a mano que dejó el 2-0 y al público en éxtasis de alegría desbordada. La segunda parte fue una fiesta. Una lección total del fútbol que ha hecho tan grande a este conjunto de amigos dentro y fuera del campo. Los límites se abren a la imaginación cuando un equipo juega de forma similar. Torres saldría a rematar la noche; en primer lugar, con un gol que le convertía en el único delantero en marcar sendos goles en dos finales distintas en este campeonato. El otro, para asistir a Juan Mata, que había ingresado en el terreno de juego un minuto antes y devolverle el apoyo moral que éste le ha ofrecido en el Chelsea durante la temporada, en un año que Torres no podrá olvidar por distintas causas.
España era campeona de Eurocopa. Otra vez el cuento tenía el final feliz que todos queríamos. Y Del Bosque y los suyos lo lograron con un 4-0 que seguirá vivo en nuestras memorias cuando alguien nos hable de esa bestia negra llamada Italia. Hacía 92 años que la selección no ganaba a los italianos en competición europea. Italia ha cambiado tanto que incluso saben perder con dignidad, aunque sea por una goleada en la que el capitán español pedía respeto por el rival solicitando que no se alargara más la agonía italiana. La selección de Prandelli ha sido la mejor del campeonato si exceptuamos al campeón. España está a otro nivel. Y todos merecen el elogio consensuado porque así lo han demostrado: los Casillas, Valdés, Reina, Arbeloa, Ramos, Piqué, Jordi Alba, Juanfran, Javi Martínez, Albiol, Iniesta, Xavi, Xavi Alonso, Cesc, Cazorla, Busquets, Jesús Navas, Torres, Llorente (que mereció la oportunidad de formar parte de algún minuto disputado), Pedrito, Mata, Silva y Negredo son ejemplo de unidad, de humildad y honestidad con respecto a los grandes logros que obtienen como selección.
Una selección que supo dosificar sus fuerzas, que llegaba al límite a la final, pero que nunca cejó en su empeño de seguir siendo fieles a su estilo. Es lo que diferencia a este grupo de chavales de sus rivales, a los que desnaturaliza con su juego, logrando que los entrenadores antagonistas pretendan transformar la identidad de su selección sólo para intentar parar a España. Esta generación se perfila como irrepetible, como ilusionistas capaces de levantar la alegría de un país sumido en una profunda crisis y hacer olvidar, aunque sea transitoriamente, las subidas de impuestos, la prima de riesgo y la ineptitud gubernamental. A cambio ofrecen recuperaciones de balón, juego fluido, absoluta capacidad de ampliar el porcentaje de posesión, con gran acierto en los pases, creando espacios desde la pertenencia del esférico y obligando al contrario a recuperar muy atrás para recorrer todo el campo si quieren ver la portería de Casillas.
Un equipo que sabe competir, lidiando con cualquier tipo de inconveniente que surja, haciendo de sus errores un ejemplo de superación hasta obtener el máximo logro en el terreno de juego para asumir su propia idiosincrasia y ganar los partidos en función del desarrollo de los mismos. Son tantos los recursos y se conoce tan bien el seno interno del grupo, que el hecho de que importantes ausencias como las de David Villa y Carles Puyol puedan ser reordenadas con una estructura muy solidificada, sin buscar coartadas o excusas. Ahora todo el mundo sabe cómo juega España. Ésa viene siendo la dificultad con la que las demás selecciones intentan ponerle las cosas más difíciles al equipo de Del Bosque. Tampoco importa, porque estamos ante un entrenador modélico pormenoriza todas particularidades tácticas y estudia hasta el más mínimo detalle. Por ejemplo, tras la polémica que envolvió a ambos tras sus choques con sus clubes, Ramos y Piqué aprendieron a llevarse bien y con ello se transformaron en la pareja de centrales más resolutiva de la competición. Porque Del Bosque sabe reemplazar las piezas y amoldar las necesidades del equipo sin desistir en su ideología de un fútbol que, como se ha visto en este Europeo, todas las selecciones han intentado copiar sin éxito.
Esta selección española es genuina. En la honestidad de una idea llevada hasta las últimas consecuencias, en ese sistema moderno que funciona dentro de unos parámetros que desafían a los convencionalismos. Son una gran familia que ejemplifica la victoria compartiéndola con los suyos, con hijos, padres y esposas en el césped, dejando que así la felicidad se extienda a otros aspectos vitales. El del pasado domingo fue EL PARTIDO. El fútbol que logra que, durante noventa minutos, los problemas sean menos, que logra que generaciones de familias se fundan en abrazos emotivos, que la amistad albergue retazos comunes para recordarlos cuando la realidad vuelva a golpear nuestros sueños, que supongan una vía catártica ante tanto recorte, ante tanta injusticia y tomaduras de pelo. Eso es, en definitiva, parte fundamental de este espectáculo. Eso es lo que representa un equipo que desde el domingo ha pasado a ser leyenda que pervivirá en las páginas de la Historia.