lunes, 2 de julio de 2012

Eurocopa 2012: La selección española que logró la épica legendaria

Cuando la selección de Vicente del Bosque jugó contra Croacia, en el tercer partido de clasificación donde se jugaba la primera plaza del grupo C, venía de dar una doble versión; por una parte, tiró de oficio contra Italia en la ciudad polaca de Gdansk en un empate definido en un juego que no traicionó en absoluto a esa España conocida, pero que generó las primeras dudas cuando en la alineación se renunció a un “nueve” tradicional. Cuando le tocó un rival infinitamente más asequible, la selección le pasó por encima a una Irlanda con un contundente 4-0 que, de momento, recuperaba la sensación aparente de las últimas grandes citas.
Sin embargo, contra la Croacia de Slaven Bilic la cosa recuperó ese tinte desdibujado con un empaque menos rompedor y más especulador ante un equipo que le puso las cosas más difíciles de lo esperado. Fue un partido correoso donde diluido ese posible “biscotto” del que se hablaba por parte de algunos medios italianos (un empate a dos dejaba fuera a los ‘azzurri’), la posesión nunca se le discutió a España, pero aún así lo pasaron mal. Mucho más de lo esperado. Sólo cuando la defensa croata se abrió con los cambios ofensivos de su selección, la velocidad de conjunción entre Cesc Fábregas, Andrés Iniesta y Jesús Navas lograron abrir el tarro de las esencias, el gol dejaba a España clasificada y otro nombre de nuevo reclamando el necesario protagonista de estas grandes citas: Casillas, como siempre, estuvo absolutamente prodigioso.
Las preguntas que se suscitaron ante el obcecado planteamiento de Del Bosque fueron desde la mera autocrítica (gente como Javi Martínez e Iniesta reconocieron esa falta de profundidad habitual) hasta los apocalípticos que auguraban el peor de los desenlaces para esta “Roja” capaz de hacer sufrir al aficionado pero con un objetivo claro y preciso: no renunciar a la idea de su seleccionador. Del Bosque iba a seguir siendo fiel a un estilo determinado, sin modelar ni retocar los aspectos criticados. El seleccionador ha seguido una línea recta, un modelo que muchos veían desequilibrado, sin la severidad que ha convertido a este equipo en el más importante de los últimos tiempos. Un sabio sosegado que ya venía advirtiendo, con su impertérrita educación, que todo el mundo siendo pesimista sin motivos y que, de repente, la afición “había pasado de ricos a pobres y no sabía valorar lo que teníamos”.
Incluso cuando España ganó sin miramientos a una selección francesa ahogada en sus propias limitaciones y la imposibilidad de jugarle a este equipo o con algo más de dificultad se comentaba lo poco que se había celebrado el pase a semifinales ¿Producto de la situación de crisis del país? Puede ser. La confianza del seguidor, del hincha que observa con ilusión un espejo en el que mirarse para eludir la fea rutina que nos rodea, también es propensa a no ver claro nada. Y menos en estos tiempos. Una pena que los que manipulan y golpean la estabilidad social no posean la honestidad y los valores del técnico salmantino. Porque él sabía que, en el fondo, muchos periodistas, sus detractores y ciertos sectores de la afición se equivocaban.
Llegados a este punto, tampoco hizo mucho caso a la prensa internacional, que por entonces tildaba el fútbol de España como “aburrido”. A Francia la desactivó frontalmente, por las bandas, en el campo… El equipo de Laurent Blanc pareció un muñeco en manos de un niño. Las dos serias amenazas, Ribéry y Benzema, nunca aparecieron. Y Xabi Alonso deslumbró justamente en su partido número 100 con dos goles. El fútbol-control, el “Tiki-taka”, la posesión, el equilibrio y la circulación del balón meditada y rápida seguían siendo las señas de identidad de un equipo donde prima lo colectivo, donde las individualidades no existen. Por eso, Portugal, el rival de semifinales tampoco pudo franquear la meta de Casillas.
Los de Paulo Bento salieron a morder, imponiendo una exigencia altísima que consiguió que hubiera apenas profundidad ni espacios ante la intensidad y la presión, sólo rota cuando la verticalidad de los hombres de medio campo impusieron algo de tensión hacia adelante. Si no se podía parar a España dentro de la legalidad, ahí estuvo Pepe para mostrar a ese jugador impío y esquizofrénico protagonista de tantas muestras de ignominia deportiva. Portugal tampoco encontraba su sitio y no podía mantener el balón, siempre en posesión de España. Y llegó la prórroga. Y se enseñó a los portugueses que con 48 horas menos de descansado se podía exprimir a un ritmo de escándalo y crear más juego en media hora que en todo el partido. Primero, con Iniesta a punto de marcar con un pase de Jordi Alba (auténtica revelación del campeonato) y luego con una falta de Sergio Ramos y la insistencia de una selección volcada hacia la portería contraria.
Portugal había desaparecido. Algo extensible en los temidos penalties. Una lotería con muchos alicientes añadidos; la pugna entre Iker Casillas y Rui Patricio que habían sido muros infranqueables durante el choque, Cristiano Ronaldo, que no quiso asumir el primer lanzamiento para reservarse un hipotético último penalty y consagrarse así como el héroe, la necesidad de Cesc de repetir la gesta de hace cuatro años en la tanda contra Italia o el morbo de ver otro penalti ejecutado por Ramos después de su fracaso desde los once metros contra el Bayern de Munich meses atrás y que dejó a su club fuera de la Final de la Champions. Mucha tensión y expectación. El resultado: otro histórico pase a una final de Eurocopa con esa explosión de júbilo que devolvió la sonrisa a todos y concilió posturas encontradas. La madurez de este equipo se había consolidado con el sufrimiento, con el convencimiento de los campeones. Portugal fue un digno rival, pero delante tenía a un colectivo que estaba a punto de escribir sus nombres con letras de oro.
Cuando la selección española se enfrenta a Italia es imposible no traer a la memoria aquel codazo de Mauro Tassotti a Luis Enrique en el Mundial de Estados Unidos el 9 de julio de 1994. Viejos presagios que ya fueron saldados en la anterior Eurocopa en la que la Maldición de los Cuartos se dinamitó frente aquella selección que, hoy en día, ha adaptado su modelo a un fútbol más acorde con los tiempos que corren. Italia ya no es ese conjunto que fomenta el ‘catenaccio’. Su entrenador, Cesare Prandelli, ha llevado a cabo una brillante renovación de estilo que deja atrás el mítico cerrojo italiano y falsas artes para lograr la victoria. La selección italiana había expuesto, junto a Alemania y a Portugal, el juego más válido en esta Eurocopa. Tanto, que contra la todopoderosa escuadra bávara, lució instinto y pegada fiscalizando el juego a través de ese fenómeno que ha sido durante este mes Andrea Pirlo y apuntilló a los hombres de Joachim Löw con dos cisuras en forma de gol en los pies del díscolo y controvertido Mario Balotelli.
España e Italia. Una final de ensueño. Ya no existe aquel miedo escénico que confabulaba la mala suerte a un posible resultado. España salía al Olímpico de Kiev conocedora de su faceta de favorita, respetando a un rival muy poderoso, pero con una meta histórica: ser el único equipo de los fastos del balompié capaz de urdir un triplete de Eurocopa-Mundial-Eurocopa consecutivo. Y así fue. España y el mundo entero disfrutaron de la Mejor Selección de Futbol de la historia, con un juego único e irrepetible, trazando con perfección una gesta que nadie podrá olvidar jamás.
Las palabras de Xavi Hernández que aceptaban que no había estado tan trascendente y determinante como en anteriores campeonatos se borraron desde el inicio de partido. Apareció su mejor versión en el momento indicado. El cerebro que hace que el mecanismo y engranaje de todos opere como un reloj suizo salió a la luz e hizo en esta selección caracterizada por la alegría del fútbol, en constante crecimiento, abrumando con esa conducción del balón admirable. La magia volvió a tener sentido en las botas de un equipo destinado a la gloria donde el colosal Iniesta había viniendo sido el valuarte referente de un equipo ganador. No obstante, el de Fuentealbilla ha sido considerado el mejor jugador del torneo. Por supuesto, en la final, tampoco falló. Antes de cumplirse el cuarto de hora de partido, Cesc, el tan criticado falso “nueve”, se fue directo como una exhalación hacia el fondo del área para amagar y ponerle el pase a la cabeza de Silva. España estallaba de júbilo. La final deseada estaba al alcance de las manos. Los italianos, con un Pirlo anulado y con una delantera desaparecida, no podían ser más que observadores de lujo de tan bella propuesta futbolística, pese a que el potencial ‘azzurro’ intentó asestar algún zarpazo por alto. Pero ahí estaba como siempre Casillas.
Bordeando el descanso, Xavi se inventó un pase medido a ese expedito chaval incansable que es Jordi Alba y logró batir a Buffon en un mano a mano que dejó el 2-0 y al público en éxtasis de alegría desbordada. La segunda parte fue una fiesta. Una lección total del fútbol que ha hecho tan grande a este conjunto de amigos dentro y fuera del campo. Los límites se abren a la imaginación cuando un equipo juega de forma similar. Torres saldría a rematar la noche; en primer lugar, con un gol que le convertía en el único delantero en marcar sendos goles en dos finales distintas en este campeonato. El otro, para asistir a Juan Mata, que había ingresado en el terreno de juego un minuto antes y devolverle el apoyo moral que éste le ha ofrecido en el Chelsea durante la temporada, en un año que Torres no podrá olvidar por distintas causas.
España era campeona de Eurocopa. Otra vez el cuento tenía el final feliz que todos queríamos. Y Del Bosque y los suyos lo lograron con un 4-0 que seguirá vivo en nuestras memorias cuando alguien nos hable de esa bestia negra llamada Italia. Hacía 92 años que la selección no ganaba a los italianos en competición europea. Italia ha cambiado tanto que incluso saben perder con dignidad, aunque sea por una goleada en la que el capitán español pedía respeto por el rival solicitando que no se alargara más la agonía italiana. La selección de Prandelli ha sido la mejor del campeonato si exceptuamos al campeón. España está a otro nivel. Y todos merecen el elogio consensuado porque así lo han demostrado: los Casillas, Valdés, Reina, Arbeloa, Ramos, Piqué, Jordi Alba, Juanfran, Javi Martínez, Albiol, Iniesta, Xavi, Xavi Alonso, Cesc, Cazorla, Busquets, Jesús Navas, Torres, Llorente (que mereció la oportunidad de formar parte de algún minuto disputado), Pedrito, Mata, Silva y Negredo son ejemplo de unidad, de humildad y honestidad con respecto a los grandes logros que obtienen como selección.
Una selección que supo dosificar sus fuerzas, que llegaba al límite a la final, pero que nunca cejó en su empeño de seguir siendo fieles a su estilo. Es lo que diferencia a este grupo de chavales de sus rivales, a los que desnaturaliza con su juego, logrando que los entrenadores antagonistas pretendan transformar la identidad de su selección sólo para intentar parar a España. Esta generación se perfila como irrepetible, como ilusionistas capaces de levantar la alegría de un país sumido en una profunda crisis y hacer olvidar, aunque sea transitoriamente, las subidas de impuestos, la prima de riesgo y la ineptitud gubernamental. A cambio ofrecen recuperaciones de balón, juego fluido, absoluta capacidad de ampliar el porcentaje de posesión, con gran acierto en los pases, creando espacios desde la pertenencia del esférico y obligando al contrario a recuperar muy atrás para recorrer todo el campo si quieren ver la portería de Casillas.
Un equipo que sabe competir, lidiando con cualquier tipo de inconveniente que surja, haciendo de sus errores un ejemplo de superación hasta obtener el máximo logro en el terreno de juego para asumir su propia idiosincrasia y ganar los partidos en función del desarrollo de los mismos. Son tantos los recursos y se conoce tan bien el seno interno del grupo, que el hecho de que importantes ausencias como las de David Villa y Carles Puyol puedan ser reordenadas con una estructura muy solidificada, sin buscar coartadas o excusas. Ahora todo el mundo sabe cómo juega España. Ésa viene siendo la dificultad con la que las demás selecciones intentan ponerle las cosas más difíciles al equipo de Del Bosque. Tampoco importa, porque estamos ante un entrenador modélico pormenoriza todas particularidades tácticas y estudia hasta el más mínimo detalle. Por ejemplo, tras la polémica que envolvió a ambos tras sus choques con sus clubes, Ramos y Piqué aprendieron a llevarse bien y con ello se transformaron en la pareja de centrales más resolutiva de la competición. Porque Del Bosque sabe reemplazar las piezas y amoldar las necesidades del equipo sin desistir en su ideología de un fútbol que, como se ha visto en este Europeo, todas las selecciones han intentado copiar sin éxito.
Esta selección española es genuina. En la honestidad de una idea llevada hasta las últimas consecuencias, en ese sistema moderno que funciona dentro de unos parámetros que desafían a los convencionalismos. Son una gran familia que ejemplifica la victoria compartiéndola con los suyos, con hijos, padres y esposas en el césped, dejando que así la felicidad se extienda a otros aspectos vitales. El del pasado domingo fue EL PARTIDO. El fútbol que logra que, durante noventa minutos, los problemas sean menos, que logra que generaciones de familias se fundan en abrazos emotivos, que la amistad albergue retazos comunes para recordarlos cuando la realidad vuelva a golpear nuestros sueños, que supongan una vía catártica ante tanto recorte, ante tanta injusticia y tomaduras de pelo. Eso es, en definitiva, parte fundamental de este espectáculo. Eso es lo que representa un equipo que desde el domingo ha pasado a ser leyenda que pervivirá en las páginas de la Historia.

jueves, 28 de junio de 2012

HELLRAISER: Hellbound's Heart (I)

25 años desgarrando almas
Este año se cumple un cuarto de siglo del estreno de este clásico del cine de terror, que sigue siendo una de las películas más influyentes del cine contemporáneo. Con el paso de los años, una obra como ‘Hellraiser’ se ha extendido a una cultura que vislumbra iconos pesadillescos y mitos capaces de estremecer conciencias desprovistas de emociones escalofriantes. Ahora mismo, nadie duda en determinar que esta cinta es una pequeña obra maestra del género. El luminiscente héroe ‘onírico-infernal’ de los clavos en la cabeza (el eterno Pinhead) nacido en una inolvidable década tan proclive para el terror como fueron los 80, ha engrandecido su efigie a lo largo de dos décadas para pasar a ser uno de los iconos fundamentales del cine apocalíptico y sangriento. En 1987, la New World Pictures trajo al mundo la ‘opera prima’ del que es uno de los genios más importantes de la literatura contemporánea, Clive Barker.
En aquélla se narraba la historia de Frank Cotton (Sean Chapman), un hombre que, aburrido de su vida cotidiana, viajaba a Oriente para conocer sus exquisiteces y perversidades. Allí, en lugar de nadie, un asiático le vendía una caja que, según la leyenda, le abriría las puertas del Infierno, ofreciéndole la posibilidad de disfrutar del placer y del dolor en una dimensión desconocida por el hombre. La curiosidad de Frank hace que resuelva el enigma de la caja con la consiguiente manifestación de los Cenobitas, seres infernales encargados de llevar la fruición del sufrimiento a quien los invoque. La casa desde la que Frank fuera llevado al Infierno, es habitada por su hermano Larry (Andrew Robinson), su hija Kirsty (Ashley Laurence) y su segunda esposa, Julia (Clare Higgins). Frank revivirá recobrando su humanidad gracias a la siniestra ayuda de ésta última, que fue su amante durante una época pasada. Renacido de entre los muertos, Frank no imagina que la inocente presencia de Kirsty iba a ser funesta para sus intenciones de regresar al mundo de los vivos, ya que la joven entregará a su tío a los Cenobitas para salvar su alma del enigma que reside en el misterioso receptáculo...
Este era el comienzo de la saga ‘Hellraiser’, un fascinante viaje a través de la transformación del cuerpo humano y el alma en su fase más salvaje, más dolorosa: placer y dolor en un solo concepto jamás experimentado por ningún hombre. Clive Barker estaba ya consolidado como uno de los herederos directos y a la vez congénere de Stephen King (quién llegó a decir “He visto el futuro del terror, y su nombre es Clive Barker”) cuando escribió esta inolvidable historia de horror, destinada a ser un clásico de dos ámbitos tan difíciles de vincular como son la literatura y el cine. El neófito realizador, al cual se le achacó en su momento su nula experiencia en el campo del celuloide, otorgó a la iconografía del fantaterrorífico (muy cerca del ‘gore’ –aunque nunca incluida en este subgénero-) una profundidad temática y estética revolucionaria, recreando una novedosa visión del terror basado en la insania fría, distante y en muchos momentos aberrante, en la que cada elemento que rodea la historia tiene algo de lúgubre y desagradable. Cada uno de los personajes se muestra de forma tenebrosa y sólo existe una cierta equidistancia del público con respecto a la cándida Kirsty (la hermosa actriz de culto, la musa de muchos sueños generacionales Ashley Laurence). Es cierto que el neófito director y novelista dirigió esta opera prima sin tener un conocimiento exacto del lenguaje cinematográfico, pero esto, si bien a veces evidencie una falta control de la acción visual sobre el argumento, sirve para ofrecer una perspectiva cristalina del espíritu global de ‘Hellraiser’ y su significado.
La aterradora serie supone un trayecto por el lado más oscuro hacia la esencia de la razón y de locura, para experimentar nuevas dimensiones del ser y del placer, personalizados en unos entes demoníacos (los legendarios Cenobitas) llamados para sobrecoger a las incautas e imprudentes almas ante lo que puedan descubrir. La transformación como producto directo de los más ocultos miedos humanos es el verdadero significado de ‘Hellraiser’. La saga (diez entregas hasta la fecha), que tiene su mejor ejemplo en la fundadora de toda la leyenda, explora este miedo mostrando la consternación y la tribulación en momentos inolvidables gracias, en gran parte, a los excelentes efectos especiales de pura artesanía creados por Bobb Keen.
Clive Barker definió el Infierno en la serie ‘Hellraiser’ de una forma novedosa, más espiritual que fabulesca, muy diferente (pero a la vez paralela) a la creencia cristiana. En ‘Hellraiser’, aquellos que traen el averno destinan la voluntad humana a un caos de sufrimiento en el que la representación de las llamas eternas es sustituida por las torturas a las que someten los siniestros Cenobitas, descritos por el propio Barker como “demonios para algunos y ángeles para otros”. El extenso universo generado por el literato está dominado por Leviatán, un dios ávido de torturas y deseos, materializado en un octaedro punzante. Y la única forma posible de abrir las puertas del Infierno, de acceder al Leviatán oculto, el que se esconde en nuestro morbo más escabroso, es a través de la resolución de un puzzle, un enigma inscrito en una caja llamada la ‘Configuración del Lamento’ que descubrirá los Milagros Negros y las Maravillas de la Oscuridad. Clive Barker se acercó con el mito y la doctrina de aquella película a aspectos filosóficos hasta entonces poco abordados en el cine, basados más en la ideología de Jung –complejo entendido como constructor de los sueños y los síntomas- que en la factible teoría de Freud y su vertiente sexual, todo siguiendo una particular imaginería inscrita en las mitología sumeria.
‘Hellraiser’ explora la colectividad inconsciente, en la que los sueños tienen tanta importancia como la realidad que nos rodea. Gracias al ingenio del escritor británico, el ‘fantastastique’ se aproximó al terror de una manera virtuosa, ejecutando un análisis introspectivo de esperanzas y miedos, de sueños y realidades. A pesar de tratarse de un filme relativamente pequeño (debido a su escaso presupuesto –1 millón de dólares-), en su núcleo argumental esta obra cumbre incluye una deliberación de todo aquello que circunscribe los secretos de Ciencia, los enigmas de Lógica y la llama de Prometeo.
‘Hellraiser’ sirvió también para que muchos descubrieran una de las alegorías del género más carismáticas y menos conocidas de la tradición del terror. Reiterado el símbolo del ‘psycho-killer’ mesiánico y enajenado que cometía sus barbaries en un mundo real y cotidiano (Jason Voorhes, Michael Myers o Leatherface), Barker optó por un ser infernal, dinámico, de personalidad arrolladora y de estética fastuosamente cuidada. Pinhead (‘cabeza de alfiler’ en su traducción literal) embelesó a los amantes de un género necesitado del cambio que transfirió esta cinta clásica. Muchos conocen a Pinhead, pero pocos saben que en realidad Barker le dio un pasado enigmático, ya que se trata del Capitán Elliout Spencer, un soldado que luchó en la segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, aburrido y en constante crisis, encontró la leyenda del Infierno, la caja que abre las puertas hacia la dimensión de placer y tortura. Con el paso de los años sería uno de los Cenobitas más carismáticos del Tártaro, pasando a ser conocido como Pinhead, pero también Pontífice Oscuro del Dolor, el Papa Negro de Infierno, Vasa Inquatitis o también Xipe Totec. Pero no es el único. En el Infierno de ‘Hellraiser’ hay más Cenobitas iconográficos que mortificarán las almas que osen descubrir el enigma de la caja: son The Chatterer (que bate sus mandíbulas constantemente, castañeando los dientes como si fuera una trituradora), Butterball, la Cenobita Ángel y el satánico Channard.
El caso es que no sólo estos iconos tienen una leyenda propia en las páginas del ensayista inglés, llegando a escribir sus nombres con letras de oro en el género del terror, sino que el propio Clive Barker tendrá su lugar como uno de los maestros más incorruptibles de la historia de la literatura y el cine.
Si no conocéis ‘Hellraiser’, es el momento de que abráis la ‘Configuración del Lamento’...

viernes, 22 de junio de 2012

Final NBA 2012: LeBron y los Miami Heat ya tienen su ansiado anillo

El equipo que representa la parte materialista y menos romántica de un deporte de épica colectiva, los Miami Heat, ya son campeones de la NBA. Viene siendo algo habitual que aquí, en nuestro país, ya tenemos que tener asumido desde hace tiempo. En la liga de baloncesto más potente del mundo se deben ir acostumbrando a esta situación. La era de esos conjuntos creados a golpe de talonario sirven de referencia en todas las disciplinas que alcanzan el nivel de ‘mainstream’. Los Heat tienen a casi su totalidad de hombres llegados por vía agencia libre, que han recalado en un club al que le ha costado más de lo necesario el hecho de haber invertido cantidades astronómicas para lograr el sueño del anillo. Y lo han obtenido finalmente llevados por un LeBron James que por fin ha logrado su objetivo vital. El equipo de Erik Spoelstra no ha dado tregua a los inexpertos Thunder de Oklahoma con un contundente 121-106 en el quinto partido de las Finales. Los Heat han arrollado por 4-1 en esta serie final ante un equipo que llegaba con la vitola de revelación y con mucha ilusión por plantar cara y ponerle las cosas difíciles al eterno aspirante.
Sin embargo, anoche, de inicio, ya se impuso un criterio muy fuerte a favor del juego ofensivo y defensivo de Miami. A pesar de que el equipo de Kevin Durant reaccionara con la calidad de Ibaka y Westbrook comenzado el tercer cuarto, los de Scott Brooks no pudieron dilatar por más tiempo la celebración de un título que, contra todo pronóstico, ha resultado mucho más fácil de lo que se preveía. Los triples de Chalmers y Battier, los errores de los Thunder y la figura de James que ejerció de protagonista absoluto, como el claro líder de un noche en la que logró su segundo triple-doble en una final (26 puntos, 11 rebotes y 13 asistencias), dejaron claro que, frente a los partidarios de Durant, la noche sería de los Heat y de un James que se perfiló como el mejor jugador de esta final. Con una determinación inconmensurable, con una fuerza arrolladora. El resto del ‘Big three’ estuvo a la altura. Así, Bosh se cascó 24 puntos y Wade 20, además de 8 rebotes. El otro invitado de lujo del equipo, Mike Miller sumó por su parte 23 (7 de 8 en triples). De nada sirvieron los 32 puntos y 11 rebotes de Durant. La final, que se ha antojado demasiado efímera, llegaba a su fin con la justicia del justo vencedor. Primero el ‘lock out’ y ahora este expedito fin de fiesta nos han dejado con ganas de más baloncesto norteamericano.
LeBron ha conseguido de una vez por todas lo único que le faltaba a su asombroso palmarés. Tras nueve temporadas, el jugador dotado con un físico y una técnica imparables, obtuvo su anillo a la tercera oportunidad, tras adherirse a la franquicia presidida por el legendario Pat Riley y a abandonar de forma polémica su anterior equipo, los Cleveland Cavaliers. Lo hizo al más puro estilo yanqui, a medio camino entre el ridículo circense y la expectación del espectáculo deportivo anunciándolo en un programa a lo ‘reality show’ de la ESPN. Un hombre que se ha ganado las antipatías de medio mundo baloncestístico con su actitud infantil y ombliguista, haciendo alarde de una chulería altiva que, en muchas ocasiones, ha desembocado en la pérdida del respeto a sus rivales. Eso parece no importar cuando es momento de erigirse como nuevo genio de la canasta: “The King”, como le gusta que le llamen.
Sus primeras palabras después de ser recompensado con este título y reconocido como el jugador más destacado han sido: “¿Ahora qué le vais a decir al Rey? Soy campeón de la NBA”. En ése aspecto es lo más parecido a Cristiano Ronaldo dentro y fuera de las canchas. Un hombre que provoca reacciones y consideraciones extremas en una dicotomía de opiniones difícilmente reconciliables. La gran diferencia es que James, hoy en día, sí puede autodenominarse como el mejor en su terreno. Por fortuna, aunque sea una pose estudiada para enmendar sus muchos errores de conducta, esta temporada LeBron ha cambiado de estilo. Ahora sus declaraciones son más circunspectas y coherentes. E incluso su actitud ha virado hacia una inteligente rectitud y honestidad con lo que dice. Puede que busque lograr una santificación como icono total. Y aunque es cierto que nunca lo conseguirá, se agradece la intención. Dejando a un lado sus logros como jugador, a LeBron le falta esa estrella que han tenido muchos sus predecesores e ídolos comunes de la NBA. Aquéllos nombres gloriosos de épocas pasadas y más recientes. Ésos que todos conocemos. Pero LeBron es la nueva imagen de la victoria, el testimonio de que los tiempos y los modelos deportivos han cambiado.
Al fin y al cabo, el anillo ya es suyo. Su juego le ha convertido en un modelo de jugador completo que roza la excelencia. Competitivo, repleto de virtudes y abrumante en todos los terrenos de la cancha, hay que reconocer su extrema valía dentro de un juego determinado precisamente por la colectividad. Y en esos términos, el 23 de los Heat, sigue progresando. Lo que suceda de aquí adelante será el acrecentamiento de un futuro que promete ver al mejor LeBron. Y eso, hoy en día, son palabras mayores. Por muy mal que caiga y por muchos ‘haters’ (esa palabra que define muy bien las posiciones en contra de la estrella) que siga acumulando. La era de LeBron James ya está aquí. A ver cuánto le dura.

lunes, 11 de junio de 2012

Rafa Nadal, el mito cercano

Lo demostrado por Rafa Nadal el pasado domingo (y en extensión, el lunes) en la final de Roland Garros supone una gesta marcada a fuego en los fastos del deporte español. Sí, obviamente, habría que analizar cuestiones más trascendentes y significativas, como el rescate económico de una nación infectada por la estulticia de quienes la gobiernan, de los bancos que han llevado a los ciudadanos a sufrir la peor crisis de su historia o de las mentiras que supondrán que ese rescate (al que llaman de forma despreciable “préstamo”) que no es más que una condena que pagarán los de siempre, aquéllos más desfavorecidos manipulados por unos hijos de puta anclados en el poder que van a ver desde su tribuna cómo la calidad de vida irá a peor y la economía se hundirá aún más si cabe con esos 100.000 millones de euros malditos. Debería ser así. Y habrá tiempo para ello. Aunque sea desde el retiro abismal que no está siendo tal. Sin embargo, a veces es preferible sosegar el espíritu antes de meterse en la descripción de ese fregado y alabar la figura de ese deportista que ha añadido una nueva gesta en el torneo francés, convirtiéndose en el primer jugador en lograr siete títulos y superando el histórico récord del sueco Björn Borg tras vencer a su gran rival Novak Djokovic.
Y prevalece en estos tiempos procelosos, en la actual sociedad de masas emponzoñada por los de siempre, como ejemplo de esa figura de épocas remotas, donde las más excelsas hazañas de unos cuantos atletas elegidos merecieron la más alta admiración de sus contemporáneos. Es lo que le sucede a este chaval de Manacor, a este hombre tranquilo que representa las virtudes que toda figura pública, sea cual sea su disciplina, debería personificar. Su grandeza se asienta en la sencillez de una persona destinada a hacer grande un deporte de vaivenes, de dureza y esplendor interrumpido o efímero, donde sólo los más privilegiados y dotados son los que se sobreviven en el sustento de la compleja gloria. Nadal es un deportista ejemplar, modelo de jugador disciplinado, educado en todo comportamiento, ya sea dentro como fuera de la pista. Su férrea amistad con tantos otros jugadores del circuito o estrellas de otras materias (emotivo fue el abrazo con el que se fundió a Pau Gasol el pasado lunes) y el respeto que tiene con todo el mundo que le rodea son valores que le configuran como un paradigma de la corrección en la que deberían fijarse todos los chavales y los deportistas de élite que deben ver en Rafa como modelo al que copiar.
Nadal es el primero que destroza a su rival en la pista, pero también el que les abraza y felicita por su juego y esfuerzo. Y lo hace sin falsa modestia ni atisbo alguno de prepotencia. La ejemplaridad es una noción que implica casi siempre positividad, pero Nadal sabe asumir su trascendencia y despojarla de su jerarquía para terminar ganándose el cariño de todos. Tras su derrota en Australia frente a su bestia negra, el serbio Djokovic, en un partido de cinco horas y cincuenta y tres minutos que pasó a ser el partido más largo en una final de Grand Slam, Nadal ya advertía que había aprendido mucho de aquélla derrota. De los reveses se puede aprender más que de las victorias. Y su resistencia al fracaso le permite remontar la frustración del desastre y conservar su motivación y el afán de superación por encima de cualquier obstáculo. Es ésa voluntad de mejora, de respeto hacia su profesión y a los rivales, de sus declaraciones comedidas y disciplinadas, de su realismo ante la vida, lo que hace que Rafa sea grande en los instantes de gloria como en sus inapreciables caídas de juego, en su contención en cuanto a estado físico y mental. De ahí que lo que hemos visto en Roland Garros haya sido un juego concluyente y demostrativo, el que caracteriza al gran destructor de la tierra batida.
Rafa Nadal es el gran culpable de que Roland Garros haya vuelto a ser un torneo con audiencias prodigiosas, de referencia que supera la expectación frente a otros deportes mucho más populares. La grandeza de Nadal hace encumbrarle como un mito cercano que será recordado con admiración como el símbolo de una generación de deportistas españoles que se antoja difícil de superar. A todos los niveles, es el ejemplo que seguirá perseverando su imparable consolidación como uno de los mejores deportistas de élite del universo, como el mejor jugador de tenis de la historia y, probablemente, como el deportista más completo que ha tenido el deporte español jamás.
Rafa Nadal es leyenda.

jueves, 7 de junio de 2012

La fascinación por Ray Bradbury será eterna

1920-2012
“…Pero los primeros Solitarios tuvieron que saber soportar el estar solos...”.
‘Crónicas Marcianas’, de Ray Bradbury.
La pérdida de Ray Bradbury supone la desaparición de uno de los genios literarios más reconocidos dentro de un difícil género como la Ciencia-Ficción. Y lo ha hecho con el deber consumado, a los 91 años, dejando su inmortal figura escrita con letras de oro. Se trata de uno de los grandes escritores que contribuyó con su incandescente estrella artística a impulsar el género en el ámbito de la literatura junto a nombres como Robert A. Heinlein o Arthur C. Clarke.
Su vasta obra, donde los cuentos multiplican su grandeza y sus novelas conjugan la retórica sobre la razón que alienta al lector al placentero descubrimiento de un universo diferente, confirió una reconfortante accesibilidad a una lírica evocadora capaz de transportar hacia entornos inaccesibles y lejanos, descritos con un sentido de la claridad visual familiar, como si estuviera detallando un pueblo cercano y reconocible. Sus mundos, matemáticamente imaginados, indagaron en la fantasía, en las sombras de una América que escondía en sus márgenes un ruido de fondo metaforizado en amenazas incómodas silenciadas por la aparente normalidad.
Su obra magnifica la idea de una alimentación imaginativa, que describe con habilidad algunos insondables recovecos de la mente humana para fabricar una verdad vestida de futuro, logrando a su vez aterrar en el ahogo de una rutina para exprimir así la tensión hasta límites insospechados, penetrando en los miedos seculares arraigados a la humanidad. Bradbury, nunca se sintió un futurista, sino un escritor que advertía sobre lo que nos va a venir y sobre la depauperación de la bondad humana infectada por el progreso hacia una visión de modelo especulativo que, a la postre, se convertiría en la más perdurable dentro del género.
Tal así que, repasando las páginas de sus más notables libros y narraciones cortas, recordamos ese arcaico precepto que impone la transformación de la oscuridad en entelequias capaces de que el más pavoroso temor o soledad saque a flote nuestras insuficiencias y limitar con ello cualquier grandeza a una nada desoladora. Su carácter innovador utilizó la ciencia ficción para cultivar un apego en el desarrollo de las relaciones humanas y sus emociones antes que caer en la recreación excesiva de mecanismos adelantados a su tiempo o lustrosas máquinas robóticas. Travesías encaminadas siempre a lo fantástico, itinerarios a través del tiempo y la memoria donde todo es posible, donde lo desconcertante y extraño terminan por revelar la esencia de algún recelo, peligro o miedo.
El hombre que supo profetizar la ignominiosa evolución antidemocrática a la que estamos sujetos en estos instantes y que profetizaron tiempos como los mostrados en su obra maestra ‘Faherenheit 451’ siempre subrayó un individualismo enmascarado en la supervivencia de un boscaje tecnológico y urbano. Con una claridad de pensamiento y una sencillez de su discurso incorruptibles, más que un escritor fue una inspiración para varias generaciones. Y así lo seguirá siendo para la posteridad. Su legado queda fulgurado como excepciones manifiestas en páginas que siguen despertando la fascinación y la melancolía como remedio para los que lloran, de diversas formas, el adiós del Gran Maestro.

martes, 5 de junio de 2012

La incógnita del futuro abismal

Hace bastantes años este blog, ‘Un Mundo desde el Abismo’, en los albores de la gesta que supuso hacer de él un referente en un mundo tan competitivo como el fenómeno ‘blogger’ (hoy presumiblemente perecedero), aprovechaba el verano para tomarse un descanso a la frenética actividad que hizo que en menos de dos años se llegará al imposible número de mil entradas. Eran tiempos felices en los que la prodigalidad acumulaba posts, los seguidores se contaban por miles y hacía falta retirarse y tomarse un respiro. La pausa de este 2012 no viene provocada, precisamente, por esos condicionantes tan satisfactorios. Más bien podría decirse que es por todo lo contrario. Las capacidades y la plétora dactilógrafa que simbolizaron este blog antaño no se han perdido, pero sí han debilitado su esencia por varias razones que han ahondado en el ánimo hasta límites insospechados. Ya no me divierto escribiendo. No hay motivaciones suficientes. Tampoco deviene en agotamiento o en una sensación de obligación para seguir poniendo este entorno abismal a la disposición y servidumbre del lector. Lo cierto es que tengo que ausentarme un tiempo.
Durante estos años una idea tan privilegiada como es la de tener esta bitácora me ha dado muchas satisfacciones, pero llega un momento en que, cuando la situación personal, asentada en la carestía laboral, en tantos problemas y ahogos, diluye las expectativas puestas en un proyecto y transforman los sueños en un lodazal de desesperanza que acarrea un escenario que se antoja imperecedero. Tengo la sensación de que toda esa lucha, de que todos esos textos, de que todas las críticas, estudios, dossieres, artículos, secciones… han sido en vano. En gran parte, porque no han tenido ninguna retribución vital a pesar de haber recibido el apoyo y el aliento de los muchos lectores que siguen leyendo estas líneas. Puede que ése fuera y haya sido el objetivo final. Creí que algún día, tanto trabajo, terminaría por encontrar otro tipo de vía, de canalización, de desafío relacionados con la escritura, con el hecho de volcar aquellos deseos e ilusiones o de reafirmar el dudoso talento que atesoraba aquel veinteañero que inició uno de los viajes más maravillosos de su vida con un rumbo cada vez menos claro. Estoy cansado, abatido, sin una certidumbre sobre nada en general. Y esa huella no es buen compañero.
Desde su origen, puse todo mi empeño ferviente en que ‘Un Mundo desde el Abismo’ no fuera otro de esos blogs destinados a desaparecer como tantos que se han quedado en la red tras un paso más o menos reconocido por la blogoesfera. Ahora lo pongo en duda. Será una fase muy delicada en la que habrá que deliberar detenidamente si ha llegado la hora de abandonar el mundo Blog o no. Os engañaría si no expresara mis dudas, ni el temor a esa posibilidad del cese total de actividad en estos lares. Los desafíos incompletos han acabado por destruir la moral y lo que un día daba muestras de una salud fértil ha terminado por representar a la perfección el título que da nombre y sentido a este espacio. El de ese mundo diario pisando en terreno inestable, donde la inconsistencia asola cualquier decisión que puedas llegar a tomar. Además, a eso hay que sumar el abandono y la inadaptación a los nuevos modelos de comunicación de la actualidad. Un aspecto que está estancado, en una dilación pasiva por renovar y acomodar este blog a las redes sociales que quiebran cualquier tipo de esfuerzo de renovarse. El blog se ha quedado anticuado y no hay perspectivas de modernización que insuflen la alegría perdida. También la web REFOyo.com parece haberse quedado obsoleta y abandonada. No es buena época. 2012 es un año que está siendo el enésimo año ‘horribilis’, de esos que oxidan el espíritu y elimina cualquier muestra de mejora.
Pero no avancemos acontecimientos. Puede que este respiro, el alejamiento de esta pantalla, de la vida en las redes sociales y la reconciliación íntima con este teclado sea efectiva. Tal vez esta tregua, con un correcto aislamiento del mundo, traiga renovados ánimos con los que afrontar nuevos y habituales contenidos. Y no sólo será una interrupción de la vida abismal. Este retiro va mucho más allá: desde hoy, mi presencia en Facebook, Twitter y demás redes sociales que abducen hacia ese paraíso falsamente reconfortante llamado comunicación 2.0 será más bien escasa. Únicamente de consulta, de participación muy limitada. Ha llegado la hora de desconectar. Ha sido muy complicado llegar a esta decisión. Así que el próximo 5 de septiembre anunciaré, coincidiendo con el octavo aniversario de esta bitácora, la decisión final sobre el futuro de este abismo herido de gravedad, maltrecho e infecundo. Me encantaría exhortar, con todo mi corazón, que esto sólo es un trance pasajero o que se trata de un eventual bajón ideal para el reposo veraniego. No es así.
Sería cojonudo despedirme hasta entonces con un afectuoso “to be continued”... Sin embargo, no puedo asegurarlo. Necesito una prórroga. Tampoco os preocupéis en exceso. Seguro que entre el día de hoy y el post de cumpleaños de la citada fecha (que pueda que sea el último), algún tímido texto emergerá aparentando normalidad, rememorando a aquellas piezas tituladas ‘Extras de Verano’ de antaño. La palabra “retirada” tal vez sea demasiado trágica o derrotista, aunque es cierto que llevo tiempo renunciando a encontrar un día a día relacionado con lo único que sé hacer y esto se paga. Serán tres meses de introspección, de razonamientos, de valoraciones de toda índole que derivará en una decisión trascendental para mí, puesto que este blog se ha convertido en parte fundamental de mi vida. Y no sólo se refiere al abandono del Abismo, sino la abdicación definitiva a escribir y seguir mi camino por otros derroteros imprevisibles alejado de ello debido a las penosas circunstancias que nos rodean. Depende de muchísimos factores. Y espero, como muchos de vosotros, que todo esto tenga continuidad después de ese extraño aniversario. Sólo entonces podré asegurar si esto seguirá o me despediré de la red para siempre. Llegados a este punto, quiero daros las gracias (una vez más) por haber estado ahí cada día, siguiendo las reflexiones subjetivas de un pobre diablo que creó este espacio irreflexivamente, sin saber sabe muy bien a qué expectativas respondía el inicio del Abismo.
Hasta entonces, feliz verano a todos y gracias, de todo corazón, por continuar ahí durante casi una década.
Abrazos de tod@s.

viernes, 25 de mayo de 2012

Final de Copa 2012: 110 años después

El 16 de mayo de 1902, en el Hipódromo de Madrid se disputó la Copa de la Coronación de Alfonso XIII. Era la primera competición que pasaría a ser la Copa del Rey. Entonces había un combinado formado por los equipos bilbaínos del Athletic Club y el Bilbao F.C. y que jugó bajo la denominación de Bizcaya. Luis Arana, Careaga, Larrañaga, Luis Silva, Amado, Arana, Goiri, Cazeux, Astorquia, Dyer, Ramón Silva y Evans se enfrentaba al F.C. Barcelona de E. Morris, Pamies, Meyer, J. Morris, Witty, Valdés, Parsons, Gamper (fundador del club azulgrana), Steinberg, Albéniz y E. Morris.
Por aquel entonces, el Barça ya era un equipo que asustaba, con lo más granado del fútbol internacional en sus filas y con solidaridad de un planteamiento definido y preparado para la ocasión. La semifinal, jugada contra el Real Madrid había sido ganada con facilidad sin necesidad de recurrir a sus titulares. Por el contrario, el Athletic sí llegaba tocado y mermado por el cansancio físico. No fue óbice para que los goles de Astorquia y Cazeux desgastaran las ilusiones y la fuerza de un Barcelona que sólo pudo recortar el marcador en los minutos finales con un tanto de Parsons.
Fue la primera Copa del Rey para el Athletic, aunque los fastos oficiales contradigan que su primer título llegara tan sólo un año después, ganándole la final al Real Madrid. 110 años después el Athletic tiene la oportunidad de rememorar aquella hazaña de esa Copa de la discordia, que está como oro en paño en el Museo de Ibaigane y que durante largo tiempo ha seguido convirtiendo al equipo rojiblancos en lo que siempre ha sido: “El Rey de Copas”. Hasta que hace tres años, el Barça no dejó saldar al Athletic la deuda con su Historia. Se enfrentaba al génesis del que ha sido uno de los mejores equipos que ha dado el fútbol y la Era de un entrenador como Pep Guardiola que lo ha logrado absolutamente todo en un tiempo récord.
Aquel gol de Toquero en el minuto abrió unas ilusionantes expectativas que se fueron diluyendo por la rotundidad de un juego que aplastó al conjunto de Joaquín Caparrós y le endosó un inmerecido resultado de 1-4. Demasiado castigo para un equipo y una afición que vio cómo su equipo caía ante la velocidad de movimiento del esférico de un Barça completamente estratosférico y perfectamente táctico. Fue un duro trance ante tanta esperanza frustrada. Todo eso, forma parte del pasado.
Tres años después el destino ha querido que en su vuelta a la Gran Final Copera, el Athletic tenga enfrente el mismo rival. El Barça sigue siendo el gran favorito, el intocable que, sin embargo, ya no da tanto miedo como en el pasado reciente. Además, la final de Bucarest ya está olvidada. Han pasado dieciséis días desde la catástrofe. Tiempo suficiente para que ese ideólogo, de esa máquina perfeccionista de la estrategia que es Marcelo Bielsa, obsesivo y erudito en estas cuitas, haya tirado de psicología y haya devuelto la ilusión al equipo y a la afición. “El loco” ha demostrado en los dos partidos de liga contra los culés que sabe jugarle al gran campeón, pese a que no haya conseguido la victoria en ninguno de los dos choques. Esta noche vuelve a ser la oportunidad perfecta para saldar débitos pretéritos. Hay generaciones de aficionados que no han vivido lo que es ganar final, sentir la desmedida euforia de un triunfo de un equipo transformado en sentimiento. Una nueva generación de aficionados que desean vivir en primera persona las gestas que se han negado, como aquéllas legendarias hazañas de los 80, cuando el fútbol era equitativo y se medía por los méritos deportivos y no económicos y cuando las distancias entre clubes ricos y los humildes no eran tan descomunales y diferenciadoras como las que existen hoy en día. Y estos chavales se merecen la oportunidad de experimentar esas hermosas sensaciones colectivas.
El Athletic vuelve a estar en una final. La tercera en tres años. Algo muy difícil de pensar hace tan sólo un lustro. Y estamos de nuevo en la final de la Copa del Rey. La nuestra. La que más ilusión hace. Otra final que enfrenta a Goliat, el gigantesco equipo globalizado que aspira a darle a Guardiola el último título de un periplo que ningún entrenador será capaz de igualar ante ese Athletic que este año ha enamorado con su fútbol, el pequeño David con ansias de devolverle a la afición una alegría más, de recuperar el unánime sueño de un título. Los galones que los diferencian no serán un problema. Para el Barça es una muesca más en su colección de trofeos. Para el Athletic, sin embargo, esta Copa del Rey es especial, porque simboliza mucho más que un título. Casi tres décadas (veintiocho años) desde que el gran capitán, Dani, levantara la Copa del Rey, alejados de la grandeza de esos momentos son demasiados años de ilusiones y sueños destrozados por una realidad de absurda perversidad con la que es y seguirá siendo la mejor afición que tiene el fútbol actual. Son treinta y seis finales de las ciento ocho disputadas. Y éste año, el juego voluntarioso y sólido, donde prima la propiedad del balón sobre el campo, con su rápida circulación y una mentalidad repleta de ideas, de progresivo crecimiento con conceptos novedosos atesorada por una plantilla que es la más joven de la liga nos hace ver esta oportunidad con alguna perspectiva más halagüeña. Los pecados de juventud y temores, el agarrotamiento y la presión que hicieron que este gran equipo no mostrara su mejor juego contra el Atlético de Madrid de Simeone, deben servir como incentivo a la hora de aprovechar la inmejorable ocasión de enmendar los errores.
Es la hora de demostrar una vez más el espíritu guerrero, exhibiendo las cualidades luchadoras que han mantenido al equipo en Primera División desde el principio de la historia. Y para la afición, ése motor de voces y espíritus volcados apasionadamente con el equipo, convoca otro instante de unión colectiva memorable. Hay que dejarse las gargantas, en Madrid, en Bilbao y desde la distancia. En cualquier punto del mundo. La final será un partido donde se sufrirá cada minuto, cada oportunidad y en cada desliz. Pero, sobre todo, hay que celebrar los goles como jamás se ha hecho y seguir animando sin freno si se recibe algún otro. Y con todo esto, la victoria dejará de ser una utopía para acercar de nuevo la Gloria a San Mamés y al Botxo. Las lágrimas de tristeza serán reemplazadas por otras bien distintas. Los leones tienen que rugir como nunca y preservar la tradición ancestral de un club que, aún hoy en día, sigue siendo único en el mundo, salvaguardando las señas de identidad que defienden un estilo ajeno a la marabunta de intereses en la que se ha convertido el fútbol moderno, desde la honestidad de esa idea que cohesiona el compromiso con la tradición. Vuelve a ser una empresa que muchos consideran improbable, sí. Pero esta vez puede suceder y nadie puede quitarnos la ilusión. La misma que, en ocasiones, hace accesible los triunfos y convierten lo imposible en una realidad certera.
Hay que darlo todo y dejarse la piel. Que nadie dude de que esto vaya a ser así. Y poder contar que aquel 25 de mayo de 2012 ganamos la vigésimo quinta Copa del Rey ante el mejor equipo del Mundo. La Gabarra nos espera. Y si no es el domingo, será muy pronto. Que nadie pierda la esperanza.
Es nuestro momento ¡¡A por ellos, leones!! ¡AUPA ATHLETIC!
¡¡Beti Zurekin!! KOPAREN BILA.

lunes, 21 de mayo de 2012

Review 'Los Vengadores (The Avengers)', de Joss Whedon

El más difícil todavía
Joss Whedon fusiona las franquicias ‘marvelianas’ en un nexo común adoptando con fidelidad el espíritu de Lee y Kirby en una trama global que entrelaza todo lo visto hasta la fecha y cuya avidez por la fascinación resulta incombustible.
La gran pregunta cuando se comenzó el ciclópeo proyecto de ‘Los Vengadores’ era si Joss Whedon era la mejor opción para llevar a la pantalla el filme más ambicioso y titánico del subgénero superheroico. Con una sola película a sus espaldas como director con hordas de fans como es ‘Serenity’ y una consolidada figura en el mundo televisivo gracias a series ‘Buffy cazavampiros’ o ‘Firefly’, Whedon ha sabido ganarse un puesto importante dentro del mundo cinematográfico con guiones de cintas como ‘Toy Story’ o ‘Titan A.E.’ y produciendo pequeñas reliquias como la web serie ‘Sing-Along Blog de Dr. Horrible’ y la paródica cinta ‘gore’ ‘Cabin in the Woods’, así como firmante de guiones de cómics de la saga ‘Astonishing X-Men’.
Whedon realiza aquí que el gran salto a las grandes ligas, a la megaproducción más costosa de los últimos tiempos. Su gran capacidad como especialista en la construcción interna del héroe y su raigambre manifiestan una notoria erudición de la cultura popular a la hora de levantar con coherencia y cautela esta colosal construcción de carácter comercial que responde a la idiosincrasia del ‘blockbuster’ en toda regla. Se trata, por tanto, de reunir en un mismo corral a los factores más importantes del último cine de superhéroes; Iron Man, Thor, Capitán América, Ojo de Halcón, Viuda Negra y Hulk y componen el mosaico sideral dentro de una especie de cumbre superheroica compuesta por lo mejor de cada saga ‘marveliana’. Un ‘all star’ cuya funcionalidad se ciñe a mantener la cohesión de todos sus elementos y no fragmentar la grandeza común antes que sobreponer los rasgos distintivos y unitarios. Lo difícil era dotar de protagonismo, a partes iguales, a cada miembro de este equipo galáctico de grandes figuras. Y vaya si se consigue.
La línea argumental no presenta complejidad aparente: El mundo llegará a su fin si Loki, un semidiós desterrado y hermanastro de Thor se hace con el Teseracto, una especie de cubo que funciona como fuente de energía capaz de abrir portales espaciales y que provoca las ansias del villano por conquistar el planeta y dominarlo junto a un ejército de Chitauris, una raza alienígena bastante cabrona. Lógicamente es cuando Nick Furia, intendente del S.H.I.E.L.D. pretende impedir los siniestros planes de Loki reuniendo a los Vengadores, un grupo formado por los superhéroes antes mencionados. Una familia bien avenida con toques de disfuncionalidad que concretan la argucia comercial de Marvel y sus anteriores tentativas por dibujar un plantel de filmes genéricos que no han sido más que un anticipo que tiene su eclosión aquí. Los pequeños elementos presentados a lo largo y ancho de las películas que preceden a esta colosal reunión toman forma concreta como piezas de un puzzle que encajan y fusionan las franquicias en un nexo común disfrutado como un colofón festivo y desmadrado.
Como guionistas, el propio Whedon, junto a Zak Penn, han hecho un espléndido trabajo trasladando esa esencia del universo creado por Stan Lee y Jack Kirby adoptando con fidelidad el espíritu de la fuente primigenia en una trama global que entrelaza todo lo visto hasta la fecha. La transición del individualismo que se cristaliza, no sin tensiones y choques, en un trabajo colectivo, metaforiza el objetivo grupal unificador de intenciones y causas para crear un único todo con un equilibrio y una dosificación impecables. De ahí que Whedon afiance su rúbrica reverencial hacia los componentes con los que edifica el mito superheroico sin ninguna prisa, evitando desequilibrar la balanza a la hora de construir los roles, con sus particularidades y motivaciones, dándole a cada uno un espacio privativo y controlando en todo momento los instantes en los que comparten plano entre ellos. Como era de esperar, aunque Iron Man y Capitán América ejercen de motores de la función, es cierto que Whedon logra evitar que unos estén por encima de otros, sin renunciar a lo que hace de ‘Los Vengadores’ una auténtica delicia, que no es otra cosa que el humor autorreferencial en buenas dosis, sin adulteración ni coartadas, con constantes toques de cinismo que engarzan con soltura y sin ningún desajuste esas relaciones interpersonales y de desafío entre unos personajes destinados a llevarse bien pese a su heterogeneidad.
Con ello, Whedon reniega de una presumida disposición hacia un rumbo visionario del mamotreto que supone encauzar un filme de estas dimensiones, siendo mucho más cercano a la franqueza y respeto hacia los cómics que hacia unos inexistentes propósitos de megalomanía, por difícil que pueda parecer, contrayendo una deuda de honestidad con esa montaña rusa cuya avidez por la fascinación es incombustible. Al margen de lo estrictamente épico, el cineasta no intentar en ningún momento evidenciar una reinterpretación de los cánones genéricos, alcanzando que el conjunto orbite sobre una plausible funcionalidad que ha funcionado, mejor o pero, como carburante sintético de sus franquicias. En este aspecto, hay que subrayar el perfecto manejo de la puesta escena, tan arduo en realización como accesible para el espectador, sin necesidad de abrumar con un torrente de planos, ni de asumir los nuevos modelos del cine de acción colérico y frenético, sino aceptando su condición ‘mainstream’ como un acto de Fe dentro del género en el que se ubica y en unas condiciones englobadas con un objetivo que nunca se pierde de vista. ‘Los Vengadores’ expone sus atributos con abrumador ingenio, ritmo y confabulación con el público, que no puede por menos que dejarse llevar por la explosiva fastuosidad de una épica entregada a la autoconsciencia de un producto diseñado para vivirse como una grata experiencia comercial.
Hay que reconocer, además, lo bien orquestadas que están sus ‘set pieces’ de acción y reacción, sin escatimar en plétora de efectos, equilibrados por la sensación de coherencia que se despliega a lo largo de las dos horas y media que dura el espectáculo. Y lo mejor de todo; nunca pierde de vista las consignas de unos héroes contestatarios bajo el yugo de una base crítica con la actual situación de crisis mundial, ni tampoco por el discurso catastrofista que empapa su fondo, simbolizado en esa grandiosa batalla final propagada de devastación por las calles de Nueva York, donde la acción hiperbólica identifica las inseguridades actuales en un paradigmático clímax de acción que lucha contra las miserias que no son más que la representación de un mundo libre que no es tal. El filme, en el fondo, concretiza sus objetivos en la necesidad de creer en los superhéroes, con un discurso inteligentemente diseñado, añadiendo momentos de frivolidad que esconde en sus trazos de espectáculo y color bastantes golpes a la conciencia política y la manipulación a la que estamos sometidos. Incluso Nick Furia juega con su poderoso grupo en un pasatiempo psicológico sutil y pervertido.
Whedon ha confeccionado una película eficiente e inspirada, que golpea con contundencia e impulsa sus valores sin renunciar a un estilo delegando cualquier circunspección trágica a una trama maniqueísta en el que el Bien lucha con sus armas y honestidad ante el Mal del poder y el sometimiento. Por supuesto que para esta lectura positiva hay que tener en cuenta la presencia siempre sugestiva de un Robert Downey Jr. en su salsa, con un Iron Man juguetón y provocador. O que Mark Ruffalo haya conseguido dotar de esa tragedia interna al Hulk que no supieron corporeizar Eric Bana y Edward Norton o que el malvado Loki de Hiddleston llene la pantalla con agudeza y aplomo. Si además, Scarlett Johansson, embutida en un traje de látex a lo Diana Rigg, perpetúa su imagen de ‘sex symbol’ y los dos Chris, Evans y Hemsworth, están mucho más cómodos aquí que en las previas aportaciones a la familia Marvel, tenemos un entretenimiento de primera fila, donde, todo sea dicho, Jeremy Renner parece un poco desubicado con el personaje menos valorizado del batallón que es Ojo de Halcón.
‘Los Vengadores’ hace de su condición de juguete visual, delirio escandalosamente gigantesco, sin concesiones a la profusión de subtramas o recovecos, una compensada apuesta frontal por la convincente mezcla de efectos especiales, explosiones, acción y épica capaz de succionar la esencia de este tipo de macroeventos y culminar con ello la dignificación del ‘blockbuster’ lúdico y el perfecto ‘fan filme’ ¿Se puede decir que es la película definitiva de superhéroes? Posiblemente no. Sin embargo es lo que más se le acerca a la esperada definición de cumbre de un género que empezaba a ver mermado su atractivo hasta la llegada de esta esperada reunión de factores rutilantes. La cinta de Whedon está a la altura. Y vaya si lo está.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2012

lunes, 14 de mayo de 2012

Un cuarto de siglo sin Rita Hayworth

Se cumplen 25 años desde que el mundo perdiera a uno de sus iconos más carismáticos y reconocibles de la época más gloriosa del Séptimo Arte. Aquélla bailarina que heredó las dotes artísticas de su padre, Eduardo Cansino y de su madre, la chica ‘Ziegfield’ de origen irlandés Volga Hayworth, debutaría en 1935 con pequeños papeles sin importancia, pasando desapercibida hasta que se casó con el multimillonario Edward Judson (el primero de sus cinco matrimonios) y Columbia se fijó en esa mezcla de exotismo sensual y sofisticada elegancia de una pelirroja imponente. Introvertida y poco amiga de las cámaras, Margarita Cansino era ya Rita Hayworth, una pieza indispensable para entender el ‘star system’ del momento y pieza clave en la mitología de la Edad de Oro de Hollywood. Howard Hawks atrapó todo su magnetismo en ‘Sólo los ángeles tienen alas’ para pasar a desplegar su talento coreográfico en clásicos del cine musical de baile junto a Fred Astaire o Gene Kelly en ‘Desde aquel beso’ o ‘Las modelos’, respectivamente.
Su imagen de bomba sexual llega al culmen con ‘Gilda’, de Charles Vidor, la cinta que marcaría su imagen y carrera y la transformarían en una efigie reconocible y mundial. Aquélla canción ‘Put the blame on mame’, en el playback de la voz Anita Ellis y el sugerente baile con sus movimientos al compás de la música mientras desnudaba su brazo despojándose de su guante de negro satén la elevaron a la etiqueta de mito erótico. Orson Welles, otro de sus maridos, inmortalizó esa fuerza de potencial imparable en ‘La dama de Shanghai’. Pero la voluble carrera de Rita no aguantó el peso de la fama, ni de sus controvertidas confesiones, ni de su debilidad frente a la adversidad. La modélica estrella de aquélla estirada mujer de pelo caoba y curvas interminables empezó su caída libre cuando rompió su contrato con Columbia y se casó con el príncipe Ali Khan. Todo fueron desaciertos y decisiones erróneas, como aceptar las propuestas cinematográficas de Harry Cohn, que la incluiría en películas mediocres como ‘La dama de Trinidad’, una versión absurda de ‘Gilda’, rol que la perseguiría para el resto de su vida. Perdida en sus fracasos amorosos (después de Khan, el cantante Dick Haymes o el productor James Hill) y fracasada en el objetivo de ser feliz sentimentalmente, aparecería en papeles esporádicos mostrando aún que era una gran actriz que había tenido mala suerte. El alcohol, las depresiones y el amargor de una vida de luces y sombras envejecerían a una mujer que terminó por olvidar la estela de su nombre cuando fue diagnosticada de Alzheimer para morir el 14 de mayo de 1987.
Rita Hayworth, sin embargo, siempre será eterna.

jueves, 10 de mayo de 2012

La derrota

La derrota son las ilusiones malversadas por la realidad que nos golpea con el incesante desaliento del fracaso. Como en nuestra vida, en el deporte las decepciones también cuesta asumirlas, porque además de componer un mosaico de dolor y lágrimas colectivas inciden en cada individuo irradiando la incertidumbre de un optimismo cada día más difícil de reivindicar. La derrota es sufrimiento escondido, que enciende el deseo de renunciar a convertirla en victoria, pero que en el fondo guarda cierta dignidad. La misma que hace que cuando caemos tengamos fuerza para levantarnos.
Sería fácil abatirnos en el desaliento y rendirse a la frustración de un sueño incumplido. Cierto es que la derrota es huérfana, por eso hay que asumirla y saber que siempre está ahí, acechando detrás del ánimo que nos ayuda a seguir nuestro camino. Se puede seguir llorando o hacer gloria de la desgracia. La derrota es la constante de esta vida de injusticias y cábalas vendidas al despropósito. Sin embargo, la expectativa debe seguir iluminando el trayecto vital porque es lo único que nos queda tras sentirnos perdedores.
El ayer no debe ser nuestro mañana. Y lucharemos por conseguir lo que nos pertenece. Más allá de los eventos deportivos que nos devuelven la mirada y nos obligan a mirarnos en el espejo de la realidad y la rutina.
Aupa! Hoy y siempre. Por ellos, por nosotros.