lunes, 8 de noviembre de 2010

Un chino con una máscara de "The Elder" pone en jaque al sistema aéreo canadiense

El 29 de octubre, concretamente en el vuelo AC018 de Air Canadá, en un trayecto de Hong Kong a Vancouver se produjo un incidente que tiene como objeto un argumento de prestidigitación y camuflaje sin precedentes. De hecho, la secretaria de Seguridad Nacional de EE.UU., Janet Napolitano, ha advertido que podría ser un nuevo foco de riesgo y vacío en la lucha antiterrorista que tan serio se toman en los últimos tiempos ¿Qué es lo que sucedió? Pues que a un chaval de veinte años asiático no se le ha ocurrido otra cosa que poner a prueba el sistema aéreo internacional embarcando disfrazado con una elaborada máscara de apariencia de un viejo decrépito. Un funcionario de Hong Kong ha aclarado que el impostor es un ciudadano de China continental que intentaba salir de su país de cualquier forma en busca de una oportunidad en Estados Unidos, por lo que, una vez arrestado, ha pedido protección como refugiado.
Echando un vistazo a las fotos de la agencia Canadiense de Servicios Fronterizos (CBSA) se muestra el asombroso antes y después. El joven se quitó la máscara en pleno vuelo para pasar desapercibido en su desembarco. Para Peter Fitzpatrick, de Air Canada, es algo “inadmisible” y señaló que “hay varios controles de identidad antes de la salida del aeropuerto Hong Kong”. Se cree pudo haber un intercambio de billetes de embarque en el proceso que se da en las inmediaciones de la sala de tránsito antes de abordar el vuelo a Vancouver. La polémica máscara de silicona con el rostro de un viejo caucásico es muy fácil de adquirir. Un poco cara, pero al alcance de cualquier amante de este tipo de realistas recreaciones faciales. No es más que una de las opciones que se puede obtener a través de la empresa SPFX y que corresponde al personaje de Jerry Atrick “The Elder”, un viejo algo desagradable y auténticamente realista. Nadie ha caído en la cuenta de que igual el joven chino quería dar una lección de lo que es un buen disfraz de Halloween y dejar en ridículo, una vez más, a todo el entramado de seguridad aéreo. En este caso, de la Air Canada Corporate Security.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Remember, remember the 5th of November...

“Remember, remember the 5th of November, the gun powder treason and plot. I know of no reason why the gun powder treason should ever be forgot”.
Hoy es 5 de noviembre, celebración británica de la Noche de Guy Fawkes, un tipo que en 1605 declaró su férrea intención de volar el Parlamento para acabar con las persecuciones religiosas mediante la colocación estratégica de varios barriles de pólvora para eliminar de la ecuación política al Rey Jacobo I y al resto de los miembros de la Cámara de los Lores por sus medidas de represión hacia los católicos. Le ayudaron Ambrose Rookwood, Francisco Tresham y Sir Everard Digby. Sin embargo, Fawkes se negó a confesar y denunciar a sus cómplices, muriendo ahorcado públicamente. Bajo una tradición que ha quedado como el día en el que los británicos salen a la calle a disfrutar de los fuegos artificiales más espectaculares del año y en el que durante la ‘bonfire night’, es decir, la noche de las hogueras, se queman efigies del célebre conspirador y de protagonistas contemporáneos, acto en el que se esconde una visión subrepticia de austeridad y condena abrupta con respecto a la clase política. En la actualidad, cada vez vivimos más sometidos a las disposiciones que se dictan desde los despachos de los gobernantes, independientemente del partido que sea. Todos son iguales. La tétrica abolición de la equidad y libertad, que se dispone en pequeños fragmentos que claudican fugazmente ante las normas, se está disipando hacia una limitación represiva, soterrada y silenciosa.
La tortura, la persecución y la sangre de las dictaduras han sido sustituidas por el desempleo, el capitalismo autoritario y la indeterminación de iniciativas derruidas por la imposición de los nuevos tiempos económicos y por la clase política. La democracia de nuestros días se limita a pedirle al ciudadano, a malversarle con argucias legalizadas hacia el beneficio de los poderosos, de aquellos a los que la crisis ni le va ni le viene. El pueblo ha pasado a ser un peón, un elemento utilitario. Guy Fawkes incentivó la idea de recurrir a la disidencia. Vivimos tiempos en los que el significado original de la palabra político ha quedado muy lejos de simbolizar un servidor público. Ahora los privilegios de sus cargos son los que ciegan con la codicia de un estatus seguro y sin obstáculos para subsistir con todo tipo de lujos. La eficacia para solucionar problemas se ha convertido en un pesado lastre encubierto con mentiras, falsedad y engaños. No existen soluciones reales a los problemas que asolan a la sociedad. Los organismos del estado se establecieron para diversificar los diversos poderes; el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Hoy el gran poder es el económico, el que absorbe y erosiona las bases del mundo. El responsable de que los diferentes órganos sean capaces de abstraerse de su influencia. Los bienes públicos sirven para enmendar los errores privados. A eso hemos llegado.
Por eso la figura de Fawkes y el fondo del espíritu revolucionario de ‘V de Vendetta’ de Alan Moore y David Lloyd o en su extrema adaptación cinematográfica podría servir como proclama de acción y reacción, de admonición desafiante a futuras instituciones de coerción y autoridad, hacia las tiranías que intervienen en las economías privadas e internacionales, recordando, en palabras de David Hume, que todos los regímenes tiránicos se sustentan, en última instancia, sobre la aceptación mayoritaria. Es lo que sucede en estos momentos. Hay que salvaguardarse contra los gobiernos obsesionados por la falsa seguridad, contra los regímenes que acaban utilizando el miedo como arma para erradicar la libertad y oprimen la autonomía individual. Hay que luchar, por ende, contra la ignorancia, la desidia intelectual, la inconsciencia social, el automatismo o la irreflexión. Hay que eliminar la propaganda política que pretende utilizar al pueblo para oscuros intereses. Hay que alzar la voz, con feroz crítica, a los regímenes que rayan el imperialismo, si hace falta favoreciendo posturas radicales como la de Fawkes si la autoridad olvida sus principios básicos de salvaguardar a la sociedad. Una acción como la de este antihéroe enmascarado, un individuo que luchó por un discurso honesto y lícito de rebeldía, pasaría a ser la hazaña simbólica de un ideal que cobraría vida como detonante para que la población descubra el valor de la libertad.
La conciencia colectiva permanece idiotizada, amedrentada por una crisis que parece no tener solución. No tenemos un agitador de masas que invite con su temeridad a salir de la inopia. Tal vez habría que pensar en un golpe de efecto, siguiendo las directrices de responsabilidad individual liberalistas manifestadas por Spencer, Tocqueville, Jefferson o Hayek, en la búsqueda de una arriesgada propuesta utópica que encontrara la destrucción de los símbolos políticos y estatales y cuyo propósito final fuera el de movilizar a la sociedad y recordar al colectivo, a la gran masa que somos todos, que los ciudadanos son los auténticos y únicos preceptores de su destino.
Dentro de nuestro contexto, tal vez la única solución sería algo ASÍ.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Cada diez años, Doris Day

Doris Day sigue siendo un icono de la Época Dorada de Hollywood. Hace tanto tiempo que no hace apariciones públicas y que se retiró de la profesión que muchos se sorprenden de que siga viva. Day cuenta hoy con 88 años y vive ajena al mundanal ruido del glamour de la meca de la que fue virginal y casta novia de América con aquellas comedias románticas y musicales que simbolizaron su huella dentro de los anales del cine. Doris Day poco tenía que ver con aquélla imagen de cándida e ingenua mujer. Su vida social fue tumultuosa, con una lista interminable de amantes de ida y vuelta, pasiones no correspondidas, violencia de género y una amargura que nunca dejó una estela familiar de felicidad. Se casó cuatro veces. Cuatro matrimonios destinados al fracaso; su primer marido se suicidó, el tercero le estafó todo el peculio atesorado en los tiempos fructuosos y su único hijo, Terry, cayó en el alcoholismo y murió en 2004 por culpa de de un melanoma. Fue violada por su primer agente Al Levy, al mismo tiempo que se divorciaba y volvía a casar. Antes de los 30 ya estaba consolidada una actriz de sólida reputación y convertida en estrella de culto de la canción, alzada al pináculo de las listas de éxitos de Estados Unidos con temas como ‘Sentimental Journey’, ‘It´s Magic’, ‘Secret Love’, ‘Que Sera, Sera (Whatever Will Be, Will Be)’, ‘Everybody Loves a Lover’.
Se conocía también su faceta caprichosa, de insoportable estrella que dictaba a quién quería en su cama y no cejaba en su empeño hasta conseguirlo. Tras un puñado de títulos entre los que destaca su trilogía junto a Rock Hudson con ‘Confidencias a medianoche’ (película por la fue nominada al Oscar como actriz), ‘Pijama para dos’ y ‘No me mandes flores’ y filmes junto a Jack Lemmon (‘La indómita y el millonario’), Cary Grant (‘Suave como el visón’) o James Stewart (‘El hombre que sabía demasiado’), los problemas emocionales empezaron a hacer mella en la frágil personalidad de Day. Pasó por una época de alcoholismo y degradación hasta completar su propia serie televisiva ‘El show de Doris Day’, emitida desde 1968 a 1973, fecha en la que abandonó su vida pública y su carrera para desterrarse en Carmel, California. Desde entonces poco o nada se supo de la ex estrella. Con fobia antisocial, recelo por Hollywood y un apego enfermizo hacia la defensa de los derechos de los animales, ha terminado recogiendo animales de todo tipo en medio de la noche para albergarlos en su mansión. Doris Day ha creado una burbuja de misterio a su alrededor desde que tenía 44 años, momento en que se alejó para siempre del mundo del espectáculo. Cual J.D. Salinger no se deja fotografiar, ni concede entrevistas, ni mucho menos acepta salir en televisión y tiene aversión a las cámaras. Tampoco le apetece recibir un Oscar Honorífico y ha rechazado a la Academia. Además también ha repudiado el reconocimiento Kennedy Center.
Tan sólo se puede oír su voz una vez cada diez años. Lo cierto es que este pasado fin de semana concedió su ración de esta década, en una charla de una hora grabada por Jonathan Schwartz para la WNYC. En ella habla de su carrera como actriz, pero sobre todo como cantante, así como relata su amistad con Frank Sinatra, al que define como un hombre muy “cariñoso y dulce”. También cuenta cómo una vez, cuando volvía a casa con sus amigos con quince años después de bailar en Hamilton, Ohio, sufrió un grave accidente que estuvo a punto de costarle la amputación de una pierna. Fue entonces cuando su senda artística viró hacia la canción, que le hizo actuar junto a directores de orquesta como Les Brown y Bob Crosby. Una vida de tragedia y éxito de uno de los iconos del cine clásico de los 50 y 60. Doris Day. Existen dos libros que desgranan esta apasionante de triunfos y tragedias; el libro ‘Doris Day: Her Own Story’, de A.E. Hotchner y una más reciente, ‘Doris Day: The Untold Story of the Girl Next Door’, de David A. Kaufman. La próxima entrevista, en 2020.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Adicción fílmica

“El cine es una enfermedad. Cuando te infecta la sangre se convierte en la hormona más importante de tu cuerpo; controla las enzimas, dirige la glándula pineal, domina parte de la psique. Sólo hay un antídoto contra el cine: el propio cine”.
(Frank Capra).

viernes, 29 de octubre de 2010

Especial Halloween (y II): 'La noche de Halloween', de John Carpenter

La noche del psicópata de Haddonfield
Ya en los años 70, cuando el ‘glam’ se apoderó de los Estados Unidos y el cine porno hacía sus primeros pinitos comerciales (hermanado de alguna forma al cine de serie B en varios de sus aspectos más fundamentales), una nueva y potente hornada de directores y productores se hicieron con un hueco en un mercado internacional que les otorgaría un aura de inteligencia y rentabilidad gracias a la explotación de terrenos que hasta entonces el cine había considerado tabúes. Esta generación de cineastas creció entre cómics, el descubrimiento de la televisión y las eternas películas de bajo presupuesto (primordialmente de ciencia-ficción y de terror), tan comunes y beneficiosas en los años de posguerra. Películas que se convertirían en el génesis de la creatividad de directores como Steven Spielberg, Joe Dante, George Lucas, Tobe Hooper, Brian De Palma, John Landis, Larry Cohen... Cintas de presupuesto y medios exiguos, pero inmensas en imaginación y en intenciones de transgredir lo impuesto, para ofrecer nuevas y arriesgadas ópticas en los diversos géneros que se acometían.
Toda aquella influencia amalgamada con nuevas técnicas e inquietudes abrieron la imaginación hasta extremos anteriormente desconocidos que, sorprendentemente, eran igual de atractivos tanto para los adultos nostálgicos que vivieron aquella etapa imperecedera, como para los adolescentes más avispados con ganas de ver películas disolutas. Muchos de ellos lograron la gloria comercial. Algunos tuvieron su momento efímero, pero imborrable... Otros, empero, se han mantenido constantes en la serie B, intentando dar el salto de vez en cuando a las grandes producciones, dependiendo de la desconfianza o confianza de los peces gordos de Hollywood. Sin embargo, sólo uno de ellos se logró mantenerse en un término medio, apostando por un cine personal, consolidándose poco a poco como un mito, fraguando una filmografía tan sincera y honesta como reivindicativa. Su nombre, cómo no: John Carpenter.
La génesis del ‘psycho-killer’
Todos conocemos a estas alturas al célebre Ed Gein, el asesino en serie que sirvió, entre muchos otros, como fuente de inspiración a Robert Bloch en ‘Psicosis’ o de exacto patrón del Buffalo Bill de ‘El silencio de los corderos’ y que acuñó el término hoy conocido como ‘psycho-killer’. Sigue siendo extraño que un asesino patógeno y espeluznante haya supuesto para la cultura norteamericana un icono de modernismo referencial a la hora de inspirar los asesinos de la literatura de suspense o del cine. El germen de ‘La noche de Halloween’ no se encuentra tanto en la evocación que encuentra el asesino Michael Myers hacia Gein, sino en la idea de hacer pasar miedo al público con el modelo que siguieron adorados cineastas de culto como Herschell G. Lewis, Tobe Hooper o Wes Craven en sus clásicos del cine ‘gore’.
Era el momento adecuado para realizar una cinta de terror, los jóvenes norteamericanos estaban en plena revolución cultural y sexual y la ‘slasher movie’ era el ingrediente que buscaban los productores y el público en una sala de cine. Fue entonces cuando el productor Irwin Yablans sugirió a Carpenter rodar una película de terror de serie B sobre un psicópata que asesinara ‘babysitters’. Carpenter, ávido de nuevas fórmulas en su afán de hacer cine y en su constante afición por el cine de terror, puso su maquinaria en marcha, esta vez en colaboración con la que se establecería como inseparable pareja artística, Debra Hill, con la que escribió un sorprendente proyecto en tan sólo diez días de trabajo conjunto.
‘La noche de Halloween’ tenía un argumento simple y básico, sin grandes complicaciones. Una historia que, a pesar de su pureza, resultaba aterradora. La misteriosa y popular noche de Halloween en el tranquilo barrio suburbial de Haddonfield, Illinois, donde la multitudinaria celebración norteamericana se teñía de sangre con la aparición de un desequilibrado llamado Michael Myers, un neurótico precoz que se escapa del psiquiátrico, continuando la masacre que comenzara él mismo día 15 años atrás cuando, en un arrebato de locura infantil, asesinara brutalmente a su hermana. Este argumento formulario ya había tenido sus antecesoras en inolvidables clásicos ‘Blood Feast’, ‘La matanza de Texas’ o ‘La última casa a la izquierda’, como enunciación de la abrupta irrupción del mal en la rutina cotidiana, sin embargo, la película de Carpenter era la primera que conseguía una estética que fusionaba el suspense más ‘hitchcockiano’ con la vena ‘gore’ que estaba de moda por aquellos años; inolvidable es la secuencia inicial, con la vista subjetiva de Myers mirando a través de una máscara de carnaval, los tres asesinatos posteriores o la del clímax final con acoso en el armario al personaje de una jovencísima Jamie Lee Curtis.
Una excepcional obra fundacional
El filme de Carpenter simboliza una película de carácter fundacional, que atribuía sus intenciones a un halo de posmodernidad no buscado, en el que su axioma sangriento se va licuando por su perfecto sistema de coordenadas y métodos del análisis intencional y fílmico que propone Carpenter, en el que la exploración del suspense y la insinuación se superpone a lo explícito. Tal vez ahí es donde la recreación narrativa del cineasta aporte su mejor y más reconocible estilo, armonizado en el tiempo de prórroga y expectación, donde los puntos de vista cambian según se adapten a la atmósfera y a la cadencia fílmica impuesta por su creador. Carpenter lo condiciona también a la escenificación, a la música o la gran aportación fotográfica de Dean Cundey. ‘La noche de Halloween’ sabe sacar partido a la incertidumbre provocada por la prolongación de algunos instantes en los que juega con los clímax hasta lograr la inquietud y el recelo, haciendo que lo evidente pase a una esfera de abandono, proponiendo que incluso el espectador se meta en la piel del asesino de forma velada y malintencionada para crear un sentimiento de agobio casi metalingüístico.
El filme encuentra asimismo varios puntos de crítica contra la sociedad del momento, con un sedimento acusador hacia varios elementos del país en aquellos tumultuosos años, como la desaprobación y censura general a tanta libertad sexual en la juventud sedienta de experiencias iniciáticas, la inacción del momento, simbolizada en esos vecinos que ignoran a Laurie, herida y atacada por Myers, cuando ésta acude a llamar muerta a su puerta que remite al caso real de Kitty Genovese, una mujer de Nueva York apuñalada hasta la muerte cerca de su casa en Kew Gardens ante la pasividad de sus vecinos, que contemplaron el espeluznante caso sin mover un solo dedo, lo que provocaría el llamado “efecto espectador”. También hay una invectiva velada a la tecnología en el hecho de que una de las víctimas de Myers muera estrangulada con un cable de teléfono… Carpenter y Hill tenían una idea clara: mostrar a ese asesino como una creación de la sociedad que se vuelve contra ella.
‘La noche de Halloween’ se rodó a mediados de 1978 de forma fulminante, acabándose en sólo mes y medio (incluida post-producción). Durante el rodaje ningún miembro del equipo técnico cobró, excepto Donald Pleasance, que ya que tenía un reconocido caché debido a sus apariciones en películas importantes, casi siempre en papeles secundarios. Había una eufórica sensación común que devino en actitud esperanzadora. Todos intuían que su Halloween fuera un éxito en taquilla. Nada más lejos de la realidad. Cuando se estrenó, fue un rotundo fracaso. Todos los miembros del equipo, con Carpenter a la cabeza, se llevaron la mayor decepción de su vida. Las esperanzas puestas en una película generada para las generaciones de adolescentes sedientos de sangre en la pantalla no se consolidaron en absoluto.
El cineasta y la productora dieron por perdido un proyecto en el que habían puesto lo mejor de sí mismos. Pero, incomprensiblemente, cuando se reestrenó al año posterior, coincidiendo con la noche del 31 de octubre, festividad de Halloween, el público acudió en masa a presenciar la obra que lanzaría internacionalmente a su director. Y no sólo eso, sino que, además, la película de Carpenter se convertiría en la cinta independiente más rentable y taquillera de la historia del cine, levantando una auténtica fiebre en todo el país.
Un icono llamado Michael Myers
También pasó a los fastos cinematográficos por ser la precursora de toda una generación de perdurables ‘psycho-killers’, cuyos creadores vieron en Myers un progenitor y modelo de psicópatas como Jason Voorhes, Freddy Krueger, Pinhead, Candyman o Ghost Face... Myers pasaría a ser de dominio colectivo, plagiado hasta la extenuación. ‘La noche de Halloween’ se mostraba al espectador como una estilizada muestra de sofisticación, de acabado perfecto y con un dominio de cada aspecto formal que concedía a esta sublime obra el privilegio de ser una de las pocas películas que lograban un objetivo hoy inalcanzable: el terror como sensación de la que no se puede escapar.
La construcción de la atmósfera, el ritmo narrativo con la dosificación perfecta de las apariciones (muchas de ellas subjetivas) del asesino del barrio, su inclinación hacia una violencia apenas sangrienta, pero filmada con contundencia o esa respiración ahogada y constante son algunos de los elementos que invocan a una película que, con los años, ha ido configurándose como un clásico a la vez que ha adquirido cierta inocencia debido al automatismo violento al que el público actual está acostumbrado. De alguna forma, Carpenter estableció con ‘La noche de Halloween’ los tópicos y clichés del cine subsecuente, estructurando las particularidades del cine de terror venidero, donde el susto, la conmoción marcada por un ‘score’ inmediato y pegadizo o la emoción contextual llena de texturas y miedo atávico formularon algunas de las virtudes de este clásico del género.
En ‘Halloween’ el mencionado Donald Pleasance que encarnaba al Dr. Loomis, un personaje adyacente al profesor Van Helsing de Bram Stoker y homenaje declarado al personaje de John Gavin en ‘Psicosis’ y la estupendísima Jamie Lee Curtis como la joven estudiante Laurie Strode son el eje fundamental en la lucha por la supervivencia contra el asesino sin escrúpulos. Con un ‘tempo’ unitario (todo transcurre en la citada noche), los violentos y estudiados planos y la calmada dimensión estética se rompían con la mala hostia de las secuencias cumbres en la que todo está tan afilado. Uno de los aspectos más sobresalientes del filme fue, como casi siempre, la música compuesta por el propio Carpenter, que le confirió a la totalidad del filme un característico ‘leitmotiv’ imposible de olvidar. ‘La noche de Halloween’ ganó el Gran Premio del festival fantástico de París, así como el del prestigioso festival de Avoriaz.
Una obra de culto y un clásico a la altura de cualquier obra maestra de cualquier otro género y que es una de las películas más recordadas y entrañables de este perspicaz cineasta. Carpenter se convirtió, por méritos propios, en cineasta de culto gracias a la película que marcó una era en el género de terror y en gran medida, la carrera del propio director. ‘La noche de Halloween’ no es una película ‘splatter’, como algunos han querido ver, pero sí origen de una retahíla de títulos genéricos que han pasado con letras de oro a la historia del cine ‘gore’, pero sobre todo a la genealogía de la ‘slasher movie’, donde sigue siendo una referencia inevitable.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010

Especial Halloween (I): ¿Truco o trato?

Bueno amigos, tenemos por delante un fin de semana dedicado a Halloween. Pronto se verá materializada la noche de la brujas, la de disfrazarse, la de ver películas de terror y contar escabrosos y espeluznantes cuentos a la luz de una hoguera. Es la hora, en definitiva, de aprovechar cualquier excusa para salir de fiesta.
Muchos pensaréis que la noche del 31 de octubre proviene de la globalización yanqui y la expansión de sus costumbres al resto del mundo. Pues no es así. Se trata, en realidad, de una festividad principalmente adherida a la cultura de los celtas. Suponía un momento sacro en que consagrado a recoger bayas del muérdago depositado en los troncos y en las ramas de las encinas y robles por parte de los ‘druitas’. Esta noche era conocida como ‘Nos Galan-gaeaf’, la de las calendas de invierno, ya que el año celta se dividía en dos estaciones, la de invierno y la de verano.
En la víspera del primero de noviembre se encendían hogueras y a esta fiesta acudían todos los miembros del poblado para celebrar una asamblea en la que intervenían tanto los hombres como las mujeres. Se sacrificaban animales con el fin de aprovisionarse para el invierno y era una de las pocas ocasiones en que los ‘druitas’ tenían autorización para comer carne de cerdo y beber vino en abundancia. Una directriz que se prolonga hasta nuestros días, puesto que, siguiendo la tradición, todo el mundo alcanza el éxtasis dipsómano. Era cuando todos encendían velas y el sentimiento de proximidad con los difuntos era tal que cualquier ser vivo podía descender junto a ellos al mundo de los muertos. La creencia generalizada era que en la noche del 31 de octubre los muertos entraban en comunicación con los vivos en una especie de confusión cósmica (y no son palabras de Carlos Jesús), lo que ha generado multitud de leyendas al respecto.
Un eco desvaído de aquellas veladas se encuentra actualmente en la famosa noche de Halloween que hemos importado de USA. Aunque parezca lo contrario, no es una fiesta genuina de allí, queridos amigos. La palabra Halloween es la forma moderna inglesa del antiguo ‘All-hallow even’. Los primeros colonos ingleses e irlandeses que llegaron, trajeron sus tradiciones a su nueva patria, entre ellas la festividad del día de las brujas, que se celebra en la noche del domingo. Los hogares se adornan con siniestras calabazas vacías, moldeadas con formas de monstruos y una vela encendida en su interior. Las personas se disfrazan y los niños van de casa en casa pidiendo golosinas.
Hoy hay que dar sustos chungos, gastar bromas pesadas y, en casos extremos, dejarse llevar por la enajenación mental que todos tenemos en nuestro fondo más oscuro. Hay que salir con un mono de operario azul oscuro, una máscara decolorada del Capitán Kirk de ‘Star Trek’ y un enorme cuchillo para, entre resuellos, acojonar las almas cándidas de un tranquilo barrio ajeno a las pesadillas...
¡¡¡TENED CUIDADO pues!!!!

jueves, 28 de octubre de 2010

Los nuevos tiempos

Todo está desnaturalizado. Lo que nos rodea es un ‘fake’ constante que se mueve por la apariencia superficial. La realidad congénita de hace años forma parte del recuerdo. La tecnología y el énfasis porque todo parezca perfecto hacen que nos cuestionemos si lo que vemos cada día pertenece a la esfera de un mundo tangible o es pura recreación ficticia. La verdad, desgraciadamente, cada vez es más cuestionable.

Morphed Actresses

Un spot promocional de la CBS creado por Philip Scott Johnson sintetizaba en un conseguido 'morphing' un recorrido de 60 años por los rostros de las actrices televisivas americanas. Este es el resultado.

martes, 26 de octubre de 2010

'2k11': El alucinante juego de la nostalgia

A veces surge un imprevisto júbilo que provoca la satisfacción de lo inesperado. Una placa base y una tarjeta gráfica de hace cuatro años, vieja e inoperante a priori, antidiuvianas por decreto de uso, se preveían como incapaces a la hora de abordar el juego más esperado de los últimos años. Al menos, desde un prisma subjetivo. El nuevo prodigio de 2KGames que incorpora la figura de Michael Jordan en su NBA ‘2k11’ se planteaba como un deseo inalcanzable. Sin embargo, algo ha sucedido. Exactamente, no sé muy bien qué ha sido. Pero lo cierto es que el juego se ejecuta con lujosa perfección y rapidez, con una contundencia gráfica inusitada. La felicidad consiste en un pequeño instante como el de descubrir que tus tiempos de ocio van a estar marcados por el que es el mejor juego de nostalgia deportiva baloncestística creado jamás sirve para despertara antiguas entelequias y estremecimientos. Poder asumir la personalidad del que ha sido el ídolo de infancia y juventud, volver a sentir el rechinar de las botas sobre el parqué, tener la necesidad de anotar, de ofrecer espectáculo, de meterse en la piel de la leyenda total deportiva de toda la Historia supone un regalo impagable.
Es tiempo de rescatar recuerdos y retazos de una sensación perdida, escondida en la memoria. Como un ‘flash’ que aviva la juventud, que despierta la fantasía, la ilógica de una ilusión que venía de un futuro que hoy es presente y que, de repente, con la edad, se materializa con un lujo de detalles inaudito. Este juego es un sueño para los que vivimos con fervor aquellos años de magia irrepetible ofrecidos por el 23 y los suyos. Se aviva la pasión de unos años donde el baloncesto se anteponía a todo, donde el balón era una extensión de tu mano y lo demás pasaba a un segundo plano. Los partidos con amigos hasta que se iba el sol eran el preludio de la realidad televisada, donde, primero Ramón Trecert y después Montes y Daimiel narraron un pedazo de nuestra vida con aquéllos primeros anillos, el juego inalcanzable, la retirada amarga del genio, su posterior regreso y resurrección como el Ave Fénix para traspasar la frontera de la leyenda. Forma parte fundamental de una vida deportiva que hemos tenido el privilegio de sentir en primera persona. Y lo más importante, una época que echamos de menos.
‘2k11’ es capaz de suscitar la memoria y poner la piel de gallina con gran facilidad. Su fichaje estrella es este demiurgo del basket que, a pesar de retirarse en 2003, sigue siendo un referente e imagen recurrente dentro del mundo de la canasta. Su perfección alcanza en este edición unas cotas deslumbrantes, con una jugabilidad suave y fluida que constituye lo más parecido a jugar estar jugando un partido con una recreación natural del juego en pista absolutamente admirable. Los movimientos han adoptado una sutilidad que mejora con creces sus ya inmejorables ediciones anteriores, creando una experiencia sensorial que se antoja insuperable. A través del juego, uno tiene la sensación de poder sentir y expresar el juego del gran Michael Jordan, que representa la gran y esperada novedad del simulador. En esta edición, el usuario puede revivir algunos de los mejores partidos que marcaron el devenir del baloncesto moderno transformándose en aquellos guerreros que rodearon al mito en sus tiempos de gloria; desde sus eterno compañeros Scottie Pippen, John Paxon, B.J. Armstrong, Horace Grant, Bill Cartwright, Tony Kukoc, Steve Kerr, Dennis Rodman, Horace Grant, Stacey King, John Paxson, Will Purdue, Scott Williams… hasta aquellos homéricos rivales que sucumbieron tras dejar una estela de maestría con rúbrica inmortal; los Celtics de Bird, Johnson, Ainge, McHale y Parish, los Lakers de “Magic”, Worthy y Scott, los aguerridos ‘Bad Boys’ de Detroit con Isiah Thomas y Joe Dumars a la cabeza, aquellos sorpresivos Blazers comandados por Clyde Drexler de las finales del 92, a los Dominique Wilkins, Shawn Kemp, Patrick Ewing o Larry Nance. Incluso aquel último baile que simbolizó el sexto partido de las finales contra Utah frete a Malone y Stockton, en el que Jordan selló su mito con la que puede ser la jugada perfecta de los anales del basket. No falta de nada. Hasta incorpora una galería de zapatillas de la marca ‘Air Jordan’ que, según vayamos alcanzando retos, despertará aún más la melancolía y el recuerdo. Aprovechando la modalidad y la sección del mito, los de 2KGames saben dejar un lado el mero reclamo publicitario para implantar un modo de juego alrededor de MJ ajustado a la reverencia que merece.
‘El desafío Jordan’ da la oportunidad de disputar aquellas finales o partidos míticos metiéndose en la piel del jugador en 10 partidos históricos en los que habrá de igualar o superar sus legendarios registros. Una vez superado, el usuario tiene la oportunidad de iniciar una carrera con Jordan por la trayectoria de los partidos proverbiales de los Chicago Bulls en sus añorados tiempos de la NBA. ‘2K11’ ha logrado aunar Historia y Épica a unos niveles imponderables. A esto se suman las habituales secciones de temporada, asociación, el NBA Blacktop (donde se pueden jugar 21, concursos de triples y mates o partidos callejeros…). Tampoco faltan los PlayOffs, ligas interactivas o mi equipo NBA. Este año, destaca la opción ‘Mi jugador’, que vendría a ser lo mismo que el ‘Ser una leyenda’ iniciado por el PES hace algunas temporadas. Es decir, uno se puede crear a partir de cero e ir escalando hasta convertirse en un jugador importante dentro de la liga como jugador individual; desde los primeros campus y partidos iniciales, para pasar por el ‘draft’ e ir adquiriendo minutos y juego hasta consolidarse como una figura en pleno crecimiento dentro la NBA desarrollando una carrera completa.
Por lo demás, este juego ha mejorado hasta límites insospechados. De momento, su realismo es alucinante. No hay ‘bugs’ que favorezcan al CPU respecto al tema de la IA y, muy importante, su juego se sutiliza a raíz del entendimiento del partido que se está disputando. Es decir, que hay que saber cómo se le tiene que jugar a cada rival. Es ahí donde la táctica se convierte en un factor importante. Su realismo se basa en la capacidad del jugador en saber delimitar las individualidades cuando son necesarias, al juego en equipo cuando toca, a la búsqueda de espacios, a la rotación, a la defensa inteligente... En definitiva, a vivir el baloncesto en primera persona con un detallismo y un acabado que será difícil de mejorar en años venideros, aunque con margen para seguir avanzando hacia la excelencia. De momento, este ‘2k11’ es el juego de la nostalgia, pero también el simulador imprescindible si uno ama este emocionante deporte.
Jordan is back…

viernes, 22 de octubre de 2010

Review 'La Red Social (The Social Network)', de David Fincher

La nueva (in)comunicación de masas
David Fincher borda su película más dialéctica, que convierte en un filme casi de acción. Subido a los altares fílmicos como cronista de la sociedad moderna, el director de ‘El club de la lucha’, en conjunción con un prodigioso guión de Aaron Sorkin, desmantela el populismo de Facebook, que es señalado como un artificio de la soledad a la que conlleva esta tipología de comunicación de masas.
La primera secuencia deja muy clara la personalidad distintiva del Mark Zuckerberg de ‘La Red Social’, ese chaval que pasó de ser un anónimo fuera de serie de la programación a convertirse en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Se trata de una ruptura de pareja tan contundente como brillante. El verbo precipitado, el doble sentido de las preguntas y respuestas, la actitud críptica y segura, casi arrogante, se sostiene en un diálogo fundamentado en la dificultad que existe de destacar entre una multitud de gente superdotada, de los que se enfrentan a esa peculiar institución de Harvard, conocida como ‘final clubs’, sociedades de élite exclusivas en las que se distingue no tanto el talento como la apariencia física y los dotes sociales. Su interlocutora, una estudiante llamada Erica Albright, deja de seguirle la corriente cuando, aludiendo a su intelecto y habilidades como programador, le promete que podrá ver de cerca la estructura social de Harvard. Un hecho, a su parecer, imposible para una chica como ella.
La respuesta es categórica y, de paso, la mayor verdad irrefutable que presenta al antihéroe del filme: “Tendrás éxito y serás rico. Pero llegará un momento en que pensarás que a las chicas no le gustas porque eres un friki. Y quiero que sepas, desde el fondo de mi corazón, que eso no será cierto. Será porque eres un gilipollas”, le asevera la chica. Con este dibujo tan descriptivo, David Fincher y su guionista Aaron Sorkin definen un mundo de ambiciones, talento y pugna por la encarnizada sociabilidad de alto ‘standing’. ‘La Red Social’ arranca con una multitudinaria macrofiesta de una fraternidad universitaria en la que un autobús lleno de chicas invitadas, rodeadas de fuertes medidas de seguridad para la entrada al evento, marca el proceso de gloria social dentro de este tipo de Campus. Mientras que los más privilegiados beben alcohol y se contonean al ritmo de la música dance con voluptuosas señoritas, otro tipo de universitarios, los ‘geeks’, esa tipología de ‘freaks’ fascinados por la tecnología, se reúnen en sus habitaciones para crear programas y departir sobre informática, ordenadores y nuevos adelantos con una cerveza en la mano.
La historia no se ahorra el hecho de escupir como real esa leyenda urbana en la que Zuckerberg inventó los prolegómenos de Facebook borracho y despechado, insultando vía blog a su ex novia, aludiendo a su relleno de sujetador y creando en un par de horas FaceMash, una web cuya programación permitía comparar y clasificar a las estudiantes residentes de Harvard mediante sus excelencias sobre una base de fotos ‘hackeadas’ de los directorios de los propios estudiantes. Una broma viral logró derribar el servidor de una universidad como Harvard y, en pocos minutos, ser conocida y generalizada por muchos de sus alumnos, llegando incluso a aquéllos que bebían y bailaban en esas fiestas exclusivas. La anticipatoria teoría de Zukcerberg se había cumplido. De un modo u otro, estaba dentro de esos privilegiados círculos. El origen de Facebook, por tanto, se configura sobre el espíritu vengativo de un joven que quería impresionar a una chica y mejorar su estatus dentro del colectivo estudiantil. Al igual y con mejor fortuna que ‘Piratas de Silicon Valley’, el docudrama no autorizado escrito y dirigido por Martyn Burke, que describía la tortuosa y antagónica relación entre Apple y Microsoft, ‘La Red Social’ no responde tanto a un relato fundacional de Facebook y su conversión en el elemento social archiconocido como al análisis pormenorizado de ese microcosmos aparentemente hermético surgido en las habitaciones de la Universidad de Harvard. De este modo, lo que trasciende es el germen de amistad y colaboración que gestó este nuevo modelo de comunicación 2.0 para trascender al mundo como una comunidad global y que, al contrario del progresivo crecimiento de la red social, se resquebrajó cuanto más avanzaba el tifón económico y de intereses que desató.
‘La Red Social’ se centra en cómo Zuckerberg creó TheFacebook.com con el respaldo financiero de su amigo, Eduardo Saverin y el apoyo de Chris Hughes y Dustin Moskovitz, sus compañeros de habitación. Tampoco escatima en detalles sobre el supuesto latrocinio de la propiedad intelectual al que aluden los gemelos Tyler y Cameron Winklevoss que, junto a otro estudiante llamado Divya Narendra, aseguraron haber contactado con Zuckerberg con la intención de llevar a cabo una idea propia consistente en crear una red social para poner en contacto a compañeros y antiguos alumnos de Havard. Lo que comienza como un pequeño negocio entre amigos rápidamente se inclina hacia una incómoda situación de mordacidad y litigios en los que miles de millones de dólares entran en un juego de traiciones, donde el ego, la avaricia y la licenciosa naturaleza del ser humano juegan un papel importante para el devenir de los acontecimientos.
Fincher y Sorkin, cómplices perfectos
El nuevo filme de Fincher encuentra el núcleo de su grandeza en un portentoso guión de Aaron Sorkin basado en el libro ‘The Accidental Billionaires’, de Ben Mezrich, configurado una tragedia griega inmersa en la juventud, con elementos dramáticos que valora los negocios ‘on-line’, la nueva economía donde una idea brillante con poco capital y la infraestructura necesaria es el factor clave del éxito. También de cómo en todo éxito corporativo, los desafíos internos y la lucha por la parte del pastel enfrenta a sus jóvenes protagonistas a un mundo de abogados y querellas, demoliendo su inocencia y su amistad ante la ambición y el talento de los elegidos. Fincher hilvana su película más dialéctica, que se convierte en un filme casi de acción, determinada en los diálogos y movimientos verbales de sus protagonistas, nunca por el apresuramiento de la convulsión física. Esto va de gente sentada, hablando, atacándose y defendiéndose, refiriendo testimonios ante el tribunal de los Zuckerberg, Saverin y los hermanos Winklevoss, haciendo de su estructura de los hechos una sucesión de diversos puntos de vista.
Sin embargo, ‘La Red Social’ no es una película judicial, ya que Sorkin estimula al espectador desde el reposo elocuente como esencia dentro de las audiencias preliminares de las demandas contra Zuckerberg. Un espacio de conflicto donde se aprecia la soledad del personaje, donde la falta de amistad y afectos son evidentes, rodeado de juristas y letrados defendiendo su imperio. El creador de Facebook, paradójicamente, es un inadaptado con un invento de contacto que utilizan millones de personas. Tanto Fincher como Sorkin sabe dotar de texturas las frases para que la procacidad y el sarcasmo tengan el protagonismo necesario dentro del entramando dialogístico y se confabulen para hacer prevalecer la accesibilidad para que el espectador se acerque a los entresijos del drama, sin que el hecho de que Internet, las nuevas tecnologías y su lenguaje sean ningún impedimento en relación con la enésima representación del búsqueda del sueño americano.
David Fincher se rebela de nuevo como minucioso cronista de la sociedad moderna, desgranando sus vicios y defectos, donde el populismo de Facebook no acaba siendo más que un artificio de la soledad a la que conlleva esta tipología de comunicación de masas. A través de Zuckerberg, se refleja el estado de aislamiento e hipnotismo que dictan las nuevas tecnologías, que olvidan la intercomunicación, entendiendo este éxodo y servilismo de la sociedad hacia una esfera virtual cuyas consecuencias son imprevisibles. El entramado y rivalidades, la posición de un avispado Zuckerberg ante los poderosos y atractivos caballeros de Harvard que siguen un código ético como representan los Winklevoss incorporan los polos opuestos del desafío por la paternidad de Facebook. Además, varios factores son los que hacen que el desarrollo progresivo de la película resulte fascinante y ambiguo; desde la glamorosa irrupción de Sean Parker, polémico fundador de Napster, figura mefistofélica que se presenta como inspirador y preceptor de Zuckeberg para la consecución de la multimillonaria empresa, hasta la traición de Saverin al que dejan abandonado en la cuneta cuando Facebook corporativiza su escandaloso éxito, pasando por los enfrentamientos jurídicos que pasan a ser un perverso juego de moralidades.
Lo más destacado, sin duda alguna, es la conjunta habilidad de Fincher y Sorkin para no valorar las personalidades de sus personajes, sin conceptuar sus acciones, ni juzgarlos en sus respectivos retratos. En ‘La Red Social’ no hay lugar para la demagogia ni maniqueísmos que establezcan una división entre buenos y malos en un conflicto judicial que separa lo que un algoritmo matemático unió en un proyecto mastodóntico. De hecho, no existe un fondo descriptivo de la personalidad del joven Zuckerberg, ni de su procedencia ni afectividades. Fincher se centra en narrar un acontecimiento y sus consecuencias y efectos dentro del círculo que afecta a ese descubrimiento, del momento justo que desencadena la mayor red social del mundo. Que el espectador pueda percibir a Zuckerberg como un ser mezquino, inadaptado, arrogante y condescendiente responde al hecho de la objetividad con la que se plasman sus incuestionables razonamientos al increpar, por ejemplo, a quienes le acusan de plagio por no haber puesto en marcha Facebook si, como ellos dicen, tuvieron la idea originaria. Tampoco de su originalidad, ya que por entonces ya existía MySpace o Friendster.
Interesa la inmediación de lo que acontece, que está tan próxima al instante en que se cuenta que el doble ‘flashback’ que parece tener lugar en el desarrollo vigente de la historia, con un margen de los sucesos e imputaciones muy cercano, casi instantáneo, a lo que refleja como pasado. ‘La Red Social’ diserta, en cierto modo, sobre el devenir de la historia reciente como un instante fugaz, efímero, como lo que será esta novedad que idiotiza y está de moda, como lo fue en su día Messenger y Myspace o lo es Tuenti y Twitter.
Fincher vuelve a erigirse como el gran maestro de la narración cinematográfica de su generación, captando con maestría cada plano, cada movimiento, con una precisión creativa y técnica abrumante, dotado de una coherencia y disciplina envidiables. ‘La Red Social’ sigue su itinerario metódico dentro del abisal subconsciente de la sociedad norteamericana con la sensatez de un cineasta cuyo posmodernismo no elude su responsabilidad con la historia que cuenta, desentrañando las fórmulas del lenguaje cinematográfico. Podría entenderse como un contrasentido el hecho de que Fincher haya huido de retratar ese submundo de ceros y unos, del universo de informática y ordenadores, desde la distancia, en la que la tecnología y avances queden anulados desde una perspectiva humana antes que virtual. Por eso, Facebook es un elemento central invisible que convoca la atención de todos y cada uno de los personajes involucrados, pero que apenas tiene protagonismo en pantalla.
Fincher buscada la frialdad clasicista de una realización fragmentada y palpitante, con idas y vueltas en el tiempo que apenas se perciben, alejándose de su exhibición estilística o de cualquier pretexto para la innovación con recursos expresivos ni dispositivos que distraigan la atención del filme. Únicamente deja aflorar ese director transformador con utilización de la técnica fotográfica ‘Tilt-Shift’ como aplastante metáfora visual de la competitividad de esos hermanos Winklevoss empequeñecidos que pierden no sólo la importante carrera de remo a la que se enfrentan, sino la partida final sobre la paternidad de Facebook. Fincher sigue sublimando lo conceptual y lo moral a través de las imágenes, de su metodología narrativa, donde lo diegético y lo metatextual, junto a ciertas intenciones ambiguas, están al servicio de la historia que se cuenta y no al contrario. Por eso, puede sorprender la neutralidad sobria con la que Fincher filma ‘La Red Social’ que, en el fondo, esconde una recurrente apariencia crítica.
Heredera de la Nueva Era de la Comunicación
Cine discursivo que se deja llevar por la cadencia y el dinamismo que responde al texto emocional que impone Sorkin a través del cromatismo elegante de Jeff Cronenweth y la espectacular eficiencia de esa hipnótica partitura trazada por Trent Reznor y Atticus Ross. Pero, sobre todo, a la excelencia de unos actores jóvenes que ofrecen algunos de los mejores momentos interpretativos del año; desde ese cada vez más familiar Jesse Eisenberg, capaz de hacer entrañable a Zuckerberg tanto en los instantes sarcásticos como en su constante fragilidad desorientada, como el aura canalla y seductora de un Justin Timberlake que le da a su papel el necesario brillo de estrella multimedia, como esos hermanos Winklevoss a los que da doble vida Armie Hammer, así como los secundarios que rodean la acción; Rooney Mara, Max Minghella, Rashida Jones, David Selby… Pero si hay que destacar a la auténtica alma actoral, la gran revelación interpretativa, ése es Andrew Garfield (antes de ser Peter Parker en el nuevo ‘Spiderman’), capaz de envolver a su personaje de matices y tal hondura que no destacar su gran composición sería imperdonable.
Por último, podría apuntarse a ‘La Red Social’ como una crónica oportunista de un fenómeno pasajero. Algo que es lógico si pensamos en la idea de Facebook como un imperativo inevitable, un axioma cultural de nuestros días. Se trata más que nunca de una película hija y heredera de un tiempo concreto, el que vivimos en estos instantes, que pertenece al momento en que se leen estas líneas. La red de amigos virtuales ofrece una visión desesperada de esta colectividad sumergida en la tecnología y las relaciones sociales, donde la victoria y la celebridad están más cerca del naufragio personal que de la superación.
Facebook, al fin y al cabo, no deja de ser mostrado como un invento de aceptación social que reúne a más de quinientos millones de personas. Mientras, Zuckerberg, en la conclusión del filme, acaba sólo, esperando que esa antigua novia que ha sido la única capaz de decirle la verdad a la cara le acepte, mostrando de un modo demoledor la alienación y consecuencias de su gallina de los huevos de oro. Facebook emerge así como una simulación falaz en la que la comunicación es una excusa que aleja aún más al usuario de una realidad que no cambia por mucho que se le dé a la tecla de refresco del ordenador. No existe una representación categórica e idealista de la grandeza de la Comunicación 2.0, sino todo lo contrario. Es esa dualidad moral, el pulimento falible y vulnerable de sus creadores, lo que hace tan seductora y patéticamente palpitante la intrahistoria de Mark Zuckerberg y sus acólitos.
‘La Red Social’ es, ante toda abstracción trascendente, una profunda reflexión sobre la amistad y sus condicionantes cuando hay poderosos intereses de por medio, cuando la deslealtad y la traición se anteponen a los sentimientos y las necesidades en un mundo actual donde se cuestiona el significado real de la palabra “amigo” y su acepción en la nueva era de la Información (o mejor dicho, de la sobreinformación). Todo ello conlleva varias incógnitas de fondo; sobre la inutilidad de un mecanismo que fomenta los aspectos prosaicos del ser humano metido en una espiral de popularidad y narcisismo, sobre la cultura de la adhesión que excluye muchas veces la interacción. Una idea que escarba sin concesiones en la soledad y la estúpida necesidad de hacer pública una vida desprovista de privacidad.
De lo que, en el fondo, tanto Fincher como Sorkin están alertando con esta paradoja trágica del poderoso invento de conectividad a cargo de ‘geeks’ solitarios y necesitados de afecto, es sobre los peligros de ese empeño del hombre moderno por encontrar vías que reemplacen las carencias dentro de un entorno social que está negando, de un modo u otro, la realidad. En la era de Internet, no se puede permitir lo que le sucede a ese genio desorientado y multimillario con millones de amigos pero que, sin embargo, la realidad ha dejado de ser tangible por todos los acontecimientos que han provocado la explosión de su arma de amistad y sociabilidad.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010