jueves, 22 de julio de 2010

La divertida descontextualización de la fiesta nacional

Esta misma semana hemos tenido la oportunidad una espectacular imagen de salvajismo animal. Se trata del trágico suceso de la tradicional desencajonada de Valencia, con la suelta de los toros previa a la Feria de Julio de la ciudad ché. La cosa fue así, se suelta a los toros ante la mirada de esas personas que consideran un arte este incoherente pasatiempo arcaico. El tendido con algo de gente, los palcos a medias y las andanadas semivacías. En un instante de la función sobreviene algo imprevisto, dos toros de la manada se buscan con la mirada y al encontrarse se abalanzan el uno hacia el otro. El toro Carafina choca brutalmente sus astas contras las de Pelotito (ojo al nombre de los vacunos), hermanos de camada, pero por lo que se vio enemigos irreconciliables.
Los dos animales caen de bruces al suelo, entre estertores tras el brutal encontronazo. Pelotito queda malherido, Carafina aparentemente también. Sin embargo, éste logra ponerse en pie y rematar su venganza corneando a su semejante en el coso, ante la atónita mirada de los espectadores, aterrorizados por esta situación anómala, pero acostumbrada a ver sufrir a los animales en su lenta muerte. Silban y abuchean indignados, no sé muy bien si por lo terrible del suceso o porque este tipo de conductas no son de recibo en este particular festejo. Paradójico y risible, obviamente. Carafina está ajeno a esta polémica. Su destino sigue siendo el mismo. Tras ser observado por los veterinarios y confirmar su buen estado, será lidiado (perdón, sacrificado) mañana por la tarde.
En esta tesitura fuera de lugar, de irregularidad no tan desnaturalizada dentro del mundo animal, se podría fantasear perversamente con una descontextualización que invirtiera los términos, en plan anástrofe que alterara la fiesta nacional. El asunto sería observar como los valientes toreros, en vez de acometer sus faenas ante un toro moribundo y agonizante se enfrentaran entre ellos mismos, como lo han hecho Carafina y Pelotito, en un duelo de espadas, vestidos de luces, con su montera y su capotito, con el estoque en ristre, regresando culturalmente al Siglo XV y su génesis del ‘duellum’ (un poco dentro de los parámetros de las corridas actuales y sus argumentos), con desafiantes y oponentes, como si de Arthur Wellesley y George William Finch-Hatton se tratara.
Ofrecerían de este modo un espectáculo mucho más dantesco del que ya por sí celebran en su sectario ruedo. Sería algo así como ver una lucha a muerte entre dos paupérrimos simulacros de Darth Vader y Darth Sith, sangrando con banderillas en su espalda, pero sin emoción, efectos especiales ni suntuosas galas de fanfarrias épicas. Dos toreros del Lado Oscuro embutidos en taleguillas y chaquetillas, con las morillas haciendo las veces de los moños de la Princesa Leia, pero con medias de color, como las chicas ‘ye-yé’. Un fragrante duelo sin sables de luz, pero con ese desagradable y rancio olor a puro, sudor, suciedad e intransigencia atávica que se perpetúa en bares y círculos de dominó a la hora de que el toro salga a morir a la plaza.

martes, 20 de julio de 2010

Harvey Pekar: el individualista marginal

1939-2010
La semana pasada fallecía Harvey Pekar, uno de los padres del cómic ‘underground’, aunque más que alternativo o ajeno a seguir modas voluntariamente, abogó por reflejar con su propia realidad un contexto marginal que fraguó sus mejores tiras dentro del cómic independiente yanqui. Pekar fue el héroe invisible, aquel que se atrevió a abrir una nueva vía dentro del cómic que parecía improcedente en un cosmos tebeístico plagado de superhombres con poderes y aventuras ilusorias. En 1976 comenzó la que sería su gran aportación al cómic norteamericano con la serie ‘American Splendor’ cuyos guiones serían llevados a viñeta por Robert Crumb, que supo ver el potencial de aquellos guiones que narraban las propias vivencias de Pekar, reflejando de un modo satírico, sostenido sobre el crudo sarcasmo y la frustración, el estilo de vida de la clase obrera americana con todas sus imperfecciones y defectos.
El talento de Pekar fue capaz de crear y fomentar un universo propio, una idiosincrasia de excentricidad sin límites, para exponer como catarsis la insoportable rutina, cristalizada con ingenio, en un paradigma de autocrítica que involucraba, sin concesiones a la condescendencia, el ácido humor del derrotado sin renunciar al patetismo de la autocrítica más cruel. Trabajó toda su vida como empleado de un hospital local de Cleveland (Ohio). La mediocridad y el sentido del absurdo siempre han sido el sustrato necesario para poder ofrecer esa imposible unión a la hora de abordar la trascendencia existencial de la autobiográfica ‘American Splendor’ y el humor ciertamente cabrón. El pesimismo y la desmoralización son elementos básicos no en la obra de Pekar, si no como condicionamientos que evocan la verdad sobre la vida misma, los mismos que trataron de llevar el cómic entendido como cultura del proletariado, asequible para todo tipo de lectores. Se ha escrito en infinidad de ocasiones, y con motivo de su muerte que Pekar era un gruñón misántropo, un cascarrabias que supo ver la parte negativa de la cotidianidad, pero lo cierto es que, más allá de valoraciones sobre su perspectiva negativa del mundo, era un individualista con una especial curiosidad sobre la vida real que se vive cada día en la calle.
El padre generacional de autores de la talla de Daniel Clowes o Peter Bagge y su particular visión del mundo, desde la incómoda posición del crítico ácido y antipático, se granjeó algo de fama extra como invitado ocasional en el show de David Letterman ‘Late Night’ de la NBC. Pekar supuso un halo de frescura al programa. Su participación en forma de diálogo con Letterman dejó auténticas reliquias catódicas, hasta que Pekar, siempre identificado con el trabajador, se dejó llevar por las protestas de los currelas y el sindicato de la cadena y puso a parir a la General Electric, una de las principales fuentes económicas de la NBC. Además de trabajar al lado de Crumb, Pekar tuvo cómplices como Gary Dumm, Haspiel Dean, Friedman Drew o Rick Gear y recientemente con Richard Corben, Joe Sacco o David Lapham para materializar sus obsesiones naturalistas y mostrar, siempre con una portentosa honestidad consigo mismo, el cinismo de saberse un perdedor que asume su lugar en un mundo empañado por el ostracismo del día a día y fiel reflejo de algunos de sus mejores logros: ‘Our Cancer year’ (que podría traducirse como ‘El año de nuestro cáncer’), escrita con su esposa Joyce Brabner, que narra sus vivencias y miedos tras ser diagnosticado de cáncer linfático en 1990 y ‘El derrotista’, ilustrado en su totalidad por Dean Haspiel, su mejor y más lúcido relato autobiográfico.
Con la muerte de Pekar se va esa voz de la conciencia social aparentemente pesimista. El mundo del cómic pierde así a uno de sus valedores más neuróticos, resentidos y geniales capaces de ver la mezquindad, de evidenciar lo miserables que son nuestras vidas llenas de defectos y dificultades, pero a su vez escrutar, con gran acierto y reflexión triste y entrañable, lo que supone levantarse cada día para vivir un automatismo inalterable, como lo supo expresar en sus críticas en forma de manifiestos realistas sobre temas reales que afectan a gran parte del sector laboral estadounidense en sus columnas de ‘Down Beat’ y ‘The Austin Chronicle’.
D.E.P.

sábado, 17 de julio de 2010

Review 'Madres e hijas (Mother & Child)', de Rodrigo García

Heridas maternofiliales
Rodrigo García vuelve al drama coral femenino en un filme sobre lazos maternofiliales que pasa de la coherencia y desgarro emocional al frenesí dramático de una estruendosa sensiblería.
Rodrigo García intentó desligarse con ‘Passengers’ de esa aparente detención en el arquetipo subgenérico donde parece sentirse a gusto que corresponde al melodrama femenino coral, como evidenció en ‘Cosas que diría con sólo mirarla’ y ‘Nueve Vidas’. No hubo suerte. Pese al esfuerzo, la conseguida puesta en escena y un impecable aspecto técnico, ‘Passengers’ constituyó otro de esos paradigmas de ‘thriller’ ahogado por tópicos y golpes de efectos. Más suerte ha tenido en televisión, donde sí ha forjado una respetable carrera con trabajos en algunos capítulos de ‘Los soprano’, ‘A dos metros bajo tierra’, ‘En terapia’ o ‘Carnivàle’. Para su regreso al cine García no ha querido otro tropiezo en su determinación como cineasta sin querer traicionarse a sí mismo, lo que ha supuesto el inevitable regreso a ese universo del alma femenina, a su inclinación por indagar bajo su mirada poética y humana en la complejidad interior del mundo femenino, en sus soledades y afecciones, en la psicología de la mujer partiendo de la comprensión y la sensibilidad.
‘Madres e hijas’ sigue esa línea abierta con sus dos primeros largometrajes. En esta ocasión para hablar de la maternidad desde tres puntos de vista fortalecidos por la soledad o las heridas del pasado que apenas han cicatrizado en el presente. Son madres e hijas que sufren y se aferran a su forma de ser y a sus decisiones, representadas por sus relaciones con sus parejas, con sus hijas, con sus madres y con ellas mismas. Vidas cruzadas, al fin y al cabo, que esbozan la principal característica de su realizador y guionista cuando se adentra en esta difícil maraña de emociones.
Así se presenta una mujer obsesionada con el triunfo material que se ha autoimpuesto un carácter de dureza en lo que respecta a las relaciones con los hombres y vive resentida por un hecho de interconexión con el pasado de su madre, que siendo adolescente tuvo que dejarla en adopción y que ahora cuida a su madre mientras intenta establecer la normalidad en su vida con una pareja comprensiva. También es la historia de otra tercera, que lucha contra la burocracia por satisfacer su necesidad maternal ante la imposibilidad de tener hijos. Aquí, como en las películas con perspectiva de conflictos femeninos, la mujer es el mecanismo que mueve la acción, mientras los personajes masculinos son secundarios, aunque suponen el anclaje a la realidad y en ocasiones al discernimiento dentro de un cosmos sacudido por las emociones.
Una se siente rechazada y viene marcada de forma negativa desde su niñez por este abandono, que refuta con frialdad el acercamiento personal a ninguna relación seria a causa de una desconfianza enfermiza. Una mujer que ha forjado su vida sobre una independencia que se ha terminado por convertir en soledad. La misma que siente en su interior esa madre hosca y huraña, con un gran vacío y sentimiento de culpa que no puede olvidar los vínculos perdidos. Y en discordia, la mujer que siente alejarse de esa posibilidad de tenerlos. La maternidad simboliza así el alma de estos tres personajes unidos por sutiles filamentos del drama humano con el que García sabe engarzar desde la vibración sentimental, en principio esquinado, que termina por sacar a flote las verdades y (des)afectos que entorpecen la felicidad. Sentimientos que se superponen a una compostura sublimada por una contundente multiplicidad de personajes acometidos por el ojo quirúrgico del cineasta. Es cuando mejores resultados ofrece la película, cuando se centra en el enérgico vínculo maternofilial que atomiza los problemas de la pérdida, la ausencia, el destino o las consecuencias de los errores pretéritos.
‘Madres e hijas’ compensa su dramatismo inicial en esa amargura del encuentro de madre e hija, de la necesidad implícita recíproca de ambas de darse una oportunidad a ese reencuentro de redención. La importancia de la relación consanguínea y de los lazos imborrables entre estos dos personajes supone lo más alto del discurso acerca de ese cordón umbilical que implica la necesidad del perdón o salvación. Sin embargo, lo que parece ser otro de esos impecables dramas de corte lacrimógeno, se va abatiendo hacia el artificio, hacia ese destino caprichoso que une y separa a los roles. Por ejemplo, la tercera fábula en discordia, la de esa joven afroamericana que busca con su pareja adoptar un bebé que se ve sometida a exámenes y exigencias, deja muy pronto de tener interés y entorpece el cúmulo de emociones suscitadas por las excepcionales Annette Bening y Naomi Watts, posiblemente, en los mejores papeles de sus respectivas carreras hasta el momento.
Rodrigo García sabe que su logro es que los intérpretes sean los que marquen la pauta dramática de la acción. Junto a eso, y pese a la estructura visual que aboga por no evadir su deuda con el formato televisivo (o eso parece), es loable el oficio y sensibilidad con la que incrusta las sutiles transiciones entre vida y vida, dejando en la superficie ese desazón emocional que, tras sus mejores secuencias dialécticas, va perdiendo la naturalidad del drama para llevarlo a la manipulación y el artificio. Lo que deja una sensación de incomprensión es la forma en que García va tejiendo sus tramas y subtramas con una coherencia y desgarro emocional cimentado en la credibilidad de sus movimientos, en la certeza de las miradas, de las palabras y los silencios, para hacer que esa intensidad de frenesí dramática que busca el autor para fusionar sus historias cruzadas en la sensiblería acabe decayendo en un estruendoso extremo que expone el más tramposo de los ‘tear jerker’.
‘Madres e hijas’ pasa a ser un filme muy irregular, que agota su esencia en un conjunto que adolece, en su fondo (que no en su forma), de la profundidad de planteamientos que han seguido a lo largo del filme. El propósito de ‘Madres e hijas’ se adaptaría de un modo engañoso hacia el folletín, siguiendo una tradición discursiva que más que darle credibilidad hiperdramática al relato, termina por desorbitar su aspiración lacrimógena en una especie de telefilme de sobremesa especiado con algunas gotas de calidad en su acabado formal. El realismo trágico y la desorientación psicológica que aboga por la aleccionadora dimensión universal devenida en el manejo de una fatalidad y destino tan caprichoso como capcioso es un instrumento para vapulear a unos personajes ahogados en sus problemas y unidos por la desesperación. La película de ausencia, soledad, dependencia en cadena, maternidad y adopción que encamina su discurso hacia la catarsis, hacia una redención personal de sus elementos que exige la indagación en los traumas del pasado para afrontar con indulgencia el presente se convierte en un cúmulo de elementos convencionales, condescendientes, llevados hacia la lágrima fácil y la palmadita en la espalda.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Noche y Día (Knight & Day)', de James Mangold.

martes, 13 de julio de 2010

Mundial Sudáfrica 2010 (Crónica Final): El partido más importante de nuestras vidas

Parece que ha sido un sueño. Un sueño del que no queremos despertar. Durante las horas que precedieron la final del Mundial de Sudáfrica había una sensación de exultación y nerviosismo pocas veces experimentada por el aficionado al fútbol. No había otro tema de conversación que ese partido tan decisivo, esa final que España jugaría por primera vez en su Historia. Había consenso “era el partido más importante de nuestras vidas”. Daba igual el club que cada uno llevara en su corazón, era indiferente a cualquier rivalidad porque la exteriorización de un sentimiento único se ha visto en las ventanas, con esas banderas que han animado de la Selección durante todo un mes, con esa gente que ha salido a la calle vestida con una camiseta roja, con esa emoción común despertada progresivamente hasta llegar a un fecha que jamás olvidaremos: el 11 de julio de 2010.
Hay una frase que reza que para lograr el triunfo siempre es indispensable pasar por la senda de los sacrificios. Pues así es. Eso es lo que ha padecido el colectivo de jugadores seleccionados por Vicente del Bosque. Han sabido sufrir, se han levantado cuando han caído y han seguido jugando con la creencia de los ganadores, confiando en sus posibilidades por encima de críticas o cuestionamientos, demostrando sin palabras y con juego porqué debíamos confiar en ellos. Horas antes de la final los nervios estaban a flor de piel. Los ciudadanos de este país teníamos la sensación de que ya iba siendo hora de que el Deporte Rey se pusiera a la altura de otros países con éxitos mayores pero menos lúcidos que la última Eurocopa conquistada por la selección. Por muy arriba que estuviera en el ‘ranking’ FIFA, el fútbol español aspiraba a merecerlo con el título más importante del mundo. La gran final era un reto sublime, ideal para manifestar ese sueño colectivo.
La tarde comenzó con los lógicos nervios ante un evento de tal trascendencia. La gala de clausura evidenció dos cosas; que los sudafricanos pueden sentirse orgullosos de haber organizado uno de los mejores mundiales de la Historia y los tonos de luces amarillos y rojos transmitieron una sensación de augurios y absurdas cábalas. El estadio Soccer City de Johannesburgo dejó algunos de los instantes más bellos dentro de una celebración de este tipo, en una conexión mágica de tecnología y tradición, dando protagonismo a esa cultura ancestral de un país volcado con este acontecimiento de alcance universal. Bailes tribales, canciones, ritmo, alegría y la aparición de unos elefantes mágicos no faltaron en una noche en la que Shakira dejó sus contoneos de pelvis y su ‘Waka Waka’. Incluso el símbolo de unión personificado en Nelson Mandela no quiso perderse la oportunidad de saludar al mundo y agradecer de esta manera a su país la excepcional imagen que han dado al exterior.
Pero había algo más importante. Llegaba el momento de la verdad. Era el momento de la final histórica entre Holanda y España. No procedía pensar en el pasado, ni en las decepciones, ni en el sufrimiento, ni en las injusticias donde el dolor y la decepción habían sido casi un molesto compañero en las grandes citas. Las televisiones de toda España desprendían una esperanza capaz de unir a 46 millones de personas; familias y amigos que esperaban vivir un día que jamás iban a poder olvidar. Los bares atestados de gente, las terrazas sin una sola silla vacía, plazas con pantallas gigantes abarrotadas de personas vestidas de rojo y casas donde familias enteras se aferraban a un mismo sueño, agarrados los unos a los otros en el momento en que el himno sin letra sonaba en el Soccer City. La función había comenzado.
Se sufrió más que nunca. El guión del partido se escribió con una dureza por parte de los holandeses que es inconcebible en un partido de esta categoría, ayudados por un nefasto arbitraje de Howard Webb, indigno para una Final de un Mundial. España comenzó a jugar con soltura, como ellos saben, sin prisas, con el mando del partido, a gusto con la pelota. Holanda se fue dando cuenta de que esta selección no iba a caer en ningún error y empezó a intentar desequilibrar el juego con una dureza austera y reprochable, al límite de la legalidad. Los Van Persie, Robben, Kuyt… evidenciaban la impotencia de un equipo perdulario y deshonroso que dejó alguna imagen escalofriante, con Van Bommel repartiendo patadas y a De Jong dejando patente su salvajismo sin sentido al lanzar un escalofriante golpe al pecho de Xabi Alonso. Lamentable. Como también lo fue la entrada de Sneijder a la rodilla derecha de Busquets. Iniesta también caía una y otra vez por los crueles ataques de una selección violenta que dejó ver su cara más triste dentro del Mundial. Jugando a frenar la exhibición española, a perder tiempo, a intentar llegar a los penaltis, única forma de poder llevarse la Copa a casa.
Sin embargo, esta Holanda de Bert van Marwijk, la misma que dejó en la cuneta a Brasil, tiene el peligro congénito cuando dos de sus bestias, Robben o Sneijder, sacan a relucir retazos de ese gran talento. Por ello, Robben estuvo a punto de perforar la meta española en dos ocasiones clarísimas. No era el día de más penas y apareció el “Santo” para salvar otra vez a su país. Iker Casillas fue decisivo en este partido. Cuestionado y criticado, supo reponerse ajeno a las habladurías y dar la mejor versión de sí mismo con dos paradas que ya forman parte de la Historia. Todos teníamos ya el corazón en un puño. Los nervios fuera de sí. Sin poder apenas tragar saliva. Llegaba la temida prórroga. Otros treinta minutos de calvario. Era imposible la conexión entre Xavi, Busquets, Xabi Alonso e Iniesta. El juego rudo, la creatividad destruida por la defensa neerlandesa. Ellos jugaban a lo suyo, esperando poder morder. Las porterías parecían infranqueables. Del bosque movió ficha y sacó a Navas y a Cesc. Ni por esas. Los penaltis parecían el final de una noche de tensión insoportable y agónica.
Cuando todo parecía ideado para que nos diera un infarto, Torres saca un centro descontrolado que rebota en un defensa y le cae a Cesc que sabe ver a Iniesta sólo a su derecha y el tiempo se detiene, las caras de millones de españoles se asfixian sin pestañear, esperando que la bota del de Fuentealbilla golpee un balón que va con fuerza segura hacia dentro, sin que Stekelenburg pueda evitarlo. Había sucedido. El milagro se había obrado. El gol que valía una Copa del Mundo había quedado grabado a fuego en los ojos de todos los espectadores unidos en un solo bramido desatado “¡Gol!”. Los gritos, los abrazos, las lágrimas liberadas ante tanta tensión, las bocinas, los petardos, las botellas descorchándose… más abrazos, más lágrimas, risas nerviosas.
Todo en el mismo instante en que Iniesta, consagrado como el héroe eterno de Johanesburgo (“¡Iniesta de mi vida!” gritaba Camacho), dedicaba el gol a su gran amigo fallecido el año pasado Daniel Jarque, rodeado de las caras extasiadas de sus compañeros, de esos abrazos físicos y simbólicos llegados de todas partes del mundo. La épica había vencido. La justicia estaba de nuestro lado. Sin creérnoslo del todo vimos finalizar ese partido de nuestras vidas, celebrando una victoria sin precedentes. El fútbol había dado la mayor hazaña de la Historia. España era por fin CAMPEONA DEL MUNDO. Si es cierto que vencer sin peligro es ganar sin gloria, España había logrado la Gloria más dulce de cuantas se puedan disfrutar.
Ha sido un mes espectacular e inolvidable, que ha dejado una imagen de nuestro fútbol inimaginable hace años. El Mundial de Sudáfrica siempre permanecerá en nuestra memoria como “Aquel Mundial que ganamos”. Por esa bendita estrellita que acompaña desde el domingo a nuestro escudo, como recuerdo de este grupo de amigos que abogan por la discreción, por el espíritu de lucha, por la disciplina y que valoran la importancia de la relación dentro y fuera del vestuario. Es lo que convierte a la selección en el paradigma del fútbol moderno; la calidad y el talento, la velocidad, el toque distinguido, el esfuerzo del dominio. Porque cuando el rival se vuelve infranqueable se tiene la seguridad suficiente para buscar el espacio, para crear en colectividad un fútbol lleno de magia. Y detrás de esa filosofía se encuentra un hombre tranquilo, una buena persona, un señor cauto, reflexivo y silencioso. Y de Salamanca.
Vicente del Bosque ha permanecido fiel a su estilo, sin dejarse intimidar por controversias ni críticas. El “mister” ha acertado en todo. Sus movimientos responden a un estratega que sabe más que nadie de esto, aunque por su humildad y modestia no pueda ni quiera reconocerlo. Ese estilo de sencillez, de respeto ante el contrario, de prudencia y de corrección es el que ha sabido inculcar a sus jugadores, a ese grupo de amigos que lo hacen tan bien dentro del campo, en el paradigma de la unión, de la complicidad y reciprocidad a la hora de crear un estilo. El mismo que se utiliza en las celebraciones, de aquel que rompe a llorar cuando se gana, del otro que hace una broma cuando procede, de todos los que han dedicado este triunfo a la familia del fútbol y a un país cuya fuerza e ímpetu en su apoyo es reconocido. Como darle un beso a una novia delante de millones de ojos que saben valorar la naturalidad espontánea que caracteriza a estos muchachos.
Podría dilatar más esta contracrónica abismal. La intención era hacer un repaso por el Mundial, por sus protagonistas, hablar del pulpo Paul, de Maradona, del Jabulani, del ridículo de potencias futbolísticas que han caído sorprendentemente a las primeras de cambio, de un balón de oro que no ha sabido reconocer la valía de una colectividad grandísima, del ambiente vivido estos días, de ganadores y vencidos, de goles… Pero hay que ceder el protagonismo a la selección española. A los Campeones del Mundo que han hecho posible ese deseo que ha unido a un país tocado en lo moral y en lo económico, que gracias a ellos ha podido olvidar por unos días los problemas y la crisis para abrazar la esperanza y la concordia. Este grupo es un símbolo, un ejemplo. “Si se cree, se puede”. Es la lectura que hay que hacer de esta importante victoria que recordaremos dentro de décadas, cuando rememoremos con nostalgia que una vez vimos como España ganaba un Mundial. Los nombres nunca los podremos olvidar; Casillas, Sergio Ramos, Capdevila, Piqué, Puyol, Xabi Alonso, Busquets, Xavi, Iniesta, Torres, Villa, Pedrito, Fábregas, Navas, Marchena, Llorente, Javi Martínez, Silva, Mata, Arbeloa y aunque no jugaran, no menos importantes, Reina, Víctor Valdés y Albiol. A todos ellos, MUCHAS GRACIAS por este mes inolvidable. Jamás os olvidaremos.
Aún así, os dejo desde un punto subjetivo lo mejor y lo peor del Mundial.
LO MEJOR
- El equipo de Cuatroº: volcado en sus emisiones con el Mundial, cubriendo de forma excepcional todo lo ofrecido por la cadena relativo a esta competición. Se han portado bien y han dejado en abierto un partido al día, ofreciendo la posibilidad de que el espectador no se quede sin su ración de fútbol diario.
- Jose Antonio Camacho. Su llaneza, su sentimiento de corazón por “La Roja” y la identificación con los colores y el juego nos han dejado algunos de los instantes más entrañables del Mundial. Su conexión con Paco González y la exactitud de sus comentarios le hacen imprescindible. Qué grande eres, Camacho.
- Goles: En podio se situarían los siguientes. En el tercer puesto, el pepinazo imparable de Van Bronckhorst en la semifinal que disputaron Holanda y Uruguay. En el segundo, ese toque mágico de Fabio Quagliarella ante Eslovaquia en el tiempo de descuento. Le sirvió de poco a Italia, pero el tanto es un golazo. El mejor gol del torneo pertenece, sin ninguna duda al “Guaje” David Villa, por ese prodigioso gol fermentado en la fuerza, la rapidez y el talento ante Honduras. No me canso de verlo.
- Diego Forlán: Que una selección como Uruguay haya estado a punto de conseguir la gran machada de meterse en la final es, en parte, gracias al tesón y a la naturaleza de este jugador impresionante. Le han concedido el Balón de Oro. Méritos ha reunido, pero la pregunta es... ¿Un Balón de Oro a un jugador cuyo equipo ha quedado cuarto y que ni siquiera ha sido el máximo goleador? Un tanto exagerado.
- Alemania: La selección de Joachim Löw ha sido el mejor y más elogiable rival de España y uno de los mejores equipos del Mundial. Ya no sólo por su fútbol mágico, por una exultante madurez de juego fraguada en un equipo joven y revolucionario, sino en la cortesía y educación con la que tratan a sus rivales y a la prensa contrincante. Todos unos señores estos germanos.
- Ghana: un equipo que se erigió como el salvador de la dignidad del continente africano (equipos como Costa de Marfil y Camerún se fueron sin convencer) y que cayó de la peor manera posible. En penaltis, cuando en el descuento de la prórroga Gyan pudo haber llevado a su equipo a la semifinal y estrelló en el larguero. Mala suerte.
LO PEOR
- Cristiano Ronaldo escupiendo a un operador de cámara (o al menos esa fue la intención), dejando claro que por muy ganador que sea, no sabe perder.
- Los grandes: La caída en picado de la jerarquía del fútbol de los grandes; Francia, Italia e Inglaterra no han estado a la altura de las circunstancias y dejan abiertas muchas incógnitas a su futuro. No obstante, esto va por rachas y seguro que vuelven por sus fueros.
- Maradona: Su importunismo a la hora de malmeter, criticar a los árbitros, a los rivales, provocar y hacer más juego fuera que dentro del terreno de juego han dejado su rúbrica como personalidad de este controvertido personaje. El resultado: las carencias de Argentina quedaron en evidencia cuando se enfrento a un equipo de verdad, Alemania, el mismo al que él definió como “un equipo que sólo sabe corre”. Los cuatro goles que le cayeron seguro que dilapidaron sus palabras y le hicieron reflexionar.
- Errores arbitrales: Llegaron el mismo día. Larrionda y Rosetti la liaron en los respectivos encuentros Argentina-México e Inglaterra-Alemania. En el primero con un gol de Lampard que entró escandalosamente y no subió al marcador, curiosamente, en los mejores momentos del equipo de Capello. Por su parte, Rosetti y su línea se tragaron un fuera de juego monumental en un gol de Tévez que dejó tocado a los aztecas para todo el partido.
- El polémico Jabulani: Nunca un balón provocó tantos quebraderos de cabeza a los jugadores. Cierto que el Zeitgeist en Alemania ya levantó alguna suspicacia, pero este nuevo proyectil de Adidas basa su defecto en la fuerza y trayectoria que tiende al llamado efecto Knuckle. La NASA lo estudió y aseveró que a más de 72 Km/h. este esférico es impredecible y errático. La consecuencia: nos hemos quedado sin ver estéticos goles de falta.
Hasta dentro de dos años, con la XIV edición de la Eurocopa que se disputará en Polonia y Ucrania, la selección se dejará ver en la fase clasificatoria (con un partido de clasificación en la ciudad natal de Del Bosque). Hasta entonces, el ostracismo del fútbol se puntualiza únicamente en la Liga. Ahora es hora de disfrutar en el recuerdo de cómo y de qué forma ganamos esa estrella del escudo.

lunes, 12 de julio de 2010

Campeones del Mundo

Ya está. Somos campeones del mundo. Ha sido uno de los días más bonitos de nuestras vidas. Hoy dejo la jornada para la celebración. Mañana será momento para la crónica abismal sobre el Mundial, el análisis de la final, las sensaciones que han despertado este sentimiento común de un deseo realizado. Mañana será el día. Hoy toca vivir el momento de una fiesta histórica. Un sueño que vale un Mundial.
Muchas gracias, España.
Muchas gracias al fútbol.

viernes, 9 de julio de 2010

Review 'Entre nosotros (Alle Anderen)', de Maren Ade

Los condicionamientos y la fragilidad de la pareja
Maren Ade disecciona las relaciones de pareja con un intenso retrato siguiendo una complejidad de estructura y un montaje elíptico que deja una sensación de desasosiego y ambigüedad.
Las relaciones de pareja, ese gran misterio que encierran los vínculos entre dos personas, sus contrastes y equivalencias, son un pábulo de exploraciones que bordean el psicoanálisis y que tiene un filón dentro del drama fílmico en su empeño de traspasar los engranajes del entendimiento humano y abarcar el estrato emocional necesario para estos complejos viajes. La alemana Maren Ade se deja llevar en su segundo largometraje, ‘Entre nosotros’, por ese irascible campo de batalla con una historia que sitúa esa disección de las relaciones de pareja llevándolas al extremo, donde los roles se subvierten y el cambio de papeles convierte la solidez de unos cimientos internos en un maremágnum de conflictos capaces de desintegrarla.
La película presenta a Chris y Gitti. Él es un arquitecto inseguro y ella, relaciones públicas de una discográfica, respectivamente, que abordan con ilusión sus vacaciones en la plácida isla de Cerdeña, viviendo un idílico lapso de amor que roza la pasión juvenil. Sin embargo, lo que en principio parece un mundo perfecto se viene abajo cuando Hans y Sana, otro matrimonio también convencional que ha asumido el matrimonio con resignación, entra en su vida para desequilibrar la relación provocando una desapacible tensión que pondrá a prueba lo que ellos creen perfecto.
La realizadora bávara profundiza desde los primeros y sutiles giros en los vacíos de comunicación que han pasado inadvertidos para los dos personajes, haciendo que sus inseguridades, la voluble situación de un par de cenas con el otro matrimonio vaya poniendo pareja al borde de la crisis. La cinta dibuja una línea entre el realismo y la sobriedad con la que se van construyendo los perfiles y las personalidades de los cuatro personajes, a través de sus conversaciones, de la insignificancia de muchas de ellas, de las deliberaciones que se tienen lugar las cenas, en una habitación o al lado de la piscina.
Esa fortuita confrontación de parejas refleja los condicionamientos y la fragilidad de una relación donde se esconden frustraciones y el fárrago de roles que se traen entre manos. Es así cómo el espectador va descubriendo lo que representa la pareja afectada y lo que no dicen, abriendo una herida en forma de preguntas que cuestionan esa vida en común que tienen como idónea. Es el instante en que los defectos van tomando cuerpo y se perciben como lacras que pueden destruir la solidez y alegría de los buenos tiempos.
Si algo puede sacar al espectador de la trama es la complejidad de estructura que sigue un guión en continua libertad, que escapa a cualquier enunciación de actos al uso, que se fortalece con la excepcional dirección de todos sus intérpretes, desde Birgit Minichmayr y Lars Eidinger sin olvidar a Hans-Jochen Wagner y Paula Hartmann, con ese montaje elíptico que deja una sensación de desasosiego y ambigüedad. Mecanismos que funcionan debidamente por esa disposición que pasa de la “normalidad” con la que es presentada la pareja hacia los giros radicales que afectan a su perspectiva de la relación y su entorno existencial.
‘Entre nosotros’ respeta la distancia y el punto de vista de los dos, haciendo que la simbolización dramática se presente como un cúmulo de pequeños conflictos casi imperceptibles, sin que haya una concienciación sobre ellos, en continuo estado de latencia, lleno de juegos de impostura. La cámara sabe distanciarse lo suficiente de los personajes como para que expongan con libertad sus movimientos, desplegando así sus inquietudes y sus falsedades recíprocas, hurgando en cómo esa progresión de posturas va fraguando un efecto demoledor dentro de la relación.
Ade se escuda en una quebradiza espiral donde el tiempo es implacable y donde las reacciones y calvarios emocionales quedan dentro de sus personajes. Es también importante ese territorio de nadie que representa Cerdeña, la Italia meridional, que aprisiona sentimientos contrapuestos sin evidenciar costumbres y ambientes, que recuerda (porque es muy deudora de aquélla) del ‘Te querré siempre’ de Rossellini, en su modo de decodificar las palabras y los silencios que se dan en el conflicto de pareja.
Estamos ante un filme que rebosa en inteligencia a la hora de rotar el rumbo atmosférico y emocional que se desencadena entre una pareja cuando hay un elemento que les pone en una situación de continuo cuestionamiento, sin caer en sensacionalismos impresionables, porque Ade sistemiza este juego de variabilidad en las emociones para mantener el equilibrio entre las posiciones encontradas de sus protagonistas. Con ello logra ir oscureciendo la atmósfera, en geografía, en frases y miradas, hasta lo insostenible de su tramo final, donde parece que la pareja mantendrá su sinuosa relación encubierta bajo el fingimiento.
En esta fábula sobre relaciones cualquier oscilación, ya sea en intenciones o en diálogos son fruto de un medido baremo para modificar de manera radical esta relación. Puede que a ‘Entre nosotros’ se le pueda atribuir cierta dilación en el desarrollo de su relato, que puede llegar a acusar demasiado los tiempos muertos en los que parece no pasar absolutamente nada. Pero en una cinta que propugna la atmósfera como médula para desplegar su éter psicoanalítico en pos de una catarsis conclusiva es perdonable. La cinta de Ader aboga así por las apariencias, los códigos establecidos de cara a terceros, traicionando la legitimidad y los vínculos en pareja.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Madres e hijas (Mother & child)', de Rodrigo García.

jueves, 8 de julio de 2010

Una final que vale un sueño

A lo largo de los años hemos sufrido tantas decepciones, injusticias y negatividad circunscrita al fútbol que lo de ayer parece un sueño del que no queremos despertar. Los fantasmas que impidieron durante décadas que la Selección Española cruzara el límite para alcanzar la Gloria parecen haberse desvanecido. El escepticismo habitual ha quedado sepultado por las imágenes inolvidables de una noche de San Fermín en Durban y han dejado la ilusión y la esperanza de una final llena de oportunidades para el grupo de amigos reunidos por Vicente del Bosque. La Furia española volvió a rugir, asustando con ese juego que define a esta “Roja” que tantas pasiones levanta; velocidad, espacio, toque, dominio, seguridad… un fútbol grácil, lleno de magia. La emoción y lo nervios contenidos detonaron en el mismo instante en que Carles Puyol, un jugador de raza inexplicable, se elevó por encima de la defensa alemana, incluso por encima de su compañero Piqué, para hacer estallar en gritos de júbilo a una afición que se merecía este momento histórico.
Hoy, toda España, con una justificada resaca, se rinde ante el juego de un equipo que mostró su mejor rostro, que expone y razona dentro del terreno de juego, que supo anular al mejor equipo del Mundial hasta el momento. Las estrellas de Alemania ni siquiera tuvieron su oportunidad. Joachim Löw no tenía previsto encontrarse con esta España que ayer sorprendió en su comienzo desde el banquillo, dejando a un jugador cuestionado e incuestionable en él para brindar la oportunidad a otro debutante en un evento de esta envergadura. La jugada de ilusionismo hizo su efecto, ya que el jugador bordó, a excepción de un error por el que no hay que demonizarle, una actuación modélica. Así como la del resto de un combinado que puntualizó por fin una superioridad aplastante, de esas que escriben gestas para no olvidar. Cuando se asocian la magia con el talento, no hay nadie que pueda parar a un equipo como este, con una personalidad y estilo propio. Elementos fundamentales para hacer Historia.
Ayer fue una de las noches más memorables que recuerden los futboleros y toda una nación a la que se les pusieron los pelos de punta cuando el colegiado pitó el final del partido. La epopeya tiene un nombre: España. Y el domingo debe ratificarse a gritos, con el delirio de un juego envidiable ese titular que tanto asusta e ilusiona pensar: “España, Campeona del Mundo”. Ha llegado la hora. Por más que la historia del fútbol esté endeudada con Holanda, este Mundial de Sudáfrica nos pertenece. Como se suele decir “las finales no se juegan. Se ganan”.

miércoles, 7 de julio de 2010

... 7 de julio, San Fermín...

Es 7 de julio. A todos nos suena esta fecha. Esa festividad tan destacada y universal. O mejor dicho, universalizada. Pañuelo rojo al cuello, el ‘txupinazo’ en la Plaza del Castillo, encierros diarios, el fajín rojo, el “riau riau” hasta el “pobre de mí” que da por finalizada la fiesta grande de Pamplona… Entretanto, cada jornada comienza en los Corralillos del Gas, con los mozos rezando tres veces, periódico en mano y cantado la mítica “A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón...”. Es el proceder de encomendarse a San Fermín. Les esperan unos morlacos cojonudos que rondan los 600 kilos. Allí están los dobladores y los mozos, algunos valientes corredores, otros… no tanto. Hay una extraña mezcla de adrenalina, indecisión, seguridad, recelo y (des)confianza. La Cuesta de Santo Domingo, la Curva de Mercaderes, resbalones, caídas, toca esquivar. La mítica Calle Estafeta, un asta a punto de coger a un corredor experimentado, pero sabe sortearle con destreza. Un toro se queda rezagado. Nervios.
Llega la Curva de Telefónica. De nuevo, más resbalones. Otro par de morlacos también resbalan y arrollan a tres corredores. Alarma. Parece que no ha sido nada. Un revolcón con alguna rozadura. La gente se agolpa. Otros, ante el temor de la situación, optan por tirarse al suelo y traspasar las gateras. Demasiado peligroso para verlo ‘in situ’. Se llega al Callejón y en tramo descendente hacia la Plaza de Toros se forma un pequeño embudo, sin consecuencias más que pisotones y algún que otro rasguño. Los toros llegan con pocos segundos de diferencia entre sí. Los cabestros tiran de ellos conducidos por los dobladores. Antes de que entren en chiqueros, algún exhibicionista con capote en ristre quiere dar un par de torpes capotazos. La gente aplaude. El encierro llega a su fin. Nadie resultó herido. Sin embargo, los toros no correrán la misma suerte.
No es una crónica del encierro de hoy. Simplemente es un compendio de lo que puede ser cualquier día grande de las Fiestas. Simboliza, más o menos, lo que lleva siendo la tradición bautizada como una internacional leyenda anual, cosmopolita y tradicional que un día reflejó un joven Ernest Hemingway, plasmada en su novela ‘Fiesta (The Sun Also Rises)’ gracias a su viaje a Pamplona junto a unos amigos entre los que se encontraba Lady Duff Twysden. San Fermín es también la enésima muestra, ajena a los encierros, de sacrificio de animales, de incongruencia y desvirtualización. De lo que algunos se empecinan en seguir llamando tradición, donde fascinación del ritual encuentra opiniones diversificadas para aquellos que lo viven en directo y aquellos que los ven desde la distancia. Donde el amor y el odio establecen su inalterable vínculo de necesidad. El momento en que lo visceral y apasionante choca de frente, colisionando con violencia, contra la racionalidad y lo censurable. El duelo siempre es el mismo: Comprensión y defensa (muchas veces disfrazada de intolerancia) Vs. Discrepancia y diatriba.
La desinhibición también forma parte del cotarro. El alcohol en ingentes cantidades esperando ser engullido por una descomunal caterva de borrachos ecuménicos que piden y quieren más entre empujones y suciedad. Basura por la calle, humana y reciclable, gente dándose de bruces contra el suelo. Otro no aguanta más y se detiene a orinar en la vía pública. Como aquél de allí, que no ha podido dominar su arcada y ha terminado por “echar la raba” en el primer sitio que ha pillado. Algunos sólo buscan una mirada furtiva para terminar la noche en el día habiendo conseguido un orgasmo sin terminar debido al exceso de dipsomanía. Pocos lo consiguen. Cuando no se puede más, cualquier parque público es un lugar lícito para aletargarse hasta que los efectos del alcohol sean más llevaderos. Da igual la hora. Impera la coacción física de un cuerpo destrozado. La banalización de un rito convertido en simple comercialización, más necesitado si cabe en tiempos de crisis. “Pamplona no es el lugar para traer su esposa” advertía el clásico autor de ‘El viejo y el mar’. San Fermín es muchas cosas a la vez. Lo bueno y lo malo se dan cita durante ocho días en los que siempre da para hablar de ella con la fuerza del Struendo de Iruña.
Un año más: ¡Viva San Fermín!
…¿O no?

lunes, 5 de julio de 2010

Fin de semana deportivo inolvidable

Dentro del deporte este será uno de los fines de semana más recordados en mucho tiempo. El hecho de que la selección española de fútbol haya logrado su clasificación para unas semifinales de un Mundial por primera vez en su historia para poder superar la mejor clasificación de “la Roja” después de 60 años de decepciones, injusticia e incapacidad para alcanzar la gesta se convierte en todo una coyuntura de trascendencia nacional. En aquella ocasión los Zarra, Gaínza, Ramallets, Puchades o Basora dejaron para la memoria uno de los partidos más emocionantes y más especiales de los que se recuerdan en un partido en el que España logró aplacar la potestad futbolística de los Stanley Matthews, Alf Ramsey y compañía. Aquel “maracanazo” ha simbolizado a lo largo de más de media década el ejemplo constructivo de una selección que pudo conseguir un Mundial aunque finalmente no lo lograra pese a su gran juego. El pasado queda atrás. Y en el día de hoy, en el presente que vivimos, llega la irrepetible oportunidad para poder subsanar los errores. El sábado los Casillas, Ramos, Iniesta, Xavi, Villa y demás componentes del conjunto dirigido por Vicente del Bosque abrieron de nuevo una nueva e ilusionante página para los fastos; España, tras un duro partido lleno de emociones no aptas para cardiacos, se clasificaba para unas semifinales de este acreditado torneo de naciones.
El fantasma de cuartos, el designio por el cual la selección nacional estaba predestinada a volverse a casa antes de tiempo cayó fulminado en dos momentos concretos; cuando Iker Casillas revivió su mito del salvador parando un penalty a Cardozo y en el mismo instante en que David Villa, dueño y señor del gol en este inolvidable mes, anotó un gol de infarto que devolvía a este equipo de amigos al sueño de una gloria compleja pero factible. El sentimiento único del sábado logró vencer, durante 90 agónicos minutos, los males que asolan un país herido en lo económico y en lo social. Esa euforia absurda mueve la esperanza de millones de personas que depositan su estado anímico a este tipo de acontecimientos compartidos, que tanto unen y que se disfrutan con el júbilo y la intensidad de lo concreto. La victoria sobre Paraguay hace que hoy el trabajador medio se levante con una sonrisa, con una necesidad imperiosa de compartir la alegría efímera de un hecho que se recordará durante mucho tiempo. Y lo mejor de todo, esta victoria llega en el mismo intervalo en el que índice de paro baja por primera vez en muchos meses. En lo deportivo, sigue dando la sensación de que el combinado nacional no ha terminado de envolver de magia el fútbol con el cual los rivales sucumbieron ante el talento de los que ganaron la Eurocopa hace dos años. También es cierto que el juego rácano y defensivo de las selecciones que se han enfrentado a España no ha sido el idóneo para poder exhibir la esencia del fútbol. Todos sabemos que el encuentro en el que España brille como nunca está por llegar.
El próximo miércoles hay otra cita con la Historia. Con un equipo de verdad, de los grandes. La admirable y renovada selección alemana de Joachim Löw espera la revancha en el que será el partido más importante de los españoles y, posiblemente, el más trascendente que se va a vivir jamás. Las claves están claras, como se evidenció en los mejores minutos de juego del equipo español (en sus antecedentes) y la consecuencia del gol a los ‘guaranís’ que metió a estos titanes en ‘semis’: la creatividad de Xavi desde atrás, la irrupción de ese talento desbordante de Iniesta y la conclusión de malabarista que impone el “guaje” Villa. Si se sabe leer el partido, frenar a los bávaros, si Busquets sigue en sus trece, si Ramos prosigue con su impecable esfuerzo, si el bloque defensivo sigue infranqueable de la mano de Puyol y Piqué, si Casillas sigue su progresión y se sabe incluir a tiempo a agitadores como pueden ser Fábegras, Pedro o el destructor potencial de Fernando Llorente, Alemania puede echarse a temblar. La semifinal puede y debe ser el partido más bonito y emocionante del Mundial. La final anticipada que todos esperamos debe dejar Antología del fútbol.
Por supuesto, un fin de semana como este no se ha sustentado únicamente del llamado deporte rey. Tanto hay más competiciones que dejan claro que el deporte es un lenitivo purificador que está más allá de la frustración colectiva ante la inoperancia de sus políticos y la situación de un país dislocado por la crisis. Miguel Ángel Jiménez se adjudicó, en el primer hoyo del desempate, el Abierto de Francia, tras entregar en el cuarto recorrido una tarjeta de 67 golpes para un total de 273, once bajo par. Jorge Lorenzo puso patas arriba el Mundial sumando en Montmeló la tercera victoria consecutiva y quinta de la temporada en una nueva exhibición y dejando a Pedrosa a 52 puntos en la clasificación general. El Tour daba sus primeras pedaladas con la incógnita de si Contador podrá alcanzar su tercer tour en pugna con el enemigo Armstrong.
Sin embargo, la gran gesta de este fin de semana llega, otra vez, de la mano de Rafa Nadal, ese demiurgo de la raqueta que expandió nuevamente su gloriosa leyenda al conquistar por segunda vez en su carrera Wimbledon, uno de los torneos más representativos del circuito de los ‘Grand Slam’. El de Manacor pasó como una apisonadora por encima del aspirante Berdych. Nadal ha resurgido de nuevo. Vuelve a ser el número uno en todos los flancos, admirando con su contundencia y dinamismo. La tendinitis en sus rodillas, sus problemas personales y la moral tocada que tanto daño le hicieron la temporada pasada se han diluido para devolver al “puto amo” del tenis mundial. La fuerza mental y física es el vehículo que llevan a este jugador a rozar la perfección, la esencia de un jugador fuera de serie que ha acostumbrado al espectador a ver sus partidos con la seguridad de una victoria. No por ello hay que dejar de reconocer el titánico esfuerzo con los que arrasa en la pista. Y que así sea por muchos años.

viernes, 2 de julio de 2010

Review 'Un sueño posible (The Blind Side)', de John Lee Hancock

Redimiendo el sueño americano
John Lee Hancock adapta un cuento de filantropía conservadora, que rebosa altruismo ejemplarizante y pone de manifiesto, entre líneas, cierto sentimiento de culpa inscrito en la sociedad norteamericana actual.
Dentro de los parámetros del melodrama existe una directriz que suele funcionar en los circuitos comerciales estadounidenses. Podríamos hablar de un subgénero genuinamente yanqui, que confina a lo telúrico sus dramas vivificantes, que estimulan la creencia de un ideal de bondad humana que procede de esa tipología de fábulas que giran en torno a un pobre desfavorecido que, a través de la fe y el tesón, ve cómo su vida cambia hasta llegar a realizar su sueño, por muy imposible que éste pueda parecer. Si a esto se le añade la etiqueta “basado en hechos reales”, el éxito puede estar garantizado. Es lo que le ha pasado a ‘The Blind Side’, adaptación de la novela homónima de Michael Lewis. Una película, en principio, ajena a las movidas taquilleras, pero que dio el campanazo y se colocó como el ‘sleeper’ del año al conseguir más de 250 millones de dólares en el box-office.
‘The Blind Side’, que en España se ha subtitulado ‘Un sueño posible’ (dejando claras las intenciones de la cinta), está basada en la vida de Michael Oher, una estrella afroamericana de la Briarcrest Christian School que debutó con los Baltimore Ravens y se consolidó como el ‘right tackle’ titular de esta franquicia en el siempre difícil universo de la NFL. Es una historia con un chico negro de buen corazón, que podría ser un personaje antagónico al interpretado por Gabourey Sidibe en ‘Precious’, pero con mejor suerte. La comparación no es gratuita. Ambos son grandotes, afroamericanos, maltratados y analfabetos funcionales que provienen de una familia donde las drogas y la violencia subyacen al amparo de un barrio intimidante.
En esta cinta de John Lee Hancock, “Big Mike”, como se le conoce cariñosamente al protagonista, vive prácticamente como un “sin techo” y sin encajar en el nuevo colegio al que asiste. Sin embargo, en su camino se cruzan Leigh Anne y su familia, los Tuohy, que ejercen de modélicos republicanos y cristianos evangélicos para sacar a este negro encantador de la marginalidad. Oher encuentra el cariño y la confianza para despuntar no sólo en el fútbol profesional, sino para adquirir una educación junto a una familia en la que termina por sentirse integrado, que le quiere y le acepta hasta adoptarlo legalmente.
A priori esta fábula de superación personal podría desatender la lógica disección entre realidad y ficción, debido al cuestionamiento de veracidad que puede provocar al hablar sobre héroes inmersos en batallas solventadas a través de valores universales como evidencia de que el sueño americano sigue vivo. Una vez sabido que se trata de una historia real, ‘The Blind Side’ propone, sin contemplaciones ni digresiones dramáticas, un cuento de filantropía conservadora, que rebosa altruismo ejemplarizante y pone de manifiesto, entre líneas, cierto sentimiento de culpa inscrito en la sociedad norteamericana actual, de carácter arcaica, pero activa en los modelos de aceptación de los marginados.
Es la forma que tiene el arquetipo yanqui de ofrecer este tipo de inventario con moraleja, que sermonea sobre la jerarquía que tienen en la vida valores como el esfuerzo personal, el trabajo en equipo y la importancia categórica de la familia. Sólo así un mamotreto con andares de oso, introvertido y silencioso con cara afable y buenos modales es capaz de pasar de caminar calándose hasta los huesos con una bolsa de plástico en la que lleva sus enseres y que lava su ropa de repuesto en una lavandería pública a dormir en una mansión de lujo, entrar en las vidas de una acomodada familiar bienpensante y además de obtener la bendición de la adopción consiga ser una superestrella del deporte más seguido en Estados Unidos. Es el cine ‘bigger than life’. Las odiseas en las que prevalece el poder de la fraternidad, la perseverancia, la misericordia, la solidaridad…
Una historia de lugares comunes en el sondeo vital de aquellos peces fuera del agua que consiguen integrarse dentro de unos Estados Unidos que continúan siendo la tierra de las oportunidades. Hancock integra este cuento moral con una relación entre habilidades humanas y deportivas. Es decir, que el hecho de que “Big Mike” obtenga un alto valor en instinto de protección en el colegio le sitúa en una posición natural para hacer de él un excelente defensor de línea. Los dos mundos colisionan para crear un efecto de fuego artificial admirable, tan condescendiente como sugestivo. Y por esos cauces se mueve constantemente el desarrollo de ‘The Blind Side’. En sus niveles progresivos, el deporte y la educación son mecanismos utilizados como instrumento para alcanzar el sentimiento colectivo y el afán de perfeccionamiento con los que se llega a la consecución de la victoria.
Hancock, muy versado en este tipo de películas que mezclan deporte y valores (como bien evidenció en ‘The Rookie’), habilita términos y secuencias de fútbol americano para que el público siga la historia sin perderse. Precisamente, en esa esfera deportiva es donde mejores resultados obtiene el filme, en esa digresión sobre el “lado ciego” que da título a la cinta, a la función del ‘tackler’ como jugador de relevancia que protege la parte más vulnerable del ‘quarterback’, en su analogía entre equipo y familia. La progresión de Oher como persona y como jugador es, además de la médula dramática, la baza más destacada de una película de esta índole.
Pero ‘The Blind Side’ es tan rectilínea y circunscrita a los decretos de un discurso moral(ista) e indulgente con su contenido que cualquier insubordinación hacia un tipo de doble sentido queda anulada por esa exposición cristalina, que quiere creerse un mundo perfecto de lapidarias sonrisas y compasión inspiradora. Ni siquiera cuando “Big Mike” vuelve a su peligroso barrio suburbial, que se puede ver como una versión antitética, acomodaticia y dúctil de la serie ‘The Wire’ o ese arco dramático que suscita las dudas en el protagonista sobre el hipotético aspecto de caridad de la familia de adopción conllevan a una fluctuación hacia otro derrotero temático. Cualquier matiz negativo sería percibido como alteración de la utópica realidad de los barrios bajos y los ‘ghettos’ que aquí nos venden. Tampoco en la complejidad de hipótesis sobre las posibilidades de superación en la vida del joven, condicionada al altruismo y mecenazgo de los blancos republicanos y el enrarecido entorno multirracial pueden alterar la idiosincrasia espiritual de la cinta.
Podría percibirse cierto tono de maniqueísmo ideológico. Tal vez. Pero no es lo que se debe sacar en conclusión. Al menos, no es lo que Lee Hancock quiere que el público piense. Aquí todo se mueve por las líneas del citado ‘bigger than life’, única motivación de la que no se separa ni ápice la cinta de un narrador que cumple su función con una invisibilidad muy agradecida. Y cuando hay confrontación de ideas, personificado en el desatinado personaje de esa profesora demócrata a la que da vida Kathy Bates lanzada a la educación de la joven promesa, se elude con una correlación armónica por el bien de la historia. ‘The Blind Side’ tiende hacia un intuitivo cariz donde los pretextos se edulcoran desde el origen de la novela. No quiere ser melindroso, pero lo es. Esto no quiere decir que se caiga en el sentimentalismo, ni en la simpleza voluntarista. Lo más virtuoso de la película, y a la vez lo que hace que no se convierta en el típico telefilme de sobremesa, es que el melodrama está equilibrado, sin tribulación exagerada ni gazmoñerías varias. En ese sentido, estamos ante un entretenimiento de buenas intenciones impecable y bien trazado. Siempre que podamos obviar esos enflaquecidos toques de comedia que provienen de ese resabido hijo pequeño de la familia (Jae Head) que se arroja al amor fraternal de su nuevo “hermano” y se convierte, llegado el punto, en el agente deportivo de la promesa del fútbol tratando con los entrenadores de las universidades en absurdos adeudos para él y toda la familia.
Como colofón, sería injusto no destacar la gran labor de Sandra Bullock como principal valedora del filme, dotando a un personaje de fuerza combativa, de mujer ‘hiper-pija’ pero entrañable, de fascinante voluntad de hierro y el sentimiento maternal. Su Oscar puede parece exagerado, pero nunca ilícito. Su interpretación ganadora de este reputado premio es muy similar (en fondo y forma) a la de Julia Roberts de ‘Erin Brockovich’, pero está por encima de, por ejemplo, la Reese Witherspoon de ‘En la cuerda floja (‘Walk the Line’)’. Aunque es cierto que si hay que destacar el trabajo de Bullock, también lo es el sensacional retrato que hace Quinton Aaron de Michael Oher, aprovechando su corpulencia y su expresividad entrañable. Sin olvidar la breve e intachable aportación de Adriane Lenox como madre adicta al crack de este futuro jugador mediático.
No es que vaya a pasar como una película muy destacable, pero ‘The Blind Side’ no es mala película. Por mucho que sea éticamente loable y políticamente correcta, estamos ante una cinta que se deja ver con condescendencia, que gustará a aquellos que busquen un cine ejemplarizador sobre instructivas historias que versan sobre la bondad humana, inculcada de una emoción que no mira la clase o la raza, sólo a la familia y sus valores.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Entre nosotros (Alle Anderen)', de Maren Ade