lunes, 5 de julio de 2010

Fin de semana deportivo inolvidable

Dentro del deporte este será uno de los fines de semana más recordados en mucho tiempo. El hecho de que la selección española de fútbol haya logrado su clasificación para unas semifinales de un Mundial por primera vez en su historia para poder superar la mejor clasificación de “la Roja” después de 60 años de decepciones, injusticia e incapacidad para alcanzar la gesta se convierte en todo una coyuntura de trascendencia nacional. En aquella ocasión los Zarra, Gaínza, Ramallets, Puchades o Basora dejaron para la memoria uno de los partidos más emocionantes y más especiales de los que se recuerdan en un partido en el que España logró aplacar la potestad futbolística de los Stanley Matthews, Alf Ramsey y compañía. Aquel “maracanazo” ha simbolizado a lo largo de más de media década el ejemplo constructivo de una selección que pudo conseguir un Mundial aunque finalmente no lo lograra pese a su gran juego. El pasado queda atrás. Y en el día de hoy, en el presente que vivimos, llega la irrepetible oportunidad para poder subsanar los errores. El sábado los Casillas, Ramos, Iniesta, Xavi, Villa y demás componentes del conjunto dirigido por Vicente del Bosque abrieron de nuevo una nueva e ilusionante página para los fastos; España, tras un duro partido lleno de emociones no aptas para cardiacos, se clasificaba para unas semifinales de este acreditado torneo de naciones.
El fantasma de cuartos, el designio por el cual la selección nacional estaba predestinada a volverse a casa antes de tiempo cayó fulminado en dos momentos concretos; cuando Iker Casillas revivió su mito del salvador parando un penalty a Cardozo y en el mismo instante en que David Villa, dueño y señor del gol en este inolvidable mes, anotó un gol de infarto que devolvía a este equipo de amigos al sueño de una gloria compleja pero factible. El sentimiento único del sábado logró vencer, durante 90 agónicos minutos, los males que asolan un país herido en lo económico y en lo social. Esa euforia absurda mueve la esperanza de millones de personas que depositan su estado anímico a este tipo de acontecimientos compartidos, que tanto unen y que se disfrutan con el júbilo y la intensidad de lo concreto. La victoria sobre Paraguay hace que hoy el trabajador medio se levante con una sonrisa, con una necesidad imperiosa de compartir la alegría efímera de un hecho que se recordará durante mucho tiempo. Y lo mejor de todo, esta victoria llega en el mismo intervalo en el que índice de paro baja por primera vez en muchos meses. En lo deportivo, sigue dando la sensación de que el combinado nacional no ha terminado de envolver de magia el fútbol con el cual los rivales sucumbieron ante el talento de los que ganaron la Eurocopa hace dos años. También es cierto que el juego rácano y defensivo de las selecciones que se han enfrentado a España no ha sido el idóneo para poder exhibir la esencia del fútbol. Todos sabemos que el encuentro en el que España brille como nunca está por llegar.
El próximo miércoles hay otra cita con la Historia. Con un equipo de verdad, de los grandes. La admirable y renovada selección alemana de Joachim Löw espera la revancha en el que será el partido más importante de los españoles y, posiblemente, el más trascendente que se va a vivir jamás. Las claves están claras, como se evidenció en los mejores minutos de juego del equipo español (en sus antecedentes) y la consecuencia del gol a los ‘guaranís’ que metió a estos titanes en ‘semis’: la creatividad de Xavi desde atrás, la irrupción de ese talento desbordante de Iniesta y la conclusión de malabarista que impone el “guaje” Villa. Si se sabe leer el partido, frenar a los bávaros, si Busquets sigue en sus trece, si Ramos prosigue con su impecable esfuerzo, si el bloque defensivo sigue infranqueable de la mano de Puyol y Piqué, si Casillas sigue su progresión y se sabe incluir a tiempo a agitadores como pueden ser Fábegras, Pedro o el destructor potencial de Fernando Llorente, Alemania puede echarse a temblar. La semifinal puede y debe ser el partido más bonito y emocionante del Mundial. La final anticipada que todos esperamos debe dejar Antología del fútbol.
Por supuesto, un fin de semana como este no se ha sustentado únicamente del llamado deporte rey. Tanto hay más competiciones que dejan claro que el deporte es un lenitivo purificador que está más allá de la frustración colectiva ante la inoperancia de sus políticos y la situación de un país dislocado por la crisis. Miguel Ángel Jiménez se adjudicó, en el primer hoyo del desempate, el Abierto de Francia, tras entregar en el cuarto recorrido una tarjeta de 67 golpes para un total de 273, once bajo par. Jorge Lorenzo puso patas arriba el Mundial sumando en Montmeló la tercera victoria consecutiva y quinta de la temporada en una nueva exhibición y dejando a Pedrosa a 52 puntos en la clasificación general. El Tour daba sus primeras pedaladas con la incógnita de si Contador podrá alcanzar su tercer tour en pugna con el enemigo Armstrong.
Sin embargo, la gran gesta de este fin de semana llega, otra vez, de la mano de Rafa Nadal, ese demiurgo de la raqueta que expandió nuevamente su gloriosa leyenda al conquistar por segunda vez en su carrera Wimbledon, uno de los torneos más representativos del circuito de los ‘Grand Slam’. El de Manacor pasó como una apisonadora por encima del aspirante Berdych. Nadal ha resurgido de nuevo. Vuelve a ser el número uno en todos los flancos, admirando con su contundencia y dinamismo. La tendinitis en sus rodillas, sus problemas personales y la moral tocada que tanto daño le hicieron la temporada pasada se han diluido para devolver al “puto amo” del tenis mundial. La fuerza mental y física es el vehículo que llevan a este jugador a rozar la perfección, la esencia de un jugador fuera de serie que ha acostumbrado al espectador a ver sus partidos con la seguridad de una victoria. No por ello hay que dejar de reconocer el titánico esfuerzo con los que arrasa en la pista. Y que así sea por muchos años.

viernes, 2 de julio de 2010

Review 'Un sueño posible (The Blind Side)', de John Lee Hancock

Redimiendo el sueño americano
John Lee Hancock adapta un cuento de filantropía conservadora, que rebosa altruismo ejemplarizante y pone de manifiesto, entre líneas, cierto sentimiento de culpa inscrito en la sociedad norteamericana actual.
Dentro de los parámetros del melodrama existe una directriz que suele funcionar en los circuitos comerciales estadounidenses. Podríamos hablar de un subgénero genuinamente yanqui, que confina a lo telúrico sus dramas vivificantes, que estimulan la creencia de un ideal de bondad humana que procede de esa tipología de fábulas que giran en torno a un pobre desfavorecido que, a través de la fe y el tesón, ve cómo su vida cambia hasta llegar a realizar su sueño, por muy imposible que éste pueda parecer. Si a esto se le añade la etiqueta “basado en hechos reales”, el éxito puede estar garantizado. Es lo que le ha pasado a ‘The Blind Side’, adaptación de la novela homónima de Michael Lewis. Una película, en principio, ajena a las movidas taquilleras, pero que dio el campanazo y se colocó como el ‘sleeper’ del año al conseguir más de 250 millones de dólares en el box-office.
‘The Blind Side’, que en España se ha subtitulado ‘Un sueño posible’ (dejando claras las intenciones de la cinta), está basada en la vida de Michael Oher, una estrella afroamericana de la Briarcrest Christian School que debutó con los Baltimore Ravens y se consolidó como el ‘right tackle’ titular de esta franquicia en el siempre difícil universo de la NFL. Es una historia con un chico negro de buen corazón, que podría ser un personaje antagónico al interpretado por Gabourey Sidibe en ‘Precious’, pero con mejor suerte. La comparación no es gratuita. Ambos son grandotes, afroamericanos, maltratados y analfabetos funcionales que provienen de una familia donde las drogas y la violencia subyacen al amparo de un barrio intimidante.
En esta cinta de John Lee Hancock, “Big Mike”, como se le conoce cariñosamente al protagonista, vive prácticamente como un “sin techo” y sin encajar en el nuevo colegio al que asiste. Sin embargo, en su camino se cruzan Leigh Anne y su familia, los Tuohy, que ejercen de modélicos republicanos y cristianos evangélicos para sacar a este negro encantador de la marginalidad. Oher encuentra el cariño y la confianza para despuntar no sólo en el fútbol profesional, sino para adquirir una educación junto a una familia en la que termina por sentirse integrado, que le quiere y le acepta hasta adoptarlo legalmente.
A priori esta fábula de superación personal podría desatender la lógica disección entre realidad y ficción, debido al cuestionamiento de veracidad que puede provocar al hablar sobre héroes inmersos en batallas solventadas a través de valores universales como evidencia de que el sueño americano sigue vivo. Una vez sabido que se trata de una historia real, ‘The Blind Side’ propone, sin contemplaciones ni digresiones dramáticas, un cuento de filantropía conservadora, que rebosa altruismo ejemplarizante y pone de manifiesto, entre líneas, cierto sentimiento de culpa inscrito en la sociedad norteamericana actual, de carácter arcaica, pero activa en los modelos de aceptación de los marginados.
Es la forma que tiene el arquetipo yanqui de ofrecer este tipo de inventario con moraleja, que sermonea sobre la jerarquía que tienen en la vida valores como el esfuerzo personal, el trabajo en equipo y la importancia categórica de la familia. Sólo así un mamotreto con andares de oso, introvertido y silencioso con cara afable y buenos modales es capaz de pasar de caminar calándose hasta los huesos con una bolsa de plástico en la que lleva sus enseres y que lava su ropa de repuesto en una lavandería pública a dormir en una mansión de lujo, entrar en las vidas de una acomodada familiar bienpensante y además de obtener la bendición de la adopción consiga ser una superestrella del deporte más seguido en Estados Unidos. Es el cine ‘bigger than life’. Las odiseas en las que prevalece el poder de la fraternidad, la perseverancia, la misericordia, la solidaridad…
Una historia de lugares comunes en el sondeo vital de aquellos peces fuera del agua que consiguen integrarse dentro de unos Estados Unidos que continúan siendo la tierra de las oportunidades. Hancock integra este cuento moral con una relación entre habilidades humanas y deportivas. Es decir, que el hecho de que “Big Mike” obtenga un alto valor en instinto de protección en el colegio le sitúa en una posición natural para hacer de él un excelente defensor de línea. Los dos mundos colisionan para crear un efecto de fuego artificial admirable, tan condescendiente como sugestivo. Y por esos cauces se mueve constantemente el desarrollo de ‘The Blind Side’. En sus niveles progresivos, el deporte y la educación son mecanismos utilizados como instrumento para alcanzar el sentimiento colectivo y el afán de perfeccionamiento con los que se llega a la consecución de la victoria.
Hancock, muy versado en este tipo de películas que mezclan deporte y valores (como bien evidenció en ‘The Rookie’), habilita términos y secuencias de fútbol americano para que el público siga la historia sin perderse. Precisamente, en esa esfera deportiva es donde mejores resultados obtiene el filme, en esa digresión sobre el “lado ciego” que da título a la cinta, a la función del ‘tackler’ como jugador de relevancia que protege la parte más vulnerable del ‘quarterback’, en su analogía entre equipo y familia. La progresión de Oher como persona y como jugador es, además de la médula dramática, la baza más destacada de una película de esta índole.
Pero ‘The Blind Side’ es tan rectilínea y circunscrita a los decretos de un discurso moral(ista) e indulgente con su contenido que cualquier insubordinación hacia un tipo de doble sentido queda anulada por esa exposición cristalina, que quiere creerse un mundo perfecto de lapidarias sonrisas y compasión inspiradora. Ni siquiera cuando “Big Mike” vuelve a su peligroso barrio suburbial, que se puede ver como una versión antitética, acomodaticia y dúctil de la serie ‘The Wire’ o ese arco dramático que suscita las dudas en el protagonista sobre el hipotético aspecto de caridad de la familia de adopción conllevan a una fluctuación hacia otro derrotero temático. Cualquier matiz negativo sería percibido como alteración de la utópica realidad de los barrios bajos y los ‘ghettos’ que aquí nos venden. Tampoco en la complejidad de hipótesis sobre las posibilidades de superación en la vida del joven, condicionada al altruismo y mecenazgo de los blancos republicanos y el enrarecido entorno multirracial pueden alterar la idiosincrasia espiritual de la cinta.
Podría percibirse cierto tono de maniqueísmo ideológico. Tal vez. Pero no es lo que se debe sacar en conclusión. Al menos, no es lo que Lee Hancock quiere que el público piense. Aquí todo se mueve por las líneas del citado ‘bigger than life’, única motivación de la que no se separa ni ápice la cinta de un narrador que cumple su función con una invisibilidad muy agradecida. Y cuando hay confrontación de ideas, personificado en el desatinado personaje de esa profesora demócrata a la que da vida Kathy Bates lanzada a la educación de la joven promesa, se elude con una correlación armónica por el bien de la historia. ‘The Blind Side’ tiende hacia un intuitivo cariz donde los pretextos se edulcoran desde el origen de la novela. No quiere ser melindroso, pero lo es. Esto no quiere decir que se caiga en el sentimentalismo, ni en la simpleza voluntarista. Lo más virtuoso de la película, y a la vez lo que hace que no se convierta en el típico telefilme de sobremesa, es que el melodrama está equilibrado, sin tribulación exagerada ni gazmoñerías varias. En ese sentido, estamos ante un entretenimiento de buenas intenciones impecable y bien trazado. Siempre que podamos obviar esos enflaquecidos toques de comedia que provienen de ese resabido hijo pequeño de la familia (Jae Head) que se arroja al amor fraternal de su nuevo “hermano” y se convierte, llegado el punto, en el agente deportivo de la promesa del fútbol tratando con los entrenadores de las universidades en absurdos adeudos para él y toda la familia.
Como colofón, sería injusto no destacar la gran labor de Sandra Bullock como principal valedora del filme, dotando a un personaje de fuerza combativa, de mujer ‘hiper-pija’ pero entrañable, de fascinante voluntad de hierro y el sentimiento maternal. Su Oscar puede parece exagerado, pero nunca ilícito. Su interpretación ganadora de este reputado premio es muy similar (en fondo y forma) a la de Julia Roberts de ‘Erin Brockovich’, pero está por encima de, por ejemplo, la Reese Witherspoon de ‘En la cuerda floja (‘Walk the Line’)’. Aunque es cierto que si hay que destacar el trabajo de Bullock, también lo es el sensacional retrato que hace Quinton Aaron de Michael Oher, aprovechando su corpulencia y su expresividad entrañable. Sin olvidar la breve e intachable aportación de Adriane Lenox como madre adicta al crack de este futuro jugador mediático.
No es que vaya a pasar como una película muy destacable, pero ‘The Blind Side’ no es mala película. Por mucho que sea éticamente loable y políticamente correcta, estamos ante una cinta que se deja ver con condescendencia, que gustará a aquellos que busquen un cine ejemplarizador sobre instructivas historias que versan sobre la bondad humana, inculcada de una emoción que no mira la clase o la raza, sólo a la familia y sus valores.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Entre nosotros (Alle Anderen)', de Maren Ade

martes, 29 de junio de 2010

El absurdo calor

Ha llegado el verano, el sofocante calentamiento de cualquier resquicio físico y mental, sin modo de frenarlo. He descubierto una estúpida sensación de fruición ambiental, la que se siente ante las puertas automáticas de un centro comercial en el mismo instante en que se abren. En ese momento en se franquea el umbral y se nota el radical cambio de temperatura que provoca el paso de la canícula al intenso frío procedente del aire acondicionado. Ah… qué efímera felicidad transmite ése golpe de aire frío, qué deleite más pusilánime, qué pequeños momentos de la vida.
Tanto es así que he entrado y salido varias veces para comprobar este zafral efecto adictivo (y no sé yo si nocivo, por aquello de los catarros inoportunos), como una cobaya en busca de su hedonista recompensa. Estaba disfrutando como un crío, regocijándome de modo impulsivo, saliendo y entrando, abanicándome al son del sonido de las puertas automáticas. Hasta que me he dado cuenta de la amenazante presencia de un guarda de seguridad que ha lanzado su animadversión en forma de mirada reprendedora hacia mí. Inmediatamente, he disimulado con torpeza, fingiendo haber olvidado algo, rebuscando en mis bolsillos, sacando el móvil para hacer que hablaba con alguien y he salido del recinto con gesto adusto y amenazador, por si alguien había advertido mi infantil juego.

sábado, 26 de junio de 2010

Review 'El retrato de Dorian Gray (Dorian Gray)', de Oliver Parker

En las antípodas de la narrativa de Wilde
La reformulación del clásico llevada a cabo por Oliver Parker se ve enturbiada por la inserción de elementos fantásticos y de terror que acaban por perder el sentido literario de la obra.
‘El retrato de Dorian Gray’, de Oscar Wilde, fidelizó a grandes rasgos parte de la personalidad más reconocible del autor irlandés. Su obra más autobiográfica toma los personajes principales como representaciones arúspices de su carácter libertino y contestatario. Tanto Basil Hallward, como Lord Henri Wotton y el mismo Dorian Gray eran un reflejo de su visión de la época victoriana así como de su discernimiento sobre el arte, la vida y la literatura. El narcisismo, la vanidad, el deseo de perfección, el cinismo, la frivolidad y la crítica a la hipocresía del mundo burgués son referencias implícitas a ese espíritu íntimamente ligado a la materia que siempre exhibió Wilde.
El debate entre la ética y la estética, la fruición del placer e incluso la reflexión a la que conlleva ese desprecio por uno mismo y su indolencia hacia la propia existencia son temas relativos a la índole más representativa de Wilde y queda patente en una obra avanzada a su tiempo que desempolvó los fantasmas de una sociedad acostumbrada al egocentrismo. Los simbolismos de la novela y su personaje lóbrego, maquinal y egoísta fueron, de hecho, un factor importante para el encarcelamiento del escritor en la prisión de Reading para dejar su vida de placer y pasar a ser Sebastian Melmoth.
La nueva adaptación de su más admirada novela sigue los mismos cánones; el de un protagonista aislado en un mundo de perversión y sexo, de hedonismo dominado por el por el arte y el sortilegio de un enigma paranormal donde el culto a la belleza condena el paso del tiempo únicamente a un cuadro, mientras Dorian Gray permanece inalterable a la edad. Oliver Parker, que sigue en su pertinaz empeño de adaptar el espíritu irredento de Wilde es el encargado de llevar a la gran pantalla esta reformulación del clásico, acercándose a ese hombre mezquino que sentencia su alma al encierro de un retrato para someterse al desenfreno y al ilusorio placer de la belleza. En su empeño por testimoniar el manifiesto sobre las debilidades humanas de Wilde, Parker hace gala de su condición de cineasta austero y de recursos subordinados a un clasicismo bastante desvalido, sin pasión, que altera y desdibuja ese cosmos de complejidad de una sociedad apática y pútrida que concibe un sórdido personaje encubierto en la hermosura atemporal, llevándolo hacia unos límites de dramatismo inexistente, que dejan la sensación de un “no poder” constante.
En esta ocasión no parece afectarle que su acomodación al cine se mueva por el límite de la extravagancia y la obviedad. Su intención parece desprendida de cualquier propósito de fidelidad a la obra de Wilde, pese a que cuente con un patrón idóneo, que se ve entorpecido con la inocuidad con la que se desarrollan los evaporados estigmas de la obra de la que bebe. El resultado: se acaba por perder el sentido literario de la obra. Desde la ornamentación visual, al tempo de unas narraciones desligadas de cualquier sensación de desasosiego climático y enturbiado por la inserción (sin lógica) de elementos fantásticos y de terror totalmente injustificados y tópicos, ‘El retrato de Dorian Gray’ termina por convertirse en un filme de horror puro, pero no dentro los términos que a Parker le hubiese gustado. Se podría calificar incluso de despropósito. Se evidencia una falta vergonzante de sutilidad, por ejemplo, en la visualización de las tropelías sexuales de Gray, con esa falta de inteligencia a la hora de plasmar las orgías y el descarrío del personaje o en los insulsos ‘flashbacks’, así como en los efectismos sin recursos que terminan por consumir el inicial interés que despierta la película.
Tampoco hay olvidar la nula aportación sin carisma con la que un inexpresivo e incapaz actor como Ben Barnes dota a un personaje tan carismático como Gray, así como la imposibilidad de un esforzado (que resulta lo más sobresaliente del conjunto) Colin Flirth por hacer destacar a la piedra angular por la que se mueve la obra de Wilde, ese inmoral Lord Henry que aquí no alcanza la fuerza necesaria como personaje. Tampoco las sugestivas Rebecca Hall o Rachel Hurd-Wood contribuyen a dotar de veracidad las oscilaciones emocionales que envuelven a Gray y su descenso a los infiernos. Si a ello sumamos un improbable y torpe conclusión del filme, Parker deja claro que esta adaptación queda en las antípodas de la intelectual y metafísica narrativa de Wilde.
A este ‘El retrato de Dorian Gray’ le sobran muchas cosas para ser una digna adaptación; la falta de inventiva a la hora de recrear cualquier tipo de atmósfera, la abundante superficialidad y aportaciones algo insensatas que pervierten el argumento y lo dejan en una obra que carece de simetría y que luce con una vistosa estética decimonónica con una detallista y pormenorizada puesta en escena o su esbelta dirección artística, algo pretenciosa, pero que a la postre será uno de los elementos más valorables y plausibles de un filme harto fallido.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'The Blind Side (Un sueño posible), de John Lee Hancock.

jueves, 24 de junio de 2010

Octubre 2011, la peligrosa llegada de las dracónicas

Como si fuera alguna de las novelas de George H. White o Eric Sorenssen, el mundo se puede ver sacudido por la irrupción en nuestra atmósfera de una horda de meteoritos que amenacen el bienestar del mundo en el que vivimos. No se trata de ese asteroide Apophis que supone la mayor preocupación de los astrónomos del mundo y que testifica que en 2029 un asteroide de 320 metros de diámetro podría dar de lleno en la Tierra destruyendo el mundo tal y como lo conocemos. Palabras apocalípticas y convertidas gracias al subgénero catastrofista en tópicos del cine. Tampoco se refiere a ese tipo de gigantescos aerolititos que explotarán en la capa inferior de la atmósfera y provocarán una devastación forestal en áreas incalculables, llevándose con él la vida de todo aquel que esté por encima de la capa terrestre.
El año que viene, concretamente el 8 de octubre de 2011, un grupo indeterminado de dracónidas caerán sobre el planeta como un diluvio de coléricos proyectiles que surcarán el cielo para dejar una hermosa vista sobre la bóveda celeste. Puede suponer una oportunidad única de observar una lluvia de meteoritos de tal magnitud como las que se dieron en 1933 y 1946. (aunque en realidad cada año tengan lugar los mismos días de este mes otoñal). La belleza de este fenómeno será otro acontecimiento natural con el espacio exterior como protagonista. Lo que para el espectador será una bella estampa, no lo es tanto para uno de los núcleos que mueven nuestra tecnificada civilización.
Esta estampa de trazos luminosos entrando en la atmósfera terrestre es considerada de alto riesgo para los aparatos en órbita, para esa basura espacial de la que tanto depende el hombre moderno. 2011 puede marcar otro de esos años de taxativa importancia, puesto que el muy posible impacto de estos proyectiles interestelares sobre determinados satélites supone un trágico riesgo e inoportuno surtidor de contrariedades dentro del mundo moderno. Según la NASA su intensidad no será como la que se dio en 1985 y en 1998, mucho menores que las consecuencias que pueden alcanzar estas balas del espacio. Se cree que la solución para evitar el colapso es reorientar la Estación Espacial Internacional por miedo a que esta puede ser dañada irreparablemente. Satélites como el Hubble también podrían sucumbir antes este espectáculo demoníaco y tan nocivo para las nuevas tecnologías de comunicaciones, navegación vía satélite o transmisiones, que podrían quedar vacías de contenidos e información.
Los GPS pueden quedar anulados, los móviles sin cobertura y las televisiones con un apagón irreversible. El caos no alcanzará las proporciones naturales que aquel meteoro que impactó contra el suelo de Tunguska, Siberia, en 1908, pero bajo su estela de admirable belleza puede dejar una interesante anarquía dentro del mundo de la comunicación. Imaginemos por un momento regresar al pasado, sin móviles, sin tanta tecnología, con la calma de la libertad y sin el sometimiento a esos vicios tecnológicos… Interesante.

martes, 22 de junio de 2010

Un poco de música 'retro-freak' para el comienzo del verano

En esta confabulación de verano y aversión a la actividad, cuando las neuronas se reblandecen y la conducta disiente cuestionando la lógica en un deseo irrefrenable de tres únicos términos: “sofá” y “cerveza fría” podemos recuperar absurdas bandas sonoras que provienen de una memoria séptica y confusa, que dignifican la palabra absurdo con la que describir este estado de letargo y aturdimiento que se da cuando llega el calor.
A mediados de los 70, la Manhattan Bottling Company of Brooklyn, compañía que se dedica a embotellar su marca de refrescos de café (los ‘coffe soda’ tan poco popularizados en estos lares) lanzó una especie de ‘vanity’ o ‘promo’ del grupo The Fabulous Teardrops bajo el título ‘Manhattan special’. Con un llamativo exceso en la semicaricatura del filón italiano, algo paródico y muy extravagante, las letras y la música folk mediterránea son parte de un espectáculo de tonos dadaístas que juega con melodías alegres y baladas de pura fantasía ‘retro-freak’.

sábado, 19 de junio de 2010

Review 'Kick-Ass: Listo para machacar (Kick-ass)', de Matthew Vaughn

La deconstrucción del superhéroe
Con los cimientos del controvertido cómic de Millar y Romita Jr. el realizador Matthew Vaughn subvierte los módulos representativos del género de superhéroes conjugando referencias al mundo del cómic, con parodia, drama y ultraviolencia.
El mundo del cómic parece haber encontrado en el guionista escocés Mark Millar un digno heredero de los grandes nombres de la orden más selecta en la historia reciente del Noveno Arte. Su irrupción ha supuesto el afianzamiento de una pieza clave en la modernización de la todopoderosa Marvel, insuflando nuevos aires con una sorprendente capacidad de revolucionar el concepto de cómic moderno y poner patas arriba las pautas de tiralíneas seguidas hasta el momento por sus acólitos. Sus bazas son reconocibles; un sentido del espectáculo que respalda la ‘ultraviolencia’, una inteligencia genuina en la estructura de sus admirables diálogos, su innegable mano para crear ciclos de acción ‘hard-core’ que descubren erudición y cultura pop a partes iguales o una pericia para la colisión del arco y el giro argumental que basa su fuerza en la parodia, el humor y el hiperrealismo. Así es Mark Millar, un tipo capaz de mezclar en promiscua miscelánea el impacto visual y el dinamismo narrativo con total emancipación de referencias y planteamientos clasicistas.
‘Kick-ass’ es la adaptación cinematográfica del cómic creado por Millar junto al dibujante John Romita Jr. En estos tiempos de superhéroes postmodernos, de revisiones de clásicos angostos y actualizaciones reiterativas se ha ido perdiendo el concepto de esos personajes anónimos con poderes especiales que pugnan contra las fuerzas del mal. Y con ello, se llevan a cabo artimañas taquilleras que porfían, en muchos casos, su vacuidad disfrazada en efectos especiales de última generación y mucho de ardid comercial ataviado de entretenimiento sin pretensiones. La herencia de aquellos superhéroes supeditados a la realidad de su naturaleza dentro un ámbito exclusivamente alegórico ha ido perdiendo, en definitiva, mucha de su fuerza pretérita con la búsqueda de una trascendencia verosímil y prosopopeya narrativa. La cinta del británico Matthew Vaughn toma como raíz los cimientos de la controvertida historia de Millar para narrar la historia de un chico llamado Dave Aaron Johnson Lizewski, un adolescente algo ‘geek’, desgarbado e invisible para las chicas al que se le ocurre la feliz idea de embarcarse en una aventura imposible; ser un superhéroe llamado ‘Kick-ass’ dentro del mundo real, disfrazado con un traje de feria y armado con unos nunchakus.
Lo que en principio parece un juego peligroso pero emocionante, pronto le arrojará a un mundo sórdido. Por azar del destino se hace famoso. Sin embargo, este hecho no es el resultado de sus acciones heroicas, sino que la popularidad es producto de un vídeo colgado en la red que se reproduce millones de veces en ordenadores y televisiones. La trama girará por otros derroteros más comprometidos, cuando se vea inmerso en una historia de venganza y enredo criminal en el que el capo Frank D’Amico busca al responsable de la matanza de parte de su banda de gángsteres, que está siendo masacrada por un superhéroe. Ayudado por un padre y su hija, superhéroes en ciernes bajo el nombre de Big Daddy y Hit-Girl, Dave deberá enfrentarse a un imperio criminal que le supera.
El filme arranca presentando la rutina y la tangible circunstancia de los jóvenes dentro unos parámetros de identificación con un género que entra en los terrenos de las ‘teenager movies’. Para ello, introduce al espectador en el día a día de tres amigos que pasan desapercibidos, que observan sin esperanzas a las tías buenas del instituto y pasan las horas sumergidos en conversaciones sobre Intenet y cómics. ‘Kick-ass’ nunca pierde de vista ese reducto intracultural superheroico, que huele a Joss Whedon y que se formula en una época y en unas bases concretas marcadas, en gran medida, por la actualidad de las redes sociales, Youtube y demás alucinaciones colectivas, del impacto que provoca la cultura popular en los jóvenes que la consumen y que unifica el interés hacia un fin común descontrolado y desconocido.
Comienza acercándose a la realidad del submundo juvenil sin alardes ni estereotipos, pero pronto cambia de rumbo, en el mismo instante en que se convierte en un tratado sobre (anti)superhéroes; primero desde el prisma de un incierto justiciero como antítesis de las pautas adjudicadas a este tipo de filmes, para después abarcarlas con los módulos representativos del género (la chica del protagonista, el villano inclemente, el antagonista y los acompañantes), sólo que subvirtiéndolos a las exigencias de un fascinante manifiesto que conjuga referencias al mundo del cómic y parodia tomada en serio con el material con el que se elabora la trama.
Desde ese punto, ‘Kick-ass’ prolonga unos estratos diversificados en un agradable multigénero que, si bien fortalece su atributo más categórico en la demencial jerarquía del ritmo, a veces adolece de cierto desequilibrio entre sus muchos y apasionantes niveles dramáticos, cómicos o de acción sin freno. Vaughn es consciente de la dificultad de la empresa, por eso sabe controlar las convulsiones argumentales llevadas por esa voz en off que se burla del héroe clásico bajo la máscara y sus disquisiciones sobre el Bien y el Mal y su desubicación dentro del mundo que deja a una lado la liberación personal del mito para arrojarlo a una desigual conexión entre ficción y realidad con un trasfondo dramático llevado por la motivación de una venganza familiar.
Pese a que a muchos de los fans del cómic original no compartan esta idea, tanto Vaughn como su coguionista Jane Goldman no traicionan en ningún momento el espíritu del cómic y los cambios que difieren de éste en la versión cinematográfica obedecen a un sentido práctico, reinventando su esencia en su funcionalidad, como el hecho de abordar bastante del drama de Millar desde una representación mucho más lúdica y sarcástica, que se podría circunscribir a los modelos de la comedia. Además, el director de ‘Layer Cake’ lo consigue sin perder ese fondo de interacción de personajes y movimientos basados en la realidad reconocible, como esa actitud permisiva de Lizewski hacia la chica de sus sueños a la que deja pensar que es gay para estar cerca de ella, la vida paternofilial entre el despiadado Frank D’Amico y su insatisfecho hijo necesitado de amistad y atención o el extraño día a día que comparten Damon Macready y su hija Mindy. ‘Kick-ass’ vendría a ser, de este modo, una redefinición del superhéroe moderno, transmutando de heroico icono invencible a una figura humanizada con necesidades normales. No obstante, se echa de menos una secuencia que tiene lugar al final del cómic y de la que Vaughn ha prescindido; aquélla en el que Hit Girl le pide a Kick-ass que la abrace, algo que posponía la crueldad y daba el tono de tragedia interior de una inocencia cercenada por la venganza.
En la construcción de una de las películas más gratificantes del año, Vaughn cumple con las expectativas de empatar la realidad y rutina de ese adolescente soñador con un contexto superheroico en el que, lejos de reverenciar los clichés del género, los pervierte, abriendo una comedia al uso para ir, progresivamente, enturbiándola hasta una incómoda catástrofe que no desaprovecha un vistoso colorismo estético en su (aparentemente) solaz celebración de la violencia como vía de resarcimiento que recuerda a un episodio concreto de ‘Kill Bill’, de Quentin Tarantino, referente con el que Vaughn tiene alguna que otra deuda. Es aquí donde ‘Kick-ass’ se apunta su más meritorio tanto, en la provocación buscada con soterrada ambigüedad moral que se introduce en las acciones que se perpetúan a lo largo del filme, como en el salvaje aprendizaje de Hit-Girl a manos de su padre, que le dispara para probar un chaleco antibalas o la disciplinada educación que sigue ‘Bruma Roja’ por parte de su progenitor. Aquí sí se mantiene latente ese rescoldo de película con inspiración nihilista que no logró recoger el ‘Wanted’, de Timur Bekmambetov, otra de las adaptaciones de viñeta a la gran pantalla de Millar.
Lo más llamativo de la película es asistir a ese recital de naturalidad con la que una niña imparte con efusión violencia y sangre, sin ningún tipo de aprensión en su desinhibida praxis de ejecución de justicia. La clave de ‘Kick-ass’ es que sabe jugar perfectamente la carta sobre la que gira el hervor sangriento, apoyándolo sobre un eje determinante como es la banda sonora, convirtiendo cada ‘set-piece’ de matanza en pequeños y armónicos episodios de brutal comedia salpicada de hemoglobina y guiños a modo de ofrenda a otras producciones recientes o clásicas, con todo tipo de acrobacias y cabriolas de violencia estética referida al cine pop hongkonés y demás referentes del cine de acción.
No se puede olvidar la gran aportación de algunos de sus intérpretes, que cumplen con gran facilidad su cometido, haciendo que todo sea creíble y fluya hacia el esplendor. Ya no sólo porque los jóvenes Aaron Johnson o Christopher Mintz-Plasse establezcan una encantadora afinidad antagónica en pantalla o la enésima (y gran) recreación de uno de los villanos más eficaces del cine actual como es Mark Strong, si no de la recuperación de Nicolas Cage, que pone en juego las cualidades de intensidad y sentido del humor para dar vida con distinción a ese ex policía que ha visto su vida arruinada por un jefe de la mafia. Pero si alguien destaca por encima de todos, esa es Chloe Moretz en su papel de Hit-Girl, que roba descaradamente el protagonismo a cada uno de los ‘partenaires’ que comparten plano con ella.
Esplendorosa, inspiradora y totalmente anárquica, ‘Kick-ass’ es una de las películas más sorprendentes de la temporada, en la que Matthew Vaughn deja claro, a través de la inspiración de Mark Millar y Romita Jr., cómo redelinear los filmes de superhéroes, teniendo como designio aspirar (que no conseguir) a convertirse un punto de inflexión dentro del género. Estamos antes un filme parido con convicción y desenvoltura, lleno de guiños cinéfilos, además de un espíritu irónico que llega con facilidad al cinismo. Y aunque es menos revolucionaria de lo que intenta aparentar, su descaro y audacia hacen que prevalezca como una obra de delectación sin complejos. Una cinta de puro entretenimiento que, sí vale, no es la deconstrucción superheroica definitiva. Pero casi.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW:'El retrato de Dorian Gray (Dorian Gray)', de Oliver Parker.

viernes, 18 de junio de 2010

Los Angeles Lakers, campeones de la NBA 2010

Se acercaban las 6 de la madrugada (hora española) cuando Vujacic se colocaba en la línea de tiros libres para contrarrestar el triple encestado por Rondo a 17 segundos del final, que colocaba a los Celtics a sólo dos puntos de los Lakers. Había tiempo para una jugada de los de Boston. El partido estaba finiquitado si al escolta esloveno no le temblaba la muñeca. Y así fue. Metió los dos. Cuando los Celtics sacaron de medio campo para jugarse su última baza, casi a la desesperada, la única opción de un triple era, de nuevo, Rondo. Pero no entró. El balón botó en el suelo y allí apareció el que ha sido pieza clave para esta victoria: Pau Gasol. Los Lakers ganaban su decimosexto título, el segundo anillo para el pívot español, el quinto de Kobe Bryant (que se queda a uno de Michael Jordan) y el undécimo de Phil Jackson como entrenador. Que se forzara el séptimo partido y se viviera de la manera en que se ha vivido responde a que, posiblemente, se haya disfrutado de uno de los mejores partidos de unas Finales en la historia reciente de la NBA.
Los Lakers estuvieron por debajo, a remolque del bloque de los Celtics. Llegaron a palmar de trece puntos. Sin embargo, el tesón, la fuerza y la disposición al sufrimiento hasta la última exhalación son factores clave para que los campeones superen los obstáculos y obtengan el merecido cetro. Los Lakers no empezaron bien. Sus piezas soberanas no andaban finas. Bryant y Gasol parecían fuera del partido. Los Celtics, por el contrario, permanecían como un grupo granítico, sin apenas fallos. Nadie contaba con un elemento inesperado, Ron Artest, que se empezó a erigir como el motor de los Lakers, como el estímulo que empezó a despertar las expectativas de los angelinos. Logró frenar a Pierce y empezar a insuflar al equipo la creencia de una victoria que empezaba a ser una realidad, pese a que los Lakers fueran por debajo del marcador en unos primeros tres cuartos en los que Bryant parecía perdido. El aficionado (lo digo desde un punto subjetivo) empezaba a comerse la uñas, a gritar y animar, llevados por la afinidad por el de Son Boi, por el juego ‘in crescendo’ de unos Lakers que estaban dando un golpe de poder sobre el campeonato.
Ni Wallace, ni Allen, ni Pierce, ni Rondo, ni Garnett… nadie estaba llamado a quitarle el sueño a un equipo que empezó a tirar hacia arriba en el instante en que Gasol comenzó a brillar, no sólo con sus acciones, con un par de tapones estratosféricos, con entradas a canasta imposibles o con asistencias de lujo, sino por esos gritos descarriados de ánimo, de rabia ganadora. A eso, amigos del basket, se le llama liderazgo. Y cuando Bryant no sabe cómo llevar ese divino atributo al equipo (su serie de ayer fue desastrosa), ahí está Gasol para afianzarse como adalid. El último cuarto puede que haya sido el que más emoción haya suscitado dentro de una final de la NBA. Tanto Lakers como Celtics llevaban a sus espaldas 114 partidos y la emoción del momento y la incertidumbre con la que se han desarrollado los acontecimientos han hecho que los jugadores hayan estado al límite de sus posibilidades, sin desfallecer, dándolo todo. Los de “Doc” Rivers se plantaron con tres puntos sobre los de Jackson, con triples de Wallace y Allen. Pero Artest seguía imponiendo su ley. Sin dejar escapar ese preciado anillo. El último minuto ha sido de infarto, de una angustia insostenible, pura riqueza de este apasionante deporte.
Los casi 20.000 espectadores que llenaban el Staples Center permanecían de pie, en vilo por una situación de antología. Bryant apareció con esa fugaz racha mostrada durante la velada, Rondo le contestó y una falta sobre Vujacic desmontó los teoremas de los Celtics. Los Angeles Lakers habían logrado la gesta. La noche era amarilla y purpúrea. Artest y Gasol, los héroes de la noche. Y el culmen de un partido inolvidable se saldó con ese trofeo que acredita a este equipo como un exponente heroico de la Historia de la NBA. Con la consecución de este segundo anillo, Gasol, según señalaba el gran Trecet en su mítico blog “entrará en la élite del baloncesto mundial: será claro aspirante a la elección de miembro del Hall of Fame cuando se retire y lo será tambien a que su número 16 sea retirado por los Lakers y colgado para siempre en las paredes del Staples Center. Más histórico, imposible”.

martes, 15 de junio de 2010

Sudáfrica 2010: El Mundial de la esperanza

Desde hace unos cuantos días tenemos un tema de conversación que viene siendo habitual cada cuatro años. El Mundial de fútbol congrega la atención de los medios y del ocio durante el mes de junio y parte de julio. Con el ruido de fondo como si fuera una colmena furibunda gracias a las vuvuzelas de los huevos, los sudafricanos se dejan los pulmones, revientan tímpanos y levantan dolor de cabeza. Sin embargo, la fiesta, la alegría y la deportividad siguen siendo los valores a marcar. El polémico balón Jabulani rodaba inaugurando el pasado sábado el Mundial, recogiendo el testigo de otro esférico no menos maldito como fue el Teamgesit de Alemania en el Sudáfrica-México. Hasta el momento, pocos goles. Muy pocos. Y sin un juego que enamore. Sólo Alemania ha deslumbrado y esto no ha hecho más que empezar.
Será un mes con 32 selecciones compitiendo por un objetivo común: levantar la Copa del Mundo que acredita al ganador como la mejor selección del planeta los próximos cuatro años. 64 partidos que definirán lo mejor y lo peor del fútbol internacional. 30 árbitros que velarán por el ‘fair play’ y la siempre inalcanzable ecuanimidad, 10 sedes dispuestas a darlo todo por una imagen global positiva en un continente asolado por la pobreza y una cifra exorbitada que seguirá este Mundial: 26 mil millones de espectadores de todo el planeta (excepto los españoles y algún país con plataformas digitales en exclusiva) según afirmó el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke. La XIX Copa Mundial de la FIFA ya ha comenzado y con ella el espectáculo del fútbol, del sentimiento de gloria que nunca había tenido una selección como la española. “La Roja” aspira a todo. Y todos tenemos esa sensación feérica de que los sueños colectivos, aquellos que sirven como vía de escape a los graves conflictos económicos de un país en crisis tienen altas probabilidades de materializarse.
Es una pena (por no decir una putada tremenda) que los emporios televisivos mantengan alejada a la casi totalidad de los seguidores en el ostracismo, al aficionado que gusta del deporte rey sumido en el ascetismo de un sólo encuentro diario y dictado por las cadenas, despojando a este deporte al aficionado del interés que suscita este tipo de acontecimientos universales, perdiendo la generalidad del Mundial en beneficio de unos cuantos. No sólo de la Selección Nacional vive el interés de este torneo.
En fin, mañana primer partido del combinado de Vicente del Bosque que deberá dejar claro su condición de favorito y poner el deseo y el propósito de España encaminado a las expectativas que un país entero alberga con una ilusión inusitada.

viernes, 11 de junio de 2010

'The Crazies (The Crazies)', de Breck Eisner

Un ‘remake’ ejemplar
Esta revisión del clásico de Romero no es tan ideológica como su precedente, pero sigue siendo una crítica hacia la violencia extrema de la América militarizada que supera a aquélla con un ritmo envidiable y un respeto con los dispositivos genéricos ricos en lecturas y camuflados en algo de sangre fácil.
A priori, cuando ‘The Crazies’ se aborda como ese ‘remake’ del filme de 1973 dirigido por George A. Romero, las expectativas se adecuan a otra de esas revisiones sin sustancia de clásicos del ‘gore’ que atienden a una idea bastante confusa de lo que es el cine moderno. Muchas veces, los preceptos del cine Romero se circunscribieron a una actitud crítica con el sistema, a la identificación de los símbolos terroríficos como una diatriba batalladora en la que la sangre derramada, por mucho ‘zombie’ que pululara por sus cintas, no era más que la procedente de quebradizos seres humanos indefensos ante las utilidades que representan como sociedad para otros estratos mayores, que hacen prescindible al individuo. ‘The Crazies’ reunía estos factores en un discurso metafórico sobre experimentos de estado y los peligros de los avances nucleares relativizando su esencia terrorífica con un subtexto de conservación ante un peligro masivo. En aquella época, durante la Guerra de Vietnam, el adversario era el gobierno de los EE.UU. Hoy, en su actualización, el ejército y el poder mundial también ciernen su sombra sobre virus encubiertos con oscuros propósitos.
La historia de fondo continúa siendo la misma; una crítica al desmedido poder de los altos mandos que provocan un estallido de violencia, que induce al caos y a la salvaguarda de la naturaleza humana devenida en autodefensa. En esta nueva ‘The Crazies’ la acción se sitúa en la pequeña y apacible localidad de Ogden Marsh, en Iowa. Un acontecimiento imprevisto como es el disparo del sheriff a un vecino que le apunta con un rifle en actitud catatónica desencadena una espiral de extraños casos que provienen de aquellos que han ingerido agua con toxinas biológicas procedente de un lago en el que ha caído un avión militar. Las autoridades parecen haber encubierto el accidente aéreo, mientras los habitantes de la zona comienzan a sufrir un descontrol imparable de casos en los que la disposición neuronal se rige por una aterradora sed de sangre. Lo primero que llama la atención del filme es lo bien que está planteada la disyuntiva de terror introducida en la realidad rural de un pueblo perdido en el centro-oeste de los Estados Unidos, mostrando esa evolución desde la tranquilidad inicial hasta la pesadilla con rasgos naturalistas, utilizando un terror austero que no prescinde de los sustos de catálogo, logrando anticipar la efervescente inquietud antes que salpicón de sangre.
Aquí, sin traicionar el vestigio e idiosincrasia de Romero, la zona no se anega de ‘zombies’ o de infectados en el sentido actual y genérico que se establecido en la última década. Se trata de un tipo de contaminación vertida a través del agua que convierte a los ciudadanos en algo así como maníacos homicidas sin voluntad. Con ello, el director Breck Eisner maneja con buen pulso dos vertientes genéricas como son la del cine de terror y sus fórmulas estéticas, salpicado con un poco de ‘gore’ y, por otra, ese ‘thriller’ apocalíptico que sigue hablando sobre los riesgos de un posible fin del mundo a manos del hombre moderno y sus fuerzas militares, desde un prisma que no traiciona la genealogía de la serie B. Se podría decir que este ‘The Crazies’ no es tan ideológica como su precedente, pero a los guionistas Scott Kosar y Ray Wright tampoco les hace mucha falta incidir en esta vertiente, ya que dejan muy claro en dos o tres trazos de violencia extrema una crítica a la América militarizada, con un ejército que lanza protocolos de contención totalmente deshumanizado en el que da igual si los autóctonos están infectados o no, puesto que lo importante es comenzar un salvaje exterminio si así se logra encubrir los errores gubernamentales.
‘The Crazies’ tiene un arranque ejemplar que no se anda por las ramas en la materialización de su progresivo delirio hacia los oscuros abismos de la locura y la aberración. Eisner mantiene el pulso otorgando una gratificante credibilidad de todo lo que acontece, sin necesidad de recurrir a efectismos ni elementos sanguinolentos. También es destacable el dibujo de sus personajes principales, que responden al rol que se les asigna, sin parodias de sí mismos, sin mucha prosopopeya ni información; tenemos un sheriff que, pese a ser la autoridad de un pequeño pueblo rural, es estoico y perspicaz, su mujer, la doctora de la zona, embarazada y con coraje y dos personajes complementarios como son el adjunto del sheriff, un hombre inseguro que va perdiendo el norte con las dudas y la violencia que rodean los acontecimientos y un factor casi ornamental como es la ayudante de la doctora, una joven que se ve metida en este desagradable fregado sin quererlo. Este ‘remake’ conserva así algunos detalles de la versión de Romero, pero asume su alejamiento de aquélla situando a los personajes en un escenario totalmente controlado por un satélite que advierte del riesgo de expansión del virus y que va dejando ver las debilidades de sus personajes. También afecta a los contagiados, que responden como lo haría un ‘redneck’ al que se le cruzan los cables en determinado momento de locura. Interesa, al fin y al cabo, ir desplegando la forma en que se aniquila la representación de la placidez rural, con una contundencia y un estilo muy directo y ameno, donde entra en juego el mejor valor aportado por el realizador: la perfecta conjunción entre tensión y elipsis.
Si por algo destaca esta cinta es por la facilidad con la que supera de un modo tan evidente a su precursora, legitimando la credibilidad de algunos ‘remakes’ del Hollywood actual, curiosamente los que proceden de un género concreto y unos argumentos muy definidos. En este sentido, la película de Eisner recuerda, inevitablemente y sin entrar en ningún tipo de comparación, a otro ‘remake’ de Romero como es el portentoso ‘Amanecer de los muertos’ de Zack Snyder, compartiendo con ésta su respeto con los dispositivos genéricos ricos en lecturas y camuflados en algo de sangre fácil donde prepondera con diferencia la acción de infrenable ritmo sobre todo lo demás. En ambos casos, la reformulación supera con creces a su referente, sin perder de vista el acatamiento de sus reglamentos argumentales, sin necesidad de reinventar el filme de Romero. Además de suscitar ese extraño halo de fascinación dentro de unos parámetros de cine de género sin pretensiones, ‘The Crazies’ no ahorra detalles en su pulcra arquitectura formal, de sutil dramatismo que no cae nunca en lo burlesco (aunque hacia el final del filme haya algunas decisiones imposibles de entender), haciendo que el equilibrio formal y la brillante puesta se completen con esa inquietante fotografía que va pasando de la placidez luminosa al puro ambiente claustrofóbico, muy bien trabajado por Maxime Alexandre. No obstante, es el fotógrafo habitual de Alexandre Aja. Y en este tipo de producciones específicas, eso se nota y se agradece. Así como la magnçifica e inquietante partitura creada por el maestro Mark Isham para la ocasión.
Tal vez el inconveniente de ‘The Crazies’ sea, en apariencia, la previsibilidad de todos y cada uno de sus movimientos argumentales, tantas veces reiterados, pero no por ello menos sugestivos debido al beneficio de una dirección bastante destacable y con muy buenos momentos de desasosiego sobre los que la cinta encuentra sus mejores argumentos de defensa. Las secuencias que van desde ese padre que quema su casa con su mujer y su hijo encerrados en un armario, como la excepcional y más sangrienta escabechina que transcurre en el laboratorio forense, los instantes de locura colectiva cuando el ejército pone en cuarentena al pueblo, así como esas dos protagonistas atadas a una camilla viendo como uno de los infectados se acerca con una horca de carga, hasta llegar a ese monumental ‘set-piece’ del tren de lavado de coche absolutamente genial hacen que ‘The Crazies’ se configure como una de las mejores películas de género vistas en bastante tiempo.
Cierto es que se echan de menos algunas inolvidables escenas del original, como esa anciana que se levantaba de la mecedora para clavarle las agujas de hacer punto a su pequeño nieto o, sobre todo, al padre que, llevado por el retroceso a los instintos primarios producidos por la infección, hacía el amor salvajemente a su hija. O también que, en ciertos instantes, se aprecie un tono excesivamente trascendental y abstracto, cuando hubiera estado bien algo de sentido del humor e ironía, componentes del género que siempre ayuda a validar su mérito. Más o menos, como cuando Lynn Lowry, que había participado en la versión del 73, hace un cameo como una mujer en bicicleta cantando una canción absurda.
Todo ello se compensa con un final en el que se adivina que, aunque hayamos sobrevivido con los protagonistas que atisban la gran ciudad como promesa de salvación, es difícil imaginar que la pandemia no haya alcanzado un síntoma global. Al fin y al cabo, las pequeñas imperfecciones están paliadas con esa mencionada y plausible astucia para la cadencia de Eisner, que se respalda (muy mucho) con la gran aportación de sus actores principales, ya que tanto el sobrio Timothy Olyphant, como la cada vez más habituada a estas películas Radha Mitchell, así como Joe Anderson transmiten autenticidad, haciendo que sus personajes sean más que simples estereotipos.
‘The Crazies’ puede tacharse de formulista y de tópica, pero el verdadero aficionado sabrá apreciar la franqueza puesta en imagen y con el material con el que se trabaja, haciendo de esta ‘survival horror’ una gratificante muestra de concisión, de hedor perturbador y acción amenazante que no pretende falsear los propósitos a los que está destinado, a un público muy concreto que disfrutará esta espléndida revisión. Por supuesto que no llega a subvertir el género a un estilo propio, pero sí acopia suficientes aciertos como para que se establezca, con todo el merecimiento, como una de las sorpresas más inesperadas y agradables del año.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Kick-ass: Listo para machacar (Kick-ass)', de Matthew Vaughn.