jueves, 31 de diciembre de 2009

Fallece Iván Zulueta

1943-2009
En contra de la quietud cinematográfica, inclasificable en su propia esfera apartada de toda corriente, marginal y alternativo, provocador, amoral, extremo y subversivo, Iván Zulueta cultivó un arte ajeno a todo, que confabuló la dureza y la experimentación con símiles vampíricos, inoculando la heterodoxia de su carrera a su obra maestra ‘Arrebato’, el indefinible epicentro de su capacidad como cineasta, de manipulador de imágenes en continua revolución. Los abismos inextricables del ‘underground’ nacional se han quedado sin uno de sus más destacados francotiradores.
D.E.P.

martes, 29 de diciembre de 2009

Review 'Donde viven los monstruos (Where the wild things are)', de Spike Jonze

El poder de la imaginación
Spike Jonze propone con su tercer filme una fábula que apela a la fantasía para trazar un apasionante retrato infantil, analizado con madurez e inteligencia, sobre un niño y su viaje a sí mismo para comprender y asimilar su situación familiar.
Con tan sólo dos películas, pero con una ostensible carrera en el mundo del ‘videoclip’, Spike Jonze ha logrado convertirse en uno de los cineastas más representativos de su generación. Su particular forma de acometer una suerte de realidad desquiciada e inverosímil ha estado unida al guionista ‘kamikaze’ Charlie Kaufman. Ambos fraguaron en ‘Cómo ser John Malkovich’ y ‘Adaptation’ una perspectiva excéntrica e innovadora de utilizar algunos de los recursos más imprevisibles en la narrativa cinematográfica, surtiendo sus historias con complejos puzzles psicológicos llevados al extremo. Su universo fracturado, a medio camino entre el cripticismo, la fascinación formal y la indeterminación de un apego por historias concretadas a la dicotomía de realidad y ficción, se amplían con ‘Donde viven los monstruos’, que además de no traicionar esta idea, esclarece que la vinculación a Kaufman ha sido puntual, haciendo de Jonze demuestre que su talento tenga la posibilidad de brillar en solitario.
Para su tercera película, ha contado con la coescritura de Dave Eggers para transformar las escasas líneas de texto que contiene el libro original ‘Where the wild thing are’, de Maurice Sendak. Con él, Jonze corrobora que sabe conjugar su innegable rebeldía narrativa con una profundidad deslumbrante en la lectura de imágenes, consolidadas en una comunión de cine deslumbrante y magia imaginativa con el lenguaje verbal y el pictórico del libro original. Siguiendo con ciertas libertades que no traicionan a su referencia literaria, ‘Donde viven los monstruos’ es un cuento sobre la rebelión contra el mundo adulto del pequeño Max (estupendo Max Records), un niño que juega ataviado con un disfraz de lobo en una familia donde su hermana ha dejado de jugar con él y ahora sale con unos amigos mayores que comienzan a despertar su odio cuando destrozan un iglú que ha hecho con nieve y una madre (Catherine Keener), hasta cierto punto comprensiva, que tiene sus problemas laborales y acaba de iniciar una relación con la que Max no está muy de acuerdo y también le molesta.
Basta con unas pinceladas para conocer de cerca la soledad e incomprensión de un niño soñador que imagina cuentos con talento natural e imaginación. Una noche, es castigado a irse a la cama sin cenar por gritarle a su madre. En vez de acatar la orden, Max la muerde en el hombro y en su huída comienza su aventura. Tras días y noches navegando hacia un rumbo desconocido, llega a una isla habitada por misteriosas criaturas cuyas emociones son tan salvajes e imprevisibles como la actitud del pequeño. Los monstruos desean tener un líder para encauzar sus vidas, tanto como Max aspira a tener un reino al que conducir. Es nombrado rey con la promesa de instaurar edictos para que todos sean felices. Obviamente, no será tan fácil.
La película se encauza hacia una profundización dentro de la personalidad y el poder del niño y los monstruos en una atmósfera infiel a la catalogación y al tópico, heterogénea en paisajes y situaciones. Se presenta como una oscura fantasía disfrazada de cuento acerca de los miedos infantiles inscritos en un universo tan surrealista como auténtico, que Jonze determina con suma coherencia y verticalidad a la hora de trazar la narración de ese simbolismo de los fantasmas de la infancia, como el resquemor, la soledad, los celos o el abandono. Y el cineasta lo hace con naturalidad, sin sensiblería, con una madurez fulminante. ‘Donde viven los monstruos’ puede desconcertar a los que esperen ver una fábula al uso, desconcertando a aquellos que no entren en el juego de subconsciente agitado y visceral que propone el director, en la metodología de su puesta en escena, de su magnífica música a cargo de Carter Burwell y Karen O, de la utilización de la cámara en mano y el uso de fotografía por parte de Lance Acord para filmar las disyuntivas inconscientes del pequeño Max.
Aquí Jonze plantea una definición de términos ajustados a un discurso subversivo, que va creciendo cuanto más se separa el cineasta de los tópicos del cine infantil. De entrada, Max resulta molesto, gritón e irritable. La visión ejemplarizante y moralista se aparca por el fragoso recelo del niño, de su exaltación infantil e incapacidad para demostrar su enfado con el mundo o de la inocencia contrastada con sus momentos de agitación violenta. Lo mismo sucede con los monstruos, cuya recreación física representan el mundo psicológico de Max, con una fisonomía que combina a ternura y amenaza en una suerte de peluches gigantes con expresiones e idiosincrasias propias. Los monstruos de Sendak toman cuerpo con esa insistencia de Jonze en no traicionar el espíritu del cuento y en su vocación más tradicional y artesana, que recuerda a las creaciones de Jim Henson.
Sin embargo, lo que más llama la atención del cuento de Sendak y su prolongación cinematográfica es la compleja disección y ambigüedad que desprende este apasionante periplo por los confines del egoísmo del pequeño Max, de su aventura imaginaria nacida del ímpetu desobediente y vandálico, del ansia de salvajismo ancestral e ira que tiene dentro y que termina convirtiéndole en el monstruo más desafiante de todos ellos. Todo va conformando un fortín de emociones contenidas desmenuzadas substancialmente en esa isla que metaforiza su huída, el asilamiento donde dar rienda suelta a su estado más bestial, a sus sentimientos amargos y agresividad. Se sustenta de simbolismos como ese disfraz de lobo que lleva Max, que sirve para esconderse del mundo hostil o la imprevisibilidad de los monstruos, que representan sus propios sentimientos y dudas.
Tras la evasión de la realidad y la exteriorización violenta de sus frustraciones, la reacción proselitista de los monstruos, que no tiene argumentación con voz de conciencia ni moral, escapa a cualquier regla posible. Con ello, el niño va transformándose en todo aquello que rechaza de primera mano, de aquello que representa su madre, enfrentándose a sus propias contradicciones para entender que su posición como rey de los monstruos implica sacrificio y responsabilidades. Es cuando debe asumir su desasosiego emocional y combatir contra sí mismo y contra su séquito y obtener el restablecimiento de la unidad afectiva y familiar. Se le exige, en definitiva, que comprenda a la figura maternal y asuma la ausencia paterna.
Max va perdiendo sus argumentos para la rebeldía, haciéndose adulto sin quererlo, comprendiendo que el control de los sentimientos de los demás es inabordable, como los suyos. Como el propio Max, los monstruos imaginarios (con Carol a la cabeza y trascripción del propio niño) sienten miedo al abandono y a que el grupo se fragmente, con la necesidad de estar unidos, impregnando a su sentido de vivir una búsqueda de unidad que no consiguen fraguar por muchos “reyes” que hayan tenido. Tanto el chaval como los monstruos pueden pasar del salvajismo animal, con esa guerra de terrones de arena y embestidas varias, a la vulnerabilidad más absoluta. Cada una de las criaturas alude a sus desazones, escondidas en un bosque que no es más que su transitorio resentimiento con el mundo adulto; bien sea la necesidad de llamar la atención, de no ser escuchado, de sentirse invisible, de ser desalmado o de la coherencia y la responsabilidad. Su conocimiento de los monstruos, desde su alter ego que encarna la reacción de destrozarlo todo cuando las cosas van mal hasta aquél que suspira por ser escuchado, Max va avanzando en el conocimiento de sí mismo.
Para él la fantasía es un modo de liberar la furia y de llegar a conseguir el equilibrio interior. De lo que trata ‘Donde viven los monstruos’ es, básicamente, de la importancia del juego, que apela al poder de la fantasía y la imaginación para recuperar un retrato infantil analizado con madurez, inquiriendo el daño que una familia fragmentada puede producir en un niño. Porque la aventura de Max no es más que la lucha consigo mismo por comprender y asimilar su situación familiar. Los problemas que plantean los monstruos (los suyos propios) necesitan ser discernidos para ser resueltos. Y eso es algo que se escapa a la edad del pequeño, hasta que entiende que este tipo de decisiones requieren el apoyo y amor de una figura adulta, de la madre a la que ha dejado en su viaje personal.
‘Donde viven los monstruos’ es una apuesta que se puede apreciar como excesivamente arriesgada en la carrera de un Spike Jonze que no deja de ir a contracorriente. Se trata de un relato demasiado adulto para niños que se muestra, por su grafía y personajes, en algo un tanto infantil para los adultos. Pero lo cierto es que esta película sobre la infancia plantea, por primera vez en mucho tiempo, un cine infantil inteligente y radicalmente inconmensurable. Su esencia oscura la transforma sutilmente en una obra compleja e inclasificable. Es lo que convierte al filme en una joya en bruto. El viaje de autodescubrimiento de Max, su fantasía haciendo frente a sus frustraciones, es una portentosa fábula poética y lírica en todos los sentidos, llena de una verdad cinematográfica que percibirán mejor que nadie los adultos que echan de menos la inmadurez y la infancia. Ellos son los verdaderos destinatarios de esta obra de culto instantánea.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Un tipo serio', de Joel y Ethan Coen.

lunes, 28 de diciembre de 2009

SALAMANCA, en blanco (y negro)

Combinar Salamanca en blanco y negro con un efecto invernal de nieve nos deja estampas como estas. La ciudad del Tormes con una identificativa imagen navideña, siguiendo con el paradigma vacacional que ha tomado el blog con esta Pascua 2009 y la inminente llegada del Nuevo Año.
Flickr Salamanca en Blanco (Enfoque negativo).

viernes, 25 de diciembre de 2009

Review 'Avatar (Avatar)'

Bailando con Na´vis
La larga espera del filme de Cameron tras más de una década después de ‘Titanic’ deja un filme espectáculo repleto de ambición, efectos especiales y estética acumulativa. Sin embargo, el resultado es una película vacía que esconde una falta de sutileza abrumante.
Se le ha dado una especial trascendencia al hecho de que James Cameron haya permanecido más de una década para concretar ‘Avatar’ tras su rutilante éxito con ‘Titanic’. El discurso del cineasta sobre esta demora ha sido el de una necesidad de adecuar su filme a las exigencias tecnológicas desarrolladas en los últimos años. Cameron necesitaba unos avances muy concretos para poder hipnotizar al mundo con unos efectos especiales sorprendentes. Su caprichosa actitud huele al exigente espíritu de Stanley Kubrick y su denso destierro voluntario hasta que las técnicas de filmación pudieran llevar a cabo la novela de Brian Aldiss ‘Inteligencia Artificial’.
Su afán por convertirse en el adalid de la innovación tecnológica de la industria cinematográfica y el juramento de brindar al mundo el filme acontecimiento de la década ponían el listón muy alto. El director de ‘Mentiras arriesgadas’ prometió una nueva experiencia y un nuevo modo de ver el cine. En su soflama iluminada hacía ver la llegada de una película que iba a dar un giro radical al curso del Séptimo Arte. Se ha vendido como una profecía del cine que está por venir. Una experiencia adelantada a su tiempo. Pues lamentablemente, y como se preveía, ‘Avatar’ no es nada de eso.
Esta nueva aventura de Cameron responde, eso sí, a lo que todos esperaban. Es decir, un tipo de cine elefantiasico muy al gusto de su creador. Una película que, de entrada, implica una ambición tan colosal que es imposible que no sea un éxito. En su resultado final, pesa más lo desproporcionado, lo artificial y lo tecnológico que todo lo demás, que queda indefinido en el equilibrio de aquello que ambiciona y el resultado final de esta historia. Cameron juega a ser Dios creando un universo propio, de fábula épica, ubicado en el mundo de Pandora, planeta habitado por una suerte de Ewoks de tres metros, sin pelo y con aspecto ‘apitufado’. El cineasta ha creado una fauna y flora específica, un territorio y un lenguaje delimitado para dar credibilidad a la aventura de Jake Sully (Sam Worthington), un ex marine norteamericano que se introduce en la tribu de los Na´vi, dentro del cuerpo un caminante de sueños, de un avatar infiltrado que empieza informando sobre la cultura y las costumbres del pueblo y acaba por convertirse en el cabecilla de una revolución contra aquéllos para los que trabaja.
Paulatinamente, además de enamorarse de la bella Neytiri (Zoe Saldana), irá descubriendo a una tribu en comunión con la tierra y la naturaleza que van a ser aniquilados por un ejército manipulado a su vez por una pujante compañía corporativa que pretende adueñarse de un mineral que es la solución real a la crisis energética de una Tierra totalmente despoblada y devastada. Con ello, Cameron deja ver su intención de eco alarmista sobre la evolución del hombre y su empeño en destruir el medio ambiente y la vida humana, así como del progreso como amenaza debido a la avanzada tecnología de las máquinas, como ya sucedía en ‘Terminator 2’. ‘Avatar’ es, ante todo, una cinta de Ciencia-Ficción ecológica, ecologista (sin que falten cantos tribales) y muy antimilitarista.
De entrada, por mucho que se niegue, los paralelismos que se pueden hacer entre ‘Avatar’ y ‘Un hombre llamado Caballo’, de Elliot Silverstein, el ‘Pocahontas’, de Disney y, sobre todo, con ‘Bailando con lobos’, de Kevin Costner, pesan demasiado sobre la parte más volátil y quebradiza del filme de Cameron: el guión. Es más un puzzle de referencias que un trabajo con personalidad propia. A Cameron le falta disciplina guionística ante su irreprochable pericia narrativa. Con ello, ‘Avatar’ se destapa en seguida como una historia infantil, absolutamente previsible, que implica cierta ridiculez en su desarrollo, tópica y trivial hasta el paroxismo, sin albergar sorpresas y dejándose la emoción y cualquier dote para la dramaturgia y la pasión por el camino. Podría pensarse que es un efecto de ingenuidad argumental, de honestidad con una historia reincidida en multitud de ocasiones, bienintencionada en los elementos con los que se construye la colorista historia de amor esquemática y conexión con la naturaleza. Un hálito que atufa a moralina por todos sus flancos, con buen rollo de vitola de ‘new age’.
Sin embargo, conociendo la trayectoria de James Cameron, esto se contradice con su continuo afán por doblegar el cine a su antojo. La jugada de crear un espectáculo más grande que la vida misma (el ‘bigger than life’ que lleva como estigma) se queda en un simple conato, puesto que bajo la estela del alarde de ‘Avatar’, de sus ansias de grandiosidad, se esconde una falta de sutileza abrumante, donde los personajes están desprovistos de profundidad, esgrimidos en un croquis de adiposa capacidad dramática.
‘Avatar’ dilucida torpemente sobre la populista historia de colonización e imperialismo, que vive del tópico y el cliché, con evidentes limitaciones que no van más allá de su sinopsis, volcando el grueso de la historia en simples alegorías, en espiritualidad y amor a la naturaleza de cómodo manual. Por supuesto, filtrado con maniqueísmo y corrección política. Se asienta así sobre los cimientos de un mensaje antibelicista con toques de enfrenamiento entre la evolución armamentística ‘hi-tech’ y la humanidad de lo arcaico y tradicional. Es la particular dicotomía de contraponer la guerra con conceptos antagónicos como la paz e incluso la ciencia. Los Na´vi desafían sin tecnología y usando la naturaleza para combatir la destrucción de los artefactos de aniquilación militar. La epopeya de Cameron parece también querer hacer relectura crítica de algunos errores de la actualidad; en esa guerra sin sentido a cualquier precio que encubre a quien maneja el cotarro, las grandes corporaciones que amenazan al mundo en que vivimos, los ejércitos manipulados hasta el extremo de ejercer el exterminio por cumplir órdenes y un subtexto alegórico al 11-S en un momento muy reconocible de la película.
James Cameron cree que lo tiene todo hecho cuando cambia los papeles tradicionales del género de catástrofes alienígenas. Aquí los malos no son los extraterrestres, son los propios humanos, el ejército y las grandes multinacionales, que son las que pueden llevar a cabo un genocidio si por delante hay intereses económicos (en este caso, un yacimiento de un mineral llamado Unobtainium), en un alarde de denunciar de qué forma las conjeturas neoliberales imponen un erróneo modelo de la democracia capitalista.
El problema es que todo esto se pasa por alto cuando es reconocible que el espectador se pone delante de ‘Avatar’ sabiendo a qué se enfrenta. Cameron y los efectos especiales son los dos ingredientes que prevalecen por encima de cualquier acierto o defecto que lleve esta cinta congénitamente. No hay que analizar más allá de lo que hay. Como cine espectáculo, ‘Avatar’ satisface las expectativas, puesto que lo que importa no es la historia, ni los personajes, si no que la impresión tridimensional se asuma como una exhibición disfrutable por todos aquellos que se dejen los prejuicios en casa. Es un ‘blockbuster’ con todas las de ley que pertenece a un tiempo concreto. Y lo es porque apabulla, porque es una profusa muestra de ostentosidad de medios, de gaudeamus visual al servicio única y exclusivamente de la pirueta deslumbrante. Cameron da rienda suelta a su megalomanía galopante, esgrimiendo un deslumbramiento continuo que no tiene fin y que, a buen seguro, se percibirá, de un modo adulterado, como un lujo para los sentidos. ‘Avatar’ es el testimonio paradigmático de la autoconfianza de su creador, que se aferra al poder narrativo puesto a su servicio de los efectos de última generación.
‘Avatar’ es una montaña rusa de aventuras, donde la plasticidad de las escenas se rige por la estilización continua de lo narrado. Una proeza visual que a lo largo de sus casi tres horas no decae en ritmo y en derroche sensorial. El misticismo planetario sacude a la épica hipertrofiada de los Na'vi u Omitacayas, con espectaculares luchas varias, con su épica final, con romance de novela rosa, con militares que parecen personajes de videojuegos… Todo embutido en un circo digital de estética acumulativa. Hay que reconocer que ‘Avatar’ es un deslumbrante espectáculo visual de primer orden, que magnifica el concepto de odisea cinematográfica al servicio de la taquilla. Que encandila y abruma a partes iguales.
Pero por desgracia para Cameron, la revolución del cine no ha sido tal. Como era de esperar, este armatoste descomunal con olor a dinero y marketing es, simplemente, eso, una jugada perfecta que no descubre nada nuevo. Tal vez mejora el cine que está por venir, que robustece la naturalidad del ‘perfomance motion capture’. Eso sí, hasta el momento, tampoco es que sea algo que levante mucha expectativa, por mucho que a las ‘vacas sagradas’ de Hollywood se les haya despertado la vena tecnófila.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Donde viven los monstruos', de Spike Jonze.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Diversos Santa Claus

Más que un símbolo de emotividad navideña, Santa Claus, con el paso de los años, se ha convertido en un reclamo comercial identificativo de estas fiestas. Está en todos los sitios imaginables; anuncios, supermercados, fachadas, calles, colgado en los balcones, calzoncillos… Père Noël, Babbo Natale, Papa Noel… se ha convertido en un símbolo arraigado a un país que ha superpuesto su figura a los tradicionales Reyes Magos. Se lleva más este gordo de barbas blancas vestido de rojo que sus majestades de Oriente. Sin embargo, que un fulano, según cuenta la leyenda, pueda entrar en las casas de los niños que tengan chimenea es algo que levanta ciertas suspicacias entre los más pequeños. Tampoco ayuda la consolidación de individuos de dudoso calado dando vida a este icono navideño.
La catalogación que da la revista Maxim, en su edición americana, se acerca mucho a la prosapia y variedad de caracteres que ofrece la figura de Santa Claus; desde el hombre de poca voluntad que empina el codo y se ‘encogorza’ (una estampa recurrente que llevó al cine Terry Zwigoff en ‘Bad Santa’), pasando por aquél al que el traje le queda grande y el relleno no disimula su delgadez, el viejo verde que acecha a las madres de los niños hasta llegar a ese sueño erótico de hermosas mujeres de mareantes curvas vestidas como Santa…
La conclusión de esto: Santa Claus da miedo. Si no, que se lo digan a Billy Chapman en ‘Noche de paz, noche de muerte’ o podemos echar un vistazo al blog ‘Sketchy Santas’, página que recoge inaquietantes instataneas de diversos Santa Claus ofreciendo el rostro menos poético de esta inquebrantable figura navideña.
Como recordatorio en este día de Pre-Navidad, os dejo el mítico Top Ten de personajes navideños abismales.
Lo dicho hace unos días. FELIZ NAVIDAD a todos.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El regalo navideño de Jack Bauer

Cualquiera que haya visto o seguido las aventuras de Jack Bauer (Kiefer Sutherland) en la televisiva y reverencial ‘24’ sabrá cómo se las gasta este agente de la UAT -Unidad AntiTerrorista-. Bauer tiene una larga lista de decesos cometidos a sus espaldas. Sin embargo, es un héroe intachable. Y un buen patriota que lucha contra la caterva de poderosas organizaciones internacionales que van en contra de su país. También es un buen padre de familia. Y aunque tuvo su flirteo con la heroína y abusa de vez en cuando del hostigamiento y la violencia extrema para conseguir información, Bauer también quiere un regalo de Navidad. Y lo conseguirá. Aunque para ello haya que torturar e interrogar al mismísimo Santa Claus.

martes, 22 de diciembre de 2009

Gordo de Navidad: 78.294

“Me estás tapando los cincuentamiles”, le ha dicho en un momento puntual el presidente de la mesa al niño de la tercera tabla que ha cantado uno de los quintos premios. Pero nada como aquél supervisor de mesa de bombos que echó una bronca monumental a aquel pobre niño que se equivocó en un número y que no he podido encontrar en YouTube, pero que es impagable.
Cada año la letanía de los niños de San Ildefonso alegra un poco el día dando con su sonata cantarina una especie de pátina navideña a un Sorteo que alberga las esperanzas de mucha gente para olvidar penas, darse caprichos o amasar fortunas. No vamos a negar que es una ilusión a modo de espejismo. Como el cuento de la lechera, todos dilucidan sobre qué harían si les tocara el premio gordo. La probabilidad es mínima. Casi nula. Hay que asumirlo con realismo y estoicismo. Los números que van desde el número 00000 al 84999 escogen una casualidad real del 5,68%. Una cifra imposible, una quimera. La gente sigue haciéndose ilusiones porque cada año vemos en la televisión a unos poquísimos afortunados son fugaces protagonistas del día 22 de diciembre al aparecer enardecidos alrededor de un periodista contagiado de euforia vociferando y gritando paridas, entre cava en la cabeza y risas y cánticos, medio ebrios, de los ganadores, conscientes de que sus vidas han cambiado.
Este año, los madrileños han ganado la partida a los demás españoles. Los dos primeros premios han caído en la capital española. El Gordo, lejos de aludir a la obesidad, deja millones de euros en el 78294, el afortunado billete que, en estos momentos, quema de forma agradable en manos de los afortunados. A partir de ahora, escucharemos en televisión esas porfiadas frases que año tras año repican como los villancicos navideños; “celebrarlo”, “muy felices oiga”, “me hacía mucha falta”, “regalos para la familia”, “comprarme un piso”, “para la boda” o las mejores, la expresión jornalera de cemento y ladrillo y ex profesión de Nacho Vidal “tapar agujeros” y la que no podía faltar y que pocas veces se deja montada en el corte “mandar a tomar por culo a mi jefe”.
En cualquier caso, felicidades a aquellos a los que vivan en Bravo Murillo, en Madrid y en Getafe.
¿Algún premiado entre los lectores que quiera, de forma altruista y alegre, donar algo del premio para la producción de un exitoso y futuro proyecto cortometrajístico?

lunes, 21 de diciembre de 2009

Fin de semana de fallecimientos en Hollywood: Dan O'Bannon y Brittany Murphy

1946-2009
Jennifer Jones no ha sido la despedida más sonada de este fin de año en Hollywood. Este fin de semana nos ha dejado otras dos tristes noticias cinematográficas; Dan O’Bannon falleció este pasado sábado a los 63 años. Siempre será recordado por haber escrito uno de los mejores guiones de terror y de ciencia ficción de la historia: ‘Alien’, de Ridley Scott. O’Bannon aportó una innovadora visión al género, conjugado con un terror más psicológico que efectista, basado en una estética gótica, aterradora y oscura. O’Bannon había escrito el libreto de ‘Dark Star’, dirigida por su amigo John Carpenter, su primer trabajo de importancia y todo un clásico de culto de la serie B. En ella, se daban cita la ciencia-ficción y la comedia, otorgando una parodia irónica y cáustica de ‘2001: Una odisea del espacio’, de Kubrick pero jugando, a su manera, con el vestigio de opresión e histerismo que viven unos astronautas y que, según O’Bannon, “suponía una metáfora de la rutinaria y agobiante vida americana”. O’Bannon será recordado por trabajos como ‘Lifeforce’, ‘Muertos y enterrados’, ‘Invasores de Marte’, ‘El trueno azul’, ‘Asesinos cibernéticos’ o ‘Desafío Total’, dirigiendo en alguna ocasión puntual como en ‘El regreso de los muertos vivientes’ o ‘The resurrected’… También formó parte del departamento de efectos especiales de ‘Star Wars’.
1977-2009
Por otra parte, dada su juventud, ha impactado especialmente la muerte prematura de la joven Britany Murphy, de sólo 32 años, debido a un paro cardíaco. A pesar de que en sus inicios fuera señalaba como una joven promesa de gran futuro en el cine, no fue especialmente una estrella de renombre, ni había tenido trabajos de repercusión más allá de alguna película o miniserie de cierta trascendencia. ‘Clueless’, ‘Ni una palabra’, ‘Inocencia Interrumpida’, y sobre todo ‘8 Millas’, de Curtis Hanson, dándole la réplica a Eminen, son algunos de sus trabajos con más repercusión. Comenzó en televisión con ‘Blossom’, ‘Drexell's Class’ y ‘Cosas de hermanas’. Además de los largometrajes mencionados se fue especializando en comedias románticas como ‘Recién casados’, ‘Niñera a la fuerza’, ‘Amor y otros desastres’. ‘Sin City’, adaptación al cine del cómic del mismo nombre y dirigida por Robert Rodriguez y Frank Miller o el doblaje del pingüino Gloria en la película ‘Happy Feet’ también son algunos de sus últimos trabajos. Últimamente se había hablado de su afición al quirófano con retoques faciales y corporales o un rumor sobre su excesiva delgadez que apuntaban a la anorexia. De cualquier modo, Murphy tenía unos ojos poderosos, capaces de expresar mucho talento no desplegado y que nadie fue capaz de potenciar lo suficiente como para sacar a esta actriz del ostracismo y el encasillamiento, a pesar de las blefaroplastias que sufrieran esos ojos tristes que ya no verán nunca otro éxito que la devuelva a las portadas de Hollywood.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Navidad Abismal 2009

No vamos a negarnos. Ya está aquí la Navidad. Otra vez. De hecho, lleva estando desde principios de noviembre, cada año más anticipada, con diversos tipos de excusas. En esta ocasión ha sido la crisis, que ha adelantado la estela de guirnaldas (de bajo consumo, eso sí) para fomentar el gasto del consumidor, reticente ante la situación económica del mundo y de un bolsillo bastante mermado a lo largo del año. Está visto que estas fechas desprenden una doble variante; la de aquellos que hacen aflorar las emociones negativas y agudizan un sentimiento de tristeza y aversión con connotaciones familiares y la de los que se dejan llevar por el sentido lúdico de la tradición y disfrutan sin complejos de todo tipo de desenfreno dispendioso, de constante convite, de cenas copiosas de empresa, con amigos, de reencuentros que acaban hasta las tantas abrazando negligentemente farolas con una botella o una copa de la mano.
Los tiempos parecen dejan entrever una mirada catastrofista que no deja mucho espacio para el optimismo. Existe un síndrome apocalíptico que empaña este tipo de jolgorios. Parece ser que hay que estar preocupado por la situación de crisis, por la gripe A, por el calentamiento global con el futuro del mundo al cual se le ponen supuestas fechas de caducidad, previsiones planetarias desfavorables, sin precedentes, que planean sobre las mentes más realistas y sobre los cálculos científicos menos confiados ¡Paparruchas! ¡Es Navidad!
Ante aquéllos que proclaman la Navidad como una época especial, existen otros que se empecinan en promulgar que no es más que una campaña de mercadotecnia sin sentido. En cualquier caso, como se viene señalando en este espacio abismal, el concepto de Navidad está más allá de la parafernalia consumista. Y es que la confusión atávica ante el inexorable ciclo vital, del invierno y del verano, ha creado celebraciones de solsticios para todos los gustos. Y hay que asumirlo. Y lo que es más importante, llevarlo al extremo. Lo divertido de todo es ser cínico, socarrón y saber disfrutarlo con divertimento y alegría. La Navidad es la época ideal para reírse con más fuerza de aquellos a los que no les gustan y a los que le quieren cambiar el nombre a la celebración por la absurda denominación de “fiesta de invierno”.
Tampoco es momento de reflexionar sobre su génesis católico, ni de conjeturar sobre lo que en realidad se celebra, ni de aludir a cualquier residuo de antiguas fiestas paganas de los nórdicos o aquella celebración romana en honor a Saturno. Lo importante es celebrarlo y pasarlo bien, de ingerir sin freno opulentas cenas y comidas con compañeros, amigos y familiares. De dejarse de malos rollos y el odio en Nochebuena, de seguir comiendo y bebiendo en Navidad. Cómo no, continuando con más brío en Nochevieja, engarzando la comida de Año Nuevo con cenas de antiguos compañeros y habituales cogorzas semanales....
La Navidad continuará siendo esa extraña pero entrañable fiesta arraigada a las guirnaldas, al muérdago, a las luces de colores, a los villancicos, a las olvidadas panderetas, a la botella de anís y al cuchillo para hacerla sonar, a los petardos de 15, a los belenes de todo tipo, al sorteo de lotería más seguido del año, a un pequeño pino talado violentamente para goce efímero de la vista, a Raphael cantando 'El Tamborilero', al aburrido mensaje del hombre que mandó callar a Hugo Chávez, a los regalos del gordo de rojo y los Reyes Magos, al champán, al marisco, al despilfarro generalizado, a la sonrisa cínica o sincera y a la predisposición de los buenos sentimientos convertidos a la mínima de cambio en encendida mala hostia. Eso es la Navidad.
Y no queda más que celebrarla, con gracia y salud, en la medida de lo posible. Por eso, desde estas líneas os deseo una FELIZ NAVIDAD 2009, año que despide otra década, ya metida de lleno en aquel futuro que imaginábamos cuando éramos pequeños y que no es ni tan avanzada ni tan espectacular como la pintaban. Más bien todo lo contrario. Pero de esto ya habrá tiempo de hablar antes de que acabe el año. Hasta entonces, seguid mi consejo: disfrutar y divertíos hasta que parezca pecado.
Abrazos para todos.
¡Jo, jo, jo!

Adiós, eterna Jennifer

1919-2009
Algunas de las escenas de amor de ‘Duelo al sol’, la cinta que David O. Selznick produjo como capricho para fomentar la carrera de Jennifer Jones, siguen subsistiendo como arquetipos de adventicia intensidad dentro de los fastos cinematográficos. A pesar de tratarse de una película de productor, el gran King Vidor logró implantar su especial sentido del romanticismo, con la aspereza de un odio convertido en pasión y llevado hasta las últimas consecuencias. Por supuesto, se trata de ese final en el que la Jones y Gregory Peck se baten a duelo para morir finalmente besándose bajo el rojizo légamo que provoca una hermosa y lacónica lluvia que cierra la película.
Nacida como Phillys Isley, Jennifer Jones le debe su fama a David O. Selznick, que se fijó en ella y la publicitó hasta lanzarla con ‘La canción de Bernadette’, de Henry King. No se equivocaría, ya que ‘Pigmalión’, le otorgaría un Oscar por su interpretación en este largometraje. Jones supo utilizar ese duro temperamento de una actriz imperfecta que desprendía un cierto halo de arrogancia y misterio, de pasión convulsa bajo una cautivadora mirada de hielo. ‘Cluny Brown’, de Ernst Lubitsch, ‘Corazón Salvaje’, de Michael Powell y Emeric Pressburger o ‘Madame Bovary’, de Vicent Minnelli la hicieron inmortal. ‘El coloso en llamas’, de John Guillermin fue su última película.
Ha sido y será uno de los rostros más enigmáticos y perturbadores que ha dado el cine. Puro morbo delante de una pantalla. Una actriz que jamás podrá olvidarse.