jueves, 19 de noviembre de 2009

Review 'Celda 211'

La visceralidad del submundo carcelario
Daniel Monzón obtiene su mejor película con un ‘thriller’ donde ritmo y suspense no dan tregua al espectador. Una ejemplar obra de gran calidad en la que destaca, sobre sus muchísimos valores, la excepcional interpretación de un inspirado Luis Tosar.
La libertad queda lejos cuando la cámara se inmiscuye en las vidas de los presidiarios que ven pasar la vida entre los barrotes, bajo los fríos muros de la soledad. El género carcelario ha sido testigo de historias donde el ardimiento más oscuro anida en los infiernos de intramuros. El tormento físico y psicológico se une a una angustiosa claustrofobia, donde la irracional violencia del colectivo tiene que explotar por algún lado. ‘Celda 211’ se mete de lleno en ese submundo del caos, entendiendo perfectamente las posibilidades dramáticas de su argumento, recreando el universo de sordidez al que se enfrenta un joven funcionario de prisiones que se ve envuelto, en su primer día de trabajo, en un motín de unos presos hartos del autoritarismo extremo. Por ello se hará pasar por un preso recién llegado.
Daniel Monzón recrea con impulso y vehemencia un ‘thriller’ que se nutre de la acción por todos sus costados, sin renunciar a su compromiso con la historia y el género en ningún momento. Su violencia expositiva se manifiesta desde su primer fotograma, con gran crudeza, despojada de cualquier tipo de efectismo a lo largo de su desarrollo. Una violencia que no es purgada con comedimientos estéticos, que supura un realismo que obliga al espectador a una disposición aceptada ante la crudeza de sus imágenes. Monzón, a través de esa actitud beligerante y valiente, opta por conseguir como propósito que la atmósfera en la que envuelve a su fauna entre a saco con una lograda claustrofobia, que ventea su mugre ambiental en un contexto de encierro que hará evolucionar a sus personajes, endureciéndolos o ablandándolos, en su evolución como grupo y como seres humanos.
‘Celda 211’ narra, de esta manera, el infortunio de un personaje que está en el sitio equivocado en el momento incorrecto, expuesto, por el azar y el destino, a una tesitura en la que debe sobrevivir con instinto de metamorfosis, pasando de ser un cordero asustado a un lobo vengativo llevado por unos dramáticos acontecimientos que le convierten en una bestia a la altura de los peores ‘malnacidos’ que controlan los movimientos del motín. En esta apasionante espiral de violencia y de tiempo se mueve una cinta que desprende un poder de seducción inapelable, en su descripción de un ambiente marginal y opresivo, que podría responder al estereotipo de preso cinematográfico, muy genérico. En cierta medida es así. Sin embargo, la grandeza del filme y su sustancia es la de desafiar la superficialidad, la transcripción de referencias. Monzón elude propagar cualquier tipo de obediencia a lo establecido, utilizando los formulismos del género, sí, pero evitando caer en los estereotipos y superarlos, confrontando intenciones y resultados un trabajo admirable, se mire por donde se mire.
Lo que consigue es responder a los códigos identificativos de su cine y estilo, más libres a la hora de jugar con un ritmo y suspense que no abandonan su trama en ningún momento, dotando a la puesta en escena carcelaria con un agresivo éter de fatalidad. Destaca, por encima de sus otras (y son muchas) virtudes, el brillante sentido del ritmo visual y narrativo. En ‘Celda 211’ la acción se superpone al verbo, los personajes están medidos, perfectamente definidos en intenciones y templanza, equilibrados en su retrato a la hora de llevarlos al límite, con diálogos excepcionales que dejan espacio al humor y al drama, sin perder de vista su continuidad de ‘thriller’ de acción.
El propio cineasta, en comunión con el gran Jorge Guerricaechevarría, lleva a buen puerto una prodigiosa adaptación de la estupenda novela de Francisco Pérez Gandul, dando forma a un valeroso guión donde la política y la reclusión se unen con un factor que propone un realismo atroz cuando se trata de utilizar rehenes terroristas de E.T.A. para negociar otras prioridades por parte de los reclusos que exigen mejoras con su particular rebelión de los FIES, los ocupantes de los módulos de presos más peligrosos. Un factor político y policial que proporciona una coartada de justicia alternativa, que justifica la probabilidad de éxito de los internos de la prisión para magnificar la furia de éstos en sus exigencias de mejora de los reglamentos penales.
No obstante, existe cierto maniqueísmo a la hora de enfrentar a los que protestan con intimidación y fervor y a los que, desde el exterior, pretenden acallar las voces disonantes desde las altas esferas, desde la burocracia que considera a los convictos como basura silenciosa con la que negociar para evitar trascendencias de ningún tipo. No importa. Todo funciona como una maquinaria de relojería en esta introducción y vivencia dentro de un universo reconocible, en el que cada cual busca sus propios intereses.
Sin destripar su contenido o giros, los componentes de dramatismo y tragedia se exacerban con demasiada facilidad. Y es una pena, porque hubieran funcionado igualmente como un poco más de sutileza o ambigüedad. Por un instante, todos los acontecimientos se suceden de forma fulgurante, sin dar tregua. Es lo que se busca, por eso los ‘set pieces’ de la pareja a punto de ser padres, del joven funcionario y sus anhelos, de su felicidad conjunta… se aprecian con algo de permisión y empacho, necesarios para aliviar algo la claustrofobia del relato. Aunque es cuestionable su punto de partida, la improbable amistad de dos personalidades antagónicas que se unen en un impasible lapso de guerra y lucha por sobrevivir y la transformación de uno en el otro y viceversa, a ‘Celda 211’ se le perdonan todos sus defectos, sus artimañas argumentales o sus inapreciables imperfecciones que son producto, casi siempre, del azar y del destino sobre los hechos que se van fraguando, como su precipitado final, que se baña en las aguas de la desproporción y énfasis por el sensacionalismo.
Aquí hay algo que impera sobre las demás. En el instante en que Malamadre se presenta, ése personaje destinado a trascender con su magnitud imponente y su voz ronca, un bárbaro que acojona y seduce a partes iguales, todo lo demás parece dar igual. Luis Tosar compone una interpretación tan colosal que cualquier cosa que salga de su boca, ya sea para sacudir, hacer reír o amenazar con intimidación, patentiza una admirable credibilidad que se va contagiando a sus acompañantes, reales composiciones de ‘chusma’ de cárcel. Como esa sobrecogedora naturalidad con la que Luis Zahera interpreta a “Releches”, con la sutileza de acento de Carlos Bardem a la hora de dar vida a ese sicario mexicano “Apache”, Antonio Resines un poco desubicado y sobreactuado o Manolo Solo, como honesto individuo lleno de mierda como todos sus compañeros. Incluso el joven Alberto Ammann va graduando su interpretación hasta lograr dar una convincente réplica a Tosar. ‘Celda 211’ es, posiblemente, la mejor película española que dará este 2009.
Y lo es porque es honesta con sus intenciones genéricas, porque destila visceralidad, porque es directa y cruda y atiende a unos objetivos alcanzados con gran facilidad. La última propuesta de Daniel Monzón golpea con fuerza en la retina del espectador, sobrecogiendo y conmoviendo sin aparente dificultad. Y lo que es mejor, lo hace solidificando un ‘thriller’ como la copa de un pino. Monzón, que debutara con la fallida ‘El corazón del guerrero’, reivindica con notables argumentos la valía no sólo de un director que ha logrado su mejor y más aplaudida película, sino el testimonio tangible de una nueva vía de escape al ostracismo temático del cine español. ‘Celda 211’ es el mejor ejemplo de disyuntiva versátil y atrevida. Una muestra de ganas de cambio, que se adjudica una variable añorada en los tiempos de cine nacional que corren: la de un cine de género sin excusas para la ramplonería, sin subestimar en ambición.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: '2012', de Roland Emmerich

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La divertida estela de R2-D2 en 'Star Trek'

Uno de los rumores de ‘cameos’ más recurrentes en lo que va de año fue la filtración por parte de los acólitos de J.J. Abrams sobre una breve aparición casi imperceptible del droide R2-D2 de la Saga ‘Star Wars’ dentro del ‘remake’ de su “adversaria” cinematográfica ‘Star Trek’. El creador de ‘Perdidos’ no declaró nada al respecto. Dejó correr el chisme como la pólvora entre los ‘fans’ y sabedores de que este inquieto creador de fantasías modernas es un seguidor declarado de la serie de George Lucas. Pues bien, con la salida del filme de Abrams al mercado de DVD y BlueRay, ahora el rumor se engrandece al certificarse que la propia ILM "confirma" este cameo de D2 y que se puede ver en una escena flotando en el espacio... Siguiendo con la broma, hay quien dice que R2-D2 también tiene una minúscula aparición en la secuela de ‘Transformers’, en este momento puntual…
No perdón, disculpad, en este otro…

martes, 17 de noviembre de 2009

Ya están aquí los 'Cortocuentos'

El prolífico Borja Crespo y el dibujante Chema García acaban de lanzar ‘Cortocuentos’, un libro recopilatorio de pequeñas historias fantásticas donde la letra y la imagen buscan crear sensaciones utilizando los mínimos recursos. Cada uno de estos cuentos consta de cuatro frases ilustradas por otras tantas planchas. De las imágenes emanan sentimientos. El grafismo y las letras se fusionan dando lugar a sutiles metáforas. Chema García emplea diferentes estilos, dependiendo de la naturaleza del microrrelato, y Borja Crespo salpica en ocasiones de humor sus textos, regala momentos agridulces o sumerge al lector en un mundo imaginario lleno de pequeños matices. Los personajes de cuento de toda la vida tienen su hueco, pero se les da una vuelta completa. Todo tipo de seres estrambóticos pueblan una imaginería con un toque muy personal. Una obra, en definitiva, que persigue apelar el interés de un público amplio, que puede beber tanto del cómic como de la literatura.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Buenafuente presentará los Goya

Rosa María Sardà, Antonia San Juan, María Barranco, los de Animalario, El Gran Wyoming, Cayetana Guillén Cuervo y Diego Luna, José Corbacho, Carmen Machi… dejan su testigo como presentadores de la gala de los Goya a Andreu Buenafuente. El próximo 14 de febrero tendrá lugar la entrega de los premios del cine español. Si se emite en TVE lo hará, por primera vez, sin publicidad. Algo que facilitará el largo visionado de este tipo de evento. Seguirá siendo en falso directo, como en las últimas ediciones. Sólo hay que rezar porque el guión tenga, al menos, algo de dignidad que no perpetúe el tedio que viene dándose anualmente en la Fiesta del Cine Español.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Review 'El imaginario del Doctor Parnassus (The Imaginarium of Doctor Parnassus)'

El paroxismo de la locura temeraria
Asentado en su vena más arriesgada y ‘kamikaze’, Terry Gilliam vuelve a proponer una compleja fábula de sugerente apariencia y paranoia colorista inscrita en su habitual universo de fantasía hipertrofiada que no logra convencer.
La carrera de Terry Gilliam viene marcada por la libertad de creación y el riesgo con el que el cineasta ex Monty Python ha confabulado su irregular trayectoria, marcada por la mala suerte y los contratiempos que han azotado sus producciones de audaz cine temerario donde abundan elementos relacionados con el cuento tradicional, el barroquismo, la excentricidad, la locura y los sueños. Todo ello se da cita en su nueva locura titulada ‘El imaginario del Doctor Parnassus’, enésima muestra de la capacidad y el gusto de Gilliam por los universos abstractos que logran transgredir lo genérico con una miscelánea de turbulenta iconografía y una deflagración imaginativa que atiende al descontrol y la abundancia. La concepción global y visual de esta desquiciada genialidad se basa, casi siempre, en desarrollar un estilo propio y llevarlo al extremo.
Desde hace tiempo, esta tendencia parece no tener límites. En su última fábula, el universo particular de Gilliam se expone sin cortapisas, determinado en una libertad ‘kamikaze’ que arranca, en esta ocasión, entre tinieblas, con la llegada de una empobrecida atracción de feria a los suburbios nocturnos londinenses. En ella viajan el longevo doctor Parnassus y su prole circense, cuyo más acreditado número consiste en habilitar a sus eventuales feligreses la posibilidad de conocer sus propios paisajes oníricos a través de un espejo que muestra, mediante deformación espectral y luminiscente, los espacios de la imaginación del que lo atraviesa, concretando lo que uno es y lo que desea, las entelequias que se han ido perdiendo en un mundo realista que ha dejado de creer en las historias fabulescas y reniega de la fantasía. Pero hay un secreto que Parnassus ha escondido a lo largo del tiempo; hace miles de años, hizo un trato con el mismísimo demonio a cambio de entregar a su hija cuando ésta cumpliera dieciséis años. Y ése momento, por supuesto, ha llegado.
Para esta idealización del universo ‘gilliamesco’ (por definirlo de alguna manera), el director de ‘12 monos’ ha vuelto a recurrir al guionista Charles McKeown, uno de sus más recordados cómplices junto al que creó obras como ‘Brazil’ y ‘Las aventuras del Barón Münchausen’. Junto a él recupera y promueve el aparente histerismo que encierra su sarcástica idiosincrasia visual y narrativa, llena de influencias literarias y pictóricas. Ambos se dejan llevar por la ensoñación ‘quijotesca’ muy asumida por Gilliam, en terrenos imaginativos afectados por la diversidad imaginativa con la que se apuntala su armazón narrativo, que discurre a través de una senda un tanto confusa entre realidad e ilusión, donde la racionalidad queda en manos del capricho autoral más que de la lógica narrativa de una fábula encrespada y compleja.
‘El imaginario del Doctor Parnassus’ es la extensión que justifica (otra vez) la consabida irregularidad de su director, con momentos de inspirada imaginería, de alucinantes piruetas visuales, de sugerente apariencia y paranoia colorista así como arrobamientos ombliguistas pasados de rosca. Llega un momento en la película donde la acumulación de esa plástica ardua e insubordinada a su propia grafía, por no decir inadecuada y excesiva, focaliza el interés del público hasta tal punto que se descarría de su contexto mitológico, disponiendo un tratado imposible de asimilar. Y lo que es peor, de dudosa identificación.
Si ya con ‘Tideland’, Terry Gilliam exhibía un provocador sistema para conferir a su discurso sobre la imaginación como vía de escape a la vida real cierto tono oscuro y enigmático, aquí la fantasía, como tal, es la esencia perdida de una sociedad que ha dado la espalda a los sueños y se ha olvidado por completo de los mágicos escenarios que plantea Parnassus. Sin embargo, ese tono instigador o subversivo no encuentra su espacio en esta película. A su forjador de locuras se le nota demasiado autocomplaciente, haciendo alarde de un ostentoso exhibicionismo estilístico.
Sin ir más lejos, no mide las consecuencias de su profusa imaginación, pautando un surrealismo que si bien profundiza en el entorno de la entelequia, de sus condicionamientos y de su ubicación dentro de la sociedad desubicada que nos rodea, deja la sensación de experiencia dispersa y críptica, que olvida la contemporización de sus designios y disertación acerca del Bien y Mal, del reverso tenebroso que anida en el subconsciente, de historias de celos y redención, de relaciones parternofiliales y falsas apariencias.
La mitología y la fe batallaban con el racionalismo y las ideas modernas, representado con acierto en un mal juguetón y mefistofélico que no logra llegar a solidificarse dentro del subtexto. Como el propio Parnassus, Gilliam defiende la elaboración de mundos por encima de los establecidos, pero no termina de convencer con este oasis de fantasía hipertrofiada a los antojos de su creador, aquí desmelenado a la hora de recurrir a esa desproporción visual distinguible, llena de autoreferencias pintorescas, de influencias propias, ajustadas a su costumbre itinerante y magnificada dentro de los oníricos recursos que se van dando cita una vez que se cruza ese espejo mágico.
Hay que agradecer, empero, lo bien salvada que está la multiplicidad de rostros del personaje de Heath Ledger, cuya repentina muerte impidió terminar su papel del apuesto Tony y que es sustituido dentro del universo imaginario por Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell, respectivamente, aportando una dimensión más al laberinto narrativo que supone la película. Eso sí, contraviniendo lo que, en apariencia, era la esencia de un personaje poliédrico, pero no en el mundo mágico de Parnassus.
Se trata de otro de esos delirios visuales que no obedecen a reglas, ni a gustos, ni siquiera da la sensación de que Gilliam sea un embaucador que con sus trucos encandile a la platea. Parece que ‘El imaginario del Doctor Parnassus’ la haya creado sólo para sí mismo, con la inmutable actitud de explotar las fronteras de la incoherencia, con esa radicalidad impulsiva capaz de romper patrones, de seguir únicamente los edictos que marcan sus impulsos y mostrar con lucimiento las obsesiones de un autor al que cada vez le gusta más que le tilden de ‘maldito’, obstinado en reincidir en una especie de prototipo de bestiario que aquí tiene sus cotas máximas.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009

PRÓXIMA REVIEW: 'Celda 211', de Daniel Monzón.

martes, 10 de noviembre de 2009

Kareem tiene leucemia

La verdad es que últimamente todo son malas noticias.
Por supuesto que es irrebatible cualquier comentario ponderativo a Kareem Abdul Jabbar, este coloso de la NBA que marcó a una generación de aficionados al basket y providenció una nueva manera de jugar al baloncesto en la posición de pívot. De hecho, cualquier artículo que se haya hecho eco de esta triste noticia palidece ante las palabras del siempre sabio y admirado Ramón Trecet en su más que imprescindible blog. Por eso, es triste tener que leer una noticia así: el ex pívot de los Lakers padece leucemia. Fundamentalmente, porque con la imagen de Jabbar imborrable en la retina, con el recuerdo de aquél ‘sky hook’, de su asombroso palmarés y su longevidad como profesional de las canchas en activo, nos hace pensar lo falibles que somos. Nos hace ver que el tiempo pasa inexorablemente y que las injusticias naturales también alcanzan a los más grandes.
Mucho ánimo a Kareem, el piloto de ‘Aterriza como puedas’ que se cabreaba cuando un mocoso le decía que su padre iba diciendo por ahí que “no sudaba la camiseta”.

20 años de la caída del Muro de Berlín

Ayer la noticia fue la vigésima conmemoración caída de aquel coloso llamado ‘El Muro de Berlín’, el punto de giro de un país dividido por la diferencia impuesta, de una nación obligada a la escisión que fraccionó a dos Alemanias radicalmente desiguales, en lo político, en lo económico y en lo social. Fue la reunificación de un pueblo tras 28 años de separación. El baluarte de la represión cayó y las puertas se abrieron en el mismo instante en que Gunter Schawobski, miembro del Politburó de la RDA, aclaró de improviso en una conferencia de prensa televisada desde Berlín Oriental que la frontera interalemana había dejado de estar vigente de forma inmediata.
Los berlineses se habían congregado a ambos lados del muro para hacer posible un sueño acariciado durante muchos años. La retención de plusvalía y la alienación procedente de ambos lados del muro simbolizaban las dos particularidades congénitas al capitalismo. Llegaba la hora de marcar los ideales de la globalización neoliberal, pero también de demostrar cómo totalitarismos del siglo XX habían perdido su sentido. Fue la destrucción de un sistema, el derrumbamiento del espacio comunista. Desde ese momento, se llevó a cabo la creación de un nuevo orden mundial que instauraba la globalización en el mundo occidental. Un poder fue sustituido por otro y hoy el sentimiento de metamorfosis parece lejano, imbuido por una celebración que tiene que ver con la memoria de un cambio que hoy en día se mira con ambivalencia por los protagonistas de aquél día memorable.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Review 'Si la cosa funciona (Whatever Works)'

El regreso del Woody más genuino
Alejado de sus temáticas más modernas, Woody Allen recupera su mejor pulso con una comedia que le devuelve a sus perímetros humorísticos y personajes más identificables.
Woody Allen llevaba años intentando recobrar la senda de aquel cine que, desde ‘Desmontando a Harry’, ha ido dando bandazos sin encontrar una película que representara la esencia personal en esa peculiar e inagotable fertilidad con la que crea películas. Allen se muestra siempre entusiasmado con su cinta anual, permitiéndose el lujo de experimentar fuera de su habitual contexto hacia terrenos argumentales y geográficos europeizados. Cintas como ‘Match Point’, ‘Scoop’ o ‘Casandra’s Dream’ se articularon en los preceptos de la narración clásica, siguiendo el rastro del suspense, el drama y la opereta de gran eficacia. Lo cierto es que esa certificación de agudeza e inventiva de un cineasta acostumbrado a ser honesto consigo mismo dejó un sabor bastante agridulce en ‘Vicky Cristina Barcelona’, una superficial y tópica comedia sobre relaciones que acentuaba la falta de brillantez con un interrogante sobre sus futuros proyectos.
No hay nada que temer. Woody Allen es capaz de superar sus errores regresando a los perímetros humorísticos de firmeza sin mucha circunspección, sin tomarse tan en serio a sí mismo. ‘Si la cosa funciona’ hace olvidar, momentáneamente, cierto deterioro en la progresión de este veterano clásico del cine contemporáneo. Y lo hace con un guión escrito hace treinta años, cuando Allen ejerció de sardónico cronista de una clase social y una época irrepetible. Es un retorno al análisis de sus fobias, integrando un manifiesto que exorcice sus fantasmas de hipocondríaco y un contraveneno vital que haga vencer los miedos a través de su temática añorada; el miedo a la muerte, el judaísmo, la metafísica, la neurosis, la inquietud intelectual, el egoísmo y, cómo no, la tendencia sexual a las jovencitas.
Lo hace presentando a un personaje que representa el ‘alter ego’ del Allen más conocido, Boris Yelnikoff, un profesor universitario de mecánica cuántica retirado, de vocación hipocondríaca que ha sobrevivido a un intento de suicidio que le ha dejado cojo y que catequiza con un modo de vida asentado en una doctrina nihilista. Es un misántropo, un antipático, un cobarde y un mezquino, pero acata sus defectos como una virtud, considerándose como un genio brillante, pese a su antipatía y pedantería. Por supuesto, el golpe de efecto a su vida llega en la figura de una bella jovencita llamada Melodie St. Anne Celestine, una chica de campo que llega a la Gran Ciudad para descubrir una vida bohemia y aventura que acaba en brazos de este maleducado y cínico. Sobre el papel, es más de lo mismo.
Tal vez, en pantalla tal vez lo sea. Sin embargo, en ‘Si la cosa funciona’ el humor sardónico con buenas dosis de procacidad sin complejos se activa a las mil maravillas. Lo había intentado en anteriores ocasiones, pero es aquí donde más identificable es su filosofía neoyorquina de comedia costumbrista. Se plantean así máximas físicas y teorías científicas para explicar ese descubrimiento desde el mundo de ingenuidad de ella y el absurdo con el que se delimita el crecimiento interior de él, que no duda en tirarle un tablero de ajedrez a la cabeza de un niño al que enseña a jugar sólo porque le considera un inútil.
La pulcritud con la que se exponen los cuidados diálogos merecen la atribución de aquellos epítetos que parecían olvidados a la hora de definir esas películas confeccionadas casi por obligación anual y que, por momentos, recuerdan parcialmente al espíritu de esa tragedia incomprendida que fue ‘Melinda y Melinda’, posiblemente, la última gran cinta del genio y recupera la entidad existencialista y radical de su cine. Todo ello hacen que esta nueva muestra de Woody Allen recupere, sin mucho esfuerzo, el narcisismo ideológico a base de una honestidad casi terapéutica respecto a la historia que se narra.
Y no es que ‘Si la cosa funciona’ sea una de sus mejores películas, aunque comparándola con algunas de sus creaciones de la última década, lo sea. Allen busca que los mecanismos de su humor surtan efecto con frases hechas, conocidas por los amantes de su cine, recurriendo en todo momento al tópico intelectual y a los lugares comunes de su obra más genuina. La misma que se iba echando de menos, donde el barroquismo situacional se asigna a esos aforismos como forma de vida atribuidos a Yelnikoff, un hombre bastante pesimista en su visión de la racionalidad del ser humano, pero que está exagerado en todos y cada uno de los movimientos. La vida sigue huérfana de respuestas ante cualquier duda existencial. Algo que se manifiesta en el exceso y autoconsciencia de la irrealidad que se va dando durante todo el metraje, allí donde Allen marca la diferencia.
No es cuestión tanto de diseccionar el mundo de la pareja y la indescifrable discusión, en clave de comedia, sobre la naturaleza de las relaciones personales. En ‘Si la cosa funciona’ se plantea la necesidad del albedrío cuyo privilegio radica en el azar que provocan los choques de incompatibilidades, ya sea por personajes que revolucionan su vida con un cambio drástico en su modo de vivir como de los pensamientos que se suscitan derivados de éstos. Ejemplo de esto, es la divertida transformación de los padres de la chica, como de la progresión que toman tanto Yelnikoff como Melodie.
Hay un factor que determina la genialidad con la que Allen expone este nuevo manifiesto de neurosis fílmica y entrañable comedia. Y es Larry David, al que no le cuesta seguir su pose de tipo detestable y antipático de la magnífica ‘Curb your enthusiasm’ y reconvertirse en un sosías del propio director, personificando a esa altiva burguesía intelectual que impregna con gotas de humor pseudointelectual impuestas por el carácter ególatra de un David en su salsa.
Se le perdona hasta ese final de ‘happy end’ forzado y descolocado que, si bien, es un lastre hacia la genialidad del cómputo global del filme, sí atestigua que Allen ha vuelto a los orígenes, a su apego por desarticular la realidad en función del relato, aprovechando la metaficción de alguien hablando a la platea para conmemora un cine de autoreferencias y guiños a un tipo de comedia enérgica e inteligente. Puro Allen.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMAS REVIEWS:'El imaginario del Dr. Parnassus', de Terry Gilliam y 'Celda 211', de Daniel Monzón.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Francisco Ayala; Historia, literatura y grandeza

1906-2009
"El arte, como proceso espiritual, como actuación, consiste en desprender de la realidad una apariencia orientada por la brújula del sentido estético, no de otro modo que la máquina del fotógrafo desprende una apariencia exacta, y, sin embargo, independiente, de los objetos colocados en su campo. El toque del arte consiste en herir a la Naturaleza en su talón de Aquiles, en ese punto vulnerable, sensible, cuyo contacto -así también en la mujer; así en la caja de caudales- basta a lograr la apertura de su entraña estética.
(...)
Nos ha tocado a nosotros sondear el fondo de lo humano y contemplar los abismos de lo inhumano, desprendernos así de engaños, de falacias ideológicas, purgar el corazón, limpiar los ojos, y mirar al mundo, con una mirada que, si no expulsa y suprime todos los habituales prestigios del mal, los pone al descubierto y, de ese modo sutil, con sólo su simple verdad, los aniquila".
(Francisco Ayala).

martes, 3 de noviembre de 2009

José Luis López Vázquez, el adiós de una leyenda del Cine Español

1922-2009
El triste momento de una pérdida como la de José Luis López Vázquez no puede evadirse así como así. Es imposible evitar las referencias inolvidables, sus interpretaciones, su esencia como parte fundamental del mejor cine español que se ha hecho y se hará nunca en este país. Lo más bonito de todo es poder encomendar a la memoria pequeños recuerdos personales vinculados a algunas de sus películas más recordadas películas. Hizo muchas, más de 250; algunas olvidables, otras magníficas, unas cuantas de inalcanzable trascendencia. Siempre será el antológico Gabino Quintanilla de ‘Plácido’, de Berlanga, cuya vinculación a su cine va pareja a la maestría de muchos de los más grandes filmes españoles de todos los tiempos. Y ‘Plácido’ podría ser la más portentosa que ha dado la Historia fílmica ibérica.
López Vázquez también fue Don Fidel en ‘Los Jueves, milagro’, el pusilánime Rodolfo dispuesto a casarse con una anciana para conseguir una vivienda en ‘El Pisito’, de Marco Ferreri, pero además el familiar Juan, el padrino “Búfalo” de ‘La Gran Familia’, Antonio Rodríguez, el hermano mayor de José Luis en ‘El Verdugo’, el pelota Fernando Galindo de ‘Atraco a las tres’, de Forqué, donde coincidiría con esa pareja indisociable que es Gracita Morales, con la que compartió más de una treintena de títulos (‘Sor Citroen’, ‘Chica para todo’, ‘¡Cómo está el servicio! o la trilogía de Operaciones -‘Operación secretaria’, ‘Operación Cabaretera’ y ‘Operación Mata-Hari’, todas ellas de Mariano Ozores). También el heredero del Marqués de Leguineche en la ‘Trilogía Nacional’. Fue tantos y tantos… El gran actor consolido su figura como mito de una tipología cinematográfica que se forjó a través del humor negro y el sarcasmo, de los contrasentidos de un absurdo solidificado en el mundo cotidiano, que aparecía distorsionado como yuxtaposición con la realidad metafóricamente esperpéntica que fue la que marcó una tradición irrepetible asociado siempre al rostro de José Luis López Vázquez.
El actor siempre estuvo al servicio del personaje, incluso por encima, porque su fuerza y talento eran tales que bastante una sola frase para cautivar al espectador y ensombrecer al protagonista de turno, para hacer que la identificación de aquélla España retardada en el tiempo con sus entrañables roles maravillosamente miserables fuera instantánea, personificando las ambiciones del poblador más mediocre hispánico, con una vis cómica inabordable. López Vázquez fue la quimera de la comedia, el actor capaz de hacer creer cualquier papel de un género que subvaloró (como tristemente viene siendo habitual con los grandes genios de la comedia) un talento descomunal.
Sin embargo, se supo poner serio, tributando al cine unos atributos dramáticos soberbios, bordados sin aparente dificultad. Como sólo los grandes genios del oficio saben operar cuando hay que abandonar la comedia y pasarse al drama. ‘Peppermint Frappé’ le coligaría a Saura, otro de los grandes nombres que supieron extraer lo mejor del actor, a la que seguirían ‘El jardín de las delicias’, ‘La prima Angélica’ o ‘Mamá cumple cien años’ o a Pedro Olea con ‘El bosque del lobo’ o a Jaime de Armiñán que le concedería uno de sus mejores y más recordados papeles; ‘Mi querida señorita’. Su voluminosa obra interpretativa se nutre de una infinidad de títulos a las órdenes de cineastas como Pedro Lazaga, Manuel Gutiérrez Aragón, Joaquín Molina e incluso George Cukor. Aunque siempre le recordaremos en la imperecedera ‘La Cabina’, de Antonio Mercero. Hombre de teatro, amante de la interpretación despojada de efectismos, el virtuosismo que concede la humildad y la capacidad sin límites fueron sus más poderosas armas. La intuición y la grandeza siempre estuvieron de parte de esta leyenda que ha dejado un poco más huérfano al cine español de esos mitos que no volverán a darse.