sábado, 5 de septiembre de 2009

Quinto cumpleaños abismal

Quién me lo iba a decir. Exactamente hace cinco años, un 5 de septiembre de 2004, nacía con ciertas dudas e incoherencia ‘Un Mundo desde el Abismo’. “A partir de ahora tengo el privilegio de ir aportando pequeñas reflexiones, mis críticas, reportajes, relatos, paranoias, movidas, pensamientos infectos y neuras en este espacio dedicado a desvaríos varios, cultura inmunda y disgregaciones sin mucho sentido” fueron algunas de las primeras palabras que se grabaron en el absurdo primer 'post' de este blog que ha ido creciendo poco a poco, moviéndose al son de la evolución del género informático. Han sido muchas las horas y los días de edición manual de los textos y las fotos, de momentos de soledad delante de la pantalla en los que he disfrutado escribiendo todo tipo de textos.
Todavía hoy, cinco años después, no sé muy bien qué función tiene este apartado abismal, ni qué interés dispensa tanto a los lectores esporádicos como a aquéllos que pierden el tiempo atendiendo a mis monomanías escritas que empezaron con un signo desordenado, sin voluntad de trascender, formando su ideología en una sola idea: la diversión. En un principio, este abismo de ideas descompaginadas iba a ser una cosa personal, pero en un par de días, la cosa cambió, mutando a todos los géneros posibles, encontrando en el cine su razón de ser, como en mi vida diaria, pero procurando acaparar cuantas todas áreas posibles.
En este periplo, ‘Un Mundo desde el Abismo’ ha sufrido numerosos cambios, alguno de ellos algo innovador, dinamizados siempre a la búsqueda de una adaptación estética que fuera siempre en conjunto con la comodidad de lectura, pensando siempre en la facilidad con respecto al que lee este blog. Sin embargo, por muchas transformaciones que haya sufrido, nuevas secciones, pérdidas de otras… el espíritu de fondo sigue siendo el mismo. Este año se ha inaugurado REFOyo.com, hermanado al impulso y alma abismal, siendo una extensión más de aquélla idea puesta en marcha hace cinco años.
1.518 entradas lleva contabilizadas Blogger desde entonces. No llega por poco, pero echando cuentas, sale casi a una por día. Obviamente, el flujo ha descendido en los últimos tiempos, pero sigue constante e invariable. De momento, la intención es que este ‘blog’ siga muchos años más. Aunque el futuro depara sorpresas imprevisibles y depende de muchos factores su continuidad. En cualquier caso, este blog forma parte de mi vida por siempre jamás e identifica la ilusión que un día, por la bobada del intento y la inspiración de Rafa Gil, padrino de excepción del Abismo, y de los logros espectaculares de Myrian, se materializó y fue creciendo hasta ser lo que es. Un pequeño reducto donde todo el mundo es bienvenido. Por ello, muchas gracias a todos los que habéis pasado por aquí.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Review 'Resacón en Las Vegas (The Hangover)'

Disección de una noche loca
Convertida en una de las comedias más taquilleras de los últimos tiempos, la cinta de Todd Phillips es una descacharrante película que, en esencia, tiene más de cine negro que un seguimiento con los convencionalismos propios del género.
La denominada ‘Nueva Comedia America’ está de moda. O eso es lo que parece gracias a varios de sus estandartes vinculados a una renovación de la tradición de la comedia hollywoodiense. Con Judd Apatow a la cabeza, seguido por referentes dentro del género actual como Ben Stiller, Jared Hess, Adam McKay, Jon Hurwitz y Hayden Schlossberg, los hermanos Paul y Chris Weitz, Greg Mottola… entre otros, recrean los estilemas clásicos y convencionales del género tamizándolos con cierta purga formal, con la intención de proponer un enfoque sardónico sobre los inicios del mundo adulto contemporáneo, en una clara resistencia a abandonar la adolescencia y con una carente falta de madurez. La universalidad de la diversión y la empatía con todo tipo de situaciones identificables llevadas al extremo, con cierto tono de reflexión moral sobre los actos, suelen ser los elementos que hacen que estas comedias que aciertan al ensamblar los mecanismos del género al servicio de historias con incuestionables planteamientos.
Uno de sus más destacados representantes es Todd Phillips, un autor y especialista de género que ha ido forjándose una reputación con una evolución sin altibajos, que va desde ‘Road Trip (Viaje de pirados)’ hasta ‘Escuela de pringaos’, pasando por títulos más o menos simpáticos como ‘Aquellas juergas universitarias’ o la gamberra adaptación de la televisiva ‘Starsky y Hutch’. Pero la consolidación del que puede ser el autor menos pretencioso de esta generación de cineastas adscritos a la mencionada ‘Nueva Comedia Americana’ le ha llegado en forma de rotundo éxito. Su última película ‘Resacón en Las Vegas (‘The Hangover’ –‘La Resaca’ en su título original-)’ se ha convertido en el ‘sleeper’ del verano, llegando a ser la comedia más taquillera de la historia del cine en los Estados Unidos con la temida calificación “R” para adultos y superando los 260 millones de dólares. Todo un logro para una comedia de estas características.
La sinopsis de esta estupenda comedia puede llevar a los recelos: Cuatro amigos deciden celebrar la despedida de soltero de uno de ellos en Las Vegas con la intención de pasar una de esas noches de excesos donde darlo todo. Este tipo de argumento es uno de los temas más tradicionales cuando se quiere hacer de la comedia una plétora de burdas situaciones que hagan referencia a un tipo de humor que exalte la masculinidad, que busque la complicidad del espectador menos exigente cuando se trata de celebrar la identidad hombruna con ‘gags’ que apelen al desenfreno de la testosterona.
Sin embargo, el gamberrismo soterrado de ‘Resacón en Las Vegas’ no va por esos derroteros. Tras un fugaz brindis en el ático del lujoso hotel Caesars Palace, despiertan con una monumental y amnésica resaca para descubrir la habitación destrozada, con un tigre de Bengala en el baño, un bebé en un armario, una gallina correteando por la habitación, un diente de menos y lo peor de todo, que el novio ha desaparecido.
La gran virtud del filme, lo que hace que estemos ante una comedia con actitud de trascender y aportar algo de originalidad al género es la magistral elipsis que olvida la noche de desenfreno y se centra como objetivo primordial en la reconstrucción de una velada loquísima, sin ningún tipo de recuerdo, en la recapitulación sobre los movimientos nocturnos que desembocaron en la pérdida de un amigo y la inconsecuente retahíla de situaciones que se motivan su búsqueda. No importa tanto el qué ha sucedido, sino el cuando, el dónde y el cómo. Lo maravilloso del guión firmado por Stuart Beattie, David Elliot y Paul Lovett es que el dispositivo argumental se estructura de una forma lineal, encadenando nuevas piezas que van construyendo el puzzle del desmadre, sin tener que recurrir a los típicos ‘flash-backs’.
De este modo, se permite al espectador compartir ese absurdo ensayo de hipótesis sobre el paradero del cuarto integrante de este viaje de pirados a la esencia más rigurosa y característica de una ciudad de neones, juego, vicio y pecado como Las Vegas. En ese sentido, ‘Resacón en Las Vegas’ tiene más de película de cine negro (en lo que concierne a las pesquisas por conocer lo que ha sucedido en la noche de cogorza inmensa) que con los convencionalismos propios del género. Phillips sabe jugar a la perfección sus cartas y lleva al público por los cauces de un itinerario de locura extrema, encadenando un ritmo de acción formidable, amén de los giros constantes que se van dando en las pesquisas de estos tres amigos en busca de la verdad, plagando el relato de un tono absurdo que crece en contexto y propósitos, realzando la parodia con violencia (física y situacional) y surrealismo a raudales, abordando sus referencias cinematográficas sin ningún pudor, sin esquivar sus designios cómicos.
De ahí que funcionen tan bien sus episódicos tramos; ésa visita al hospital con el impagable Dr. Walsh, la posterior visita a una capilla llamada ‘Best Little Wedding’ en un coche de policía robado, el cameo antológico de un Mike Tyson enamorado de la música de Phil Collins, el chino amanerado que salta del maletero del Mercedes Benz 280 Cabriolet que resulta ser un capo mafioso asiático, alguna escena de brutalidad policial con armas Taser de descargas eléctricas… Todo sazonado con chistes sobre anillos y el Holocausto, recreaciones de ‘Rain Man’, de Barry Levinson, en los suntuosos casinos o el portentoso comentario acerca de la excesiva sensibilidad yanqui después del 11-S.
Todd Philips ha sabido aportar equilibrio a la comedia, que no se basa en los golpes de efecto del ‘gag’, sino que se preocupa por enlazar su parte gamberra, moderando la tentación de caer en la vulgaridad, con la ambición emocional que poco tiene que ver con la corrección política. ‘Resacón en Las Vegas’ enreda la madeja de los malentendidos, de la demencia provocada por la pérdida de memoria debido a ésa especie de droga escopolamina, provocando todo tipo de confusiones y acontecimientos inesperados que marcarán la pauta de esta divertida comedia en la que, por extraño que parezca, hay escasez de elementos machistas y vulgares.
El desmadre queda para la imaginación, retratada en unos créditos antológicos a modo de ‘Slideshow’ final con instantáneas donde la locura y la dipsomanía evidencian explícitamente todo aquello que Phillips ha ahorrado en la narración. Al director parece importarle más la diversión y la comedia en estado puro que los austeros entresijos de la amistad, su significado y la aceptación de la madurez que tanto tiene que ver con las comedias ‘post-adolescentes’ que últimamente sazonan el género con alguna idea brillante llevada a cabo desastrosamente, fundamentalmente en la figura de Judd Apatow.
Muy lejos de la comedia romántica y ñoña, esta descomunal lección de comedia, no esconde dobles intenciones, ni lecciones morales que hagan avanzar a un estamento adulto a sus protagonistas. Sin reflexionar acerca de ningún tipo de comportamiento social o actual, ni de intenciones que pretendan unir lo chocarrero y lo sentimental, Todd Phillips evade la presuntuosidad de algunas nuevas comedias que aspiran a ser “inteligentes”, sin tener que recurrir a ciertos planteamientos que se van apagando en su ensimismamiento por ir trascendiendo con cierta distinción. Aquí sólo hay un objetivo: una intención abrasiva e inmoderada por llegar a la diversión en estado puro.
‘Resacón en Las Vegas’ es una carrera contrarreloj de desmadres y sorpresas, que recubre su contenido con irreverencia, utilizando lo tópico y lo original con el fondo caótico del ‘Afterhours’, de Scorsese, para encontrar otro de sus muchos atributos positivos en la química e interacción de sus tres pilares interpretativos, Bradley Cooper, Zach Galifianakis y Ed Helm, así como todos y cada uno de los secundarios que tienen especial relevancia en una película que dignifica el género y la convierte no sólo en la comedia más agradecida y deslumbrante de este largo verano, sino en una de las obras cumbres de la comedia contemporánea. Un ejemplo a modo de espejo en el que el género actual debería mirarse.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW:'Mapa de los sonidos de Tokio', de Isabel Coixet

martes, 1 de septiembre de 2009

Disney y la compra multimillonaria de Marvel

2.800 millones de euros han tenido la culpa. Los mundos del cómic y del entretenimiento se tambalearon ayer cuando se anunció la compra de factoría Marvel Entertaiment Group por parte de la todopoderosa Disney. Los rumores y conjeturas comenzaron a correr como la pólvora, por blogs y medios digitales, desatando todo tipo de comentarios y controversias al respecto por parte de aficionados y conocedores del universo cómic. Los ‘fans’ más apocalípticos en seguida comenzaron a hablar de ‘crossovers’ absurdos entre personajes célebres de una y otra categoría, de hipotéticas acciones que degeneraran el producto de una línea de cómics histórica y venerada para el aficionado. Sin embargo, las consecuencias de esta monstruosa transacción son imprevisibles.
No hay porque pensar en que con esta compra Disney vaya a adulterar los contenidos tebeísticos de Marvel, ni que infundan sobre ellos el temible infatilismo arcaico del imperio del tío Walt. Disney logra así consumar una estrategia que venía buscando desde hace tiempo, la de abarcar un segmento demográfico de audiencia que no ha logrado mantener en estos últimos tiempos: la de los jóvenes adolescentes de género masculino que renuncian, como es lógico, a la línea infantil y femenina seguida en productos como la insoportable Hannah Montana o los infames Jonas Brothers. Los amantes del Noveno Arte no tienen porqué preocuparse, puesto que tanto las licencias como los contratos ya existentes no se verán afectados por la venta. Si DC Comics fue absorbida por AOL-Time Warner atendiendo al filón que suponen los filmes de superhéroes, Marvel encuentra en Disney un demostrado potencial de expandir la creación de contenidos y licencias de negocio. No hace mucho tiempo, dentro de los emporios cinematográficos Touchtone fue un valor de Disney, al igual que Miramax o recientemente Pixar.
Nada tiene porqué cambiar, aunque haya que quien piense que el conflicto no llegará tanto por el nivel creativo, sino por un entorno burocrático. Tampoco es para tanto. Marvel se beneficiará del control como primera potencia en la red mundial de parques temáticos de Disney. Eso, es seguro. A cambio, se amplifican las posibilidades de los cómics de Marvel en su distribución internacional. Tampoco es que Marvel haya sabido desarrollar la calidad de algunas de sus adaptaciones del tebeo a la gran pantalla; ‘Electra’, ‘El motorista fantasma’, ‘Los 4 fantásticos’, ‘Spiderman 3’ o ‘Lobezno’ son claros ejemplos de ello. En cualquier caso esta mediática sinergia empresarial sigue siendo impredecible.

lunes, 31 de agosto de 2009

Comenzó la Liga 2009-2010: Amor y odio por el fútbol

Este fin de semana comenzó la liga. Umberto Eco afirmaba en su ensayo ‘La cháchara deportiva’ que el deporte rey, ése por el que millones de aficionados discuten y dilucidan como si se tratara de filósofos enardecidos con la razón absoluta individualizada a los colores de su equipo, se nutre básicamente de hipertrofia discursiva. En este texto se profundiza en el fútbol como tema consumado en sí mismo, con una perorata vacía caracterizada porque, salvo raras excepciones en que espectáculo se conjuga con la fascinación del deporte y la gesta, no hay nada de qué hablar, más que lo que proviene desde un punto de vista limitado e intransigente. Todo lo que acontece en ese anfiteatro rectangular se reitera una y otra vez, invariable al cambio de los tiempos.
Desde hace años, los monopolios de atención y económicos han convertido lo que antaño fuera una pugna competitiva entre muchos equipos por un mismo objetivo en una restricción de lucro y gloria para dos únicos clubes, por lo que tanto la disposición histórica del significado de rivalidad como la esencia misma de todos sus designios quedan desechados en función de la totalitaria afinidad de un pueblo dividido, básicamente, en dos bandos. Cada uno debe responder a las expectativas, al comercio, a la estadística, a la exención populachera que les inmuniza sobre cualquier otro grupo. Los demás continúan contemplando la imposibilidad de hacer frente a los gigantes que han destruido cualquier tipo de optimismo de victoria global en una disputa de servilismo a las victorias de estos conjuntos de raigambre enfrentada y compartida.
Hoy en día, el fútbol tiene dos flancos que absorben la consideración y el sesgo de los medios, que formulan un despótico planteamiento en torno a la liga de fútbol ante la resignada mirada de aquellos que un día soñaron con que su equipo ganara algún que otro título. La evolución del feudalismo y el señorío de los que han engrandeciendo su gleba popular hasta convertirse en intocables egregios con aroma a excesivo peculio han terminado por transformar el torneo en una ridícula emulación de competencia adulterada y desigual. Es un sinapismo de intereses aglomerado dentro de un mercado de beneficios con la curiosidad de una audiencia sometida al siempre importuno automatismo. El fútbol ha dejado de ser lo que fue. Y como el mismo Eco exponía, ya sólo queda un deporte “circunstancial, banal y constantemente porfiado”.
Resumiendo toda esta absurda disertación en una sola frase: Reconozco que me apasiona el fútbol. Pero a la vez, lo odio profundamente.

viernes, 28 de agosto de 2009

Review 'Enemigos Públicos (Public Enemies)'

Chicago años 30; regodeo estético y anacrónico
Mann pierde la oportunidad de tributar un fresco histórico sobre los pilares con los que se fraguan los mitos populares para dotar a su nuevo filme de un enfoque hagiográfico que se entorpece con sus ínfulas por renovar visualmente el medio.
Como en otros estupendos trabajos como ‘Heat’, ‘El dilema’, ‘Ali’ o ‘Collateral’ , a Michael Mann le interesa exhibir su talento. Eso es algo que ha demostrado de sobra en anteriores cintas, convirtiendo esta faceta en una de las características que han hecho de Mann un profesional del medio y uno de los realizadores más respetados del cine actual. Y vuelve a las andadas con ‘Enemigos Públicos’, proponiendo otro manifiesto a medio camino entre los elementos clásicos del cine de género, el modernismo, la experimentación en la geografía narrativa y su revolucionaria y ‘kamikaze’ visión de las nuevas tecnologías aplicadas a una nueva plasticidad digital en imagen.
En esta ocasión lo hace adaptando una especie de ‘biopic’ en torno a la controvertida figura de John Herbert Dillinger y su carrera delictiva en sus últimos años como uno de los muchos iconos de la cultura popular de Estados Unidos, reconstruyendo con el acostumbrado detallismo los archivos del FBI pormenorizados en un ensayo de Bryan Burrough sobre la oleada criminal del Chicago de los años 30.
Mann toma para ello la idealización del mito, desde su fuga de la cárcel de Indiana en 1934 y sus posteriores meses de actos delictivos en una época donde las figuras más populares eran criminales del calado de “Babyface” Nelson o “Pretty Boy” Floyd hasta el final de Dillinger a la salida del cine Biograph Theater de Chicago. Mann ha preferido desciende a los condicionamientos del héroe legendario, mitificando su personaje dentro de un contexto de violencia y acción, salpicado de cierto romanticismo edulcorado con la inserción a calzador del elemento femenino de la trama, Billie Frechette (Marion Cotillard, actriz que actúa mejor con los ojos con la voz), una humilde empleada de un guardarropa de la que el famoso ladrón cae rendido.
Se trata de un retrato menos vehemente de lo que se podría esperar, en su función de acercamiento a una figura icónica, distanciado de la épica con un gusto destacable por la reconstrucción de un tiempo pasado. Sin el firme propósito de desarticular realidad y ficción, Mann encubre su filme bajo un tono místico de la figura de Dillinger con el rostro de un Johnny Depp que se esfuerza por salir de los cánones ridiculizados de su Jack Sparrow, en un reajuste de la imposible divinidad de actores como Paul Muni, James Cagney, Humprey Bogart o Edward G. Robinson. ‘Enemigos Públicos’ se inscribe así en esa genealogía puramente estadounidense del gángster enclavado en el cine negro que propugna sus hazañas y está revestido de un halo de romanticismo melancólico y oscuro.
Con estos elementos Mann podría haber tejido un rotundo fresco histórico sobre las leyendas y los pilares con los que se fraguan los mitos populares, definido en el auge y caída de un bandido que ha marcado con sus tropelías la Historia del Crimen Americano. Muy lejos de lograrlo, ‘Enemigos Públicos’ se apega en exceso al flanco de pretensión realista e incuestionable. Su enfoque hagiográfico hacia la figura de Dillinger hace que se relegue cualquier analogía entre la actualidad y los años 30, cuando la situación económica de la época representada en pantalla se hubiera podido equiparar a la actualidad, dejando de lado una profundización sutil a la situación que sucedió al crack del 29, la gran depresión, sin denotar en ningún momento ni aludir de forma alguna a la situación económica del país. Para Michael Mann y sus co-guionistas Ronan Bennett y Ann Biderman es más importante esa risible historia de amor entre Dillinger y Frechette, trufada de convencionalismos, vacua hasta el aburrimiento y condensada en secuencias que hacen sonrojar por lo acicalado y superficial de sus diálogos que subrayar la crisis moral de una sociedad agonizante, olvidando con ello la superficie existencialista de sus antihéroes al margen de la ley.
En ‘Enemigos Públicos’ tampoco destaca una dialéctica de antagonismos entre los personajes de Dillinger y su inquebrantable perseguidor Melvin Purvis (Christian Bale haciendo el mismo papel de siempre), definida desde una simplicidad formularia entre el villano con el que el espectador debería identificarse y el hombre de ley antipático y arrogante que, como en el cine de Mann, lleva su profesión más allá y por encima de su vida privada. Poco más en ése sentido. Un ejemplo de ello sería la poca definición que tiene un personaje como J. Edgar Hoover (Billy Crudup), al que se despacha con un par de secuencias sin mucha enjundia, pero que, en realidad, es el verdadero símbolo de la burocracia gris de los altos mandatos que hicieron que el pueblo viera a Dillinger como un símbolo de los deseos populares por burlar la ley e ir a contracorriente, traspasando los límites legales.
Así, se destaca, por el contrario, la admiración de la prensa y el populacho por un hombre de mal que tardaba exactamente cien segundos en robar un banco, siempre dejando el dinero de los clientes por una absurda ideología altruista. O se prefiere tiranizar con frialdad el retrato hostil de Purvis. Todo ello encuentra un equilibrio bastante ajustado en la dinámica con la que Mann dota la atmósfera del filme, donde la muerte parece acechar en cada esquina capacitando un vehículo de acción, drama e historicismo. Eso sí, no hay que negarle al director de ‘El último Mohicano’ la pericia que tiene a la hora de componer coreografías de violencia y acción, desde una perspectiva cinéfila e innovadora.
Uno de los puntos más polémicos y debatibles que se subrayan de ‘Enemigos Públicos’ es, precisamente, la cualidad de Mann que le ha granjeado su contrastada profesionalidad, imponiendo una sorprendente evolución con medios revolucionarios en cuanto a técnica se refiere. Pero seamos sinceros, ésta vez el tiro le ha salido por la culata. No sólo porque la avidez de experimentación de formatos por parte de Dante Spinotti se queda en un mero amago de riesgo, haciendo que la F23 con la que se ha rodado parte de la película desluzca sus intenciones de exposición formal, en muchas ocasiones con el pobre aspecto una Handycam HD casera, dejando momentos descompensados de grano (movimientos sin obturación, por ejemplo), que descoloca al espectador por un simple exhibicionismo estético en su persistente búsqueda de las texturas hiperrealistas. Tampoco ayuda tanta cámara en mano y movimiento con la pretensión de un ‘cinema verité’, en busca de una fiel captación la década de los 30, siendo el resultado un regodeo estético anacrónico.
Más allá de vanguardias autorales y modernismo en cuanto a texturas, Mann sigue demostrando que es capaz, cuando la técnica y sus jugadas no están de por medio, de crear una atmósfera apabullante. De ahí que el diseño de sonido esté por encima muchas veces de la imagen, como en esos espectaculares tiroteos con metralletas, que devuelven la realidad de aquellos procelosos tiempos, coreografiados formalmente con la frecuente brillantez de un director dotado con maestría para la acción, pero que proclama esta vez su vena más irregular en un filme que, más allá de su historia convencional, no logra evitar la apariencia de cliché. Por mucho que se pueda ponderar la extraordinaria reconstrucción de la época.
Podría decirse que ‘Enemigos Públicos’ es la cinta de Mann más atípica e inusual, pero no es así. Es curioso que Mann finalice el filme con la visualización en un cine de ‘El Enemigo Público Número Uno’, de W.S. Van Dyke y George Cukor protagonizada por Clark Gable y Myrna Loy, pues es el instante en que uno echa de menos aquél cine clásico de ‘gángsters’ en toda su esplendidez y ve que una cinta como ‘Enemigos públicos’ no es más que una excusa para intentar revivir un espíritu inalcanzable que Mann no logra, dejando a la vista la irregularidad del conjunto.
‘Enemigos Públicos’ ambiciona en todo momento acercarse a los límites del gran ‘thriller’ contemporáneo que bebe de los clásicos en su intención de evocar la esfera crepuscular de un mito y revoca su estilo y narrativa a la concepción más genuina del género. Una meta que se le queda en el camino a un Michael Mann mucho más presuntuoso que nunca, por mucho que no tenga ningún tipo de problema en mantener el interés del espectador.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Resacón en Las Vegas', de Todd Phillips.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Bukowski y el 'uppercut' de verano

Una lectura recomendada que cualquiera puede leer en verano, cuando el calor aprieta, las ideas se reblandecen y el ánimo decae es cualquier legado literario de Charles Bukowski, el mismo que se sumergía en los bares de mala muerte y el alcohol antes que en la vida y sus miserias y mentiras, desde una perspectiva insurrecta y deshonesta, acometida con emoción y sentimientos desencontrados. En un post de este tipo uno podría optar por extender unas palabras sobre sus iniciáticos artículos ‘Secuelas de una larguísima nota de rechazo’, de ‘20 Tanks From Kasseldown’, sobre sus versos en ‘Crucifijo en una mano muerta’ o ‘Los días pasan como caballos salvajes sobre las colinas’ e incluso analizar de forma concienzuda los nexos que unen obras como ‘Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones’, ‘Factotum’, ‘Mujeres’, ‘La senda del perdedor’, ‘El borracho’ ‘Hollywood’… o tantas otras.
Sin embargo, apetece ajustarse al apreciación general sobre el artista, entender porqué Bukowski era como era, porque supo mejor que nadie describir con su corrosiva mirada la depauperación del mundo que nos rodea, con una despreciativa y entrañable actitud de aquél que sabe mirar con comprensión los subfondos de la ruindad humana. Su prosa de sumidero nacía directamente del alma, de las entrañas de un escritor borracho, casando y harto de todo pero que, al fin y al cabo, sabe sonreír. Bukowski desglosó tras sus páginas un mundo de realidad escondido en el lenguaje malhablado, de madrugada de bares, de bajos fondos que siempre irradia una luz desde el fondo de un vaso vacío que necesita ser rellenado con más alcohol y dejar atrás de nuevo la impertinente soledad de una noche de copas y confesiones que atañen directamente a la obsesión por el sexo y otros vicios fundamentales.
La suciedad y degradación nunca tuvieron una verdad moral tan contundente. Bukowski, desde el reverso del espejo contracultural, ‘underground’ si se prefiere, que un día cruzaron Henry Miller, Jack Kerouac, Willam Burroughs o Norman Mailer, revirtió la crítica y confusión generacional en insano cinismo. Sus obras son como tremendos ‘uppercuts’ (que viene a ser lo mismo que una hostia bien dada en toda la jeta) que devuelven al lector a sus instintos básicos, a la naturaleza con la que se mueven los animales humanos y que borra cualquier atisbo de gilipollez y esperanza en los felices semblantes de los que adulteran sus problemas en la mezquina e inexistente felicidad de una vida de artificios laborales y personales sujetos a la imposición social.
Su voz con olor a alcohol y sudor, su ímpetu crítico alejado de cualquier grupo generacional convirtieron al viejo Chinaski, el viejo indecente, en un disertante de la vida. Y lo hizo desde el desencanto propio de las noches interminables de burdel, del vértigo y la resaca del día después, la misma que te hace ver la realidad con coherencia y repugnancia. Asumiendo lo que hay. Sin más.
El perdedor
Y el siguiente recuerdo es que estoy sobre una mesa,
todos se han marchado: el más valiente
bajo los focos, amenazante, tumbándome a golpes....
y después un tipo asqueroso de pie, fumado un puro:
- Chico, tu no sabes pelear - me dijo.
Y yo me levanté y le lancé de un golpe por encima
de una silla.
Fue como una escena de película y
allí quedó sobre su enorme trasero diciendo
sin cesar.
-Dios mío, Dios mío, pero ¿qué es lo que
te ocurre?- Y yo me levanté y me vestí,
las manos aún vendadas, y al llegar a casa
me arranqué las vendas de las manos y
escribí mi primer poema,
y no he dejado de pelear
desde entonces.

lunes, 24 de agosto de 2009

Los mejores calamares del mundo

Este pasado fin de semana arrancaron las fiestas patronales en la pequeña localidad salmantina de Lumbrales, una semana después de la festividad de Nuestra Señora de la Asunción, Patrona del municipio, que tiene lugar el 15 de Agosto. Más allá de la fiesta, la alegría, la disipación disoluta y amabilidad de todas sus gentes, del colorido de sus calles, sus famosos encierros y festival taurino o el inigualable ambiente de festividad que se respira en las calles de esta población, existen dentro de sus atractivos dos pequeños edenes imprescindibles, uno culinario y un espacio para el gaudeamus del buen beber y del baile, que no hay que perderse si uno asiste a esta celebración popular de notable alborozo en la comarca de El Abadengo que se celebran estos días. Se trata del Bar Café Restaurante Florida y del Disco Bar Carpe Diem.
En el Café Florida, más conocido por sus gentes como “El pájaro”, debería ser famoso en toda guía de rutas que se precie, descrita con relevancia y distinción digna de cualquier estrella Michelín por sus célebres y suculentos calamares rebozados. Se podría empezar a enumerar las divinidades que éstos propagan en el paladar de aquéllos que tienen la suerte de saborear tan extraordinario manjar, pero sólo el que lo prueba repite indefectiblemente. Además de los calamares, la oferta de pinchos se dilata con sus ricas viandas en forma de pinchos tradicionales (gambas orly, huevos con bechamel, rica jeta, oreja, unas estupendas croquetas caseras…). Por otro lado, completando la propuesta si uno se acerca a Lumbrales y decide zambullirse en la fiesta local en toda su esencia, el Disco Bar Carpe Diem es el entorno perfecto para dar rienda suelta al cuerpo y la diversión con música para todos los gustos, a precios populares y con un ambiente de fraternidad, alegría y disolución jaranera y marcha hasta altas horas de la madrugada.
Lumbrales lleva años siendo una localidad cuyas fiestas se han convertido en un referente dentro de los festejos de la provincia de Salamanca. Si algún día os apetece probar todos estos obsequios para los sentidos, no dudéis en acercaros a estos dos locales que terminan formando parte de la vida de todo aquel que quiere repetir y volver a disfrutar de los mejores calamares del mundo. Y todo gracias al ímpetu y simpatía de José Luis, devoto de sus amigos y entregado a ofrecer lo mejor de sí mismo y de estos dos establecimientos lumbralenses.

jueves, 20 de agosto de 2009

Review 'Asalto al tren Pelham 123 (The taking of Pelham 123)'

Dosis de cine comercial sin complejos
Tony Scott suministra una nueva ración de su cine hiperactivo y visual, en la que destaca la pugna psicológica de sus personajes sin despegarse de los elementos convencionales del género de acción y de característico patrón fílmico.
Cuando se acomete una cinta de Tony Scott, desde la posición crítica no se suele comulgar con la visión cinematográfica del cineasta. Es habitual leer una y otra vez las mismas y extenuadas argumentaciones en su contra; su “insoportable” estilo sincopado anexo al ‘videoclip’, su velocidad de montaje efectista y en constante movimiento o la previsible progresión narrativa de su cine luminiscente e hiperactivo. Desde esta perspectiva de rechazo, no se atiende a virtudes o elementos positivos, ya que cualquier nuevo proyecto del “hermano pequeño de Ridley va a ser tildado de producto que propugna la abrasiva estética para enmendar sus múltiples vacíos. En parte, no es del todo falsa esta última afirmación; en el cine de Tony Scott prevalece la forma por encima del fondo, pero no es óbice para enfatizar sus valores.
A lo largo de su carrera, Scott ha marcado un estereotipo de cine personal y furibundo que, más allá de la aparente insipidez de su grafía visual, es todo un paradigma de honestidad hacia el cine de acción del que nunca se ha separado. Y ya se sabe que la crítica sesuda y un género que vive del montaje, los efectos, las explosiones y persecuciones nunca han obedecido a la sensatez y la objetividad, a excepción, por supuesto, del nombre de Michael Mann, mucho más comedido y clasicista a la hora de abordar sus películas de género.
Por eso, cuando uno asiste a ‘Asalto al tren Pelham 123’ no se lleva a engaño. El filme se define por llevar el sello de marca que define el cine de Tony Scott. Es decir, una nueva ración de visualidad, casi vulgarizada, con gran parte del apabullante ‘modus operandi’ que deviene en mezcla de formatos, escupiendo virulentamente imágenes de un modo casi estroboscópico. Aunque aquí esté más contenido que en sus últimas aportaciones fílmicas (sobre todo en esa locura infame que fue ‘Domino’). En esta ocasión lo hace actualizando la novela de John Godey que en los años 70 adaptó Joseph Sargent con Walter Matthau tratando de detener el secuestro de un vagón de metro por parte del clásico Robert Shaw.
Han sido sustituidos, tres décadas más tarde, por Denzel Washington y John Travolta en un contexto similar, en una situación llevada al extremo, en la que es necesario buscar soluciones con un tiempo muy limitado. Ubicados en la cosmopolita Nueva York, un grupo de delincuentes asaltan un vagón de metro con el propósito de pedir un jugoso rescate por los rehenes ante las invectivas de un rutinario controlador del metro que intentará frenar el plan criminal.
La nueva versión de ‘Asalto al tren Pelham 123’ entra a matar, con una secuencia directa y precisa que no se detiene a dilucidar sobre situaciones y personajes. El filme comienza con un enloquecido montaje del asalto al vagón de metro, con violencia y celeridad, sin paliativos para el sosiego. Se profetiza, desde ese vertiginoso inicio en el que abundan los rasgos característicos de Scott, una película que seguirá los cauces visuales y narrativos de la casa. Pero con alguna salvedad. Las películas de Tony Scott nunca se han definido por la hondura de sus personajes. Eso está claro. Sin embargo, es reseñable que la acción se circunscriba, en la gran totalidad del metraje, en describir la pugna dialéctica y pulso psicológico entre sus dos interlocutores protagonistas: Walter Garber y el malvado Ryder. Sorprende la intención por parte de Scott de dotar de grosor dramático y humano a sus personajes, dejándoles ir componiendo lentamente sus posturas mediante toques íntimos en la narración. No obstante, la profundidad que alcanzan no deja de ser endémica y se somete a la jerarquía de la acción y los giros propios del género, pero es cierto que se arraiga a un cierto residuo dramático apreciable en un cine de colérico y expeditivo.
De este modo, hay espacios para los dilemas éticos que se van desmenuzando en las sesiones de diálogos que van indagando poco a poco en la corrupción y falsedad que rodean a los personajes. El sarcasmo y perspicacia del filme de Sargent (con la que, evidentemente, como todos los ‘remakes’, no aguanta una comparación con su versión actualizada) se ha sustituido por una doble moralidad de los personajes, bien sea en el honorable y rústico controlador ferroviario que busca la redención por culpa de un soborno aceptado en el pasado para mantener el bienestar de su familia, como en el villano, que es un ex corredor de bolsa encrespado contra la sociedad moderna que especula sobre el valor de cada uno de sus rehenes o también en un alcalde (James Gandolfini) que superpone su bienestar en función de su popularidad a la labor de gobierno.
También existe una gran diferencia y moderniza (y a la vez resta la eficacia original de la novela) esta nueva versión. Se trata de la inserción excesiva de la tecnología dentro del sistema de información global que consume el mundo, de la simultaneidad esencial de la era de Internet y las nuevas tecnologías, con todo tipo de redes y ‘webcams’ imposibles como las de ese joven que va captando lo que sucede en el interior del vagón y que desemboca en una hilarante y absurda declaración de amor de rotunda incoherencia. Pero esto, así como algún que otro diálogo fuera de lugar por su simpleza, no es culpa de Scott, si no de Brian Helgeland, el mismo guionista de ‘L.A. Confidential’ o ‘Mystic River’.
Pese a sus menoscabos, la historia avanza con gran facilidad, sin llegar a resultar molesta en ningún instante ni perder el pulso poco más de hora y media de metraje. Scott sabe construir visualmente la claustrofobia de los vagones, la tensión entre un siempre genial Denzel Washington (que repite enésimo su papel de héroe anónimo comprometido con la situación) y un desbocado e histriónico Travolta en su salsa de villano pasado de rosca. Nadie va a negarle hoy en día a Tony Scott que es uno de los mejores y más valedores cineastas del género. Lo que sucede en ‘Asalto al tren Pelham 123’ es que conducta y praxis desenfrenada en lo sensitivo, en el juego fragmentado característico de Scott, no le viene muy bien a esa colisión dialéctica entre Washington y Travolta, ya que se desequilibra a la hora de ir abriendo la narración en intensidad, cayendo paulatinamente en una falta de ritmo, precisamente porque no se llega con coherencia a un nivel de intensidad suficiente como para que el clímax sea eficiente.
Por eso, aunque el desenlace sea más trepidante, más típico y más propio del cine de acción que su original, deja la sensación de excesivo convencionalismo en el cómputo global de una película con más virtudes que defectos. Eso sí, no es que esta última demostración de pericia de Scott sea uno de sus mejores trabajos. ‘Asalto al tren Pelham 123’ es una obra entretenida, sin alardes pretenciosos más allá de los conocidos y habituales en el cine de su director. Una superproducción estiva y modélica sin ningún tipo de culpabilidad por su condición de ‘blockbuster’. Cine comercial en estado puro.

lunes, 17 de agosto de 2009

9.58: El record de Usain Bolt desafía las leyes de la ciencia

El estadio Olímpico de Berlín intuía que en la final de los 100 metros lisos podía suceder algo que trascendiera el propio mundial de atletismo. Usain Bolt sigue afianzándose como el presente y el futuro inmediato de la hegemonía del relámpago, de la velocidad en clave jamaicana que hace de un breve lapso de tiempo, casi imperceptible, uno de los espectáculos más visuales y grandiosos que se puedan ver. Bolt sabía que si quería ganar ofreciendo uno de sus recitales de velocidad tendría que correr por debajo del récord mundial establecido en el Nido de Pekín el año pasado. Y así fue. El escandaloso nuevo récord del mundo se sitúa en una cumbre inconcebible. Sus 9,58 segundos han vuelto a destrozar todas las leyes de la velocidad y la física humana posibles.
Tyson Gay hizo que Bolt diera lo mejor de sí mismo estableciendo unos impresionantes 9,71 alcanzando una plata increíble. El bronce se lo quedó de nuevo el jamaicano Asafa Powell con 9,84. Son marcas históricas para la final de esta disciplina que desafía cualquier condicionamiento dentro del hectómetro impuesto por cualquier estudio científico. A Bolt, esto le da lo mismo. Su cuerpo construido por encima de la potestad respecto a sus rivales no parece tener límites. Desde este momento, Bolt sigue destinado a reescribir la Historia del atletismo con sus testimonios de absoluta autoridad, sabiendo cómo ganarle al tiempo. Hoy en día, hablar de velocidad fulminante es hablar de Usain Bolt.

viernes, 14 de agosto de 2009

Una secuencia al azar (IX): 'Atraco perfecto (The Killing)', de Stanley Kubrick: ladrones derrotados

Una de las secciones más que olvidadas del Abismo es la de ‘Una secuencia al azar’. Como el verano es una época muy proclive a rescatar este tipo de actividades lúdicas, es hora de recuperarla. La secuencia de hoy corresponde a uno de esos filmes de culto considerados una obra maestra como es ‘Atraco perfecto’, concretamente a su parte final, al desarrollo del triste clímax con el que Stanley Kubrick cierra su cinta inscrita como una de las más trascendentales del cine negro de toda la vida. Por ello, aviso: si no has visto semejante obra de arte, es mejor que no sigas leyendo el post.
‘Atraco perfecto’ (‘The killing’, en su título original), llega a su fin cuando John Clay (Sterling Hayden), junto a su amante Fay (Coleen Gray), se dispone a entrar por la puerta principal del aeropuerto de La Guardia. Su mirada choca de lleno con la de dos hombres vestidos de traje que le observan con cierta desconfianza. Después de que una insoportable ricachona hable con su ‘perro-patada’ como si fuera su hijo pequeño delante del mostrador de facturación, la pareja llega dispuesta a subir al avión y dejar atrás un oscuro pasado de delincuencia parar vivir un futuro alejado del mundo del hampa. Sin embargo, hay un obstáculo en su camino, la maleta es demasiado grande para pasar como equipaje de mano. En ella va todo el botín de un suculento atraco llevado a cabo en un hipódromo y que le ha costado la vida a todos los implicados. Resignado e inquieto por el destino del dinero, llegan a la zona de espera para el abordo del avión. Significativamente, esperan detrás de una verja, que es el anticipo de lo que le espera al apesadumbrado atracador.
De súbito, el perro salta de los brazos de la señora y escapa corriendo a través de la pista de aterrizaje, cruzándose en el camino del coche que porta los equipajes. En el volantazo, la maleta de Clay se desploma contra el suelo, dejando a la intemperie el contenido de la maleta. Los miles de dólares salen volando en remolinos, perdiéndose en una amalgama de billetes al antojo del aire que devasta las esperanzas de libertad del bandido. Clay y su novia abandonan el aeropuerto desolados, sin un rumbo fijo. Cuando están a punto de pedir un taxi y poder escapar, los dos hombres de la entrada se dirigen hacia él portando una pistola y evidenciando ostensiblemente que son policías. Fay le dice a Clay “Johnny, huye”. La contestación en el momento de la derrota y el fracaso no deja otra respuesta que “Ya, no… ¿Para qué?”…
Es curioso que este desenlace no fuera del agrado del mítico Stanley Kubrick, que afianzaba su primera gran película y el pasaporte a la divinidad de Hollywood. Los villanos, por aquél entonces, por muy accesibles y positivos que fueran, debían pagar su desafuero contra la justicia. Si se analiza con detenimiento la resolución de la película, se trata de un final de forzada inverosimilitud y de casualidades extremas que se rodó por una fuerza mayor debido a las exigencias de la productora. Pero hay que reconocer que potencia el fatum trágico de un personaje predestinado al fracaso. El novelista Jim Thompson adaptó junto a Kubrick con supremo acierto la novela ‘Clean Break’, de Lionel White, aproximándose a las novelas policíacas del primero en la facilidad con la que se simpatiza de inmediato con los protagonistas criminales, creando una empatía con sus motivaciones y necesidades. Un grupo de personas que no se conocen muy bien entre sí y que, por falta de dinero, cada uno por diferentes motivos, deciden participar juntos en un atraco a un hipódromo en el que se recaudarán más de dos millones de dólares. Uno quiere recuperar el afecto de su ambiciosa y pérfida esposa, otro quiere curar a la suya, postrada en una cama enferma. Un policía corrupto; debe una importante cantidad de dinero a un corredor de apuestas. Incluso hay espacio para insinuar la atracción homosexual del viejo Unger hacia Johnny, el cerebro pensante del golpe.
‘Atraco perfecto’ es una película directa, que juega con los tiempos igual que expone con brillantez las directrices de un guión lapidario que se magnifica con la milimétrica composición formal de Kubrick, con el énfasis fotográfico o la magnífica utilización del plano lateral (tan profuso en su posterior carrera), abundante para el seguimiento de unos personajes descritos con profundidad y acierto en sus respectivas motivaciones. Un clásico imperdurable considerado como una de las obras más redondas de uno de los genios más excéntricos que ha tenido la Historia del Séptimo Arte.