miércoles, 10 de diciembre de 2008

Review 'Quantum of Solace'

Un paso atrás en la desmitificación
La última aventura de Bond mantiene con estragos la funcionalidad de ‘Casino Royale’, donde la acción lo es todo, dentro de un guión demasiado irregular que no supera las exigencias.
‘Quantum of Solace’ pretende seguir la estela dejada por la sorpresiva ‘Casino Royale’ en su intención de marcar distanciamiento propio merced a ofrecer una visión específica y diferente del agente 007. Si en aquélla se reforzaba el carácter humano y emocional haciendo hincapié en la inseguridad, las dudas y fondo realista del mito creado por Ian Fleming, aquí las cosas no cambian. Como secuela de iniciación a un nuevo rumbo respecto al personaje, el Bond personificado por Daniel Craig sigue presentándose como un tipo acerbo y obstinado, visceral y despiadado con las misiones que acomete, rayano en la brutalidad inhumana de algunas de sus acciones para con sus enemigos. El nuevo 007 es un tío duro y enardecido, que no tiene tiempo para el ‘glamour’, la sofisticación y que acentúa su carisma a base de hostias inmersas en un ritmo sin freno, que no deja respiro a un espectador alucinado con la fuerza bruta del agente al servicio de su majestad y sus decisiones ante las contrariedades de su cometido.
La historia arranca instantes después del epílogo de la anterior cinta dirigida por Martin Campbell, cuando Bond, cegado por la venganza en compensación por la muerte de Vesper, el amor de la primera entrega, inicia una nueva misión para desgranar una sombría organización secreta llamada Quantum, poseedora de contactos y cómplices de alto grado gubernamental y social que se dedica a sobornar a la política internacional dado su poder sobre materias primas de primera necesidad. James Bond utilizará los viajes y averiguaciones para esclarecer el caso como excusa para encontrar al hombre que vendió a Vesper y poder llevar a cabo su violento desagravio. ‘Quantum of Solace’ transcurre así con vaivenes entre Europa y Sudamérica, dejando al paso de este peligroso y controvertido espía un reguero de sangre y cadáveres, en busca de no se sabe muy bien qué, puesto que los guionistas, Paul Haggis, Neal Purvis y Robert Wade, proponen una misión algo inexacta.
Lo único que el espectador sacará como conclusión es que Bond es un culo inquieto que lucha contra varios frentes; la organización que lidera Dominic Greene, el filántropo ambientalista que esconde un villano con poco carácter, la C.I.A., que considera a Bond un traidor y un asesino, el propio MI6 y toda la policía mundial. El problema de esta secuela es que, en su énfasis por aportar un argumento que pretende ser complejo, no es mas que un falso artificio. Haggis y compañía aspiran a que, por medio de la acción descontrolada, haya espacio para una coherente construcción de personajes y contextos, pero no funciona. Al contrario que ‘Casino Royale’, la acción y la incertidumbre sobre un fondo argumental no esconde ninguna profundización en los dilemas morales y la ambigüedad de sus personajes principales. Directamente, la acción aquí lo es todo. No importa mucho ese tormento del personaje, la tragedia interior que le mueve a apretar el gatillo antes de preguntar, sino que es substancial que prevalezca el movimiento adrenalítico por encima de la gravedad dramática. Un elemento superficial utilizado como pretexto, que precipita las escenas de acción sin inquirir en el motivo por el que se mueve la historia.
‘Quantum of Solace’ se define por lo bien que da caña a su archiconocida “licencia para matar” el agente 007, haciendo de las peleas, las persecuciones, las huidas y las muertes algo más visceral que racional, siempre bajo la pétrea mirada de un personaje curtido y cicatrizado que procura levantar esa doble vertiente de innovación en el icono literario; un individuo que, pese a su heroicidad y carisma, despliegue un fondo de compasión. El nuevo James Bond ha mutado en sus aventuras, el clasicismo queda a un lado. Su indestructible periplo por el mundo del hampa no es óbice para arrastrar al público (o al menor eso parece) a sus tragedias introspectivas subsanables con dosis de venganza. Por eso, este nuevo Bond es más taciturno, melancólico y avieso que el que se mostró en ‘Casino Royale’. Por eso, también, a este nuevo Bond de esta segunda parte, le falta el humor cínico, la elegancia chulesca y el estilo reinventado de su primera función.
Sin embargo, han cuidado muy bien su actitud temeraria y vengativa frente a los villanos, puesto que Bond sigue manteniendo una esfera de justicia intachable y leal a la Corona, a su país y al mundo, por mucho que actúe promovido por el egoísmo. En ése sentido, ‘Quantum of Solace’ sigue los designios de readaptación genérica, prolongando la innovación narrativa de referencias argumentales y visuales, olvidando los desgastados arquetipos del pasado y haciendo, de forma inteligente, que se considere más importante la forma respecto al fondo. Las intachables secuencias de acción se nutren de una cuidada utilización del sonido y del montaje, donde la acción es el epicentro de cualquier convulsión argumental, fusionando a golpe de ‘set pieces’ el desarrollo de una historia endeble pero autoconsciente de sus limitaciones. Y es donde esta vigésimo tercera adaptación de Bond al cine encuentra su mejor aliado.
Se podía prever a un Marc Forster desubicado dentro de una saga que no se identifica mucho con su arte, un cine más intimista y poco dado a la hemostática fanfarria de acción sin freno. Pero lo cierto es que, despojado de su nervioso y enfático arranque, el director de ‘Finding Neverland’ dispone con oficio un talento al servicio de esa extraña mezcla entre arbitraria complejidad y su exposición incongruentemente superficial y frívola. Y sí, es cierto. Se ha escrito una y otra vez hasta el agotamiento, pero este nuevo Bond le debe su existencia, personalidad y movimientos a la saga de Bourne. Es lo que concede esa remodelación desde sus bases, de esa buscado realismo y credibilidad de la acción, sin levantar el pie del acelerador, con la consabida cámara en mano e iluminación y montaje de ritmo vehemente. Es lo que la distancia de las visiones de James Bond, pero, a la larga, es lo que le hace perder enteros, lo que enflaquece la coherencia con la delimitación entre el clasicismo de la saga y esta renovación a los tiempos modernos.
Sin duda alguna si algo tiene estas nuevas aventuras de 007 es la masculinidad ruda y sin complejos, muy física e hierática que impone Daniel Craig al personaje. Él sólo es capaz de acaparar todas las miradas dentro del filme. Entre otras cosas porque, salvo el personaje de M. que ya no es concebible sin el rostro de la gran Judi Dench, los demás roles secundarios carecen de empaque y poseen poco peso específico en el total de la película. De ahí que el villano de turno interpretado con solvencia por Mathieu Amalric no sea excesivamente amenazante, ni que Jesper Christensen, Jeffrey Wright, Giancarlo Giannini o Joaquín Cosio tengan mucho que decir. Tampoco que esa chica Bond interpretada por Gemma Arterton Strawberry Fields sea más que un mero escarceo innecesario para ver que Bond sigue siendo irresistible (y de paso sea excusa para un homenaje a ‘Goldfinger’). Ni siquiera se puede destacar la sugerente y agradecida belleza de la modelo Olga Kurylenko, cuya presencia deslumbra en pantalla, pero que no es más que un hermoso rostro de decoro, más que un personaje con identidad propia y trascendente.
‘Quantum of Solace’ se une al nuevo cine de género que ha cambiado a un perverso malvado sin entrañas por algo más tangible y cercano al mundo actual. El villano ya no es un hombre sin escrúpulos. El malo de la función personifica al miserable representante del mal moderno y el orbe mundial que defiende sus intereses a cualquier precio en nombre de las multinacionales explotadoras en un universo de corrupción en el que convivien políticos y especuladores, dirigentes y villanos que tejen movidas económicas sin pensar en los abusos económicos por encima del valor humano.
Esta última aventura de Bond mantiene con ciertos estragos su funcionalidad respecto a ‘Casino Royale’ y parece salir indemne en su evolución de la desmitificación de la imagen del superagente secreto sin defraudar a mitómanos y espectadores ajenos al clásico. No faltan enredadas maquinaciones políticas, complots de intereses con recursos naturales de por medio, políticos manchados de sangre, dobles agentes y los elementos que se esperaban de esta nueva película de Bond. Su final hace albergar esperanzas en la saga. Bond deja a un lado su vena más libertaria y contestataria, más personal. En su conclusión, el viaje a los inicios del agente ha concluido. Bond ha crecido en sus impulsos vengativos, pero los logra aplacar y lo personal parece quedar a un lado. Está preparado para asumir misiones con directrices propias, manipuladas por M. Puede que, a partir de ahora, con los errores cometidos aprendidos, la siguiente secuela o adaptación se ponga al nivel de ‘Casino Royale’. Para un buen Bond es necesaria una buena historia. Y el guión de ‘Quantum of Solace’ no lo es. Así de simple.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 8 de diciembre de 2008

'La carretera'

La densa y gris capa de ceniza va cayendo sin remisión en forma de enferma lluvia. El mundo, tal y como lo concebimos, no existe. Los vastos parajes que antes albergaban árboles y vegetación han dejado la desoladora lobreguez de un paisaje sin vida. En un futuro post-apocalíptico, escenario de radical pesimismo, Cormac McCarthy omite cualquier acotación o referencia explícita para esclarecer el envolvente contexto que empapa cada acción, cada palabra y cada hoja de esta novela irrepetible titulada ‘La carretera’. Un entorno donde la violencia amenaza silenciosa a ese padre y a su pequeño hijo encaminados hacia un rumbo desconocido, que avanzan muertos de hambre y de frío por una carretera acompañados de un carrito de supermercado con bártulos y poca comida, hacia el sur, buscando el mar, sumidos en el miedo, la incertidumbre y la desesperanza. Es una eficaz narración de supervivencia, de iniciación, de búsqueda y, por último, una hermosa historia de amor paternofilial que reflexiona sobre nuestro mundo, sobre la proximidad de una sociedad descompuesta sumergida en el caos.
McCarthy propone así una parábola contundente y sobria, que encuentra en la desnudez de sus elementos sus mejores valores literarios, logrando además anular la recreación épica, haciendo que incluso la frialdad y el detallismo resulten inquietantes e incómodos para el sobrecogido lector. Se trata de un viaje a un mundo sin futuro, parabólico, que esgrime un lenguaje incisivo y minimalista en las descripciones, alejado del boato decorativo, pero que se sostiene con un perfecto grado de un lirismo sombrío que define ese infecundo paisaje cubierto de ceniza por el que el padre y el hijo encaminan sus pasos en un indefinido éxodo hacia la nada.
El frío, la oscuridad y el miedo componen la esencia de una fábula en el que realismo que desprende cada palabra de McCarthy ahonda en el sentido vital de la necesidad de creer en una esperanza que se desvanece con el razonable desánimo a la hora de encontrar una salvación, pero que se contrapone a la actitud del niño, único personaje capaz de creer en la bondad, en la compasión y en la libertad.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El regreso de 'Ghostbusters'... es una realidad

Tantos años esperando el regreso de ‘Ghostbusters’ y por fin se ha hecho realidad.
Es una noticia muy esperada, por supuesto. Sin embargo, no será en una pantalla de cine. La cinematografía está perdiendo su interés por un coloso del ocio que le come el pan a pasos agigantados. ‘Cazafantasmas’ tendrá su regreso en un videojuego que Atari ha anunciado en colaboración con Sony Pictures y el aclamado estudio de desarrollo Terminal Reality. El esperado evento en forma de juego saldrá a la venta coincidiendo con la celebración del 25º Aniversario de la película dirigida por Ivan Reitman y contará no sólo con los guionistas originales de la película, Harold Ramis y Dan Aykroyd, sino que además ha reunido a los miembros del reparto original, por primera vez, 20 años después.
Bill Murray, Dan Aykroyd, Harold Ramis y Ernie Hudson han prestado sus voces y su imagen para sus respectivos avatares virtuales en una historia original que se sitúa dos años después de ‘Cazafantasmas II’, con una Manhattan repleta de nuevo de fantasmas y fuerzas sobrenaturales. El juego también contará con las actuaciones de William Atherton (Walter Peck), Annie Potts (Janine Melnitz) y Brian Doyle-Murray (en el papel del Mayor Jock Mulligan), también aclamados por los fans de esta franquicia inmortal.
2009 traerá este ‘revival’ nostálgico con un producto que se presentará como una superproducción para las plataformas Playstation®3, Xbox 360®, Windows® PC, Wii y Nintendo DS™.
Aquí tenéis algunas capturas de lo que será uno de los acontecimientos dentro del entretenimiento audivisual del próximo año. (Pinchad las imágenes para verlas en grande).

lunes, 1 de diciembre de 2008

Review 'Red de mentiras' (Body of lies)'

La epidérmica esencia del ‘thriller’ de espionaje
Ridley Scott sigue sin encontrar sus agotados fueros en un filme de cierto atractivo e innegable acabado que se sustenta en una historia que da vueltas sobre sí misma.
Es un hecho que, tras el paso de las décadas, el cine de Ridley Scott ha pasado por muchas etapas. Desde el encumbramiento inicial con sus mejores películas, muchas de ellas consideradas como obras maestras (‘Los duelistas’, ‘Alien’, ‘Blade Runner’), pasando por su estabilización en una gran industria en la que comenzó a adecuarse a los calculados riesgos de ésta y a su ‘establishment’ comercial (‘Legend’, ‘Black Rain’, ‘La sombra del testigo’, ‘Thelma y Louise’), su precipitada decadencia y entrada en barrena con títulos infumables (toda su etapa desde ‘1492’ hasta ‘Hannibal’ y su recuperación parcial con algo de talento visual insuflado a películas cuyo cariz global podría definirse como mediocre (‘El reino de los cielos’ y ‘El buen año’), donde, sin embargo, destacan particularmente ‘Matchstick Men’ y la reciente ‘American Gangster’, muy por encima de lo que se espera de un autor tan irregular como grandilocuente. Ridley Scott pasó de ser considerado como un heredero de Kubrick a perpetrar un modelo de cine acomodaticio, comercial, que asimila los factores de grandeza de su innegable talento para someterlo a filmes hiperbólicos, visuales y que encajen en la denominación de filme taquillero. Es la condición bipolar de un director cuya sombra del pasado nunca ha llegado a superar.
Al igual que en su anterior y nada desdeñable filme, ‘American Gangster’, Scott recurre a su pericia, voluntad y empeño, para elaborar un producto con los condimentos del típico ‘thriller’ político, recurriendo a un guión de William Monahan, un autor que, sobre el papel, ofrece las suficientes garantías para abarcar con interés una trama que asuma para sus mimbres una cínica visión post 11-S que gire en torno la diversificación la política de Estados Unidos dentro de Oriente Medio y al funcionamiento de los servicios secretos en sus inestables cauces. Máxime si adapta un material tan jugoso como el ofrecido por David Ignatius en su best seller. Y para ello, ‘Red de mentiras’ sitúa al espectador en un mensaje de contundencia tan real como reflexiva; mientras el gigante americano asume su guerra total contra el terrorismo apoyándose en la tecnología, la hiperrealidad que proponen los intermediarios tecnológicos utilizados, el oponente enemigo es capaz de tejer una infranqueable red de contactos a través de estrategias mucho menos tecnificadas y analógicas.
Para el mundo moderno, ése simulacro de globalidad, no es más que una farsa dentro de los límites del integrismo islamista. Scott y Monahan concretan sus latitudes dentro de un filme de espionaje que describe los escenarios y las estrategias de una nueva guerra, moderna y silenciosa, llevada a cabo en dos bandos manchados de sangre, ya sea por los terroristas árabes, como por los agentes de los servicios secretos que conspiran en la sombra.
‘Red de mentiras’ pretende ir un paso más allá dentro de una subtrama inacabable de conspiraciones, dobles juegos, mentiras y utilización de personas para llegar a un objetivo común. Los planteamientos iniciales muy pronto se dictaminan hacia un solo frente; la contraposición de dos antagonistas del mismo bando, de las dos caras de la misma moneda que representan la suciedad mezclada de intereses y moral dentro de la Agencia Central de Inteligencia americana. Por un lado tenemos a Roger Ferris, la actitud casi suicida y entregada de un agente infiltrado en las ciudades más inestables de Irak, Siria y Jordania que actúa con débito empírico a las órdenes del segundo factor de la ecuación; Ed Hoffman, un hombre de familia que ejerce de impaciente ejecutor en la sombra, capaz de ordenar un asesinato mientras lleva a la cama a su hijo. Mientras que Ferris cree fervientemente en su trabajo dispuesto a manipular y mentir para llegar a la verdad, Ed es como el Dilbert de Scott Adams, un ser asocial que ve todo con la perspectiva de aquel que maniobra y ordena desde la distancia. Lo que importa, en este choques de personalidades diferenciadas en el empirismo de uno y el dogmatismo utilitarista de otro, es la visión que cada uno tiene de los acontecimientos, ya que su percepción e interpretación de los hechos es radicalmente distinto.
Por supuesto hay un tercer punto en el vértice, representado en Hani Saalam, jefe del Departamento de Inteligencia Jordano que se rebelará como auténtico conocedor de los campos en los que se mueven los agentes de la CIA que duda en confiar en el joven agente sospechando que es un peón más dentro de una trampa que gira en torno a la disposición, exhibida de forma bastante torpe, de un ficticio atentado que sitúe un nuevo brazo violento dentro de las filas de Al Qaeda para poder capturar a Al-Saleem, un sosías de Osama bin Laden.
El problema de ‘Red de mentiras’, como ya lo fue de ‘American Gangster’, es el de reflejar a toda costa la tensión adrenalítica del género, de un acción dinámica que, más que resultar épica, da vueltas sobre sí misma. La criba, además de una adaptación condescendiente con el libro de Ignatius, es que, pasado un comienzo muy poco prometedor, el desencanto se cristaliza en una trama desprovista cualquier tipo de emoción, con personajes planos, situaciones contagiadas de desinterés e indiferencia. La acción está inyectada con cierta compostura dentro del caos argumental, de tramoyas del subgénero de espionaje, pero no es más que el habitual efectismo del director, que cree fervientemente que la sofisticación y el buen hacer detrás de las cámaras es suficiente para moldear con consecuencia todo el afectado entramado.
¿Para qué dotar de profundidad intrínseca a sus personajes o dejar que el espectador vaya extirpando la psicología de estos si podemos ofrecer secuencias de explosiones, persecuciones y lucir una irrefutable elegancia y saber hacer? En este apartado, hay que reconocer que se perfilan unos personajes más que interesantes sobre el papel, pero que carecen de lógica en sus actuaciones, cayendo en el ridículo en más de una de sus adversidades y que, finalmente, no logran desasirse del tópico o del arquetipo.
Para colmo de males, Monahan incluye un innecesario escarceo romántico que da al traste con cualquier cavilación positiva para tomar en serio otro desacierto más del mayor de los Scott, que mira de reojo ése ‘Spy Game’ de su hermano Tony, en la similitud de esa perspectiva pesimista de la profesión de espía con la propagada relación muy cinematográfica entre veterano agente y su inquieto pupilo a los que les separa su enfoque de los problemas. Ridley no escatima en efectos pirotécnicos. Pero su opulencia fotográfica reposa esta vez en una planificación más clasicista, en el ímpetu de una vieja gloria que ha acabado abarcando la plétora ruidista de cuidada sofisticación de su hermano Tony y que aquí palía con una corrección formal adecuada a la historia.
Ridley Scott conoce perfectamente los entresijos de las superproducciones. Y tal sea ésa ambición perspectivista, la que ahogue cualquier voluntad de transgresión por parte de un director abatido por sus propias ínfulas. No se puede acusar a ‘Red de mentiras’ de no ser dinámica, de no abogar por gramática visual al amparo de una excelente labor de Pietro Scalia en la edición o un correcto acompañamiento musical por parte del habitual del director Marc Streitenfeld. Lo que sí se le puede imputar a ese engolado ‘thriller’ político ‘hi-tech’, a su concepto de la intriga, al juego de acatamientos y traiciones es que, en definitiva, resulta sumamente aburrida, epidérmica e insustancial.
A ‘Red de mentiras’ hay que agradecerle dos cosas; primero, la representación, despojada de maniqueísmos, de una crítica a la maquinaria patriótica yanqui, más cerca de la diatriba contra los métodos de los servicios de inteligencia estadounidenses que facturan en éxitos sus errores gracias a un servicio secreto jordano o del desprecio a una guerra respaldada por la burocracia que al panegírico antiimperialista enfrentado a la idea de un gobierno que ha propugnado la extensión del dominio de un país bien sea por medio de la fuerza militar, económica o política. Y segundo, a las esforzadas interpretaciones de Leonardo Di Caprio, Russell Crowe (aunque se siga sin entender a qué vienen los 12 kilos de más para un papel que no los requería) y el descubrimiento de Mark Strong.
Por lo demás, queda la sensación de un vacío total, que se consolida con un clímax convencional e irrisorio de un producto comercial y efectista que no ha tenido los huevos suficientes para consumar una propuesta mucho más arriesgada por la que pasa de puntillas esta cinta y que se justifica de forma conservadora en el manido adagio de “el fin justifica los medios” y lo que importa es la protección y seguridad, por mucho que se violen los derechos humanos y las leyes. En la mentira, en la eliminación de la conciencia humana, se encuentra la diferencia entre aquellos que organizan los conflictos bélicos y los que los ejecutan. Hubiera estado bien. Pero no es así.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 27 de noviembre de 2008

Turning point

El ‘turning point’, conocido como punto de giro, es un término utilizado por los guionistas que consiste en la irrupción de un elemento dramático o argumental que cambia la acción desarrollada hasta el momento para hacerla avanzar y modificar la estructura del relato, haciendo que el modelo aristotélico siga su curso lógico. Es el sesgo que motiva que la acción pase a un estado impredecible para poder replantear la cuestión central y sus respuestas y encaminar así la historia a otro nivel narrativo superior.
En la vida, cuando todo parece ir por el camino correcto, cuando se disfruta de un lapso de merecido descanso o de una aparente calma, los acontecimientos se precipitan hacia el caos, hacia el descenso a los infiernos o la mala suerte… llámese como se quiera. En ése momento de incertidumbre, cuando la tragedia roza o golpea la vida real, el punto de giro no hace más que destruir los cimientos de todo lo que te rodea.
Afortunadamente, las cosas, por muy mal que vayan a tu alrededor, aunque no seas tú el protagonista del drama y lo sientas muy cerca, siempre hay que pensar que todo podría haber ido peor. La vida es una película imprevisible que guarda estos puntos de giro cuando más apacible es la historia. Hay que agradecer, no obstante, no se sabe muy bien a qué capricho del destino, el poder mantener la esperanza y la ilusión, poder ver la vida desde un prisma optimista. Es lo único que importa. El sosiego muchas veces se ve truncado por un aciago acontecimiento inesperado. Es el maldito ‘turning point’ vital. Cuando no te lo esperas, se vislumbra un giro total de la acción. Es cuando más se necesita saber que, por mucho que se sufra y que la vida traiga desgracias, siempre hay un ‘happy end’ que te espera.
Y así debe ser.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Vacaciones 2008

Amigos, discípulos, seguidores, detractores y visitantes ocasionales del Abismo: tocan vacaciones.
Este año son algo extrañas debido a la época y fechas en que se dan. Nos desplazamos hacia el norte, a hacer una gira por los bellos y diversos parajes que propone el Cantábrico en su extensión más prolongada; País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia serán los puntos por los que pasaremos para alejarnos de la rutina, para el lapso vacacional que dé tregua a los quehaceres diarios. Las capacidades y la plétora dactilógrafa que simbolizaron este blog antaño parecen de nuevo debilitadas. La innovación, la regularidad y la actualización se han vuelto a reducir. Ésta bitácora siempre encuentra su renovación anual después de un tiempo de asueto, de un cierre obligatorio que traiga renovados ánimos con los que afrontar nuevas críticas, reportajes, dossieres, enlaces, reflexiones sin sentido, historias varias y demás chorradas que pasan por este blog. Por eso, hay que fugarse del entorno blogger.
Es necesaria otra escapada para recuperar fuerzas y desconectar, en este caso, para poder reencontrarme con el mundo real, con la naturaleza, con otros entornos y sus gentes, con la gastronomía de esas ciudades y pueblos a los que regreso después de un tiempo para dejar espacio a la cavilación y la armonía, a la suspensión del mundo, escondida en la inactividad de unas vacaciones que se antojan ineludibles.
Brindaré con gran cantidad de bebida típica de cada región que visite por ustedes.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Review 'Max Payne (Max Payne)'

Excepcional material para un infumable despropósito
Con algún punto en común con el magistral videojuego, la versión cinematográfica de ‘Max Payne’ es un absoluto desperdicio, un despojo visual tan pobre en sus ambiciones que lo convierten en una de las peores películas del año.
A lo largo de los años se va consolidando la idea de que Hollywood fundamenta un éxito seguro si el guión deviene en ‘remake’, en una adaptación de cómic o en el videojuego de turno con legiones de seguidores. Son argucias comerciales que pretenden arrastrar no sólo a los fans del material primigenio para dichas traslaciones, sino a ése público denominado ‘mainstream’, que aboga por un cine comercial sin complicaciones, de puro divertimento expedito. Por supuesto, en casi todas las ocasiones, se cimienta en unos propósitos de beneficio seguro, por lo que para todo tipo de público se revoca la violencia y las verdaderas intenciones de los precedentes, anulando, en muchos de los casos, el espíritu y los atributos básicos que hicieron un éxito del producto en su medio natural.
En gran medida, y en este caso concreto, las películas que siguen esta usanza suelen ser infumables producciones que no logran despertar un interés más allá del efímero vistazo, de la aventura de acción hipertrofiada de secuencias sin sentido como las vistas en las dos entregas de ‘Tomb Raider’, ‘Doom’, ‘Alone in the Dark’, ‘House of the Dead’, ‘Bloodrayne’ o las más digna saga (aunque poco) de ‘Resident Evil’. A excepción de la sobresaliente ‘Silent Hill’, el formulismo y el agotamiento de la idea dejaban a una adaptación como ‘Max Payne’ un terreno idóneo para el cambio, para la correspondencia de calidad entre los dos géneros, el divertimento computerizado y el cinematográfico, que nunca se ha visto en una gran pantalla. La historia del juego creada por Sam Lake era la siguiente; Max Payne, un policía neoyorquino asiste horrorizado a la muerte de su mujer a manos de unos yonquis bajo la influencia de una poderosa droga llamada Valkyr. Tiempo después, trabajando para la DEA, la agencia antidroga estadounidense, se infiltra en una familia mafiosa neoyorquina dedicada a su distribución. Lo que era una operación perfecta, se convierte en una pesadilla de muerte y destrucción para descubrir que todo es una trampa y que alguien está jugando con él. La policía le persigue como autor del asesinato de su jefe y la mafia le quiere muerto. Max Payne inicia así su particular catarsis de venganza.
Obviamente, en esta versión cinematográfica dirigida por el incapaz John Moore se establecen muchos puntos en común con el magnífico guión del juego. Aquél supuso la revelación de una obra maestra del entretenimiento. Éste deslucido ‘Max Payne’ no es, ni mucho menos, esa superproducción de acción, con desarrollo clásico y final inolvidable que han vivido los jugadores de este revolucionario juego. Todos los que se han acercado al mundo digitalizado de Payne no lo recuerdan como una simple aventura en 3D, sino como un estado mental y adicción inolvidable. La elegante coreografía y la naturaleza cinematográfica del juego se pierde por la nula fidelidad hacia el personaje y sus motivaciones, desaprovechando el pilar dramático que mueve a este ser descarriado a su venganza, creando un falso universo interior que va en consonancia con el embarullado signo de la acción y el curso de los acontecimientos.
El gran responsable de tal desperdicio es el debutante Beau Thorne, que ha confeccionado un guión plano y absurdo, que cae desde su inicio en la más absorbente previsibilidad hasta el punto en que todo lo que sucede en pantalla parece ocurrir por simple inercia. Bajo los designios de semejante boceto raquítico, ‘Max Payne’, la película, recrea el universo de perversión y frialdad del original con tan poca capacidad de atracción que se convierte en un despojo visual, en un juego tan pobre en sus ambiciones, que ni John Moore ni sus responsables parecen ser conscientes de la bazofia fílmica que da como resultado una lamentable oportunidad perdida.
Existe cierto tono crítico tras tanto légamo de despropósito, que se centra, desmañadamente, en acusar a las grandes multinacionales de una evidente manipulación de las personas y el sistema. Pero poco más. Los elementos más característicos de un personaje como Payne están tratados de forma hiperbólica y risible. La condición de ‘outsider’ renegado del protagonista, de su oscuridad trágica, de su figura taciturna que acentúan su condición de antihéroe dramático está simplificada al máximo. El hombre vengativo es mostrado sin escrúpulos, sin humor, sin razón para vivir aparente… pero carente del humor negro y cinismo que hacían del personaje renderizado con ése elemento de humanidad y simpatía que aquí no existe. A cambio, Moore se apoya en el universo digitalizado de una ciudad estilizada a golpe de filtro pixelado, de artificiosa deformidad que, si bien logra cierto tono gélido de la segunda parte del juego, no consigue operar a ningún otro nivel; ni en el narrativo, ni cuando la acción reclama su protagonismo.
La intención era clara; la de revivir el espíritu ‘noir’ creando imágenes de barrios oscuros y ambientes nocturnos que simulen el videojuego. De algún modo, Max Payne, dentro del videojuego, era percibido como un claro homenaje a la novela negra americana desde una perspectiva muy europea. Pero la grandilocuencia de Moore y del fotógrafo Jonathan Sela desvinculan esta tradición hacia una circunstancia estética en continuo contraste monocromático bajo una puesta en escena sin alma creada con tanta imaginería digital. No hay nada que brille con luz propia dentro de este ‘Max Payne’ mortecino e infumable. Ni siquiera esa visualización del célebre e imprescindible ‘bullet time’ del juego, ni esos demonios alados de la mitología griega producto del Valkyr ligadas a la tradición nórdica. La espectacularidad, para Moore, es ofrecer un atropellado montaje de rácano lenguaje primario, tan inexpresivo como hueco.
Tampoco ayuda mucho la presencia de Mark Wahlberg interpretando a este duro policía. El actor da una inmejorable demostración de sus ocasionales errores dentro de una irregular carrera, dejándose llevar por ese tono impávido que impregna el total del metraje. Pero no es el único, ya que le siguen unos personajes secundarios completamente unidimensionales y arquetípicos, exentos de todo atisbo de carisma. De ahí que Chris “Ludacris”, Beau Bridges, Amaury Nolasco y un reaparecido Chris O’Donnell sean simples peones de una partida aburrídisima. Ni siquiera hay oportunidad de recrear la vista con la sugerente presencia de Olga Kurylenko, ya que su papel es inapreciable. Lo peor de todo es que la historia del videojuego de ‘Max Payne’ era la oportunidad perfecta para proponer de una vez por todas una vía de acercamiento alternativa fascinante entre los dos formatos que se unen, aprovechando lo mejor de ambos para crear un producto contundente, de una calidad por encima de la media. Si a eso añadimos que Marco Beltrami realiza una excelente composición orquestal que se pierde en la maraña de imágenes, mejor olvidarla por completo.
Lo tenía todo; un personaje traumatizado, acción a lo ‘Matrix’, éter pesadillesco, malvados de lujo y un inconfesable secreto a modo de giro narrativo y dramático más brutal visto en un producto audiovisual de este calibre. Sin embargo, Hollywood no se puede permitir traspasar el umbral de lo que dicte la taquilla familiar. A cambio, nos queda una de las más sonrojantes y aborrecedoras muestras de aburrimiento vistas en mucho tiempo. Además de desacreditar y profanar la idea de lo que hubiera sido una estupenda saga cinematográfica, ‘Max Payne’ es una de las peores películas de este 2008. Si no la más bochornosa de las vistas en este año.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 10 de noviembre de 2008

Saco de Mentiras

Llega a la red ‘Saco de mentiras’, una página dedicada a recopilar artículos y críticas cinematográficas y literarias que encuentran su metódico atractivo en la disposición de contenidos en función de la aparente desactualidad. Una web que recompone ficciones en forma de críticas, de miradas geométricas sobre creaciones que son rescatadas bajo el prisma de diferentes visiones, considerando la ficción, ésa mentira a la que alude su nombre, “como imprescindible para descifrar y soportar el mundo real”. Con un propósito de recuperación de obras y autores para que no caigan en el desuso de la memoria, ‘Saco de mentiras’ reúne a un grupo de colaboradores cuyo objetivo es, a través de una minuciosa coordinación, el de aportar con sus textos una conservación que alude a ése fardo de sueños que no debe malograrse en el tiempo.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Elecciones USA: Barack Obama y el cambio

Una de las primeras cosas por las que había que interesarse esta mañana, a primera hora, era si el sueño del cambio había llegado por fin a los Estados Unidos. Y así ha sido; Barack Obama se ha convertido en el primer presidente afroamericano de la historia del país más influyente del mundo. Y lo ha hecho destrozando todas las expectativas, derrotando por mayoría a John McCain, un rival republicano enflaquecido por una campaña electoral que nada tenía que hacer frente a la impoluta visión electoral que ha desplegado el partido demócrata. Obama ha cristalizado el sueño que simboliza nuevos aires de cambio y un enorme estribo a esa legitimidad de su modelo social basado en las oportunidades. Norteamérica, desde hoy, vuelve a ser el país con asideros utópicos, pese a que atraviese, como el resto del mundo, por una de las peores crisis económicas de los últimos años que ha generado un lógico malestar y temor en la sociedad.
El infame George W. Bush ha dejado un coloso tocado, un país que se enfrenta a una época de transformaciones necesarias urgentes. Estados Unidos ha entrado en un dilema monetario que se ha extendido como un cáncer al resto del mundo. Además, debe aminorar su dependencia energética, regular y sanear la gestión económica, instituir la democratización política, frenar el descenso de los ingresos de las familias trabajadoras, afianzar decisiones sobre la restauración de la política atlántica, tomar una decisión lógica sobre el Irán nuclear, Oriente Medio, Cuba o Venezuela y Latinoamérica en general. Sin olvidar el cambio climático… Muchas cosas pendientes que deben romperse al igual que ése letargo anestesiante, conformista y conflictivo que ha dejado Bush, el peor presidente del país de todos los tiempos, que ha dejado un modelo económico desplomado y ha arrastrado al resto de economías internacionales, vetando la democratización de organismos internacionales, sacándose de la manga una guerra ilegal que ha manchado de sangre las manos de una nación que necesita esta nueva eventualidad. Ha llegado la hora de Obama.
En estos tiempos de incertidumbre y desarreglos, es necesaria la figura de un líder capaz de reconciliar al estrato social con la esperanza y el sueño de la renovación. El discreto silencio y la nulidad del pueblo debe transformarse en exigencia y participación, en compromiso. O al menos, eso se espera, porque ya se sabe que los políticos siguen, después de tres siglos, acogiéndose a un camuflado despotismo ilustrado. Una vez que ganan olvidan a sus electores. Esperemos, por el bien de todo el planeta, que Obama no siga este concepto tan extendido por estos lares. Esperamos que represente lo que vende con ése rostro de cercanía y voluntad de transformación, que aporte una luz al mundo que traiga con su elección como presidente la alternativa y la puerta al sueño que se abra a un derecho común y a la justicia y que elimine las iniquidades y el desamparo. El mundo le necesita. Tiene su oportunidad. Veremos cómo responde.

martes, 4 de noviembre de 2008

Raúl Prieto, más que un actor

Hace poco, en Salamanca, se tuvo la oportunidad de ver representada la obra de August Strindberg ‘La señorita Julia’, dirigida por el veterano Miguel Narros. Cuando se cumplen 120 años de la publicación de la obra de teatro, los propósitos de este demencial autor sueco siguen vigentes en la actualidad; la infame e irresistible pasión de esta mujer avanzada a su tiempo, malcriada y caprichosa, liberal y atormentada, atraída irremediablemente por su criado, un joven con aires de grandeza, ambicioso y sin escrúpulos. Éste, a su vez, no soporta su posición social y se ensaña con la hija de su señor en una relación de perversas dualidades que van desde la clemencia al sadismo, en un sinuoso viaje interno a través del nihilismo, de la maldad, de la manipulación y los juegos psicológicos mezclados con los recuerdos y los deseos de unos personajes agobiados por sus dudas.
No se ha perdido ese prisma brutalmente antifeminista, donde el sexo es capaz de igualar las clases y llevar a una locura que acarrea unas inevitables consecuencias que devienen en un choque con los recuerdos, en una guerra de géneros en la que se libran armas como el insulto, la pasión y la artería emocional. Narros adapta con gran fortuna la obra de Strindberg. Tal vez se le puede reprochar que en su desenlace, tanto la puesta en escena como el devenir de los acontecimientos sea excesivamente plana y fría, lo que hace que ese trágico final no transmita la veracidad, la cercanía y la tribulación necesaria para poner la puntilla a una magnífica función. Lo más destacado, eso sí, son las interpretaciones que llevan a cabo sus tres únicos actores; Raúl Prieto, María Adánez y Chusa Barbero. Y en este punto es donde verdaderamente comienza el post.
Conocí a Raúl hace catorce años, cuando nuestros caminos se cruzaron el primer día de clase en aquel octubre en que comenzamos CC. de la Información en la Pontificia de Salamanca. Desde entonces, junto con otros cómplices comunes, como Quike Santiago o Amable Pérez, no hemos dejado perder el contacto. Ya desde entonces, este valenciano criado en Salamanca comenzaba a mostrar sus múltiples inquietudes artísticas. Además de su brillante paso por la facultad y de comenzar la carrera de Filosofía, Raúl tenía tiempo para dibujar en los míticos fanzines de ‘Fórmula Rave’ y empezar a hacer sus pinitos teatrales dentro del grupo ‘La Máscara’, donde participó en numerosas obras de diversa índole. La interpretación se convirtió en su objetivo vital, en su designio de futuro.
Viéndole en aquellas funciones, ya se intuía que este joven portento era una auténtica bestia interpretativa, haciendo plausible cualquier método categórico para llegar al fondo del personaje. Con su intachable y deslumbrante paso por la RESAD, Raúl se fue forjando en cortometrajes y, sobre todo, en las tablas del teatro, su gran pasión. Rafael Labín, Vicente Fuentes, Ricardo Pereira, Paco Vidal o David Boceta son sólo algunos de los directores con los que ha trabajado hasta la llegada de Miguel Narros, referente dentro del mundo teatral y director de sus últimas tres obras; ‘Salomé’, ‘Móvil’ y ‘La señorita Julia’. Series televisivas como ‘Amar en tiempos revueltos’ o, más recientemente, ‘La señora’, y el protagonismo de la película ‘La fiesta’ han mostrado el grado de versatilidad de actor un prolífico y de inagotable talento.
Raúl Prieto es uno de los mejores actores jóvenes de este país. Posee una facilidad descomunal para encarnar a personajes torturados, dando vida a mentalidades cubiertas de un esmalte de dureza, de maldad, pero que, en el fondo, esconden una delicada fragilidad. Poca gente hay que escudriñe todos los estratos intrínsecos de sus roles, aquéllos que lleven a entender y comprender sus movimientos. Es lo que le hace tan especial. Un actor que conoce y diferencia a la perfección los diferentes códigos interpretativos, para llevarlos al límite, a la genialidad. Raúl siempre se ha caracterizado por llevar su profesión hasta ése grado de desequilibrio que hace grande la profesión. Y lo hace con devoción, disfrutando de cada momento en el que despliega sus inabarcables aptitudes, haciendo de su trabajo un objeto de práctica hermenéutica, pero sabiendo poner los límites necesario de alejamiento. Es un interprete que lo tiene todo. Para Raúl el escenario, su medio predilecto, es una puerta a la verdad de unos personajes que desgrana con inteligencia y los hace suyos, bebiendo de la verdad de las pasiones, extrayendo toda la vida y el sentimiento posible perceptibles en sus memorables festejos teatrales o participaciones cinematográficas o televisivas.
Este joven actor sabe concebir la existencia y las relaciones humanas, la realidad y la ficción de un modo que determina siempre la esencia de la expresión artística, unificando una particular cohesión entre el lenguaje corporal y la técnica interpretativa. Pocos actores saben crear y desarrollar un discurso específico como lo hace él. Raúl Prieto tiene un don, como una antítesis del mago, cuyo propósito es convertir de forma diáfana la complejidad del mundo y del alma humana. Sabe como nadie transmitir y representar con dignidad ésa la paradoja del actor en su más alta esfera, es decir, la encarnación y la determinación dados en una admirable licuación de talento, ya sea en comedia o en drama.