martes, 22 de julio de 2008

Malos aires para el nuevo PRO 2009

“Como respuesta a múltiples solicitudes de información recibidas y a distintas informaciones contradictorias aparecidas en diversos medios profesionales del sector y generales, acerca de la posibilidad de que las próximas versiones de determinados productos de videojuego de fútbol incluyan o no la Liga española, queremos ratificar que la única entidad con licencia oficial confirmada de la Liga de Fútbol Profesional para la temporada 2008/09 es Electronic Arts, para su producto FIFA09 y para todas sus plataformas”.
LFP (Liga de Fútbol Profesional).

lunes, 21 de julio de 2008

He perdido otro móvil

La pérdida de un teléfono móvil puede significar dos cosas; la primera, el inconveniente de tener que llamar para que bloqueen el número, tener que recuperar algún celular anticuado que sirva como sustituto hasta la compra o petición de uno nuevo, pero también la preocupación por saber si los números han sido mal utilizados, pudiendo producir alguna molestia a cualquiera de los números de la agenda. Perder politonos, vídeos, grabaciones, fotos y demás chorradas es secundario. Pero también jode. La segunda, es la extraña sensación de calma y sosiego que ocasiona la pérdida. Extraviar un aparato de estos supone regresar a la apacibilidad perdida hace años, cuando la despreocupación total de la situación que uno tiene en el mundo era algo inalienable.
Con el móvil, la dependencia por estar en todo momento localizable ha crecido, no sólo en la forma en que ha irrumpido en la vida occidental, sino en la puntual definición de dónde se está en cada momento. Con estos aparatos se ha ganado en rapidez comunicativa, pero se ha perdido independencia en libertad. Tener un móvil se ha transformado en un constante estado de alerta o vigilia. La adicción es un hecho cuyas bases vienen del campo de la neurofisiológica, relacionada con las perturbaciones de los neurotransmisores en las sinapsis nerviosa como réplica a la radiación electromagnética y con las modificaciones del circuito de recompensa cerebral. La sociedad es víctima de la telefonía móvil. No podemos vivir sin ella. Somos esclavos de la tecnología y sus caprichos.
Lamentablemente, por imposición laboral, social y personal, haber perdido el móvil el pasado viernes sólo me va a dejar unos días de relax recordando lo que era vivir sin él, sin los sms’s, sin vibraciones ni tonos estúpidos. Lamentablemente, el virus inoculado me dejará echando de menos el Nokia 6230i perdido en una noche de juerga y darle la bienvenida a otro bicho tecnológico de estos un poco más modernos.

jueves, 17 de julio de 2008

Review ‘Las Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian (The Chronicles of Narnia: Prince Caspian)'

Entre el tradicionalismo y la modernidad
Manteniendo la corrección y fascinación de su primera parte, el filme de Andrew Adamson quiere auspiciar la comercial y la trascendencia sin llegar a conseguir un equilibrio entre ambos términos.
‘Las Crónicas de Narnia’, como adaptación cinematográfica (aunque también en términos literarios), puede considerarse como la hermana fea de una trilogía tan universal como ‘El Señor de los Anillos’, de J. R.R. Tolkien, al compartir con ésta varios puntos en común de una mitología que bebe de doctrinas fabulescas, de magia y espadas en historias que giran en torno a la heroicidad en lucha contra el Mal en una época de alegoría medieval. Las respectivas sagas literarias de C.S. Lewis y Tolkien proceden de una amistad arraigada a la afición por este tipo de literatura de fantasía épica que compartieron durante su profesorado en el Magdalen College en Oxford. Lo inevitable, tras el multitudinario éxito de la trilogía de Peter Jackson, era que la aventuras del mundo mágico de Narnia se concretasen en una adaptación con más ambición que la vista en la pequeña pantalla producida por la BBC con una serie catódica que pasó sin pena ni gloria.
Hace un par de años ‘Las Crónicas de Narnia’ vio su traslación a la gran pantalla de la mano de Andrew Adamson (principal valedor de ‘Shrek’ y secuela), respaldado por una productora necesitada de una saga boyante como era Disney. El resultado fue una película familiar que, pese a que en la comparativa inevitable con la obra de Tolkien salía algo perjudicada, no abdicó en el estricto facsímil oportunista, si no que procuró abordar a su manera, con menos medios y más afinidad infantil, la primera de las aventuras de la heptalogía que compone esta mágica obra de Lewis. Sin perder los designios ilativos con las resonancias ‘tolkianas’ ‘El León, la bruja y el armario’ fue una digna cinta, de gran interés en cuanto a ritmo, invención, ajustados efectos especiales y fidelidad literaria representando un mundo donde los cuatro hermanos Pevensie llegan a Narnia cuando la hermana pequeña descubre el mitológico universo en el fondo de un armario.
Dado el buen funcionamiento de la primera entrega, la segunda parte ‘Las Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian’ era de prever. Y lo hace con el regreso de Susan, Peter, Edmund y Lucy Pevensie al mundo en el que lucharon contra la malvada Reina Blanca más de 1.300 años después. En ese momento, Narnia ha sido dominado por los telmarinos, hombres que se han establecido allí desplazando a las criaturas mágicas que tienen en el Príncipe Caspian, heredero destronado por el pérfido Rey Miraz, a un valedor junto a los Reyes Antiguos (que son los Pevensie) para recuperar la paz en Narnia. Andrew Adamson repite para la Disney en su función de director. Y lo hace sin salirse mucho de los márgenes de su contribución a la primera película; narra esta historia de reconquista con buen pulso narrativo, cediendo la prioridad a ese universo de evasión y gusto por la fantasía más que profundizar en la índole moral que rodean a la obra de Lewis, algo que tenía tanta importancia en su antecesora. Hay que referirse así a ese reduccionismo del cristianismo llevado a la tradición fantástica, a la agonía de un Mesías felino que ofrendó su vida a favor de sus devotos, con su sacrificio sobre una gran piedra que se rompe para dar paso a la resurrección que libere al pueblo de la maldad.
Todo eso, en esta secuela, pierde parte de protagonismo en la historia. Pero como sustento básico es imposible no recurrir a él cuando los pasajes más anodinos de la fábula hacen languidecer el interés. ‘Las crónicas de Narnia’ consolidan de esta manera su estructura argumental en un orbe místico que remite al catolicismo, pero la intención es la de que se pueda considerar más oscura, ya que la mayoría de los personajes son obligados a seguir creyendo con firmeza en sus posibilidades, aunque estén a punto de caer en la tentación del Mal, en la arrogancia o en la violencia sinsentido. Eso sí y por supuesto, la aparición final (y previsible, por otra parte) del león Aslan, remite sigue remitiendo directamente a la necesidad de confiar en Dios para desafiar los problemas. Hay más esbozos primigenios, otros temas ya presentados en la primera película que vuelven a formar parte de esta nueva epopeya, como la deconstrucción del modelo familiar tradicional o el escapismo paradójico de esos niños que huyen de un conflicto bélico real para combatir en otro dentro de un mundo fantástico, cuestionando de esta manera la guerra y sus motivaciones, pero reivindicando la libertad como derecho incoercible. En ‘El príncipe Caspian’ existen, como añadidura, disyuntivas sobre dobles disposiciones jerárquicas, con conciliaciones o batallas entre pueblos que devuelvan al mundo de Narnia hacia la paz y la convivencia común. Más disposiciones a la hora de levantar un producto más ambicioso a todos los niveles, donde Adamson y sus guionistas no se olvidan en acentuar las resonancias ecológicas, pues la aversión de telmarinos al mundo de Narnia les lleva a querer destruir el bosque mágico en secuencias que parecen extraídas de un documental sobre deforestación de la selva amazónica más que de un universo onírico y profético.
De este modo, entre el tradicionalismo y la modernidad, ‘El Príncipe Caspian’ sigue las reglas de la ancestral propuesta maniquea entre el Bien y el Mal, el Mundo real confrontado con una Tierra nacida de la Imaginación y la Fantasía, tal vez menos sensiblera con la parte dramática que su predecesora, pero sin evitar caer en los mismos vicios (y su vez defectos) que ‘El León, la bruja y el armario’. Querencias puntualizadas en un diseño de producción impecable, que se sirve de unos efectos especiales muy por encima de los ya correctos de su predecesora que bascula en todo momento entre el exceso y el recurso, donde las imágenes de CGI se sirven como atractivo que se coloca siempre por encima de la historia y no al contrario, como debería ser.
Olvidados fugazmente los ecos de permutación a la fórmula de las películas de Peter Jackson, ‘Las Crónicas de Narnia’ encuentran su voz propia en dos errores básicos; la subordinación al espectáculo, que produce una indiscutible descompensación en términos narrativos. Y la desorientación por el exceso de un producto de marca manufacturada que no tiene un ápice de riesgo. A ello juega en contra de esta segunda parte el exceso de metraje, que da vueltas en varios instantes del filme sobre sí mismo y sobre los mismos argumentos que su predecesora, restando agilidad, bloqueando en gran medida el desarrollo de la historia. Todo por no perder su respeto hacia el relato alegórico por encima del bélico o el aventurero, por redundar en esos tintes de creencia ciega en la llegada del Mesías en forma de inmenso león con la voz de Liam Neeson. Por esta razón, el filme no logra consolidar su parte funcional, donde la acústica del metal blandiendo espadas y sus batallas se debilita por la edificación emocional que sí se mantenía con coherencia en la primera parte. ‘Las crónicas de Narnia’, en conjunto, quiere auspiciar estos dos términos, el comercial y el trascendente, sin llegar a conseguirlo.
Tampoco fue desde el principio saga de buenos intérpretes, ya que los jóvenes rostros que comparten (hasta ahora) el díptico (Skandar Keynes, William Moseley, Georgie Henley y, sobre todo, Anna Popplewell) no sacan partido a ningún tipo de registro. Tampoco ese jovenzuelo con cara angelical sin expresión que es Ben Barnes, el encargado de dar vida a un Príncipe Caspian. Un actor destinado a empapelar carpetas de instituto que no posee ningún carisma. Si en la primera parte Tilda Swinton ofrecía una actuación digna da elogio. Ahora son los secundarios Peter Dinklage y Sergio Castellitto los que parecen tomarse en serio su talento. Que Swinton aparezca aquí fugazmente, hace que el personal se quede con las ganas de un nuevo recital de la ‘oscarizada’ actriz londinense. Su cameo es un mero espejismo. Un ‘set piece’ como tantos otros dentro del mundo de Narnia, que parece funcionar a golpe de impulsos.
Ocasionalmente deslumbrante, pero insubstancial y desequilibrada en su fondo, esta segunda parte no alcanza sus objetivo de llegar a abarcar la capacidad de diversión que sí logró la primera película de las aventuras narnianas. Sin embargo, Disney tiene su Saga Épica que proporciona ese tan ansiado target infantil y juvenil que agrade también al público adulto. En ese vértice, es donde los mundos de Narnia sí desempeñan una discreta función de divertimento épico de calidad, situándose como escrupulosa adaptación de una de las mejores series literarias del Siglo XX.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 14 de julio de 2008

'El año pasado en Marienbad': el lugar y el tiempo

En el excelente artículo ‘The Haunted Palace’, Kathleen Murphy hace una meticulosa exploración sobre la frías losas de piedra del corredor de báculos de madera y estucos rodeados de grabados que se perciben como hermoso contexto de ‘El año pasado en Marienbad’. En él, la escritora centra su mirada por la obra maestra de Alain Resnais para abordar un apasionante recorrido a través de otros puzzles cinematográficos condenados al recuerdo, como los siniestros secretos que encierran las enmoquetadas galerías del Hotel Overlook de ‘El Resplandor’, de Stanley Kubrick, atravesando (y diseccionando) diversas correderas como vías de escape a la psique humana de la entelequia y la irrealidad, donde lo imaginario se confunde con lo tangible, en el momento en que la memoria reinventa el mundo. Se pasea así de puerta en puerta por películas como ‘La dama de Shanghai’, de Orson Welles, ‘El Oscuro Objeto del Deseo’, de Luis Buñuel, haciendo alusión a Max Ophuls y Josef Von Sternberg e incluso llegando a ‘Vertigo’, de Alfred Hitchcok, haciendo semejanzas entre una película de sortilegio único con los juegos y puzzles que proponen estas obras también clásicas, como laberintos ficcionales donde el hipnotismo, la amnesia o la imaginación solipsista establecen una ilusión óptica que el espectador debe desvelar sin ningún tipo de pretensiones cartesianas.
Desde el gusto por la ornamentación visual, hasta el arrebato de fractura epistemológica, Resnais utilizó este clásico como ejemplo, destructivo y renovador al mismo tiempo, de la expresión y la evolución del lenguaje cinematográfico, donde la significación prevalece antes en el deseo y la imaginación que en la lógica y la realidad. Hermética y calculada, ‘El año pasado en Marienbad’, narra cómo un hombre se obstina por persuadir a una mujer de un encuentro en el mismo hotel donde se hospedan un año antes, lugar donde mantuvieron un ‘affaire’ y se citaron justo un año después. Sin embargo ella no lo recuerda, entrando en un turbio juego de reiteración pasional y persuasiva. Se muestra al espectador como una miscelánea de emociones e imágenes, donde su seductora planificación, la utilización de los espacios y los rostros de Delphine Seyrig y Giorgio Albertazzi se perpetúan conjurados por la magia formidable del Séptimo Arte en la penetración alegórica de un mundo espectral que el crítico Dave Kehr define como “el hemisferio perdido de la cinefilia”.
La mirada del público consume los retazos visuales que adornan esta indescifrable historia desarrollada en el barroquismo del entorno, en los interminables pasillos, en estáticos personajes vestidos de gala y en el recuerdo borroso de unos jardines geométricos en un tiempo desestructurado que esconde secretos inconfesables. La cinta de Resnais, escrita por Alain Robbe-Grillet, es un enigma psicológico perceptivo que no ofrece conclusiones a las incógnitas lanzadas al espectador. Bajo esa música de órgano fúnebre y siniestra se esconden preguntas acerca del tiempo y los lugares, el pasado y el presente, la locura y el sentimiento, incluso de la muerte y el recuerdo. La obra del director francés es un legado que apela a la mirada del que se introduce en su rompecabezas y a su facultad de contemplar, de escuchar, de sentir.

jueves, 10 de julio de 2008

Review 'El Increíble Hulk (The Incredible Hulk)'

Enfatización de la diversión digitalizada
Louis Leterrier reformula la adaptación de la versión de Ang Lee olvidando la vena dramática y sostenida para ofrecer un espectáculo pirotécnico sin muchas pretensiones.
A muchos el ‘Hulk’ de Ang Lee les decepcionó, en parte, por la libertad introspectiva con la que se abordó al personaje creado para la compañía Marvel Comics en 1962 por Stan Lee y Jack Kirby. En una época de fiebre de adaptaciones del cómic a la gran pantalla, ‘Hulk’ emergió como una ‘rara avis’ dentro del género, ya que la acción y espectáculo que se esperaba de un poderoso rol como ese ente encabronado que se conoce en España como La Masa se vio restringido por una pátina de cine de autor y de intimismo soterrado que dejó a muchos con la sensación de una fallida perspectiva del antihéroe basado en la obra de Stevenson ‘El Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde’.
El director de ‘Sentido y Sensibilidad’ y ‘La tormenta de Hielo’ se desmarcó de los preceptos del ‘blockbuster’ por los que se apostaba, convirtiendo el mito del cómic en una demostración personal de estilo. El resultado puede considerarse un tremendo error de cálculo, puesto que Lee no supo equilibrar la balanza entre el drama interno del personaje con el acercamiento a una estética puramente tebeística, al cómic como arte, pretendiendo adoptar el aspecto y los procedimientos narrativos del cómic al cine, abusando del ‘split screen’ a modo de viñetas o de la utilización del montaje fragmentado para ofrecer algo de epidermis ornamental para penetrar el único tema que al cineasta oriental parecía interesarle; la tragedia como concepto que se deriva del ser y de sus consecuencias. Vamos, que Ange Lee, en conjunción con sus guionistas, intentó zumbarle al espectador una soflama psicológica sobre el gigante verde, en una disertación sobre la relación paternofilial de Bruce Banner y su padre. De ahí que tal alteración en la aplicación natural de una adaptación de un tebeo como éste no fue entendida ni por parte de sus responsables ni por parte de un público que, obviamente, le dio la espalda a la película.
Con el control sobre todas las adaptaciones que lleven su sello, la Marvel Studios, con la intención de tener un mayor control creativo y de mayores ganancias, ha optado por no salirse de los márgenes de calidad y entretenimiento a los que van a acomodar a sus próximas franquicias, como lo ha demostrado con la apreciable ‘Iron Man’. De hecho, aquí Robert Downey Jr. hace un pequeño cameo como Tony Stark y se habla dentro del filme de un plan heroico que pertenece a un inminente Capitán América, personajes junto a Thor (de estos dos últimos ya se está preparando el correspondiente filme), formarán parte de la historia definitiva de cómic bajo el título ‘The Avengers’. La madre de las películas de superhéroes. O así lo están vendiendo.
‘El Increíble Hulk’ tampoco genera unas expectativas muy elevadas respecto a su predecesora, situándose como mero espectáculo que comienza introduciendo de forma breve y diligente el origen y maleficio del héroe, en unos títulos de crédito aprovechados con gran capacidad de síntesis. Con esto, la historia arranca en Brasil, donde Bruce Benner busca la curación que detenga los efectos que la sobreexposición de rayas gamma y librarse del monstruoso alter ego en que se convierte cuando su ira aflora al exterior. Tampoco faltan en escena los personajes de Betty Roos, la mujer que le robó el corazón y de la que se alejó para no hacer daño y el padre de ésta, el General Thunderbolt Ross, que logra junto a un agente de la KGB, Emil Blonsky, crear otra criatura similar a Hule exponiéndole a una dosis superior de la radiación que convierte a Banner en la bestia verde.
Con esto, lo que deja claro desde su inicio es que este producto no se trata de una secuela, ni de una prolongación de las desventuras de Bruce Banner, sino que la nueva derivación de Hulk, como una revisión en toda regla que ha sido creada para impugnar y disentir sobre el trabajo de Lee, recusando su adaptación hasta el transformación. El filme de Louis Leterrier se sitúa en las antípodas de su antecesora, más cerca del remedo de la serie televisiva de los finales de los 70 protagonizada por Bill Bixby y Lou Ferrigno para sostenerse a lo largo de toda la trama en una descarada enfatización por el espectáculo devenido en agradecidas persecuciones, acción desbordante y esa abrumante pelea final entre la Masa y Abominación, en una disposición por dilucidar a trazos de brocha gorda sobre el drama interior del científico, sabiendo introducir las enorme separación entre este producto con el primer acercamiento de ‘Hulk’, tanto en sus recursos estéticos como en los conceptuales.
Bruce Banner toma los rasgos de un actor como Edward Norton, que introduce al rol como un hombre sometido a un férreo autocontrol, delimitando esa condición de mártir como única abstracción personal del antihéroe, jugando incluso a darle un cierto toque de humor con respecto a los pantalones de Hulk, algo que siempre se ha preguntado el lector del cómic, que alude obligatoriamente a su inhibición sexual. A medio camino entre el mito de ‘Frankenstein’ y ‘La Bella y la Bestia’, la historia de amor y distanciamiento entre Banner y la bella Ross se resiente por la inundación de las implacables y grandilocuentes fugas de Banner.
Cierto es que este nuevo Hulk acaricia en muchos instantes la mediocridad, cayendo en ella aunque sea de forma fugaz, pero lo más destacado es que el filme del cineasta francés sabe estabilizar su acción pirotécnica con un fondo existencialista que no molesta, pero que, obviamente, resulta bastante rácano en márgenes para la profundidad dramática. ‘El Increíble Hulk’ mantiene un ritmo que es, en todo momento, el salvoconducto de una película veraniega que funciona discretamente, como un videojuego de calculada seguridad, echando en falta algo más de espesor en todas su esferas. Es insuficiente como filme, pero se suple con una loable consecución del sentido de la diversión digitalizada que se requería para la función, ciñéndose a sus propias reglas y convenciones genéricas.
Lo mejor, sin duda alguna, es un Edward Norton que no escatima en talento a la hora de abordar el perfil de Banner, en una esforzada atribución interpretativa digna de elogio, restada en todo momento por la irrupción del ente digital, que parece sustraer la esencia humana que el actor otorga a su rol. ‘El Increíble Hulk’ es, por tanto, un espectáculo ágil y hacendoso al que no se le puede reprochar su absoluta condición de ‘blockbuster’ de esta época del año.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 9 de julio de 2008

$ 736,568,865

Cuando Harrison Ford, George Lucas y Steven Spielberg dijeron aquello de renunciar a cobrar por su trabajo si 'Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal' no recaudaba un mínimo de 400 millones de dólares en su exhibición mundial, casi todos sabían que esa cifra sería alcanzable. Paramount invirtió en 'Indy IV' unos 335 millones de dólares, 185 millones en la producción y al menos 150 millones de dólares para su promoción en todo el mundo.
Las expectativas han sido y están siendo más que superadas.

martes, 8 de julio de 2008

Apocalipsis medioambiental

Es la noticia del día.
El verano siempre es una de esas épocas con poco que contar. Aquí y en China, por mucho que tengan los Juegos Olímpicos de por medio. La deducción de noticias de carácter político durante las vacaciones, hace que la nunca existente plétora informativa quede relegada a un segundo término. Llegados a este caso, siempre hay dos vías a seguir; liar el hato del sensacionalismo absurdo (y, lamentablemente, algo olvidado) como la reaparición de ese icono monstruoso que es Nessie en Escocia o el más autóctono el sanabreño y temido Mojaruelo, unidas a realizar conexiones por doquier con las vacacionales operaciones salidas y entradas automovilísticas o dedicar el tiempo a informar del ocio en todas sus ramas. Otra es dramatizar hechos a los que el resto del año se les da una cobertura fugaz e injusta como a la inmigración o las epidemias causadas por las hambrunas en África. Desde este año, tenemos una nueva a añadir a estas dos categorías. Se trata de una moda a la que podríamos llamar “los peligros de la hecatombe sistematizada y popular”, que llega a la audiencia en forma de lemas ‘greenpeaceados’ para que forma parte de las conversaciones de ascensor, que se van a tecnificar más allá de frases como “Vaya calor. ya ha llegado el verano” por otras donde suenen términos como abusos medioambientales, contaminación y polución. “Oiga, cómo está el aire de contaminado”. La lógica respuesta sería “Ya lo advirtió el Premio Nobel Al Gore en su documental ganador del Oscar”.
Las vacaciones del Rey y su afición por navegar ya no son noticia. Tampoco las fiestas de los pueblos. Lo que se lleva es la contaminación. Y no es para menos la aprensión sembrada. Si hace pocos días los medios advertían que los patrones de deshielo en el Ártico en las últimas décadas han ido decreciendo en unos siete kilómetros al año, hoy sabemos que en Europa se registran al año 370.000 muertes por respirar aire contaminado, y en concreto en España, 16.000, según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino.
El Apocalipsis va a llegaaaaar…

lunes, 7 de julio de 2008

Histórico espectáculo en Wimbledon

El deporte español está de enhorabuena. Si hace unos días la selección española de fútbol se proclamaba campeona de Europa rompiendo una racha de 44 años sin conseguir un título continental, ayer, Rafa Nadal, más acostumbrado a la victoria y a las alegrías deportivas para la multitud, fulminó otra mala período de sequía; los 42 años que separaban la última vez que un español, en aquélla ocasión Manolo Santana, del triunfo en Wimbledon (4-6, 4-6, 7-6, 7-6 y 7-9) en un partido legendario donde dos de los mejores tenistas de todos los tiempos demostraron una fuerza física imponderable, dos titanes de la raqueta dando lo mejor de sí mismos en más de cuatro horas de un encuentro que será recordado por durante décadas.
Roger Federer no pudo con un titán en estado de gracia. El hasta entonces cinco veces ganador de este celebérrimo torneo londinense, luchó hasta el desgaste en pos de remontar a un adversario que casi desfallece por culpa de su maltrecha rodilla, levantando tres bolas de partido y reiterando lo que bien sabe hacersolfa de ‘aces’ que éste está acostumbrado. Rafa Nadal, por su parte, hizo uno de los mejores partidos que el aficionado recuerda. Simplemente admirable. Un choque a muerte, de sudor y lágrimas, de tensión insostenible, donde sobrevivió el que más ímpetu tuvo para darlo absolutamente todo. El sufrimiento, la parte técnica y el tesón extenuante fueron ayer el mejor aliado del más perfecto tenista que ha tenido España en toda su Historia.
Es cuestión de un breve periodo de tiempo que se haga oficial. Todos los saben. Pero ayer se reafirmó que el trono que aún regenta Federer tiene ya un heredero natural. Nadal es, hoy por hoy, el mejor jugador de tenis del mundo, por encima del actual número 1.
Y que sea por muchos años.

viernes, 4 de julio de 2008

Review 'Los Cronocrímenes'

El viaje en el tiempo de la momia rosa
Nacho Vigalondo compone con su opera prima un fascinante recorrido a lo largo de tres líneas temporáneas que interactúan produciendo varios giros en un fascinante guión que evita cualquier tipo de efectismo.
‘Los Cronocrímenes’ ha recorrido un largo y sinuoso camino hacia su esperado estreno. Hasta que encontró distribuidora (Versus Entertaiment), Nacho Vigalondo, creador de cortos de culto como ‘Código 7’, ‘Domingo’, ‘Choque’ y su trabajo más emblemático por el que fue nominado al Oscar en 2003 ‘7:35 de la mañana’ ha visto cómo su primera película como director y guionista ha generado grandes expectativas, pero a excepción del Festival de Sitges, pocos han tenido el privilegio de poder verla. Nadie es profeta en su tierra. Por eso, el director cántabro ha tenido que esperar varios meses para ver realizado el sueño de ver su trabajo proyectado en las salas nacionales. De entrada, su largometraje no es una comedia absurda o urbana; eso hubiera supuesto más facilidades a la hora de anticipar el estreno, sino que es un loable ejercicio de ciencia ficción a la española, realizada con escasez de medios, pero paliada con un guión que deja en ridículo a la gran mayoría (por no decir totalidad) de películas patrias que llegan habitualmente a estrenarse.
Estamos ante un filme que se desprende de prejuicios genéricos, para acometer, con valentía y mucho riesgo, el reto de determinar una aventura que mezcla realismo, ‘thriller’, algo de terror y ciencia-ficción en una única esfera de acción. Tal audacia ha hecho que esta obra (por definición, de culto) haya triunfado fuera de nuestras fronteras y vendido sus derechos para el ‘remake’ norteamericano antes de poder ser vista en España. Es ilógico, claro que sí. Pero así funcionan las cosas en este país. Y es una lástima este maltrato, pues el cine español echa en falta talentos como el de Vigalondo y títulos como éste que hagan atenuar, en parte, la ridícula situación, a veces esperpéntica, en la que la cinematografía patria incurre con películas de sonrojante mediocridad.
Nacho Vigalondo demuestra que, más allá de ese personaje nervioso y verborreico hecho a sí mismo, subido con comodidad a la etiqueta de fulgurante personaje multimedia, ha sabido ir intensificando su evolución como creador (primero con sus cortometrajes de marca, ahora con este primer trabajo), concretada con una punzante astucia vivificadora que bebe de todo aquello que el director ha ido absorbiendo. Más allá de devociones o animadversiones sobre su figura, Vigalondo emplaza aquí al espectador a seguir una historia que no hace concesiones de ningún tipo, dejando a un lado la espectacularidad y el facilismo en el que podría haber caído, sin efectos especiales, con una austeridad visual que enmascara lo que podría apreciarse como una alucinación hermenéutica temporal. Por proximidad, compartiría espíritu inquieto con ‘El anacronópete’, de Enrique Gaspar y Rimbau, así como por temática con las obras subgenéricas de H. G. Wells, Philip K. Dick o Heinlein y los trazos de cintas generacionales de referencia ineludible como ‘Regreso al Futuro 2’, de Robert Zemeckis o ‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis.
‘Los Cronocrímenes’ fabula en torno a Héctor, un hombre gris y anodino que, recién instalado junto a su mujer en un apacible entorno junto al bosque, descubre con sus prismáticos a una hermosa joven desnuda. La curiosidad y la pulsión sexual por este hallazgo, le hacen acercarse sin saber que un misterioso hombre con gabardina y con un extraño vendaje rosáceo le atacará con unas tijeras. Es el comienzo de una serie de catastróficos accidentes provocados por el caos temporal inducido por el propio protagonista, que alterará el flujo del tiempo en un ciclo que debe cerrarse sobre sí mismo. Lo que parece ser una cinta costumbrista, se convierte a las primeras de cambio en una odisea de ciencia ficción, pues la irrupción del género llega muy pronto, abriendo la duplicidad de líneas temporales paralelas, donde se desarrollan exactamente los mismos acontecimientos en un proceso de transformación de la realidad en otra alternativa y simultánea con dos opuestos que son uno. Un hecho que abre una tesis y antítesis del presente y del pasado, respectivamente, para acabar resolviéndose a modo de epítome que supera todos los hechos.
Todo esto, que puede sonar complejo e ininteligible, es sugerido con pericia a modo de puzzle que va desgranándose con aparente simplismo, pero narrado con capacidad de desconcierto que desprende el relato de Vigalondo, convirtiendo la miserable situación en la que se sumerge el personaje en una auténtica odisea de grotesca ironía, que es el germen evolutivo, además, dentro de la interesante obra cortometrajística del autor cántabro. La irrupción de lo fantástico no se ve enfatizado por ningún tipo de efectismo, sino que se integra en la narración hasta diluirse en la cotidianidad, del mismo modo en que no se produce distinción en el tratamiento fílmico en relación a la escenografía y al contexto realista. La adscripción genérica de Vigalondo se relativiza en todo momento.
A lo largo de ochenta se dan varias situaciones espirales, agitadas con sentido multisémico, que van provocándose por medio del efecto antes de la causa, lo que evita cualquier demostración lógica o empírica de su proposición. Vigalondo es listo, y lo que hace es facilitar la identificación con un personaje cuyos encontronazos con sus diversas realidades obtienen su explicación en un segundo termino, sin indagar en motivaciones externas o en fantasías utilizadas como señuelo. Cuatro personajes y un par de escenarios son suficientes para mover una historia llena de ardides, donde no existe ni sólo error de incoherencia argumental, buscando en todo momento que el público crea conocer de antemano lo que va a suceder, cuando no es así. El resultado es un seguimiento activo del espectador que apela directamente a su inteligencia como público astuto, obligado a ser partícipe de la trama, a pensar de inmediato en lo que está sucediendo antes sus ojos, en lo que ha sucedido y en lo que va a suceder. Y lo hace siguiendo una exacta progresión dramática, que mantiene en todo momento una lógica racional en el encadenado que camina siempre más por la línea de lo verosímil que por la parábola ficcional.
Sin llegar a inflamar la terminología cognoscitiva, científica o filosófica con términos que alejen al espectador de las intenciones de la historia, ‘Los Cronocrímenes’ exhibe una serie de personajes que coexisten en un mismo espacio, en una iteración de tres líneas temporáneas que interactúan produciendo varios giros de guión, contado con una trascendencia hipnótica, fraccionando la historia con dobles (y hasta triples) simultaneidades. Por supuesto que no faltan paradojas temporales. Es el elemento necesario que defina por completo la diversidad de un rol que se engaña a sí mismo y a los demás personajes, idealizando realidades y destruyéndolas para crear o deshacer un funesto acontecimiento, que es lo que motiva parte de la sucesión de viajes en el tiempo.
En el camino, se da una antológica reflexión sobre la identidad, la de un hombre mezquino que se dedica al vouyerismo en sus ratos libres, celoso de que él mismo pueda estar con su propia mujer en el desdoblamiento de tiempos, en cuya esencia subyace la huella de lo inevitable, de aquello que está predestinado o postdestinado, dibujando la muerte como ineludible contrariedad que no se puede evitar, pero sí se puede enmendar, como demuestra el espeluznante ‘happy end’ presentado a modo de triste y cínica poesía que está rodado mediante uno de los planos cenitales más espectaculares vistos en nuestro cine.
Llama la atención la seriedad con la que Vigalondo ha creado su primer largo, optando por envolver su película en una estética gélida y algo distante de la mano de Flavio Martínez Laviano, que se armoniza con una puesta en escena esencialmente naturalista, con un orden de composición desprovisto de artificios formales, casi plano, aprovechando así el preponderante dominio de la pieza clave de este filme, que reside en su férreo y sorprendente guión. Un libreto estructurado con maestría para que todas piezas encajen con sorprendente precisión. Ésa sombría atmósfera visual, unida a los grotescos personajes y situaciones que galvanizan la trama, aprovecha ese enrarecimiento para reforzar algunos (pocos) momentos de humor negro. Por el contrario, el único inconveniente del filme tal vez sea la poca gravedad que juega el entorno sobre la historia. Los verdes parajes septentrionales utilizados como espacios de ida y vuelta o el interior del silo científico ven mermada su eficacia por el exceso de opacidad dentro de los espacios.
Esto, voluntaria o involuntariamente, entorpece que los escenarios jueguen un papel primordial dentro de la historia, sin dejar que operen como un personaje más, restando funcionalidad a la propuesta, siempre centralizada en el/los personaje(s) de Héctor y sus movimientos. Un menoscabo compensado con un estupendo Karra Elejalde que, pese a cierto contrapeso inicial, se va metiendo en la piel de un rol torturado por sí mismo, evidenciando el talento admirable de sus mejores interpretaciones, muy por encima de un imponente Bárbara Goneaga (que aún así, está más que correcta en el papel de pieza clave del rompecabezas) y de la más anodina Candela Fernández. El propio Vigalondo, se une a ellos con una inteligente estrategia como la de autoatribuirse el papel de un científico que dentro del filme, obviamente no es actor, pero que actúa en cada instante que está en pantalla y que sirve de réplica a todas esas críticas que se puedan verter sobre su papel como actor.
Inteligente rompecabezas, funciona como un colosal entretenimiento que necesita incluso de la revisión para captar nuevos detalles y abruma por su amplia gama de gradaciones narrativas. Puede echársele en cara la falta de algo de lustre visual, sí, aunque éste sea buscado por el director, pero lo cierto es que nos encontramos ante una cinta de construcción matemática, que se esfuerza en todo momento por resultar coherente con la complejidad de esos intensos razonamientos y significados contrapuestos que necesitan del ya citado público como intermediario. Ahí es donde esta opera prima resulta un ejercicio de enorme honestidad, en absoluto complaciente y poseedora de un céfiro de imaginación y conciencia en la diatriba que supone alterar la condición lógica de los acontecimientos provocando un dilema aún más grave.
‘Los Cronocrímenes’ es una cinta que suscitará reacciones encontradas, que contradigan o reafirmen muchas de las expectativas y criterios posteriores a su visionado, bien sea por parte del público como de la crítica especializada. Estamos ante una película que uno no sabe como tomarse exactamente, pues tiene múltiples lecturas. Y eso es impagable. Sin embargo, crea animadversiones. Sólo el paso del tiempo colocará esta inclasificable obra de orfebrería en el lugar al que corresponde. Una experiencia cinematográfica que hay que vivir y de las que el cine español está tan necesitado. Es una pena que no vaya a transferir su brillantez más allá del transitorio estreno español; porque, la verdad sea dicha, condiciones para fascinar no le faltan.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

martes, 1 de julio de 2008

Cámara nueva

Aquí tenéis la nueva adquisición. La vimos hace ya algún tiempo, pero hemos esperado menos de lo que pensábamos para hacernos con ella. Nos dio por ahí, en un alarde de fiebre consumista provocada por el sofoco veraniego. Y ya es la joya de la corona dentro de las novedades técnicas que han ido entrando poco a poco en casa. Esta nueva posesión establecerá la posibilidad de percibir con un sentido visual propio el mundo adyacente, que dirían en cualquier capítulo del ‘National Geographic’, intentando a su vez transmitir la fragilidad en forma de ideas, de colección de instantáneas que capturen la evocación y el recuerdo. Así de engolado, en plan homenaje al maestro Cartier-Bresson.
A través de esta Canon EOS 450D, podré concebir (o al menos intentarlo) una pequeña muestra de trayectos personales o comunes, de imágenes absurdas y hasta tópicas, de retratos de personas conocidas y forasteras, de la gran variedad de espacios geográficos que imponen la proximidad y la distancia. En definitiva, de fotos tomadas desde el desconocimiento, el ímpetu y las ganas de aprender.
Durante largo tiempo el Flickr Abismal ‘Enfoque Negativo’ ha ido mostrando ese punto de vista sobre algunas de las cosas que rodean la cotidianidad de un fulano que sigue soñando con capturar ficciones e imágenes. Hoy, este espacio fotográfico mejorará en cuantía y calidad sus imágenes.