jueves, 27 de diciembre de 2007

martes, 25 de diciembre de 2007

Un post clásico de Navidad

La Navidad desde un punto de vista aparentemente divergente
‘¡Qué bello es vivir!’ y ‘Plácido’ son las dos películas navideñas más representativas de dos mundos tan disímiles como el americano y el español.
En unas fechas como las que vivimos estos días, es inevitable tratar el cine navideño. A lo largo de la historia del Séptimo Arte se han desarrollado cierto tipo de películas ambientadas en Navidad; unas, de predisposición hacia los buenos sentimientos, otras, de tristeza o cinismo, según convenga. Todas ellas acondicionadas a un contexto visual en el que no faltan las guirnaldas, lucecitas, el árbol, Papá Noel, la Nochebuena, la ilusión y la familia. Elementos utilizados para diversos fines argumentales en cualquiera de los géneros que ofrece la cinematografía.
Impregnados por una globalización norteamericana que impone iconos y prescribe conductas y directrices en cualquier campo, en los últimos años se ha puesto de moda acudir como representación fílmica navideña a la gran película de Frank Capra ‘¡Qué bello es vivir!’, inspirada en un cuento de Philip van Doren, cinta que los norteamericanos (y más de medio mundo) revisita anualmente para asistir a un recorrido por la vida de un buen hombre, altruista sin límites, llamado George Bailey. Si bien es cierto que Capra dio al cine las más preciosas y amables proclamaciones de buenos propósitos, con trabajos de una hondura y emoción que, más allá de cualquier crítica sobre su posible repleción edulcorante, representan cine irrepetible, también lo es la necesidad de reivindicar la película española navideña más importante de todos los tiempos, esa obra maestra del cine ‘azconaiano’ como es ‘Plácido’, admirable celuloide que, con el paso de los años, está empezando a encontrar su importancia en un zócalo genérico navideño donde las producciones americanas parecen querer decir que esto de la Navidad es cosa de yanquis.
‘¡Qué bello es vivir!’ acopia en su metraje unos valores humanos y espirituales donde la amistad, el amor, la generosidad y la solidaridad empapan un cine de corte fantástico, fabulesco y moral. La situación de Estados Unidos durante la época hace pensar que el mensaje subvertido de la historia de los Bailey era una excusa para lanzar una crítica al ‘New Deal’ de Roosevelt, ya que tras el aparente simplismo con que está contada esta tierna historia, podemos apreciar la oscuridad fantástica de un Capra que transcribe sus verdaderas intenciones bajo el más puro cuento de Dickens para hablar entre líneas de una filosofía individualista, de un hombre cuya generosidad ha convertido su vida individual en un fracaso.
Por su parte, Luis García Berlanga, apoyado en un prodigioso guión de Rafael Azcona, apuesta por una historia adherida a la realidad de una etapa donde la hipocresía es el arma caritativa que diferencia los estratos sociales del momento. Berlanga purga aquí cualquier atisbo de trasfondo amable, conciliador, que había caracterizado su cine hasta el momento para dedicarse, desde esta joya de nuestro cine, a recrear (en palabras de Román Gubert) “un sainete con cianuro”. En ‘Plácido’ no hay espacio para la bondad, ni para camuflar los buenos sentimientos en una oda a la misericordia navideña. Todo es una proclamación de la falsedad de estas fechas. La represiva sociedad clasista de la época está reflejada en un entorno cotidiano y localista, que tuvo por título ‘Siente un pobre en su mesa’. Una campaña real que sirve para abrir los ojos a un microcosmos social que obliga a los ricos a tener un acto de buena fe con los más desfavorecidos. El ejercicio de caridad, a diferencia de en ‘¡Qué bello es vivir!’ está forzado, como acto exigido de cara a la galería, un vendaval de apariencia que arrastra al pobre Plácido, un pobre hombre al que utilizan con su recién adquirido motocarro que paga no sin esfuerzo letra a letra.
En ambas películas está muy arraigada una ambivalencia capciosa. Capra defendía unas ideas y aportaba sus argumentos para demostrar sus tesis políticas y Berlanga ofreció en su mejor etapa una hábil manera de camuflarse con ficticios sainetes costumbristas en los que se podía apreciar una subversiva crítica a la sociedad del momento. Ambos realizadores confluyen en el prototipo de obras inofensivas y amables, pero en el fondo suponen sendos ejercicios de funambulista para hablar de otros problemas sociales más importantes.
En esa combinación de intereses es donde se ensamblan las personalidades de George Bailey y Plácido, dos personalidades parejas que sirven de beneficio para la comunidad que les rodea, ya que ambos representan a antihéroes anónimos e historias de progresión de sacrificio en pos de los demás. A pesar de ello, la película de Capra se antoja como una ilusión alegórica, utópica, irreal, excesivamente moralizada para un ‘happy end’ que en ‘Plácido’ consiste en irse a casa con la familia a comer lo que bien se pueda. Si Capra sofistica su pueblo, su doble juego de pasado y presente alternativo en el que el conformismo natural de la comunidad, tampoco varía mucho la vida de un George Bailey que hubiera nacido en Bedford Falls o en el siniestro Pottersville, Berlanga borda un tono coral de la narración donde no falta la ironía, la mala hostia, la presencia de la muerte y su preferencia por las clases medias.
La abismal diferencia entre ambas visiones de la Navidad está en que mientras en ‘¡Qué bello es vivir!’ utiliza la festividad como entorno de comprensión y expiación de los errores, ‘Plácido’ la delimita, con su rechazo a lo fantástico y ornamental, a una realidad fiel y rigurosa confinada a la incomunicabilidad aterradora del español medio de los 60. Un aspecto que concuerda con la segunda parte de la cinta de Capra, convertida en una aparatosa pesadilla de corte expresionista y de impacto humano. Compostura que, en manos de Berlanga no puede por menos que convertirse en una comedia negra llena de cínico sarcasmo.
Dos películas que nada tienen que ver entre sí, pero que merecen un visionado en estas fechas como comprobación de todas las aristas posibles del periodo navideño.

lunes, 24 de diciembre de 2007

La genial perversidad de Rob Sheridan

El prolífico artista Rob Sheridan nos cede con su ingenio y talento el wallpaper navideño definitivo extraido del fascinante universo bloguero ‘SketchBlog’.
Desde Los Ángeles, Sheridan es un director de arte que reformula con su inquietante perversidad todas las disciplinas que acomete, en unos contextos que giran en torno a obsesiones como la deformación cotidiana en una sangrienta surrealidad, donde no faltan abominables monstruos, viscosidad, clasicismo y ciencia ficción fusionada con robots gigantes. Como él mismo cuenta en su página personal ‘SketchBlog’ “surgió como un ejercicio de disciplina creadora, una tentativa para fomentar un crecimiento personal en torno a nuevas imágenes e ideas”.
Conocido por ser el eterno diseñador del grupo Nine Inch Niles, artista videográfico y excelente fotógrado, Sheridan es un creador de lucidez y percepción sorprendente que merece unos minutos para descubrir su fascinante obra creativa.

sábado, 22 de diciembre de 2007

06.381, el Gordo de Navidad 2007

Esta mañana, con cierta anticipación, concretamente a las 10:47, cayó el Premio Gordo del Sortero extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional en el número 06.381, dotado con tres millones por serie, vendido en Alicante, Asturias, Almería Bilbao, Teruel, Toledo, A Coruña, Madrid y cómo no, en Sort. Es el comienzo de la Navidad, del despilfarre alegre y de todo lo que el anterior post conlleva. En Antena 3 Ramoncín hacía el ridículo con una más que acostumbrada Massiel en la retransmisión del evento. Dicen las malas lenguas que el ex Rey del Pollo Frito (antes de que llegaran los restaurantes de comida rápida Kentucky Fried Chicken) estaba allí porque el año que viene solicita que cada vez que se cante un número, una pequeña proporción de los premios vaya a parar a la SGAE, como derechos de autor de los niños, que son los que cantan.
Bromas aparte… Bueno, no… Aparte, este evento sigue dejando la sempiterna imagen vista una y otra vez; gente eufórica recién tocada por la varita de la suerte que espera, inconsecuentemente, no volver a trabajar el resto de su vida, algunos aseguran que se irán de viaje, o que invertirán en la futura compra de un coche o una casa, otros no saben qué decir, muchos más insisten en la frase insignia cuando toca y que ha utilizado tantas veces el actor Nacho Vidal: “tapar agujeros”, los hay que descorchan botellas y las agitan felices estropeándole el acicalado de peluquería a la señora de al lado. Los demás, miran con cierto recelo. Desde casa, suena esa frase en la cabeza de todo el mundo “ni una puta perra”. El año pasado, en este Abismo, se revelaba que la posibilidad de ser premiado con uno de estos décimos es de una entre 84.999. Dicha hipótesis deja patente la probabilidad de ser uno de esos venturosos que descorchen un cava, champán o espumoso (seamos políticamente correctos) en una ostentación de éxtasis irrepetible. Podemos hacerlo, como síntoma de entusiasmo etílico o porque es el último día que se trabaja antes de vacaciones. Pero no es lo mismo.
También es el instante ‘warholiano’ de los niños del Gordo, que afinan su voz y entonan con orgullo el número agraciado con el máximo premio. Este año, le ha tocado a Álvaro Guerrero, encargado de corear el número y Raúl Barrak, que ha cantado la cifra millonaria. Las cadenas de televisión, sabiendo que es un día con el trabajo hecho (de conexiones y reiteración temática anual), hacen repetir consecutivamente el rosario lotero a los chavales. Sin olvidar, como cada año, que al salón de sorteos de Loterías y Apuestas del Estado, asisten esos míticos ‘freakies’ dispuestos a ser el más chabacano del año.
Cuando acabe el día, las tablas con los números premiados quedarán expuestas siete días al público, para esperar otro nuevo año a repartir su suerte, la misma que se niega a la generalidad popular y que deja la satisfacción a unos pocos recompensados con este día que, oficialmente, abre las Fiestas Navideñas. Felicidades a los que hayan visto cómo su décimo se ha llevado algo. Si no saben qué hacer con tanto dinero, nunca es tarde para ejercer de productor cinematográfico de un cortometraje de éxito aseguro. Pónganse en contacto en el mail de abajo del todo.
Queda inaugurada, por tanto, la Navidad 2007. De nuevo, y con afecto cordial, FELIZ NAVIDAD a todos.

Ya está aquí, como cada año, la Navidad

Frases como “cada vez llega más pronto”, “la Navidad es un invento de las grandes superficies”, “odio estas putas fechas”, “papá... ¿compramos un jamón?” y “estoy deseando que pasen las fiestas de una vez” forman parte de una tradición inquebrantable, un trance anual que todos tenemos que pasar, queramos o no, entre finales de noviembre (aunque dentro de poco arrancarán en septiembre) y el día de Reyes en enero, más o menos.
La Navidad se caracteriza por ser un acontecimiento que sirve de excusa para todo; para salir de fiesta, para emborracharse, para tirarle los trastos a la compañera de trabajo, para proponerse sin éxito ser mejor persona, para cenar en familia, para aburrirse, para sonreír sin ganas y, sobre todo, para comer y beber de todo sin control. Durante varios días de fiesta, alternamos toda clase de opulentas cenas y comidas con compañeros de, con amigos y familiares, Nochebuena con Navidad, Nochevieja con Año Nuevo, comida de la empresa, cena de antiguos compañeros, habituales cogorzas semanales... Fiestas arraigadas a las guirnaldas, al muérdago, a las luces de colores, a los belenes, a un pequeño pino talado violentamente para goce efímero de la vista, a la predisposición de los buenos sentimientos convertidos a la mínima de cambio en encendida mala hostia. Eso es la Navidad.
No pretendo desnaturalizar este estético y hermoso periodo, ni arremeter contra una serie de ritos sacralizados que han perdido la batalla contra el gasto comercial sin control. Por supuesto, no voy a adoctrinar sobre nada de ello. Para eso está esa canción tan desmadradamente cierta de los Soziedad Alkoholica referente a esta cuestión. No voy a caer en el error de posicionarme en una actitud desmitificadora que enuncie una imprecisión disfrazada de individualismo, de puro egoísmo, del “no me gusta la Navidad porque es una mierda”. Es más, a mí siempre me ha gustado preconizar estas fiestas, aunque sea por la estética y visualidad, por la citada preferencia a la algarabía, por las ridículas cestas con embutido del barato, el champán sin marca y el turrón del duro, por los Niños de San Ildefonso cantando la pedrea y el gordo hoy, día 22; por ver ‘Plácido’ y ‘Qué bello es vivir’ en una sola sesión, por reencontrarme con gente a la que sólo veo en estas fechas, por las cenas familiares y amiguetiles, por el frío intenso de una preciosa ciudad iluminada al amparo de un gigantesco árbol... Parece que celebrar la Navidad se ha convertido en una actividad infamada y apática. Pero no creo que sea así. Si lo es, debo ser de los pocos gilipollas a los que les gusta la Navidad por cuestiones arraigadas al verdadero espíritu de estas fechas. En otras palabras: los que no saben tomar parte del rito se confortan atacándolo. Como todo en este mundo.
Pero cuando hay que celebrarlas, abrir regalos y apreciar el ambientecillo resplandoroso de las calles iluminada salir de fiesta hasta altas horas, todos se apuntan. Todo el mundo sale, se emborracha e intenta pasarlo bien. El concepto de Navidad está más allá de la parafernalia consumista. Y es que la confusión atávica ante el inexorable ciclo vital, del invierno y del verano (con las vacaciones familiares –la otra gran diatriba del español moderno-), ha creado celebraciones de solsticios para todos los gustos. Lo divertido de todo es ser cínico, socarrón y disfrutar de todo con divertimento. La Navidad es la época ideal para reírse con más fuerza de aquellos a los que no le gustan. Algo así, como el mensaje de esa más que interesante película de Terry Zwigoff que es 'Bad Santa', donde un Santa Claus borracho, pendenciero, ladrón e hijoputa encuentra el espíritu de las Pascuas en un niño 'loser' gordo y medio imbécil cuyo máximo deseo es tener un estúpido elefante violeta como regalo de Navidad. O a una joven ninfómana que disfruta del sexo navideño si Santa lleva el gorro de la borla roja por un complejo infantil. La Navidad es cojonuda, amigos. Y quien diga lo contrario es que no sabe disfrutar de las cosas buenas de la vida.
Próximamente, volveré a recordar algún especial ya aparecido en el Abismo en anteriores Pascuas. Porque, desde diversas perspectivas, otra de las cosas que atraen en estos días es vaguear un poco y disfrutar más de esas cosas que ahora saben mejor en esta tradición universal y ancestral.
Yo, por mi parte, he desempolvado el flash navideño de la cabecera para ‘Un Mundo desde el Abismo’ decorando este espacio para la ocasión, dándole así una absurda pero vistosa pátina navideña. Incluso he colgado una ridícula instantánea de ese ‘otro yo’ que escribe en la red con un simpático gorrito de Papá Noél, o Santa Claus, o Kris Kringle, o San Nicolás… Da lo mismo.
Otra cuestión a debatir sería si las efigies mágicas de nuestra Navidad española han dejado dilapidarse por imágenes anglosajonas, los Reyes Magos dilapidados por Santa Claus. Sólo me queda decir: FELIZ NAVIDAD a todos y a ser tan felices como podáis. Por lo menos, en estas fechas… tan ‘señaladas’.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Review 'Mr. Brooks (Mr. Brooks)', de Bruce A. Evans

La perfección del ‘psycho-killer’
‘Mr. Brooks’ recrea con precisión un viaje al enfrentamiento maniqueo de la conciencia, del deseo y el acto, en un personaje antológico al que da vida un inesperadamente acertado Kevin Costner.O
“La normalidad, a veces, puede ser monstruosa”. Es una de las célebres frases de Robert Louis Stevenson que reflejó en su portentoso libro ‘Dr. Jeckyll & Mr. Hyde’, obra con la que esta ‘Mr. Brooks’ comparte sus pilares primigenios. La película de Bruce A. Evans habla de la dualidad propia de la naturaleza humana, de la misma esencia con la que el clásico literato escocés abordó la lucha interior entre la razón y los instintos, entre la conciencia y el inconsciente, en un entorno obsesivo y físico, que está asociado a la faceta más oscura del ser humano. Kevin Costner da vida a un triunfador empresario y filántropo reconocido que, tras su amable rostro y su feliz vida como intachable hombre de negocios y ejemplar marido fiel y amante, esconde a un asesino en serie motivado por un tenebroso ‘yo’ llamado Mr- Marshall (su Hyde particular), impulsor de conductas criminales que ha logrado con sus múltiples asesinatos un arte perfeccionado, llevando a cabo una metodología impecable.
Earl Brooks es un hombre adicto al crimen, que no niega sus disfunciones patológicas, pero que se arrepiente en una (simulada) cruzada interior con los instintos perturbados que determinan y condicionan sus relaciones familiares y su vida social. Representa una concepción mucho más precisa del ‘psychokiller’ de lo que el espectador está acostumbrado a ver en el cine contemporáneo, en exceso enviciado por la vileza de célebres precedentes que han marcado las actitudes modélicas del asesino en serie cinematográfico.
El personaje de Costner es un monstruo real, peligroso, que esconde su verdadera personalidad detrás de una máscara social que le ampara y le protege, conviviendo en la hipocresía de una sociedad que premia como ‘hombre del año’ a un homicida que roza en su proceder la perfección. El asesino, tal y como lo conocemos en nuestros días, ha despertado en el hombre moderno una pasión en la que han convergido tanto la ficción, alimentando con sus iconos mitos de la gran pantalla, como la realidad, con unos sucesos cada vez más inexplicables que asolan nuestra sociedad.
A modo de tragedia clásica, puramente ‘shakespeareiana’, ‘Mr. Brooks’ afronta sin complejos, y desde un principio, su riesgo por definir la visualización del ‘Doppelgänge’, que representa el lado oscuro del ‘yo’ transmutado en un ser misterioso y tenebroso ser, corporeizado sólo en la imaginación enfermiza de un hombre falsamente torturado que irá escalando en la evolución psicológica de uno de los más fascinantes roles de los últimos tiempos.
Es un fascinante viaje al enfrentamiento maniqueo de la conciencia, del deseo y el acto, de los impulsos que concretan las acciones de un calculador hombre sin escrúpulos que, paradójicamente, empatiza rápidamente con el público, dada la dulzura y afabilidad que siempre ha transmitido el rostro de un Kevin Costner que realiza aquí la mejor interpretación de su carrera desde ‘Bailando con lobos’.
En el interior de esta tortuosa fábula de perversidad cruel y brillante se incluyen sinuosos giros argumentales, absorbiendo la esencia de algunas subtramas asimétricas, para hilvanarlas de tal manera que se confabulen con la constante depravación con la que se va desplegando el lógico diseño argumental confeccionado por Evans y Raynold Gideon a modo de culebrón concéntrico, pero que no es más que un sardónico guiño para tratar otro tipo de padecimientos sociales, de adicciones que no escapan a la afilada crítica subversiva del filme; como ese ‘vouyerismo’ de un fotógrafo que quiere comprender qué se siente al matar y los efectos psicológicos que produce de esa droga a la que Mr. Brooks es adicto. Puede parecer un giro extraño y poco incongruente dentro de la narración. Sin embargo, la aparición de este chantajista interpretado por el cómico Dane Cook, víctima también de sus propios instintos, es la reivindicación patológica de esa enfermedad morbosa que se ha instalado definitivamente en nuestro entorno cotidiano.
En la otra cara de la moneda, la implacable agente de policía que lo persigue en una recuperación de la mejor Demi Moore que se recuerde, que simboliza amén del representante moral de la ley, la rebeldía impuesta a una vida marcada por el autoritarismo paterno, fracasando en sus relaciones íntimas e incapaz de atrapar al asesino que se esconde tras el rostro del señor Brooks. El perseguidor y el perseguido son dos roles contrapuestos, que no responden al raciocinio moral de un ‘thriller’; mientras uno triunfa en sus vertientes (los negocios y su oscura adicción al asesinato), el otro es una persona frustrada a la hora de mantener la calma en su vida, también falseada debido a los mareantes números de su cuenta corriente por miedo a traicionar sus principios.
‘Mr. Brooks’ camina en el filo génerico del ‘thriller’ psicológico y el drama de personajes, y logra evitar cualquier tipo de enjuiciamiento moral hacia un personaje principal construido desde la aceptación de la maldad como elemento convencional, dentro de una historia brillante que merece el elogio de las películas destinadas a no pasar desapercibidas.
Un hipnótico y adictivo periplo a la mente de un frío ‘psychokiller’ donde no falta la violencia consecuente con la historia, algún que otro desliz de ambición narrativa (el miedo del padre que ha infectado el instinto criminal a su hija) o una anticuada banda sonora a cargo de Ramin Djawadi que puede llegar a saturar, descontextuando en ocasiones la acción. Pero lo cierto es que Evans sabe equilibrar su función, reposado en un matiz aséptico e innovador, de cuidado modernismo y estilización visual, que es incomprensiblemente quebrada con la fusión de estilos que desfilan en momentos puntuales del filme; como un tiroteo de relantíes bajo las notas de una música estridente o algún efectismo que está a punto de romper su digresión entre la voluntad psicológica y la acción mecánica del filme. A pesar de ello y de que podría haber sido mucho más controvertida en sus planteamientos y definición, ‘Mr. Brooks’, sin mucho alarde y gran virtuosismo, es una de las pequeñas sorpresas más reconfortantes y sorprendentes del año.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

lunes, 17 de diciembre de 2007

Palabra de R2

R2-D2, el droide astromecánico al que ha interpretado durante estas tres décadas Kenny Baker a lo largo de los seis episodios de la saga galáctica de George Lucas, es uno de los personajes con más reclamo del emporio espacial ‘Star Wars’.
Apareció junto a su inseparable compañero C3-PO, en aquella imborrable imagen en el planeta Tatooine, tras recibir una importante misión por parte de la Princesa Leia Organa, que colocó en su memoria los planos de la Estrella de la Muerte antes de ser comprados por Luke Skywalker y su tío Owen Lars.
R2-D2 tenía una peculiar manera de expresarse, a través de señales sonoras y pitidos muy reconocibles dentro de las características privativas de la fauna ‘starwarsiana’. Así, este robot cabezón, terco e perspicaz, replicaba al siempre rezongón y parlanchín 3PO, a Luke, a Han Solo y a todo aquel que se cruzara con él.
¿Qué es lo que decía en realidad? Gracias al R2-D2 TRANSLATOR podremos revelar aquellas frases, proponer las nuestras propias y conocer de cerca la locución mecánica y robóticade este inmortal autómata galáctico.
Otra de esas entrañables ofrendas que saciará el ávido fervor de los fanáticos de ‘Star Wars’.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Nochevieja Universitaria

Salamanca se ha convertido en el corazón mundial de la fiesta, de la algarabía, de la nocturnidad, del pecado, de la holganza estudiantil, del poderoso caos etílico… Sólo así se puede explicar que anoche más de 30.000 jóvenes inundaran las calles salmantinas para festejar lo que se ha dado en llamar la ‘Nochevieja Universitaria’, excusa navideña convertida en una tradición inexcusable, que consiste adelantando las campanadas del próximo día 31 para sustituir las tradicionales uvas por gominolas, por chupitos de whisky, por tragos de champán o pelotazos de litronas furtivas.
La jubilosa dipsomanía y la turbación alcohólica de grado superior se dan cita así entre los más jóvenes de la ciudad. Unos universitarios en plena fase de revelación (como yo hace muchos años), a punto de descubrir que la verdadera sabiduría académica, donde realmente uno aprende cómo funciona la vida, está en las cafeterías de las facultades y en los bares más recónditos de la ciudad.
Reunidos masivamente en la espectacular Plaza Mayor, entre el hedor destilado de ebria exultación, los estudiantes esperan impacientes las doce campanadas que darán inicio a una de las noches más multitudinarias y largas del año. Este 2007 incluso se han cortado calles para albergar la llegada de diferentes autocares venidos de otras provincias que un año más han participado en esta verbena colectiva. Está claro; hay unidad desprejuiciada siempre que haya fiesta y bullicio, jolgorio y posibilidad de pillar cacho. Después de las campanadas, la fiesta se traslada a los más diversos establecimientos que hacen el agosto con esta desquiciada madrugada donde todo es posible.

Globos de Oro

Películas como ‘American Gangster’, de Ridley Scott, ‘Atonement’, de Joe Wright, ‘Eastern Promises’, de David Cronenberg, ‘The Great Debaters’, de Denzel Washington, ‘Michael Clayton’, de Tony Gilroy, ‘There will be blood’, de Paul Thomas Anderson, ‘No country for old men’, de Joel Coen, ‘Sweeny Tood’, de Tim Burton, ‘Across the Universe’, de Julie Taymor, ‘Charlie Wilson’s War’, de Mike Nichols, ‘Juno’, de Jason Reitman… o nombres como George Clooney, Daniel Day-Lewis, James McAvoy, Viggo Mortensen, Johnny Depp, Ryan Gosling, Tom Hanks, John C. Reilly, Casey Affleck, Javier Bardem, Philip Seymour Hoffman, John Travolta, Tom Wilkinson, Cate Blanchett, Julie Christie, Jodie Foster, Angelina Jolie, Keira Knightley, Ellen Page, Marion Cotillard, Tilda Swinton, Julia Roberts ya están nominados a los Globos de Oro que se celebrarán el próximo 18 de enero.
Ya sabemos por dónde van a ir los tiros en las próximas candidaturas de los Oscar.
Además, Steven Spielberg recibirá el premio honorífico Cecil B. DeMille “por su extraordinaria contribución en el área de entretenimiento”. Y eso, es quedarse muy corto.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Review 'Bee Movie (Bee movie)', de Simon J. Smith y Steve Hickner

Enésimo desacierto de Dreamworks
Pese a algún que otro atractivo, el proyecto personal de Jerry Seinfeld es un autocomplaciente filme, falto de inventiva, al que le sobra parte de su cargante moralina ecológica.
‘Bee Movie’ podría haberse convertido en una de las películas de estas próximas Navidades. Sobre el papel, tenía un doble interés; por una parte, es otra tentativa de la factoría Dreamworks que, exceptuando el éxito de ‘Shrek’, sigue sin ofrecer grandes logros dentro de la animación digital (‘Hormigaz’, ‘Chicken Run’, ‘Espantatiburones’ o ‘Madagascar’ como ejemplos más claros). Por otro, su máximo impulsor, productor y guionista no es otro que el incomparable Jerry Seinfeld, uno de los mejores cómicos americanos, demiurgos del ‘stand up comedy’ y rostro popular gracias a una de las más célebres ‘sitcoms’ de la Historia Catódica.
Con esto, la cinta de animación dirigida por Simon J. Smith y Steve Hickner, debería, al menos, haber ambicionado el cambio hacia un humor inteligente y la parodia que se esperaba de los objetivos de Seinfeld. Pero no es así. ‘Bee Movie’ cae en seguida en los tópicos y materias ordinarias del cine animado, en el remedo fácil e indulgente, con ínfulas de agradar tanto a los más pequeños como a los mayores con esas gotas de crítica adulta tras las infantilizadas grafías de sus caracteres, pero sin ningún tipo de distinción e interés.
Se aquí narra la historia de Barry B. Benson (con voz del propio Seinfeld –en la versión española doblada con inesperado acierto por Arturo Valls-), que después de acabar sus estudios choca con la confusión vital de la juventud desorientada al negarse a formar parte de la absurda colectividad que disfruta con el automatismo laboral y la rutina de la colmena. Partiendo de este prometedor arranque, en el que hay cierto efluvio fantástico de distopía social con el fondo existencial de ‘El Graduado’, de Mike Nichols, la abeja emprenderá una aventura por las calles de Nueva York, donde además de conocer a una hermosa joven (y establecer una extraña relación de amistad con ella), descubrirá que los humanos están robando para su beneficio la miel que tanto esfuerzo le significa a su comunidad.
A partir de ese momento, ‘Bee Movie’ comienza a hacer aguas en todo su desarrollo, con mejunje genérico donde todo es legítimo; cine de reflexión social, comedia de ‘gags’, cine judicial, de denuncia, de acción, comedia romántica de enredo, de catástrofes… lo que termina por concederle cierto aire de desaguisado fallido e inconsecuente.
En exceso surrealista, sin mucho sentido a la hora de ‘normalizar’ la relación entre animales y humanos, desperdicia un puñado de buenas ideas que se van diluyendo en los recovecos de un guión insustancial, con algunos golpes divertidos, pero que no van más allá del mero anécdota que la aportación autoparódica de Ray Liotta o Sting. Su fugaz sátira política contra las grandes corporaciones (a Enron, por ejemplo) y su lucro gracias al trabajo de la explotación laboral o la homogeneidad paralela entre la sociedad humana y la colmena de abejas de aquéllos que buscan una oportunidad en el mundo quedan difuminadas con el invariable mensaje medioambiental de una película con abusiva moralina ecológica, escueta y simplista, de criticable ingenuidad a la hora de abordar sus planteamientos.
Consigue, sin mucho acierto, alguna sonrisa amable y el vacuo artificio técnico de alguna de sus secuencias (como en la persecución del camión de ‘Honey Farms’ o la excelente presentación inicial de la colmena), pero ‘Bee Movie’ no deja de cumplir con todos los reiterativos tópicos de las películas de animación, sin hacer tampoco alarde de ápice de suntuosidad tecnológica y tampoco encontrando cualquier atisbo de equilibro interno.
La jugada de Spielberg y Seinfeld carece de humor inspirado y, pese al éxito que está cosechando en taquilla y breves pinceladas de fantasía ecológica, supone uno de los trabajos más autocomplacientes y menos cuidados de DreamWorks Animation. Y, vista la filmografía de este departamento, describir así ‘Bee Movie’, es lo peor que se puede decir de esta anodina película de animación.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007