jueves, 9 de agosto de 2007

Review 'The Simpsons'

Épica ‘simpsoniana’
Matt Groening y su equipo, liderado por David Silverman, han conseguido superar con creces las expectativas puestas en la difícil traslación de esta mítica serie de la televisión a la gran pantalla.
Cuando, en 1989, James L. Brooks, puso en marcha ‘Los Simpson’, serie creada por Matt Groening, la idea era muy simple: una familia que representara, mediante el humor, la desvergüenza y la originalidad, al modelo de clase media americana. Homer, Marge, Bart, Lisa y Maggie constituyeron lo que ninguna serie con personajes de carne y hueso se había atrevido a retratar hasta la fecha: la antítesis del prototipo de esta institución tan idealizada y de tono moralista en los años 80 (‘Enredos de familia’, ‘Los problemas crecen’, ‘Valerie’, ‘Padres forzosos’, ‘Cosas de casa’…), esgrimiendo un componente de ácida crítica a la sociedad y a la edulcorada cultura estadounidense. Todo ello, salpicado de unos diálogos explícitamente vulgares y corrosivos, acompañados de un cinismo y sarcasmo que se han ido disipando con el paso de los años, pero que siguen siendo las señas de identidad de la iconográfica serie.
El carácter subversivo de ‘Los Simpson’ se ha ido preponderando a lo largo de 400 episodios, exhibiendo todos los defectos velados durante tantos años en la pequeña pantalla. Sin embargo, es cierto que la irreverencia y profundidad de los personajes no es la misma, domesticados en exceso y más preocupados en autoparodiarse más que hurgar en las heridas de la sociedad y burlarse de las altas esferas. La película, en ése sentido, es un compendio de todo esto, de lo bueno y lo malo, pues posee el cinismo en su primera parte y va perdiendo la mala hostia según avanza la acción, cuando más melindroso y familiar se torna el argumento. Por eso, hay que preguntarse si era necesaria una adaptación de la familia de cromatismo ambarino al cine. La respuesta, a la vista del producto final, es más que afirmativa.
‘Los Simpson. La película’ comienza cuando Homer, como George Clooney, adopta como nueva mascota a un cerdo que va a desencadenar un desastre que sumirá a Springfield en un verdadero caos que separará a los Simpson y pondrá en contra a toda la furibunda ciudadanía en busca de venganza por las medidas que el Gobierno de Estados Unidos y la Agencia de Protección Medioambiental han adoptado para solucionar el problema: aislarlos del mundo con una cúpula indestructible. Una medida política que puede parecer extrema o ficticia, pero que no sería del todo grotesca viniendo de las últimas legislaturas de Estados Unidos y, por extensión, en el resto del mundo. En este contexto, la película entra de lleno en la diatriba política, sugiriendo que, llegado el caso, la autoridad estatal es capaz de lavarse las manos y olvidarse de los problemas reales que asolan a las naciones; con un tema muy actual de fondo como es la depauperación del medio ambiente. Pero pronto se descubre el verdadero argumento, la clave del filme, que no es otra que la defragmentación familiar, la pérdida de confianza, la amenaza de un pueblo encolerizado por la irresponsable acción de Homer y la consecuente redención final con tintes épicos. Son elementos narrativos que han formando parte de algunos de los capítulos que ya han visitado los guionistas de ‘Los Simpson’ a través de todas sus temporadas televisivas; la ineptitud de Homer que provoca la catástrofe, la progresiva desunión de su familia, su propósito de buena fe y la heroica acción que, bajo la irresponsabilidad o la aparición de una revelación, devolverá la normalidad a su relación familiar y al pequeño pueblo de Springfield.
La película está estructurada como un episodio de televisión y esto, dada la calidad de algunos célebres capítulos de las aventuras de la familia amarilla, hace que la película se desluzca en ocasiones y acentúe la evocación de muchos pasajes televisivos. Pero lo que hay que agradecer a David Silverman y sus guionistas es la disposición a ese gaudeamus intrascendente, de simple distracción y gratificante premura con la que se sucede el metraje, sin vacíos ni tiempos muertos. Aunque, el medido equilibrio que se ha buscado entre todos los factores comunes a la serie hace que ‘Los Simpson’ hace que se pierdan elementos reconocibles en la serie televisiva, sabiendo, en cualquier caso, compensarlos para que el resultado final no decepcione a sus seguidores, que no pierde en ningún instante la identificación con la serie. Ejemplo de algunas carencias, es el excesivo protagonismo de Homer sobre los demás personajes y secundarios de la serie, que apenas tienen voz en el largometraje y que, sin embargo, son los que han convertido, con sus pequeños matices en la reconocible idiosincrasia que han hecho de esta serie una de las más interesantes y reconocidas de todos los tiempos. Y eso, se nota en el filme, dejando una extraña sensación de vacío. Pero es comprensible dadas las exigencias que requería las traslación catódica al celuloide.
A cambio, ‘Los Simpson. La película’ se beneficia de la calidad de la propuesta, utilizando las más depuradas y novedosas técnicas para que el filme aporte ese toque de sofisticación que ha ido haciendo evolucionar la serie, pero nunca que ha llegado a esta perfección técnica mostrada en la gran pantalla. El filme de Silverman, Groening y su ‘troupe’ funciona como intachable ‘blockbuster’ veraniego, que no se desvirtúa como espectáculo visual ante cualquier antagonista comercial de este estío cinematográfico, pero al que se le podría criticar el exceso de concienciación social y cierta sensación de melifluidad en su mensaje. Algo, que no es ajeno a la serie. ‘Los Simpson’ ha conseguido, con creces, superar el reto de trasladar sus aventuras de la pequeña pantalla al cine. Una hazaña totalmente plausible si tenemos en cuenta que animación digital parece haber desplazado a este tipo de animación clásica.
Mientras que la sociedad y el mundo evolucionan hacia no sé sabe muy bien dónde, Homer seguirá simbolizando, desde su sofá, con una cerveza Duff de la mano y el mando a distancia en la otra, al hombre moderno, con sus defectos y apetitos hiperbolizados. Homer es, en último término, un glorificado e identificable personaje global que fusiona culturas por su inocente sencillez que posee el lado humano defectuoso que todos tenemos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

martes, 7 de agosto de 2007

La estrella de Michelle Pfeiffer

A finales de los 80 y durante la década de los 90, pasó a encarnar la pretérita y evocada prosapia de la grandeza actualmente marchita en las estrellas del cine de Hollywood, el clasicismo de una de las pocas actrices que, con el tiempo, pasará pasar a formar parte del cosmos clásico del universo del cine, convirtiéndose en un icono a reivindicar. Pese a que, desde hace años, Michelle Pfeiffer haya dejado de ser la estrella que era, no hay que olvidar, que la ahora madura actriz alcanzó con su carrera un hecho que parece imposible en el cosmos del oropel. Tras una apabullante filmografía, la felina actriz consiguió llegar a ser una de las intérpretes más carismáticas y hermosas que haya brindado la historia del celuloide en el cine contemporáneo.
Pfeiffer ha dejado con su presencia e idoneidad una huella imborrable, representando el exotismo subliminal de las grandes presencias, siendo la única heredera de una conjunción modélica de estilos que parecía extinguida. Con una imposible proximidad al potencial de Greta Garbo y a la dulzura de Grace Kelly, Pfeiffer dejó grabada en la memoria colectiva interpretaciones memorables como las de ‘El precio del poder’, ‘Las amistades peligrosas’, ‘Los fabulosos Baker Boys’, ‘Love field’ o ‘La edad de la inocencia’. Sus últimas gotas de éxito llegaron con ‘Un día inolvidable’ o ‘Lo que la verdad esconde’, para acabar dejándose ver en olvidables títulos como ‘Historia de lo nuestro’, ‘Yo soy Sam’ o ‘La flor del mal’, filmes sin mucha trascendencia que, sin embargo, no han debilitado su inextinguible talento dramático de poderosa ductilidad y profunda personalidad.
Esta semana ha vuelto a ser noticia por la concesión de una más que merecida estrella en el paseo de la fama en el Boulevard de Los Ángeles. El número 2.345, una posición que se antoja demasiado tardía para los méritos interpretativos de una actriz que, si bien no ha regresado al cine con el mejor de los aciertos (‘El novio de mi madre’), parece dispuesta a volver por sus fueros.
Sin embargo, parece lógico que hayan ninguneado a la actriz durante tanto tiempo si nos atenemos a que incluso en la estrella que sostiene en la fotografía superior han escrito mal su propio nombre.
Cosas de Hollywood, un mundo ingrato y olvidadizo.

domingo, 5 de agosto de 2007

Review 'Harry Potter and the Order of the Phoenix'

Redundante calvario ‘shakesperiano’
Esta nueva película del niño mago es un cúmulo de reiteraciones que la convierten en un filme de transición dentro de una saga que ha ido perdiendo su fascinación e interés.
Por quinta vez en seis años, el fenómeno comercial con éxito asegurado en taquilla llamado Harry Potter regresa a las pantallas dejando se ser tan niño y pasar a ser un traumatizado mago convertido en una celebridad de nuestro siglo. Un fenómeno literario y cinematográfico que sigue siendo la gallina de los huevos de oro, inagotable fuente de ingresos, para su multimillonaria autora, la escocesa J. K. Rowling. ‘Harry Potter y la Orden del Fénix’ es, así de entrada, la prevista muestra de decadencia de este imperturbable icono de la cultura lúdica contemporánea.
La consecuencia de que una saga tan extensa como es la de Potter haya ido perdiendo paulatinamente fuerza es la sensación que desprende el reiterativo y monótono del proceso de crecimiento y problemas de un protagonista cada vez más resentido y atormentado. La fantasía iniciada tras las cámaras por Chris Columbus ha frecuentando hasta la extenuación sus virtudes, pero también ha enfatizado los defectos y menoscabos de sus películas. La constante autoreferencia y la obstinación por ubicar en la historia del mago una perspectiva ensombrecidamente ‘shakesperiana’ han terminado por convertir a Harry Potter en una víctima de un dramón de dimensiones argumentativas redundantes y pretenciosamente trascendentes.
Para esta nueva película se ha recurrido a David Yates, un director sin apenas carrera cinematográfica que ha llegado del mundo televisivo para narrar este quinto libro adaptado a la gran pantalla por Michael Goldenberg la novela más extensa escrita por Rowling y, paradójicamente, la más sucinta en metraje de las llevadas a cine hasta la fecha. En ella, la aparición de Lord Voldemort ha abierto un debate entre los que creen en la profecía sobre su regreso y los que piensan que es una invención de Harry, que percibe un aislamiento por parte de casi todos. Además, deberá enfrentarse al gobierno del mundo mágico y a las autoridades de Hogwarts, que pasarán a manos de la suma inquisidora Dolores Umbridge, quien termina sustituyendo al mismísimo Dumbledore, la figura paterna de la saga.
Parece que ésta es la historia de transición de la saga, porque tras más de dos horas y media viendo al pobre Potter sufrir sin remedio, esperando su debilitado enfrentamiento a un cada vez menos apocalíptico y más cercano Voldemort, no pasa absolutamente nada nuevo que no hayan insinuado o sugerido en el pretérito de esta epopeya que ha agotado su fascinación e interés a pasos agigantados. Y eso, teniendo en cuenta que cada vez que aparece una nueva película, la venden como la más oscura y terrorífica, cosa que aquí podría suceder, si no fuera por el letargo con que va avanzando un filme que, sin ser torpe ni falto de calidad, sí adolece de ciertos elementos de fantasía que brillaron con acierto en algunos títulos precedentes.
El gran problema de ‘Harry Potter y la Orden del Fenix’ es que carece de tensión y misterio. Y no por falta del talento de Yates, que prolonga la estela de los grandes nombres a los que ha sucedido, exhibiendo una adecuación muy moderada sin apenas exuberancias técnicas y alejándose de cualquier ánimo de énfasis en su recreación de la mortecina atmósfera que invaden los recintos cerrados de Hogwarts, pues en este capítulo, los espacios abiertos apenas tienen cabida. La pena es que ese material argumental que gira en torno al espeluznante augurio de la amenaza que se cierne sobre el mundo mágico no posee ningún tipo de fascinación y fantasía. A ésa reiteración de estructuras, donde el destino de Potter parece siempre el mismo, hay que sumar que la saga ha perdido cualquier dote estilística, sobre todo, porque el mundo de Hogwarts y la nigromancia de los libros están definidos desde su primera parte, diseñados y prefabricados, virando tan sólo a tonos más sombríos y a temas un poco más ocres y, supuestamente, más adultos.
Empero, en esta ‘Harry Potter y la Orden del Fénix’ está muy presente la represión, la censura y el sometimiento de un régimen estricto que coarta a los alumnos de Hogwarts y hace débiles a los que se someten a las restricciones. De ahí que aparezca esa organización secreta estudiantil liderada por Harry que instruye a los escolares para combatir el mal. Sin embargo, todas las intenciones por conferir a la historia un cierto dramatismo y oscura gravedad no se cristaliza en nada concreto, lo que convierte a esta quinta entrega en la más infértil de todas. Incluso los personajes, empezando por Harry, Hermione y Ron (Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint), empiezan a resultar particularmente insufribles y antipáticos, sin gracia, que se mueven por los débiles impulsos de un guión mal dibujado que da exagerada preeminencia a la nueva incorporación de Imelda Staunton como Dolores Umbridge y amplifica tanto su espacio que termina por doblegar a otros personajes para dejarlos en simples cameos. Como es el caso de los roles de Maggie Smith, Alan Rickman, Robbie Coltrane, Fiona Shaw, Julie Walters, Robbie Coltrane, Jason Isaacs, David Thewlis, Brendan Gleeson, Emma Thompson e incluso Ralph Fiennes (aunque ese halo de misterio como antagonista del mago adolescente sea el culpable de su escaso tiempo en pantalla). Por supuesto, es más importante otorgar la supremacía protagónica al calvario de Harry, donde no se duda en recurrir a multitud de ‘flashbacks’ para explicar que el aprendiz de mago tiene pasado y la evolución de su personaje conlleva una responsabilidad que han hecho de él un sufridor víctima de su pasado, de su linaje y de aquellos que le rodean, convirtiéndole en un ser circunspecto y sin ningún sentido del humor.
Lo más llamativo de esta ‘Orden del Fénix’ está en una insinuación argumental que, a pesar de que en anteriores capítulos había permanecido inteligentemente disimulada en el fuliginoso crecimiento de Harry Potter, en esta quinta entrega se establece como tangible. Se trata un paralelismo respecto a ‘Star Wars’ casi sonrojante, sobre todo en la alusión a la parte oscura de Potter, cuando su ira y el “lado oscuro” están a punto de sucumbir a la seducción del Señor Tenebroso, de sus motivaciones y desasosiego vital por soportar el peso de su maldición y, sobre todo, a esas ridículas luchas de varitas mágicas como si fueran espadas láser o el combate final entre Dumbledore (el Obi Wan Kenobi particular del chaval) y Voldemort. Todas estas situaciones ya se han visto hasta la extenuación en las Trilogías de George Lucas. Sólo faltaría que en próximas películas se desvele que Voldemort es, en realidad, el propio padre de Harry.
En definitiva, esta última (hasta el momento) película de Harry Potter es un filme que entusiasmará al público habituado a los lances del héroe literario y dejará frío y decepcionado al espectador que ha seguido con interés las películas sin ser un ferviente lector. ‘Harry Potter y la Orden del Fénix’ es un cúmulo de situaciones reiterativas con graves carencias de hipnotismo, como ese el vuelo nocturno con las escobas por Londres (que tanto recuerdan a ‘Peter Pan’), el adiestramiento secreto del ejército de Dumbledore encabezado por Potter, los fuegos artificiales de los gemelos Weasly, el hermano gigante de Hagrid… Eso sí, al menos Yates ha rehuido del tan sofocante ‘quidditch’. Y es que la saga de Harry Potter ha pasado a ser un producto exclusivamente destinado a los fans de un libro que, por lo visto, va perdiendo interés y misterio en cada nuevo capítulo. En la actualidad, J.K. Rowling acaba de firmar la última novela con las aventuras de Potter. A ver si es verdad.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

miércoles, 1 de agosto de 2007

martes, 31 de julio de 2007

... llega la de otro maestro cinematográfico, Michelangelo Antonioni

1912-2007
El cine no gana para disgustos.
Si ayer se iba Bergman, hoy ha fallecido el director italiano Michelangelo Antonioni a los 94 años de edad.
Heredero del neorrealismo, inquieto interrogador sobre la comunicación y el desarraigo que creó la sociedad neocapitalista, el cine de Antonioni impuso una renovación de las motivaciones psicológicas enraizadas a la tradición clasicista del cine para encubrir su implicación discursiva de la deshumanización transferida por autores como Sastre y Pavese, donde lo real se evapora y queda una silenciosa nada sumida en la nocturnidad de un entorno especulativo y bucólico de una filmografía de un marxista incontrolable que transcendió con una obra de intachable interés que desde ‘Cronaca di un amore’, pasando por, ‘Blow up’, ‘El grito’, ‘Desierto rojo’, ‘Zabriskie Point’, ‘El reportero’ hasta la trilogía compuesta por ‘La aventura’, ‘La noche’ y ‘El eclipse’.
Descanse en paz el maestro.

Tras la muerte de Bergman

1918-2007
Ha palmado Ingmar Bergman. Y no he tenido tiempo hasta esta hora intempestiva de la madrugada para dedicarle un pequeño espacio abismal. Porque, a pesar del distanciamiento que nos separa, hay considerarle como uno de los más grandes creadores europeros del cine, en su concepción más amplia. Los cinéfilos más eruditos, los círculos minoritarios, estudiosos del cine europeo más distinguido y las filmotecas de medio mundo están de luto por la muerte de uno de los abanderados del cine metafísico, del patriarca de una generación de cineastas con obras frecuentemente inflexibles sobre temas interrelacionados con el existencialismo, la muerte, la vida y el martirio sexual. El cine de un realizador que observó las insondables dudas sobre la soledad y sus derivaciones o las relaciones de pareja dentro de la naturaleza humana. Escritor, director y productor de teatro, cine, radio y televisión, Bergman fue, sin duda alguna, la figura más destacada del cine escandinavo en toda su Historia. Director de intención y tono directo y ascético, de influencias arraigadas a las obras de Ibsen, Strindberg, Moliere o Shakespeare, la angustia y desesperación formaron parte también de un universo creativo donde abundaba la reconocible atmósfera dramática, atormentada y pesimista, con la que se asemejaba el propio director y en la que introduciría sin piedad a sus personajes. El cine de Bergman era, a priori, inaccesible, perpetuando con su visión un análisis sobre el desasosiego de un mundo que se interrogaba sobre Dios o la dicotomía del Bien y el Mal, pero, sobre todo, que quedará para la posteridad por la sutil mirada introspectiva de filmes memorables como ‘Como en un espejo’, ‘El silencio’, ‘El manantial de la doncella’, ‘Fresas salvajes’, ‘Gritos y susurros’, ‘Escenas de la vida conyugal’, ‘Sonata de otoño’, ‘El séptimo sello’, ‘Fanny y Alexandre’ y ‘Persona’, entre muchas otras.
Filmes, en esencia, que abordaron, desde un punto personal, el sentido de la vida con espacio para la mordacidad, la abstracción y la sátira de personajes en busca de sí mismos, afectivamente perdidos, acudiendo en numerosas ocasiones a los recuerdos de su infancia y a la estricta educación católica de un severo padre protestante, y con ello, ejecutar una paulatina aproximación a la madurez, sin desprenderse nunca de la pesadumbre que marcó su vida y obra. Bergman es, como se dice, un clásico a quien casi todo el mundo conoce, pero cuya filmografía sigue siendo una gran desconocida. Los actores y su riqueza de matices (Max von Sydow, Gunnar Bjornstrand, Bibi Andersson, Gunnel Lindblom o Liv Ullman), la proscripción religiosa, la confabulación y la distancia con la feminidad y la muerte acompañarán al cineasta como elementos catalizadores de su complejo universo interior. Bergman ha sido y será portavoz de autores contemporáneos como Antonioni, Robbe-Grillet, Beckett, Truffaut o Woody Allen por su persistente y profunda indagación en la dualidad y distancia de la personalidad con los conflictos entre la persona y el alma. Bergman, siempre personal y coherente, ha dejado un legado de filmes a rescatar y reivindicar, pese a lo arduo de la empresa. Con él se ha ido la ambigüedad de un clásico que supo como nadie acercarse a la interpretación y la filosofía.

La nueva camiseta del Athletic

Como cada cierto tiempo, los equipos de fútbol se ven obligados a cambiar de diseño de camiseta. Todos lo hacen por elevar sus ingresos económicos. Sin excepción. Unos, insertando en su elástica publicidad que desvirtúa cualquier color identificativo de un equipo. Otros, algunos privilegiados, simplemente volviendo a la eterna variación estructural de los eternos colores del equipo. Esta es la nueva camiseta del Atheltic de Bilbao. La misma que lució hace años. Tras aquélla mítica zamarra del centenario. Sin embargo, el clasicismo que ha acompañado al equipo vasco varía levemente la estructura del rojiblanco que propone un desconcertante ensanchamiento de sus rayas rojas. Un error. Lo dicho, una moda que responde a la simple venta.

jueves, 26 de julio de 2007

Review 'Transformers'

El “momento alegre” de Michael Bay
Las expectativas de la megaproducción de DreamWorks y Paramount se saldan con otra muestra de Michael Bay por la incontinencia y el énfasis por lo ostentoso en un filme que cuenta con la gran virtud de no aburrir.
Un concepto tan legendario y conocido como ‘Transformers’, aquéllos juguetes popularizados en los 80 por el sello Hasbro que alcanzaron un éxito internacional de tal magnitud que incluso fue llevado a viñetas por la Marvel y a derivaciones de dibujos animados, no podía dejar de ser un reclamo para esa floreciente fiebre de Hollywood por el ‘remake’, las secuelas y la restitución de símbolos del pasado, bien sean catódicos o, en este caso, populares, recuperados de un simple recuerdo nostálgico. El caso es materializarlo en forma de ‘blockbuster’. Toda esta maquinaria económica circunscrita a ‘Transformers’ ha sido explotada por un genio del entretenimiento como Steven Spielberg, sagaz productor generador de algunos de los títulos más taquilleros de la historia del cine, aliándose, para la ocasión, con Michael Bay, uno de los más conocidos entusiastas de la acción descocada y derroche testosterónico.
La fusión da como resultado una publicitada propuesta preconcebida únicamente con un ‘target’ delimitado a la juventud y al consumidor de cine comercial que, bajo una diluida añoranza de estos juguetes generacionales, se sustenta en unos personajes de fácil asimilación, simpleza argumental, algo de simulada ingenuidad en su conjunto y mucha y delirante acción. Tanta, que llega a convertirse en la razón de ser de un producto de consumo rápido. Instantáneo. Por eso, la virtud (o defecto) de esta nueva traca de Michael Bay es que no engaña a nadie. Como sus precedentes, este filme es al cine lo que la hamburguesa a la comida rápida. En esencia, imágenes que discurren con cierta celeridad, ritmo impostado de montaje que expone un dinamismo y ritmo eficiente y un tono que subvierte la formalidad fílmica para conferirle una pátina de humor y cinismo muy estudiado.
‘Transformers’ sigue narrando esa lucha milenaria entre dos razas de robots alienígenas que llegan a la Tierra desde el planeta Cybertron enfrentados por el destino del universo. Estos robots extraterrestres se dividen en dos grupos, los Autobots liderados por el mítico Optimus Prime y sus eternos enemigos, los malvados Decepticons, liderados por Megatron. Sin perder ese fondo argumental y la historia genealógica de los dibujos animados de antaño, a la acción hay que añadir un componente humano sobre el que recaiga la parte “dramática” del filme. Y Bay y sus guionistas Roberto Orci y Alex Kurtzman no desaprovechan la ocasión para ofrecer un poco más de los estereotipos y tópicos tan frecuentes en la obra del director de hipertrofiadas producciones como ‘Armageddon’, ‘Pearl Harbour’ o ‘La Isla’. Es decir, historia de típico ‘looser’ que, mediante su arrojo y fuerza de voluntad, logra convertirse en un héroe y salvaguardar, de paso, a la América más melindrosa y falseada de los últimos tiempos.
Por un lado, tenemos un ataque de los decepticons en plena transición bélica en Oriente Medio, donde algunos marines logran sobrevivir a un ataque que pondrá en jaque a las Fuerzas de Seguridad norteamericanas. Por otro, a un chaval algo patoso que sueña con salir con la chica más popular de su instituto (que a su vez, es la novia del capitán del equipo de rugby) al que su padre le compra un coche por sacar tres sobresalientes (sic) que resulta ser un autobot. Por supuesto, las dos historias no tardarán en unirse en un destino común salpicadas por la variabilidad desequilibrante entre la comedia humorística (sobre todo a costa de los padres del protagonista), el absurdo drama sin concesiones a la lógica (inevitable que el marine tuviera una mujer y una hija a la que aún no conoce), la acción pirotécnica sin freno (excepcionales enfrentamientos entre los bandos robóticos) y varios momentos de ‘spot publicitario’ que no podían faltar en una película con el sello de este director otrora creador de vídeos de Playboy. ‘Transformers’ es así un pasatiempo veraniego netamente comercial que sabe jugar sus cartas con gran destreza y que tampoco se toma nunca en serio así misma. Un hecho que se agradece a la hora de valorar sus virtudes y no ensañarse con sus defectos. Como ejemplo, la espectacular chica ‘playmate’ de póster central (pictorial, en términos puristas) a la que da vida la espectacular Rachael Taylor que ejerce de experta científica que en un momento de la cinta aconseja a los miembros técnicos del Gobierno americano que ha llegado el momento de pensar en “biomecánica” y en “física cuántica”.
Un producto magnificado en su particular incontinencia y énfasis por lo ostentoso, con una capacidad admirable a la hora de no aburrir, pero sin llegar a ser todo lo divertida que podía haber sido esta orgiástica superproducción. Hay un instante particularmente cómico del filme que deja bien claro cómo funciona Michael Bay. En él se alude a la masturbación como ‘gag’ familiar de ruborizante simpleza. Un efecto que, transferido al afán cinematográfico de Bay, viene a la perfección para explicar la actitud fílmica de un director acostumbrado a la megalomanía y al onanismo visual. En la película llaman a este acto de autoplacer como “momento alegre”. Y eso es lo que es ‘Transformers’ para Bay; una oportunidad de dar rienda suelta a su vena más solemne del cine de entretenimiento sin privarse de la grandilocuencia con la que suele narrar sus historias, confundiendo efectismo y artificiosidad con cine épico sin perder de vista la pretensión de que quede bien clara su trascendental moraleja incluida en el lema de la familia Witwicky: “No hay victoria sin sacrificio”. Por supuesto, para Bay si uno se lo propone y persiste en sus sueños conseguirá éxito social, coches rápidos y chicas guapas. Concepciones que definen muy bien la noción interna del cine de este megalómano sin freno. ‘Transformers’, además, es una demostración absoluta de revolución digital CGI exhibido en las batallas entre Autobots y Decepticons. Pero, más allá de eso, pone de manifiesto el talento y el desparpajo con el que el joven Shia Labeouf encandila con una interpretación más que sobresaliente para el tipo de producto que supone ese tipo de armatoste. Sin olvidar, eso sí, a la nueva ‘sex symbol’ femenina de efímero éxito Megan Fox. Sin duda alguna, el mejor efecto especial de la película.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

lunes, 23 de julio de 2007

HBO y la ventana indiscreta

Cuando Alfred Hitchcock llevó a la pantalla el guión de John Michael Hayes basado en el excelente relato corto de Cornel Woodrich, el director británico popularizó el concepto de voyeur, ese comportamiento enfermo o curioso de observar en secreto la intimidad de una persona o de un grupo de personas en unas determinadas condiciones, sin tener ningún tipo de contacto con el sujeto al que se mira más allá de la simple contemplación. Se trata, cómo no, de la obra maestra ‘La Ventana Indiscreta’.
En un mundo dominado por los ‘realities’ y de una televisión que ha constituido al espectador audiovisual en un simple mirón, la cadena HBO, en asociación con la firma publicitaria BBDO, ha lanzado una estupenda campaña institucional basando su ‘leit motive’ en esa concepción y haciendo testigo al público de lo que ocurre en la privacidad de varios personajes ficticios detrás de las paredes de algunos de los edificios que conforman esta curiosa iniciativa de la cadena que produce series como ‘Los Soprano’, ‘Deadwood’ o ‘Curb your Enthusiasm’. Microhistorias que se entrelazan entre sí, que ofrecen la posibilidad de seguir las vidas cruzadas de caracteres empequeñecidos por la pantalla del ordenador, como un juego que metamorfosea al que mira en L. B. Jeffries, el fotógrafo que inmortalizara James Stewart.
Con un presupuesto que ha superado los siete millones de dólares, la HBO ha logrado diseñar uno de los portales de entretenimiento más absorbentes e interesantes del año, donde algunos apartamentos de Nueva York están abiertos a los ojos de los cibernautas más fisgones, que observan y siguen lo que sucede dentro de ellos, con múltiples y sorprendentes situaciones gracias a esas ‘window peeping’, la perspectiva que utilizara el genial Francisco Ibáñez en ‘13 Rue del Percebe’. Un concepto de aparente simpleza, que la HBO denominó ‘Voyeur Project’ y que ha ido enlazando todas estas pequeñas historias con la intención de proporcionar un final común, muy posiblemente, como avance de alguna nueva serie o simplemente como demostración de saber hacer de una de las mejores cadenas televisivas del mundo.
Producida por Jake Scott (el vástago de Ridley), estos minirelatos gozan de una magnética verosimilitud que promueven esa delectación voyeurista que todos llevamos dentro. Así, podemos además de los ocho bloques que conforman el edificio principal, podemos darnos una vuelta por Prince Street, West 41st, West 52nd o la East 85th y mirar impúdicamente lo que acontece dentro de las paredes de estos pisos, como el ama de casa ejerce la prostitución mientras su marido trabaja y los niños están en el colegio, esos detectives que vigilan al asesino que vive en el piso anexo a su centro de operaciones o el enfermo relato que tiene lugar en la Funeraria Meryson. Un genial pasatiempo que cuenta, además con la música de Clint Mansell, Scott Hardkiss o Theodore Shapiro.