viernes, 18 de mayo de 2007

Promoción sin complejos

¿Hasta dónde puede llegar la promoción de una película?
Jerry Seinfeld parece que lo tiene claro. Se convirtió ayer en la figura del día dentro del 60º Festival de Cannes, promocionando de esta guisa ‘Bee Movie’, nueva cinta de dibujos animados de DreamWorks de la que es guionista, productor y actor de doblaje. El cómico norteamericano fue lanzado desde lo alto del hotel Carlton, volado sobre la Croisette ante los ojos de todos los asistentes al certamen que pasaban por allí. Después, ofreció una rueda de prensa a los periodistas como presentación mundial del filme de animación.

jueves, 17 de mayo de 2007

Review (con retraso): 'Spider-Man 3'

Esto no es ‘Spider-Man’
Sam Raimi enflaquece los logros de las anteriores entregas ofreciendo un filme debilitado por su consecuente insustancialidad propugnada en la constante estulticia de todos sus elementos.
Teniendo en cuenta la expectación que había generado el que es considerado “filme más caro de la historia hasta el momento”, ‘Spider-Man 3’, precedida por dos antecedentes que, a diferencia del ciclón de adaptaciones de Marvel (a excepción de la saga ‘X-Men’), lograron cierta solidaridad de criterios a su favor, lo mínimo que se esperaba de esta tercera aventura del arácnido era la consolidación del mismo nivel y calidad de sus predecesoras. Pero no ha sido así. Ni mucho menos. Una película que comienza proponiendo un poco más de lo mismo: Peter Parker es feliz junto a Mary Jane, comprometido con su trabajo al servicio de la armonía y la paz en Nueva York, siendo el mismo don nadie que esconde bajo su anodina personalidad el héroe que cuenta con una gran aceptación pública. Sin embargo, a M.J. no parece irle tan bien en su sueño de ser actriz y Parker parece más preocupado en sí mismo que en la tristeza de su amor eterno. Es el embrión dramático con el que arrancan las preocupaciones y deseos de sus protagonistas, de sus miedos y angustias.
Pero, por supuesto, en esta tercera entrega, el compromiso con la acción y el espectáculo debían patentizarse en el enfrenamiento con antiguos y nuevos enemigos del superhéroe arácnido, en los que también (faltaría más) existen diatribas existenciales para todos; Sandman es malvado por amor a su pequeña hijita enferma, Harry Osborn no olvida su desagravio fraternal contra Spider-Man y Eddie Brock es humillado por Parker con su consiguiente resentimiento. La confluencia del melodrama, el espectáculo de acción sustentado en los efectos generados por ordenador, cierto toque de comedia humorística y un abrumador convencionalismo eran de esperar en la nueva travesía humana del personaje creado Stan Lee y corporeizado por Steve Ditko. Pero no hasta los extremos de caricatura y ridiculización que exhibe este sonrojante tercer episodio cinematográfico de Spider-Man.
A medio camino entre el serial adolescente, comedia sin gracia, empalagosa moralina de obsceno simplismo y un redundante despliegue de efectos desperdiciados e infructuosos en secuencias de acción reiterativas, ‘Spider-Man 3’ es una desfachatez, una tomadura de pelo en toda regla sustentada en la constante estulticia de sus diálogos, en su desarrollo narrativo, en la afrenta con la que un Sam Raimi, irreconocible, perdido en su propia complacencia, ha tratado al héroe, llenando de opulencia barata su otrora innovador cine. Destaca así, por encima de sus inapreciables virtudes, un desprecio sin parangón hacia personajes como Gwen Stacy o Eddie Brock/Venom, lacerados como personajes en roles gratuitos y descuidados. Es bochornoso, por ejemplo, el ridículo al que llega el triángulo amoroso formado por Peter Parker, Mary Jane y Harry Osborn, la exhibición caricaturesca de Parker cuando descubre el poderoso influjo del traje simbionte o ese improbable final en el que lo único que falta es que Spider-Man se dé un abrazo fraternal con Sandman/Flint Marko en una secuencia que bordea lo lacrimógenamente grotesco.
La sensación en todo momento es la del absurdo, la del incomprensible mejunje que, por si fuera poco, juega a engarzar un discurso moral de lo más melindroso: “Debemos elegir lo que hacemos porque uno es responsable de sus actos”. Con todo esto, a nadie le importa su subvertida y facciosa crítica moral contra el poder y la fama, motivos suficientes para enturbiar una naturaleza heroica que infecta esa simbionte alienígena que la sociedad conoce como la normalizada ambición por el éxito y la celebridad. Tampoco la ambigüedad del héroe, ni sus problemas por contener el entusiasmo social por su figura, desatendiendo la relación que motiva sus actos. Un filme corrompido por la ínfulas de chocarrero espectáculo sin pulso, sin gracia, y lo que es peor, por la inconsecuencia para con sus elementos cardinales y con sus personajes. Da pena apreciar el declive con el que se mueve Peter Parker/Spider-Man, muy depauperado si lo equiparamos a las anteriores cintas, las cuales, sin entrar a valorar sus bondades o defectos, mantenían una coherencia perdida aquí por lo desatinado de una adaptación infame y poco menos que injuriosa.
Se echa de menos, por tanto, la mano de David Koepp, Michael Chabon, Alfred Gough o Alvin Sargent, guionistas de las dos películas precedentes que, en mayor o menor acierto, hicieron lo posible por no perder el sustento del espíritu épico y realista de entretenimiento que destilaban las páginas del cómic marveliano, con la aparente insignificancia de las acciones, el reflejo exacto de la personalidad de Parker o los diálogos ‘teenagers’ que determinaron las aventuras del joven superhéroe, acoplándolo de un modo intertextual a la historia de Spider-Man.
En palabras agrestes y ofensivas, tanto como la actitud de Raimi en esta olvidable tercera parte, ‘Spider-Man 3’ es “una puta mierda”, reproduciendo el comentario de un conocido aficionado a los cómics salmantino que salió, como parte de la platea, decepcionado e indignado con lo visto en la pantalla.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

FINAL UEFA 2007: Que viva el fútbol

La euforia del ganador se contrasta brutalmente con las lágrimas del perdedor. Eso, es algo que jamás podrá eliminarse de las finales de cualquier competición deportiva de máximo nivel. Pero cuando los deportistas, supeditados con el juego y a la colectividad de un único objetivo como es ganar con honor, elaboran los sueños con los que se confeccionan las grandes gestas, consiguen lo que han logrado el Sevilla F.C. y el R.C.D. Espanyol esta noche. Desbordar de sentimientos, de emoción y de irrepetible hazaña un choque futbolístico que ha magnificado su esplendor hasta extremos puramente legendarios.
Bajo la incesante lluvia, la final de la UEFA ha sido otro de esos partidos memorables, de los que se hablará dentro de muchos años como de un partidazo histórico, donde ha habido de todo; espíritu ganador por parte de ambos bandos, inesperados goles que han caldeado hasta el infarto los ánimos de las dos aficiones, un resultado justo y la inefable lotería de los penaltis como trágico desenlace a una prórroga apoteósica. El Sevilla ha conquistado la UEFA por segundo año consecutivo tras una final para enmarcar. De esas de paro cardíaco, de momentos imposibles cada diez minutos; cuando Adriano marca el primero para el Sevilla en el minuto 18, el empate llega en el 28, con un tanto de Riera. Tras el 1-2 de Kanouté en el tiempo de descuento, en el minuto 105, diez minutos después Jonatas hace posible el milagro para el Espanyol empatando cuando todos celebraban ya el éxito del Sevilla. Pero las tres paradas de un formidable Palop en la tanda definitiva del k.o. han convertido al cancerbero sevillista en el héroe de esta magnífica noche de fúbol y ha sumido a su vez al Espanyol en la reincidente amargura, víctima de las mismas lágrimas de aquel recordada y funesta noche de 1988 en Leverkusen.
La dinámica, el juego, el espectáculo y la poderosa energía del fútbol han vuelto a ver la luz en el Hampden Park de Glasgow, dejando claro que el balompié, de vez en cuando, hermana a todos los aficionados, haciendo disfrutar de un deporte de altibajos con gestas como las de hoy. No quiero imaginarme los nervios de los seguidores de uno y otro equipo durante el partido, ni la adversidad de los espanyolistas en su desenlace, ni tampoco la exaltación arrebatada de los campeones. Porque más allá de las sensaciones por parte de los dos equipos, esta noche ha prevalecido, por encima de todo, el buen fútbol.
Mi más sincera enhorabuena a los campeones y mis condolencias a esos dignísimo perjudicados por el caprichoso infortunio. Los devotos de otros equipos dolientes, tenemos bastante con la angustia agónica de nuestros equipos en la liga. Y estos momentos de gloria ajena, hacen eludirnos efímeramente de una dura realidad que convertirá la frustración en felicidad y demencia si logramos salvarnos de la Segunda División o nos hundirá en lágrimas mucho más dolorosas que las derramadas hoy por el Espanyol en Glasgow.

miércoles, 16 de mayo de 2007

lunes, 14 de mayo de 2007

John McClane deja el tabaco

Dentro del mundo de Hollywood existe un infernal organismo de censura llamado la MPAA (Motion Picture Asociation), que se ha dedicado a propagar unas directrices morales y políticamente correctas dentro de las producciones norteamericanas con más presupuesto, prohibiendo los elementos que consideran vedados para que una película sea accesible para todos los públicos o arrastren alguna de las letras que llevan consigo la temible frase ‘para adultos’.
Pues bien, John McClane, uno de los culminantes iconos del cine acción contemporáneo y referencia emblemática para una generación de espectadores que crecieron con sus aventuras bien fuera en el Nakatomi Plaza o en el Aeropuerto y las calles de Nueva York, va a dar una onerosa lección de moral gracias a la recta personalidad del actor que lo interpreta. Bruce Willis está empeñado en que dentro de su cuarta aventura en la piel de McClane, éste no aparezca fumando en ninguna de las secuencias para acatar así las directrices sobre este tema dentro de la MPAA.
“Fumar es un hábito repugante. Y no quiero ser responsable de que cualquier chaval quiera empezar a fumar porque crea que es guay sólo por ver a mi personaje hacerlo”, ha afirmado Willis.
¿Pero qué coño es esto?, pensaréis. Pues además de una noticia aparecida en Starpulse, la verificación de que tanta corrección y buenas maneras lo único que acaba acarreando es una supina imbecilidad sin parangón.
La cuestión es… ¿Seguirá la cuarta parte de ‘Die Hard’ las coordenadas éticas sugeridas por esta temible organización que lucha por unos insostenibles códigos decorosos en lo que respecta a la violencia? La respuesta: el 7 de septiembre.

jueves, 10 de mayo de 2007

Review 'La fuente de la vida (The Fountain)', de Darren Aronofsky

La Muerte como principio de la Vida
Después de seis años alejado de las cámaras, Aronofsky regresa al cine con una compleja película que fusiona el género fantástico con una críptica historia de sentimientos y de alegorías sobre la vida y la muerte.
Darren Aronofsky no es, ni de lejos, un cineasta convencional. Su primer largometraje ya iba anunciando la personalidad temeraria de un aspirante a visionario cuyas fábulas no iban a ser precisamente historias al gusto del gran público, pero sí obras donde el potencial innovador estimulara a ese grado tan difícil de encontrar en el cine actual como es la sublevación ante el formulismo. Su debut ‘π (Pi)’, rodado en blanco y negro, narraba una frenética odisea a medio camino entre la conspiración y la paranoia de un matemático que cree descubrir en el álgebra la verdad final sobre el universo, viéndose inmerso en una cruzada entre una compañía de inversores y una heterodoxa secta judía que entiende concibe su hipótesis como un camino a Dios. Ya no sólo el argumento se salía de cualquier expectativa comercial, Aronofsky dejó claro que su narrativa furiosa, llena de alteraciones formales y mixturas de otros artes, habían abierto una espinosa puerta a la transformación fílmica.
Su estilo, muy cercano en analogía musical al ‘tecno jungle’, combinó ‘loops’ de todo tipo, bucles de imágenes y sonidos reiterativos, donde la entidad del ‘videoclip’ o la exacerbación visual proponían una encendida nueva manera de hacer cine. Fue sólo el comienzo. Su siguiente filme, ‘Requiem for a Dream’, iba a romper cualquier prototipo establecido, rebelándose contra las rígidas normas instituidas dentro del cine, dividiendo a público y crítica en esa manifestación paralela a los sentimientos y la psique de los protagonistas de una película convertida en filme de culto, donde cada uno de los cuales sufre algún tipo de adicción. Configurada como una de las experiencias subjetivas más inquietantes vistas en años, esta brutal cinta desgranó con ensañamiento y crudeza, bajo su enardecida y justificada estética, una portentosa introspección acerca de la adhesión adictiva que acaba por devastar los sueños. Un poético título que implica una referencia directa y explícita a la imposibilidad de alcanzar la felicidad, cayendo en los vicios que se alejan de cualquier aspiración de una mejor realidad… La película, basada en la novela de Hubert Selby Jr., narraba así la espiral descendente de autodestrucción politoxicómana de cuatro personajes abocados al fracaso.
Darren Aronofsky ha tardado seis años en volver a dirigir una película. Tras estar involucrado en superproducciones como ‘Batman Begins’ (que finalmente acabó dirigiendo Christopher Nolan) o la esperada ‘Watchmen’ (que realizará el director de ‘300’ Zack Snyder), Aronofsky tampoco lo tuvo fácil cuando supo que su proyecto sería ‘The Fountain’, un guión escrito por él mismo y su mejor amigo, Ari Handel, que supone un complicado ejercicio de simultaneidad temporal. Warner Brothers auspició el proyecto de este ‘enfant terrible’, reuniendo a un elenco encabezado por Brad Pitt y Cate Blanchett y un presupuesto de más de 100 millones de dólares. Pero Pitt abandonó una vez comenzado el rodaje y Blanchett tenía más proyectos en cartera que cumplir. Así, los estudios le retiraron los fondos y todo terminó. Corría el año 2002 y el proyecto parecía derruirse. El director reescribió el guión para abaratar costes y consiguió que los mismos productores que habían dejado de creer en su película, volvieran a apostar por él. Eso sí, esta vez con un presupuesto de 30 millones de dólares y con Hugh Jackman y Rachel Weisz como protagonistas.
‘The Fountain’ presenta una odisea sobre la eterna lucha de un hombre por salvar a la mujer que ama. Su peripecia épica arranca en la España del siglo XVI, en las páginas de un libro inconcluso, donde un conquistador comienza su búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud, la legendaria quimera que concede la inmortalidad. En la actualidad, el científico Tommy Creo, lucha desesperadamente por encontrar una cura para el cáncer que está matando a su amada mujer, Izzy (Rachel Weisz). En un etéreo futuro, el mismo Tom, viaja a través del espacio como un astronauta del siglo XXVI, empezando a comprender los misterios que le han atormentado durante un milenio. Las tres historias convergen en una verdad, cuando todos los Thomas de todas las épocas, un mismo hombre, el guerrero, el científico y el explorador, aceptan la vida, el amor, la muerte y el renacimiento. Este vendría ser el argumento de una película compleja, que requiere de la total colaboración del espectador para encontrar su perfecta articulación. Un puzzle de tiempos, en el que unos mismos personajes que son representados con distintos cuerpos cruzan la imposible línea conceptual del tiempo para abrir multitud de razonamientos que plantean la existencia como una acumulación de pequeños fragmentos de la memoria, donde pasado y futuro terminan por confluir en un inexorable presente que devuelve al ser humano, inevitablemente, a la realidad.
‘The Fountain’ está creada milimétricamente como un poema visual que formula una arriesgada invitación al arte cinematográfico que roza poco menos que lo ‘kamikaze’, abandonando los preceptos de la narrativa convencional (y lineal). En consecuencia, se deja llevar por la creencia de un juego de intensa reacción emocional, presentando diversas teorías astronómicas sobre el cosmos, esbozando teodiceas místicas sobre una metafísica puramente panteísta basada en el amor, en el telurismo, en la tanatofobia, en el renacimiento… Por ello, hay quien pueda tachar a Aronofsky de neomodernista, de arrobador visual sin sustancia que ha diseñado su obra más pretenciosa y rimbombante hasta el momento. Nada más lejos de la realidad, ya que el realizador articula lo puramente trascendente y conceptual del abstracto (formal y argumentalmente) sin tener que recurrir a una explicación intuitiva o gráfica, lo que convierte a esta excelente película en una experiencia sensorial y subjetiva. Y lo hace alejándose de los cánones habituales, delimitando su historia a una imaginería propia para narrar una arriesgada trama que gira en torno a razonamientos sobre la naturaleza de la muerte y la admisión del dolor como parte de la vida.
Estamos así ante una película en la que conviven el drama, la ciencia ficción, la metafísica o la religión, elementos yuxtapuestos en una voluntad de juego temporal, donde las percepciones son expuestas de una forma casi hipnótica. De esa forma, instaurado en el cine fantástico, Aronofsky, traslada su historia de amor a tres esferas, representando el pasado, presente y futuro como una especia de muerte, vida y purgatorio. Con viajes por las diversas épocas a través de una nebulosa esférica como transporte cósmico, simbolizando el futuro como un mundo etéreo y espiritual. A pesar de que en estos tiempos muertos, donde la arritmia y la imperfección se hacen más perceptibles, donde se abusa en exceso de esa esfera de meditación, donde el vacío ingrávido supone un éxtasis hipnótico de reflexión vital como artificial recurso visual, esos viajes se subrayan como único elemento de engarce con las historias de este hombre desesperado que no cejará en su imparable búsqueda de evitar la muerte. Es en esos extraños momentos de ‘ralentí’ temporal donde reside parte de la fuerza de la idea de Aronofsky, que no se ciñe a ningún precepto genérico, sino que recurre al poder de la abstracción para evitar la redundante anticipación científica, sugiriendo, de paso, su creencia fílmica en la imaginación, de donde se deriva una representación alegórica de conceptos de innegable emoción críptica.
Más allá de su forma sensorial, de su barroquismo fotográfico, de su misticismo, espiritualidad o trascendencia cósmica a lo todos vienen llamando ‘new age’, ‘The Fountain’ plantea una historia de amor y vida llena de sentimientos y de alegorías que va más allá del simple argumento con ínfulas de magnitud trascendente. La de un hombre sumido en la materia y en sus cambios, que aspira a descubrir la esencia de la vida y de la muerte, recurriendo a una cosmología que sirva a la vez de puente y camino hacia el encuentro de sí mismo y la aceptación de la Muerte como principio de la Vida. Tampoco es que Aronosky pretenda seguir los pasos filosofales de Empedocles, Plotino, Aristóteles o discípulos como Avicebrón o Mekor hayim, pensadores adheridos al estudio de la inmortalidad o la fuente de la eterna juventud, sin embargo, en esa idea de la muerte aceptada como un acto de creación, se encuentra la clave de la historia de amor atemporal; como la semilla que germinará el árbol de la vida, la esencia del amor perdido, la Fuente que da título al libro inacabado de Izzi.
Tom ama por encima de todas las cosas a Lizzi. Por eso, es incapaz de admitir que ésta vaya a morir a causa de una enfermedad terminal. Bien sea en el presente, con su exitosa investigación para acabar con el cáncer, en el pasado precolombino, donde un chamán le ensarta con una daga para advertirle que la muerte representa el camino al asombro o inmerso en el futuro místico, imperturbable ante el Árbol de Xibalba, recuerdo inmortal de un alma que pervivirá eternamente como símbolo orgánico y mitológico. El único razonamiento lógico a tanto sufrimiento será, en definitiva, la aceptación de la muerte de un modo natural, como atributo de humanidad. Él, en todas las épocas que aparecen en la cinta, buscará la eternidad, aferrado a lo terrenal y a lo físico frente a ella, que ya no tiene miedo a la muerte porque ha logrado separar el alma del cuerpo. El dolor y el consunción del tiempo terminan por develar la paz y el amor como conformidad del final, de ese “terminar” con el sufrimiento que supone la pérdida, recordando los momentos de felicidad y lamentando aquellos desaprovechados (como un simple paseo para ver la primera nevada), cuya condición de efímero los hacen perdurables en la memoria.
‘The Fountain’, tal vez, envicie su odisea narrativa de cierto exceso de prosopopeya visual en las imágenes cálidas y tonales de Matthew Libatique o su complejidad espiritual llena de misticismo fragmentado entorpezca su entendimiento, pero lo cierto es que Aronofsky ha logrado su mejor cinta hasta el momento, desplegando una incuestionable fuerza narrativa, de poderosa belleza, de innegable arte… donde perdura la catarsis de un autor que ha logrado mostrar esta obra, aparentemente irracional y suicida, surgida de intenso acto de fe en su película, sobreponiéndose a todos aquellos que renunciando a ella. Una experiencia amplificada bajo la partitura del inseparable compositor de Aronofsky Clint Mansell, que ha vuelto a redondear una magnífica partitura capaz de fortificar el onirismo y sublimar la tragedia de un filme en el que sería injusto no destacar la prodigiosa contribución de Hugh Jackman y Rachel Weisz, que logran conmover y llenar de matices todos los roles que interpretan.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

martes, 8 de mayo de 2007

¡Por el poder de Grayskull!

Cada día que pasa, el engranaje comercial del medio cinematográfico en Hollywood se entiende mucho menos. Un medio contagiado de circunstancias patógenas. Muchos lo llaman modas. Otros, simplemente, falta de ideas. A la desastrosa costumbre de maladaptar una pila ingente de cómics a la gran pantalla se une, por extensión, la de probar suerte con series de animación, así como la explotación indiscriminada de los eternos y corrompidos ‘remakes’, como es el caso. A lo largo del año emergen conatos de noticia en forma de resonancia rumorológica. Habladurías cinematográficas que sacian el ímpetu de portadas y páginas de revistas (bien sea de papel u ‘on-line’) con ganas de avanzar lo que serían nuevas superproducciones.
Hasta ahí bien. Pero es que hay algunas que son para mear y no echar gota.
La última: Legendary Pictures, productora depositaria de los derechos de ‘Masters de Universo’, podría estar preparando un filme sobre la célebre serie de dibujos de los 80. Y ya hay nombres que suenan como posibles partícipes: Bryan Synger como director y como protagonista, nada más y nada menos, que el admirado Brad Pitt. Si esto fuera cierto, el intérprete (ahora inmerso en el rodaje de ‘The Curious Case of Benjamin Button’, de David Fincher), tendría que hacer grandes esfuerzos físicos para conferir a He-Man con cierta semejanza a las expectativas que tendría el público con respecto a este poderoso personaje del reino fantástico de Eternia, que ya interpretó Dolph Lundgren en la espantosa versión dirigida por Gary Goddard en 1987. La noticia la daba The Sun Online, pero esta mañana se puede leer en Slahsfilms la negativa por parte de Legendary Pictures de su participación en dicho proyecto. Lo dicho, todo especulaciones, rumore, rumore…
Veremos si el bueno de Pitt se pone fino a esteroides (como Gerard Buttler y sus acólitos en ‘300’) y acepta luchar contra Skeletor para proteger y salvaguardar los secretos del Castillo de Grayskull o prefiere seguir siendo embajador de buena voluntad de UNICEF, adoptando niños o montándose tríos sexuales con Angelina Jolie y ‘top models’ de escandalosa belleza.
Sí, amigos. Lo que leéis.
ACTUALIZACIÓN: Buá, que nada. Que no. Que finalmente es un rumor. Que Pitt prefiere seguir haciendo tríos que gritar por Grayskull.
Qué se le va a hacer.

lunes, 7 de mayo de 2007

Bill Nighy, ejemplar actor

Eres un respetado y veterano actor veterano, curtido en la televisión inglesa. Han reconocido tu carrera con multitud de premios, gracias a tus grandes y conmovedores interpretaciones a lo largo de casi tres décadas de dedicación. Has ido labrando un prestigio que embelesa por esa flema británica que tan bien funciona y que te ha dado la oportunidad de ir labrándote una pequeña e interesante filmografía comercial en el cine reciente. Bien sea en comedias (‘Shaun of the Dead’, ‘Love Actually’, ‘The Hitchhiker's Guide to the Galaxy’) como en dramas (‘El jardinero fiel’, ‘Diario de un escándalo’…). Parece que estás de moda. Te involucras en algunos de esos mastodónticos rodajes que deparan un seguro taquillazo y un empujoncito al 'mainstream', a que la gente te conozca un poco más y les suene tu nombre. Ya sabes de antemano que pertenece a las superproducciones más costosas de la historia y que el público va a llenar las salas para ver, como es lógico, las secuelas de ‘Piratas del Caribe’. Bill Nighy interpreta en las dos últimas películas de Gore Verbinski a Davy Jones, un bucanero mitad humano mitad cefalópodo, Amo de las Profundidades del Océano, que tiene una deuda de sangre con el legendario Jack Sparrow.
Lo que nadie te ha dicho es que, para dar vida a Jones, debes ponerte cada día un pijama gris hortera, bordeado con velcros y bolitas blancas, pintarte los ojos como si hubieras mirado por unos prismáticos de esos de coña, la boca a lo Al Johnson en ‘El cantante de Jazz’, colocarte una redecilla en el pelo y un gorrito de presidiario también con bolitas. Con eso, predispones tu mente para creer que eres un temido pirata, el gran villano que dará la réplica a Johnny Depp.
En algunas ocasiones, ser actor de películas manofacturadas por las grandes ‘majors’ es, más que una profesión, un acto de fe, una demostración de profesionalidad. Como en el caso de Nighy, rodando su papel con estas pintas, cagándote cada minuto que pasa en la madre que parió a los imprescindibles efectos especiales digitales que harán de ti el verdadero personaje dentro de la película. Eso es actuar.

jueves, 3 de mayo de 2007

Review 'The Number 23'

Inconsecuente alucinación numerológica
Joel Schumacher concede una de sus peores muestras como realizador con un filme que, partiendo de una interesante idea, termina por resultar un anodino y autoindulgente disparate.
Cuando William Hjörtsberg escribió ‘Fallen Angel’ en 1978 y Alan Parker la tradujo a imágenes en 1987 abrió una peligrosa Caja de Pandora en el género del ‘thriller’ psicológico (unido a célebres antecedentes como ‘Psicosis’ o ‘El Resplandor’) que se avecianaba. Si bien aquélla evocaba con acierto, a medio camino entre el hábitat detectivesco del mejor Raymond Chandler y el éter enfermizo y alucinatorio de ‘Fausto’, la historia de un investigador privado Harry Angel, que buscaba a un misterioso hombre desaparecido Johnny Favourite, en un viaje a los infiernos donde la religión, la diferencia de clases, el vudú, el satanismo y la insania descubrían un final aterrador como develamiento de un misterio sorprendente. En el cine moderno ha seguido perpetuando ciertas pautas sistemáticas, falsificando la utilización de la misma fórmula de desenlace que invoca a ese mismo final sorpresivo. Entre otras, películas recientes como ‘Vidocq’, de Pitof, ‘La ventana secreta’, de David Koepp, ‘El Maquinista’, de Brad Anderson, ‘El escondite (Hide and seek)’, de John Polson o ‘Haute tension’, de Alexandre Aja. Cintas que han fusilado la idea de avocar toda su estructura a ese remate tramposo que perturbe al público. Sólo importa el giro final, con encopetada sorpresa que, a estas alturas, en vez de asombro provoca casi indignación y desidia. Eso es ‘El Número 23’.
La última cinta de Joel Schumacher y el enésimo intento de Jim Carrey por ser considerado un actor dramático (o al menos alejado de la comedia que le encumbró al éxito) narra la obsesión de un hombre que comienza la lectura de una novela que parece un relato que une su vida al del protagonista del libro por un dígito, el 23, el cual empieza a hostigarle y cree ver en todas partes. Por supuesto, el desdoblamiento de caracteres en la ficción y en la realidad está servido, sin poder evitar el recurso de ‘flashbacks’, voz en Off y ficticios episodios procedentes de ese extraño libro regalado por su esposa, mezclando la vida del hombre aburrido y gris y de Fingerling, un detective de gabardina y saxofón al que le une la obsesión por el número 23. Dentro de la película, porque así lo quiere el debutante guionista Fernley Phillips todo da como resultado 23, sumado, restado, dividido o multiplicado. Cualquier fecha, dato, señal, hora, aniversario, edades… Sin embargo, el número 23 es un pretexto más para describir un proceso de paranoia, para relatar un aburrido delirio autorreferente cuya reiterada cifra es el epicentro de los enigmas relacionados con un asesinato sin resolver.
Una historia de ciertas posibilidades que podría haber explotado de un modo menos convencional el drama si hubiera sabido explotar la fusión de represión de la memoria, hipnosis y poder de la sugestión. En vez de eso, Phillips y Schumacher proponen una intriga psicológica tan aburrida como presuntuosa, con la inconsecuente alucinación numerológica como único cimiento en el que apoyarse, ya que la alteración de matices únicamente viene dada por la fatua puesta en escena, con ese trasfondo de pesadilla remitido al artificio estético donde no existe ningún tipo de lenguaje metafórico, ni tampoco destaca en especial el éter fotográfico que sólo aparenta estar conseguido en los contrastes entre historias paralelas utilizados por el director de fotografía Matthew Libatique.
Y es que ‘El Número 23’ tal vez sea la película más impersonal e insustancial en la irregular carrera de un Schumacher caracterizado por una fluctuante filmografía llena de algunos aciertos y bastantes desvaríos. Aquí, su fatal error es la grandilocuencia modernista, cuya articulación de prototipos asume la idiosincrasia de otros autores como (es inevitable echar mano del tópico general) David Lynch, David Fincher y otros cineastas con cierto estilo de belleza percutante. Eso sí, tampoco ha podido hacer mucho, ya que la historia en sí quiere, pero no puede, establecer una relación directa con ‘pulp’, mezclando géneros y recursos. Una catástrofe, en definitiva.
Empero, el trabajo de Jim Carrey está a la altura de su propósito. Alejado de la comedia, no es que éste sea una de sus interpretaciones más memorables, pero cumple su función de doble personaje paranoide (más templado en esa vida “real” que cuando se enfunda la gabardina de su alter ego literario, donde se le van sus característicos ‘tics’). Otro elemento de agradecer, dentro de tanto despropósito, es la presencia de una Virginia Madsen que aborda la madurez desde la sensualidad (y ¡madre mía! que si lo hace) y el buen hacer de una excelente actriz que puede ser lo único destacable de esta olvidable película.
Autoindulgente y, por momentos, grotesca, ‘El Número 23’ empieza hablando de las casualidades y acaba encontrando, bajo su aburrida esencia, un discurso sobre la paranoia, donde todo acaba por ser poco menos que absurdo; el entramado argumental, la ineficacia de pulsar los resortes narrativos de un argumento que, pese a su corta duración, parece no acabar nunca, su artificioso planteamiento, su escasa originalidad y previsible parte final, en la que, para más sorna, se delimita a los cánones de la estupidez, donde prevalece la justicia sobre la obsesión con un discurso políticamente correcto y un plano final que hace de esta obra de Schumacher una verdadera insensatez.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

miércoles, 2 de mayo de 2007

Movidas binarias

La vida informática, para los mostrencos sin muchos conocimientos de la materia, como es el caso de un servidor, es un mundo dramático y funesto que gira en torno a lo dantesco y lo cruel cuando se trata de problemas. Hace menos de cuatro meses que tengo un flamante ordenador nuevo. La placidez de la novedad, la sensación de aliento inaugural, el ánimo con el que cada mañana la melodía de Windows suena a través de unos altavoces que parecen transmitir la complacida agitación de un estreno. Vendría a ser como ese insustituible aroma de los coches a estrenar, cuando haces tu primer kilómetro, cuando acaricias por primera vez la tapicería... Pues bien, la semana pasada se inmoló uno de los discos duros de 320 Gigas, donde 275 de ellos, con todos sus archivos… ¿Cómo decirlo? …sus archivos de copias de seguridad compartidos de vídeo, música y otros menesteres. En menos de un segundo, todo mi ocio venidero para los próximos meses había muerto. Dictamen: exánime debido a una incidencia de ceros y unos bajo la denominación de ‘error de smart’, que acabó por emborronar un inicio de puente que prometía ser muy cinematográfico y lleno de novedades. Supongo que tragedias como ésta se celebran cada día en la SGAE, juntos con los demonios que arden en este particular Infierno donde se aprovechan del ciudadano medio. Empero, por otra parte, son cosas que pasan.
Hoy mismo, pasado el trance y disgusto, nueva aventura en la adversidad informática. En mi monitor de 19” LG 1919S Sf ha brotado, de la nada, una línea vertical que atraviesa toda la pantalla en forma de mofa despreciativa. Por supuesto, hechas las diversas pruebas de otros componentes informáticos, la contrariedad procedía de la pantalla LCD. Un TFT puede parecer ligero. Y en los primeros cinco minutos de transporte debajo del brazo lo son. Inmediatamente empieza a pesar como un muerto. Al llegar a la tienda de informática uno lucha por no sucumbir por tanta pesadumbre y malestar. “No podemos hacer nada. El monitor es el único elemento con garantía comercial del fabricante” espeta el dependiente ¿Y eso que significa? Que tengo que acudir, monitor debajo del brazo, a un servicio técnico especializado ubicado exactamente donde Cristo perdió el mechero. Es entonces cuando añoro esa imprecisa sensación del olor de un coche propio que nunca he tenido. Y así, pensando en lo primoroso que sería tener un vehículo donde transportar a mi muerto particular, he seguido caminando varios kilómetros. Cuando he llegado, con el brazo completamente desarticulado, la lengua fuera y varios litros de sudor dibujando extrañas grafías por mi rechoncha complexión, la señora me explica no hacía falta que fuera hasta allí andando, que la garantía incluye servicio ‘in situ’. Es decir, que te lo van a buscar a casa y te lo llevan cuando esté arreglado. Mi rostro, especulativo, tenía una definición escrita en él: “gilipollas”. Por si fuera poco, después de tan lamentable trance, he tenido que cargar con otro monitor que no es TFT y que pesaba como diez veces más que el otro desde casa de mis padres hasta la mía, dejando como secuela una simpática dolencia de espalda de la que estoy disfrutando en soledad, como los hemorroides, con el regocijo, al menos, de poder seguir trabajando en condiciones normales delante de una pantalla de ordenador.
Es lo más parecido al término “absurdo” que me ha sucedido últimamente.
Y de todo esto hay que sacar algunas conclusiones.
1.- Tengan ustedes cuidado cuando compren un monitor TFT (sobre todo, si es de LG).
2.- Asegúrense de que llamar al Servicio Técnico de sus electrodomésticos en garantía para saber las condiciones de la misma.
3.- Cuando vayan obteniendo archivos de películas, tengan cuidado con acumularlos en su disco duro.
4.- Sáquense el carnet de conducir. A veces, es necesario.
5.- Procuren doblar las piernas cuando llevan sobrecarga de peso cuando llamen al ascensor y sujeten el bulto.
6.- No lean este tipo de post que no llevan a ningún sitio. Son más instructivas las ‘reviews’, por eso mañana colgaré la de ‘The Number 23’. Eso sí, no esperen nada bueno del nuevo despropósito de Schumacher.