lunes, 16 de octubre de 2006

'Pussey', la sátira de un cómic sobre el mundo del cómic

“Considere el mundo del cómic como un gran tápiz, Sr. Pussey… Un tapiz con muchos tejedores. Cada hombre podrá tejer o zurcir mientras le pasen la aguja… Tejemos sueños, amigo mío, y usted ha tejido gran parte de ellos, pero los sueños pertenecen a los jóvenes”.
Es la máxima que el Dr. Infinity profiere a Dan Pussey en el capítulo final ‘La Muerte de Dan Pussey’, inspirado fragmento del antropológico cómic de Daniel Clowes sobre el mundo del tebeo. A lo largo de ‘Pussey’, el autor de ‘Eight Ball’ y ‘Ghost World’ expone una despiadada sátira de la cultura pop y de la industria del cómic, ahondada desde sus entrañas con una mirada atroz y mordaz sobre el patetismo que encierra un mundo oportunista y poco reconocido como el de este tipo de publicaciones.
‘Pussey’ es un antihéroe disfuncional, solitario e inadaptado, que divaga en su vida a través de su creación de éxito ‘Nauseator’, para mostrar su misérrima existencia desde la infancia hasta la muerte, desde el anonimato hasta la opulencia del éxito, trabajando para el protervo Dr. Infinity, un hombre mezquino y manipulador que simboliza los vicios y la esencia para sobrevivir en un universo mostrado aquí como estructuralista y postmoderno.
Una sacrificada profesión en la que si un dibujante es víctima del desprecio y del sufrimiento mejores serán los resultados comerciales de sus creaciones. Clowes apunta con hiriente estilo hacia los editores, los guionistas, los pesos pesados de la industria como Art Spiegelman (representado como ‘Gummo Bubbleman’), el ‘freakismo’ de los fans, el de los creadores, la degeneración y ambición de un personaje desapacible que logra una total identificación con el lector.

viernes, 13 de octubre de 2006

Todd Solondz: La cruel mordacidad de un inconformista

Confutando a aquellos que llevaron a instrumentalizar el cine independiente americano a un nivel de conformismo auspiciado por las grandes ‘majors’ cinematográficas, Todd Solondz se ha consolidado como un faccioso elemento dentro de este subnivel que se da en llamar cine ‘indie’. El cineasta nacido en Newark (New Jersey) ha persistido en su inmutable intento de llevar la independencia hasta extremos subrepticios, solidificando su capacidad de diseccionar sin miramientos y con una arrojadiza valentía a la clase media alta abocada sin remisión a la soledad. Todd Solondz, extravagante cineasta de oscuro fondo, se ha distinguido por asentar su retórica argumental en una brusca mordacidad, a veces de repelente crudeza sarcástica, capaz de encoger el corazón del público con sádica lentitud a lo largo del metraje de los filmes que componen su corta pero eficaz filmografía: ‘Fear, Anxiety & Depression’, ‘Bienvenidos a la casa de muñecas’, ‘Happiness’, ‘Storytelling’ y su última y recién estrenada en España ‘Palíndromos’.
En todas ellas, Solondz exhibe un mundo aséptico en su apariencia, pero de pútrida naturaleza en su interior, que vincula la ilusoria felicidad a la superficie y encubre bajo su forzada sonrisa la podredumbre moral y humana de las alimañas que rodean sus fábulas con inocentes protagonistas inmersos en un mundo de ogros sin entrañas. Sin recurrir a la falsa moralina en su destrucción de tabúes sociales, el cineasta establece una incómoda empatía entre el público y sus disfuncionales seres que, en realidad, cometen un crimen punible en nuestros días. Simplemente, el de ser diferente a los demás, colocando al espectador en una difícil posición como público pensante y racional al enfrentarle sin remilgos ni coacciones ante planteamientos morales que son, en definitiva, un espejo en el que mirarse.
Son los protagonistas de las películas de Solondz personajes avocados a avergonzarse y a expresarse mediante una afligida mirada a un universo que no les comprende, menospreciados por la arrogancia de una sociedad en la que, como señala el erudito J. Hoberman “impera la democracia de la desesperación”. Pocos cineastas se han atrevido a llegar tan lejos en su descripción de las miserias humanas, urdiendo una metodología propia e indigesta para establecer teorías sobre el lado más umbrío del ser humano, de su infelicidad y sus frustraciones, para romper con su diatriba entre realidad y ficción las normas narrativas impuestas por la corrección a la hora de llevar un guión o una idea a imagen. El cine de Solondz no busca la polémica infecta, sino que mediante esa supuración irónica e hiriente lo único que se pretende es hostigar los fantasmas de la hipocresía bienquista, de la falsedad de la decencia social y de la peligrosa ignorancia de ‘happy way of life’ americano.
Para ello, el humor gélido y cortante de Solondz es utilizado como herramienta para atenuar su destructivo discurso de fondo, alcanzando a veces cotas de una maestría catastróficamente diletante, pero otras, bordeando la vertiente más impía, sin concesiones a cualquier atisbo de ética o conformismo que apuntilla con su tendencia personal al exacerbado hipnotismo por la deformación moral procedente de la literatura de gente como Philip Roth o Allegra Goodman, visualizados a través de Solondz como una dialéctica iconoclasta de irritante perversidad.
Ya sea en los círculos artísticos neoyorquinos, o en el mundo preadolescente de una chica fea y despreciada por sus compañeros, en una familia disfuncional con problemas de comunicación o, como en sus últimas historias corales, donde emergen de la iconografía ‘solondziana’ la profusa y variada temática que encierra la impostura de la decencia social de ciertos sectores acomodados en Estados Unidos; fanatismo religioso, ‘freakismo’ llevado al extremo, humillaciones psíquicas y físicas, abortos irreversibles, racismo, artificialidad feminista, pedofilia descontrolada, parálisis cerebral, incesto, abuso de autoridad y un sin fin de ultrajes que aportan, además de una incontinencia sarcástica muy peculiar y reconocible, la dosis exacta de misantropía que caracteriza el cine de Solondz.
En cualquier caso, esa virtuosa conclusión a modo de insalubre final feliz de ‘Happiness’, con la inolvidable conversación entre un hijo que descubre su sexualidad a la vez que la pederastia de su padre, es uno de los momentos más representativos de la psicología enfermiza y mórbida que maneja el autor más trasgresor del cine actual.

miércoles, 11 de octubre de 2006

Trailer 'Grind House'

¿Pero qué demonios es esto?
De repente, me han entrado unas ganas irrefrenables de ver esta película. Hasta se me ha erizado el pelo de todos los sitios de mi irregular cuerpo.
Según nos cuenta Jorge L. Casanueva: "No es el trailer oficial, sino la muestra exhibida en los distintos festivales en los que se ha presentado el proyecto y su metraje pertenece, en su mayor parte, a la película 'Planet terror' de Robert Rodríguez y el trailer 'Machete'. Por lo que se puede ver, toda la cinta tendrá el aspecto de una vieja cinta de video, intentando recuperar el aspecto de los video nasties y la 'explotation' de los 70-80".
Podéis ver el trailer a una calidad más que aceptable aquí.
Vía: Mondo Puto.

Rubber Band It

Siempre he imaginado el trabajo de oficina cómo el que representó Billy Wilder en 'El Apartamento' identificado en el personaje de C.C. 'Bud' Baxter o en el cine contemporáneo, más tecnificado, con los hermanísimos Wachowski en ‘The Matrix’ y su Thomas A. Anderson. Hay sendas secuencias en tan antagónicos filmes que demuestran, en un solo plano, la rutina más aplastante, el flemático automatismo, la reiteración laboral diaria, esos nulos cambios en el quehacer cotidiano, dentro de un cubículo opresor que deja como única ventana al esparcimiento una máquina de escribir, un panorama desolador o, en la actualidad, Internet y su inframundo de devaneo y algazara.
En este último caso, lo malo es que cada día se tiene más vigilado este escaparate informático en las empresas. La razón es bien sencilla; del 30 a 40% del tráfico de las empresas no está relacionado con el trabajo y en el horario laboral tiene lugar el 70% de las visitas a los sitios ‘cochinos’. Además, el 60% de las compras ‘on-line’, subastas y juegos de todo tipo, como el Rubber Band It, recreación de una oficina donde proponen el utópico juego al que a todos nos gustaría jugar si no hubiera ningún jefe a la vista. Y es que, hay que admitirlo, amigos; la gente se aburre mucho en el trabajo.
En consecuencia, como dijo Charles Régismanset: “Distraerse significa casi siempre cambiar de aburrimiento”.

lunes, 9 de octubre de 2006

Beni se ha ido para siempre

Hace poco tiempo llegó a mis oídos una noticia que no he querido creer hasta este momento. Esperando que se tratara de un rumor a modo de leyenda urbana, he contrastado fuentes de confianza, cotejado opiniones e interesándome por el tema. Y es obvio que todo lo que se ha dicho es cierto: nuestro querido Beni, el dueño y buque insignia de uno de los bares más mitológicos de Madrid, el Gran Vía, falleció hace un par de semanas y nos ha dejado huérfanos de su imponderable persona.
Ha sido un duro golpe para aquellos que conocíamos bien a este hombre, al mito que se escondía detrás de una barra últimamente imperceptible por el desbordamiento de fotos de clientes que caracterizaron de forma creciente el entorno y el ornato de un establecimiento poco menos que mítico dentro de la ruta de cañas en el centro de Madrid. El Bar Gran Vía, situado en la Calle Isabel La Católica 16, en la trasera del teatro Lope de Vega, ha sido un templo de devoción para todo aquel que lo visitaba, un santuario de diversión, risas, fraternidad, de ‘freakismo’ bien entendido, de nostalgia atemporal… Como muchos amigos lo han definido “el último reducto de bondad de Madrid”. Desde ahora, todos recordaremos a Beni, comedido en un segundo plano, absorto en cuidar con recelo sus pinchos y raciones, ajeno a ese prodigioso ‘self service’ donde los asiduos cogían su propia bebida, confiando en la buena voluntad de estos a la hora de pagar sus correspondientes consumiciones.
Su muerte ha sido un embate brutal que desata los pequeños recuerdos allí vividos, los instantes de alegría compartida, de fruición y regocijo con esos platos de jamón con pan sazonado con de aceite, de rico queso curado, de calamares, del pollo al fuego y su antológico venado al curry, servidos siempre con ese “¡Ole!” que Beni ponía como puntilla a sus pequeñas obras de arte culinarias, siempre confeccionadas con melindre y cariño. Recuerdo la primera vez que me llevaron a esta célebre abadía, hace más de una década, cuando no era el multitudinario recinto en el que se convirtió con el paso de los años. Entonces ya vislumbré un lugar al que volver siempre que visitara a Madrid, llevándome aquel apelativo cariñoso con el que Beni comenzó a llamarme: “el niño de Salamanca”.
El deseo de aparecer en una foto hecha por Beni se fraguó en incontables instantáneas en las que aparecía mi semblante sonriente, feliz por compartir aquel momento, las apasionantes largas charlas existenciales o baladíes con él, el cartel de ‘El Límite’ que lució en la puerta durante varios meses o el imborrable detalle del ‘Cumpleaños Feliz’ que Beni improvisó apagando las luces y forzando a cantar a todos los parroquianos en mi vigésimo octavo aniversario. Recuerdos como los que forjaron la leyenda del bar, decorado en cada esquina con todo tipo de memorias gráficas y ornamentales; fotos míticas, lapiceros, bolígrafos, calendarios, llaveros, relojes, cámaras de fotos, espumillón navideño, guirnaldas, flores… A Beni le costaba desprenderse de todo esa iconografía que hicieron de su taberna el bar de culto en que se transformó el Bar Gran Vía, más allá de sus significativas y esporádicas visitas de personajes como Leonardo Dantés o Paco Porras.
Creyente acérrimo de la bondad humana, amigo de sus clientes, Beni nos deja con el triste sabor de un funesto viaje sin anunciar, acreditando la injusticia de todas las muertes prematuras. La tristeza y la añoranza permanecerán eternamente en la memoria de una imagen de ese hombre nacido para hacer feliz a los demás, con su carácter extrovertido y alegre que hizo de él una persona singular y un camarero comprometido, como él estaba, con la atípica causa que en su bar se profesó; la de que todo el mundo se sintiera como en casa. No pudo seguir compartiendo, desde la distancia, la amistad generosa que siempre cultivó con sus amigos de fuera y la cercanía que expresó a los más cercanos. El destino no ha querido que disfrutase del tiempo suficiente para ver cómo todo lo que él inició creciera hasta convertirse en lo que es ahora. Se lo ha llevado para siempre y nos queda un vacío de tristeza cuando uno piensa en su mujer, Paloma, en sus hijos y en todos los sueños truncados que hacían feliz a un hombre irrepetible.
Desde el Abismo, querido Beni, te echaré mucho de menos. No sabes cuánto. Madrid, con tu muerte, ha dejado de ser tan especial como lo era teniéndote dentro. El mundo ha perdido a Beni, a nuestro tótem hostelero.
Allí donde estés, no olvides seguir haciendo feliz a la gente con esas raciones de venado que sólo tú sabes hacer.

domingo, 8 de octubre de 2006

El último temor de Kubrick

“Stanley me llamó aproximadamente dos semanas antes de morir. Tuvimos una larga conversación sobre ‘Eyes Wide Shut’. Me dijo muy indignado que temía que todo fuera un pedazo de mierda y le asustaba que los críticos se lo fueran a comer. Dijo que Tom Cruise y Nicole Kidman hacían lo que les daba la gana. No estaba acostumbrado a trabajar con grandes estrellas. Creía que perdería el control y la película sería un fracaso”.
(R. Lee Ermey).

jueves, 5 de octubre de 2006

Review 'Vete de mí'

Perdedores con defectos comunes
La segunda película de Víctor García León es un retrato familiar sobre dependencias aprovechadas y víctimas de fracasos existenciales.
Después de la notable ‘Más pena que gloria’, fábula sobre adolescentes fuera del paraíso que se alejaba de discursos generacionales reduccionistas para abordar una historia iniciática con personajes de acentuado patetismo en un mundo juvenil donde el desengaño era una de las lecciones del crecimiento hacia la madurez, para su segunda película, ‘Vete de mí’, el joven Víctor García León regresa al terreno del naturalismo costumbrista de su anterior propuesta. Esta vez la historia se centra en terrenos convergentes, pero alejados de pubescencia, para narrar la vida de un hombre corriente, un actor secundario de un teatro de La Latina, con su vida constituida en la normalidad de la aparente felicidad y un trabajo rutinario, que recibe la inesperada visita de su hijo, un treinteañero que se ha ido de casa de su madre para quedarse durante un tiempo en el hogar paterno, hecho que acarreará imprevisibles consecuencias.
Acercándose a vidas que confluyen en una necesidad recíproca que se desvirtúa o ennoblece, según distintas perspectivas, ‘Vete de mí’ es una cinta pesimista, un relato sobre perdedores que encuentran en el fracaso la excusa perfecta para liberarse de responsabilidades y ocupaciones, rechazando la madurez e instalándose en un anormal e pueril ‘carpe diem’. La aparición en la vida de este primogénito, abusador y manipulador en la vida de un hombre de teatro con unos ideales rectos e inmutables, provoca un conflicto de enfrentamientos que contagia de crisis personales a todos aquellos a los que salpica. Desde un matiz verosímil y cercano, de conseguido tono naturalista, el segundo largo de García León (y su coguionista Jonás Trueba) reitera su vena melodramática imbuida bajo la enmascarada perspectiva del cinismo, del sarcasmo humorístico con el que está condimentada esta interesante pero irregular propuesta.
Una película de personajes, de defectos comunes, de aprovechados que creen en la eterna filantropía familiar, de ‘okupas’ físicos y emocionales, de mentirosos con los demás y consigo mismos, de seres humanos que forman, en último término, una extraña familia, ese ente desenfocado que actualmente malvive en la desestructuración y que es diseccionado con oficio por un director que busca en todo momento la veracidad en cada movimiento, con su nerviosa cámara, con mirada sutil, a veces forzada por la brusquedad, pero manteniendo un equilibrio que se descompensa hacia su final, donde el filme zigzaguea sin rumbo y todo redunda en un tramo de incoherencia argumental. Es cuando el padre encuentra una tardía afiliación a las teorías de Dan Kiley sobre el rechazo de la responsabilidad en todos los frentes y sus desequilibrios personales, que derivan en rupturas e incoherentes actos de insensatez vislumbrados por una insatisfacción vital, asumiendo que no se han conseguido los objetivos esperados.
Por supuesto, hay que destacar la espléndida contundencia de unas interpretaciones más que destacadas, empezando por la inmensa actuación de Juan Diego, que desmonta casi todas secuencias con su maestría, improvisando, oficiando su indiscutible e insuperable repertorio de matices, de absoluta destreza y oficio. Un talento, el del actor sevillano, al que dan fantástica réplica un cada vez más maduro Juan Diego Botto y la fantástica naturalidad de Cristina Plazas, e incluso el breve papel de comicidad inherente a la fabulosa Rosa María Sardá.
Historia en el que ese vástago haragán y oportunista sin futuro ni aspiraciones se transmuta en el custodio de un padre que, ante el modo de vida del hijo, decide abandonar la estabilidad para lanzarse a la aventura de la irresponsabilidad y el descarrío, tal vez como opción de vida desaprovechada en su juventud o como lección existencial a su sanguijuela familiar. ‘Vete de mí’ aborda, en último término, el teatro de fracasos que es la vida, que mueve al ser humano como marionetas manejadas por el caprichoso destino de un futuro lleno de incógnitas. Pero también como manifiesto sobre independencia y la libertad que aprovecha el evento para reivindicar la precaria profesión de los actores maduros y el teatro de los pequeños suburbios.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2006

miércoles, 4 de octubre de 2006

Post Nº 1.000

Tras mil post, dos años y un mes de constante escritura y más de 400.000 visitas desde su creación, en todo este lapso de tiempo, uno se pregunta hacia dónde lleva este Abismo de confusión absurda. Sin embargo, seguiré adelante sin desesperar para comprobarlo.
Una vez más, gracias a tod@s por confiar en este demencial espacio.

martes, 3 de octubre de 2006

'Lost Souls', el milenarismo desinflado de Kaminski

El satanismo milenarista, como subgénero atávico y popular, fue uno de los centros terroríficos de Hollywood a principios de la década. Un subgénero que englobaba de por sí y de un modo ancestral y evolutivo, un sentido intimidatorio en pos de una destilación de conceptos inquietantes que, bien utilizados, puede ser de lo más efectivo. Pero la tradición filosófico-religiosa sobre del tema se ha popularizado mediante el arte, la cultura y folclore, llevando muchos de sus conceptos taxativos a una esfera estética llena de total vacuidad. Aprovechando el cambio de milenio, el director de fotografía Janusz Kaminski debutó en la dirección con ‘Lost Souls’ al amparo del guión de Pierce Gardner.
Como nueva confrontación de la dicotomía del Bien y el Mal y sus consecuencias en una sociedad actual con una carencia de fe mayúscula, la fallida cinta debut se planteó sobre la estructura narrativa del fantaterrorífico en su subgénero de posesiones infernales y satanismo, pero acababa centrándose, de forma intencionada, en el fantastique estético más que en el terror psicológico. La aburrida historia se centra en Maya Larkin, una joven que se dedica a ayudar a un grupo de exorcistas dirigidos por el padre Claude Lareaux en su lucha contra las posesiones demoníacas. Después de una sucesión de hechos reveladores, Maya se convence de que el Anticristo tomará el cuerpo del escritor Peter Kelson, un acontecimiento que deberá impedir a toda costa.
Pues bien, a pesar de tener unas magníficas bases narrativas, lo que es interesante sobre el papel no lo fue en pantalla. Kaminski, consciente de ello, impuso, sin embargo, un buen ‘tempo’ y cadencia en constante búsqueda de la suntuosa yuxtaposición de imagen y ritmo fílmico, revistiendo a ‘Lost Souls’ de una luminosa visualidad que se intentó vincular en todo momento al estilo sintético de Owen Roizman utilizado en ‘El exorcista’, para ampliar así su inquietante atmósfera con un conseguido granulado, que lograba un primer propósito subsistente como la mayor virtud de un filme muy irregular e impasible.
Inadecuada y simplista, ‘Lost Souls’ adolece en muchos de sus ciclos de un desabrimiento presuntuoso que se hace evidente en su tramo final, estas Almas perdidas se adhieren a un tipo de terror efectivo y efectista, sin concesiones a una profundidad que termina por otorgar al género la enésima percepción idiotizada del satanismo masónico de fin de milenio.
El guión, constantemente bajo la predisposición comercial de sus erradas intenciones, se va haciendo endeble a medida que la imagen, dinámica y conseguida de Kaminski, va proporcionando el ambiente necesario para el extraordinario y mirífico desenlace. Uno de los puntos álgidos de esta discreta obra de terror fue la gran aportación de una Winona Ryder (que por entonces volvía a emerger después de sus problemas con los hurtos textiles), logrando hacer lo que pudo en pantalla, pero sin brillar lo suficiente ante un reparto anodino e impasible.
‘Lost Souls’ se malogró en el reiterado intento por asemejarse, en algunos instantes, con sus volubles ambientes que pretenden evocar al cine Polanski (la subtrama relacionada con el edificio en el que vive el joven escritor) y la crudeza documental de Friedkin o Roeg en muchos otros, mistificando así un conjunto resuelto con intenciones, pero adoleciendo de una vitalidad necesaria que hubiera hecho de ‘Lost Souls’ una obra, al menos, interesante. La apática quietud de fondo hizo que la ‘opera prima’ de Kaminski cayera, merecidamente, en el desinterés, y acabó por acotar y ocultar sus propósitos genéricos en un conformista manifiesto visual que configuró a su director como una promesa estética del Hollywood más preciosista y superficial que no ha vuelto a dirigir nada desde entonces. Y hace ya seis años de este frustrado debut.

lunes, 2 de octubre de 2006

McClane is back

En AICN (vía The Baltimore Sun) han aparecido las primeras imágenes de Bruce Willis retomando uno de sus papeles más importantes de su carrera: John McClane.
En Baltimore, ha dado comienzo la cuarta entrega de ‘Die Hard’, la película que desmonta la trilogía de ‘La Jungla’ y abre una nueva aventura de este cínico y sobrehumano policía que ha marcado los recuerdos del cine de acción de más de una progenie que, desde entonces, no ha vuelto a disfrutar de los ‘crowd-pleaser’, superproducciones capaces de complacer a todos los públicos, a los que Hollywood ha habituado al gran público.
Mucho se rumoreó y se sigue hablando sobre esta película que dirige Len Wiseman (que no sabemos si esto es bueno o es malo) y que protagonizan, además de Willis (que, como apunta “El Gordo” Knowles se asemeja a ‘Don Limpio’), Maggie Q., Justin Long y Yancey Arias y que tiene a Doug Richardson (‘La Jungla 2’, ‘Bad Boys’ o ‘Hostage’) como uno de sus guionistas.
Esperaremos a 2007 para ver los resultados.