miércoles, 19 de octubre de 2005

Un mito televisivo

Aquélla legendaria sintonía que abría y cerraba la serie. Aquélla maronieta que tanto me aterró cuando yo era sólo un infante aficionado a todo lo que oliera a catódico, sin importarme los rombos. Aquél padre divertidamente loco y estrafalario. Un personaje gay entrañable llamado Jodie Dallas. Un mayordomo negro.
Cinismo y humor corrosivo.
Dos familias, los Campbell y los Tate, que nunca olvidaré.
Qué recuerdos.

martes, 18 de octubre de 2005

Recordando a Jennifer Jones

Algunas de las escenas de amor de ‘Duelo al sol’, la cinta que David O. Selznick produjo como capricho para fomentar la carrera de Jennifer Jones, siguen subsistiendo como arquetipos de adventicia intensidad dentro de los fastos cinematográficos. A pesar de tratarse de una película de productor, el gran King Vidor logró implantar su especial sentido del romanticismo, con la aspereza de un odio convertido en pasión y llevado hasta las últimas consecuencias. Por supuesto, se trata de ese final en el que la Jones y Gregory Peck se baten a duelo para morir finalmente besándose bajo el rojizo légamo que provoca una hermosa y lacónica lluvia que cierra la película.
Nacida como Phillys Isley, Jennifer Jones le debe su fama a David O. Selznick, que se fijó en ella y la publicitó hasta lanzarla con ‘La canción de Bernadette’, de Henry King. No se equivocaría, ya que ‘Pigmalión’, le otorgaría un Oscar por su interpretación en este largometraje. Jones supo utilizar ese duro temperamento de una actriz imperfecta que desprendía un cierto halo de arrogancia y misterio, de pasión convulsa bajo una cautivadora mirada de hielo. ‘Cluny Brown’, de Ernst Lubitsch, ‘Corazón Salvaje’, de Michael Powell y Emeric Pressburger o ‘Madame Bovary’, de Vicent Minnelli la hicieron inmortal. ‘El coloso en llamas’, de John Guillermin fue su última película hasta el momento.
La razón de este ‘post’ ha sido este link sobre la actriz.
Y espero no ser gafe, ya que Jones tiene ahora 86 años y está delicada de salud. Así que sirva este post como homenaje.

Nostalgia ochentera (Juegos Míticos)

Cuando la nostalgia hostiga con su inexorable amonestación del paso del tiempo, me recuerda la mejor época de mi vida. Un tiempo de dos dígitos que aparecen remarcados en mi memoria: 80, la mítica y dorada década que marcó a una generación de ‘freaks’ que añoramos aquellos convulsos días con los que España cambió hacia un rumbo que todos creíamos renovador y moderno.
Más allá de mis recuerdos, de la primera vez que le vi las bragas a una chica, de los juegos e historias con mis Madelman, de los bocadillos de Nocilla mientras veía ‘Barrio Sésamo’, ‘Un mudo para ellos’, ‘La Isla de la Fantasia’, ‘Mork y Mindy’, de mis primeros arrebatos periodísticos promovidos por mi fascinación por ‘Lou Grant’, de los cómics de la Marvel, de Tintín del ‘Durango’ de Yves Swolfs, de todas las películas de Amblin, del cine que me ha formado como persona, de Alaska y ‘La bola de Cristal’, de Iron Maiden, de Obus y Barón Rojo, del asesinato de John Lennon, de Narajanjito y el mundial de España 82, del ‘Back in back’, de AC-DC, de tantas y tantas cosas que irán saliendo aquí en este nostálgico Abismo. Más allá de todo esto, se inmortalizan aquellos incipientes recuerdos de los espacios de ocio consagrados a los juegos que iban saliendo como revolucionario pasatiempo novedoso.
Se trataba de los primeros videojuegos, la prehistoria de la modernidad tecnológica del ocio. Aún no sabíamos qué era eso de la pluralidad de los sistemas de reproducción audiovisual, la multiplicidad de acción, el arcade en primera persona, el 3D. Casi no había interactividad. Hemos evolucionado y estamos en plena fase de aprendizaje para lo que nos viene. Pero siempre hay hueco para el recuerdo entristecido de aquello que consideramos un buen día la gran novedad.
Esta tarde la he perdido jugando al Pac-Man, al Space Invaders, al Don Key Kong, e incluso al arcaico ping-pong absurdo que da pena ver hasta qué punto llegaba lo labriego del juego. Incluso he vuelto a desafiar a Simon, después de décadas apartado de mi vida.
Los 80, en definitiva, me marcaron para siempre. Aquí está la efímera puerta al pasado.

lunes, 17 de octubre de 2005

El día del Mega

Pues esta tarde me he sorprendido cuando he descubierto que los desmañados e ineptos amigos de Timofónica han tenido a bien ofrendarme con 1 mega de velocidad. Velocidad que, en los tiempos de competencia que corren, se me antoja insuficiente.
Al menos, la intensificación de banda se deja notar. La desilusión ha llegado cuando, pasadas unas horas, me he familiarizado a este incremento y ahora me parece que va igual que hace unos días. Suele pasar, el ‘feed back’ ha sido positivo. A disfrutar de este pequeño ascenso de celeridad internauta.

Justicia en Sitges 2005

La gran ganadora de la edición de este año ha sido 'Hard Candy', de David Slade que ha recibido los galardones a la Mejor Película, al Mejor Guión y el Gran Premio del público a la mejor película. Sin duda, la mejor película a competición que se ha visto en este apático festival.
El palmarés completo aquí.

Sitges desde el Abismo (y VI)

Antes de irme de Sitges os contaba la posibilidad de una anunciada catástrofe vista de cerca, desalentado por el hecho de transigir malos títulos y mediocridad fílmica todo el festival y a sólo tres de días de su finalización saber que lo mejor empezaba a germinar en esta extraña 38ª edición del certamen de corte fantástico.
Las dos últimas películas a concurso que pude ver, dejaron la impronta de calidad que había faltado en los días anteriores. A pesar de que no se ha visto ni un ápice de la ansiada tendencia de las anteriores ediciones hacia la regeneración o la búsqueda de piezas de afinidad más adecuadas a las pretensiones de calidad de este evento, cierto es que no todo iba a ser malo (que no lo estaba siendo, eso sí, no había fascinación y sí mucho bostezo). Dos han sido las piezas que en mi último día me llamaron una atención distraída por la peyorativa rutina en que se estaba convirtiendo el festival.
La primera ‘Bittersweet life’, de Kim Jee-woon, poética cinta de corte dramático en la que el bucólico proceder del director potencia una hermosa historia de amor platónico y cruel venganza, la que narra cómo Sun-woo (excepcional el actor Lee Byeong-heon) actúa como mano derecha del mafioso local Kang, el cual ordena su ejecución cuando se entera de que su pupilo ha perdonado la vida del amante de su nueva concubina. Estamos ante un ejercicio de estilo apabullante, de exhibición formal llevada al límite, que se traduce en una oleada de resonancias dramáticas confeccionadas con una frialdad polar que recuerda en su inclinación temática al cine negro europeo, de exquisita negritud de fondo. La venganza de Sun-woo fundamenta su eficacia en la explicitud de su construcción, con un diseño de sonido absolutamente memorable (nunca había escuchado unos tiros tan bien definidos) y una disposición narrativa que gravita entre el preciosismo lírico (y un tanto edulcorado) del romanticismo que late bajo su subtexto y esa ferocidad sangrienta de la vendetta a la que asistimos. Gran película, la de Jee-woon.
Pero si ha habido una cinta que haya llamado la atención hasta el momento en Sitges (seguro que hoy hay otra que la ha superado –y me la he perdido-), ha sido ‘Hard Candy’, del menudo (hay que ver lo bajito que es) David Slade. La historia empieza de la siguiente manera: hay una conversación por internet, dos personas quedan para tomar un café. Él es un fotógrafo de 32 años. Ella, una adolescente de 14 que parece mucho más madura que las chicas de su edad. Ambos acaban en casa de él, en un extraño e incómodo juego de seducción que plantea por dónde va a ir la cinta. Pero ahí es donde comienza el fascinante y opresivo ‘thriller’ psicológico, el juego cruel y despiadado de una película asfixiante y resuelta con una solvencia impecable. Destaca asimismo la virtuosa utilización del espacio (apenas dos habitaciones) y un sentido del ritmo escénico portentoso, pero donde todo el conjunto está construido a través de dos interpretaciones, dos personajes que tienen los rostros de los extraodinarios Patrick Wilson y la jovencísima Ellen Page, lo mejor de la función y del festival (ambos deberían ganar el premio en este apartado). Interpretaciones acojonantes que levantaron la ovación de un público entregado al ardid psicológico, a la tensión, a gran montaje que hace que una cinta de casi dos horas sostenida tan sólo en dos personajes lleve al público por diversas emociones encontradas en esta fábula sobre la mentira, el castigo, la venganza y la culpa. Una de las mejores películas que se van a ver en Sitges.
La última película que vi fue 'Tiburón', entre la nostalgia más entusiasta y la emoción del esperado reencuentro que me llevó después de muchos años a la población costera de Amity Island, a compartir de nuevo un par de horas de mi vida con Brody, Hooper y el carismático Quint. Poco voy a descubrir de uno de los mayores clásicos del cine moderno, de su intensidad sin edad, con ese regusto de inmortalidad que distingue a las películas elegidas para permanecer constantes en la memoria colectiva, incluso hablando de cosas tan actuales como la conflagración que se da entre los intereses económicos de los más poderosos y el sentido del deber de los pocos héroes que quedan en la sociedad. No voy a reiterar mi admiración por Steven Spielberg, por el sublime desarrollo narrativo, con la probidad caligráfica con la que el Rey Midas compuso un relato donde sobresale la sensación ambiental y contextual que tienen su apoteosis todas las impresionantes secuencias de la cacería del escualo. Tampoco contaré que casi se me saltan las lágrimas escuchando los acordes de John Williams, ni que aplaudí con fervor el homenaje que se le rindió en el Auditori a Peter Benchley y a Joe Alves. Sólo voy a escribir que fue una noche de recuerdos inolvidables.
Y así acabó Sitges para mí.
Me encrespa haber abandonado antes de tiempo esta población del Garraf que amo y odio a partes iguales, de no poder haber concluido estas crónicas que, si soy sincero, ni yo mismo esperaba recrear con tanta asiduidad y detallismo. Me jode no haber descubierto por mí mismo que ‘El exorcismo de Emily Rose’ no es más que un bulo comercial que utiliza una sola palabra como reclamo publicitario, que ‘A history of a Violence’ es de los mejores trabajos no sólo de Cronenberg, sino una de las películas de 2005, que ‘Oculto’ o ‘The Dark’ tal vez hayan dado una agradable sorpresa, que no haya visto apenas nada de las secciones de Orient Express, que no me haya pasado por el ciclo de Johnnie To ni asistiera a la clase magistral de Carles Grangel. Han quedado cosas en el tintero. Y me desuela esta no consumación festivalera. Pero así es la vida.
Me quedo, sin embargo, con recuerdos y sensaciones de una edición que, bastante indolente en su capacidad de sorpresa, sí me ha devuelto la oportunidad de volver a un festival que con sus películas tal vez no haya subyugado esta vez a través de su lenguaje algún atisbo de tensión evolutiva, huérfano de índole fantástico o algún tipo de emblema artístico indagador del arcaísmo o de los nuevos tiempos, pero que sigue en su empeño de mitigar cualquier efecto de las nuevas tendencias audiovisuales con un festival distinto. Para bien y para mal.
LO PEOR:
.- La zona de prensa: con el desprecio de los responsables de esta sección hacia los periodistas no reconocidos en el mundo cinematográfico. Son clasistas, engreídos y bastante cutres con este apartado (tan importante para su imagen exterior). Una lástima.
.- La desorganización: bochoronosa y ridícula en un festival con aspiraciones internacionales como es este (vaya colas). Al cuarto día, se dieron cuenta de que el Auditori podía acoger tanto a público, como a invitados y periodistas. Muy triste que fuera tan tarde.
.- La calidad de las películas: la calidad no quiso adherirse a las buenas intenciones de la propuesta.
.- El calvo que me quitó el sitio privilegiado en la rueda de prensa de Tarantino. Llegué y ya estaba sentado en mi sitio con la mochila. No quise montar una escena porque Quentin ya había llegado.
.- El traductor del festival: un fulano que, depués de ir de colega con Tarantino y Eli Roth, suelta frases como “Me vais a perdonar que traduzca esto porque es muy bueno”. Vamos a ver, soplapollas, te pagan por traducirlo todo. No para que nos avances si lo que viene a continuación es gracioso o no.
.- La lluvia en tromba (inevitable).
.- El concepto que tienen en determinados lugares de Sitges que tienen del concepto “Bocadillo de calamares”.
LO MEJOR:
.- Ella, Myrian.
.- Poder estrechar la mano y mantener conversaciones varias con Spaulding y Absense (con el que también comimos un día).
.- Lo relajantes que son los sillones del salón del Melià Hotel de Sitges para esperar en los tiempos muertos.
.- La mítica y erudita manducatoria compartiendo mantel y charlas existenciales y cinematográficas con Álex de la Iglesia, Koldo Serra, Borja Crespo, Adrián Guerra y Xavier Daura.
.- La cordialidad y buen ambiente que se respira en el festival. Los villanos de prensa y de la organización nada tienen que ver con la buena atmósfera de cine que respira en el certamen.
.- La asequible cerveza de un ‘Espar’ cerca del hotel. Cuatro latas de medio litro de cerveza equivalía en precio a lo que costaba un quinto del mini-bar del hotel.
.- Tarantino, rehusando lujos, y paseando por el pueblo y emborrachándose en bares cutres de Sitges, aquellos que frecuentó cuando estrenó aquí ‘Reservoir Dogs’, hace ya trece años.
.-La visita de Paco Cavero exclusivamente a pasar el día con nosotros.
.- La insólita sensación de expectación que provocó en mí el pase en cine de ‘Jaws’, de Spielberg, veintiséis años después de la primera vez que la vi, treinta desde su estreno.

domingo, 16 de octubre de 2005

Las 10 diferencias entre el Festival de Donosti y el de Sitges

1.- En San Sebastián llegas a por tu acreditación y tienes cuatro puestos diversificados en categorías alfabéticas. No hay ningún problema a la hora de recogerla y, para colmo, te exponen con directrices el funcionamiento de todo y las posibilidades que te ofrece tu acreditación, así como una bolsa con la guía del certamen, un bono de descuento en los libros, un CD del festival con material gráfico y textual y un detallado catálogo para que no te pierdas nada. Todo puntualizado para tu disfrute. En Sitges, llegas a por tu acreditación y tienes unos puestos similares. Eso sí, sólo dos. Y se reparten de forma caótica, sin seguir una normativa lógica. Si eres Mirito Torreiro, te saltas la cola y la chica babeante y de risa impostada, deja lo que está haciendo para que el señor se vaya contento. Te dan una bolsa de mejor calidad que la de Donosti, pero sólo con un catálogo de las películas dentro. Nada más. No te explican nada y te miran mal si les pides cualquier explicación.
2.- En San Sebastián te dan una llave y un número para un casillero individualizado en el que te colocarán diariamente todo lo relacionado con los press-books y alguna ofrenda. Esto ya depende de ti. Ellos han cumplido y se pueden olvidar del tema. En Sitges, tienes que enseñar tu acreditación, buscan el número, te dan lo que se les antoja (lo más goloso va a parar a los peces gordos de la prensa) y encima te miran mal.
3.-En Donosti tienes 21 ordenadores para escribir tu crónica diaria, accediendo a la facilidad con la que puedes trabajar. A veces, tienes que esperar, pero siempre hay buen trato y un silencio sepulcral a la hora de redactar. En Sitges, tienes cinco míseros ordenadores. La gente no para de berrear, un fulano celebra con ‘tics’ sus crónicas a cada párrafo que escribe, fuma echándote el humo en el rostro, gente chatea con MSN, la gente de prensa da voces por teléfono concediendo entrevistas, “o sea, un superbeso, de verdad”, decía una fulana de Filmax, el otro día a voz pelada, otros navega por Internet en páginas porno, se reúnen tres freakies para escribir en coalición en diversos foros y si dices algo en la mesa de prensa para solucionar esta anarquía, te miran mal.
4.- En San Sebastián, el festival tiene organizada una agenda para que puedas ver todas las películas de las secciones más importantes. De tal forma logística, que incluso hay espacio para el disfrute de cintas de los otros ciclos, con la oportunidad que ofrecen los varios pases que hay de la película en el mismo día y posterior. En Sitges se dan cita dos películas importantes en la misma hora. Hay masificación de horarios y de películas y, sobre todo, la imposibilidad de hacerte un planning coherente con el sistema de favoritismo que tienen montado. Y encima, te miran mal, claro está.
5.- En San Sebastián el método para repartir invitaciones para la prensa en pases que no estén dedicados a la profesión (puedes ver 6 películas sin coger entradas) es impecable. No imponen horarios de recogida (si madrugas, tienes más posibilidades de hacerte con la que quieras) y a lo largo del día puedes conseguir hasta que se acaben. Insisto, hace años que no paso a por una entrada en Donosti, porque se puede ver todo (excepto los ciclos, que sí van con entradas). En Sitges, se renombran las entradas en los temidos ‘Tickets’ de los cojones. Es una incoherencia, los horarios que ponen dan vergüenza, se forman largas colas y cuando pides dos, te dicen que no, que es una por medio acreditado. Dices que vale, pero sin embargo te miran mal.
6.- En San Sebastián las publicaciones hay que abonarlas sí. Todos, sin excepción. Si quieres los libros pagas. Si no, no hay libros gratis para nadie. La ventaja es el gran descuento para periodistas. Creo que son 20 euros por los tres libros. En Sitges reparten los libros a dedo, a aquellos que les viene bien regalarlo. Yo me he tenido que comprar uno de ellos. Lo quería. Daba igual pagarlo. Pero tuve que hacerlo con ayuda de un amigo, que me dijo dónde los vendían. En un ‘stand’ de Miramar, el de la editorial. Ni siquiera la simple información de dónde se vendía el libro fueron capaces de darme. Me dijeron que no sabían si se pondría a la venta o no. Que ellos no sabían dónde encontrar la publicación, ni sabían si había algún descuento. En Miramar no me miraron mal, porque les pagué los 12 euros del libro. En el departamento de prensa de Melià, sí.
7.- En San Sebastián, las ruedas de prensa incluyen una pequeña petaca mecánica con cascos. Es el traductor con el que se pueden escuchar hasta cuatro traducciones simultáneas con gente que transcribe perfectamente a tu lengua bajo una presión imponente. En Sitges, te traduce un fulano que perpetua el ‘graciosismo’ sin gracia. Traduce la mitad de lo que se dice y, para colmo, es un engreído con una desagradable voz cancerada.
8.- En San Sebastián los horarios son muy rígidos, inflexibles. Las películas empiezan a la hora y en punto. Sin retrasos. No vale la demora, cualquier dilatación está prácticamente prohibida. Así, es lógico que si llegas tarde un minuto, te impidan el acceso a la sala. Es justo. En Sitges he asistido a un desbarajuste intolerable; había películas que empezaban a la hora, otra diez minutos después de que sonara el timbre y un día se acumuló más de hora y media de espera entre película y otra. Concretamente, el día que asistió Tarantino a presentar ‘Hostel’ junto a Eli Roth. Si llegas un minuto tarde, te miran mal. Pero al menos puedes decir “Tengo el deber de llegar a la hora en punto, pero vosotros podéis empezar una película con media hora de retraso ¿no?”. Tras esto, te dejan pasar. Eso sí, mirándote mal.
9.- En San Sebastián (y sé que esto va a doler) los subtítulos están editados en el negativo. Vienen con la película, en español, precisos, con una exactitud irreprochable. Además, tienen copias de todas las cintas con subtítulos en inglés, para facilitar el visionado de la prensa extranjera. En Sitges se impone la moda del subtítulo electrónico, del triple subtítulo (en inglés, en español y en “català”). Un festival de lucecitas, de innecesaria bilateralidad en la traducción. Trasladando todo a la lengua terruñera, aplaudiendo cualquier alusión a la tierra, viéndose esto desde el exterior como un ridículo afán populachero. Al menos aún queda resquicio para entender algo en español (o castellano, según moleste o no). Y si lo dices, no te miran mal. Te miran peor.
10.- En San Sebastián si pides una entrevista a algún invitado, si no respondes a un catálogo de características inacabable y muy elitista (aquí sí), no puedes entrevistar a nadie. Una rígida tendencia a la importancia del medio te impide charlar con las estrellas. En Sitges, vía mail y con cuidado trato, el apartado de entrevistas funciona a la perfección, consiguiéndote un pequeño espacio para la entrevista. En este caso no te miran mal.

viernes, 14 de octubre de 2005

Sitges desde el Abismo (V)

A mí lado hay un individuo de lo más singular. Fuma compulsivamente, teclea con asombrosa rapidez el teclado, es bastante caricaturesco y cada vez que concluye un párrafo, hace rudos ademanes con los brazos, hacia arriba, intentando dominar esta extraño acto reflejo, pero sin poder. Se trata de un escandaloso tic, como si se alegrara. Sé que puede sonar perverso, pero es divertido. Es parte de la fauna de Sitges. A su lado estoy yo, para qué hablar de faunas. Es una simple anécdota.
En cuanto al festival, esto no hay quien lo levante. O justo cuando me voy empieza el festín de calidad cinematográfica o no lo entiendo. Por supuesto ‘Corpse Bride’, de Tim Burton no ha decepcionado. Es una obra de sólida composición estética, que sigue ese vademécum visual idiosincrático de un Burton que se ha limitado a colocar su nombre como director, porque esta película está dirigida por un equipo colectivo. Y eso es algo que se nota. La fábula romántica opera con magia y con habilidad, en una historia con atisbos expresionistas y la impronta de la influencia de ese Edward Gorey siempre candente en la filmografía de Burton. Los números musicales con canciones de Danny Elfman también recrean el fantástico mundo de lobreguez y sortilegio de un autor con un gran problema de autoreferencia enlodado en su conjunto por la ausencia del excentricismo de exteriores, parcos y tristes, en el que se echan de menos esos castillos góticos o espacios nigrománticos surgidos de la imaginación de Burton.
Es imposible ver ‘Bride Corpse’ sin evocar a ‘Pesadilla antes de Navidad’, no porque se trate del mismo director, sino porque todo parece un premeditado duplicado en la hermosa historia, con fondo almibarado y donde los personajes siguen siendo los mismos, ‘outsiders’excluidos de la sociedad, en este caso por ser cadáveres. Pese a este escollo, ‘Corpse Bride’, ha respondido a las esperanzas puestas en la nueva obra de animación de un Burton que empieza a autohomenajearse resultando algo monótono, sin embargo, logrando una obra de maravillosa morbidez en un cuento que, visto lo visto, es de lo mejor que se ha visto en esta apática 38ª edición de Sitges.
‘Voice’, de Equan Choe, es una olvidable cinta con trasfondo nostálgico, oscuridad visual y claustrófobico entorno confinado en un instituto donde los muertos hablan con los vivos, los recuerdos se pierden con el susurro que se va apagando con el olvido del espíritu asesino. Así se podría definir de forma poética esta película tan pretenciosa y decepcionante como ‘Lemming’, de Dominik Moll, una espiral de despropósitos que comienza cuando este animal procedente de Escandinavia aparece en la vida de un matrimonio casi beatífico para comenzar con un incomprensible maleficio germinado en la aparición del jefe del protagonista y la perturbada mujer de éste. Eso sí, con Laurent Lucas, Charlotte Gainsbourg, Charlotte Rampling y André Dussollier, espectacular elenco del cine galo, ofreciendo lo mejor de si mismos.
Lo que no tiene nombre, ni calificativos negativos, un auténtico ultraje a la inteligencia del espectador es ‘La monja’, de Luis de la Madrid, último improperio producido por el dúo Brian Yuzna y Julio Fernández. Una tomadura de pelo en toda regla. Un guión de necedad insultante de pertinaces oquedades y paridas varias, saturado de gilipolleces, con progreso narrativo inexistente que hacen de este vejatorio filme el mayor despropósito de este festival. Es imposible imaginar a alguien escribiendo un guión de semejante incoherencia, presentándolo y, no sólo eso, sino producido y distribuido. Vergonzoso (como ejemplo, advertiros que en una película de terror todo el mundo lleva en su bolso un arpón). La teoría del ‘todovalismo’ elevada a la máxima potencia. En serio, pocas veces me he sentido tan despreciado por un director. Para colmo, los intérpretes, en parte considerados prestigiosos (caso de Natalia Dicenta, por poner un caso), están espantosos. Empezando por la guapa de turno que nos somete a su actoral tortura siendo la protagonista total, Anita Briem, una actriz de imborrable gesto hierático que acaba desconcertando. Qué delirio. Qué desastroso.
En cualquier caso, parece que todos los males se subsanarán esta noche con el pase de ‘Tiburón’.
Yo, por mi parte, dejo mañana este pueblo vestido de cine fantástico con la sensación de que me voy a perder lo mejor, pero con la esperanza de que no sea así, pues ya sería mala suerte. En cualquier caso, el domingo (mañana estaré de viaje de vuelta) cerraré este periplo de Sitges con mi crónica final con impresiones y anécdotas curiosos que hayan acaecido por estos lares.

jueves, 13 de octubre de 2005

Sitges desde el Abismo (IV)

No os hagáis ningún tipo de ilusión. Sitges este año está muy flojo. Se murmura sobre ello, se gruñe en silencio, en las mesas donde comemos, en los círculos profesionales, entre la prensa, en el wáter cuando se hace aguas menores. Hasta la efigie con forma de escualo de Spielberg bosteza a ratos (una pena que no sea real y se meriende a algún responsable de la sección de prensa). Está flojo. No está cumpliendo las expectativas, pero aún así uno no pierde la poca ilusión que queda. Es una pena que tenga que regresar el sábado, porque no sé porqué intuyo que lo mejor está por llegar.
El resumen del día. En altas dosis de infausto regusto, de escasez de magia, de falta de esplendor. En una palabra: mal.
La tarde nos dejó ‘Somne’, de Isidro Ortiz, una película con la que no quiero encarnizarme por la sencilla razón de que el guión pertenece a uno de mis mejores amigos. Sólo puedo decir que es un filme tramposo, desarrollado en función de una sorpresa final que privada de todo dinamismo y que se pierde en la desidia debido a las interpretaciones más pavorosamente ignominiosas de la historia del cine español. Goya Toledo parece actuar en un constante anuncio de detergentes, torpe en sus alocuciones, incapaz y nula, dejando claro que ha realizado una de las peores actuaciones vista en los últimos años.
Para no ser menos, Óscar Janeada perpetra su inútil talento con una retahíla de dejes de baja estofa absurda, de macarra poco convincente, casi risible. Una irrisoria labor a la que no es ajeno Nancho Novo. Más allá de todo lo negativo que se puede decir de ‘Somne’ (ofensiva por momentos), la verdad es que lo peor es que la película parece un concurso en el que gana el que peor actúa. Y todo salen victoriosos ex aequo. Una pena porque, en el fondo, el propósito de este ineficaz ‘thriller’ era aportar algo diferente; un ‘thriller’ a la española cuyo resultado es erróneo, poco menos que improcedente.
Por otra parte, la presencia de Quentin Tarantino despertó la curiosidad y la exaltación del fenómeno ‘fan-freak’ entre todos los presentes (incluyéndome a mí, que me acerqué a observar de cerca al creador más aclamado del cine contemporáneo). Asistió por tercera vez al festival. Todo el mundo le quiere, le jadeó, el aduló, le vitoreó y éste, además de aspavientos con su jeta de enloquecido freak disfrutando del momento compartió su momento de gloria con el director Eli Roth (director de 'Cabin Fever') y el especialista de ‘make up’ Greg Nicotero, a los que se unió la sugerente Barbara Nedeljakova para dar paso a ‘Hostel’, un desparrame ‘gore’ alentado por un público entregado a la figura de Tarantino, pero sin pararse a pensar que lo que estaba viendo era auténtica inmundicia cinematográfica...
(Hay dos periodistas muy mal educados detrás de mí, que me están levantado dolor de cabeza y tengo que tomarme un respiro y echar una mirada asesina. Aquí es lo normal debido los berridos que hay en este espacio al que, ridículamente, se da en llamar Sala de Prensa).
...Sigo...
Decía que no, que la película de Roth se sustenta en dos partes delimitadas en instintos primarios del género: ración de tetas y algo de sexo y mucha violencia. Puede parecer divertido, pero exceptuando un par de ‘gags’ en la frenética historia de tres adolescentes en su periplo de aspiraciones sexuales en Eslovaquia que viven una pesadilla de lo más sangrientos. Pretendidamente gamberra, con aspiraciones de incorrección política y un halo de inmoralidad que sin embargo esconden un exangüe guión aburrido y reiterativo con un consejo para los yanquis: viajar por Europa para follar y beber, en la actualidad, es un peligro.
Por último (y por destacar lo “importante”) ‘Flightplan’, de Robert Schwentke, es una película comercial al uso que narra la desventura de Kyle Pratt, una aguerrida ingeniera que se enfrenta a su peor pesadilla cuando su hija de seis años, Julia, desaparece sin dejar rastro durante un vuelo entre Berlín y Nueva York. Desde ese momento, ni siquiera los personajes se creen lo que va desfilando por un guión vacío que aspira a mantener en tensión al espectador. Consiguiéndolo hasta el la hora y ocho minutos cuando, agotados todos los recursos del género y del avión de lujo, se desvelan las cartas y todo se va desinflando, decayendo letárgicamente. Sólo destaca una Jodie Foster que vuelve a poner de manifiesto que es una de las mejores actrices de la historia del cine moderno con un papel en apariencia desvanecido de trascendencia al que la actriz logra dotar de unos matices que lo transforman en el recital de la película.
Mañana, ‘La novia cadáver’, de Tim Burton y ‘Tiburón’, de Spielberg. Al menos sé a ciencia cierta que veré una obra maestra.

miércoles, 12 de octubre de 2005

Sitges desde el Abismo (III)

Al grano, amigos. Y si hay faltas de ortografía es porque he escrito como el Señor Lobo de ‘Pulp Fiction’. Es decir, a toda hostia.
De ‘Sympathy for Lady Venganze’, el último y esperado trabajo de Park Chan-Wook y que cierra la trilogía sobre la venganza, se pueden decir muchas cosas; la primera, que está a la altura de sus antecesoras ‘Sympathy for Mr. Venganze’ y ‘Oldboy’ en su exposición de un desagravio planeado con animosidad y probidad, la venganza de una mujer que expía sus pecados en la cárcel para salir con un solo objeto en mente: vengarse del hombre que la separó de su hija y hacerle pagar por todos aquellos años que ha pasado encerrada por un crimen silenciado por un interés mucho más importante que su propia libertad. Chan-Wook no renuncia a su aguardado lirismo, ni a ese perfecto manejo musical armonizado con sus duras imágenes (aquí mucho más emocionales que explícitamente violentas), pero sin deponer su impetuoso discurso sobre las justificables motivos que devienen inhumanos debido a un resentimiento irrefrenable, al castigo imputado en cualquier venganza que se precie. Sobria, de hermosa belleza estética y con un desarrollo que va estableciendo una espiral sinfónica convenida como una triste tragedia maternofilial, ‘Sympathy for Lady Venganze’ es el testimonio demostrativo de que Chan-Wook es un experto en la indagación que provocan el perversión retorcida de los conflictos morales sobre la conciencia del pecado y la reivindicación de la humanidad perdida.
Al contrario que en ‘OldBoy’ o en ‘Sympathy for Mr. Venganze’, no se trata de otra consumación de la venganza, frugal, meditada e identificativa en su crudeza y pragmatismo, ésa parte de expiación de la culpa se materializa aquí por medio del castigo menos perverso pero más impactante, fundamentado en su sustitución del egoísmo individual provocado por la satisfacción resentida por un repartimiento colectivo que, a priori, es el eje sobre moral sobre el que se sustenta esta fantástica cinta que yerra en la prolongación innecesaria de la película, ataviando la expiación redentora con un erróneo efluvio onírico y fabulesco, narrando el cierre como un cuento sentencioso y estético.
Asistimos a la estratosférica y calamitosa feria de inopias infantiles de corte fantástico y baladí de Ta de proporciones de Takashi Miike, ‘The Great Yokai War’, que fue muy bien recibida por los múltiples ‘fan-freaks’ seguidores del cineasta oriental, y tomada a guasa por los restantes asistentes a este lisérgico viaje de Tadashi, un niño retraído que, a través de una soporífera aventura, contará con la ayuda de toda una retahíla de espantajos procedentes del folclore nipón representados aquí en un ridículo festival de máscaras de carnaval, homenajes alegóricos, al cine occidental de los 80, al cómic, a la era ‘Digimon’, a Pikachu, a los Transformers, al manga... Todo, con un excéntrico sentido del humor cochambroso que parece sacado de una noche de alcohol, alcaloides y cocaína en ingentes cantidades que de un guión convencional. Una película que se mueve entre la fascinación por lo exótico de esta nimiedad infantiloide y lo insufrible del experimento. En definitiva, y para que nos entendamos: una gilipollez como la copa de un pino que ni siquiera evita del desastre la actriz Chiaki Kuriyama (la Go Go Yubari de ‘Kill Bill vol. 1’), en un rol torpe y sin fundamento. Una oda al poder las judías, queridos niños.
Por lo demás, dos piezas que me han entumecido hasta ese sueñecito que te traspone en brazos de Morfeo; la taiwanesa 'El sabor de la sandía (The Wayward Cloud)', de Tsai Ming-liang, película infame donde el agua, el sexo, la vida y demás es sustituida por el sabor dulzón de la sandía (tampoco puedo contar más porque me salí en su mal coreografiado número musical) y adptación de la novela ‘La tempestad’, obra subvencionada hace tiempo a De Prada por la Universidad de Salamanca –el escritor iba y volvía a Vanecia con dinero universitario- que no logra encauzar en algo interesante Tim Disney con esta historia de ladrones de arte que negocian en la sombra del mundo de las falsificaciones de arte. Un fláccido telefilme de sobremesa que cuenta, además, con la espeluznante interpretación de Natalia Verbeke (que actúa peor en inglés que la propia Elena Anaya en ‘Frágiles’).
Por cierto, Tarantino está aquí.
Mañana os cuento.