jueves, 25 de agosto de 2005

Extra Verano (VIII): Abuelos Vengativos

Vuelvo a salir de mi letargo vacacional (que llega a su fin en una semana escasa) para escribir otra historia animada de ayer y hoy.
Hace unas cuantos días recibí cómodamente en mi casa una copia en DVD de ‘Personas Mayores’, el último (y mejor) cortometraje del cordobés Jesús David Sánchez, más conocido por todos como “Suda” Sánchez, que ya apareció mencionado en este incoherente territorio que es el Abismo con el mitológico hallazgo “Violencia Canis”, que cambió la forma de ver el desorientado delirio juvenil y sus múltiples variantes en ciertas zonas de España (aunque represente un problema común en todos los jóvenes).
Ya entonces recomendaba ver esta obra de corta duración a todos los incondicionales de esta página. Y lo hice sin verla. No hacía falta. Confío en las posibilidades de este joven realizador andaluz. Fundmanetalmente, porque en nuestro entorno de amistad me ha demostrado con sus guiones que es un talento a seguir, un narrador con ganas de contar historias que se cimentan en su ilusión y entusiasmo desbordantes. Y sólo con eso, este chico merece su oportunidad.
Tras su irregular pero contundente ‘Superrr’, una pieza de guión irreprensible, conseguido hasta sus últimas consecuencias, que, sin embargo, no pudo trasladar la magia de las páginas escritas al corto por culpa de una insuficiente financiación que dio como consecuencia la menesterosa factura de un corto en vídeo lleno de intenciones, pero falto de dinero y fallido por las concesiones a la asequibilidad de medios. Una pauta que se da mucho (y cada vez más) en este paupérrimo cine español que tenemos la desgracia de padecer. Es decir, que mientras algunos ridículos refractarios sin talento juegan a ser directores de cine sin ápice de imaginación y faltos de toda capacidad de fascinación, gente como “Suda” Sánchez guerrea como puede para sacar sus excelentes ideas a la luz, escudriñando toda posibilidad para mejorar sus trabajos. Dejándose la piel en el intento.
Afortunadamente, ‘Personas Mayores’ sorprende, en primer lugar, por un virtuoso acabado técnico, derivado en gran parte de su amortiguada fotografía (a cargo de Enrique Esquinas y Patricia Río) de tonos ocres, con colores descriptivos de la asfixia monótona del entorno, un geriátrico abandonado en un término indefinido donde sus pobres inquilinos aguardan la hora final desdeñados por sus familias. Aún así, esta prometedora obra temporalmente ubicada en el año 1985, no trata de viejos marchitos, de ancianos decadentes y de decrepitud desoladora, sino que, como su propio nombre indica, la historia gira en torno a las personas mayores.
¿Cuál es la diferencia entre los “viejos” y las “personas mayores”? Pues que para “Suda” Sánchez la idoneidad argumental sobre la ancianidad no es una ninguna broma. Este cordobés se toma en serio un guión lleno de subtextos, enfocado desde tan entrañablemente definido como de “andar por casa”, como reflejo de la ‘Deep Spain’ que no tiene ni espacio ni tiempo, envuelto en un fondo de cine que recapitula, salvando las distancias, por supuesto, a la intencionalidad acrimónica de Chicho Ibáñez Serrador, con una mezcla de influencias que van desde las propias ‘Historias para no dormir’, a la ‘Twilight Zone’, los cómics de 'Creepy' (incluso hay guiño incluido) que acaban, inevitablemente, en el miserabilismo y negrura con que Álex de la Iglesia sazona sus comedias llenas de mala hostia. En este espinoso terreno, “Suda” compone un siniestro espectáculo de rivalidades imperdonables suscitadas por un crepuscular amor de residencia de la Tercera Edad, representado en una otrora célebre coupletista, pero también en una imposible coalición para revitalizar el honor de unos ancianos como personas humanas, aunque sean mayores.
El coronel franquista que fusiló a la familia de otro republicano y la punición traducida en manifiesta moraleja de su inigualable final hacen de ‘Personas Mayores’ un cortometraje único, especial, clasificado desde este momento como “terror de bata de guatiné con olor a rancio y zapatillas de felpa”, en el que es imprescindible ese humor socarrón y cínico sobre el respeto y deferencia a la vejez, sobre la dignidad de los ancianos.
Una pieza que, además de contar con interpretaciones muy considerables por parte de Álvaro Manso (genial actor de polifacético talento), Félix Espejo, Chico García, Manuel Bueno… y a pesar de sus escasas irregularidades, impone la particular evolución hacia un estilo propio de la mano de un inspirado “Suda”, que sigue con una máxima que enaltece su labor y progreso como director: no complicarse en exceso, teniendo unos objetivos muy claros mezclando géneros para conceder un corto al que poco se le puede reprochar.
Uno de los mejores trabajos dentro del panorama nacional en cuanto a cortometraje se refiere.
¿Cómo? ¡Qué estoy escuchando, pequeñuelos! ¿Que aún no lo habéis visto?
Pues aquí (botón derecho y 'Guardar destino cómo') tenéis una única oportunidad.

viernes, 19 de agosto de 2005

Extra Verano (VII): Review 'Sin City'

Prodigiosa experiencia manierista
Rodríguez y Miller han conseguido reflejar con total libertad la violencia y el erotismo del cómic en la mejor adaptación cinematográfica de un tebeo hasta el momento.
En el actual Hollywood, embebido por la carestía de ideas, el ostracismo creativo y el recurso fácil reflejado en su último cine comercial, se ha dado un reincidente automatismo hacia el gran filón que han supuesto en el mercado las adaptaciones cinematográficas de cómics, doblegándose a la inercia, a la financiación de un alud de proyectos basados en las páginas de tebeo. Un atolladero como ‘Sin City’ proponía varias dudas ante su versión cinematográfica. La obra gráfica creada por Frank Miller suponía un desafío, debido en gran parte a su frenesí contracorriente, a su plétora de violencia salvaje y erotismo englobado en un mundo de corrupción, donde las divergencias y contrastes se originan entre inmorales personajes contaminados por la ambición y la lujuria y aquéllos que se obstinan ciegamente en mantener la moral y la esperanza en este espacio de corrupción. A priori, todos estos elementos han sido desdeñados una y otra vez por las grandes ‘majors’, que se ofuscan en infantilizar sus adaptaciones del Noveno Arte, por lo que llevar a la gran pantalla ‘Sin City’ era una ardua contradicción con el ‘target’ demandado.
Sin embargo, la primera gran cualidad que alberga la adaptación de Robert Rodríguez y el propio Miller es la acentuación del pábulo de desabrimiento, de lealtad con los lóbregos matices argumentales y narrativos del cómic, descubriendo una adaptación más que fiel, enfermiza en su metódico detallismo que reside en cada uno de sus planos. ‘Sin City’ es un ingenioso experimento, un honesto ejercicio de estilo, una cuidadosa y preciosista traducción en la que no se trata de adaptar un cómic, sino de reasentar la viñeta disponiéndola al mundo del celuloide desde un prisma que acaricia el manierismo. Y es donde ‘Sin City’ se desune de las habituales adaptaciones a las que Hollywood nos tienes acostumbrados. La cinta de Rodríguez y Miller es un trasvase literal de los cómics a la gran pantalla como nunca se ha hecho, la máxima expresión de estas adaptaciones que, con mayor o menor éxito, han pretendido proyectar del modo más detallado el alma de la obra original.
Remodelando los márgenes estéticos del estilo antiheroico, ‘Sin City’, la película, acomoda la particular visión ‘milleriana’ del ‘noir’ enardecido de un privativo postexpresionismo de la retórica literaria y visual, llevándolo a un terreno en el que los ariscos personajes se mueven entre el drama épico y la acción crepuscular. La traslación de los clichés ‘hard boiled’ al medio audiovisual y una más que arriesgada tentativa de reinventar el cine mediante el personalísimo filtro que se ha utilizado en la imagen (en su mayoría utilizando la técnica digital) son dos conceptos preeminentes en los designios de esta adaptación única en el cine moderno. Sin perder la apariencia de los personajes de las historietas y los ritmos de ‘staccato’, rescatando la materia prima de las ‘crook stories’ desde el punto de vista del criminal o del marginado en su traslación a la gran pantalla compartidos con la obra original, ‘Sin City’ florece como proyección conceptual llevada al extremo, donde se encuentra en imagen el apabullante empleo del blanco y negro salpicado de aislados fulgores coloristas que han hecho célebre el cómic, sin olvidar sus furibundas pasiones, su gruesa militancia ‘pulp’, la acción decididamente ‘manga’ y la acrimonia sin concesiones. En 'Sin City' no falta, por tanto, esa brusca diagramación llevada al cine, donde no importa que la narrativa sea muy densa, ya que toda la acción se sustenta en la simplicidad de sus propósitos.
Su experimentación cromática, la fallida pero simplona narración circunferencial y la ofrenda de la cosmología de la serie de cómics permiten a Rodríguez sacar el máximo partido a unos recursos narrativos más o menos artificiosos, devenidos en inesperado clasicismo en la tecnológica utilización de la postproducción. Como consecuencia de esto, el director de ‘El Mariachi’ explota el deslumbrante sortilegio digital (con el que ha experimentando en su saga de ‘Spy Kids’) para atrapar una atmósfera pretérita, la del cine negro, que se mixtura en una nostálgica mirada retrofuturista con influencias del cine de género de los años 50 y en la pura exaltación manierista que, traducida al cine, transita entre la necesaria artificiosidad para identificar el cómic a la pantalla y una imaginería visual jamás vista en el cine moderno.
Lo que han llevado a cabo Rodríguez ha sido escenificar con movimientos mediante imágenes reales (guarnecidas con efectos digitales geográficos) aquello que hace quince años Frank Miller trazó en su obra maestra tebeística. En este difícil tránsito el cómic ha servido a modo de ‘storyboard’ para la película, sin perder un obsesivo detallismo por la estética, virtuosismo expresivo y vigor narrativo del cómic. Y es tal vez ahí, en ese portentoso e inaccesible ejercicio de mimesis, donde se puede achacar la mayor imperfección de Rodríguez en su filmación de ‘Sin City’, en la excesiva sumisión narrativa del cómic, utilizando las viñetas como recurso, olvidando que son dos lenguajes diferentes, un hecho que lejos de aportar la buscada fidelidad, resta imaginación, imbuyendo a lo que se cuenta de cierta rigidez respecto al original. Aunque también es cierto que la utilización de los recursos pirotécnicos en cuanto a visualidad, lejos de añadir complejidad a la acción, la disimulen con su impoluta maquinaria escénica. Por ello ‘Sin City’, a pesar de caer en este exiguo error, propone un constante juego de paradigmática iconografía tonal y estética. Precisamente, el juego escrutado por Frank Miller en cada historia desarrollada en su ciudad del pecado.
Para la versión cinematográfica, Rodríguez y Miller tomaron como guión una amalgama de varios ‘cómic-books’ de Miller, el original ‘Sin City’, ‘That Yellow Bastard’ y ‘The Bif Fat Kill’ y la historia breve ‘El cliente siempre tiene razón’, configuradas como la piedra angular de esta esperada cinta. El mundo planteado por Miller es un cosmos lúgubre, corrompido, donde la procacidad moral se vincula los estamentos políticos, infectando a su vez a los clérigos, policías y demás custodios de la seguridad civil. Matones, prostitutas, asesinos a sueldo, políticos corruptos, gente de mal vivir, mafiosos de toda índole, locales con olor a fracaso y una orbe donde la fauna se caracteriza por su condición de ‘losers’ sin futuro en una ciudad llamada Basin City recoge las andanzas de unos personajes imbuidos por un entorno de pecado urbano, antihéroes y mujeres de armas tomar que buscan venganza y redención. Una ciudad donde sólo algunos inadaptados intentarán hacer su personal justicia.
‘Sin City’, reflejo una ciudad como destino y explicación de la vida de sus habitantes, apela a todos los condimentos que hicieron célebre los ‘cómics books’ de Miller, recuperando todos estereotipos del ‘hard boiled’ cimentados en los arquetipos nocturnales de la literatura de género negro creados Jim Thompson, Dashiell Hammett, Cornel Woolrich , Raymond Chandler, James Patterson, James Ellroy o el más significativo y referido cuando se habla de ‘Sin City’ Mickey Spillane y que encuentran su analogía visual en la ampulosa y omnipresente voz en off existencial tan propia del ‘noir’ que acapara la narración oral de la cinta. La película de Rodríguez no olvida en ningún momento el reto de narrar las historias de Miller, por eso, no duda en asumir que la historia tiene que excoriar en todo momento el paroxismo temático de sexo y violencia encontrado en los personajes creados por Miller, reclutados en un código moral que los sitúan en un perfil casi maniqueo, con unos valores equivalentes a los de un samurai ávido de venganza y justicia. En este aspecto, ‘Sin City’, enfoca sus objetivos a exteriorizar lo que hace años se definió como uno de los grandes defectos de la serie creada por Frank Miller, residente en el exceso de circunspección a la hora de homenajear al género negro, a esa estética pretérita. Y lo cierto es que Miller nunca buscó el ‘noir’ clásico, sino que lo reformuló en algo cruento, redundante, brutal capaz de combinar detalles tan absurdos como son gabardinas de detectives, katanas, esvásticas, voluptuosas chicas guerreras, pedófilos, bailarinas, asesinos caníbales y hampones casi ridículos.
Rodríguez ha salpicado su película codirigida con Miller (en realidad muestra de honestidad con lo que cuenta del realizador chicano) con la necesaria bestialidad, no es ironía ni sarcasmo, sino que fundamenta su atractivo en el cinismo, en la mala hostia con la que se exponen las diversas venganzas. ‘Sin City’ vendría a ser una película que constata que la libertad no concede ningún tipo de maniqueísmo, sino que se descubre en la expiación. Algo que Rodríguez lleva haciendo años hasta que ha llegar a esta genialidad de la cinematografía moderna. Por eso, al igual que su socio y amigo Quentin Tarantino (que aquí tiene su propia gloria al ser el ‘guest director’), Rodríguez no se corta a la hora plantear sus historias con sexo, violencia extrema no exenta de sadismo y de ese entrañable trasfondo de ‘white trash’ que irradian los habitantes de esta inmunda ciudad de impiedad en la que concurre una soterrada misoginia derivada de la estigmatización de la mujer vista como elemento sexual, haciendo de ella heroínas fundadoras de sus propias leyes más allá de los códigos establecidos, mostrándolas como efigies de las fantasías masculinas más primarias y umbrosas.
‘Sin City’ es, en definitiva, más allá de algunos errores puntuales derivados, por ejemplo, del desequilibrio entre las tres historias debido a la búsqueda de un forzado ‘crossover’ que la convierte en una innecesaria película de estructura fragmentaria que salta de una historia a otra, una cinta de escrupulosidad visual intachable que alcanza sin mucho esfuerzo la pretendida su atmósfera genérica, con una propensión intencional a la serie B no exenta de un embellecido anclaje en un pasado imaginario y cinéfilo, de puro cine espectacular, de genuino ‘Sin City’. Además de ese erotismo visual y su violencia gráfica y estilizada, cabe destacar un reparto coral lleno de estrellas, sobresaliendo un magnífico Mickey Rourke, cuyas profusiones con las drogas y el boxeo, unidos a su decadencia física, le han convertido en el perfecto Marv o Elijah Wood, Bruce Willis, Rosario Dawson o Benicio del Toro hacen de esta película toda una experiencia. ‘Sin City’ es la cumbre ejemplar de lo lejos que ha llegado el Séptimo Arte hasta el momento en su afán por adaptar una novela gráfica. Una exquisita obra de prodigioso virtuosismo que resulta irreprochable, contundente. ‘Sin City’ es, en definitiva, una experiencia que merece vivirse en el cine.
Miguel Á. Refoyo © 2005

miércoles, 10 de agosto de 2005

Extra Verano (VI): Charles Manson, "The Man Who Killed the 60's"

Tal día como hoy, hace 36 años, una asistenta llamada Winny Chapman entraba en el 10.050 de Cielo Drive. Tal día como hoy, cuando Chapman cruzó el umbral de la puerta no imaginaba que lo que allí vería sería una de las matanzas más crueles y sangrientas de la crónica negra del mundo del espectáculo y, como consecuencia de esto, una de las más célebres que se recuerdan en la necrología hollywoodiense. Antes sus pies, descubrió, horrorizada, los cuerpos mutilados de Jay Sebring, Abigail Folges, Steven Parent, Voytek Frycowsky y Sharon Tate, la esposa de Roman Polanski y entonces embarazada de ocho meses. Todos con múltiples cuchilladas asestadas con saña, despojados de varios de sus órganos y con un enorme epígrafe escrito con sangre en la pared de la lujosa mansión: “PIGS”. Es decir, “cerdos”.
Unas horas antes, todos los ocupantes de la casa solariega en pleno corazón de Cielo Drive charlaban en una noche irremediablemente calurosa (como esta misma de hoy, aquí, en España). El bochorno acuciaba a la bebida y a la búsqueda de todo tipo de refrigerios. Faltaban asistentes a la fiesta organizada en la mansión Polanski-Tate, pero ninguno de los presentes presumía nada de lo que iba a suceder. Charlie “Tex” Watson, con un fusil en la mano, se acerca a la casa acompañado de Patricia Krenwinkel, Leslie Van Houten y Susan Atkins, todos miembros de “La Familia” de Charles M. Manson, el líder de un celebérrimo grupo satánico que marcaría para siempre las vidas de los familiares de los allí presentes. Steven Parent, de sólo 18 años, ve cómo los intrusos cortan la luz del recinto, por lo que se dispone a abandonar la casa en su coche último modelo. Todo está oscuro. El la umbría penumbra, se oyen cuatro disparos. Parent yace muerto en el volante de su vehículo.
En el interior, Tate se abraza inquieta a su ex novio y amigo de Polanski Jay Sebring. En la planta baja, Abigail Folger tantea a oscuras intentando tocar algún mueble que la oriente mientras su novio, Wojtek Frykowski, uno de los ‘dealers’ que más droga proveyó en aquellos años a todo Hollywood, duerme víctima del alcohol sin enterarse de lo que su sucede a su alrededor. La puerta se abre y se percibe dentro de la casa cómo varias figuras se introducen en el interior. “La Familia” ha entrado.
Cuando Frykowski abre los ojos se encuentra a las tres jóvenes armadas con enormes cuchillos y a Watson apuntándole con su arma. Tate y Sebring no tardan en aparecer y se unen a la siniestra reunión con los extraños. Cuando Watson les manda ponerse boca abajo, Sebring desaprueba la acción, sustentando que Tate desobedezca a los maleantes, dado su avanzado estado de embarazo. Su intrepidez le vale un disparo que bautiza de sangre el inicio de la carnicería. Frykowski, impotente, intenta hacer frente a los asaltantes. Pero antes de que pueda dar un paso, también recibe dos disparos (uno en la cabeza) cayendo a los pies de su espantada novia, Abigail Folger, que suplica a Watson y a las chicas ofreciendo todo el peculio que lleva encima. Como respuesta a los ruegos en forma de gritos de histeria, Folger es salvajemente puñalada con más de treinta cisuras que dejan el suelo cubierto de sangre. Es la particular letanía de lo será una degolladero humano.
Sharon Tate no dice nada. Está en estado de ‘shock’. Frykowski es arrastrado por Krenwinkel, Van Houten y Atkins hacia el jardín. Se ensañan con él con una ferocidad atroz, inhumana, hasta llegar a las 60 puañaldas y esparciendo dentro de casa sus órganos vitales. La bella Tate implora por su hijo no nato. Grita, llora e implora desconsolada. De nada sirve. Watson mira absorto cómo sus chicas la afierran de sus dorados cabellos arrojándola violentamente al suelo. La orgía de sangre llegaba a su triste inicio cuando, sin ninguna piedad, asestaron una veintena de cuchilladas en el vientre de Tate que ve cómo han acribillado a su feto, para pasar a degollarla en un acto de sadismo extremo. Antes de irse, también hicieron lo propio con Sebring, al que ahorcaron del cuello en una soga colgada en una viga. En el otro extremo de la cuerda, pendía Sharon Tate, con la cabeza a punto de desprenderse de la cerviz.
“En 1969, la tensión racial desencadenará un holocausto de violencia. Pero estaremos a salvo en el desierto”. Era la consigna seguida por Charles Manson, creador de una estratosférica profecía que tenía como denominación el título de una canción de los Beatles: ‘Helter Skelter’. De hecho, Manson, consideró a los de Liverpool siempre como ‘Los 4 Jinetes del Apocalipsis’. Manson pronosticó una supuesta y perentoria llegada del Fin del Mundo (un Armageddon bastante truculento), debido a que la raza negra se revelaría contra los blancos. De esta catástrofe sólo un pequeño grupo elegidos se salvarían para volver a salir tras el Apocalipsis liderados por el propio Manson, que se reconvertiría en el nuevo Rey del Mundo. “La Familia”, no era más que un grupo de seguidores que Manson eligió entre ‘hippies’ y sediciosos adolescentes de la época (todos ellos bastante desorientados) a los que sustentaba con LSD, anfetaminas y confusas alocuciones acerca del bien y del mal desde una perspectiva manifiestamente mesiánica.
Manson no sólo sería el cacique y cabeza pensante de todos los asesinatos, sino que él mismo estaría presente en la noche siguiente de la matanza de Cielo Drive en otra casa ajena, esta vez en la del empresario Leno LaBianca y su mujer Rosemary en el 3301 de Waberly Drive, en las afueras de Los Angeles. Una vez dentro los ataron, vejaron y se los “echaron” a los salvajes Tex Watson, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten, quienes acabaron con sus vidas de un modo similar a la pareja. A Rosemary la tumbaron boca abajo en la cama. Leslie la sujetó mientras Katie y Tex la apuñalaban. Entre ambos le asestaron 41 incisiones. La joven Leslie no se atrevió a participar mientras estuvo viva, pero tras su muerte, embutió el cuchillo en sus nalgas más de 16 veces. Leno LaBianca aún corrió peor suerte. Tex le rebanó el cuello cuatro veces con un cuchillo de la cocina. Después lo dejó clavado y siguió apuñalándole con su propio cuchillo y cinceló con heridas en el abdomen de la víctima la palabra “WAR”.
Linda Kasabian, seguidora de la “Familia”, recibió más tarde inmunidad por dar información en contra del grupo. A pesar de que Manson no había participado en los asesinatos fue sentenciado por conspiración el 25 de enero de 1971. Tras ello, el 29 de marzo del mismo año, fue condenado a pena de muerte. Este veredicto fue más tarde cambiado por el de cadena perpetua, después de que la Corte Suprema aboliera la pena de muerte en California. Hoy en día Manson sigue en prisión, esperando salir para volver a matar. También fueron sospechosos de la masacre Robert Beausoleil, Bruce Davis y Steven Grogan, otros componentes de “La familia” con cierta reputación de jóvenes promesas de la interpretación en aquél entonces.
Más o menos, esta es la siniestra y célebre historia que rodeó a esta insidiosa “Familia” de Manson. Pero quedaron oscuras lagunas con uno de los personajes más oscuros que han pasado por Hollywood en su reciente historia: Roman Polanski. Años después de los crímenes de Cielo Drive, se supo que Charles Manson había estado en la casa de Polanksi anteriormente al menos dos veces. Alguna de ellas, invitado por el propio Polanski a sus numerosas de sus fiestas de drogas y alcohol desenfrenadas, como era práctica habitual en la época de los ‘Easy Riders y Rangings Bulls’ del mundo del cine de finales de los 60 y principios de los 70.
Sólo entonces se especuló con varias incógnitas que hasta hoy siguen sin resolverse. La figura del no menos afamado Anton Szandor Lavey, salió a la luz como una de las figuras clave en toda esta historia. En ‘Rosemary’s Baby’ (un día me juré no escribir su erróneo título español –y prometo que será uno de los primeros posts que escribiré a a mi regreso de estas extrañas vacaciones-) Polanski había contado con la asesoría satánica del por entonces llamado Papa Negro, toda una institución nigromántica dentro del mundo del ‘artisteo’ y las estrellas de Hollywood. ‘Rosemary’s Baby’ además de incluir en sus escenas un fidedigno ambiente demoníaco y blasfemo, fue rodado en el edificio Dakota, donde había vivido el creador de la ‘Golden Dawn’ Aleister Crowley y donde unos años después Mark Chapman (integrante de unos fieles fundamentalistas dedicados a acabar con sectas mefistofélicas) acribillaría a John Lennon, a quien suponía un hijo de Satán.
Polanski debía haber estado allí, en la fiesta de Cielo Drive. Sharon Tate no pudo confesar su confusión por la ausencia de su marido. Steve McQueen tampoco fue, cuando su presencia estaba más que confirmada. Y algunos de los habituales en la residencia de los Polanski que, de algún u otro modo, estaban relacionados con las acciones nigrománticas de la época, tampoco aparecieron. Muchas estrellas estaban obsesionadas con el tema demonológico, así que hay teorías que apuntan a que Polanski pudo llegar a un acuerdo para someter a su propia esposa a un siniestro rito sectario que hubiera llevado a cabo desde la sombra el oscuro LaVey. Todo ello son rumores, lógicamente. Pero no dejan de ser curiosas las diversas historias que han girado en torno a la fatídica noche de agosto.
Nada hacía pensar que Polanski tuviera que estar ausente en aquella velada. La excusa perfecta era un imprevisto viaje Europa en plena preproducción del filme ‘The Tragedy of Macbeth’, que empezaría un par de años después. Un rumor que no hace más que alimentar la tenebrosa leyenda de lo que sucedió allí, tal día como hoy, en Cielo Drive.
De los demás actores y actrices, directores, guionistas, productores y reconocidos escritores que tenían que estar allí aquella noche poco o nada se sabe. Y parece ser, nunca lo sabremos.

viernes, 5 de agosto de 2005

Extra Verano (V): Neurastenia musical

Aquí Refo, informando al borde del colapso.
Estas vacaciones no eran lo que parecían en un primer momento, ya que están siendo un periodo sin descanso, donde la pequeña tregua personal para el sosiego está postergándose por una colérica actividad infrangible, sin tiempo para disfrutar de momentos de asueto.
Sabedor del difícil desafío que supone encontrar un trabajo digno adaptado a mis características laborales, he rehusado sólo a dedicarme a encontrar un puto empleo digno. Por eso, ahora en vez de apesadumbrarme en mi casa sin una perspectiva perceptible, cada día me paso cinco horas delante un ordenador ajeno, que últimamente está transmutándose en familiar (incluso está custumizado a mi gusto). La razón: he decidido fructificar mi tiempo apuntándome a un curso de diseño de páginas web y multimedia. Son 350 horas (casi tres meses y medio), vía IFES en colaboración con la Junta de Castilla y León. Llevo dos semanas y media y ya conozco (de un modo práctico) todas las etiquetas de HTML y las Hojas de Estilo (CSS), por lo que la diligencia y eficacia del curso está más que patentizada. Si a eso sumamos un inmejorable ambiente en el aula, con gente conocedora del medio informático y un simpático profesor que se ha convertido en un colega más, afable individuo dotado con el talento que poseen los hombres competentes y versados en todo aquello que exponen, tenemos una grata experiencia en la que no me arrepiento de estar participando activamente. Pronto me sumergiré en el fantástico universo del Flash, el PHP y el ASP, conceptos tan carpentovetónicos como ineludibles en el marasmo internátuico.
Además de trabajar diariamente en ‘Una sombra en el espejo’ y, sobre todo, ‘El Reencuentro’, nuestros próximos proyectos cortometrajísticos, de estructurar junto a mi últimamente inseparable Myrian la página web de El Pentáculo (para que pronto todo el mundo pueda ver ‘El límite’), organizar el arduo trabajo que llevaré (junto a Alex Zúñiga y Tomás Hijo) en la grabación de un mastodóntico espectáculo teatral que prepara Ángel González Quesada y esbozar lo que será mi primer ‘videoclip’ musical para los siempre extraordinarios Fistfuck Supershow, he encontrado espacio para recrearme en una histórica situación cultural dada en mi ciudad, la infinita Salamanca. En menos de una semana he asistido a cuatro conciertos de calidad. Y sin contar que el abusivo precio del correspondiente a The Prodigy ha imposibilitado mi asistencia al mismo.
Ver a Kronos Quartet por primera vez es una experiencia única. Como todo indocto que se precie, descubrí al cuarteto de cuerda más talentoso del panorama musical a través de la banda sonora incidental de ‘Requiem for a Dream’, de Darren Aronofsky, junto al excelso Clint Mansell. Impresionantemente eclécticos, David Harrington, John Sherba y Hank Dutt (Jennifer Culp no pudo deleitarnos con su cello al encontrarse enferma, siendo sustituida por un magnífico músico suplente) presentaron un grupo que puede tocar cualquier pieza musical, por muy imaginable que ésta sea.
Desde el enfurecido ‘Cat O’ Nine Tails’ para John Zorn, composición de perturbada singularidad y delirio musical, al arreglo más clásico ‘Die zwei valúen augen’ del compositor Gustav Mahlar, pasando por la experimentación de las bandas sonoras de Bollywood de los 60 con ‘Suite’, de Raúl Dev Burman, hasta acabar con míticos ‘bises’ donde tocaron el himno americano lisérgico y frenético de Jimmy Hendrix, siempre sin perder una vocación atrevida y empírica con los instrumentos de cuerda, dando como consecuencia su singular perspectiva artística, impactante y devenida en la maestría que aporta la experiencia de permanecer más de dos décadas en una posición de privilegio.
Ainara LeGardon, además de una gran amiga, es una de artistas con más talento de nuestro país. Injustamente, es poco conocida en la escena musical, pero los que la siguen y escuchan saben que es una de las mejores voces que se puedan escuchar en la actualidad. Además de eso, Ainara es una prodigiosa compositora, albergando características únicas como músico; destilando en sus impagables directos una señera personalidad llena de fuerza y energía. Cuando Ainara está sobre el escenario, con su guitarra en ristre, no puedes dejar de contemplarla, disfrutando de cada matiz, de cada acorde, de su envolvente voz. Una intérprete que se hace respetar ofreciendo a cambio notables dosis de elegancia hipnótica, de una inmensa categoría artística.
De inclasificable estilo, definido muchas veces como ‘folk-rock’ fronterizo y crepuscular, con clara influencia americana, pero personal y privativo de una cantante única, es reseñable el contraste entre el ritmo sosegado de muchas de sus canciones, melódicas y llenas de sentimiento y exteriorizadas con desabrimiento y sinceridad, con las absorbentes fábulas acerca de personas aturdidas y desorientadas, de ingenua alma encerrada en violentas entidades. Si tenéis la oportunidad, os recomiendo encarecidamente sus dos discos en solitario ‘In the Mirror’ y ‘Each day a lie’, ambos producidos por Chris Eckman.
Otro de los conciertos a los que he asistido ha sido al de los Giant Sand, otro de esos grupos desconocidos que merecen una más que justa consideración. El grupo liderado por Howe Gelb presentó en Salamanca ‘It's all over the map’, tal vez su trabajo más sencillo, donde por supuesto no faltan consonancias de tipo pop caladas en un marcado tono Rock y Folk, difundidas por guitarras acústicas, apoyos eléctricos y acompañamientos de piano y armónica que el mismo Gelb toca haciendo espectáculo, moviéndose constantemente entre tres micros con diversas modulaciones que modifican su voz según convenga, recordando ora a Tom Waits, ora a Bob Dylan, ora Johnny Cash, pero siempre con la personalidad de un cantante muy mítico. Bajo un anormal y acojonante frío en las postrimerías del Tormes, los Giant Sand cargaron el ambiente con una atmósfera de un buen rollo algo extraño, a medio camino entre lo añejo y lo novedoso, donde las raíces profundas y arraigadas sucumben a la poética de la naturaleza, a la imperfecta belleza de los conceptos fronterizos, del actual y ajado ‘western’.
En un momento musical post-indiustrial en el que se busca unos designios en exceso solemnes, que Giant Sand relegan para configurarse como defensores de la tradición oral, veraz y desenfadada, tan abrumadora como el suspiro del aire que soplaba frío en una noche salmantina de verano.
Por último, me dejé caer por el recital de maestría de una voz como la de Deborah Carter, toda una dama del jazz, de inapelable sentimiento del ‘rhythm & blues’ y ‘swing’. La quintaesencia del control y la expresión sobre un escenario son difíciles de encontrar en la actualidad, algo que queda patente con la variedad de estilos y el maravilloso control vocal de una de las mejores voces femeninas que he escuchado en directo.
Con su perfecto castellano (pese a ser una oriunda de Estados Unidos), Ms. Carter vino a Salamanca a presentar ‘Girl-Talking!’, un trabajo del que descubrió algunas piezas, como algún corte de Lionel Hampton, Horace Silver, Charlie Parker, Los Beatles o Donald Fajen con unos arreglos maravillosos adaptados a una preciosa voz como la suya, que recuerda a grandes señoras del género como Dee Dee Bridgewater, Paula West o Diane Reeves, pero aportando a su música una atrayente fusión de influencias latinas y mediterráneas. Otra noche de ensueño con predominante sentimiento jazzístico acompañado por Coen Molenaar, en el piano, Enrique Firpi, en la batería y Mark Zandveld en el bajo, artistas de solidez instrumental que se ponen completamente al servicio de la rica y plena voz de Deborah Carter.
Una lástima que este mes de agosto el programa cultural que conmemora el 250 aniversario de la Plaza Mayor decaiga un poco en relación al recién finalizado mes de julio.
En cualquier caso, seguiré informando desde este nunca mejor llamado Abismo.

domingo, 31 de julio de 2005

Extra Verano (IV): Cita cinematográfica esta noche, en La 2

Corría el año 1999 y por aquel entonces ya era un sufrido colaborador de prensa acreditado en el Festival de Cine de San Sebastián, el evento cinematográfico al que más afecto he tomado a lo largo de todos estos años. Corría la 47ª edición del certamen donostiarra y tras el que, posiblemente, haya sido el viaje en tren más divertido, surreal y apoteósico de toda mi vida (algún día lo narraré aquí con todo lujo de detalles), me sumergí en el Festival con dos de mis mejores amigos en la actualidad y compañeros de profesión en aquel momento, Fernando Bernal y Raúl S. Pedraz.
El inicio del festival fue de lo más titubeante, con películas horrorosas, muestras infames de falta de talento, desdeñables desde cualquier punto de vista, con largos intervalos para dormirse en una sala, tan sólo pudiendo acudir a las obras clásicas de John M. Stahl y la sabiduría cinéfila de Bertrand Tavernier (objetos de sendas retrospectivas) como páramo fílmico entre tanta bascosidad. El poco interés que despertaron las películas vistas a lo largo de cuatro largos e inacabables días de cine desprendía un halo pésima calidad que parecía no acabar nunca. Hasta que asistimos a un simple fenómeno que llegó a nuestros ojos a modo de panacea.
El título de esta pequeña obra que despierta esta absurda nostalgia es ‘Bobby G. Can’t Swim’, película debut de John-Luke Montias, cinta absolutamente independiente (con ese innegable sabor del legítimo concepto ‘indie’), una historia mínima que retrata el mundo de los pequeños ‘dealers’ y las prostitutas del Hell’s Kitchen de Nueva York, todo ello desde una perspectiva diferente, donde los pequeños instantes de la vida de este pobre diablo tienen una trascendencia vital en la narración. De cadencioso ritmo, bien contada, con una historia más que interesante y muy honesta con cada segundo que pasa en el filme, ‘Bobby G. Can’t Swim’ cuenta el problema que le surge a Bobby Grace, un pequeño traficante de droga interpretado por el mismo Montias, al que tan sólo le queda una hora para encontrar 30.000 dólares o perder la vida.
Recuerdo que antes de la proyección, asistimos a ese séptico producto perpetrado por Juanma Bajo Ulloa bajo el título ‘Pop-Corn’ y el mismo John-Luke Montias, un tipo campechano, simpático y humilde apuntaba que su película había costado la mitad que el corto que acabábamos de padecer, sin entrar a valorar su calidad, pero a su vez dejando claro el cariño y el esfuerzo con la que había sacado adelante su primera película. ‘Bobby G…’ es una pequeña joya que no esperaba encontrarme nunca más, como esas películas de festival a las que uno ama durante largos años, esperando volver a tropezarse con ella, como un extraño y efímero amor que a veces nunca vuelves a reencontrarte en tu vida (algo parecido me pasa con una película asiática llamada ‘Mizu no naka no hachigatsu’, de Yoichiro Takahashi –también vista en San Sebastián-).
Pero el destino ha querido que esta misma noche, de madrugada, La 2 de TVE emita, supongo que en V.O.S.E., esta pequeña película que, desde el Abismo, os invito a descubrir esperando que, al menos, os llegué de la misma manera como nos llegó a nosotros en Donosti hace seis años. No estamos ante una obra maestra, tal vez ni siquiera sea una gran película, pero lo que sí es cierto es que este filme evoca recuerdos personales y alimenta la leyenda que sugiere que las pequeñas cosas son las que persisten en la memoria, casi siempre, debido la modestia de sus designios. Y en ése aspecto, ‘Bobby G. Can’t Swim’ es un buen ejemplo de ello.
Si podéis, vedla, grabadla, robadla. Pero no os la perdáis.

viernes, 29 de julio de 2005

Extra Verano (III): 'Some Kind of Monster', obra de culto documental

La crepuscular visión de una leyenda musical
Hace mucho tiempo que lo tenía en reserva y por fin lo vi hace un par de días. Recuerdo que Eugenio Mira sintetizaba una secuencia del solemne documental ‘Some kind of Monster’ como elucidario de un trabajo visual tan descomunal y megalómano como análogo a lo que se cuenta. Lars Ulrich, miembro fundador de Metallica, uno de los mejores grupos de rock de la historia, arrogante y estúpidamente filosófico en sus fingidos apotegmas, está tumbado en un sofá mirando la obra ‘Profit 1’, del genial Jean Michel-Basquiat. Ulrich, consciente de ser un ignaro artístico, se pregunta porqué el cuadro no tiene la misma cantidad de pinceladas en un extremo que en otro. Atribuye, en su incapacidad de análisis, que la obra puede que no esté “terminada”, comparando el trabajo del cuadro a lo que él siente cuando termina un disco, sobre la posibilidad de que esté o no acabado. Tal vez reflexionando sobre el momento presente de Metallica.
Esta reflexión y muchas más dan un sentido casi antropológico de un grupo inigualable, del proceso creativo, de cómo Metallica como concepto ha absorbido la vida de sus integrantes y ha quedado por encima de ellos, mitificando su magnificencia más allá de los problemas, las disputas y malas rachas del elenco humano que lo constituye. ‘Some Kind of Monster’, el documental de Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, es una profundización en la vida de la banda de rock más exitosa de las últimas dos décadas, en un recorrido que transita sobre los problemas personales y profesionales que se produjeron mientras grababan su primer trabajo en estudio tras un paréntesis de cinco años y que daría como consecuencia ‘St. Anger’, el último disco de Metallica hasta el momento. Lo que los directores del documental proveyeron como una ‘obra encomio’ ensalzadora de la leyenda del grupo (tal vez para demostrarse a sí mismos la ostentación de la banda sin uno de sus pilares) se transformó por arte del destino en un excelente e imponderable ‘reality show’ de dos horas y media donde en vez de constatar la magnanimidad de un grupo antológico, el engreído Lars Ulrich, el genuino James Hetfield y el estoico Kirk Hammett (todos guiados en su nuevo disco por el productor y amigo Bob Rock) intentan salvar a toda costa una banda que ha vendido más de 90 millones de álbumes en todo el mundo.
Es un viaje al infierno de unos artistas carcomidos por sus demonios, adicciones y difíciles relaciones durante dos décadas que, evidentemente, han ido haciendo mella en tres hombres que han cambiado la esencia del ‘rock and roll’ por problemas mucho más humanos y maduros como los que se pueden evidenciar en este documental de culto.
Casi tres años de grabación, 1200 horas de imágenes y una portentosa capacidad para armonizar lo trascendente con lo absurdo, la seriedad con la fortuita comicidad de lo problemático, vinculando la gravedad y lo inconsecuente, Berlinger y Sinofsky muestran el valor de un trabajo aceptado por los chicos de Metallica para ofrecer al mundo cómo los trapos sucios y la capacidad de no renunciar a un mito donde ellos están impregnados de una comprensible deidad sirven esta vez para sacar al grupo del insondable ocaso en una nueva etapa de expectativa y furia, cual Ave Fénix procura reverdecer su imagen pública, a pesar de una lasitud encontrada a través de tantos años de convivencia.
El itinerario comienza con la retirada del bajista Jason Newsted de un grupo que abandonó en 2001 tras 15 años en Metallica, funesta eventualidad como punto de partida de una serie inagotable de contrariedades que van en aumento a lo largo de ‘Some Kind of Monster’. Ulrich ha llegado a un momento de autoconvencimiento de gloria musical, subvirtiendo su condición de mortal para convertirse en un infausto sofista del absurdo, adoptando una pose que transforma sus momentos en pantalla en lo mejor del documental, haciéndonos ver que en su circunspecta actitud se oculta un grotesco personaje capaz de llevar a los tribunales a Napster, dejarse llevar por la opinión de un padre sacado de una novela de Hunter S. Thompson o aceptar un careo con Dave Mustaine en el que éste devasta la memoria de Ulrich echándole en cara todo el resentimiento acumulado en veinte años e incluso menospreciar a cualquiera que se le ponga por delante con su ademán despectivo, egoísta y mezquino.
Por su parte, James Hetfield intenta relegar su relevancia dentro del grupo, conocedor de su colapso creativo, yéndose a cazar osos a Rusia, marginando a su familia, a su grupo y a él mismo, lo que da como consecuencia la aceptación de sus problemas con el alcohol y las drogas en un proceso que resulta uno de los puntos clave del documental; la madurez de un hombre que vuelve a la carga sabedor de que las cosas ya no son lo mismo. Un hecho que Kirk Hammet, estoico, silencioso y observador (posiblemente el miembro más coherente del grupo) tiene asumido desde el comienzo de la película, lanzando comentarios envenenados sobre su condición de proscrito como parte fundamental de Metallica (“así me he sentido yo los últimos 15 años” reprocha a Hetfield cuando éste no puede asumir el cargo de líder debido a programa de desintoxicación).
Un grupo herido que, al igual que un matrimonio en crisis, no duda en contratar los servicios de un terapeuta que armonice los continuos enfrentamientos y el momento de tribulación por el que atraviesa el célebre grupo. Del memorable recuerdo de ‘Seek & Destroy’ pasamos a ver a unos veteranos roqueros exponiendo sus problemas ante el psiquiatra Phil Towle, un doctor que cobra 40.000 dólares al mes por seguir la evolución de una maltrecha relación de dos líderes natos como son Hetfield y Ulrich en una lucha de egos inabarcable. Una sombra transformada en una presencia demasiado poderosa, involucrándose incluso en el nuevo disco de Metallica (obviamente, acaban despidiéndole). En ‘Some Kind of Monster’ no hay lugar para la épica, ni para la contemplativa exégesis de la leyenda histórica de Metallica. ‘Some Kind of Monster’ es la demostración de cómo los componentes de una banda consumida por el paso de los años aparca las diferencias, contiene el insulto y la violencia en un superfluo esfuerzo por seguir siendo el mito que todos recuerdan.
Los tres componentes son conscientes de la situación, pero veneran lo que son, contrariamente a que ninguno de los tres disfruta con el proceso creativo como lo hacían antaño. “Analizar y aliviar las tensiones en la banda”, se oye en varias ocasiones de la boca del Dr. Towle. Pero ‘Some Kind of Monster’ no es una película que se sumerja en la psicología de un grupo que lucha por su supervivencia, si no que dejando a un lado esa involuntaria parodia en la que muchas veces caen de forma inconsciente, (sólo hay que escuchar la frase de Ulrich “Tenemos que demostramos que se puede hacer música agresiva sin energía negativa”), representa la peor pesadilla de un grupo de rock que vuelve a la vida cuando la cadena MTV les dedica un homenaje y revela el significativo núcleo de la actual existencia de Metallica: la aceptación de que su actual momento no es más que un negocio, que la alienación de la fama les ha convertido en ‘freaks’ enflaquecidos por una quimera que no es ni de lejos lo que era, trascendenetalizando todo su entorno hasta el paroxismo.
Sólo cuando la cadena MTV les propone ese homenaje, accediendo a la categoría de vendible producto ‘mainstream’ (algo que ya visible desde el LP ‘Load’) y el forzado ‘casting’ del nuevo bajista que encumbra al portentoso ex bajista de los Suicidal Tendences Robert Trujillo (al que le ofrecen, de entrada, un millón de dólares en mano por una continuidad familiar contratada) es cuando los demonios del grupo se hacen patentes: Metallica se ha convertido en un producto comercial, echando de menos los viejos tiempos al recordar varias veces al malogrado bajista Cliff Burton, que sigue estando muy presente en espíritu, llevando a Ulrich y Hetfield a preguntarse “qué haría Cliff si estuviera aquí a la hora de tomar alguna decisión”. La determinación del título del nuevo disco (‘St. Anger’), el fabuloso epílogo con el grupo grabando el nuevo ‘video-clip’ en la prisión de San Quintin (San Francisco) y la reaparición para la nueva gira en el Network Associates Coliseum de los Raiders ante 100.000 personas pretende conferir un halo de magnificencia y honestidad final que no reside en el lanzamiento como tal del disco ‘St. Anger’ y la aparente superación de las adversidades, si no en toda la intencionalidad, a veces consciente, a veces no, con la que los autores del documental se aproximan al proceso creativo de canciones como ‘Frantic’, ‘St. Anger’, ‘All Within My Hands’ o ‘Some kind of monster’. Como analogía queda la auténtica introversión que está subvertida en el mensaje final: mientras Metallica sufre y padece por su condición de leyendas para lanzar su último disco al amparo de la cadena más multitudinaria y de moda de los últimos tiempos, Jason Newsted disfruta en un pequeño teatro tocando con entelequia y sin preocupaciones con su nueva banda ‘Echobrain’.
El caso es que, por mucho que desfallezca Metallica, nadie podrá despojarnos del recuerdo de la epopeya musical que se creó siguiendo los pasos de influencias como Iron Maiden, Misfits, Diamond Head y, por supuesto, los Motorhead. Metallica ha sido uno de los grupos más grandes de la historia de la música con sus míticos temas ‘No Remorse’, ‘Seek&Destroy’, ‘The Four Horsemen’, ‘For Whom The Bell Tolls’, ‘Creeping Death’, ‘Fade To Black’, la impresionante ‘The Call Of Ktulu’, ‘Master Of Puppets’, ‘Welcome Home (Sanitarium)’, ‘Blackened’, ‘Harvester Of Sorrow’, 'One' (posiblemente, mi tema favorito de Metallica), ‘Enter Sandman’, ‘Sad But True’, ‘Nothing Else Matters’...
Sólo viendo ‘Some Kind of Monster’ la pregunta que Ulrich se hace mirando su cuadro de Basquiat tiene sentido: “¿cuándo es necesario que algo acabe? ¿Cuál es el significado de “finalización? ¿Metallica es un grupo acabado?".

lunes, 25 de julio de 2005

Extra Verano (II): La heroica gesta de los siete Tours consecutivos

Lance Armstrong: Demostración de proeza humana
Hubo un tiempo en que la leyenda atestiguaba que ningún ciclista podría ganar siete Tours de Francia consecutivos. Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault y Miguel Indurain habían logrado cinco máximas victorias en la ronda francesa, pasando a formar parte de los elegidos, del olimpo de un deporte intenso donde el límite físico parece no existir.
Ayer, un hombre extraordinario, un superhéroe del deporte, alcanzó la gloria que sólo han merecido unos cuantos privilegiados en los fastos del deporte. Ayer, Lance Armstrong (Austin, Texas, 18 de septiembre de 1971), se convirtió por méritos propios en el mejor ciclista de todos los tiempos. Hay quien refutará esta teoría advirtiendo épocas pasadas. Hay quién, sin falta de razón, proclamará a Merckx como el gran astro del deporte de la bicicleta. Pero ni siquiera el mitológico corredor belga fue capaz de anunciar su retirada varios meses antes de ganar su último Tour. Todas las leyendas mencionadas fracasaron en su intento de dejar el ciclismo en el pináculo, no pudiendo dejar su cetro transformados en imbatibles guerreros. Sólo Armstrong ha sido capaz no sólo de hacer realidad la hazaña, sino que además se va como el único corredor que ha ganado el Tour la imposible cifra de siete veces de forma consecutiva. Una proeza que se antoja inverosímil para las generaciones venideras, que ahora podrán soñar con ganar una carrera que durante los últimos años ha tenido un dueño indiscutible, un hombre con un afán de superación ilimitado capaz de desafiar y vencer a la leyenda del Tour, la carrera más dura del circuito ciclístico internacional.
En su propia epopeya, quedará el terrible cáncer testicular con metástasis pulmonar y cerebral que padeció en 1996, enfermedad que superó gracias a una complicada intervención quirúrgica y un agresivo tratamiento de quimioterapia, pero también gracias a una fuerza de voluntad inhumana, hazaña mental y física que refleja la capacidad del cuerpo humano para adecuarse al entrenamiento físico, por muy quebrado que éste pueda parecer. En 1999, Armstrong se presentó pletórico de moral y su director Johan Bruyneel le convenció de que el milagro era posible: vencer el Tour de Francia. Y así fue. Arrasó. Seis años después, Armstrong ha ganado aquélla carrera y seis más, con una ejemplar potestad. A punto de cumplir 34 años, Armstrong es también el ciclista más mayor que lo gana desde que Gino Bartali lo consiguiera en 1948.
Cuando el 18 de abril de 2005 anunciaba en Georgia en rueda de prensa que se retiraba después de intentar su último asalto al Tour, pocos dudaban de que este superhombre lo consiguiera. Una idea que muestra a qué nivel de confianza ha llegado una opinión general malacostumbrada que, lejos de reconocer el denuedo y la gesta, se ha habituado a sus continuadas conquistas sin precedentes, con el ímpetu del campeón que quiere ganarlo todo, sin dar tregua a un rival que ha tenido que batallar mucho para ganar las etapas (sobre todo las de montaña) en las que el inalterable líder ha estado presente para la victoria final.
Ayer, en el podio de ganadores de los Campos Elíseos, con el Arco del Triunfo de fondo, un refulgente Armstrong escuchó por última vez las notas del himno de Estados Unidos después de recibir su último ‘maillot’ amarillo de manos de Bernard Thévenet, otro grande del Tour. Tras esto, Armstrong lanzó uno de las más bellas loas de amor al ciclismo cuando expresó la frase que pasará a la historia por definir su esfuerzo ante los incrédulos que poner en tela de juicio un deporte tan duro como lo es el ciclismo: “Lo siento por los cínicos, por los escépticos que no creen en el ciclismo, que no creen en los milagros”. Y acostumbrados a glorificar lo mediocre, es de recibo conferir al soberano su sitial en la historia. Pasará mucho tiempo para otro deportista, más allá del ciclismo, demuestre lo que Armstrong dejó claro ayer; que además de pasar a ser uno de los mejores deportistas de la historia, por encima de cualquier juicio de tipo competitivo o atlético, lo conseguido por el americano es un indiscutible ejemplo de superación y un aliento de esperanza para muchas personas que han visto en él un ejemplo a seguir.
Por todo ello: ¡Gracias, Lance!

sábado, 23 de julio de 2005

Extra Verano (I): Inolvidable recital de Maceo Parker

Hacía ya muchos años que no disfrutaba un concierto con la intensidad con la que me recreé en una de las mayores y apoteósicas funciones musicales vistas en esta ciudad en mucho tiempo. El pasado miércoles asistí a un memorable recital de uno de los nombres más importantes de la música contemporánea: Maceo Parker.
La pequeña plaza de San Román, acostumbrada a albergar a músicos de culto, de percusión étnica o jazzística se llenó para presenciar al maestro en pleno estado de gracia. Jamás había visto tanta gente en un recinto abarrotado de un público heterogéneo de todos los estratos, distinta fauna social y de diversos gustos musicales para rendir pleitesía a un genuino maestro, de los que ya no quedan en este mundo viciado de fama efímera y de arbitrarios reconocimientos. Su volcánica forma de tocar el saxofón y su incendiaria pasión dejaron para el recuerdo una de esas inolvidables y antológicas actuaciones en directo que han transformado a este veterano músico nacido en 1943 en Kinston (Carolina del Norte) en un auténtico demiurgo del jazz, el ‘rhythm & blues’, pero sobre todo, en uno de los padres del ‘funkie’ moderno.
Conocido injustamente por ser el director musical de la banda de James Brown durante décadas, siendo el responsable directo de que aquélla fuera la insuperable máquina del ritmo inigualable, Maceo es una de esas piezas fundamentales sin las que la música no sería lo que es. El ‘funk’ le debe mucho. Un hombre que ha tocado a lado de Marvin Gaye y Ben E. King, que ha sido cimiento fundamental en la adoración de los Parliament de George Clinton o con The Horny Horns, de Bootsy Collins y Fred Wesley y abrigar con su apoyo a otro padrino de la música, aquel artista sin nombre que vuelve a llamarse Prince, tiene el suficiente prestigio como para levantar el aplauso, el baile desenfrenado y la exaltación de un público que se entregó a una banda que tiene como característica principal presentarse como una apisonadora sónica capaz de persistir en su frenesí bailable y diversión durante más de tres horas sin que el público desfallezca y quiera más, como una extraña e inexplorada adicción. Sus conciertos son famosos por no dar un solo respiro a su público, pudiendo llegar a durar hasta cuatro horas de enardecida música sin freno, momento en el que Maceo Parker y toda su familia ‘funky’ logran una glorificación impecable.
La elegancia del saxofonista y su manera de ganarse al público merecen todos los elogios del mundo. La banda de Maceo es grande en muchos sentidos y como él lo sabe no duda en ofrendarles todos los aplausos a ellos, obsequiándoles con gritos jaleados al espectador, haciendo referencia al fundamento de su éxito. “What about the band?” gritó varias veces, arrancando así muchos más aplausos dirigidos a su gran familia ‘funkie’. Como bien ha señalado en varias ocasiones su música es “un 2% de jazz y un 98% de puro funk”. Y vaya si lo es. Basta sumergirse en la escena, dejarse llevar y deleitarse de sus enérgicos ‘grooves’ para que entregarse a una experiencia que pone los pelos de punta.
Con la esencia de los grandes, con la sustancia artística que hicieron grandes a Hank Crawford, Cannonball Adderley y King Curtis, Maceo realizó un ejemplar recorrido a su discografía que fue desde el ‘Shake Everything You’ve Got’ como himno, su particular y engrandecida pasión en ‘Soul Power’ que transformó sobre el escenario en ‘My baby loves you’ franqueando el recuerdo de James Brown cantando una impresionante versión de ‘Sex Machine’. Él asegura que de James Brown lo aprendió casi todo lo que hace falta saber en el negocio del espectáculo, adiestrándose en un mundo de agotadoras giras por todo el planeta. Sus dos primeros discos en solitario con su grupo ‘Maceo & All The Kingsmen’ (‘Doing Their Own Thing’ y ‘Funky Music Machine’) ya dejaban patente que el talento con el saxofón sólo era una parte de la grandeza del genio. Durante la década de los 80, formó parte de la fundación del ‘hip hop’ y del ‘acid jazz’, poniendo de moda sus inconfundibles ‘samples’ en abundantes grabaciones de una época tan añorada como aquélla.
Su música encuentra sus raíces en John Coltrane, Charlie Parker, Sonny Stitt o Cannonball Adderley, pero siempre con un propósito de transformación en la que su música se desvía hacia otro sentido estilístico propincuo al ‘funky’, una relación que le emparenta a los James Brown, Ray Charles y todos aquellos saxofonistas que marcaron una ilustre generación formada por Hank Crawford, David "Fathead" Newman o King Curtis. Sus siguientes discos ‘Roots Revisited’ (10 semanas en el Nº 1 de las listas de Bilboard), ‘Mo´ Roots’, ‘Southern Exposure’ y sobre todo ‘Life On Planet Groove’ consolidarían su carrera en solitario con un sonido mas sólido y un estilo más que personal, cuya formula fusionaba el jazz y el ‘funk’ como nadie antes lo había hecho.
En ‘Funkoverload’ Maceo dio a conocer a su hijo Corey Parker, heredero del talento de su progenitor, sólo que orientando su arte musical al ‘hip hop’, haciendo que su ‘rap’ tenga un sentido que hoy pocos alcanzan. ‘Dial: M-A-C-E-O’ recogió su faceta adaptador de magníficas versiones de temas de Paul McCartney, Ani DiFranco, Prince y The Isley Brothers. Una carrera musical apuntillada por sus dos últimos y colosales discos ‘Maceo by Maceo’ y el reciente ‘School’s In!’, que manifiestan que la madurez no es más que un aliciente para vigorizar su sentido del espectáculo, su ritmo pegadizo, su saber hacer.
Una admirable capacidad profesional justificada en el concierto ofrecido el pasado miércoles en Salamanca. “We love the groove!”, gritaba Maceo en su enfático show de impecable factura en la que todos sus componentes brillaron con luz propia. Destacó el gigantesco Rodney “Skeet” Curtis con su bajo eléctrico, un tipo con una imagen a medio camino entre La Cosa y Forest Whitaker, además de la batería del inagotable Jamal Thomas y Morris Hayes en los teclados. Los abundantes solos de todos ellos tuvieron su punto álgido con Bruno Speight y su potente guitarra que dejó paso a Ron Tooley a la trompeta y Greg Boyer al trombón (una sección de viento marcada por una distintiva vena jazzística), convenciendo al respetable con su elegante pericia. También hubo tiempo para que los coristas se lucieran. Martha High, ofreció un recital en su canción en solitario con su desgarradora voz y Corey Parker dejó claro que el ‘hip hop’ también puede encontrar su causa en el jazz.
Parker no sólo toca el saxo. Canta, baila, dirige a su banda, es un ‘showman’, transfiere a su grupo la seguridad que sólo puede legar un líder nato. Un espectáculo sólido y contundente. Maceo Parker y su banda se ganó el respeto y el cariño de un público volcado en un concierto irreprochable dentro de una mágica noche difícil de olvidar.

martes, 19 de julio de 2005

To be continued...

Ha llegado ese ineludible momento para el respiro, el lapso de tiempo necesario para descubrir las irremediables vías de escapes de la cotidianidad y exigencia a la que conlleva actualizar cada día del año un weblog como este Abismo que se ha convertido en parte fundamental de mi vida. Es la hora de la despedida momentánea, de las merecidas vacaciones, del cierre de una maravillosa temporada que han avivado durante casi un año mis ansias de contar, de escribir, de relatar, de transferir mis inquietudes al espacio de la ‘blogoésfera’. Hablo, por supuesto, del necesario descanso del guerrero.
La actualización del blog a diario, el reajuste de nuevos posts, de historias, críticas y demás van haciendo mella en el ánimo. Cuando la diversión de la escritura se restaura en obligación y este entorno abismal te pone a su servidumbre, uno cae en el riesgo de aborrecer la rutina o cansarse de una idea tan privilegiada como es la de tener una bitácora seguida por cientos de lectores. Ésa coacción espiritual es muy peligrosa. Y como no quiero que ‘Un mundo desde el Abismo’ se desvanezca para siempre como han hecho muchas otras páginas, recurro a la provisional ociosidad como forzosa evasión a este conflicto. Postrado en una constante incomprensión de mi materia gris, comprometida a crear diariamente la historia reciente de un weblog renovado con ingentes cantidades de información, me hacen establecer una tregua, un descanso para poder retomar algunas obligaciones que he ido extraviando en el camino de la absorbente atención que han requerido estas líneas cotidianas. Estoy cansado, he de reconocerlo.
He determinado que este breve descanso expire con la celebración del primer cumpleaños del nacimiento de ‘Un mundo desde el Abismo’, que tuvo el día 5 de septiembre de 2004, un domingo cualquiera, después de mucho meditar la idea decidí crear un espacio que se ha ido haciendo grande y prestigioso gracias a vosotros, los que cada día visitan este lugar de anarquía cultural y meníngea. Hasta el 5 de septiembre, por tanto, emplearé mi tiempo en dejar las horas inmerso en la lectura, preparando mis dos próximos cortos (uno de ellos, en 35 mm. –con lo que eso conlleva-), discurrir acerca de nuevos proyectos de guión de largometrajes, buscar (sobre todo esto) trabajo, disfrutar de mis amigos y amigas del placentero estío veraniego. Desde hoy quiero aborrecer el calor desplomado en el sofá, viendo todas aquellas películas que tengo en reserva, quiero volver a escribir algún relato, volver a la olvidada prosa, leer los weblogs abismales (que tenéis a vuestra disposición en la última columna de la izquierda que servirán como paliativo en mi ausencia), desengancharme de esta adicción internauta, regocijarme con las pequeñas cosas que te ofrece la vida. En definitiva, divertirme.
Por supuesto, dada mi facundia escrita, no será fácil que desaparezca. Por ello no será una ausencia total, sino muy parcial. Habrá intervalos de actividad. Es decir, que desde hoy y hasta el 5 de septiembre el silencio y el vacío del Abismo se verá alterado con algún que otro post en forma de eco estival, alguna aguardada crítica (no podría dejar de escribir sobre ‘Sin City’, por ejemplo, o del concierto de los Kronos Quartet que veré este mismo viernes), alguna noticia relevante, algún que otro link imprescindible… Todo ello con una parsimoniosa cadencia desde la despreocupación, sin agobios ni imposiciones de ningún tipo.
El Abismo cierra por vacaciones, cierto es. Pero no se va, sólo frena un poco el ritmo. Por lo que lo mismo mañana tenéis aquí otro post, otra crítica u otro divertido enlace. Me conozco y tal vez esto sea un amago, un simple síntoma de cansancio y antes del 5 de septiembre recupere la frenética actividad que conlleva insuflar vida a este weblog. Tal vez.
Sólo quiero daros las gracias (una vez más) por haber estado ahí cada día, siguiendo las reflexiones subjetivas de un pobre diablo que creó este espacio irreflexivamente, sin saber sabe muy bien a qué espectativas respondía el inicio del Abismo. Gracias a vosotros, el Abismo tiene un lugar de privilegio dentro del mundo ‘blogger’.
Seguid conectados a este insondable mundo porque aquí no se ha acabado nada. Tenéis el mítico ‘El fondo del Abismo’ para bucear en los insondables pots que quedaron olvidados en la memoria. En septiembre os espero con sustanciosas novedades, la vieja tradición abismal y mucho más (y mejor) de lo que aquí estáis acostumbrados a encontrar. Ya habrá tiempo de recuperar las visitas que se vayan perdiendo en este paso de aparente ociosidad.
Un saludo muy grande a tod@s y gracias por todo, otra vez.

Review 'House of Wax'

Terror derretido
El español Jaime Collet-Serra debuta con una película que a pesar de sus errores reúne los elementos necesarios para que ‘House of Wax’ sea una interesante propuesta ‘gore’.
Desde que Tobe Hooper desencadenará una nueva entelequia cinematográfica acaparada en la violencia paisajística dotando a su magnífico ‘body count gore’ ‘La Matanza de Texas’ con un perspectiva física y humana, lo que se dio en llamar la ‘Deep America (o América Profunda)’, la mala conciencia norteamericana frente al medio labriego, se ha cebado a menudo en estos lugares inhóspitos rurales, deformados por un escenario insano donde se perpetúan todo tipo de crímenes impensables en un núcleo urbano; caníbales sin escrúpulos, disecadores de seres humanos, matarifes retrasados con motosierra… Todo es válido si por ello se refrenda un género que, pese a sus balbuceos con el fracaso del cine moderno, sigue proporcionando obras como este ‘remake’ de ‘House of Wax’.
Mucho y poco (infrecuente pero cierta dicotomía) ha cambiado la historia que antes plasmaron en la gran pantalla Michael Curtiz y André de Toth. En su actualización, los elementos se han transformado de una gótica visión clásica a la reiterada reinvención con componentes ‘teenagers’, con el imprescindible nimbo de cultura pop sazonado con barbarie y sadismo para que los ‘gore hounds’ no echen en falta el factor prometido en este tipo de productos de rápido consumo. Por supuesto, no existe el inolvidable profesor Henry Jarrod (interpretado por el añorado Vincent Price), aquél escultor enloquecido cuyas figuras de cero atraían por su realismo tenebroso, pero sí un museo de cera terrorífico. En cambio, la funcionalidad de la readaptación permite desdoblar el personaje en dos hermanos, simbología de Caín y Abel, con un espléndido arranque que emboza una idea que se va velando hasta finalizar la cinta.
La historia sigue siendo la misma de siempre: un grupo de jóvenes guapos y algo imbéciles que viajan por los áridos escenarios campestres se ven forzados (ya sea por absurda curiosidad o por un desperfecto mecánico, como es el caso) a meterse en una terrible boca de lobo que suele representarse en una inquietante casa, gasolinera u otra sugerente mansión donde reside el ‘pyschokiller’ de turno. ‘House of wax’, en su principio, no aporta nada nuevo, pudiendo definirse como un insolente duplicado de películas recientes como ‘Las casa de los 1.000 cadáveres’ o la versión de Marcus Nispel del clásico de Hooper. Sin embargo, la austeridad con la que se presentan los mecanismos de la narración juega a su favor a lo largo del desarrollo de una trama que, aunque previsible, va ganando en interés según avanza la película. Así, el punto de arranque, a medio camino entre el delirio y el facsímil, no deja de exhalar un reconfortante céfiro de serie B, simple y estimulante; un grupo de jóvenes se encamina de Gainville a Baton Rouge para presenciar un partido de fútbol americano, hasta que en su camino se cruza ‘La Casa de Trudy’, un museo de cera de un pueblo tan extraño como fascinante.
Lo demás, no hace falta explayarlo. Lo que más llama la atención de esta nueva versión no es su razonada bagatela argumental, si no la desaparición de cualquier intención de fina ironía. En ‘House of Wax’ no hay humor, ni guiños (salvo cinéfilos), ni intención de que nadie caiga bien (todos los personajes que van apareciendo resultan bastante antipáticos y odiosos). La acción, que cae súbitamente en el buscado estereotipo exagerado, convierte en cómplice del sufrimiento ajeno a un espectador que acude a un arsenal de secuencias sádicas bañadas en sangre, infundidas por una crueldad a veces abusiva (un dedo amputado, tobillos seccionados de cuajo, bocas cerradas con pegamento, rostros arrancados en vida…). Pura y extraña mezcla de acción y ‘slasher’ con paraje cadavérico y solitario, ‘asesino-artista’ y blanquecinas víctimas pasto de un aterrador pueblo transformado en macabro museo ‘grandguignolesco’. El cóctel perfecto en una obra de esta idisiosincrasia.
Aunque Jaume Collet-Serra no puede evitar pagar su tributo con todo un catálogo de convencionalismos del cine de terror actual, haciendo que lo que prometía una saludable revitalización, bien es cierto que el cineasta catalán sabe que en su ‘opera prima’ se debe prestar la mayor atención a la lógica de su conseguida atmósfera, devenida en perfecta sincronía de su portentosa dirección artística, diseño de producción, selección musical y cierta sofisticación narrativa.
Collet-Serra, acostumbrado a dirigir ‘spots’ publicitarios no reniega de su dominio de la imagen sobre el discurso, convirtiendo este ‘mood’ en un factor clave para que su cinta vaya de menos a más, apoyándose en una enfática narración, consecución de un macabro éter de elementos góticos y ejemplar trama que en ningún momento se preocupa de trascendentalizar el supuesto ejercicio de introspección social configurada desde la competitiva, perversa y resentida actitud de los asesinos contra el ser humano (al que no dudan en convertir en muñecos de cera).
A pesar de ellos, la sofisticación y el ilusionismo del guión escrito por los gemelos Chad y Carey Hayes cae el ostracismo de lo pedestre en vez de sugerir lo que palpita dentro la segunda parte de la cinta (la mejor y más espectacular). Se trata de ese enfrentamiento cainista entre dos concepciones de actuar, del homenaje manifiesto al clásico del cine enfermizo ‘¿Qué fue de Baby Jane?’, de Robert Aldrich, con la que ‘House of Wax’ comparte el hipnotismo de un intercambio de roles de Caín y Abel que se producía con Baby Jane Hudson y su hermana Blanche y que aquí tiene su equivalente en los siameses Vincent (en claro homenaje al gran Price) y Bo, pero también transmutado al bando indulgente, a los hermanos Carly y Nick Jones (Elisha Cuthbert y Chad Michael Murray, respectivamente).
En vez de adentrarse en esa interesante gradación consanguínea, la acción y el desacierto con el que mueren algunos de las jóvenes víctimas, van dragando el filme prolongando su duración de un modo innecesario en un final enardecido por la cera derretida en una casa que se hunde en sus cimientos, como alguno que otro tramo de un filme irregular pero de apreciable empaque.
‘House of Wax’ es un divertimento y hemoglobínico ejemplo de formulismo intrascendente que no escapa a los convencionalismos ni a la funcionalidad de sus propuestas pero transgresora en su vena ‘gore’ y cautivadora por la consecución de un clímax bastante logrado con muertes por doquier para explotar una violencia que inyecta los más escabrosos elementos del género a través de escenas expuestas con gran estilo visual. Cabe reseñar, ante todos los comentarios vertidos en contra de ella, la capacidad de ese amago de ‘actriz-modelo’ que es Paris Hilton, entre otras cosas por la autoparodia, sugiriendo una secuencia alusiva al famoso vídeo de la ‘fellatio’ nocturna en una de las habitaciones de su millonario progenitor.
Miguel Á. Refoyo © 2005