sábado, 23 de julio de 2005

Extra Verano (I): Inolvidable recital de Maceo Parker

Hacía ya muchos años que no disfrutaba un concierto con la intensidad con la que me recreé en una de las mayores y apoteósicas funciones musicales vistas en esta ciudad en mucho tiempo. El pasado miércoles asistí a un memorable recital de uno de los nombres más importantes de la música contemporánea: Maceo Parker.
La pequeña plaza de San Román, acostumbrada a albergar a músicos de culto, de percusión étnica o jazzística se llenó para presenciar al maestro en pleno estado de gracia. Jamás había visto tanta gente en un recinto abarrotado de un público heterogéneo de todos los estratos, distinta fauna social y de diversos gustos musicales para rendir pleitesía a un genuino maestro, de los que ya no quedan en este mundo viciado de fama efímera y de arbitrarios reconocimientos. Su volcánica forma de tocar el saxofón y su incendiaria pasión dejaron para el recuerdo una de esas inolvidables y antológicas actuaciones en directo que han transformado a este veterano músico nacido en 1943 en Kinston (Carolina del Norte) en un auténtico demiurgo del jazz, el ‘rhythm & blues’, pero sobre todo, en uno de los padres del ‘funkie’ moderno.
Conocido injustamente por ser el director musical de la banda de James Brown durante décadas, siendo el responsable directo de que aquélla fuera la insuperable máquina del ritmo inigualable, Maceo es una de esas piezas fundamentales sin las que la música no sería lo que es. El ‘funk’ le debe mucho. Un hombre que ha tocado a lado de Marvin Gaye y Ben E. King, que ha sido cimiento fundamental en la adoración de los Parliament de George Clinton o con The Horny Horns, de Bootsy Collins y Fred Wesley y abrigar con su apoyo a otro padrino de la música, aquel artista sin nombre que vuelve a llamarse Prince, tiene el suficiente prestigio como para levantar el aplauso, el baile desenfrenado y la exaltación de un público que se entregó a una banda que tiene como característica principal presentarse como una apisonadora sónica capaz de persistir en su frenesí bailable y diversión durante más de tres horas sin que el público desfallezca y quiera más, como una extraña e inexplorada adicción. Sus conciertos son famosos por no dar un solo respiro a su público, pudiendo llegar a durar hasta cuatro horas de enardecida música sin freno, momento en el que Maceo Parker y toda su familia ‘funky’ logran una glorificación impecable.
La elegancia del saxofonista y su manera de ganarse al público merecen todos los elogios del mundo. La banda de Maceo es grande en muchos sentidos y como él lo sabe no duda en ofrendarles todos los aplausos a ellos, obsequiándoles con gritos jaleados al espectador, haciendo referencia al fundamento de su éxito. “What about the band?” gritó varias veces, arrancando así muchos más aplausos dirigidos a su gran familia ‘funkie’. Como bien ha señalado en varias ocasiones su música es “un 2% de jazz y un 98% de puro funk”. Y vaya si lo es. Basta sumergirse en la escena, dejarse llevar y deleitarse de sus enérgicos ‘grooves’ para que entregarse a una experiencia que pone los pelos de punta.
Con la esencia de los grandes, con la sustancia artística que hicieron grandes a Hank Crawford, Cannonball Adderley y King Curtis, Maceo realizó un ejemplar recorrido a su discografía que fue desde el ‘Shake Everything You’ve Got’ como himno, su particular y engrandecida pasión en ‘Soul Power’ que transformó sobre el escenario en ‘My baby loves you’ franqueando el recuerdo de James Brown cantando una impresionante versión de ‘Sex Machine’. Él asegura que de James Brown lo aprendió casi todo lo que hace falta saber en el negocio del espectáculo, adiestrándose en un mundo de agotadoras giras por todo el planeta. Sus dos primeros discos en solitario con su grupo ‘Maceo & All The Kingsmen’ (‘Doing Their Own Thing’ y ‘Funky Music Machine’) ya dejaban patente que el talento con el saxofón sólo era una parte de la grandeza del genio. Durante la década de los 80, formó parte de la fundación del ‘hip hop’ y del ‘acid jazz’, poniendo de moda sus inconfundibles ‘samples’ en abundantes grabaciones de una época tan añorada como aquélla.
Su música encuentra sus raíces en John Coltrane, Charlie Parker, Sonny Stitt o Cannonball Adderley, pero siempre con un propósito de transformación en la que su música se desvía hacia otro sentido estilístico propincuo al ‘funky’, una relación que le emparenta a los James Brown, Ray Charles y todos aquellos saxofonistas que marcaron una ilustre generación formada por Hank Crawford, David "Fathead" Newman o King Curtis. Sus siguientes discos ‘Roots Revisited’ (10 semanas en el Nº 1 de las listas de Bilboard), ‘Mo´ Roots’, ‘Southern Exposure’ y sobre todo ‘Life On Planet Groove’ consolidarían su carrera en solitario con un sonido mas sólido y un estilo más que personal, cuya formula fusionaba el jazz y el ‘funk’ como nadie antes lo había hecho.
En ‘Funkoverload’ Maceo dio a conocer a su hijo Corey Parker, heredero del talento de su progenitor, sólo que orientando su arte musical al ‘hip hop’, haciendo que su ‘rap’ tenga un sentido que hoy pocos alcanzan. ‘Dial: M-A-C-E-O’ recogió su faceta adaptador de magníficas versiones de temas de Paul McCartney, Ani DiFranco, Prince y The Isley Brothers. Una carrera musical apuntillada por sus dos últimos y colosales discos ‘Maceo by Maceo’ y el reciente ‘School’s In!’, que manifiestan que la madurez no es más que un aliciente para vigorizar su sentido del espectáculo, su ritmo pegadizo, su saber hacer.
Una admirable capacidad profesional justificada en el concierto ofrecido el pasado miércoles en Salamanca. “We love the groove!”, gritaba Maceo en su enfático show de impecable factura en la que todos sus componentes brillaron con luz propia. Destacó el gigantesco Rodney “Skeet” Curtis con su bajo eléctrico, un tipo con una imagen a medio camino entre La Cosa y Forest Whitaker, además de la batería del inagotable Jamal Thomas y Morris Hayes en los teclados. Los abundantes solos de todos ellos tuvieron su punto álgido con Bruno Speight y su potente guitarra que dejó paso a Ron Tooley a la trompeta y Greg Boyer al trombón (una sección de viento marcada por una distintiva vena jazzística), convenciendo al respetable con su elegante pericia. También hubo tiempo para que los coristas se lucieran. Martha High, ofreció un recital en su canción en solitario con su desgarradora voz y Corey Parker dejó claro que el ‘hip hop’ también puede encontrar su causa en el jazz.
Parker no sólo toca el saxo. Canta, baila, dirige a su banda, es un ‘showman’, transfiere a su grupo la seguridad que sólo puede legar un líder nato. Un espectáculo sólido y contundente. Maceo Parker y su banda se ganó el respeto y el cariño de un público volcado en un concierto irreprochable dentro de una mágica noche difícil de olvidar.

martes, 19 de julio de 2005

To be continued...

Ha llegado ese ineludible momento para el respiro, el lapso de tiempo necesario para descubrir las irremediables vías de escapes de la cotidianidad y exigencia a la que conlleva actualizar cada día del año un weblog como este Abismo que se ha convertido en parte fundamental de mi vida. Es la hora de la despedida momentánea, de las merecidas vacaciones, del cierre de una maravillosa temporada que han avivado durante casi un año mis ansias de contar, de escribir, de relatar, de transferir mis inquietudes al espacio de la ‘blogoésfera’. Hablo, por supuesto, del necesario descanso del guerrero.
La actualización del blog a diario, el reajuste de nuevos posts, de historias, críticas y demás van haciendo mella en el ánimo. Cuando la diversión de la escritura se restaura en obligación y este entorno abismal te pone a su servidumbre, uno cae en el riesgo de aborrecer la rutina o cansarse de una idea tan privilegiada como es la de tener una bitácora seguida por cientos de lectores. Ésa coacción espiritual es muy peligrosa. Y como no quiero que ‘Un mundo desde el Abismo’ se desvanezca para siempre como han hecho muchas otras páginas, recurro a la provisional ociosidad como forzosa evasión a este conflicto. Postrado en una constante incomprensión de mi materia gris, comprometida a crear diariamente la historia reciente de un weblog renovado con ingentes cantidades de información, me hacen establecer una tregua, un descanso para poder retomar algunas obligaciones que he ido extraviando en el camino de la absorbente atención que han requerido estas líneas cotidianas. Estoy cansado, he de reconocerlo.
He determinado que este breve descanso expire con la celebración del primer cumpleaños del nacimiento de ‘Un mundo desde el Abismo’, que tuvo el día 5 de septiembre de 2004, un domingo cualquiera, después de mucho meditar la idea decidí crear un espacio que se ha ido haciendo grande y prestigioso gracias a vosotros, los que cada día visitan este lugar de anarquía cultural y meníngea. Hasta el 5 de septiembre, por tanto, emplearé mi tiempo en dejar las horas inmerso en la lectura, preparando mis dos próximos cortos (uno de ellos, en 35 mm. –con lo que eso conlleva-), discurrir acerca de nuevos proyectos de guión de largometrajes, buscar (sobre todo esto) trabajo, disfrutar de mis amigos y amigas del placentero estío veraniego. Desde hoy quiero aborrecer el calor desplomado en el sofá, viendo todas aquellas películas que tengo en reserva, quiero volver a escribir algún relato, volver a la olvidada prosa, leer los weblogs abismales (que tenéis a vuestra disposición en la última columna de la izquierda que servirán como paliativo en mi ausencia), desengancharme de esta adicción internauta, regocijarme con las pequeñas cosas que te ofrece la vida. En definitiva, divertirme.
Por supuesto, dada mi facundia escrita, no será fácil que desaparezca. Por ello no será una ausencia total, sino muy parcial. Habrá intervalos de actividad. Es decir, que desde hoy y hasta el 5 de septiembre el silencio y el vacío del Abismo se verá alterado con algún que otro post en forma de eco estival, alguna aguardada crítica (no podría dejar de escribir sobre ‘Sin City’, por ejemplo, o del concierto de los Kronos Quartet que veré este mismo viernes), alguna noticia relevante, algún que otro link imprescindible… Todo ello con una parsimoniosa cadencia desde la despreocupación, sin agobios ni imposiciones de ningún tipo.
El Abismo cierra por vacaciones, cierto es. Pero no se va, sólo frena un poco el ritmo. Por lo que lo mismo mañana tenéis aquí otro post, otra crítica u otro divertido enlace. Me conozco y tal vez esto sea un amago, un simple síntoma de cansancio y antes del 5 de septiembre recupere la frenética actividad que conlleva insuflar vida a este weblog. Tal vez.
Sólo quiero daros las gracias (una vez más) por haber estado ahí cada día, siguiendo las reflexiones subjetivas de un pobre diablo que creó este espacio irreflexivamente, sin saber sabe muy bien a qué espectativas respondía el inicio del Abismo. Gracias a vosotros, el Abismo tiene un lugar de privilegio dentro del mundo ‘blogger’.
Seguid conectados a este insondable mundo porque aquí no se ha acabado nada. Tenéis el mítico ‘El fondo del Abismo’ para bucear en los insondables pots que quedaron olvidados en la memoria. En septiembre os espero con sustanciosas novedades, la vieja tradición abismal y mucho más (y mejor) de lo que aquí estáis acostumbrados a encontrar. Ya habrá tiempo de recuperar las visitas que se vayan perdiendo en este paso de aparente ociosidad.
Un saludo muy grande a tod@s y gracias por todo, otra vez.

Review 'House of Wax'

Terror derretido
El español Jaime Collet-Serra debuta con una película que a pesar de sus errores reúne los elementos necesarios para que ‘House of Wax’ sea una interesante propuesta ‘gore’.
Desde que Tobe Hooper desencadenará una nueva entelequia cinematográfica acaparada en la violencia paisajística dotando a su magnífico ‘body count gore’ ‘La Matanza de Texas’ con un perspectiva física y humana, lo que se dio en llamar la ‘Deep America (o América Profunda)’, la mala conciencia norteamericana frente al medio labriego, se ha cebado a menudo en estos lugares inhóspitos rurales, deformados por un escenario insano donde se perpetúan todo tipo de crímenes impensables en un núcleo urbano; caníbales sin escrúpulos, disecadores de seres humanos, matarifes retrasados con motosierra… Todo es válido si por ello se refrenda un género que, pese a sus balbuceos con el fracaso del cine moderno, sigue proporcionando obras como este ‘remake’ de ‘House of Wax’.
Mucho y poco (infrecuente pero cierta dicotomía) ha cambiado la historia que antes plasmaron en la gran pantalla Michael Curtiz y André de Toth. En su actualización, los elementos se han transformado de una gótica visión clásica a la reiterada reinvención con componentes ‘teenagers’, con el imprescindible nimbo de cultura pop sazonado con barbarie y sadismo para que los ‘gore hounds’ no echen en falta el factor prometido en este tipo de productos de rápido consumo. Por supuesto, no existe el inolvidable profesor Henry Jarrod (interpretado por el añorado Vincent Price), aquél escultor enloquecido cuyas figuras de cero atraían por su realismo tenebroso, pero sí un museo de cera terrorífico. En cambio, la funcionalidad de la readaptación permite desdoblar el personaje en dos hermanos, simbología de Caín y Abel, con un espléndido arranque que emboza una idea que se va velando hasta finalizar la cinta.
La historia sigue siendo la misma de siempre: un grupo de jóvenes guapos y algo imbéciles que viajan por los áridos escenarios campestres se ven forzados (ya sea por absurda curiosidad o por un desperfecto mecánico, como es el caso) a meterse en una terrible boca de lobo que suele representarse en una inquietante casa, gasolinera u otra sugerente mansión donde reside el ‘pyschokiller’ de turno. ‘House of wax’, en su principio, no aporta nada nuevo, pudiendo definirse como un insolente duplicado de películas recientes como ‘Las casa de los 1.000 cadáveres’ o la versión de Marcus Nispel del clásico de Hooper. Sin embargo, la austeridad con la que se presentan los mecanismos de la narración juega a su favor a lo largo del desarrollo de una trama que, aunque previsible, va ganando en interés según avanza la película. Así, el punto de arranque, a medio camino entre el delirio y el facsímil, no deja de exhalar un reconfortante céfiro de serie B, simple y estimulante; un grupo de jóvenes se encamina de Gainville a Baton Rouge para presenciar un partido de fútbol americano, hasta que en su camino se cruza ‘La Casa de Trudy’, un museo de cera de un pueblo tan extraño como fascinante.
Lo demás, no hace falta explayarlo. Lo que más llama la atención de esta nueva versión no es su razonada bagatela argumental, si no la desaparición de cualquier intención de fina ironía. En ‘House of Wax’ no hay humor, ni guiños (salvo cinéfilos), ni intención de que nadie caiga bien (todos los personajes que van apareciendo resultan bastante antipáticos y odiosos). La acción, que cae súbitamente en el buscado estereotipo exagerado, convierte en cómplice del sufrimiento ajeno a un espectador que acude a un arsenal de secuencias sádicas bañadas en sangre, infundidas por una crueldad a veces abusiva (un dedo amputado, tobillos seccionados de cuajo, bocas cerradas con pegamento, rostros arrancados en vida…). Pura y extraña mezcla de acción y ‘slasher’ con paraje cadavérico y solitario, ‘asesino-artista’ y blanquecinas víctimas pasto de un aterrador pueblo transformado en macabro museo ‘grandguignolesco’. El cóctel perfecto en una obra de esta idisiosincrasia.
Aunque Jaume Collet-Serra no puede evitar pagar su tributo con todo un catálogo de convencionalismos del cine de terror actual, haciendo que lo que prometía una saludable revitalización, bien es cierto que el cineasta catalán sabe que en su ‘opera prima’ se debe prestar la mayor atención a la lógica de su conseguida atmósfera, devenida en perfecta sincronía de su portentosa dirección artística, diseño de producción, selección musical y cierta sofisticación narrativa.
Collet-Serra, acostumbrado a dirigir ‘spots’ publicitarios no reniega de su dominio de la imagen sobre el discurso, convirtiendo este ‘mood’ en un factor clave para que su cinta vaya de menos a más, apoyándose en una enfática narración, consecución de un macabro éter de elementos góticos y ejemplar trama que en ningún momento se preocupa de trascendentalizar el supuesto ejercicio de introspección social configurada desde la competitiva, perversa y resentida actitud de los asesinos contra el ser humano (al que no dudan en convertir en muñecos de cera).
A pesar de ellos, la sofisticación y el ilusionismo del guión escrito por los gemelos Chad y Carey Hayes cae el ostracismo de lo pedestre en vez de sugerir lo que palpita dentro la segunda parte de la cinta (la mejor y más espectacular). Se trata de ese enfrentamiento cainista entre dos concepciones de actuar, del homenaje manifiesto al clásico del cine enfermizo ‘¿Qué fue de Baby Jane?’, de Robert Aldrich, con la que ‘House of Wax’ comparte el hipnotismo de un intercambio de roles de Caín y Abel que se producía con Baby Jane Hudson y su hermana Blanche y que aquí tiene su equivalente en los siameses Vincent (en claro homenaje al gran Price) y Bo, pero también transmutado al bando indulgente, a los hermanos Carly y Nick Jones (Elisha Cuthbert y Chad Michael Murray, respectivamente).
En vez de adentrarse en esa interesante gradación consanguínea, la acción y el desacierto con el que mueren algunos de las jóvenes víctimas, van dragando el filme prolongando su duración de un modo innecesario en un final enardecido por la cera derretida en una casa que se hunde en sus cimientos, como alguno que otro tramo de un filme irregular pero de apreciable empaque.
‘House of Wax’ es un divertimento y hemoglobínico ejemplo de formulismo intrascendente que no escapa a los convencionalismos ni a la funcionalidad de sus propuestas pero transgresora en su vena ‘gore’ y cautivadora por la consecución de un clímax bastante logrado con muertes por doquier para explotar una violencia que inyecta los más escabrosos elementos del género a través de escenas expuestas con gran estilo visual. Cabe reseñar, ante todos los comentarios vertidos en contra de ella, la capacidad de ese amago de ‘actriz-modelo’ que es Paris Hilton, entre otras cosas por la autoparodia, sugiriendo una secuencia alusiva al famoso vídeo de la ‘fellatio’ nocturna en una de las habitaciones de su millonario progenitor.
Miguel Á. Refoyo © 2005

domingo, 17 de julio de 2005

David Fincher: Spots Publicitarios (IX)

El evento deportivo más importante de Estados Unidos es, como bien es sabido, la célebre Super Bowl. Los anuncios que se emiten en el descanso de este multitudinario partido son los más onerosos de todo el año. Las agencias de publicidad producen su trabajo más prominente para captar adeptos al producto mediante un cheque casi en blanco.
La marca deportiva Nike lanzó uno de sus mejores anuncios con ‘Gamebreakers’, rodado por David Fincher en 2003 y que supone su mejor y más espectacular ‘spot’ hasta la fecha. Fincher demuestra que no hay ninguna limitación a su prodigiosa perspectiva fílmica, ningún plano es imposible en su cabeza. No le asusta la postproducción (en esta caso el CGI) para hacer que lo inverosímil se haga factible.
Un cineasta capaz de sofisticar las cualidades del fútbol americano haciendo parecer a sus jugadores auténticas bestias sobrehumanas, definiendo un perfecto ambiente de enfrentamiento, acrecentado el contexto del juego, de la Super Bowl, desafiando a la física y poniendo cámaras donde es imposible situar la visión de éstas.
De cualquier modo, es inútil seguir escribiendo sobre ello cuando podéis ver directamente el vídeo y juzgarlo vosotros mismos.

El regreso de Conan

Eso de que ‘Conan, el bárbaro’ puede volver al cine está dejando de ser una murmuración para conformarse como sugestivo proyecto de cara a un futuro inmediato. A pesar de que el reparto no estará encabezado por Arnold Schwarzenegger, la Warner sigue empecinada en que la película vea su materialización en la gran pantalla.
Jeff Robinov, el gran pez gordo de la Warner y el responsable de que Chris Nolan haya resurgido el mito de ‘Batman’ con gran éxito espera obtener los mismos resultados con el personaje creado por Robert E. Howard.
Los rumores apuntan a que Robert Rodríguez podría hacerse cargo del proyecto. Ya veremos dónde acaba todo esto.

sábado, 16 de julio de 2005

Subway

Desde que tengo uso de razón una de mis filias más reconocidas es el fanatismo paroxístico que siento por el metro, por esos sinuosos túneles subterráneos con paredes compuestas de enormes pedregales en los que siempre he imaginado que han sucedido terribles y fascinantes e indefinidas historias de toda índole.
Os dejo un curioso link a todas las placas identificativas de los diversos logos de metros de todo el mundo.

Solidaridad en la muñeca

El lazo o el pin solidario ya no se llevan. Han quedado anticuados. Ahora, el último grito, como icono de la modernidad, son las pulseras solidarias. Unas pequeñas ajorcas de silicona que simbolizan, con cada color, el apoyo a una causa adherida a la lucha de algún mal común como el cáncer, la violencia infantil, el hambre, etc.
El origen tiene lugar el 17 de mayo de 2004, cuando Lance Armstrong hizo pública su idea solidaria con el lanzamiento de las pulseras ‘Livestrong’ para contribuir a la ayuda en la investigación del cáncer y a las personas que, como él, padezcan o hayan padecido algún tipo de cáncer. Poco más de un año después, su fundación ha vendido 40 millones en más de 50 países.
Ejecutivos, deportistas, actores, modelos, políticos y como consecuencia de ello la sociedad en masa se unió rápidamente a esta noble deferencia con los que sufren y padecen hambre, enfermedades, violencia o cualquier tipo de injusticia. Poco después se convertiría en una moda mundial, en una novedosa fuente de ingresos para las ONG's y su altruista filantropía con las más desinteresadas causas a favor del bien. Pero lo que en principio parecía una excelente campaña se ha ido desvirtuando progresivamente dado que, se quiera o no, se ha truncado en una fuente de negocio muy rentable, así como en una nueva vía de promoción de las marcas que las crean, como en el caso de las ‘Livestrong’, fabricadas por Nike, multinacional que somete a niños en Tailandia que cobran 80 euros al mes por trabajar 54 horas semanales. De hecho Nike, aprovechando el sincero prototipo del ciclista norteamericano sacó otra pulsera de silicona, esta vez blanca y negra, contra el racismo, apoderándose de nuevo de las muñecas de deportistas, actores y demás personajes famosos.
Hay que reconocer la honorable iniciativa de Armstrong, pero también es cierto que en su difusión y resonancia se ha sacado de su contexto inicial, adulterando la idea genérica. Ahora, las pulseras derivadas de la amarilla en la lucha contra el cáncer han originado un marketing aparentemente solidario que tiene en su fondo una convencional vena consumista y fetichista de una gran parte de la población mundial que luce la pulsera no por el significado o importancia que pueda tener, sino por estar al día, actualizado en su imagen de cara a los demás. Lucir una pulsera de silicona apoyando alguna causa (no en todos los casos, por supuesto) ha pasado a ser un simple efugio para satisfacer la conciencia y, de paso, estar a la última.
En menos de un año han surgido como el moho en perpetua humedad pulseras de todos los colores para toda causa justa; rosas de Share Beauty Spread para el cáncer de mama, los brazaletes rojos contra el SIDA (que perdieron su efecto cuando se convirtió en absurdo emblema de la candidatura de Madrid 2012), modelo azul claro como eslogan contra el maltrato infantil, la azul oscura para la defensa del Archivo Histórico de Salamanca (hay que ser paleto para lucir ésta), la azul y blanca que diseñó Unicef para ayudar a las víctimas del tsunami, la naranja utilizada como símbolo antitabaco, la verde clara en apoyo a los aquejados de distrofia muscular, la blanca contra la pobreza, la fucsia utilizada contra la fibrosis quística…

Se ha acabado desvirtuando el contenido de la pulsera lanzada por el famoso ciclista, sobre todo con la aparición del mercado negro, de la venta ilegal y fraudulenta de estas cintas para las muñecas. No importa que sean ilegales, importa tenerla y que la gente perciba nuestra solidaridad determinada a la apariencia, como casi todo en este mundo. La sumisión a los símbolos, arbitrarios por definición, han degenerado en sus buenos pero indefinidos propósitos.
Pronto tendremos una pulsera de algún que otro color con un lema de la SGAE contra la piratería. Si no, al tiempo.

viernes, 15 de julio de 2005

Ellas también la saben tocar

Sólo hay que echarle un vistazo a este TOP 12 para comprobarlo.

Violencia 'canis'

Me pasó hace un par de días mi amigo Jesús David Sánchez (más conocido por todos como Suda) un vídeo que no tiene parangón. Grabado por una cámara indiscreta en plena discusión podemos ver a dos mancebas andaluzas (concretamente de Huelva) comenzar una discusión que, inevitablemente, llega a las manos con la gradual subida de tono de sus fascinantes ultrajes. Me contaba Sudita que estas dos jóvenes tendenciosas, pertenecen a una emergente tribu social conocida como “canis” o en Málaga, específicamente, “merdellones”. Simplificando, locos del tunning y del flamenco techno.
Si es una pelea real o ficticia sigue siendo un tema arcano, sin respuestas viables a la pregunta sobre su veracidad. El caso es que el vídeo se merece un metódico visionado para advertir las contingencias a las que conlleva ser jóvenes bizarros hoy en día.
Suda Sánchez es otro de esos cortometrajístas amigos míos que más que dotados con una especial perspectiva cinematográfica llevan el cine en la sangre. Los últimos dos cortos de Suda, ‘Superrr’ y ‘Personas mayores’ (el cual no he tenido el placer de ver aún) son el reflejo del ímpetu de este aguerrido cordobés por el insondable análisis de la ‘deep spain’, con historias que no tienen ni espacio ni tiempo, envuelta en un género que esconde otro mucho más trascendente, haciendo de los pequeños dramas cotidianos e intrascendentes un vehículo perfecto para sublimar su acción de fondo. Como dice mi otro amigo Jon “Peleas”, Suda “es un grande, de los buenos, de los que ya no quedan”.
Si queréis ver ‘Personas mayores’ lo podéis hacer aquí.

Lo nuevo de Tomás Hijo, otra obra portentosa

Lombroso*, el significado de la maravilla
Uno de mis mejores amigos salmantinos es Tomás Hijo, aún desconocido en los círculos cortometrajísticos, pero una de las promesas con más talento del apático mundo del cine español. Tomás es uno de esos encantadores cineastas enloquecidos de la estepa charra capaz de crear una obra maestra de la talla de ‘El Mojaruelo’, pieza única, a mi entender obra maestra del corto. Un trabajo presentado a modo de falso documental sobre un supuesto monstruo temible que reside en el lago de Sanabria, provincia de Zamora. A medio camino entre el folclore, el cachondeo y las ganas de innovar, TOX (el chavalón también es conocido por este simpático apodo) renovó hace años el cortometraje independiente, el arte puramente ‘underground’ con esta cinta fresca, llena de gracia y buen hacer.
‘El Mojaruelo’ tiene ese encanto humilde de villa perdida en la monotonía, a la cual refleja con tino y exactitud en un corto de proporciones intencionales bastas, pero a su vez con una estética y planificación desarrolladas a partir de la fabulación, de la leyenda urbana. Con un reparto excepcional y un primoroso narrador (Fernando Saldaña) que realza las muchísimas virtudes del corto al relatar las frases compuestas por ese gran poeta que es Raúl Vacas, ‘El Mojaruelo’ eleva su finalidad a una inesperada índole de documental inexplorado, donde la comedia, la mito y la superstición hacen de su acabado una de las experiencias más gratas de mi vida desde cortos como el de Pablo Berger con ‘Mama’, el ‘Mirindas Asesinas’, de Álex de la Iglesia o el de Santiago Lorenzo ‘Manualidades’. Impresionante.
Un corto acojonante que desborda la idea de hacer un gran corto con una simple Handycam. Una muestra de que el talento no está reñido con los medios. ‘El Mojaruelo’, esa especie de pájaro feo y cabezón, casi desplumado que, como análogo de Nessie y su célebre lago, compone una leyenda creada para ridiculizar las creencias aldeanas provenientes de Escocia, de los miedos regionales sobre mitos inexistentes. Siempre me he declarado fan rendido de este corto. ‘El Mojaruelo’, es una párvula epopeya desconocida, pero grande y homérica en su interior.
Hace un par de semanas asistí al nuevo trabajo de Tomás Hijo. Estaba esperando con ansia el momento. Y no me defraudó. Su nuevo y sorprendente cortometraje, ‘La mosca que mordió a Dios’, a priori otra obra de culto extraña e inextricable, supone un recorrido experimental pero intencional al fondo del surrealismo, una suerte de exégesis cuya transformación a lo largo del relato convoca el espíritu de aquellos que fundamentaron el automatismo psíquico puro a través del cual nos proponemos expresar, ya sea oralmente o en forma de manifiesto el funcionamiento del pensamiento humano. ‘La mosca que mordió a Dios’ podría haber salido del ímpetu revolucionario de gente como Benjamin Pèret, Bretón, Giorgio de Chirico, Dalí, Paul Delvaux,Max Ernst, René Magritte, André Masson y, en último término, de Buñuel, cuya presencia incorpórea está presente dentro de los designios del cortometraje. Provocador, temerario pero en todo momento introspectivo, Tomás Hijo expone ofrendas visuales a técnicas como el frottage, la decalcomanía, el grattage, el cadáver exquisito simbolizado en la paloma (símbolo de la libertad) y el ‘stop-motion’.
‘La mosca que mordió a Dios’ es un opúsculo de inestimable calidad (tanto formal como visual) centrado en el célebre Fantômas, el rey del crimen, un ladrón y asesino de múltiples identidades creado en 1911 por Marcel Allain y Pierre Souvestre. Tomás Hijo no adapta, sino que reinventa, acomoda la figura de la siniestra figura para contar su historia que tiene un marcado poso de cultura neoliberal, de transgresión que define la calidad quebrantando ciertas reglas del relato para jugar con el concepto global del cine. Y es que este magnífico corto tiene mucho de escritura espontánea trasladada al cine, como en la forma en que se ha rodado esta pieza de magnetismo envolvente. Si bien es cierto que no en el relato no aparece el policía Juve, también lo es que la reinterpretación del mito por parte de Tomás Hijo mantiene el espíritu de ese ente aterrador y fascinante que la sociedad asociaba a un mito urbano que tomaba la carga de distintos criminales.
‘La mosca que mordió a Dios’ no olvida el componente político y vital además de estético; todas las esferas del acontecer humano (la actividad económica, la política, las relaciones sociales, las diversas actividades de la vida diaria, tanto pública como íntima. Pero a pesar de ello todo es relativo, todo se basa en apariencias, como bien se señala en un fragmento de la obra. La mosca, en la mitología grecorromana aludía a que Zeus se tragó a Metis, convertida en mosca. Aquí, la simbología es bien diferente. La mosca sirve como concepto social, sobre el animal que escruta la transformación social en un entorno de deposición constante y permanente. ‘La mosca que mordió a Dios’ olvida el ‘tempus fugit’, la referencia al paso irremisible del tiempo, para sugerir, como no podía ser de otra manera en Tomás Hijo, un mito inmortal personificado en una simple mosca, en la inconsciencia animal, en el secreto de la añosa leyenda indescifrable.
‘La mosca que mordió a Dios’ habla, en definitiva, de un personaje de casi un siglo que sigue fascinando a las audiencias e instigando en las mentes de creadores como Tox como un estigma del que no se puede renegar, la amenaza de Fantômas continúa hoy más viva que nunca. Y este fantástico corto es un claro ejemplo de ello.
Si queréis (por curiosidad o recomendación mía –es que es muy bueno-) podéis acceder al DVD aquí. Eso sí, si especificáis en el mail de compra que vais de parte del Abismo, Tomás os hará un fabuloso descuento del 50 %, por lo que el DVD, con los dos cortos del post (acojonantes, insisto), os costará tan sólo 6 míseros euros.
Yo que vosotros no me lo pensaba, amigos.