lunes, 6 de junio de 2005

'Miss Julie': La última gran cinta de Figgis

Prodigiosa adaptación del espíritu de Strindberg
Mike Figgis recreó con solemnidad una hermosa historia de desamor apoyado en unos Peter Mullan y Saffron Burrows en estado de gracia.
Con el espíritu misógino del famoso epítome ‘Preface to Miss Julie’, de August Strindberg, Mike Figgis realizó en 1999 ‘Miss Julie’ su última gran película antes de un vergonzoso declive alimentado de infaustos productos experimentales (‘Time Code’ y ‘Hotel’) o una descarada especulación comercial con el cine de terror en su calamitosa ‘Cold Creek Manor’. ‘Miss Julie’ fue una arriesgada obra rodada en 16 mm y con escaso presupuesto, pequeña en sus ínfulas, que no impidió que se configurara como una de las obras más sólidas de su excéntrico cineasta.
Esta académica cinta de amplias dimensiones narrativas es una obra difícil, sinuosa, llena de simbolismos con los que se pretende encontrar en las imágenes de la relación tempestuosa y en el desamor la vida profunda del alma. Estos símbolos se imponen entre el yo y el mundo, y su conocimiento permite acceder a una armonía insospechada. Mensaje final de una obra literaria tan poética como hermosa y desgarradora a la vez. Strinberg pretendió hacer en su obra una denuncia sobre los vicios y perversiones de los seres humanos, donde el amor no tiene cabida, donde las relaciones de pareja se consuman hasta las últimas consecuencias. El egoísmo, el temor y el amor, la posesión, acaban por transmutar a dos personajes separados por la clase social a la que pertenecen.
Mike Figgis acometió esta labor con su mejor arma, con su habitual capacidad de captar la morbidez del instante, la belleza y la dureza de una realidad con miradas que prescinden de palabras para monologar secuencias colmadas de brillantez. ‘Miss Julie’ es una obra naturalista y cruel, evocadora de las relaciones que al cineasta le gusta retratar (como referente, su obra más conseguida ‘Leaving Las Vegas’), reflejando en el camino hacia la locura de una joven aristócrata, encerrada en una jaula de oro y perturbada por un odio ciego hacia los hombres. La contradicción entre amor y libertad en una sociedad cuyo equilibrio depende únicamente de la frágil estructura de la jerarquía de clases, destruye poco a poco a la joven e inocente muchacha, liberando así a su arrogante y ambicioso lacayo Jean, que la empuja a un trágico final como recompensa a su soberbia y codicia.
La excelente versión de Mike Figgis añade al original una sensualidad inaudita y llena de un hipnotismo clarividente, mágica. La señorita Julia (una prodigiosa y magistral Saffron Burrows) toma protagonismo en la infame e irresistible pasión por su criado Jean (solemne Peter Mullan). Figgis aprovechó esta enaltecida dualidad para imprimir el dinamismo necesario a esta obra teatral, imbuyendo cada toma con el trasfondo de divergencias: nihilista y bucólico, idílico y malévolo. Es decir, el sexo como huida, como perversión igualadora de clases, como estigma y como cebo, columna vertebral de la obra de Strindberg.
En ‘Miss Julie’, la idea de autodestrucción (en progresión gracias a la hermosa Burrows) se hace incontestable, sensible y hasta violentamente insoportable. La virtuosa batuta de Figgis indaga en la naturaleza de los dos personajes principales, tomándose licencias para reducir protagonismo a Cristina (Maria Doyle Kennedy) y adentrar al espectador en la tormentosa relación de la hija del conde y el sirviente. Mediante una portentosa dirección, utilizando solamente los recursos teatrales, la película adopta la intensidad que le dan los imponderables intérpretes, dejando en sus manos la esplendorosa calidad artística y plástica, incluso haciendo cómplice al espectador con la controvertida secuencia de plano dividido en la ‘split screen’ (sirviendo ésta para situar al público en la dinámica del pensamiento de Strindberg).

domingo, 5 de junio de 2005

¡¡Vini, Vidi, Vinci!!

Acapulco, Costa do Sauipe, Montecarlo, Barcelona, Roma y París...
Este chaval está imparable.
Desde que Mats Wilander lograra ganar su primer Roland Garros en su debut en este prestigioso torneo, nadie había sido capaz de lograr dicha gesta. 6-7, 6-3, 6-1 y 7-5 han sido los números que Rafael Nadal le ha endosado al argentino Mariano Puerta.
Es el séptimo español que gana la Copa de los Mosqueteros.
Poco más que decir ante la potencia de un ganador al que se lo nota disfrutar en cada golpe. Un tenista de 19 años que tiene refulgente futuro por delante.

David Fincher: Spots Publicitarios (IV)

Para la cuarta entrega del repaso de los ‘spots’ televisivos de David Fincher he seleccionado el titulado ‘Speed Chain’, que el cineasta realizó por medio de Wieden & Kennedy para ‘Nike’.
En uno de los mejores anuncios rodados por Fincher cabe destacar la extraordinaria representación de la evolución natural de la velocidad, desde unas medusas abisales hasta llegar un tren de alta velocidad en un final que recuerda (no creo que con la misma pretensión subversivamente sexual) a ‘Con la muerte en los talones’, de Hitchcock.
Fincher juega con el incremento de la velocidad de un modo perceptivo, mostrando los puntos de vista de los sucesivos animales (incluido Tim Montgomery) y máquinas que anticipan con una brillante y paulatina celeridad la progresión visual y sonora.
Hay que subrayar el perfecto engranaje narrativo, visualmente impecable, con una coreografía de plano instalado en complejos tiros de cámara y una angulación característica de un maestro de la imagen en la subyace un entorno digital que palpita en su fondo, sin ningún protagonismo, pero ineludible en el cine de Fincher y utilizado aquí en el perfeccionamiento de los cielos, en la estabilización de plano de una precisión milimétrica.
Una pieza precisa y hermosa. Y uno de los más laureados ‘spots’ de David Fincher.

sábado, 4 de junio de 2005

Héroes cotidianos

Sí amigos, lo que veis en la foto es un chino arrastrando un vagón de tren enganchado a su maltrecha oreja.
Su nombre es Zhang Xinquan, oriundo de la ciudad de Dehui, provincia de Kirin.
Su capacidad de sacrificio y voluntad de hierro le han hecho arrastrar las 24 toneladas que pesa el tranvía más de 40 metros en 4 minutos.
Según sus palabras “es el resultado de muchos años de práctica”.
Impactante (y absurdo, claro).

La última película del Gran Maestro (hasta el momento)

La eficaz maestría de la sencillez
John Carpenter tomó de referencia su propia obra para redefinir, con su habitual concepción ‘ hawksiana’, un western espacial de efectividad asombrosa.
Parece mentira que uno de los cineastas más veteranos del panorama internacional como lo es el maestro John Carpenter siga demostrando, después de superar un cáncer de piel que estuvo a punto de acabar con su vida, que es uno de los directores con un espíritu tan joven que más quisieran para ellos muchos de los nuevos talentos ensalzados por sus, supuestamente, innovadoras obras precozmente maestras. Carpenter demostró con su última película hasta el momento, que si con su sensacional ‘Vampiros’ acreditó su ofrendística propensión al ‘western’ reflejando la suculenta historia de un grupo de cazavampiros sin escrúpulos pagados por El Vaticano para exterminar a unos chupasangres maléficos, en ‘Ghosts of Mars’, este preceptor de obras maestras ‘de autor’ regresó a su particular y genuino estilo para proponer una infiltrada utilización de la consubstancialidad más auténtica del ‘far west’ bajo la perenne influencia de su siempre frecuentado Howard Hawks.
El genio rebelde impasible de Carpenter obtuvo, con su querencia a la ironía, violencia explícitamente ‘gore’, humor frío y discurso decididamente nihilista y sádico, una memorable cinta de acción y aventuras en la que la autoreferencia a su propia filmografía compusieron una obra inconfundible y desenfrenada en su intachable carrera. Para ‘Ghost of Mars’, Carpenter siguió absorbiendo de los artífices que han convertido su enfoque artístico en un ejemplo de honestidad y temeridad, de majestuosidad y coherencia autoral. El citado elemento ‘hawksiano’ se alía en ‘Ghost of Mars’ con breves matices del mejor John Ford,Jacques Tourneur o Terrence Fisher, pero también circunscribe claras alusiones a filmes clásicos como ‘El experimento del Doctor Quatermass’, la obra maestra de Val Guest y ‘Five millions years to earth’, de Roy Ward Baker. Carpenter pudo tratar otra representación ‘fantastique’, de la invasión extraterrestre, muy influida por la intención clasicista de la mítica factoría Hammer. En este caso no son los típicos marcianos los que llegan en naves espaciales a la Tierra con la intención de colonizarla, sino que es el hombre el que, como entelequia galáctica, logra colonizar Marte y levantar Shining Canyon, denominación inconfundible de cualquier mítico ‘western’.
A modo de ‘thriller’ de acción, Carpenter se traslada al año 2176 para relatar la odisea terrorífica de un grupo de policías (la MPF) que se traslada al planeta rojo con el fin de detener a un peligroso recluso. Los mineros que allí trabajaban se muestran sobrehumanos, psicópatas y aterradores. En realidad han sido poseídos por unos fantasmas alienígenas con ganas de venganza. Con esta premisa, Carpenter retomó los elementos argumentales que confinan su espléndida visión fílmica. ‘Ghost of Mars’ es muy pareja en estructura y estética a filmes de la talla de ‘Asalto a la Comisaría del distrito 13’, ‘La Niebla’, ‘La cosa’ o ‘El príncipe de las tinieblas’. Es decir, un grupo confinado en un área sitiada, amenazada por una siniestra caterva externa que desencadena, sin ningún motivo aparente, la muerte y el odio.
En esta ocasión la malevolencia viene dada por el nihilismo del hombre, por el ansia de poder en la lucha conquistadora espacial, aportando así esa irreverente directriz sociopolítica frecuente en el cine de Carpenter. La maldad proviene de unos entes espirituales que utilizan los cuerpos humanos como artilugio de defensa y de carácter brillantemente tribal. Por primera vez el antihéroe carpenteriano por excelencia es una mujer malhablada y severa de armas tomar, Melanie Ballard (brillante Natasha Henstridge) que dirige a unos secundarios representantes de los defectos humanos como el machismo, la debilidad y la ambición, entre muchos otros (Ice Cube, Clea Duvall, Jason Statham, Joanna Cassidy y Pam Grier).
John Carpenter volvió, por tanto, a verificar su atípica forma de reinventarse a sí mismo, sin concesiones a la pertinacia, y la vez, sin eludir su privativo y brillante sentido del ritmo visual y narrativo. En esta última concepción de su cine, Carpenter alcanzó una compleja estructura a base de ‘flashbacks’ introducidos en otros ‘flashbacks’ de la subtrama, lo que origina la lucidez de un relato cerrado en el que los giros no traicionan el total de esta magnífica obra (la cinta empieza como acaba). La visión del artesano, de la serie B y de la trasgresión disoluta se dan cita en este filme en el que el anacronismo ensalza la gran capacidad de este genio como narrador, como creador de atmósferas e innovador de un sentido de la acción abrumante en la que no podía faltar su poderosa y destacada partitura musical.
Con ‘Ghosts of Mars’, Carpenter siguió acreditando unas inagotables ganas de subvertir el cine hacia la maestría de su propia y sencilla concepción fílmica. La imaginería de este maestro continúa, a falta de ver su próxima y esperada cinta, a la altura de los que le consideran como lo que es: uno de los últimos grandes clásico de este Arte.

viernes, 3 de junio de 2005

¡La madre que lo parió!

3-6, 6-4, 4-6 y 3-6
“Manacorí”, es el pertinaz gentilicio que más esgrimen los medios para nombrar a Rafa Nadal, un ‘crack’de la raqueta destinado a ser uno de los tenistas más grandes que ha dado España y, visto lo visto, la historia de este deporte.
Todo lo aburrido que han tenido los anodinos comentarios de un doliente verbal (hasta las ovejas se duermen con sus análisis) como Emilio Sánchez-Vicario se ha subsanado con el grandioso juego de un joven combativo, luchador, un ganador que jugará su primera final de un Grand Slam tras derrotar al número uno del mundo, el suizo Roger Federer, precisamente en su primera participación en Roland Garros.
El futuro es suyo.

Placas identificativas custumizadas

Smith & Warren pone a nuestra disposición esa placa identificativa que siempre hemos soñado desde nuestra más tierna infancia.
Una amplia gama de placas que podremos custumizar a nuestro gusto para poder exhibirla en cualquier lugar y ser así el protagonista de redadas, detenciones, quedarse con una suculenta custodia ilegal de droga o simplemente por el hecho de hacer el gilipollas y ser el más ‘freakie’ del grupo.
Y sólo cuesta unos 55 dólares.

The King of the Bad Taste

El extraño talento provocativo del genio ‘trash’
La carrera de Waters, marcada por la polémica ‘Pink Flamingos’, está marcada por la trasgresión y la polémica, por la libertad y la evolución creativa.
Lamentablemente ningún cine salmantino ha tenido la deferencia de traer una película que muchos esperábamos hace tiempo. Ningún exhibidor ha tenido el arrojo ni los cojones de apostar por ‘A Dirty Shame (Los sexoadictos)’, así que aguardando que este acontecimiento se produzca (si no, habrá que ir tirando del burrito), qué mejor que recapitular la vida y obra de John Waters. Una vida que no es ni mucho menos corriente, ni normal, ni cotidiana, ni decente. Si no todo lo contrario. Waters se ha convertido en una indispensable celebridad gracias a una libérrima y disoluta percepción del arte, obscena y desmedida, ‘ultra-kistch’ y escatológica, insurgente y a su vez redentora.
Es el indiscutible rey del ‘trash’, de la basura que ha salpicado con sarcasmo y excreción a las reprimidas morales puritanas con su cine corrosivo e incómodo, surgido directamente del subsuelo de todo aquello convulsivamente sedicioso. Cierto es que el ‘trash’, entendido como corriente estética y ontológica de la vida convoca todo aquello que batalla contra la belleza, los cánones estéticos y la apostura, aquello que apela con carencia de valores a los bajos instintos subversivos del artista. Waters se configura desde su precoz actividad de creador como un rebelde artístico, un dinamitador del yugo dictatorial del gusto, sustituyendo la belleza de lo ornamental y el mensaje políticamente correcto de lo consentido por una sempiterna búsqueda de la epifanía clarividente y verdadera que se encuentra en el fondo más hediondo y lúgubre de las personas.
La divergencia y la ‘basura paradigmática’ (en constante evolución hacia un formalismo artístico depurado) ha sido la constante de este ‘freak’ que abraza con su incómodo cine a la teología fílmica de visionarios mitos imperecederos de la ‘serie Z’ más mugrientos como Hershell G. Lewis, Ed Wood o Russ Meyer. Waters, también conocido como "The king of puke", debutaría en el cine con ‘Hag in a Black Leather Jacket’, una pequeña obra que describía la boda entre una joven blanca y un apuesto negro que representaría el cine con las señas llenas de roña del mago de Baltimore, ciudad que le vio nacer en 1946 y que le ha servido como fuente de inspiración a lo largo de su filmografía.
Desde ese nada convencional comienzo en el Séptimo Arte, Waters ha indagado en cada rasgo de la citada cultura ‘trash’, saltándose todas las reglas formales, de forma drástica, trazando la vanguardia con una mirada distorsionada de la irrealidad que nos rodea, de nuestro propio fondo humano, dando como resultado una veracidad limítrofe en la náusea, de nuestra fehaciente condición de individuos. La frase que un buen día hizo popular el insurgente realizador "hay que tener buen gusto para saber apreciar el mal gusto" es paradigmática de la cosmología ‘watersiana’. Maldecido y venerado a partes iguales, este grano en el culo del cine independiente americano empezó a ganarse su mala fama con el trabajo ‘Mondo trasho’, un catálogo de barbaridades alejadas ya de su evolutiva domesticación de un humor salvaje y absurdo, metafórico e iniciador de una tradición poco explorada por el cine y por el arte, reservada a los díscolos artistas que expresan su talento por medio del escándalo.
La obra más conocida de Waters es y será su obra maestra ‘Pink Flamingos’, una basura inolvidable rodada en 16 mm. ataviada por un reconocible look feísta, ‘underground’ y antiestético que, a medio camino entre el pop y el ‘cutre-kistch’, encontró la forma de escandalizar a propios y extraños con la historia de Divine, un ambiguo obeso travestido considerado la ‘persona más guarra del mundo’, en una historia en la que vive junto a su atípica familia en constante lucha con los Marble, otra asquerosa prole con la que se enfrentan, ya que habitan en una caravana donde inseminan a toda jovencita que recogen en ‘auto-stop’. La carga argumental se hizo insostenible para la época, básicamente por su retahíla de coprofagia (el mítico plano final con Divine tragándose un excremento canino, sin truco ni trampa), felaciones, incesto, asesinato, castración, violación, transexualismo, exhibicionismo y canibalismo que expuso, con toda la frialdad del mundo, la realidad oculta de la sociedad cínica y falsa de los 70. Intención ésta última que Waters ha ido acoplando a sus posteriores trabajos.
La emblemática Divine seguiría trabajando con Waters hasta convertirse, sin concesión a la porfía, en un icono del cine transgresor más sucio que se recuerde. Es entonces cuando se aprecia el designio del cine dirigido por Waters: el impacto, la realidad mugrienta y repugnante, según sus palabras “aquello que jode y molesta”. A la galería de ‘freaks’ aportados por Waters, con los que vivía en una comuna artística, hay que sumar a inolvidables ‘duches’ de la talla de Edith Massey, David Lochary, Mink Stole o Jean Hill. Contribuyente a enterrar la absurda pesadilla hippie, Waters inculcó con su arte una defensa a la verdad, una crítica (a veces apologética) a la violencia, reventando la idea ‘sixties’ de florecitas y paz, drogas y amor. Waters coincidió con el nacimiento del ‘punk’ y a él hay que anexionar sus primeros trabajos ‘Female Trouble’ y ‘Desperate Living’, demenciales declaraciones de intenciones de un cada vez más polémico director, amigo de varios miembros de la ‘familia’ del ‘psycho-mesías’ Charlie Manson.
Un nuevo tipo de cine que alteró a los críticos más clasicistas (no hay que explicar cómo se tomaron –y se siguen tomando- el arte de Waters) frente al desaforado acogimiento de la rebelde juventud de finales de los 70, libre y desenfrenada, amante de los excesos y recelosos del ámbito ‘beatnik’. Si bien puede parecer que la obra de este terrorista genérico corrió por los mismos cauces, no fue así, para decepción de sus entusiastas fans. Los 80 empezaron para John Waters mucho más sosegados, explorando la verdadera narrativa cinematográfica y evidenciando una progresión hacia ámbitos más depurados, con la misma carga crítica, pero desinfectando su imagen con cintas mucho más accesibles para el gran público. Prueba de ello son sus siguientes películas ‘Polyester’, ‘Hairspray’ y ‘Cry-Baby’, muy comedidas con las emociones fuertes, ofreciendo otro tipo de infracciones a la hora de poner en tela de juicio a la sociedad americana moderna, sin desprenderse de sus raíces revolucionarias, pero perfeccionando un gusto por un arte que le ha terminado de consolidar como un mito repuesto para la nueva comedia negra americana, influyendo sobre mortíferos críticos sociales como Todd Solondz o Neil Labute, entre otros muchos.
Acostumbrado a emplear la sátira como rito cinematográfico, sus últimas producciones (‘Serial mum’, ‘Pecker’ y la espléndida ‘Cecil B. Demented'), ya inscrita en la moderación aparente, divide a aquellos que echan de menos la insurrección salvaje de sus primeros años y los que apoyan, por lógica, el cambio hacia un cine ácido, pero estéticamente más enaltecido, como opción de escape al encasillamiento. A pesar de que Waters haya abandonado las perversiones de su carrera freak, es innegable su propensión por incluir en sus trabajos elementos que no dejan de sorprender al público no habituado a los desvaríos de la posmodernidad temprana de este genio del ‘trash’. Un gran mago de la basura y la defecación hecha celuloide que ha hecho de su militancia en el sótano de la diatriba social una bandera para las posteriores generaciones.
Por eso, espero con impaciencia ver esa película de la que tan bien me han hablado que es ‘A Dirty Shame’, cuyo análisis en esta líneas sería la guinda perfecta para cerrar este elaborado reportaje sobre uno de los cineastas más contestatarios y controvertidos de la historia del cine.

jueves, 2 de junio de 2005

Mañana vuelve la gratuidad a Elpais.es

El día en que hemos conocido que el Pleno del Congreso ha dado vía libre a la aparición de nuevos canales analógicos, eliminando así el tope de tres que había sido incorporado en el Senado, en la Ley de Impulso de la Televisión Digital Terrestre y sin entrar a valorar si tanta “prisa” se debe a intereses económicos de algunos o no, mañana día 3 de junio, Elpais.es volverá a ofrecer a sus lectores internautas información gratuita actualizada las 24 horas, artículos seleccionados de la edición impresa, fotografías, gráficos, vídeo, audio, búsquedas, archivos...
Mario Tascón, responsable de Prisa.com avanza además que mañana los lectores tendrán "una sorpresa".
Habrá que ver si es verdad o no.

27 veces quiero ser tu perro

“La Iguana” de Detroit, el bestial Iggy Pop, y los hermanos Asheton formaron, como todos sabemos, un grupo revolucionario, mítico, clave y absoluto en el desarrollo de la música moderna.
Una de sus canciones más conmemoradas e imperecederas es ‘I Wanna be your dog’, una sediciosa copla llena de furia e irreverencia que simbolizó el movimiento ‘punkie’ de los 70.
Integrada en el primer disco del grupo, titulado ‘Stooges’, en 1969, bajo producción del Velvet Underground John Cale (aunque la primera elección de Iggy fue Jerry Ragovoy, el productor de Dusty Springfield), podemos disfrutarla en la espectacular Amaste.com con 27 versiones (todas disponibles en mp3) de tan glorificada canción.