jueves, 21 de abril de 2005

Por extensión, 'Panic Room'

Claustrofobia y lobreguez cotidiana
A pesar de no alcanzar las cotas de ‘Fight Club’, Fincher constató su condición de genio de la puesta en escena con esta cinta de suspense psicológico
Tras convertirse en uno de los cineastas visionarios más importantes del cine contemporáneo debido a una corta trayectoria cinematográfica en la que su personal estilo visual y narrativo han sido elementos definitorios de un universo intransferible y sorprendente, David Fincher ofreció su última película con ‘Panic Room’. Una cinta que, de entrada, puso de manifiesto la constatación de un talento fílmico y artístico en el que su destreza visual y la ejemplar artesanía han hecho de él un artista de la puesta en escena. Alejándose por completo de la purgativa y magistral ‘Fight Club’, obra maestra ilustrativa del materialismo que condena esta época de consumo e intolerancia en la que vive el hombre moderno, Fincher se unió al guionista David Koepp para narrar la historia de Meg y Sarah, madre e hija que se trasladan a vivir a una casa con una particular habitación que esconde un gran secreto. En su primera noche, unos ladrones deciden poner a prueba los nervios y el valor de la familia.
La intención de director y guionista fue alcanzar el desafío de lograr el mayor realismo posible, circunscribiendo la acción por completo a una sola localización, adecuando su ritmo a una perfecta utilización del espacio cinematográfico, como algo que no se revela neutro, sino como centro del drama. Algo que en ‘Panic Room’ se logra, en gran parte, a la angustiante y decadente atmósfera patentizada como distintivo del director de ‘Se7en’. El predomino de las tonalidades lóbregas y tétricas, negativas y apagadas, volvieron a inquirir en beneficio de un guión que, pese a más de algún problema de languidez, cumplió correctamente con el buscado suspense psicológico, de una manera simple y eficaz.
Para ello, Fincher volvió a dejar la actitud ascética del discurso moral, esta vez bastante más evidente que en sus anteriores cintas, para apostar por su excepcional punto de vista cinematográfico, un mundo de compleja planificación formal en el que ofreció una nueva lección de opulencia visual donde la visceralidad se sosegó y aceleró en función del suspense y del terror. Un perfeccionismo visual reconocido en Fincher que en ‘Panic Room’ brilla, por esta vez, en los pequeños detalles con los que dota de empuje a un guión que, si bien adolece de un complejo de trasgresión que no consigue, sí se ajusta a los requisitos de un director difícil como lo es él. La búsqueda metafórica del carácter trágico de la vida sigue siendo la inmutable constante a definir. En este caso, representada en una mujer al cuidado de su hija enfrentada a una amenaza exterior que pondrá a prueba su fortaleza y tenacidad.
Una excelente ejemplificación de la sordidez cotidiana que, llena de intenciones naturalistas para hurgar en los miedos y la fragilidad humana, envuelve la obra de David Koepp (equivalente a su gran ‘El efecto dominó’) y la del propio Fincher (‘The Game’). La acción es el objetivo, la tónica sobre la que se sustentan los pilares de la edificación modélica de Fincher, acentuando la oscuridad en un escenario sórdido, acuoso y oscurantista que representa, en realidad, la intención narrativa de profundizar en el lado más oscuro y desconocido de todos sus personajes en el que ese ‘castle keep’ tecnológico, esa habitación del pánico, implica el aislamiento emocional y la consecuente decadencia familiar, símbolo manifiesto de la era preservadora que se nos viene encima.
El cineasta retornó así a sus digresiones narrativas (perceptible en ese largo plano secuencia digitalizado), en el ‘photogrammetry’, pero esta vez definiendo su objetivo visual en función de la acción argumental y no de la espectacularidad. ‘Panic Room’ se asemeja a una partida de ajedrez, donde se muestra un tablero (la casa) y unas piezas personalizadas en unos personajes situados en dos extremos (el bien y el mal). Una partida en la que, una vez que la acción les enfrenta, cada uno de ellos juega su estrategia para ganar esta agobiante partida a vida o muerte. Pero en contraposición de aquellos que tachan a Fincher como ‘vendedor de humo’, el director muestra todas sus cartas, sin reservas, sin guardar esta vez un efecto final que confunda.
La gran virtud de ‘Panic Room’ es su grafía traslúcida. Una vez que son presentados los personajes y los ángulos de la mansión, el diagrama se revela simple y sin trabas. Tanto el ‘modus operandi’ de la madre y la resistencia de la hija, como el contraste de personalidades entre los ladrones que origina un enfrentamiento en la disposición metódica de cada uno de ellos, es expuesto con una limpieza alineada y solvente para que los roles lleguen hasta el extremo sus intenciones, reaccionando todos como se espera de ellos (incluido el final). Mucho se habló de la renuncia de Nicole Kidman comenzado por una lesión producida en ‘Moulin Rouge’ por un esguince de rodilla durante el rodaje de esta película, pero lo cierto es que Jodie Foster realizó gracias al abandono un ejercicio de interpretación física y dramática intachable, lleno de matices interpretativos, que la sitúan de nuevo en el pináculo de su carrera. Efecto al que no son ajenos la joven Kristen Stewart, Forest Whitaker y, sobre todo, un irreconocible Jared Leto, secundarios que demuestran que Fincher es también un buen director de actores.
Llena de buenos momentos de una tensión sugerentes, endurecidos por el dominio y el mecanismo utilizado por Fincher desde sus ejemplares créditos, ‘Panic Room’ justificó que, empero de la historia, nos encontramos ante un director llamado a ser uno de los indiscutibles genios del cine moderno.
Por eso esperamos ‘Zodiac’ como agua de mayo.
Por cierto, que dada mi admiración a este director, en breve, en el Abismo, habrá un desglose de sus más famosos 'spots' publicitarios que podréis bajar junto a un análisis más que suculento.

miércoles, 20 de abril de 2005

Zé do Caixão, las uñas más largas de la serie Z

Otro mito oculto en el olvido
Desconocido en buena parte del público y creado por el cineasta José Mojica Marins, Zé do Caixão es uno de los iconos del cine de terror brasileño y del género.
No resulta nada extraño que en nuestro país pocos conozcan una figura tan inquietante como es Zé do Caixão. Al igual que el Santo Enmascarado de Plata, Zé es uno de esas figuras imprescindibles en la cinematografía sudamericana, uno de esos iconos irrepetibles que han marcado con su presencia una parte de la historia del celuloide, en este caso de Brasil. El público conoce y teme a casi todos los arquetipos del cine de terror comercial, elevados al altar por los entusiastas del género. Drácula y Frankenstein, el Hombre Lobo, Pinhead, Jason, Freddie, o más recientemente Ghostface en la saga ‘Scream’ son algunos de ellos.
Lo curioso de este fenómeno carioca es su trasgresión de fronteras, al tratarse de un personaje fundamentalmente localista, restringido a la creencia de una zona que no representa ni mucho menos todo el país. En este ámbito, Brasil supone el marco perfecto para un mito terrorífico como Zé do Caixão, ya que toda inflexión nigromántica que envuelve la religión brasileña está influenciada por la magia negra afrocubana, el catolicismo y la creencia ciega en lóbregas fábulas que imponen su dogma por encima de la realidad. Esta figura aterradora tradicional proviene, como casi toda efigie, de las leyendas lugareñas. Zé era en realidad Josefel Zanatas (por su origen griego ‘muerte’) un patrón oscuro y siniestro que se dedicaba a vender féretros. Se caracteriza por vestir sempiternamente de negro, ocultar su lóbrego rostro bajo una enorme capa y un sombrero de copa y cabalgar en una oscura galera tirada por caballos. Otra de sus sangrientas características es la de poseer una enormes y desgarradoras uñas con las que suele atacar a sus víctimas.
La tradición habla de un hombre poco agraciado, pero bueno y bondadoso, que fue sanguinariamente asesinado junto a su bella y joven esposa Sara a manos de unos mercenarios. Josefel vuelve a la vida, bajo una apariencia demoníaca y umbría, para imponer la justicia y castigar a todas las almas infames (extendiéndose después al crimen sin motivo aparente) que se crucen en su camino, buscando, de paso, una mujer ideal que sustituya a Sara, la perfección femenina hecha carne. ‘A sina do aventureiro’, realizada en 1958 se puede considerar la primera aparición en la gran pantalla de este clásico brasileño. Una película en la que, si bien Zé no tenía una reseñable labor, si impondría las bases de un cine rural, limitado a la creencia nacional, a las pobres gentes analfabetas que creían a pies juntillas una superstición que evoca al popular ‘hombre del saco’.
El debut oficial del enigmático agente de decesos se produce con ‘À Meia Noite Levarei a sua Alma’, la cual fue un auténtico fenómeno de taquilla en varios puntos de la geografía brasilera, ocasionando un inesperado éxito que conllevó a abundantes y sangrientas secuelas, canciones de moda con sus cruentas hazañas como estribillo, su propio ‘quadrinho’ o cómic y hasta un programa de televisión considerado un ‘boom’ catódico. Transmutado en ídolo de masas, Zé do Caixão pasó a la historia con letras de oro bajo el curioso designio del cine marginal y de bajo presupuesto.
El gran creador de todo el tinglado mítico-religioso fue el director y guionista José Mojica Marins, padre de la funesta figura de negro. Marins asegura que su creación proviene de un mal sueño de verano en el que era secuestrado por una bruna figura que le sujetaba la cabeza delante de su propia tumba para que viera qué día moría. Como toda buena idea de terror, el guión pasó de mano en mano sin que ningún productor viera productividad en un bosquejo lleno de sangrientas escenas con un personaje enlutado como protagonista. Creyendo ciegamente en el proyecto, el cineasta carioca se endeudó hasta las cejas y produjo ‘À Meia Noite...’ de forma individual. Incomprensiblemente, tampoco encontró a ningún actor que quisiera dar vida a Zé, así que se envolvió en su capuz negro y rodó, al estilo más cercano de Edward D. Wood Jr., el debut de la impía quimera brasileña.
Encuadrada en la serie Z, esta obra de culto incluía en su interior muchas de las secuencias que marcarían la tradición del cine ‘gore’ más aberrante y desprovisto de circunspección que se haya visto en la historia del género. En ella se narraban los primeros pasos delictivos de Zé do Caixão y su terrible fábula como brujo, justiciero y psicópata sanguinario, ofuscado en su propósito de hallar a la mujer perfecta, capaz de dar a luz a un hijo que pueda continuar con el legado de su padre. Películas como ‘Esta Noite Encarnarei no Teu Cadáver’, ‘Finis Hominis’ y su filme más conocido (si es que alguien lo conoce), ‘El extraño mundo de Zé do Caixão’, imponen una desgarradora visión del mito que introduce imágenes nada habituales en la época (con varios problemas con la censura) con las atrocidades que allí se mostraban: asesinatos, violaciones, necrofilia y canibalismo entre otras barrabasadas provistas de sangre e insania.
Zé do Caixão determina un cine ‘gore’ y ‘splatter’ oculto en la historia del cine, suponiendo un auténtico hallazgo genérico dentro de la orbe de la infracrítica cinematográfica. José Mojica Marins se define por su cine bizarro, impúdico, lleno de sublecturas, muchas de ellas en referencia a la droga y su fomentación por parte del gobierno de la época. Hecho que, por supuesto, hacia que las ‘tijeras’ censoras se cebaran en obras de Mojica como ocurrió en ‘El despertar de la bestia’, filme cargado de escenas lisérgicas que hicieron del cine de Zé do Caixão un auténtico catálogo de ironía surreal y glorificación de lo absurdo. El esperpéntico director, de un modo paralelo, pero fingido, a la monomanía de Bela Lugosi con ‘Drácula’, se metió tanto en su personaje que acabó paseando su personaje a lo largo de todos los festivales del mundo vestido como Zé, dejándose unas largas uñas de 20 centímetros cual Florence Griffith-Joyner en las Olimpiadas del 88.
Pocos conocen la figura de Zé, pero fue Wes Craven el que reconoció públicamente en 1984, durante la promoción de ‘Pesadilla en Elm Sreet’, la influencia de este mito sudamericano para crear las garras de Freddie Krueger. Versado en temeridades imposibles, el director y personaje se sometió durante la vida de Zé a todo tipo de frenesíes físicos como comer gusanos vivos, chupar arañas venenosas, acariciar víboras y descargar compulsivamente en su cuerpo más de 110 voltios (conocidos en México como ‘toques’). Pero Zé do Caixão fue perdiendo interés y en la década de los 80 dejó de agradar a la población brasileña, quedando en la más oscura miseria fílmica. Mojica Marins se cortó las uñas, se afeitó la barba y recaló en el cine porno, donde realizaría un ‘hito’ sicalíptico al rodar la primera película zoofílica de Brasil, lo que le llevó indefectiblemente al descrédito y retiro definitivo de la dirección.
Una década después el tótem del ‘splatter’ norteamericano Frank Hennelotter le destacó como uno de los cineastas más importantes de la historia en la prestigiosa revista ‘Cult movies’, donde se le subrayó como una de las máximas influencias en el cine de terror, que sirvió al propio Marins para reeditar sus obras en USA bajo el seudónimo de Coffin Joe para volver a rodar algún título e incluso cortometrajes, esta vez como actor que carecen de cualquier interés que tuvieran sus primeros trabajos; ‘O Gato de Botas Extraterrestre’, ‘Tortura Selvagem’, la demencial pieza corta ‘Lasaña Asesina’ y su última cinta que data del año pasado 'Un show de Verao' son algunos de estos ejemplos.
Sitges, Amsterdam, Fantasporto... son algunos de los festivales que le han dedicado retrospectivas a un hombre que, si bien ha sido descalificado por un crítica que desconoce su obra, ha sabido ganarse a todos los amantes del cine bizarro y convertirse, con el paso de los años, en un verdadero cineasta de culto.

'Zodiac', lo nuevo de Fincher se consolida

La noticia de hoy es que definitivamente está en marcha la preproducción de un esperado rodaje.
Como anuncié en el Abismo ‘Zodiac’ será la nueva película del gran David Fincher.
Jake Gyllenhaal y Robert Downey Jr. ya han firmado con el director de ‘Seven’ para el nuevo thriller que rodará a finales de año. ‘Zodiac’ se basa en los dos libros del periodista Robert Graysmith ‘Zodiac’ y ‘Zodiac Unmasked’ que tuvieron como objetivo al Asesino del Zodiaco, un psicópata que frecuentó el área de la bahía de San Francisco cometiendo asesinatos al azar y enviando cartas a la policía y al FBI, retándoles y amenazando con matar a más gente. Actuó entre 1966 y 1974 y al día de hoy todavía sigue sin cerrarse el caso.
Ahora mismo están en negociaciones para que Mark Ruffalo interprete a un inspector de homicidios al que acompañará Paul Avery, el periodista que cubre el caso y que interpretaría Gyllenhaal. Desconozco si Downey Jr. sería el asesino.
Lo más reconfortante de todo es que en 2006 tendremos la necesaria dosis de Fincher que algunos tanto echábamos de menos.

martes, 19 de abril de 2005

Habemus Papam


Ah, que no... que no es este. Este es otro Papa.
A las 17:50. La fumata blanca aparece en la Plaza de San Pedro, lo que denota que han fumado poco para saber quién es el nuevo Papa.
Al 4º Intento el conservador alemán Joseph Ratzinger, llamado desde hoy Benedicto XVI, es el ganador de este breve cónclave. Un hombre criticado y polémico que ha suprimido la discusión y silenciado a los disidentes dentro de la iglesia, poco dado a la apertura. Un fulano que, posiblemente, abra una gran distancia entre el liderazgo eclesiástico y la fe de los católicos.
El Papa 265 de la historia de la Iglesia ha sido escogido. A ver si ahora nos dan un poco de tregua y de respiro a tanta extenuación mediática religiosa. Que ya está bien.
¿Qué hará a partir de la semana que viene Telecinco?

Este es Dirk Benedicto XVI.
Este es el Papa de transición. Ya que por mucho que digan que goza de excelente salud, se le ve cascado al hombrito.

La seducción del Lado Oscuro al alcance de la mano

He aquí tenemos otro de esos juguetes que hubieran hecho (y hacen) felices a cualquier integrante de aquella progenie que vivió al escudada en su filiación a la primera trilogía de ‘Star Wars’. Todos nosotros solemos tener problemas de madurez y la mesura no forma parte de nuestras vidas. Por eso cuando vemos un juguete de este tipo, nos retrotraemos a la puericia fílmica para ansiar estas chorradas de intrascendente ocio.
Sí, amigos, es el mismísimo casco negro de Lord Darth Vader, con su característico sonido de resuello cancerígeno de abuelo a punto de espicharla. E incluida, por supuesto, su peculiar resonancia metálica que adjunta frases de la trilogía (“Don´t make me destroy you” o “The force is with you”). Ya no hace falta ser James Earl Jones para sentirnos Vader.
Y no es todo. El casco lleva unas correas para que se adapten a todo tipo de melones y un micrófono que reactiva la opción de modificador de voz, adaptándola a las características de locución sonora de Lord Vader con la posibilidad de decir lo que quieras con la típica y archiconocida voz. Con esta modalidad, podrás coger a cualquier mindundi del cuello y decir aquello de “Su falta de fe resulta molesta” y, cómo no, “Soy tu padre”.
Antes no existían este tipo de juguetes.
¿Es demasiado tarde para comprarse un chisme de estos?
Su precio: 69 €.
Aquí lo tenéis.

La homosexualidad en el cine de Hitchcock, por Izaguirre

Hace ya muchos años que prestigioso crítico Robin Wood salió del armario prorrumpiendo a los cuatro vientos su homosexualidad. Esto trajo consigo que el cineasta al que había dedicado sus mejores estudios a lo largo de su vida, Howard Hawks, fuera el centro de una nueva revisitación de sus códigos cinematográficos desde el punto de vista ‘gay’, analizando toda su filmografía en base a esta tendencia sexual. Su brillante indagación pasó a convertirse en una soterrada perspectiva desde un enfoque en el que en cada película del maestro Hawks extraía unos excedentes dispositivos abiertos a la homosexualidad. Wood transformó con su renovado y enorgullecido enfoque cualquier elemento de simple amistad entre dos hombres (incluida en la magistral ‘Río Bravo’) en apócrifas relaciones que iban más allá, suscitando todo tipo de alusiones homosexuales en las películas de Hawks.
Ayer por la mañana, el ínclito Álex de la Iglesia ha presentado ‘El armario secreto de Hitchcock’, el nuevo libro de Boris Izaguirre (ojo a su página), ése carismático animal de la fauna letrinera que anida en el inefable ‘Crónicas Marcianas’. En él, Boris retoma la idea de Wood establecida en la grafía homosexual de algunas escenas del mago del suspense que el propio autor define no como una reivindicación del maestro británico sino como una forma de ver el universo Hitchcock desde otra geometría. De la Iglesia ha descrito la nueva obra del venezolano como “un libro frívolo que se acerca a un personaje frívolo de una forma rigurosa. Se acerca a la profundidad de Hitchcock a través de lo efímero”.
Supongo que dentro de este periplo a lo largo y ancho de los ‘momentazos homo’ de Hitchcock, Boris habrá subrayado algunos de incuestionable perentoriedad, ya que, pese que el ‘Maestro del suspense’ era un católico victoriano convencido siempre, y esto es algo bastante irrebatible, sintió curiosidad por el mundo ‘gay’, pero de un modo bastante rudo y retrógradamente delicioso, cercano al entorno homofóbico y no al fulgor metódico que pueda contemplar Izaguirre. Así, tenemos ‘La Soga’, con protagonistas fehacientes ‘gays’, personajes interpretados por Farley Granger y John Dall, en esa ambigua relación de secretismo y dependencia de ambos asesinos. O en ‘Extraños en un Tren’, donde se ofrecía un retrato de la homosexualidad descrita en la juventud que auspicia sofisticadas dosis de inteligencia, riqueza, diletantes de lo ‘snob’ y, rebatiendo el tópico, una madre posesiva, como la de Norman Bates en ‘Psicosis’.
También el lesbianismo latente y subvertido de ‘Rebeca’, cuando la pérfida ama de llaves, la señora Danvers (Judith Anderson), enseña a su nueva señora la lencería de la difunta que da nombre a la película. Tampoco se puede olvidar la atracción que siente en el joven Leonard (Martin Landau) por su jefe Philipp Vandamm (James Mason) en ‘Con la muerte en los talones’. Y, por supuesto, espero que no se haya olvidado la pluma del cronista marciano de incluir en su itinerario homosexual por el cine de Hitchcock la británica ‘Asesinato’, en la que uno de los personajes, en sus secuencias principales, se suicida vestido de mujer debido a la contrición de una naturaleza no aceptada o que los dos aficionados al críquet eran igualmente homosexuales en ‘Alarma en el expreso’. A pesar de sus pretensiones, las páginas de este libro no ofrecen nada nuevo. Boris afirma que Alfred Hitchcock no era misógino, si no que, muy al contrario, trazó una mujer fría cuando ser fría era un ejemplo al que aferrarse para ser una mujer independiente. Una aserción que a los amantes y estudiosos del maestro se nos antoja bastante equívoca.
Habrá que echarle un vistazo a este nuevo compendio ‘hitchcockiano’ para ver si Boris acepta los límites que propugna su objetivo o exagera sus finalidades con la proliferación de una posible fallida ponderación. No he leído ‘Morir de glamour’ ni ‘1965’, pero reconozco que sí he profundizado en algún que otro libro del señor Izaguirre. No me cae particularmente bien este autor. Personalmente me parece un ‘autoproclamado’ erudito de lo elegante y ‘glamouroso’, cuando adolece de estos epítetos con sus esperpénticas exhibiciones de lamentable gusto. Sin embargo, he de reconocer que en ‘Fetiche’ y, sobre todo, en ‘La verdad alterada’ el showman consiguió sorprenderme con un agudo cinismo, desarrollado bajo su ironía y una escritura de lectura ágil y amena en sus excelentes crónicas que tienen como factor común una buena dosis de inteligencia y atracción.

lunes, 18 de abril de 2005

3 breves 3

Movieweb confirma lo que ya apareció aquí hace algún tiempo; Platinum Dunes ha llegado a un acuerdo con Focus Features para llevar a cabo el remake de la película ‘Carretera al infierno (The Hitcher)’, un clásico de los 80 dirigido por Robert Harmon y que tiene como principales soportes en esta innecesaria actualización a Michael Bay, Andrew Form y Brad Fuller.
El cómic ‘The Darkchylde’ puede ser llevado a la gran pantalla. Lo ha confirmado el propio creador de la serie tebeística, Randy Queen, que confirma que tiene un guión excelente lleno de terror y buenos sustos. Estará en la producción Dark Horse, sigue probando suerte en la adaptación de cómics con la exitosa ‘Hellboy’. ‘The Darkchylde’ cuenta la historia de Ariel Lynn Chylde, una joven de oscuro pasado que, debido a una maldición, convierte las bestias de sus pesadillas en realidad.
Por último, el violento ex-futbolista y actor ocasional Vinnie Jones podría dar vida a Juggernaut, uno de los villanos que aparecerá en la tercera parte de ‘X-Men’.

Ha llegado el católico momento

Hoy comienza el famoso cónclave del que saldrá el sucesor de Juan Pablo II (te quiso todo el mundo). Los cardenales más jóvenzuelos (los menores de 80 años) podrán elegir con su voto a la nueva cabeza de la Iglesia Católica en un proceso planificado al milímetro.
Imagen extraída de La Fragua.

domingo, 17 de abril de 2005

'The Shape of Things', la mediocridad de lo superficial

La manipulación de la vida que imita al arte
Neil LaBute recuperó su mejor cine crítico con una cruel visión sobre la manipulación y la superficialidad que encierra el amor y el arte en la sociedad moderna.
Como escribió Oscar Wilde en ‘El retrato de Dorian Gray’ “Detrás de todas las cosas exquisitas que existieron hubo algo trágico”. Es aquí donde podríamos situar el núcleo existencial de una cinta que pasó injustamente desapercibida por nuestras pantallas hace menos de un año como es ‘Por amor al arte’, la última película del insurrecto Neil LaBute, un hiriente autor que, junto a cineastas como Alexander Payne, Wes Anderson y Todd Solondz, se empeña en hacer ver lo oscuro y cínico de la sociedad actual, donde las apariencias de felicidad esconden el lado más funesto y agónico de la verdad que nos rodea. LaBute ha proporcionado lo mejor de su corta carrera con dos títulos como ‘En compañía de hombres’, donde dos ‘yuppies’ se planteaban, a modo de juego, hacer sufrir a una atractiva mujer sorda y ‘Amigos y vecinos’, dura visión sobre la infidelidad y la amistad como fuga a los problemas de pareja. Alejado de experimentos ‘normalizadores’ en las irregulares ‘Persiguiendo a Betty’ y ‘Posesión’, el realizador americano vuelve a enfocar su perversa mirada hacia una particular antítesis de la felicidad y el desengaño.
‘Por amor al arte’ no se entendería sin esta nueva tendencia de la sociedad moderna por la perfección, inculcada de valores que se proyectan desde los medios de comunicación hacia la obsesión por la imagen, por el exterior, donde el físico es lo fundamental. Una sociedad donde el culto al hedonismo y al narcisismo son valores en alza y donde las carencias afectivas y de personalidad se subsanan con la manipulación. El hombre moderno se ha convertido en un metafórico caramelo de envoltura sugerente e irresistible que esconde una golosina hedionda con sabor a mierda. En este espinoso terreno, ‘Por amor al arte’, se consuma como una hiriente comedia negra y una sátira sobre la carencia de personalidad, la sumisión amorosa, la amoralidad del proceder artístico y el egoísta y desalmado manejo emocional en favor de la satisfacción personal, donde se subjetivizan sentimientos y arte. Y no es el manifiesto misógino que se podía esperar de LaBute, sino que, dentro del campo estético e íntimo, es una proclama sobre la bulimia emocional, la anorexia moral y la vigorexia social que envuelve a una sociedad que mendiga belleza y perfección como justificación de la felicidad que proponen los patrones modernos. En definitiva, que estamos encerrados en la aterradora superficialidad de la sociedad del marketing, de los axiomas de la tele, del mensaje único e institucional que esclaviza a una feligresía mediática mediocre, convirtiéndola en feliz aglomeración de ignorantes.
En este ejercicio de misantropía digna de Kohler o Milstein, LaBute envuelve de ironía amarga la historia de amor Adam y Evelyn, dos jóvenes que se conocen en una galería de arte e inician una relación de pareja que no ven con muy buenos ojos Jenny y Phillip, los amigos de Adam. Todos se verán envueltos en una evolución emocional y física de consecuencias inesperadas. Bajo ese halo de comedia de enredo, LaBute aprovecha para indagar en el enfrentamiento de los conflictivos deseos humanos afines a las ansias de libertad y de correspondencia, a la pretensión de amor que deviene de la siempre peligrosa noción de toda seducción que, en su fondo, es egoísta y muchas veces cruel. Un juego de lleno de maldad, proveedor del dolor más impío que se pueda llegar a pensar. Con esta premisa, LaBute imbuye de desesperanza y pesimismo una historia que tiene como centro de atención el sofisma que es, en realidad, el amor. La manipulación que comporta el cambiar los hábitos, los gustos e incluso la personalidad para satisfacer a la pareja, arrebatando así lo más importante de la esencia humana: la libertad.
En ‘Por amor al arte’, se utiliza el arte, la obsesión de los creadores por la perfección y la belleza, por la forma de entender las diversas disposiciones artísticas, para trazar una atroz hipótesis sobre las frágiles estructuras de la mentira, del horror del vacío solapado por el automatismo de una relación aparentemente perfecta que se destapa como una disertación sobre la humillación, como lectura emocional basada en las apariencias, dando a entender que la obtención de los deseos que se hacen realidad convierten a las personas en arrogantes y estúpidas, sumergiéndolas en una burbuja de falsedad que algunos dan en llamar felicidad. LaBute dictamina así el amor como refugio de las inseguridades personales, que terminan por exterminar la autonomía individual para someter al individuo a la manipulación. La eficacia de esta sugerente película no reside tanto en el contenido como en la forma, ya que tras la cáscara de comedia romántica se esconde una terrible y angustiosa declaración de hasta dónde llega la mediocridad actual residente en la superficialidad de las cosas, del hombre moderno, de la pareja y el inexistente bienestar que encuentra su verdad en la realidad cruel y hiriente que coloca al hombre en un rol de marioneta utilizado por muchos y diversos factores. El arte es la apreciación subjetiva de algo, a priori, objetivo, que más allá de su representación estética tiene un significado. Como la acertada visión de LaBute sobre las relaciones humanas. Por eso, esa forma de las cosas del título original, la grafía de su arte, se torna utilitarista al tomar como cimentación de su ‘obra’ al propio hombre en manos de una mujer que utiliza sus pretensiones intelectuales e inspiración en la metáfora que supone la cotidianeidad de tres vidas aburridas y sin pasión (el modelo que la sociedad tiene como ‘normales’), cuya esencia final destapa la verdad interior de todos y cada uno de ellos ante la perversa prepotencia de una persona que habla de amor, pero que lo utiliza como praxis experimental en la que todo vale por demostrar que en la investigación pasional cuasicientífica también existe arte.
Toda la película no tendría su devastadora relevancia sin sus extraordinarios cuatro y únicos intérpretes, encabezados por la carnal Rachel Weisz, que encauza el mejor rol de su reducida filmografía a momentos de soberbia actoral, a la que no son ajenos un extraordinario Paul Rudd, la dulce Gretchen Mol y el cínico Paul Webber. Pero no todo podía ser perfecto, ya que en la adaptación de la propia obra de teatro del director, la carencia escénica y unificación geográfica que sólo entrecruza a las dos parejas proporciona a su versión cinematográfica un excesivo aire de claustrofobia, sólo rota por las canciones de Elvis Costello a modo de transición entre escenas (un punto característico en el cine de LaBute) y que conlleva muchas veces a la apatía y la monotonía de ciertos diálogos que se hacen largos. Un aspecto que si se une a la excesiva y habitual frialdad de La Bute como director, resta vigor al ritmo y a lo mejor de unos diálogos sencillamente sobresalientes.
Y ésa desacertada propuesta teórica y distante del mundo real, encerrada en un entorno teatral, es el principal lastre que no deja a ‘Por amor al arte’ transformarse en una obra maestra del cinismo humano y la confusión de la utilizada sociedad que, sin embargo, alcanza su apoteosis de bestialidad en un desenlace lleno de mala hostia venenosa, de violencia verbal enfocada a la estupidez y al enamoramiento humano, al manejo recíproco (o unifocal) al que se entregan las parejas de novios, a la superioridad en las relaciones de amistad que esconden bajo su apariencia de estabilidad y felicidad el auténtico sentido del cinismo e hipocresía.

Hey, Joe...

Inconsciente paradigma de la deletérea miscelánea entre rock y heroína, representación de la insubordinación y la desidia, dignatario del ‘black power’ en los 70 y otro de esos ídolos caídos que dejaron un exquisito cadáver muy joven, habiendo vivido rápido pasando a ser otro mártir de un período convulso. Jimmy Hendrix, transgresor y mitológico, se ha convertido con el paso de los años en un emblema de la música revolucionaria y uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos.
La devoción por esta ‘bestia parda’ se materializa en un nutrido catálogo de cantautores, bluesmen, jazzistas y hasta folclóricos, partidarios de la excepcionalidad de una obra musical al margen de su portentoso virtuosismo que dio al mundo de la música algunas las técnicas de grabación que Hendrix empleó en sus álbumes, más revolucionarias si cabe que las de los Beatles en ‘Sgt. Pepper's’.
Esta mañana me he levantado al son de ‘The ultimate experience’, y tras ello, la resaca parece haber disminuido. No he podido por más que seguir consumiendo más Hendrix y tararear sus míticas ‘Hey Joe’, ‘Voodoo Chile’, ‘All Along The Watchtower’, ‘Foxy Lady’, ‘The wind cries Mary’, ‘Fire', ‘Little wing', ‘Crosstown Traffic’ o ‘Manic Depression'.
El rock psicodélico, el blues ácido enfurecido en las cuerdas de su Fender Estratocaster, de contagioso ritmo lisérgico originado en la simbiosis entre blues, jazz y rock; explosivo cóctel de referencias con alma de soul.
¿Hay algo mejor que levantarse un domingo de resaca con la música de Jimmy?