martes, 19 de abril de 2005

La seducción del Lado Oscuro al alcance de la mano

He aquí tenemos otro de esos juguetes que hubieran hecho (y hacen) felices a cualquier integrante de aquella progenie que vivió al escudada en su filiación a la primera trilogía de ‘Star Wars’. Todos nosotros solemos tener problemas de madurez y la mesura no forma parte de nuestras vidas. Por eso cuando vemos un juguete de este tipo, nos retrotraemos a la puericia fílmica para ansiar estas chorradas de intrascendente ocio.
Sí, amigos, es el mismísimo casco negro de Lord Darth Vader, con su característico sonido de resuello cancerígeno de abuelo a punto de espicharla. E incluida, por supuesto, su peculiar resonancia metálica que adjunta frases de la trilogía (“Don´t make me destroy you” o “The force is with you”). Ya no hace falta ser James Earl Jones para sentirnos Vader.
Y no es todo. El casco lleva unas correas para que se adapten a todo tipo de melones y un micrófono que reactiva la opción de modificador de voz, adaptándola a las características de locución sonora de Lord Vader con la posibilidad de decir lo que quieras con la típica y archiconocida voz. Con esta modalidad, podrás coger a cualquier mindundi del cuello y decir aquello de “Su falta de fe resulta molesta” y, cómo no, “Soy tu padre”.
Antes no existían este tipo de juguetes.
¿Es demasiado tarde para comprarse un chisme de estos?
Su precio: 69 €.
Aquí lo tenéis.

La homosexualidad en el cine de Hitchcock, por Izaguirre

Hace ya muchos años que prestigioso crítico Robin Wood salió del armario prorrumpiendo a los cuatro vientos su homosexualidad. Esto trajo consigo que el cineasta al que había dedicado sus mejores estudios a lo largo de su vida, Howard Hawks, fuera el centro de una nueva revisitación de sus códigos cinematográficos desde el punto de vista ‘gay’, analizando toda su filmografía en base a esta tendencia sexual. Su brillante indagación pasó a convertirse en una soterrada perspectiva desde un enfoque en el que en cada película del maestro Hawks extraía unos excedentes dispositivos abiertos a la homosexualidad. Wood transformó con su renovado y enorgullecido enfoque cualquier elemento de simple amistad entre dos hombres (incluida en la magistral ‘Río Bravo’) en apócrifas relaciones que iban más allá, suscitando todo tipo de alusiones homosexuales en las películas de Hawks.
Ayer por la mañana, el ínclito Álex de la Iglesia ha presentado ‘El armario secreto de Hitchcock’, el nuevo libro de Boris Izaguirre (ojo a su página), ése carismático animal de la fauna letrinera que anida en el inefable ‘Crónicas Marcianas’. En él, Boris retoma la idea de Wood establecida en la grafía homosexual de algunas escenas del mago del suspense que el propio autor define no como una reivindicación del maestro británico sino como una forma de ver el universo Hitchcock desde otra geometría. De la Iglesia ha descrito la nueva obra del venezolano como “un libro frívolo que se acerca a un personaje frívolo de una forma rigurosa. Se acerca a la profundidad de Hitchcock a través de lo efímero”.
Supongo que dentro de este periplo a lo largo y ancho de los ‘momentazos homo’ de Hitchcock, Boris habrá subrayado algunos de incuestionable perentoriedad, ya que, pese que el ‘Maestro del suspense’ era un católico victoriano convencido siempre, y esto es algo bastante irrebatible, sintió curiosidad por el mundo ‘gay’, pero de un modo bastante rudo y retrógradamente delicioso, cercano al entorno homofóbico y no al fulgor metódico que pueda contemplar Izaguirre. Así, tenemos ‘La Soga’, con protagonistas fehacientes ‘gays’, personajes interpretados por Farley Granger y John Dall, en esa ambigua relación de secretismo y dependencia de ambos asesinos. O en ‘Extraños en un Tren’, donde se ofrecía un retrato de la homosexualidad descrita en la juventud que auspicia sofisticadas dosis de inteligencia, riqueza, diletantes de lo ‘snob’ y, rebatiendo el tópico, una madre posesiva, como la de Norman Bates en ‘Psicosis’.
También el lesbianismo latente y subvertido de ‘Rebeca’, cuando la pérfida ama de llaves, la señora Danvers (Judith Anderson), enseña a su nueva señora la lencería de la difunta que da nombre a la película. Tampoco se puede olvidar la atracción que siente en el joven Leonard (Martin Landau) por su jefe Philipp Vandamm (James Mason) en ‘Con la muerte en los talones’. Y, por supuesto, espero que no se haya olvidado la pluma del cronista marciano de incluir en su itinerario homosexual por el cine de Hitchcock la británica ‘Asesinato’, en la que uno de los personajes, en sus secuencias principales, se suicida vestido de mujer debido a la contrición de una naturaleza no aceptada o que los dos aficionados al críquet eran igualmente homosexuales en ‘Alarma en el expreso’. A pesar de sus pretensiones, las páginas de este libro no ofrecen nada nuevo. Boris afirma que Alfred Hitchcock no era misógino, si no que, muy al contrario, trazó una mujer fría cuando ser fría era un ejemplo al que aferrarse para ser una mujer independiente. Una aserción que a los amantes y estudiosos del maestro se nos antoja bastante equívoca.
Habrá que echarle un vistazo a este nuevo compendio ‘hitchcockiano’ para ver si Boris acepta los límites que propugna su objetivo o exagera sus finalidades con la proliferación de una posible fallida ponderación. No he leído ‘Morir de glamour’ ni ‘1965’, pero reconozco que sí he profundizado en algún que otro libro del señor Izaguirre. No me cae particularmente bien este autor. Personalmente me parece un ‘autoproclamado’ erudito de lo elegante y ‘glamouroso’, cuando adolece de estos epítetos con sus esperpénticas exhibiciones de lamentable gusto. Sin embargo, he de reconocer que en ‘Fetiche’ y, sobre todo, en ‘La verdad alterada’ el showman consiguió sorprenderme con un agudo cinismo, desarrollado bajo su ironía y una escritura de lectura ágil y amena en sus excelentes crónicas que tienen como factor común una buena dosis de inteligencia y atracción.

lunes, 18 de abril de 2005

3 breves 3

Movieweb confirma lo que ya apareció aquí hace algún tiempo; Platinum Dunes ha llegado a un acuerdo con Focus Features para llevar a cabo el remake de la película ‘Carretera al infierno (The Hitcher)’, un clásico de los 80 dirigido por Robert Harmon y que tiene como principales soportes en esta innecesaria actualización a Michael Bay, Andrew Form y Brad Fuller.
El cómic ‘The Darkchylde’ puede ser llevado a la gran pantalla. Lo ha confirmado el propio creador de la serie tebeística, Randy Queen, que confirma que tiene un guión excelente lleno de terror y buenos sustos. Estará en la producción Dark Horse, sigue probando suerte en la adaptación de cómics con la exitosa ‘Hellboy’. ‘The Darkchylde’ cuenta la historia de Ariel Lynn Chylde, una joven de oscuro pasado que, debido a una maldición, convierte las bestias de sus pesadillas en realidad.
Por último, el violento ex-futbolista y actor ocasional Vinnie Jones podría dar vida a Juggernaut, uno de los villanos que aparecerá en la tercera parte de ‘X-Men’.

Ha llegado el católico momento

Hoy comienza el famoso cónclave del que saldrá el sucesor de Juan Pablo II (te quiso todo el mundo). Los cardenales más jóvenzuelos (los menores de 80 años) podrán elegir con su voto a la nueva cabeza de la Iglesia Católica en un proceso planificado al milímetro.
Imagen extraída de La Fragua.

domingo, 17 de abril de 2005

'The Shape of Things', la mediocridad de lo superficial

La manipulación de la vida que imita al arte
Neil LaBute recuperó su mejor cine crítico con una cruel visión sobre la manipulación y la superficialidad que encierra el amor y el arte en la sociedad moderna.
Como escribió Oscar Wilde en ‘El retrato de Dorian Gray’ “Detrás de todas las cosas exquisitas que existieron hubo algo trágico”. Es aquí donde podríamos situar el núcleo existencial de una cinta que pasó injustamente desapercibida por nuestras pantallas hace menos de un año como es ‘Por amor al arte’, la última película del insurrecto Neil LaBute, un hiriente autor que, junto a cineastas como Alexander Payne, Wes Anderson y Todd Solondz, se empeña en hacer ver lo oscuro y cínico de la sociedad actual, donde las apariencias de felicidad esconden el lado más funesto y agónico de la verdad que nos rodea. LaBute ha proporcionado lo mejor de su corta carrera con dos títulos como ‘En compañía de hombres’, donde dos ‘yuppies’ se planteaban, a modo de juego, hacer sufrir a una atractiva mujer sorda y ‘Amigos y vecinos’, dura visión sobre la infidelidad y la amistad como fuga a los problemas de pareja. Alejado de experimentos ‘normalizadores’ en las irregulares ‘Persiguiendo a Betty’ y ‘Posesión’, el realizador americano vuelve a enfocar su perversa mirada hacia una particular antítesis de la felicidad y el desengaño.
‘Por amor al arte’ no se entendería sin esta nueva tendencia de la sociedad moderna por la perfección, inculcada de valores que se proyectan desde los medios de comunicación hacia la obsesión por la imagen, por el exterior, donde el físico es lo fundamental. Una sociedad donde el culto al hedonismo y al narcisismo son valores en alza y donde las carencias afectivas y de personalidad se subsanan con la manipulación. El hombre moderno se ha convertido en un metafórico caramelo de envoltura sugerente e irresistible que esconde una golosina hedionda con sabor a mierda. En este espinoso terreno, ‘Por amor al arte’, se consuma como una hiriente comedia negra y una sátira sobre la carencia de personalidad, la sumisión amorosa, la amoralidad del proceder artístico y el egoísta y desalmado manejo emocional en favor de la satisfacción personal, donde se subjetivizan sentimientos y arte. Y no es el manifiesto misógino que se podía esperar de LaBute, sino que, dentro del campo estético e íntimo, es una proclama sobre la bulimia emocional, la anorexia moral y la vigorexia social que envuelve a una sociedad que mendiga belleza y perfección como justificación de la felicidad que proponen los patrones modernos. En definitiva, que estamos encerrados en la aterradora superficialidad de la sociedad del marketing, de los axiomas de la tele, del mensaje único e institucional que esclaviza a una feligresía mediática mediocre, convirtiéndola en feliz aglomeración de ignorantes.
En este ejercicio de misantropía digna de Kohler o Milstein, LaBute envuelve de ironía amarga la historia de amor Adam y Evelyn, dos jóvenes que se conocen en una galería de arte e inician una relación de pareja que no ven con muy buenos ojos Jenny y Phillip, los amigos de Adam. Todos se verán envueltos en una evolución emocional y física de consecuencias inesperadas. Bajo ese halo de comedia de enredo, LaBute aprovecha para indagar en el enfrentamiento de los conflictivos deseos humanos afines a las ansias de libertad y de correspondencia, a la pretensión de amor que deviene de la siempre peligrosa noción de toda seducción que, en su fondo, es egoísta y muchas veces cruel. Un juego de lleno de maldad, proveedor del dolor más impío que se pueda llegar a pensar. Con esta premisa, LaBute imbuye de desesperanza y pesimismo una historia que tiene como centro de atención el sofisma que es, en realidad, el amor. La manipulación que comporta el cambiar los hábitos, los gustos e incluso la personalidad para satisfacer a la pareja, arrebatando así lo más importante de la esencia humana: la libertad.
En ‘Por amor al arte’, se utiliza el arte, la obsesión de los creadores por la perfección y la belleza, por la forma de entender las diversas disposiciones artísticas, para trazar una atroz hipótesis sobre las frágiles estructuras de la mentira, del horror del vacío solapado por el automatismo de una relación aparentemente perfecta que se destapa como una disertación sobre la humillación, como lectura emocional basada en las apariencias, dando a entender que la obtención de los deseos que se hacen realidad convierten a las personas en arrogantes y estúpidas, sumergiéndolas en una burbuja de falsedad que algunos dan en llamar felicidad. LaBute dictamina así el amor como refugio de las inseguridades personales, que terminan por exterminar la autonomía individual para someter al individuo a la manipulación. La eficacia de esta sugerente película no reside tanto en el contenido como en la forma, ya que tras la cáscara de comedia romántica se esconde una terrible y angustiosa declaración de hasta dónde llega la mediocridad actual residente en la superficialidad de las cosas, del hombre moderno, de la pareja y el inexistente bienestar que encuentra su verdad en la realidad cruel y hiriente que coloca al hombre en un rol de marioneta utilizado por muchos y diversos factores. El arte es la apreciación subjetiva de algo, a priori, objetivo, que más allá de su representación estética tiene un significado. Como la acertada visión de LaBute sobre las relaciones humanas. Por eso, esa forma de las cosas del título original, la grafía de su arte, se torna utilitarista al tomar como cimentación de su ‘obra’ al propio hombre en manos de una mujer que utiliza sus pretensiones intelectuales e inspiración en la metáfora que supone la cotidianeidad de tres vidas aburridas y sin pasión (el modelo que la sociedad tiene como ‘normales’), cuya esencia final destapa la verdad interior de todos y cada uno de ellos ante la perversa prepotencia de una persona que habla de amor, pero que lo utiliza como praxis experimental en la que todo vale por demostrar que en la investigación pasional cuasicientífica también existe arte.
Toda la película no tendría su devastadora relevancia sin sus extraordinarios cuatro y únicos intérpretes, encabezados por la carnal Rachel Weisz, que encauza el mejor rol de su reducida filmografía a momentos de soberbia actoral, a la que no son ajenos un extraordinario Paul Rudd, la dulce Gretchen Mol y el cínico Paul Webber. Pero no todo podía ser perfecto, ya que en la adaptación de la propia obra de teatro del director, la carencia escénica y unificación geográfica que sólo entrecruza a las dos parejas proporciona a su versión cinematográfica un excesivo aire de claustrofobia, sólo rota por las canciones de Elvis Costello a modo de transición entre escenas (un punto característico en el cine de LaBute) y que conlleva muchas veces a la apatía y la monotonía de ciertos diálogos que se hacen largos. Un aspecto que si se une a la excesiva y habitual frialdad de La Bute como director, resta vigor al ritmo y a lo mejor de unos diálogos sencillamente sobresalientes.
Y ésa desacertada propuesta teórica y distante del mundo real, encerrada en un entorno teatral, es el principal lastre que no deja a ‘Por amor al arte’ transformarse en una obra maestra del cinismo humano y la confusión de la utilizada sociedad que, sin embargo, alcanza su apoteosis de bestialidad en un desenlace lleno de mala hostia venenosa, de violencia verbal enfocada a la estupidez y al enamoramiento humano, al manejo recíproco (o unifocal) al que se entregan las parejas de novios, a la superioridad en las relaciones de amistad que esconden bajo su apariencia de estabilidad y felicidad el auténtico sentido del cinismo e hipocresía.

Hey, Joe...

Inconsciente paradigma de la deletérea miscelánea entre rock y heroína, representación de la insubordinación y la desidia, dignatario del ‘black power’ en los 70 y otro de esos ídolos caídos que dejaron un exquisito cadáver muy joven, habiendo vivido rápido pasando a ser otro mártir de un período convulso. Jimmy Hendrix, transgresor y mitológico, se ha convertido con el paso de los años en un emblema de la música revolucionaria y uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos.
La devoción por esta ‘bestia parda’ se materializa en un nutrido catálogo de cantautores, bluesmen, jazzistas y hasta folclóricos, partidarios de la excepcionalidad de una obra musical al margen de su portentoso virtuosismo que dio al mundo de la música algunas las técnicas de grabación que Hendrix empleó en sus álbumes, más revolucionarias si cabe que las de los Beatles en ‘Sgt. Pepper's’.
Esta mañana me he levantado al son de ‘The ultimate experience’, y tras ello, la resaca parece haber disminuido. No he podido por más que seguir consumiendo más Hendrix y tararear sus míticas ‘Hey Joe’, ‘Voodoo Chile’, ‘All Along The Watchtower’, ‘Foxy Lady’, ‘The wind cries Mary’, ‘Fire', ‘Little wing', ‘Crosstown Traffic’ o ‘Manic Depression'.
El rock psicodélico, el blues ácido enfurecido en las cuerdas de su Fender Estratocaster, de contagioso ritmo lisérgico originado en la simbiosis entre blues, jazz y rock; explosivo cóctel de referencias con alma de soul.
¿Hay algo mejor que levantarse un domingo de resaca con la música de Jimmy?

sábado, 16 de abril de 2005

'La flaqueza del Bolchevique', una gema entre la mugre

Los rayos de una esperanza quebrada
Manuel Martin Cuenca se presentó con una adaptación de Lorenzo Silva en la que destacaron Luis Tosar y el portentoso debut de la joven María Valverde.
Curiosa historia de vidas cotidianas, por la que fluye un sutil arte que expresa conceptos perentorios y simples estructurados sobre una idea naturalista de sólidos pilares, con un argumento identificable y cercano. Algo tan cotidiano como lo pueda ser un silogismo existencial con el que todos y cada uno de los espectadores se pudiera sentir identificado. Franqueza, delicadeza, profundidad e intrepidez son algunos de los adjetivos que podrían concederse a este pequeño filme sin pretensiones más allá que la de contar una hermosa fábula de amor y amistad diseñada en diversas escalas narrativas y sentimentales. La cinta de Manuel Martín Cuenca empieza siguiendo a Pablo, un ejecutivo de banca desilusionado, abatido vitalmente pese a tener un empleo seguro y una vida acomodada. Tras un pequeño accidente de coche en plena Cibeles con Sonsoles, una pija madrileña, la vida del joven cambia cuando comienza a hacerle llamadas anónimas. Un juego que parece divertirle hasta que, de manera casual, conoce a María, la hermana de la mujer, una chica de quince años que hará que su vida empiece a descubrir señales evidentes de necesidad y afecto, de desubicación ante su aburrida vida de ‘yupie’ egoísta que utiliza su conocimiento de las técnicas administrativas solamente para el lucro personal.
'La flaqueza del bolchevique' plantea así una inteligente visualización de la novela homónima de Lorenzo Silva narrando un hermoso poema romántico sobre el amor, la luz afectuosa que experimenta un hombre ante una adolescente que no deja ver tras de sí el prototípico modelo de ‘lolita’ al que ha acostumbrado la literatura y el cine, sino que, según el autor de la novela, es una extraña metáfora de la niña Olga, hija del zar Nicolás II y su relación con el 'Mujik' que la ha de matar durante la revolución rusa. Manejando este tipo de metáfora soviética, el cineasta y el literato hacen que la evolución emocional y argumental que rodea el papel de Pablo solidifiquen el instante de flaqueza del bolchevique en una inmensa glorificación emocional, en el verdadero sentido de la vida, aquél que alienta a la chiquilla a mirar con interés y curiosidad el estado anímico y gris de su nuevo camarada, mucho más mayor, pero análogo en la necesidad de condescendencia y amistad verdadera.
Un relato idealista y grisáceo, nunca dramático, pero sí triste, muy triste, que brinda la belleza de la imperfección de un primer trabajo que se enaltece por la trascendencia de esa pequeña (en realidad grandiosa) tragedia cotidiana fundamentada en la caída de las ambiciones materiales a favor del sentimiento. Una entusiasta historia que habla, en su fondo, del imprevisible azar, de la providencia que extingue el destello de la esperanza y lo devuelve a su original crepúsculo. En definitiva, una amarga y sombría película que desglosa una de las más bellas historias de amor del actual cine español a través de los ojos de víctimas carentes de deseos que encuentran su destino en la persona más inesperada. Historia moral de vidas vendidas, de sueños malogrados y de ilusiones frustradas que son la clave para que el debutante Martin Cuenca despliegue una solvente capacidad para desarrollar un vigoroso ritmo, ágil y cadente, impregnado de pequeños detalles colmados de sencillez, utilizados con perspicacia para moverse con igual destreza en la comedia, la intriga y el melodrama y que convergen en una cinta difícil de olvidar. En este fluido retrato del ‘ganador-perdedor’, antihéroe por excelencia, donde los adinerados ejecutivos han perdido su vida a cambio de una existencia gris y muy bien pagada, sin ilusión y renunciando a todas y cada una de sus convicciones personales, renace la vida con la riqueza expositiva de la historia de un flechazo, primero visual, después emocional, con una joven adolescente que no es otra cosa sino el propio reflejo de la juventud perdida.
Una historia con nínfula, sin concesiones a los más degenerados y malentendedores de Nabokov, alusión a un romanticismo puro desprovisto de un erotismo manifiesto, basado en el afecto y en la lucidez emocional que envuelve todo el periplo argumental no exento de cierto pesimismo. En esta saciedad de calidad y filantropía cinematográfica que dota a la película debut de Martín Cuenca con todos los mejores calificativos que se le puedan otorgar a un primer largometraje, hay una admirable obra encubierta en la sencillez y simplicidad, pero también una maravilla de complejas superficies narrativas que encuentran las piezas básicas para la identificación y la ponderación de ‘La flaqueza del Bolchevique’ en el talento de Luis Tosar y la debutante María Valverde. Tosar, formidable, volvió a demostrar que es uno de los actores más capacitados de la última hornada de intérpretes nacionales sublimando su personaje con su profuso talento, a la altura de cualquier papel de los muchos que han venido a darle la merecida fama (‘Los lunes al sol’ o ‘Te doy mis ojos’). María Valverde, por su parte, se configuró con este portentoso papel de adolescente enamoradiza como el descubrimiento actoral más esperanzador de los últimos años de nuestro cine (Goya incluido). Una actriz quinceañera que, gracias a un prodigioso control interpretativo basado en la efectividad y la naturalidad de réplica imposible, hace inolvidable su presentación en la gran pantalla creando unas expectativas más que alentadoras. Valverde es lo más satisfactorio en esta película imborrable, llena de frescura y dotada de esas pequeñas cualidades con las que las películas pasan a ser, al cabo de los años, pequeñas obras de culto.

Contra la resaca, un 'Bloody Mary'

Indicaciones:
Es la única bebida de calidad probada que elimina, de forma absoluta y taxativa, una resaca de tres pares de cojones. Quien no haya aprendido a disfrutar de los buenos dolores de cabeza y el regustillo a arcada que deja una buena cogorza y quiera eliminar este mal menor, esta su bebida y solución.
Ingredientes:
Vodka (4 partes).
Zumo de tomate (5 partes).
Limón (depende lo que guste, pero es necesario).
Hielo.
Salsa inglesa (al gusto).
Pimienta blanca (al gusto).
Sal de apio (al gusto).
Salsa Tabasco (al gusto).
Preparación:
Primero se coloca hielo en una jarra de vidrio, luego el vodka, después las especias (si gustan, que es lo mejor, si no queda muy soso y tu resaca se te pasa, pero no con fantasía degustativa).
Se revuelve todo al son de la brutal resaca con una cuchara de metal o palillo mezclador que todos hemos mangado alguna vez. Una vez removido, nos queda la mezcla principal.
Al final agregaremos el zumo de tomate y el limón (una rodaja de limón, como un 'dash' o para que nos entendamos ‘un toque’).
Por último y para que esté de vicio, se puede colar (con un colador, claro).
Se sirve en el vaso y adiós resacón matutino. Para hacer el gilipollas al estilo Arguiñano cabe la posibilidad de decorar con una rama de apio.
Observaciones:
Este es un aperitivo, una solución paranormal al vicio de perder neuronas a lo bobo, de evitar levantarte por la mañana como si te hubieran aplastado la cabeza con un yunque. El 'Bloody Mary' tiene una gran ventaja, y es que, debido a la mezcla del tomate y las especias, genera apetito. Es decir, que se acabaron las caras de asco en la mesa familiar o levantarse y tumbarse todo el día esperando a que se pase el malestar postetílico.
Una cosa, siempre debe ir igual cantidad de hielo hasta donde luego se servirá el cóctel. Es mejor servirlo en un vaso largo y ancho. A mayor cantidad, mayor efecto.
Y no olvides la regla básica: "Dos veces hielo". Es decir, el hielo con el que se bate el sabroso cóctel no es el mismo que va luego en el vaso. Ése hielo es otro y lo colocamos en el vaso segundos antes de servir para que no se forme agua que cambie el sabor o cuerpo del cóctel.

viernes, 15 de abril de 2005

Lo nuevo de Cunningham ya está aquí

Chris Cunningham lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a crear una nueva pieza de culto, amigos.
Todo surgió como una promo para la canción ‘Afx. 237 v.7’ del álbum de Aphex Twin ‘druqks’. 30 segundos que se han convertido en 6 minutos de otro intenso cortometraje para la galería de este genio de nuestro tiempo.
De su quinta colaboración con Richard D James ha salido otro de esos trabajos que están encumbrando al británico a lo más alto del panorama audiovisual. Otra historia oscura, luctuosa, donde lo abominable es estudiado por Cunningham como realidad deforme del mundo en el que vivimos. Se titula ‘Rubber Johnny’, la historia de un solitario personaje deforme y repulsivo encerrado en sótano junto a su perro. Un mutante confinado en su propia soledad, alienado por necesidad, cuya única compañía es él mismo y sus pensamientos. Su única evasión es un perro al que somete a su propia locura. Un ente desagradable, físicamente análogo a John Merrick, que se ve desdeñado por sus padres, unos ‘rednecks’ adictos a la televisión que le alimentan de vez en cuando.
Otra oscura reflexión de este compositor de imágenes, de un ensimismado analista del cuerpo humano, la anatomía imperfecta, del rechazo de la sociedad al cuerpo deforme.
El corto se estrenó ayer mismito en el Garage Stadio de San Siro, dentro TDK Dance Marathon 2005. Saldrá a la venta con un libro de 40 páginas sobre el proceso de creación de la inquietante historia el próximo 23 de mayo publicado por Warp Films.
Os dejo la interesante entrevista al gran Chris.

¿'Watchmen' cancelado?

El rumor se consolida según pasan los días: ‘Watchmen’, la obra maestra de Alan Moore y Dave Gibbons, que estaba en proceso de preproducción con Paul Greengrass al frente, se va a cancelar. Chris Kenny y Nic Korda, los productores británicos de la Paramount ya habían presagiado el infortunio cuando avanzaron hace un par de semanas las dificultades que estaban sufriendo para ajustar el presupuesto al rodaje que se exige en los míticos Pinewood Studios.
Era más que predecible. La razón es bien sencilla: la ineficacia de un director que, aclimatado a la temática irlandesa y del conflicto del IRA y tras su desastroso paso por la secuela del personaje de Robert Lundlum Jason Bourne, no ha estado a la altura de las circunstancias.
La ambición y complejidad de la novela gráfica, plagada de subtextos y líneas narrativas, la ardua grafía simbólica y el procedimiento con que se analiza y critica sin piedad la sociedad occidental contemporánea, e incluso el sistema político-social en el que se circunscribe, han terminado por comerse a un director que se antojaba desde su principio bastante mediocre para tal empresa.
Es sólo un rumor, pero esperemos que se confirme y se deje para otra ocasión esta odisea aún inalcanzable para ser llevada a la gran pantalla.
Los amantes de ‘Watchmen’ respiramos un poco más a gusto.
El comediante, el Dr. Manhattan, Rorscharch, Adrian Veidt, Dan Dreiberg y la bella Laurel Juspeczyk se quedarán donde deben estar, en las pàginas de un cómic que cambió en Noveno Arte cuando más lo necesitaba.