viernes, 15 de abril de 2005

'Silver City': Estúpido candidato blanco

John Sayles estrenó hace meses ‘Silver City’, de la cual no escribí nada por entonces. Hoy he vuelto a recuperarla, viéndola en condiciones aceptables, sin el cansancio narcótico del trabajo y la presión festivalera allá por Donosti. Volviendo a la sátira política de Sayles, el cineasta independiente compone un curioso panegírico sardónico y crítico con tintes de cine negro que, a su vez, es descubierto como advertencia sobre el estado actual de la democracia americana.
Sayles, consciente de la importancia de su discurso, comienza la película sometiendo a un candidato a senador a una ridiculización homóloga de la visión de George W. Bush en sus patéticas y bufonescas (ya históricas) apariciones televisivas, para pasar a lo que el cineasta plantea en realidad: un ‘thriller’ político en el que el jefe de campaña del gobernante contrata los servicios de un periodista para investigar posibles relaciones de un cadáver anónimo que encuentran mientras el presidente rueda un anuncio para la campaña en un apacible lago y que levanta las sospechas en relación con la posible corrupción de los enemigos de la familia del aspirante.
El arranque cínico y cómico de Sayles sigue mostrando su más heterogénea alianza entre inteligencia para la observación y un agudo sentido del humor hiriente, pero también para enramar una compleja trama de conspiración y manipulación de los entornos políticos y un certero análisis de aquellos que, tras la figura visible del gobernante, constatan la clave evidente de los manejan el mundo, es decir, el equipo de gobierno, los encargados de lavar la imagen de cualquier situación que ponga en peligro la figura del mandatario.
Con ello, Sayles vuelve a demostrar que es, por encima de uno de los directores más independientes del actual panorama cinematográfico, un espléndido guionista. Característica que le confiere el mayor de sus intereses a todas sus creaciones. Pero tal vez es ahí, paradójicamente, donde la película de Sayles le lleva a no conseguir la genialidad que se podía haber esperado de esta tesis de ridiculización de los gobiernos que mueven el mundo, por su insistente apego a la dispersión y a la complejidad de la intriga que entrecruza personajes (todos los actores están fantásticos) en una historia coral excesivamente aviesa. La descripción psicológica y ética de un puñado de personajes que conforman un excelente reparto coral y el modo en que se relacionan en un entorno de corrupción y falsedad, suponen en ‘Silver City’ la piedra angular de un filme que, en su concepto, alcanza el nivel de sus últimos trabajos, buscando renunciar en todo momento a la complacencia del espectador e imputar así su compromiso con la toma de conciencia de la historia.
Mediante su estilo tan personal y distintivo basado en un realismo reposado y un profunda examen del entorno que juzga y recrea, en ‘Silver City’ no hay extremos, aunque las situaciones sean extremas, no hay manipulación gratuita de las acciones o un maniqueísmo evidente, sino una exposición honesta y cercana que adosa a la narración específicos detalles y contradicciones que impulsan a sus personajes a actuar de una u otra manera.

jueves, 14 de abril de 2005

Secuencia 84. GARAGE. Interior – Día.

Jules y Vincent están dentro del coche limpiando todos los rincones manchados con los sesos de Marvin que están esparcidos por el vehículo. Vincent limpia las ventanas y los espejos en el asiento delantero, mientras Jules está atrás, recogiendo los pequeños pedazos de cráneo de los asientos. Los dos están empapados de sangre.
JULES
Aaaaauu-- tío, jamás te perdonaré este puto rollo.
Esta mierda es repugnante.
VINCENT
Jules ¿has oído la filosofía de que cuando un hombre
admite que se ha equivocado, de inmediato se
le perdonan todos sus pecados? ¿habías oído eso?
JULES
¡Vete a tomar por culo con esa mierda!
El cabrón que dijo esa gilipollez nunca
tuvo recoger pedacitos de cráneo por tu puta culpa.
VINCENT
Tengo un límite Jules. Hay un tope en
la cantidad de abusos que puedo aguantar.
Ahora mismo estoy como un coche de carreras
y tú me estás forzando y solamente digo--
sólo digo que es peligroso forzar demasiado
un coche de carreras. Sólo eso. Podría estallar.
JULES
(riendo)
Ohhh-- ¿tú vas a estallar?
VINCENT
Voy a estallar, sí.
JULES
Pues yo me parezco a la puta bomba atómica
cuando estalló, cabronazo, cada vez que mis manos tocan
cerebro soy 'Supermosca TNT', soy los ‘Cañones de Navarone’.
De hecho ¿qué cojones hago yo aquí detrás?
El cabrón que recoge cerebro tendrías que ser tú.
Cambiemos, joder. Yo limpio los cristales y
tú te ocupas de los sesos de ese negro.
Dan ganas de volver a verla ahora mismo ¿eh?
¿Cuántas veces se habrá visto esta película y siempre que se ve parece la primera vez aunque uno se la sepa de memoria?

'Macroventajas' de los 'minipisos'

Más o menos este de la foto es el nuevo modelo de casa que nos espera con la propuesta de ‘minipisos’ de Vivienda de Protección Oficial (VPO) avanzada por la ministra <María Antonia Trujillo. Este es su famoso plan de vivienda que prometió cuando llegó al Ministerio. Ahora sí es factible llegar a la absurda promesa de conceder 180.000 viviendas en su falsario y ridículo “Plan de Medidas Urgentes en Materia de Vivienda”. Estamos prosperando, amigos. Por eso ahora contamos con una milagrosa componenda habitacional que equipara nuestro futuro a la forma de vida a las casas flotantes de Hong Kong (donde se duerme en literas en plan comuna), a las corralas, a las chabolas o mejor aún, a los zulos de secuestrados. Todo un lujo. ‘Minipisos’, ‘Minisueldos’, ‘Miniderechos’… Va a llegar un momento en que acabaremos siendo Pitufos y el Estado, que ya lo es, el infable Gargamel.
Pero no hay que ponerse en lo peor. No hay que ser fatalistas ni indignarse ante esta medida. Todos estos ‘miniedificios’ tienen considerables 'macroventajas' además “de seguir el modelo de países avanzados como los nórdicos”, según Trujillo. Ventajas como la de poder enseñar de un vistazo la casa a las amistades, soplar para limpiar todo el polvo de la casa, que la televisión de 14” parezca más grande, se puede orinar desde el salón al baño sin perderse el partido de fútbol, no se tiene que invitar a comer a nadie porque no cabe, ni limpiar después de una fiesta imposible de fraguarse, no hay problemas con la moda porque se carece espacio para los armarios… Todo sinecuras, vaya.
Se quiere fomentar el alquiler, pero sin modificar la Ley de Arrendamientos Urbanos que preserve al arrendador. Eso ni de coña. La Ley (ese concepto tan difuso y sórdido) no está con él. Tampoco se quiere frenar la especulación, porque así no se liberalizan los terrenos, para proseguir con sus inasequibles precios. Aquí los únicos que salen ganando, como siempre, son el Gobierno, los bancos, las constructoras, las inmobiliarias y los ayuntamientos. No han querido darse cuenta de que lo que se necesita realmente es que baje el precio de la vivienda, no los metros habitables. El ciudadano es el último mono de feria de la nación.
Lo paradójico de todo es que esta señora Trujillo vive en un chalet contiguo al Ministerio de la Vivienda de más 500 metros cuadrados que comparte con la ministra de Cultura, la infame Carmen Calvo, que ya está trabajando en su particular y sectaria lucha contra la piratería que nos afectará impidiendo que paguemos más por nuestro trabajo y ocio en la red.
Acaban de socializar la ignorancia, han vendido armas a decadentes países, ahora ridiculizan la vivienda.
¿Qué será lo próximo?
Tanto antes como ahora, España va bien.

miércoles, 13 de abril de 2005

Un día de lo más 'chachi' en Disneylandia

Cuando uno asiste irracionalmente (y a menudo en familia) a un parque temático, se corre el riesgo de que esté masificado. Y uno de los principales inconvenientes de estos escenarios son las kilométricas colas que acaban por suscitar una mala hostia reflejada, por ejemplo, en el careto del pobre hombre de la foto de arriba que por su semblante debe haber estado esperando en la fila varias horas. Lo normal en estas eventualidades. Acudir en familia a un parque de atracciones se ha convertido en uno de los masoquismos modernos más diseminados por todo el mundo.
Aquí tenéis unas impagables instantáneas de cómo se pierden los nervios en los instantes de espera de las largas colas de Disney World, paradójicos intervalos infortunados en un entorno de esparcimiento y exultación de unas ya de por sí exiguas ganas de divertirse.

Mel Gibson y su nuevo proyecto religioso

Según Ananova, Mel Gibson ha anunciado que su próxima película, prolongando el catolicismo místico y devoto que parece haberle absorbido tras la sanguinaria ‘La pasión’ el actor de ‘Arma letal’ (qué tiempos aquéllos), será un ‘biopic’ sobre la vida de Juan Pablo II (te quiere todo el mundo) que pretende recrear los detalles sobre los supuestos milagros que se le atribuyen al Papa recién fallecido.
El New York Post afirma que no se trata de un rumor, ya que Gibson se desplazó la semana pasada a Roma para filmar el sepelio y la peregrinación de millones de fieles que acudieron en masa al funeral del Santo Padre. Y es que Gibson era un ferviente admirador del Papa, además de un católico defensor de la tradición más conservadora de la Iglesia. De ahí tal identificación.
Nos acecha por tanto una ornamentada y empalagosa biografía llevada a la gran pantalla sobre Karol Wojtila escudada en la de vida de un hombre que fue actor, esquiador, sabio, filósofo, poeta, escritor, víctima de un atentado cometido en 1981 por Alí Agca y émulo en sus últimos días del personaje televisivo Pozí.
Si no hemos tenido suficiente con una semana monográfica dedicado al Pontífice, Gibson se encargará de glorificarlo aún más si cabe.
Dios nos pille confesados.
PD: Por cierto, en la instantánea vemos a un Gibson al que la alopecia galopante ha dejado de esta guisa. Una foto impactante, sin duda alguna.

Una secuencia al azar (III). 'Barton Fink': Una pesadilla críptica

Barton Fink (John Turturro) acepta el reto de pasar de ser un prometedor dramaturgo neoyorquino a verse envuelto en la holgura monetaria que supone escribir para un estudio de Hollywood.
Recluido en la habitación del hotel Earle, Barton se compromete a escribir una película de lucha libre con Wallace Beery de protagonista. Un pasillo empapelado con marchitas formas florales se extiende a lo largo de un corredor maléfico que lleva hacia la habitación 620, el particular tártaro del guionista, angustiosa abnegación del cautivo inerme ante el vacío mental, el símbolo del miedo al folio en blanco. El asfixiante calor provoca que hasta el papel revestido de la habitación, humedecido por las hendeduras que producen las goteras, se despegue.
Charlie Meadows (John Goodman) irrumpirá en la vida de Fink porque éste se ha quejado de que oye ruidos en la habitación anexa. No es más que la excusa del reclamo de alguien en quien confiar, tal vez un espectral ángel demoníaco, tal vez un vendedor de pólizas de seguros o lo que es peor, un asesino sanguinario llamado Madman Mundt.
La secuencia al azar pertenece al momento en que Audrey (Jude Davis), la ayudante de W.P. Mayhew (John McHoney como la reencarnación de William Faulkner) que acude a auxiliar a Fink, le confiesa que ha sido ella la autora de sus dos últimos libros por la impericia fruto del alcohol del célebre literato. Él entra en cólera. Pero lejos de perder los nervios, ella le sosiega y le besa dulcemente, dando su palabra de que al día siguiente él podrá enunciar una gran sinopsis a Jack Lipnick (Michael Lerner), el productor de la película que tiene que escribir.
La cámara se desvía de la acción amatoria entre Audrey y Barton para dirigirse directamente a la tubería del lavabo del cuarto de baño, no como una metáfora sexual, si no perdiéndose en los abismos que harán oír los ruidos que tanto importunan y perturban a Charlie, el motivo por el que éste apareció en la vida de Fink.
Al día siguiente, un mosquito (tal vez la propia conciencia del escritor) aletea para descansar en el torso desnudo de Audrey. Fink golpea sobre la espalda de la mujer, dejando un cerco de sangre en su piel. Pero Audrey ni se ha inmutado. Cuando el guionista destapa a la secretaria, ésta yace muerta. La hemoglobina fluye empapando las níveas sábanas.
Es el principio de una imperecedera pesadilla críptica, la que nos hará sospechar si realmente el Hotel Earle es el Infierno, si Charlie existe o es la excusa mental de Fink para eludir de sus problemas, si Charlie es el Demonio y si todo lo que está padeciendo el guionista ha sucedido por el reemplazo de su verdadera musa (un grueso hombre que apaga alegremente su soledad en el alcohol) por otra, esta vez, una figura femenina que es la clave del éxito del escritor favorito de Fink, un viejo fracasado y alcohólico en quien tal vez él se esté convirtiendo por su carencia de ideas.
“Are you in pictures?”

martes, 12 de abril de 2005

La moto de 'Ghost Rider'

Esta es la moto de 'Ghost Rider'. Y tiene el motor y las llamas preparadas. Mark Steven Johnson (el perpetrador de la versión cinematográfica de 'Dardevil') es el encargado de que Nicolas Cage, Wes Bentley y Eva Mendes triunfen este verano con esta enésima (y las quedan) adaptación de un cómic de la Marvel.
Habrá que ver qué han hecho con el acrobático John Blaze.

Portadas subversivas

‘The best page of Universe’, así de contundente presenta Maddox su divertida página nutrida de los análisis más ‘freaks’ de la red (eso sí, en inglés).
En este caso nos presenta portadas de cómics visiblemente subversivas, relativas todas ellas a depravadas malinterpretaciones sexuales.
Podemos ver como a SuperBoy le iba eso del ‘spanking’, un atenuado sucedáneo del sado. A Tarzán, su inolvidable mona Chita le hacía algo más que compañía, Rifleman ocultaba un secreto equiparable al de John Holmes o se puede apreciar que en ‘Moon Pilot’ el Capitán Richmond Talbot tenía una particular querencia malsana hacia el primate explorador que le acompañaba.
Demencial.

Abismo rules!

Después de la gran noticia de ayer, hoy hay más. Esto es una erial de satisfacciones, un páramo de absurda y constante alegría.
Hoy, el Abismo también tiene un hueco en el Blog Zone del imprescindible y necesario Periodista Digital.

Review 'Life Aquatic'

Nostálgicos ‘freaks’ sumergidos
La cuarta película de Wes Anderson es una extraña fábula marina que esconde bajo su humor surreal un drama coral de relaciones familiares y soledad.
Lo primero que hay que decir de ‘Life Aquatic’ es, de entrada, que es una película arriesgada y muy diferente a cualquier fenómeno fílmico visto últimamente en Hollywood, no tanto por el hecho de afrontar una historia desde un punto de vista subjetivamente surreal o extravagante, ni de aportar un universo propio creado desde la más absoluta ambigüedad, incapaz de inscribirse en un género concreto, sino precisamente porque no se ajusta a ningún parámetro analítico, descolocando los criterios que se puedan tener hacia ella a priori e incluso después de haberla visto. Una de las grandes virtudes que tiene esta película, así como el cine de Wes Anderson en general, es que el cineasta reta al público y a la crítica más angosta a replantearse continuamente qué es lo que se está viendo en pantalla.
Como en sus respectivos movimientos artísticos, salvando las distancias, lo hicieran Bretòn, Cocteau, Tzara o Artaud, Wes Anderson destruye lo preconcebido, desformalizando los criterios discurridos, experimentando con el cine, con el arte gráfico, con el drama y la comedia, con todo aquello que pueda hacer delimitar sus películas a un cualquier concepto estipulado. Anderson es un dinamitador, un gamberro que a base de una extraña y innovadora miscelánea está logrando una interesante evolución artística sujeta a un progreso de reafirmación, advirtiendo en todo momento el afianzamiento de un estilo propio y diferente. Su cine expone una de las formas narrativas más transformadoras que han surgido en la cinematografía actual, desarrollando historias que nada tienen de humorístico, pero que reviste de un ingenioso sentido del humor basado en unos personajes desubicados, perdidos en el mundo que les rodea. Un mundo que no les entiende y que, de repente, se vuelve contra ellos. Algo parecido a lo que en más de una ocasión le ha sucedido a este joven cineasta dentro del mundo del cine. Sus tres anteriores filmes, ‘Bottle Rocket’, ‘Rushmore’ y ‘The Royal Tenenbaums’ eran ejemplos de rarezas, de un submundo poblado por una maravillosa fauna alejada de la norma, que luchan y hacen lo posible para que se les comprenda y se les escuche.
El principio de ‘Life Aquiatic’ expone esa lucha honesta de Anderson; en un cine italiano se estrena el último documental de Steve Zissou, un apático oceanógrafo que presenta el documental sobre su último viaje, una expedición que terminó con una terrible tragedia al morir Esteban, su mejor amigo, devorado por lo que parece ser una nueva especie de tiburón. Al término de la proyección, Zissou plantea la técnica de su trabajo ante un número reducido de público (el restante ha abandonado la sala) y afirma que volverá al mar para encontrar y matar a ese “tiburón-jaguar” que acabó con la vida de su colega. Nadie parece creer en su capacidad para volver a sorprender al público, pero el oceanógrafo no está dispuesto a perder la confianza que le ha convertido en un iconoclasta, siendo honesto con su trabajo y su estrambótica metodología. Para ello necesitará la ayuda de su inseparable equipo, su millonaria ex mujer, una periodista que va a cubrir la aventura, un supuesto hijo ilegítimo, un veterano alemán de las expediciones marinas, un brasileño que hace versiones de David Bowie y una aventurera con querencia al ‘top less’, además del resto de la tripulación y los becarios que le acompañan a bordo del Belafonte, una mixtura a modo de ofrenda del Calypso, de Jacques-Yves Cousteau (del que Zissou es un perfecto émulo surrealista) y del célebre Nautilus, de Julio Verne (con el que la búsqueda quimérica de lo inexplorado tiene tanto en común con '20.000 leguas de viaje submarino').
Algo tiene ‘Life Aquatic’ de los dos últimos trabajos de Anderson; si en ‘Rushmore’ Max Fisher (Jason Schwartzman), que al igual que Steve Zisoou, aparece como un genio fracasado por el que se siente inevitablemente compasión, quería construir un descomunal acuario con el presupuesto del colegio en el que estudiaba por conseguir infructuosamente el amor de la profesora Miss Cross (Olivia Williams) y en ‘The Royal Tenenbaums’ la trama giraba en torno a la edificación de una familia sustentada en el patriarca, figura que desempeña aquí el flemático oceanógrafo, sin perder de vista en ningún momento alta carga irónica sobre los sueños frustrados, en ‘Life Acuatic’, Wes Anderson adiciona a su particular cosmos una involuntaria asimilación del metalenguaje fílmico, rodando un filme que se centra en la filmación de otra película ficticia, variante genérica que ha dado un pequeño subgénero dentro del cine. Consciente de que sus personajes transitan por un mundo en el que asumen la irrealidad de sus acciones (paradigmática es la situación en la que Zissou se lía a tiros con los piratas filipinos), la extravagante expedición acuática no es más que la excusa del cineasta para aportar con su subjetividad un mundo propio que desvela a través de una mirada diferente, la de los protagonistas del Belafonte, que sufragan el difícil reto de alcanzar esos acuciosos contrastes sin desistir de esa comicidad esperpéntica y triste, configurada como distinción indisoluble de su devastador estilo.
No nos encontramos ante una película de fracasados, aunque en primer momento pueda parecerlo, sino que con ‘Life Aquatic’ hallamos un melodrama suavizado donde el desencanto de la vida y los objetivos malogrados se ponderan con ese humor absurdo, las insólitas situaciones que rodean la tragedia y el ánimo a partes iguales, despertando éstas la búsqueda de respuestas a ese desaliento y superándolas para descubrir una nueva etapa más esperanzadora de la vida. Los personajes de Anderson no aceptan su condición de perdedores, revelándose contra el amor, la muerte y el fracaso, sin conciliarse con la vida. Y en su posición de resentidos demostrar su ira con una característica infantil propia del crío que reniega ante los problemas, incapaces de afrontarlos, pero que en su final asumen su madurez y recelan de lo insustancial, dando prioridad a cosas vitales más significativas (Zissou entregándole el anillo del 'Club Zissou' al sobrino de su tripulante alemán). Una característica que ha perdurado en la obra de este insurrecto cineasta.
Que la historia de ‘Life Acuatic’ nazca por unas palabras de Seymour Cassell manifestadas en el show de Dan Tana afirmando que le gustaría morir en las fauces de un extraño escualo dan la pauta de hasta qué punto Anderson concibe sus historias. Esta extraña película se origina en el sarcasmo y el delirio personal, pero transitando no sólo en la comedia, sino en el cine de acción más extático, el drama humano sensible, el melodrama perturbador, el documental de naturaleza acuática y el musical más extravagante que tiene como protagonista a Seu Jorge cantando todos los clásicos de David Bowie, como ocurría con las apariciones de Jonathan Richman en ‘Algo pasa con Mary’.
Todo ello bajo esa nostalgia melancólica que se rompe imprevistamente por un humor distante, por momentos muy elegante, en otros socarrón y recurriendo al ‘gag’ (como el ‘humor animal’ con delfines imbéciles y perros tullidos) que vuelve a abandonar para irrumpir de nuevo en el drama familiar, atentando a las imprevistas vacilaciones de unos personajes contradictorios, que no esconden su soledad. ‘Life Aquatic’ es un producto artesanal y emocional, aunque haya acoplado un toque colorista, ‘naif’ e irreal con extraños seres acuáticos creados con la ayuda del gran Henry Selick. Un hecho visible en el Belafonte (diseccionado en homenaje a Fellini), que muestra a un grupo de optimistas marinos los cuales carecen de tecnología (sólo hay que ver el material científico del barco) y que tienen que los robar avances técnicos para llevar a cabo sus investigaciones sobre el ‘tiburón-jaguar’. Pero sigue siendo un pretexto, ya que los descerebrados propósitos del grupo encabezado por Zissou contrasta, no obstante, con el arruinado y nulo panorama familiar que le castiga fuera de los límites sumisos de las labores marinas en un barco que tiene un único apoyo: su admiración al capitán y la nostalgia (consideran que salvar a una marmota en plena Antártica era emocionante) como motor de continuidad en su aventura marítima.
Tal vez lo menos acertado de ‘Life Aquatic’ sea que esa intención de innovar de Anderson determine en alguna ocasión el funcionamiento de todo el engranaje recursivo y, sobre todo, el notable deterioro interpretativo de Owen Wilson, que no está a la altura de sus compañeros. Aunque tampoco es de extrañar. Bill Murray vuelve a demostrar porqué es uno de los mejores intérpretes del cine contemporáneo, ensalzable adjetivo también ajustable a unas excelentes Cate Blanchett y Angélica Huston, siendo extensible tanto a Williem Dafoe como, por ende, a los secundarios de esta tragicomedia coral. Por último hay que destacar la fotografía de Robert D. Yerman que aporta a la puesta en escena de Anderson un reconocible homenaje a las series documentales de divulgación científica de los setenta, estéticamente deudora de ‘Mundo submarino’, la maravillosa serie creada por Jacques Costeau que sirve para presentar a sus roles como parte de esa extraña fauna que va mostrando a lo largo del filme, incluidos en un barco como un hábitat más cercano a un acuario que a un embarcación al uso.
Rareza inclasificable, epatantemente gamberra, melancólica y sombría en ocasiones, repleta de detalles ingeniosos, ‘Life Aquatic’ destila ambigüedad y una extraña belleza que la perfilan como uno de los títulos más sugerentes e incatalogables de este año.
Miguel Á. Refoyo © 2005