martes, 12 de abril de 2005

Review 'Life Aquatic'

Nostálgicos ‘freaks’ sumergidos
La cuarta película de Wes Anderson es una extraña fábula marina que esconde bajo su humor surreal un drama coral de relaciones familiares y soledad.
Lo primero que hay que decir de ‘Life Aquatic’ es, de entrada, que es una película arriesgada y muy diferente a cualquier fenómeno fílmico visto últimamente en Hollywood, no tanto por el hecho de afrontar una historia desde un punto de vista subjetivamente surreal o extravagante, ni de aportar un universo propio creado desde la más absoluta ambigüedad, incapaz de inscribirse en un género concreto, sino precisamente porque no se ajusta a ningún parámetro analítico, descolocando los criterios que se puedan tener hacia ella a priori e incluso después de haberla visto. Una de las grandes virtudes que tiene esta película, así como el cine de Wes Anderson en general, es que el cineasta reta al público y a la crítica más angosta a replantearse continuamente qué es lo que se está viendo en pantalla.
Como en sus respectivos movimientos artísticos, salvando las distancias, lo hicieran Bretòn, Cocteau, Tzara o Artaud, Wes Anderson destruye lo preconcebido, desformalizando los criterios discurridos, experimentando con el cine, con el arte gráfico, con el drama y la comedia, con todo aquello que pueda hacer delimitar sus películas a un cualquier concepto estipulado. Anderson es un dinamitador, un gamberro que a base de una extraña y innovadora miscelánea está logrando una interesante evolución artística sujeta a un progreso de reafirmación, advirtiendo en todo momento el afianzamiento de un estilo propio y diferente. Su cine expone una de las formas narrativas más transformadoras que han surgido en la cinematografía actual, desarrollando historias que nada tienen de humorístico, pero que reviste de un ingenioso sentido del humor basado en unos personajes desubicados, perdidos en el mundo que les rodea. Un mundo que no les entiende y que, de repente, se vuelve contra ellos. Algo parecido a lo que en más de una ocasión le ha sucedido a este joven cineasta dentro del mundo del cine. Sus tres anteriores filmes, ‘Bottle Rocket’, ‘Rushmore’ y ‘The Royal Tenenbaums’ eran ejemplos de rarezas, de un submundo poblado por una maravillosa fauna alejada de la norma, que luchan y hacen lo posible para que se les comprenda y se les escuche.
El principio de ‘Life Aquiatic’ expone esa lucha honesta de Anderson; en un cine italiano se estrena el último documental de Steve Zissou, un apático oceanógrafo que presenta el documental sobre su último viaje, una expedición que terminó con una terrible tragedia al morir Esteban, su mejor amigo, devorado por lo que parece ser una nueva especie de tiburón. Al término de la proyección, Zissou plantea la técnica de su trabajo ante un número reducido de público (el restante ha abandonado la sala) y afirma que volverá al mar para encontrar y matar a ese “tiburón-jaguar” que acabó con la vida de su colega. Nadie parece creer en su capacidad para volver a sorprender al público, pero el oceanógrafo no está dispuesto a perder la confianza que le ha convertido en un iconoclasta, siendo honesto con su trabajo y su estrambótica metodología. Para ello necesitará la ayuda de su inseparable equipo, su millonaria ex mujer, una periodista que va a cubrir la aventura, un supuesto hijo ilegítimo, un veterano alemán de las expediciones marinas, un brasileño que hace versiones de David Bowie y una aventurera con querencia al ‘top less’, además del resto de la tripulación y los becarios que le acompañan a bordo del Belafonte, una mixtura a modo de ofrenda del Calypso, de Jacques-Yves Cousteau (del que Zissou es un perfecto émulo surrealista) y del célebre Nautilus, de Julio Verne (con el que la búsqueda quimérica de lo inexplorado tiene tanto en común con '20.000 leguas de viaje submarino').
Algo tiene ‘Life Aquatic’ de los dos últimos trabajos de Anderson; si en ‘Rushmore’ Max Fisher (Jason Schwartzman), que al igual que Steve Zisoou, aparece como un genio fracasado por el que se siente inevitablemente compasión, quería construir un descomunal acuario con el presupuesto del colegio en el que estudiaba por conseguir infructuosamente el amor de la profesora Miss Cross (Olivia Williams) y en ‘The Royal Tenenbaums’ la trama giraba en torno a la edificación de una familia sustentada en el patriarca, figura que desempeña aquí el flemático oceanógrafo, sin perder de vista en ningún momento alta carga irónica sobre los sueños frustrados, en ‘Life Acuatic’, Wes Anderson adiciona a su particular cosmos una involuntaria asimilación del metalenguaje fílmico, rodando un filme que se centra en la filmación de otra película ficticia, variante genérica que ha dado un pequeño subgénero dentro del cine. Consciente de que sus personajes transitan por un mundo en el que asumen la irrealidad de sus acciones (paradigmática es la situación en la que Zissou se lía a tiros con los piratas filipinos), la extravagante expedición acuática no es más que la excusa del cineasta para aportar con su subjetividad un mundo propio que desvela a través de una mirada diferente, la de los protagonistas del Belafonte, que sufragan el difícil reto de alcanzar esos acuciosos contrastes sin desistir de esa comicidad esperpéntica y triste, configurada como distinción indisoluble de su devastador estilo.
No nos encontramos ante una película de fracasados, aunque en primer momento pueda parecerlo, sino que con ‘Life Aquatic’ hallamos un melodrama suavizado donde el desencanto de la vida y los objetivos malogrados se ponderan con ese humor absurdo, las insólitas situaciones que rodean la tragedia y el ánimo a partes iguales, despertando éstas la búsqueda de respuestas a ese desaliento y superándolas para descubrir una nueva etapa más esperanzadora de la vida. Los personajes de Anderson no aceptan su condición de perdedores, revelándose contra el amor, la muerte y el fracaso, sin conciliarse con la vida. Y en su posición de resentidos demostrar su ira con una característica infantil propia del crío que reniega ante los problemas, incapaces de afrontarlos, pero que en su final asumen su madurez y recelan de lo insustancial, dando prioridad a cosas vitales más significativas (Zissou entregándole el anillo del 'Club Zissou' al sobrino de su tripulante alemán). Una característica que ha perdurado en la obra de este insurrecto cineasta.
Que la historia de ‘Life Acuatic’ nazca por unas palabras de Seymour Cassell manifestadas en el show de Dan Tana afirmando que le gustaría morir en las fauces de un extraño escualo dan la pauta de hasta qué punto Anderson concibe sus historias. Esta extraña película se origina en el sarcasmo y el delirio personal, pero transitando no sólo en la comedia, sino en el cine de acción más extático, el drama humano sensible, el melodrama perturbador, el documental de naturaleza acuática y el musical más extravagante que tiene como protagonista a Seu Jorge cantando todos los clásicos de David Bowie, como ocurría con las apariciones de Jonathan Richman en ‘Algo pasa con Mary’.
Todo ello bajo esa nostalgia melancólica que se rompe imprevistamente por un humor distante, por momentos muy elegante, en otros socarrón y recurriendo al ‘gag’ (como el ‘humor animal’ con delfines imbéciles y perros tullidos) que vuelve a abandonar para irrumpir de nuevo en el drama familiar, atentando a las imprevistas vacilaciones de unos personajes contradictorios, que no esconden su soledad. ‘Life Aquatic’ es un producto artesanal y emocional, aunque haya acoplado un toque colorista, ‘naif’ e irreal con extraños seres acuáticos creados con la ayuda del gran Henry Selick. Un hecho visible en el Belafonte (diseccionado en homenaje a Fellini), que muestra a un grupo de optimistas marinos los cuales carecen de tecnología (sólo hay que ver el material científico del barco) y que tienen que los robar avances técnicos para llevar a cabo sus investigaciones sobre el ‘tiburón-jaguar’. Pero sigue siendo un pretexto, ya que los descerebrados propósitos del grupo encabezado por Zissou contrasta, no obstante, con el arruinado y nulo panorama familiar que le castiga fuera de los límites sumisos de las labores marinas en un barco que tiene un único apoyo: su admiración al capitán y la nostalgia (consideran que salvar a una marmota en plena Antártica era emocionante) como motor de continuidad en su aventura marítima.
Tal vez lo menos acertado de ‘Life Aquatic’ sea que esa intención de innovar de Anderson determine en alguna ocasión el funcionamiento de todo el engranaje recursivo y, sobre todo, el notable deterioro interpretativo de Owen Wilson, que no está a la altura de sus compañeros. Aunque tampoco es de extrañar. Bill Murray vuelve a demostrar porqué es uno de los mejores intérpretes del cine contemporáneo, ensalzable adjetivo también ajustable a unas excelentes Cate Blanchett y Angélica Huston, siendo extensible tanto a Williem Dafoe como, por ende, a los secundarios de esta tragicomedia coral. Por último hay que destacar la fotografía de Robert D. Yerman que aporta a la puesta en escena de Anderson un reconocible homenaje a las series documentales de divulgación científica de los setenta, estéticamente deudora de ‘Mundo submarino’, la maravillosa serie creada por Jacques Costeau que sirve para presentar a sus roles como parte de esa extraña fauna que va mostrando a lo largo del filme, incluidos en un barco como un hábitat más cercano a un acuario que a un embarcación al uso.
Rareza inclasificable, epatantemente gamberra, melancólica y sombría en ocasiones, repleta de detalles ingeniosos, ‘Life Aquatic’ destila ambigüedad y una extraña belleza que la perfilan como uno de los títulos más sugerentes e incatalogables de este año.
Miguel Á. Refoyo © 2005

lunes, 11 de abril de 2005

Pumares: Del Monolito al ridículo

Ya no sé qué que me queda por ver en televisión. Cada día que pasa me sorprende y desazona adosarme de una forma totalmente apática a la caja tonta. A veces, para no padecer y ahorrarme sufrimiento, me trago esos programas de ‘Zapping’ que tanto proliferan en cualquier cadena y que originó Canal + hace más de una década. En uno de éstos recibí uno de los impactos visuales más ignominiosos que he podido atisbar a través de las 625 líneas, vergüenza ajena que lo llaman algunos: Carlos Pumares, aquel demiurgo de la radio nocturna, el sagrado gruñón cinéfilo, sabio y cínico creador del mitológico ‘Polvo de estrellas’, apareció en el albañal que es ‘Crónicas Marcianas’ travestido de ‘Drag Queen’, descaminando su imagen hacia la ridiculez más carpetovetónica.
Puede que responda a un ejercicio probatorio de su liberación más gamberra o un evidente signo de aburrimiento, también un testimonio de que es capaz de reírse de sí mismo, pero lo cierto es que este versado tipo en el Séptimo Arte que ha proporcionado a su audiencia las veladas radiofónicas más memorables no es digno de tal espectáculo.
Pumares ha dejado de ser el excelso y sardónico ídolo radiofónico para convertirse en un integrante más del submundo de ‘infraseres’ instaurados por ese ‘Mad Doctor’ de la mugre que es Sardá y descubiertos por su Igor partilcular, Javier Cárdenas.
Ahora Pumares ya es como Pozí, Carmen de Mairena o Joan Antoni Estades de Moncaire.
Que lo del Monolito tenía gracia, pero esto...

Finalista en los Bitácora.com

Esta mañana me he levantado con una sorpresa más que confortable: ‘Un Mundo desde el Abismo’ ha sido uno de los weblogs finalistas en el concurso de Bitácoras.com, consecución de vuestra confianza y de vuestros votos que han colocado a este espacio internauta en un hueco de excepcional regalía entre más de 18.000 bitácoras inscritas en el concurso.
Tras más de medio año dando la tabarra con mi proliferación de posts ha llegado el primer triunfo reconocido que, si bien tampoco es señal muy destacable (entre los seleccionados echo de menos muchas bitácoras de excelente calidad que se merecen estar ahí), sí supone una satisfacción poder participar en la segunda fase del concurso e intentar ganar. Sin embargo esto es secundario. Ser finalista es un éxito, ya que alzarse como la mejor se me antoja muy difícil debido a los experimentados rivales de la sección donde se participa: nada más y nada menos que en Arte y Cultura.
Toca celebrarlo, si bien no son horas de empezar a etilizarse con júbilo.
Muchas gracias a todos por vuestro aliento, apoyo y confianza.

domingo, 10 de abril de 2005

Apego por 'El Sexto Sentido'

La tristeza melancólica en clave de terror
Es cierto que ‘El sexto sentido’ ha envejecido mal. Pero el recuerdo del primer pase que al que asistí hace un lustro es indeleble. Recuerdo encontrarme con una inolvidable película que irrumpió en un género tan irregular y mortecino como el fantástico. Allí, sentado en la sala compartiendo la sala con cinco personas, sin saber nada del argumento, guardando celosamente mi ignorancia ante este filme, advertí sensaciones que pocas veces he percibido en un cine.
La historia del psicólogo infantil y el muchacho retraído y angustiado que puede ver muertos a todas horas del día sigue teniendo muchos atractivos, como esa buscada ausencia de efectismos y artificios propios del género. Es verdad que el ardid narrativo interviene sustentándose en la imagen, guardando en su final el golpe de efecto, pero más allá del citado declive temporal, ‘El sexto sentido’ sigue siendo un hermoso epítome sobre la muerte, abordándola de cerca, explorando de una forma inconmensurable el amor, la soledad, la incomunicación y el miedo en sus diversas formas y ámbitos, para aportar una concepción temática doliente, angustiosa, en la que la magnificencia de cada plano, de cada gesto de sus personajes (Bruce Willis nunca estuvo mejor) deviene de una innovación que surge de la simplicidad con la que Shyamalan cuenta su relato, colmado de misterio, de melancolía, de temor, nunca de la pretensión de transgredir.
‘El sexto sentido’ me sigue gustando tanto porque discurre en una desidia existencial que la convierte en un drama donde los remordimientos, la desilusión o el desaliento, dejan paso al tema fundamental de la cinta: la muerte, el sentimiento que evoca la tradición filosófica y existencial hacia el pesimismo, el fatalismo que nos ahoga en vida. El personaje del pequeño e impresionante Haley J. Osment encuentra su pesadilla en la capacidad de poder ver muertos que se creen vivos, muertos que vagan por las calles y las casas sintiendo que se han ido dejando algo que hacer, precisamente donde encuentra la clave para zanjar sus miedos y el de los demás, donde está el final más imprevisible de los últimos años.
El filme de Shyanalan, incluso hoy en día, sigue mostrando, eso sí, una envidiable atmósfera mortecina unida a esa actitud ascética que se desenvuelve en un guión que, desde la distancia, se antoja mejorable, pero con ese sedimento de hermoso y estremecedor cuento ‘fantástico-existencial’ eficaz, ejemplar en el fondo y en la sencillez con la que se expone una narración sorprendente, llena de sensibilidad poética (la relación maternofilial es conmovedora), sin renunciar en ningún momento al cine de entretenimiento cargado de recurrentes imágenes escalofriantes que envuelven y aterrorizan al espectador (valga de único ejemplo al esquizofrénico que, desnudo, reprocha al psicólogo su abandono).
La película que lanzó a Shyamalan a la fama es una odisea de tristeza melancólica que expone una particular reflexión sobre el sentimiento trágico de la vida. Es un filme al que le tengo mucho cariño, que siempre me ha costado mucho defender porque a los ojos de los demás está llena de demasiadas irregularidades. Y tal vez sea ahí, en ésa imperfección, donde resida la clave del afecto que tengo por esta cinta que he vuelto a disfrutar esta noche.

Ridley Scott: Venderse al mejor postor

A Ridley Scott no le parece suficiente con aseverar que rodará una secuela de ‘Gladiator’, para apuntalar su condición de sicario fílmico afirmando que también podría filmar una nueva película dentro de la Saga ‘Alien’.
Y el tío convencido de sus palabras: “Si el material que me ofrecen es bueno, por supuesto que lo haré”.
La pregunta es: ¿Si es tan bueno cómo? ¿Como ‘G.I. Jane’, como ‘Hannibal’ o ‘Black Hawk Derribado’?
Que se deje de tanta ínfula megalómana y ruede películas más asequibles como ‘Matchstick Men’, su mejor trabajo desde ‘Thelma & Louise’.
Eso sí, a ver qué tal ‘Kingdom of Heaven’ después de la expectación que ha levantado con su espectacular trailer.

sábado, 9 de abril de 2005

'Etre et avoir', la esencia del aprendizaje

La bella esencia de aprender
El documentalista Nicolas Philibert otorga al género un emotivo y espléndido filme sobre la vida en una escuela única situada en un entorno rural.
Lo extraño y meritorio en el cine de Nicolas Philibert es una insólita autenticidad en su diáfana mirada para crear documentales con auténtica maestría. Su concienzudo metodismo a la hora de abordar el género recuerda en sus raíces a maestros como Agnés Vardá, Jose Luis Guerín o Basilio Martín Patino, versados artistas de un tipo de cine que desgraciadamente es difícil disfrutar tan a menudo como se debería. Pero hay una diferencia que separa el cosmos visual y temático de Philibert de estos virtuosos de la representación del realismo en imagen y es la tendencia a admirar con una portentosa sutilidad y sencillez las pequeñas cosas de la vida que hacen reflexionar al espectador sobre nuestra propia naturaleza, basada siempre en la hermosura de la aparente y aburrida cotidianidad, haciendo de ésta un universo de trascendencia vital.
Desde su primer trabajo, ‘La ciudad Louvre’, inclusión en el universo del silencio, la vida secreta y eterna del mítico museo francés, su excepcional ‘El país de los sordos’, visión del mundo a través de los ojos de millones de personas que desde su nacimiento viven en silencio y sobre todo ‘La ínfima cosa’, entusiasta viaje a la clínica psiquiátrica ‘La Borde’, donde se presenciaba la preparación por parte de personal sanitario y pacientes de una obra teatral anual, la obra documentalista de Philibert es definitoria de la idea fundamental del género: exponer temas que aviven el interés del espectador por la realidad que le rodea y le ayude a generar una propia opinión sobre el mundo en el que vive. El realizador francés explora así, recibiendo por los expertos el calificativo de ‘maestro de lo invisible’, los valores humanos que nos rodean, el análisis de lo más intrascendente de la comunidad y la sociedad que potencia el verdadero sentido de la vida.
En ‘Ser o tener’, los valores más esenciales para el ser humano encuentran su verdadero protagonismo cuando menos nos damos cuenta de adoptarlos, cuando se conciben y aprecian. Es decir, durante la niñez. Inscritos en la educación que todos recibimos. Como apreciación, cabe resaltar que esta magna obra genérica surgió mientras el director investigaba el mundo rural para realizar un documental ajeno a la hermosa temática que rodea el filme. El documento que propone Philibert se centra en la pequeña localidad francesa de Saint-Etienne sur Usson (Puy-de-Dôme), en un pequeño centro escolar de las llamadas ‘clases únicas’, donde el preescolar y la escuela primaria comparten el mismo recinto.
En un entorno rural de pobreza y aislamiento de las grandes urbes, el documental se acerca a un curso completo en la clase de Georges López, un maestro con unas innegables dotes pedagógicas a punto de jubilarse y de sus alumnos, pequeños con edades que van desde los cuatro a los diez años. Sin efectismos, directamente encauzado a lo que Philibert quiere mostrar, ‘Ser y tener’ aborda los pormenores que afectan a las personas que son estudiadas por la cámara, de su humildad y humanidad, en los pilares que confluyen en la educación infantil: el maestro, los alumnos y los padres. Todo ello en un clima rural, frío y pobre, que no impide mostrar a pesar de las limitaciones de los campesinos la implicación en el proceso educativo de sus hijos (descubierto en la familia que intenta resolver un problema matemático sin llegar a resolverlo).
Dejando a un lado cualquier atisbo de protesta testimonial sobre el estado de la educación en Francia, la base de la historia está en la vida diaria de los niños y el profesor López, deteniéndose en la vida de cada uno (sobre todo en los chicos más inseguros). A lo largo de un documental convertido en historia de ‘semi-ficción’ (con personajes) gracias a la cercanía y ternura que desprenden los niños y el educador, cada momento, cada pequeña historia que se desenvuelve en esta preciosa película, tiene ese imposible factor de humanidad, de emoción gratificante que coloca al espectador ante la realidad de una situación que conmueve, la de la enseñanza pedagógica impartida por un maestro modélico.
A pesar de lo que parezca, la gran virtud de este magnífico trabajo no se encuentra en el profesor López, ni en los sacrificados padres, ni en los propios niños (atención al pequeño Jojo y a la asiática Mariè), ni siquiera a las metafóricas estaciones del año que rodean a la región de Auvernia, si no que la importancia radica en las propias situaciones suscitadas por el día a día de todos ellos; en las pequeñas excursiones a la nieve, en las disputas de dos compañeros que se pelean, en la tristeza de un chico con su padre enfermo, en el aislamiento de una niña poco sociable o las primeras nociones morales y vitales que va aprendiendo el más pequeño y más rebelde de todos ellos. Un recorrido por la importancia de enseñar, inquiriendo en la esencia del fenómeno educativo, una oda al acto de amor que es iniciar al más pequeño en el proceso de aprender y crecer. Ése compromiso es tratado en todo momento con delicadeza y sensibilidad, mostrado con un perfecto montaje que se compromete con la emoción, pero que elude por completo la sensiblería.
Es ‘Ser y tener’ una galería de pequeños fragmentos de vida, narrada de forma magistral por una mirada que se sitúa con bastante distancia para resultar cercano, paradoja ésta que le permite a Philibert explorar y contemplar al profesor y a los niños desde un prisma realista y a su vez nada complaciente. La cámara se mantiene respetuosa con en la distancia al niño, sin abusar de su fragilidad, manteniéndose alejada cuando el dramatismo se apodera de los chavales al confesar alguno de sus problemas y miedos. Es en esa actitud, sólo rota por una pequeña entrevista a López y un par de secuencias preparadas para dar ritmo, dónde figura el éxito de un resultado que es la pura emoción. Aquí no se trata de demostrar, sino de mostrar. Lejos de cualquier posición militante, el cineasta galo deja al espectador que salga con su propia reflexión de una cinta conmovedora, sugestiva y reconfortante.
Estéticamente llena de fuerza, Philibert consigue una visión de la realidad que destila sensibilidad, poesía, belleza y ternura, que propone un tipo de cine alternativo con un documental estimulante y espontáneo que acapara en su final un regusto nostálgico de tristeza en el fin del curso escolar, con el profesor López despidiéndose hasta el próximo curso de sus alumnos. Algunos para siempre, debido a su inmediata incursión al burocrático mundo de la secundaria. Un final cargado de sentimientos y de ideas que enriquece la comprensión y aflige el corazón de un profesor que nunca prepara sus propias emociones. De obligada visión para padres, hijos y cualquier espectador con ganas de aprender a ver la vida con pureza, ‘Ser y tener’ es uno de los mejores documentales vistos en los últimos años. Un verdadero ejemplo a seguir y una obra de trascendental calidad.

La parada de los monstruos

Ni la humillación insultante de la Reina Madre, ni las burlas a las que se han visto sometidos, ni la objeción popular, ni la repugnancia que despierta la futura soberana, ni las impugnaciones de Chippenham y Cirencester, ni la indeferencia de las Casas Reales ante el enlace, ni que Ernesto de Hannover no vaya a ser la alegría de la fiesta con sus habituales y descomunales cogorzas...
Nada importa. El amor ha triunfado.
Sólo hay que echar un vistazo a la enternecedora (o estremecedora, según cómo se mire) parejita para pensar aquello de: “Dios los cría y ellos se juntan”.

viernes, 8 de abril de 2005

'Snatch': Entre el cine-denuncia y el gamberrismo

La violencia de la imagen
El segundo trabajo del británico Guy Ritchie reptió el planteamiento estilístico de ‘Lock & Stock’ ampliando horizontes en el thriller sazonado con excelentes ‘gags’.
Hace pocos años, el cine británico nacido al arrimo de la ideología crítica de Ken Loach bifurcó su planteamiento en varios conceptos de denuncia social, jugando muchas veces con la ironía y el sarcasmo para plantear interesantes tramas en diferentes ámbitos genéricos. El thriller policiaco, desde un prisma original y renovador, fue el espacio del realizador Guy Ritchie, que con esta incursión en el género reinventó (tras su interesante ‘Lock & Stock’) una irreverente forma de trazar tramas situadas en los ambientes gangsteriles de los bajos fondos londinenses.
Ritchie, ajeno a cualquier nueva proclama estética, encontró una innovadora perspectiva del clima social y humano británico en el mundo del hampa barriobajero, componiendo su fascinante ‘Snatch’ dentro una compleja historia de robos, apuestas clandestinas, boxeo, cerdos, gángsteres y un diamante de 84 quilates, sabiéndola afrontar en todo momento con un aire desenfadado, imbuido de sorna y planteado desde una posición de rebeldía que incluyó en todas sus líneas un admirable humor disoluto y subversivo. El realizador británico aprovechó su imponderable y sedicioso guión para pulir las pequeñas carencias que dejó ver en su ‘opera prima’, dinamizando un concepto de comedia negra ensamblado a la perfección en esta frenética fábula inscrita en un universo delincuente casi surreal, que le sirvió para prodigar con eficacia un estilo propio, enérgico y diligente, enardecido y desequilibrante, buscando una nueva vuelta de tuerca al juego visual.
Planteada como un análisis ‘hobbesiano’ de la vida, delimitado en la agresividad y en la venganza que rodea a un ser humano destructivo con sus semejantes, ‘Snatch’ impuso su fuerza narrativa servida en la multiplicidad de una acción englobada en el cine negro bajo un fondo entrecruzado por medio de sus múltiples personajes para terminar componiendo un fastuoso puzzle coral de dinamismo desenvuelto y espontáneo. Al igual que en la primera obra de este personal creador de espacios caóticos, Ritchie se amparó en el movimiento endiablado del montaje con la utilización de planos acelerados, ralentís y giros imprevistos de cámara que dio como consecuencia un ritmo fulminante, contenido sólo por una funcionalidad que el director ajustó a su designio fílmico. Mucho más trascendente y aplicado que las pretenciosas obras posmodernistas del cine de hace un lustro, este filme, gamberro y sugerente, apuestó por la vivacidad de sus propósitos, sujetos a unos personajes que son presentados como pobres diablos enquistados en un mundo que les queda demasiado grande. Guy Ritchie propuso, por tanto, una lúcida invitación a su particular ‘thriller’ en el que las claves genéricas fructificaron gracias a un humor desvergonzado que terminó por engarzar una magnifica visión cómica del submundo caótico del crimen (des)organizado.
Revisitada ayer mismo, ‘Snatch’ encuentra verdaderos momentos de puro espectáculo cinematográfico asentados en su impresionante violencia visual, deslumbrante y efectiva, en sus ‘gags’ desternillantes (el ‘mcguffin’ del perro es magistral) y en un fantástico reparto coral en el que destaca, por derecho propio, un Brad Pitt insolente y magnífico. ‘Snatch’ llegó sin hacer mucho ruido para convertirse en una comedia ineludible dentro del cine-denuncia británico.
Imprescindible para aquellos cinéfilos hartos de tanto cine pretendidamente trascendente.

Adultolescente cierra sus puertas

David Catalina, el creador de ese necesario concepto cultural y de ocio que es Adultolescente, uno de los mejores weblogs de la red, nos deja un funesto mensaje: se retira de la blogoesfera.
Durante un año y un mes su página ha sido (y es) una de esas imprescindibles referencias que ha sabido concertar diversión, talento y sabiduría a partes iguales, siempre desde un tono ineludiblemente solaz utilizado para aproximarse con conocimiento a los temas que ha tratado desde una perspectiva versada y aguda. Es una pena, por tanto, que esta voraz boga por las webglos se quede sin uno de sus más destcados y originarios paladines.
Esperando que este insospechado adiós sea un circunstancial “hasta luego”, esperamos su vuelta a nuestras pantallas. Yo, desde un contexto personal, sólo puedo darle las gracias por todo lo David me ha respaldado, seguido y recomendado a la mínima ocasión en la que ha podido.
Deseamos que este cierre de Adultolescente no suponga también la clausura de su weblog hermano bastardo, la asiática One Armed Adultolescente. Aunque me temo que en este caso, también es definitiva.
Suerte y hasta pronto, amigo.

Estoy dentro...

No he venido para deciros cómo acabará todo esto. Al contrario, he venido a deciros cómo va a comenzar. Voy a colgar el teléfono y luego voy a enseñarles a todos lo que vosotros no queréis que vean. Les enseñaré un mundo sin vosotros. Un mundo sin reglas y sin controles, sin límites ni fronteras. Un mundo donde cualquier cosa sea posible. Lo que hagamos después, es una decisión que dejo en vuestras manos.
Desde esta mañana tengo conexión ADSL.
Por fin estoy dentro...