lunes, 4 de abril de 2005

Lunes de Aguas

Fiesta, jarana, algaraza y una buena cuota de zambra como evasiva para no trabajar. Nepotismo español por excelencia, elevado a la categoría de costumbre. Hoy se celebra en Salamanca un extraño gaudeamus bajo la denominación de ‘Lunes de aguas’. ¿Qué coño es el ‘Lunes de aguas’? Pues se trata de una celebración pagana (como no podía ser de otro modo) cuyas raíces históricas se encuentran en el siglo XVI y que actualmente se presenta convertida como fiesta única y exclusiva de esta ciudad charra.
El 12 de noviembre de 1543 Felipe II, con tan sólo dieciséis años, llegó a Salamanca para a desposarse con la princesa María de Portugal. En esta celebración católica y austera, la ciudad aprovechó el enlace y sus celebraciones de un modo excedente, llegando al cúlmen de la bacanal, el ocio y la diversión sin límites, dándose cita una plétora de vicios en la ciudad del Tormes en aquellos días posteriores. Fue cuando Felipe II comprobó que la ciudad luminaria del cristianismo europeo, el dogma y la palabra era también el mayor burdel de Europa, la Sodoma y Gomorra occidental. En aquellos tiempos, además de las escuelas mayores, las bibliotecas, los patios de lectura y el ambiente cultural y académico que ha caracterizado al orbe salmantino, coexistían insanas tabernas, bares de beodos sin cierre, lujuriosas casas de putas y un submundo de amancebamiento de toda índole. Un tiempo de ocultistas, buhoneros y feriantes, lavanderas, amas de llaves, ciegos enviciados, alcahuetas, de estudiantes noctámbulos, de ricos herederos y, por encima de todos, el mejor foco de prostitución del país.
Ante tanto libertinaje e impudicia, el estirado Felipe II dictó unas ordenanzas según las cuales las libidinosas mujeres públicas de moral distraída, que habitaban en la Casa de Mancebía de Salamanca, debían ser trasladadas, durante la Cuaresma, fuera de los confines de la ciudad. A partir del Miércoles de Ceniza, las prostitutas abandonaban su residencia habitual y eran reasentadas al otro lado del Tormes. El Padre Putas, el cabezudo más famoso de la ciudad, era el encargado de amparar, custodiar y atender a las putillas, siendo el responsable de éstas. A partir de este edicto, las prostitutas de Salamanca dejaban la ciudad antes de comenzar la Cuaresma y desaparecían de manera temporal, recogiéndose en algún lugar al otro lado del río. Pasada la Semana Santa, y con ella el periodo establecido, las rameras volvían a la ciudad el lunes siguiente al Lunes de Pascua. Este mítico día era una jornada de celebración, ya que los estudiantes disponían una fiesta descomunal, en la que el alcohol en sus diversas variantes y la alegría que éste produce en el cuerpo hacían que todos salieran a recibirlas a la ribera del Tormes con gran júbilo y ansias carnales inhibidas durante el recogimiento. El Padre Putas (que se llamaba Lucas ¡Te da cuen!) era el encargado de concertar el momento del advenimiento lúbrico y lascivo de los estudiantes y las doctoras de la cátedra del placer.
Lo más insólito de todo, es que en cuanto llegaban las meretrices exiliadas, el descontrol, derivado del éxtasis etílico junto a la liviandad carnal y la carnalidad, hacía que los estudiantes acometieran ‘in situ’ todo lo que sus cohibidos instintos necesitaban. En efecto, amigos, una inmensa orgía (con ‘gang bangs’ incluidos) a orillas del río que culminaba con un baño colectivo, todos ebrios y como decía José Manuel Parada “follaos y desfogaos”.
Lamentablemente hoy no ejercemos esta entrañable y sana costumbre, pero seguimos celebrando el día en comuna, reuniéndonos con amigos y/o familiares, supuestamente en un entorno rural (un “día de campo”, vaya), comiendo el típico hornazo salmantino, titánico nutriente condimentado a base de huevos, aceite, harina, levadura y un relleno de jamón, chorizo, lomo adobado y huevos cocidos, uno de las exquisiteces tradicionales y exclusivas de esta ciudad que aportan una buena dosis de colesterol y ayuda a atenuar las excesivas ebriedades que se producen en un día como hoy. La excusa perfecta para emborracharse y divertirse con los amigos.
Y a eso voy, queridos ‘abismeros’. A disfrutar del hornazo que aparece en la instantánea superior (obrado por mi señora madre) y a engullir varios litros de alcohol como celebración de una festividad que acarrea el exceso como memoria a esta absurda tradición.

La enajenación mental de 'Spider', de David Cronenberg

Crudo descenso a los infiernos de la locura
Cronenberg ofreció en 'Spider', con su personal e inquietante estilo, uno de los más angustiosos ejercicios sobre una mentalidad aturdida por el sentimiento de culpa.
El sombrío mundo de la esquizofrenia, de la sensación de irrealidad, de vivencia en mundo paralelo y de la condición de mero espectador ante la representación teatral del mundo es el punto de partida de la tormentosa ‘Spider’. Partiendo de esta dura enfermedad mental, la película de David Cronenberg, muy cercana a los conceptos vitales de su obra maestra ‘Inseparables’, se centró en los miedos de un ser acomplejado, un marginal psíquico que vive en un mundo de caos emocional que complica con su trastorno un enigmático caos, confundiendo percepción objetiva e invención.
Desde una perspectiva triste y lóbrega, tal vez demasiado fría, se narra el tortuoso descenso a los infiernos de la locura de Dennis Cleg, un esquizofrénico débil y mortificado por un sentimiento de culpa ante el recuerdo del asesinato de su madre a manos de su padre y una prostituta de barrio. Dado de alta en el manicomio y alojado en un hospicio de tránsito en el East End londinense, Cleg volverá a su pasado para enfrentarse a la verdad de su propia paranoia. Con este desapacible comienzo, ‘Spider’ trata con brío y dureza una obsesión enfermiza, la disfunción de un personaje ambiguo y frágil que vive angustiado con síntomas de un tortuoso complejo de Edipo confuso, en el que el odio y el miedo se mezclan con su propia y privativa realidad. La fragilidad del personaje creado por Patrick McGrath se concentra en el desvarío de una aprehensión de desdoblamiento exterior en las mujeres que amenazan su quebradizo mundo, simbolizando en esa sostenida tela de araña que representa la película, los miedos y la inconsistencia de su mente. Un laberinto que representa una vida rota por el sentimiento de culpa en un tiempo fragmentado por la búsqueda de un atroz suceso.
Cronenberg abandonó de este modo su sempiterna obsesión por lo orgánico y la ‘Nueva Carne’, pero sin desligarse de la característica metamorfosis que adoptan sus enfermizos e inquietantes personajes. ‘Spider’ es un perturbador puzzle de fantasmas del pasado que siguen aterrorizando en el presente, donde la memoria enferma de los propios errores concibe un cenagoso y oscuro mundo imaginario en el que la realidad alternativa sirve para ocultar terribles secretos. Un puzzle representado en un cristal fraccionado, semejante a la tela de un arácnido, al que le falta una pieza, un recuerdo que no es más que la clave encubierta de la demencia y que es necesario para asumir la propia alineación.
Narrada desde una turbulenta perspectiva en primera persona, la dualidad de Cleg/Spider nos ofrece uno de los más angustiosos ejercicios sobre una mentalidad aturdida, cercenada por la alteración de una memoria incomprendida. A través de los ojos del ‘niño-adulto’ asistimos a una extraña insubordinación edípica donde el elemento maternal adopta el rostro de cualquier amenaza. La ambigüedad con la que el cineasta canadiense altera los tiempos en la historia confluye en una agobiante y nebulosa fantasía de irrealidad y enfermedad, uno de los rasgos distintivos de la obra de este creador. Dejándose llevar por un fondo existencial lleno de dudas que adoptan un protagonismo definido por la debilidad mental, en ‘Spider’ la turbiedad y la metáfora materna de la araña y sus huevos se vincula a un problema de identidad, donde el miedo y la locura confunden pasado y presente.
Bajo una estética depauperada con tonos ocres y marrones creada por Peter Suschitzky que imponen un ambiente sórdido y triste, mísero y sucio, Cronenberg tejió uno de sus filmes más inaccesibles, un filme sobre la existencia y pérdida de la cordura en un mundo desequilibrante y amenazador en el que su contexto mugriento y desidealizado no es más que la representación de una vida alineada en la locura provocada por la culpa no reconocida. En estos dominios de repulsa y amargura, acompañado por la indispensable y tétrica música creada por Howard Shore, brilló con luz propia el talento y la difícil composición de un Ralph Fiennes que logró su mejor y más portentosa interpretación en un personaje abrupto al cual supo dotar de austeridad y introspección contrapuesto con la magnífica creación de unos Miranda Richardson y Gabriel Byrne deliciosamente repulsivos. ‘Spider’ es, en todo caso, otro paso adelante, otra extraña y críptica aportación a una de las carreras más personales e incómodas del cine contemporáneo.
PD: Por cierto, hay una anécdota personal que me llamó la atención cuando fui a verla. Imaginad que un abuelo se deja llevar al cine por su nieto de unos seis años. El niño quiere ver 'Spiderman', de Raimi y su venerable viejo se equivoca, introduciendo al chavalín, que esperaba ver una de superhéroes, al infernal mundo de Cronenberg con esta oscurísima película.
Quiero pensar que erraron y fue involuntario, porque nieto y abuelo se quedaron incluso a ver los créditos. Imaginad que el pequeño cinéfilo era un fan absoluto de Cronenberg. Da miedo sólo pensarlo. Aunque, echando la vista atrás, recuerdo haber visto 'Videodrome' con ocho años en el Coliseum, un cine ya desaparecidos de Salamanca.

domingo, 3 de abril de 2005

Siniestro Mundo Publicitario (SMP VIII): Melendi se "pone"

La primera vez que oí hablar de Ramón Melendi Espina fue cuando me relataron una leyenda urbana que manejaba la viabilidad de que el cantante asturiano hubiera permanecido confinado como preso en la cárcel salmantina de Topas por un delito concerniente al tráfico de drogas. Tanto su confusa y viciada crónica como sus indicios sugieren que se trata de una superchería. Pura invención.
La primera vez que escuché una canción de Melendi mi impresión fue “coño, este tío imita a Estopa”. Cuando lo volví a escuchar ratifiqué mis dudas. Igual, lo mismo, un duplicado musical sin mucho sentido.
La primera vez que vi a Melendi el instinto me empujó a juzgarle como un macarra de barrio, sin una personalidad concretada, un cruce de tópicos ramplones anexos en un mismo individuo. Sus tatuajes, las rastas, cortarse parte de una ceja, los piercings, la barba... Un tipo urdiéndose a sí mismo con cada frase, con esa acentuación colgada, de barriobajero chungo.
Lo que no me imaginaba era ver a este producto lanzado por una canción de ‘La vuelta a España’ a expensas de diversos movimientos musicales anunciando un chocolate. Hemos pasado de ver a Isabel Preysler anunciando Ferrero Rocher, aristocrática y diva, a ver a Melendi vendiendo barritas de chocolate fabricadas con componentes transgénicos Tokke dirigido por Javier Ruiz Rojo, el director del más que sobrevalorado cortometraje ‘Diez minutos’ (una de las peores piezas cortas rodadas en 35 mm. del último lustro), ganador del Goya en su categoría.
Vamos a dejar de litigar y proceder al análisis de esta sección abismera SMP: Aparece Melendi ensayando con su banda el tema ‘Caminando por la vida’, cuando se distrae viendo una preciosa chica morena que sale en la televisión. La primera pregunta es “¿quién coño ensaya viendo la televisión?”. Pongamos que es su particular liturgia: mezclar su música con su vicio catódico. Melendi se queda abstraído del mundo, mirando a la portentosa fémina de la pantalla. Le da un vahído (no sabemos el motivo) y uno de los músicos que está con él le dice a otro que ‘le dé un Tokke’. Seguidamente le tira la chocolatina que Melendi coge lanzando uno de los eslóganes más audaces y subversivos que se han visto en los últimos años: “Este es el chocolate... que más me pone”.
Vayamos por partes: ¿Un cantante con evidentes signos de ‘macarrismo’ haciendo un divertido encomio al hachís? Ésa pausa enfática tras “chocolate”… luego “que más me pone”… Y no sólo eso. Cuando muerde la chocolatina, la chica morena de la tele aparece en carne y hueso junto a él. Así de fácil. Mágicamente ¿Qué quiere decir esto?
Todos felices comiendo chocolate. La cosa es que si no se come y se fuma ¿también saldría de la tele la escultural modelo? ¿O es esa la causa?
Ignasi Ricou, Consejero Delegado de Cadbury España, afirma que “esta es la mejor manera de acercar nuestros productos a los jóvenes ya que Melendi, además de ser un personaje carismático, representa perfectamente sus valores e inquietudes”. Un cachondo en toda regla.
Esto lo digo porque el jueves de madrugada unos chavalotes de unos 20 años se hacían un ‘petardo’ y ante el acto de quemar el 'pedrolo' su frase fue… ¡Hombre, claaaaaroooo!

sábado, 2 de abril de 2005

Plaza Mayor de Europa (250 aniversario)

“Templo civil, sin otra bóveda que el cielo”
(Miguel De Unamuno)
Una de las joyas más importantes del barroco en todo el mundo.
Construida entre los años 1729 y 1755 por Alberto Churriguera.
El Ayuntamiento fue proyectado por Andrés García de Quiñónes.
Las doce casas del lado oriental denominado Pabellón Real, se concluyeron en 1733. En el lado norte se edificó el Ayuntamiento desde 1728 a 1755.
88 arcos de medio punto erigidos sobre estoicos pilares. En las enjutas hay 57 medallones que inmortalizan figuras de la historia de España; reyes (desde Alfonso IX hasta Carlos III), santos, escritores, descubridores y conquistadores, distribuidos en dos de sus flancos, mientras que en los otros dos figuran los escudos de la Universidad, Colegios Mayores, Catedral y nobles linajes.
Una de las Plazas Mayores más bonitas del mundo (subjetivamente, la mejor).
Hoy se cumplen 250 años.

La espichó

A las 21:37.
Preparémonos para recibir al Papa Negro. Preparémonos para el Fin del Mundo.
Nostradamus anunció el Holocausto Final cuando esto sucediera. El único cardenal de color que posee las cualidades para llegar al papado es el nigeriano Francis Arinze. Es el actual prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Aferraos a lo que podáis porque esto es el FIN, amigos.
D.E.P. Karol Wojtyla, Juan Pablo II.

Ir ‘de guay’ y quedar como una gilipollas

Una de las cosas que más nos suele irritar es que una persona vaya “de guay”, que pretenda reflejar cualquier tipo de atractivo, carisma o dádiva forzando una artificial e inexistente simpatía que acaba por resultar, muchas veces, bochornosa.
También existe esa gente que en cuanto le echas un vistazo por encima, te cae mal. Sin ningún motivo aparente. Simplemente porque te desagrada, despertando desde el primer momento una aversión irreconciliable.
Cuando estos casos se dan, hay dos opciones; o es que eres un imbécil nauseabundo sin remedio o es que te llamas Avril Lavigne.
Hay que ser cenutria para salir a un escenario de Hong-Kong con una frase en clara grafía asiática para ser la más ‘cool’ y enrollada del momento cuando llega la hora de dar un concierto. Pero lo triste es que la traducción que lleva en el brazo significa “Japón es lo mejor”. Un objetivo más que nomotético porque la escritura de la frase es perfecta, si no fuera porque está luciéndolo en un país equivocado.
¿Se trata del Síndrome Trillo (recordemos su glorioso “Viva Honduras” en El Salvador) o simple gilipollez de la ex-zorrilla más insulsa del ‘pop’?
Más, aquí.

¿Es un pájaro? ¿Es un avión?

No... es Superman, en el primer 'teaser' póster de la película dirigida por Bryan Singer 'Superman Returns'.

PUNCH DRUNK LOVE, una comedia romántica diferente

Bella historia de amor surreal
Paul T. Anderson reinventó la comedia romántica en una espléndida cinta donde el absurdo, el exceso y la psicodelia impusieron una particular perspectiva genérica.
La obra de Paul Thomas Anderson, compuesta hasta el momento por cuatro trabajos tan heterogéneos pero a su vez conciliadores de una mirada personal y trascendente como son ‘Hard Eight’, ‘Boogie Nights’, Magnolia’ y 'Punch Drunk Love' es el paradigma de un espléndido y prematuro especialista analítico de microcosmos humanos capaces de exponer, de una forma libre y disímil, detallistas radiografías de la sociedad actual norteamericana. Una sociedad que en manos de Anderson no tiene tanta importancia como los personajes que la pueblan, mostrándolos frágiles y débiles ante un mundo que les amenaza emocionalmente. Como en todos sus filmes, se deja ver en la muy extravagante ‘Punch Drunk Love’ una corrosiva finalidad de ofrecer una revitalización de géneros, entrando de lleno esta vez en la comedia romántica. Alejado de cualquier patrón y estilismo genérico, Anderson abordó la comedia como un nuevo reto en el que su visión conceptual se alejara de lo visto hasta el momento, creando como es habitual en él un universo propio, genuino y mágico. Un logro que consiguió con esta deliciosa y extraña cinta inclasificable.
Si muchos han sido los que han comparado el estilo de este autor con el de Martin Scorsese, sería lo correcto abordar este proyecto como el particular ‘Afterhours’ de Anderson. La historia se centra en un solitario hombre llamado Barry Egan, un pequeño empresario que tiene una compañía de menaje para baño (atentos al ‘gag’ del ‘diverchupa’). Su vida viene marcada por la inevitable soledad del incomprendido y de un excesivo sometimiento a siete hermanas que le tienen dominado y ridiculizado desde su infancia. Una llamada a un número erótico que trae como consecuencia las amenazas por parte de una mafia regida por un miserable vendedor de colchones y su encuentro con Lena, la mujer de su vida, cambiarán y desestabilizarán el anodino universo de Barry, un tipo tranquilo que esconde bajo su apocado carácter una bestia incontrolable. En este infrecuente entorno, Anderson brinda un historia de amor concentrada no tanto la acción y el lugar, sino en una granítica y soberbia forma de indagar en los personajes, único mundo de ‘Punch Drunk Love’, acompañado en todo momento por su habitual ritmo fluido y apasionante.
Planteada sin pretextos desde el absurdo, esta original muestra de cine independiente y de autor se proclamó como un bello manifiesto de escapismo y fragilidad donde el amor es el referente para superar lo adverso. Un surreal romance que culmina en un metafórico final donde se asimila la fragilidad y la forzosa necesidad del amor para el triunfo de los perdedores. Un contexto que Anderson aprovechó para volcar toda su dedicación a sus criaturas y no a las surreales situaciones que les rodean. De nuevo, como ya había demostrado en ‘Boogie Nights’ y ‘Magnolia’, en ‘Punch Drunk Love’ hay matices de un brío percutante, que dan como resultado de este ejercicio cinéfilo una lección de ritmo narrativo. Una cadencia visual que precisa de la delirante música de John Brion y un exceso de color, situaciones y saturación en sus fundidos psicodélicos, buscando producir con ello el impacto en el espectador y olvidar, intencionalmente, la propia integridad narrativa del filme. Histerismo ascendente que sólo se pacifica con la dulce mirada del personaje de Lena Leonard, papel ajustado a los ojos y dulzura de una irregular actriz como Emily Watson, que aquí modera su interpretación y ofrece su perfil más romántico y contenido en un rol análogo a la delicada Reba McClane de ‘Red Dragon’.
Pero sin duda alguna, uno de las mejores y más sorprendentes aportaciones de la película llegó con la excelente composición interpretativa de Adam Sandler el cual, con el respaldo de Anderson, consiguió abandonar sus ‘tics’ ‘made in Saturday Night Live’ para confirmar lo que ya había dejado intuir en ‘Big Daddy’: su capacidad para darle a Barry un fondo humano; exteriorizando el enojo, la tristeza, la timidez y la desesperación de este frágil sujeto que necesita el amor para controlar su descolocada y peligrosa actitud ante la vida. La pasión del director por las comedias de Sandler son fiel reflejo de un rol escrito expresamente para el histriónico cómico americano. Así, Barry Egan no está tan lejos de los personajes, en realidad ‘freaks’, de ‘The Wedding Singer’, ‘The Waterboy’ o ‘Little Nicky’, sinónimos en esa opresión y sometimiento de los que le rodean, ocultando una hostilidad enmascarada tras su cara de sonrisa estúpida. Toda esa violencia heredada del ‘slaptick’, de la típica comedia ‘sandleriana’, es mostrada en ‘Punch Drunk Love’ como la exteriorización del arrebato frustrado.
El humor con el que se encubre esa mala hostia se transforma en amor bajo la cálida mirada de Paul T. Anderson. Un amor violento demostrado en la grotesca y brillantísima declaración de amor con frases ‘ultra-gore’ que la pareja utiliza para decirse lo mucho que se atrae. Basta esa secuencia inicial en la que un camión deja un harmonio en plena calle, símbolo de la serenidad, que llega justo en el momento en el que un coche tiene un espectacular y brusco accidente en un contexto impropio, pero necesario para entender el miedo inocente de un personaje por la vida, por el amor y por su apertura a un mundo amenazante. Con la llegada a esta insólita vida de la chica, del elemento conciliador, Anderson descoloca al espectador en una de las historias de ‘amor fou’ más hermosas y reconfortantes que ha dado el género en estos últimos años. Paul T. Anderson demuestra así que es un maestro de la manipulación donde cada elemento es un símbolo, como el laberinto que lleva al primer beso, como el piano catártico, como la lucidez subvertida en la estúpida idea de las millas de vuelo de la promoción de las natillas y de la integridad de un buen hombre en sus viajes para decir a la cara lo que siente y piensa.
Oscura, obsesiva y agresiva ‘Punch Drunk Love’ es una fábula moderna, absurda y genial, en la que el manierismo de la cámara vuelve a ser la mejor y más rotundo ejemplo de que estamos ante un director de perspectiva diáfana, preponderante de irreconocibles modelos que se apartan de lo ordinario, de lo obvio, deteniéndose en los sentimientos, en las miradas, en los gestos... Anderson justificó con ello su condición de autor capaz de reconvertir géneros para su propia e individual visión del cine.
Habrá que seguir atentos ese 'Oil', que prepara con Daniel Day Lewis como protagonista.

viernes, 1 de abril de 2005

É increíble

Definitivamente,David Bisbal y Chenoa lo han dejado. Se acabó el amor, cuando parecían más felices que nunca.
Estoy destrozado anímicamente ante esta inesperada noticia. Creo que esta noche no podré dormir.
En fin.

El Paniagua, el templo salmantino de la diversión

Ayer regresé al mítico bar ‘Paniagua’ y reabierto desde el martes después de más de 100 días clausurado. Ayer fue el reencuentro con esos fulanos a los sólo conoces por empinar el codo junto a ellos y acabas creando un vínculo común, a los que contarles tus penalidades y recurrir a ellos como oyentes y colegas cuando te quedas sólo. Hablo, por supuesto, de los “amigos de la barra”. 'El Paniagua' es obligado punto de encuentro de freaks salmantinos, de intelectuales, creativos, beodos, niñas monas, hembras de escándalo, rockeros malogrados, fotógrafos, artistas, insólitos ideólogos, personas normales y, sobre todo, lugar en el que destilo mis neuronas a base de cervezas Mahou y la bebida nacional más burda y reconfortante del país, el DYC. El ‘Pani’, mi Sancta Santorum individual, la enloquecia esfera a la que recurrir si se me quiere encontrar, sabiendo con certeza dónde está mi territorio. Mi segundo hogar, mi nirvana de dipsomanía sin fin.
Este bar, un bohío para la diversión, ha permanecido tres meses condenado al cierre por parte de una corporación comercial de tintes mafiosos llamada ‘Asociación de Hosteleros Salmantinos’, un grupúsculo de frustrados politiquillos de tercera que han visto su particular yacimiento de dinero fácil: las fiestas universitarias. Sí amigos, su aspiración es usurpar el peculio procedente de los viajes de fin de curso de los estudiantes salmantinos. Para ello, extorsionan a las facultades e imponen a los chavalines a practicar sus festejos donde ellos dicten. Pues bien, la Fiesta de Medicina, gran celebración por antonomasia (no os imagináis hasta qué punto), se sublevó contra este despótico sistema y alquiló los cinco bares que han clausurado durante estos largos meses. Por supuesto, con el silenciado respaldo del Ayuntamiento (liderado por el alcalde, baldío hombre jurisperito del Archivo Histórico), que de forma hipócrita gira la cabeza cuando las grescas y altercados, escándalo público, provienen de las fiestas pactadas.
Ejemplo 1: Sacas un vaso de plástico al exterior del local en una multitudinaria fiesta donde no cabe un alma, disfrutando sin molestar a nadie y compartiendo una tarde de celebración en comuna de futuros matasanos y al dueño del bar le cierran el garito tres meses.
Ejemplo 2: Montas una fiesta de barra libre auspiciada por el consistorio charro en plan ‘botellón’ (de ‘alto standing’, claro, porque todo cuesta el doble), destruyes lo que encuentras a tu alrededor y dejas la Plaza Mayor llena de vidrios, regurgitaciones o devastación y no pasa nada, porque lo ha organizado la asociación de hosteleros.
¿Para qué os he soltado esta proclama apóloga hacia un bar tan cochambroso como el Paniagua? Fácil. Para preveniros. En caso de que algún día visitéis Salamanca y se os antoje pasáoslo en grande, beber alguna copa barata (e incluso emborracharos), disfrutar del verdadero ambiente universitario, de esa gente que vale la pena conocer, evitad y prescindid de célebres nombres de discotecas como ‘Camelot’, ‘Morgana’, ‘Cum Laude’, ‘Irish Rover’... ¡Bullshits!
Os recomiendo que si os acercáis a esta hermosa ciudad preguntéis por la Plaza de San Justo y os divirtáis vilmente en tradicionales fondas como ‘El Paniagua’, ‘La Imprenta’, ‘El Ciao’, ‘Zona Centro’, ‘El Lado Oscuro’, 'Rivendel', ‘Piper’, ‘Esperpento’ y acabéis la noche saboreando un tremendo bocadillo merecedor del mejor olimpo culinario que es ‘El Yunque’.
No os arrepentiréis. Fiesta y diversión garantizada. Hacedme caso, que si el Neng conoce cada rincón del Castelfa, yo hago lo propio con Salamanca.