sábado, 2 de abril de 2005

Ir ‘de guay’ y quedar como una gilipollas

Una de las cosas que más nos suele irritar es que una persona vaya “de guay”, que pretenda reflejar cualquier tipo de atractivo, carisma o dádiva forzando una artificial e inexistente simpatía que acaba por resultar, muchas veces, bochornosa.
También existe esa gente que en cuanto le echas un vistazo por encima, te cae mal. Sin ningún motivo aparente. Simplemente porque te desagrada, despertando desde el primer momento una aversión irreconciliable.
Cuando estos casos se dan, hay dos opciones; o es que eres un imbécil nauseabundo sin remedio o es que te llamas Avril Lavigne.
Hay que ser cenutria para salir a un escenario de Hong-Kong con una frase en clara grafía asiática para ser la más ‘cool’ y enrollada del momento cuando llega la hora de dar un concierto. Pero lo triste es que la traducción que lleva en el brazo significa “Japón es lo mejor”. Un objetivo más que nomotético porque la escritura de la frase es perfecta, si no fuera porque está luciéndolo en un país equivocado.
¿Se trata del Síndrome Trillo (recordemos su glorioso “Viva Honduras” en El Salvador) o simple gilipollez de la ex-zorrilla más insulsa del ‘pop’?
Más, aquí.

¿Es un pájaro? ¿Es un avión?

No... es Superman, en el primer 'teaser' póster de la película dirigida por Bryan Singer 'Superman Returns'.

PUNCH DRUNK LOVE, una comedia romántica diferente

Bella historia de amor surreal
Paul T. Anderson reinventó la comedia romántica en una espléndida cinta donde el absurdo, el exceso y la psicodelia impusieron una particular perspectiva genérica.
La obra de Paul Thomas Anderson, compuesta hasta el momento por cuatro trabajos tan heterogéneos pero a su vez conciliadores de una mirada personal y trascendente como son ‘Hard Eight’, ‘Boogie Nights’, Magnolia’ y 'Punch Drunk Love' es el paradigma de un espléndido y prematuro especialista analítico de microcosmos humanos capaces de exponer, de una forma libre y disímil, detallistas radiografías de la sociedad actual norteamericana. Una sociedad que en manos de Anderson no tiene tanta importancia como los personajes que la pueblan, mostrándolos frágiles y débiles ante un mundo que les amenaza emocionalmente. Como en todos sus filmes, se deja ver en la muy extravagante ‘Punch Drunk Love’ una corrosiva finalidad de ofrecer una revitalización de géneros, entrando de lleno esta vez en la comedia romántica. Alejado de cualquier patrón y estilismo genérico, Anderson abordó la comedia como un nuevo reto en el que su visión conceptual se alejara de lo visto hasta el momento, creando como es habitual en él un universo propio, genuino y mágico. Un logro que consiguió con esta deliciosa y extraña cinta inclasificable.
Si muchos han sido los que han comparado el estilo de este autor con el de Martin Scorsese, sería lo correcto abordar este proyecto como el particular ‘Afterhours’ de Anderson. La historia se centra en un solitario hombre llamado Barry Egan, un pequeño empresario que tiene una compañía de menaje para baño (atentos al ‘gag’ del ‘diverchupa’). Su vida viene marcada por la inevitable soledad del incomprendido y de un excesivo sometimiento a siete hermanas que le tienen dominado y ridiculizado desde su infancia. Una llamada a un número erótico que trae como consecuencia las amenazas por parte de una mafia regida por un miserable vendedor de colchones y su encuentro con Lena, la mujer de su vida, cambiarán y desestabilizarán el anodino universo de Barry, un tipo tranquilo que esconde bajo su apocado carácter una bestia incontrolable. En este infrecuente entorno, Anderson brinda un historia de amor concentrada no tanto la acción y el lugar, sino en una granítica y soberbia forma de indagar en los personajes, único mundo de ‘Punch Drunk Love’, acompañado en todo momento por su habitual ritmo fluido y apasionante.
Planteada sin pretextos desde el absurdo, esta original muestra de cine independiente y de autor se proclamó como un bello manifiesto de escapismo y fragilidad donde el amor es el referente para superar lo adverso. Un surreal romance que culmina en un metafórico final donde se asimila la fragilidad y la forzosa necesidad del amor para el triunfo de los perdedores. Un contexto que Anderson aprovechó para volcar toda su dedicación a sus criaturas y no a las surreales situaciones que les rodean. De nuevo, como ya había demostrado en ‘Boogie Nights’ y ‘Magnolia’, en ‘Punch Drunk Love’ hay matices de un brío percutante, que dan como resultado de este ejercicio cinéfilo una lección de ritmo narrativo. Una cadencia visual que precisa de la delirante música de John Brion y un exceso de color, situaciones y saturación en sus fundidos psicodélicos, buscando producir con ello el impacto en el espectador y olvidar, intencionalmente, la propia integridad narrativa del filme. Histerismo ascendente que sólo se pacifica con la dulce mirada del personaje de Lena Leonard, papel ajustado a los ojos y dulzura de una irregular actriz como Emily Watson, que aquí modera su interpretación y ofrece su perfil más romántico y contenido en un rol análogo a la delicada Reba McClane de ‘Red Dragon’.
Pero sin duda alguna, uno de las mejores y más sorprendentes aportaciones de la película llegó con la excelente composición interpretativa de Adam Sandler el cual, con el respaldo de Anderson, consiguió abandonar sus ‘tics’ ‘made in Saturday Night Live’ para confirmar lo que ya había dejado intuir en ‘Big Daddy’: su capacidad para darle a Barry un fondo humano; exteriorizando el enojo, la tristeza, la timidez y la desesperación de este frágil sujeto que necesita el amor para controlar su descolocada y peligrosa actitud ante la vida. La pasión del director por las comedias de Sandler son fiel reflejo de un rol escrito expresamente para el histriónico cómico americano. Así, Barry Egan no está tan lejos de los personajes, en realidad ‘freaks’, de ‘The Wedding Singer’, ‘The Waterboy’ o ‘Little Nicky’, sinónimos en esa opresión y sometimiento de los que le rodean, ocultando una hostilidad enmascarada tras su cara de sonrisa estúpida. Toda esa violencia heredada del ‘slaptick’, de la típica comedia ‘sandleriana’, es mostrada en ‘Punch Drunk Love’ como la exteriorización del arrebato frustrado.
El humor con el que se encubre esa mala hostia se transforma en amor bajo la cálida mirada de Paul T. Anderson. Un amor violento demostrado en la grotesca y brillantísima declaración de amor con frases ‘ultra-gore’ que la pareja utiliza para decirse lo mucho que se atrae. Basta esa secuencia inicial en la que un camión deja un harmonio en plena calle, símbolo de la serenidad, que llega justo en el momento en el que un coche tiene un espectacular y brusco accidente en un contexto impropio, pero necesario para entender el miedo inocente de un personaje por la vida, por el amor y por su apertura a un mundo amenazante. Con la llegada a esta insólita vida de la chica, del elemento conciliador, Anderson descoloca al espectador en una de las historias de ‘amor fou’ más hermosas y reconfortantes que ha dado el género en estos últimos años. Paul T. Anderson demuestra así que es un maestro de la manipulación donde cada elemento es un símbolo, como el laberinto que lleva al primer beso, como el piano catártico, como la lucidez subvertida en la estúpida idea de las millas de vuelo de la promoción de las natillas y de la integridad de un buen hombre en sus viajes para decir a la cara lo que siente y piensa.
Oscura, obsesiva y agresiva ‘Punch Drunk Love’ es una fábula moderna, absurda y genial, en la que el manierismo de la cámara vuelve a ser la mejor y más rotundo ejemplo de que estamos ante un director de perspectiva diáfana, preponderante de irreconocibles modelos que se apartan de lo ordinario, de lo obvio, deteniéndose en los sentimientos, en las miradas, en los gestos... Anderson justificó con ello su condición de autor capaz de reconvertir géneros para su propia e individual visión del cine.
Habrá que seguir atentos ese 'Oil', que prepara con Daniel Day Lewis como protagonista.

viernes, 1 de abril de 2005

É increíble

Definitivamente,David Bisbal y Chenoa lo han dejado. Se acabó el amor, cuando parecían más felices que nunca.
Estoy destrozado anímicamente ante esta inesperada noticia. Creo que esta noche no podré dormir.
En fin.

El Paniagua, el templo salmantino de la diversión

Ayer regresé al mítico bar ‘Paniagua’ y reabierto desde el martes después de más de 100 días clausurado. Ayer fue el reencuentro con esos fulanos a los sólo conoces por empinar el codo junto a ellos y acabas creando un vínculo común, a los que contarles tus penalidades y recurrir a ellos como oyentes y colegas cuando te quedas sólo. Hablo, por supuesto, de los “amigos de la barra”. 'El Paniagua' es obligado punto de encuentro de freaks salmantinos, de intelectuales, creativos, beodos, niñas monas, hembras de escándalo, rockeros malogrados, fotógrafos, artistas, insólitos ideólogos, personas normales y, sobre todo, lugar en el que destilo mis neuronas a base de cervezas Mahou y la bebida nacional más burda y reconfortante del país, el DYC. El ‘Pani’, mi Sancta Santorum individual, la enloquecia esfera a la que recurrir si se me quiere encontrar, sabiendo con certeza dónde está mi territorio. Mi segundo hogar, mi nirvana de dipsomanía sin fin.
Este bar, un bohío para la diversión, ha permanecido tres meses condenado al cierre por parte de una corporación comercial de tintes mafiosos llamada ‘Asociación de Hosteleros Salmantinos’, un grupúsculo de frustrados politiquillos de tercera que han visto su particular yacimiento de dinero fácil: las fiestas universitarias. Sí amigos, su aspiración es usurpar el peculio procedente de los viajes de fin de curso de los estudiantes salmantinos. Para ello, extorsionan a las facultades e imponen a los chavalines a practicar sus festejos donde ellos dicten. Pues bien, la Fiesta de Medicina, gran celebración por antonomasia (no os imagináis hasta qué punto), se sublevó contra este despótico sistema y alquiló los cinco bares que han clausurado durante estos largos meses. Por supuesto, con el silenciado respaldo del Ayuntamiento (liderado por el alcalde, baldío hombre jurisperito del Archivo Histórico), que de forma hipócrita gira la cabeza cuando las grescas y altercados, escándalo público, provienen de las fiestas pactadas.
Ejemplo 1: Sacas un vaso de plástico al exterior del local en una multitudinaria fiesta donde no cabe un alma, disfrutando sin molestar a nadie y compartiendo una tarde de celebración en comuna de futuros matasanos y al dueño del bar le cierran el garito tres meses.
Ejemplo 2: Montas una fiesta de barra libre auspiciada por el consistorio charro en plan ‘botellón’ (de ‘alto standing’, claro, porque todo cuesta el doble), destruyes lo que encuentras a tu alrededor y dejas la Plaza Mayor llena de vidrios, regurgitaciones o devastación y no pasa nada, porque lo ha organizado la asociación de hosteleros.
¿Para qué os he soltado esta proclama apóloga hacia un bar tan cochambroso como el Paniagua? Fácil. Para preveniros. En caso de que algún día visitéis Salamanca y se os antoje pasáoslo en grande, beber alguna copa barata (e incluso emborracharos), disfrutar del verdadero ambiente universitario, de esa gente que vale la pena conocer, evitad y prescindid de célebres nombres de discotecas como ‘Camelot’, ‘Morgana’, ‘Cum Laude’, ‘Irish Rover’... ¡Bullshits!
Os recomiendo que si os acercáis a esta hermosa ciudad preguntéis por la Plaza de San Justo y os divirtáis vilmente en tradicionales fondas como ‘El Paniagua’, ‘La Imprenta’, ‘El Ciao’, ‘Zona Centro’, ‘El Lado Oscuro’, 'Rivendel', ‘Piper’, ‘Esperpento’ y acabéis la noche saboreando un tremendo bocadillo merecedor del mejor olimpo culinario que es ‘El Yunque’.
No os arrepentiréis. Fiesta y diversión garantizada. Hacedme caso, que si el Neng conoce cada rincón del Castelfa, yo hago lo propio con Salamanca.

jueves, 31 de marzo de 2005

Review SAW

El ardid como entretenimiento
James Wan debuta con la sorpresa de la temporada, una ‘thriller’ moderno que utiliza la trampa y el engaño como sustento de una presuntuosa e inexistente innovación.
Los mecanismos del ‘thrillers’ de la última década y media se han homogenizado desde que en 1991 ‘El silencio de los corderos’, de Jonathan Demme y en 1995 ‘Seven’, de David Fincher, conjugaran un renovado estilo genérico con unas determinadas estrategias posmodernas apoyadas en la truculencia, su fuliginosa gama cromática con tonos desabridos, el impacto atmosférico y angustiantes contenidos ataviados con una narrativa innovadora hallada en argumentos donde el ‘psycho-killer’. El género se reconvirtió en un ‘serial-killer’ que se puso por encima de la omnisciencia de sus predecesoras, del atavismo que se había tanteado, pero que no encontró su paradigma hasta la llegada de estos dos filmes.
A partir de entonces, muchos han sido los simulacros a modo de facsímiles (‘El coleccionista de huesos’, ‘La hora de la araña’, ‘Copycat’, ‘El coleccionista de amantes’…), los que han proliferado dentro del ‘thriller’ mantenido en esos designios, difundiendo clonaciones con rara variación o cambios insignificativos. Estamos ante una época de miscelánea fílmica y de descarado pastiche, y ante esto lo cierto es que no debería despertar tanta sorpresa, y, sobre todo, tan apresurado preeminencia que productos como ‘Saw’ procuren redefinir todo lo expuesto hasta el momento. Hay que reconocer, de antemano, que la violencia de este tipo de filmes acumula cargas sucesivas sin ninguna intermisión al sentido argumental, ni al significado de la gradación, importunando al personal y regenerando lo que se procura como innovador en letárgico, precisamente lo que le sucede a la sobrevalorada ‘Saw’.
Cierto es que este primer trabajo de James Wan se adscribe descaradamente al subgénero de película de psicópatas y que no hay que tomarse en ningún momento muy en serio lo que en ella se ve. ‘Saw’ se inicia con un golpe de efecto (el primero de una larga sucesión), con dos hombres que despiertan encadenados a las cañerías de un mugriento servicio. Arranca de un modo eficaz e inquietante, ya que ninguno de ellos se conocen ni saben por qué están allí. En medio de ambos, el cadáver de un suicida con un arma y una grabadora en sus manos. Como la cosa no da para más, Wan y Leigh Whannell, firmantes del guión, recurren al ‘flash back’ como recurso que ilustre los hechos que den sentido a esta escena. Quince minutos después, curiosamente, saben perfectamente qué pasó el día antes y cómo han llegado allí. Es el primero de los volubles ardides que se van a utilizar a lo largo del metraje. Tras varios montajes paralelos, situaciones estrambóticas, tremebundos asesinatos, la policía sigue la pista a “Jigsaw”, el llamado “asesino del puzzle”, un psicópata que en vez de matar a sus víctimas prefiere situarlas en contextos llevados al extremo que deben superar para sobrevivir si no quieren morir. Por supuesto, aquí entran en juego móviles como la ética, la moral y los principios fundamentales del ser humano, porque el asesino ambiciona profesar una extraña condición de salvador y no de verdugo.
A lo largo de ‘Saw’, el espectador acude a una confusa elucidación sobre las personalidades de los roles (que se engañan entre ellos para despistar así al público –de repente, a mitad de la película sabemos que uno ha seguido un día entero a otro fotografiándole por causas de infidelidad no consumada-), sobre los motivos aparentes que ha utilizado el malvado asesino para crear sus macabras y elaboradas torturas para acabar con la vida de sus anteriores víctimas y de las reglas de un juego que interesa en mínimos intervalos. En la película, todas las víctimas deben afrontar una aterradora alternativa de la que depende su vida. Tal vez la pretensión de Wan era la de ofrecer un nuevo punto de vista del género, dando todo el protagonismo a las víctimas y dejando que la policía quede en un segundo plano, pero no desdeñándolo, no sea que haya que recurrir a ellos para crear subtramas que favorezcan el artificio y poder así jugar con el espectador al engaño.
También cierto tipo de crítica se ha empeñado en comparar este debut con el cine de Dario Argento, tal vez por esa directriz mórbida que despierta ciertas situaciones a partir de las cuales se origina el argumento, también porque su clave reside en la exasperación de un instinto de superviviencia angustioso, contrapuesto a la locura que envuelve a sus víctimas. No obstante, esta comparación es errónea e improcedente debido a que el distanciamiento se hace evidente cuando se define a Argento como un creador a medio camino de lo clásico y lo moderno, preceptor de una dramaturgia sustentada, eso sí, en el asesinato, pero buscando una brusca transgresión de las convencionalismos narrativas del ‘thriller’, cosa que en el filme de Wan no pasa, ya que el joven realizador se encuentra muy cómodo surtiendo de todo tipo de mixturas y argamasas genéricas su filme.
En su faceta artística, el guionista Leigh Whannell, un irreconocible Cary Elwes (que se ha puesto como una foca de gordo), Monica Potter y Danny Glover ejercen su función discretamente, sin ningún alarde que les haga destacar. Por su parte, la puesta en escena y la imaginería de James Wan se define en esos ‘flahsbacks’ de ida y vuelta, en la saturación de colores, en el montaje acelerado o ralentizado (según convenga o mezclados si hace falta), en la música atronadora que pretende incomodar al espectador por lo que él considera muy desagradable, psicológico y terrorífico. Pero no es así. A pesar de una atmósfera opresiva y los constantes alardes de una dirección carente de vigorosidad y eficiencia, este producto independiente (muy barato, gran virtud del filme, ya que no tiene nada que envidiar a cualquier gran producción) se basa en el engaño y que se sustenta en giros de guión que no resisten un mínimo análisis. Y una cosa es jugar a pasárselo bien y otra muy diferente es intentar tomarle el pelo al público.
El aficionado más versado en este tipo de cine está demasiado insensibilizado al cúmulo de exacerbaciones, homenajes sinsentido o los requiebros imaginativos de unos perspicaces guionistas que han tenido la suerte de que ‘Saw’ haya colado como la gran sorpresa del año. Este enésimo nuevo hallazgo del cine de género recurre a la pesadilla como eje de una trama en la que la claustrofobia y el ‘grand guiñol’ dejan un evidente regusto de reincidencia en segmentos de otras películas, donde el acervo visual y argumental es indescifrable en su desarrollo. Vaya, que todo lo que va sucediendo en esta película es inverosímil, como ese final sorpresa que ha desvelado, por imperativo de guión, un personaje (el de Dina Meyer) que se encarga de dar la clave (es previsible si sólo tiene una frase que dice “el asesino siempre se reserva un sitio de lujo para sus atrocidades”) a mitad de la película. La apelación al recuerdo por si el espectador se ha despistado entre tanta trampa, también se da en esta película de moda. Wan y Whannell lo intentan, pero yerran en sus propósitos.
Se dan dos preguntas cuando uno sale de ver el debut de James Wan: ¿‘Saw’ funciona como mero entretenimiento? Por supuesto, se pasan 100 minutos atento a la pantalla con interés ¿Es tan buen ‘thriller’ como se dice? Rotundamente, no.
Miguel Á. Refoyo © 2005

Esperando 'Sin City'

Tanta crítica positiva llegada del otro lado del charco y sobre todo las excelentes vibraciones e imágenes (no os perdáis esto) que nos están llegando, hacen que el día 22 de julio (fecha en la que se estrena en España) se vea excesivamente lejos para disfrutar de 'Sin City'.
El otro día un amigo, irreflexivo en sus palabras, me decía que se iba a bajar de internet la ansiada adaptación del cómic que han llevado a la pantalla Robert Rodríguez y el tío Frankie. Ha sido la gilipollez más grande que he oído en toda la semana.

Errores

Ayer fue una jornada aciaga en mi entorno tecnológico. Durante el día y en una inolvidable y apocalíptica jornada se me acabaron las pilas del reloj digital Casio, mi cadena de música parece que ya ha dicho ¡basta! y no acepta CD's (ni siquiera los originales), mi vídeo VHS del salón parece haber entrado en un constante 'stand by', la bombilla del frigorífico se ha fundido, un calambrazo saltó a mi mano derecha cuando manipulaba un flexo, provocando un susto no menos divertido, el blogger no funcionó en todo el día (al menos para el Abismo) y, por si fuera poco, Nedstatbasic no me ha contado las visitas en más de ocho horas...
Todo en un día.
¿Qué está pasando aquí?
Suena como cuando Murray Futterman (el gran Dick Miller) le advierte a Billy Peltzer sobre los 'gremlins' que existen en la tecnología.

Se acrecenta la fiebre 'Star Wars'

Quedan menos de dos meses para que se cierre la segunda trilogía de ‘Star Wars’. Menos de dos meses para que vislumbremos la ansiada transformación de Anakin en Darth Vader y su caída en el Lado Oscuro.
La enfervorecida curiosidad de todo el público mundial por saber cómo acaba esta fantasía de ciencia ficción llegará a su fin con ‘Episodio III: La venganza de los Sith’.
Este itinerario deja, como es habitual en el Imperio de George Lucas, pequeñas exquisiteces para los coleccionistas ávidos de novedades en el lustroso mundo comercial que origina la saga galáctica.
Primero fue Darth Tater. Ahora, los coleccionistas de los dispensadores PEZ (genuina excentricidad nostálgica) tienen su edición limitada consagrada a la odisea espacial.

HELLRAISER: Hellbound's Heart (y II)

El corazón de Hellbound. La mitología 'barkeriana'.
En el principio de los tiempos había un Orden Perfecto. El Leviatán no era una deidad monstruosa, sino todo lo contrario, una majestuosa fuerza que, a modo de laberinto, atestiguaba la perfección humana y el bien absoluto, la libertad y la esencia del ser. Una creación perfecta de modelo y lógica, como era él. Pero llegó un momento en que nuestro mundo, caótico y colmado de guerras y tentaciones, fecundó con semillas de maldad un odio imparable, creciendo exponencialmente y precipitando las fronteras de nuestras propias dimensiones. Al principio, el Leviatán pudo detener el ataque, pero no todo iba a ser tan fácil. Extendiéndose a su propia esencia, creciendo adulterado, el propio Leviatán puso a prueba a sus enemigos creando al hombre, un ser débil lleno de miedos y sueños, carente de fuerza y exánime ante las tentaciones del mal. En el sueño del Hombre habría una voz suave. Ésta se oyó y susurró los secretos de la Ciencia, los enigmas de Lógica y la llama de Prometeo.
El hombre recibió con los brazos abiertos todo este torrente de conocimiento y lo usó para dominar el pensamiento moderno, para convertirse en dueño y señor de aquello que le rodeaba. El mundo dejó de ser una amenaza para el hombre. Ni los más recónditos lugares de los pensamientos oscuros atemorizaban al ser humano, ni siquiera aquellas mentes retorcidas capaces de hacer el peor de los males en este mundo. En el cosmos se impuso la llamada edad de la Razón, donde las puertas ya no permanecerían cerradas para el miedo, descubriendo las mentiras del ‘Otro Lado’, cosa que aprovecharon para saber aún más, para trazar nuevos conceptos jamás explorados. Pero las puertas se cerraron y algunos enigmas nunca se resolvieron...

El mundo se volvió virulento por las Guerras, un hecho que favoreció el Orden de Leviatán, haciéndose cada vez más fuerte. La gran deidad visitó al Hombre una vez más en sus sueños. Encadenado por las leyes del Universo, limitó a éste a permanecer en su Laberinto, lleno de ilusiones y de visiones, haciendo de éstos su única realidad, lo que estaba a su alcance, como un ardid de todo lo que le rodea. Este Orden, a priori beneficioso para el ser humano, le inspiró para caminar, analizando y estudiando, el anverso de lo que otrora consideraron dioses. Es decir, las lunas y los planetas, las estrellas e inmensidad del espacio. Desde ese mismo instante, el hombre abrió los ojos y manifestó admiración, dejando para siempre de estar seguro del testamento de la Humanidad, de su propio conocimiento. Cada guerra necesita un ejército y esta guerra del Caos no era diferente. Era la culminación de la carne del Hombre y, desde ese mismo instante, los oscuros espíritus del mundo de Leviatán, obteniendo sus objetivos, empezaron a aparecer en la conciencia humana. Espíritus sin edad ni corazón. Y lo que era peor, inmortales. Condenados a ejercer su influencia en la mente humana, condenados a vagar por los pasillos del Laberinto. Estos diabólicos seres, estos entes serían llamados por el gran Leviatán los Cenobitas de su religión, con una misión muy clara: ayudarían a equilibrar y aplacar, de forma brutal e insana, el deseo y el dolor de la propia condición humana.
Sin embargo, los Cenobitas, no serían lo que en un principio podría pensarse de ellos. Recogiendo lo peor de todos los espíritus del Mundo de Leviatán, se unificaron en varios entes con un solo líder, un espíritu que guió a los Cenobitas por el camino de la justicia y el castigo, apoderándose de cada alma a la que tenían acceso. El adalid de todos ellos vino a ser llamado Pinhead, pero también, junto a su horda de componentes Cenobitas, se le asignaron varios nombres como Pontífice Oscuro del Dolor, Príncipe de la Dolencia y el Papa Negro del Infierno. Algunos lo llaman el Hijo del Favoured, Vasa Inquatitis o Xipe Totec, que vino a asemejarse al dios azteca conocido como “Nuestro Dios, el Desollado”. Aquellos que desconocen su existencia y se atreven a osar con la complacencia de la yuxtaposición de dolor y placer pasaran a formar parte del séquito de sus torturas, de la depravación más dolorosa que jamás imaginó el hombre, encerrado en una odisea de experimentación y libertinaje. La purgación de la carne es la misión de Pinhead, sujeto al Testamento de Leviatán, a las normas del Infierno.
“El placer es el Dolor y largo es su camino”, es el emblema del hombre con ‘alfileres en la cabeza’. Santo o impío, esta figura del Infierno sólo ejerce de preceptor a la hora de aplicar las normas que rigen Los Avernos, de dar la bienvenida a todo aquel que ose a abrir las puertas desde el mundo material, desde nuestro lado, en el que sólo el ser humano tiene la llave para acceder a los tártaros. Ésa llave es la tentación, la excitación y la búsqueda del placer en sus infinitas formas. El Leviatán utiliza como elementos de proselitismo las debilidades humanas como el deseo, la obsesión o la avidez. Aquellos que traspasen las puertas de lo prohibido en estos conceptos, aquellos que soliciten experimentar placeres del Más Allá nunca conocidos por el hombre, serán expiados de la forma más escabrosa posible por los Cenobitas. Esa forma accesible a los que no temen traspasarla, de explorar los placeres que van más allá de las maravillas oscuras y los milagros negros, trajo consigo un Guardián, una forma diabólica de imponer sus condiciones, de castigar a quien transfiriera los límites. Pero no necesariamente los Cenobitas, sino criaturas con el propósito de salvaguardar y proteger los enigmas infernales. Los enigmas, perfectamente ocultos, no entraron en el inicio de los tiempos como objetos físicos, sino que llegaron a nosotros como ideas, inspiraciones, sueños y visiones.
Una de estas visiones llegó en forma de escabrosa idea a un francés fabricante de juguetes que buscó durante toda su vida la forma de abrir las puertas de lo desconocido. Su nombre era Philip LeMarchand y fue el elegido infernal para dar a conocer el misterio de los misterios.
LeMarchand construyó una pequeña caja en forma de cubo en la que introdujo todas las respuestas innombrables, con unas instrucciones específicas para usarlo. Fue él quien trajo a nuestro mundo la ‘Caja de LaMarchand’ y sus contenidos conocidos como las ‘Configuraciones del Lamento’. La Caja fue reproducida de forma falsa varias veces extendiéndose a lo largo y ancho del mundo, confundiéndose y perdiéndose en los confines del Universo, extendiendo la Leyenda del Leviatán hasta convertirlo en una profecía del mal. La caja cayó en manos de un veterano de la Gran Guerra llamado Elliot Spencer, con una cicatriz interna que le marcó para siempre. Desprovisto de inquietudes en un mundo material que aborrecía, Elliot pensó en vivir su apática vida postbélica (repleta de graves problemas psicológicos y trastornos varios) descubriendo nuevos placeres, sintiendo su existencia forzado a experimentar otras alternativas de erudición antigua. Cuando llegó a sus manos la mítica caja de LeMecharnd, no tuvo problemas en descubrir el enigma que le abriría las puertas del Infierno, los secretos para introducirse en un mundo paralelo al nuestro, para fundir su alma con el espíritu de Xipe Totec, volviéndose ambos uno sólo. Pasó a llamarse Pinhead y se consolidó como el líder de la filosofía del Leviatán, pero con rasgos humanos y con ciertas gradaciones de incorruptibilidad a la hora de someter a juicio el alma que descubriera los secretos que un día hizo suyos. Una vez inmerso en el otro lado, una vez que traspasó las puertas, su carne se desgarró separándose su anterior personalidad y dejando la pureza de la ecuanimidad, la filosofía Cenobita, al emblema de la caja, a la consecuencia del Leviatán, del Amo.
Las almas que caen en la tentación y entran en el cosmos del Leviatán no siempre encuentran la expiación de dolor y placer. A veces, los propios humanos sufren hasta el infinito y sirven como juguetes de los Cenobitas, sometiendo a éstos a un padecimiento jamás imaginado, condenados a vagar por los pasillos del laberinto toda la Eternidad. Otros, por el contrario, logran hacer realidad sus propios infiernos personales mezclando tormento y dolor como catarsis a sus propios fantasmas. Entre todos estos espectros de dolor, el Levitan escoge a alguno de ellos para convertirlo en Cenobita. Pero muchos otros son absorbidos para licuar su sangre y sirva de componente del gran Diamante, del propio Leviatán.
Cuando un cuerpo humano se desgarra de este mundo, deja atrás una semilla. Un pequeño signo de su existencia, de la vida que ha perdido, pudiendo ser desde una gota de sangre o saliva, incluso de esperma... Una semilla que, si se nutre apropiadamente, es lo suficientemente lícita para devolver el alma del condenado. De la propia materia vital, el alma recobra su vida, alcanzando así un terrorífico nacimiento a partir de la esencia. Pero si esto sucede, si un alma escapa a los atrios del infierno, las leyes maléficos de los propios Cenobitas indican la posibilidad de acceder a nuestro mundo para dar caza y destruir a los prófugos de la maldad.