miércoles, 2 de marzo de 2005

Cómics evangélicos y divergentes

‘The Siderman’s Greatest Bible Stories’ narra con ironía y atrevimiento las aventuras de nuestro superhéroe arácnido favorito en una tira insólita, inscrito en la Biblia, como incendental adalid que 'pasaba por allí'. Puede que sea sacrilegio, pero al menos es más divertido que la ofuscación teológica de Rodolfo León con su panegírico al Papa Juan Pablo II ‘Homopater’, donde convierte al Santo Padre en un superhéroe con chepa y baba colgando incluida. Aunque visto lo visto va a ser verdad, porque Karol Wojtila parece inmune a la muerte, perseverando en su lucha hasta que se le cruce en su camino un poco de Kryptonita.
Si a lo largo de los años, muchos de los héroes del cómic han compartido aventuras uniendo sus fuerzas y saltando de sus respectivas viñetas a otras con reconocidos protagonistas de cómics, ya iba siendo hora de hacerlo con un superhéroe de poderes sobrenaturales concebido en la imaginación de algún quimérico historietista (en este caso, doce, nada más y nada menos) como es el caso de Jesucristo. En ‘The Siderman’s Greatest Bible Stories’ le tenemos al lado de su colega Spiderman, que hace frente a muchos de los pasajes bíblicos en los que el alter ego de Peter Parker tuvo (supuestamente) tanto que ver.
O si no, sólo hay que echarle un vistazo a la humorística viñeta de Steven Humprey para saber que fue Spidey en el que separó las aguas del Mar Rojo con la ayuda del Increíble Hulk ante la absorta mirada de un Moisés como simple espectador al verdadero karma sobrehumano. O que el mito creado por Stan Lee auxilió a Jesús en la cruz y que fue él quién retiró la pesada piedra de la cueva para que el Mesías volviera a la vida cuando resucitó al tercer día de morir.
Pura demencia teófoba oculta en el mejor sentido del humor que se puede encontrar en este lodo de desorden que es Internet.

Review 'Finding Neverland'

Melancólica visión de la realidad de Nunca jamás
Forster proporciona una lustrosa y solvente narrativa ambientada en la Inglaterra eduardiana para esta historia del génesis de la obra ‘Peter Pan’ por parte de J.M. Barrie.
‘Peter Pan’ incumbe sin duda alguna a la cultura infantil al describir un mágico mundo en el que nadie crece y el inexorable paso del tiempo se detiene por un cosmos de juego y fantasía. Para el adulto, es una obra que lleva a reflexionar a los que van dejando de ser niños, sobre algo que ocupa y preocupa a todas las personas: el riesgo de crecer y llegar a ser quienes somos. ‘Finding Neverland’ es el sorprendente primer guión de David Magee, adaptación de la novela de Alan Knee ‘The Man Who Was Peter Pan’ para la cuarta película como director de Marc Forster tras la maravillosa y dramática ‘Monster’s Ball’.
La historia comienza observando de cerca la figura del dramaturgo escocés James M. Barrie detrás de las bambalinas, escrutando a la refinada sociedad eduardiana de la Inglaterra del siglo XIX. Barrie estrena su última obra y en seguida percibe que será un fracaso. Aún así, su leal productor Charles Forman seguirá confiando en él, pero su mujer, Mary Ansell, adivina la progresiva desatención de su absorto marido. La vida del escritor cambia radicalmente cuando pasea por los jardines de Kensington, con la aparición de la hermosa viuda Sylvia Llewelyn Davies y sus cuatro hijos, en los que Barrie encontrará, además de una fuente de inspiración para su obra, unos singulares compañeros de juegos imaginando historias de vaqueros, piratas y demás fantasías. Es el germen de su inmortal obra maestra: ‘Peter Pan’.
‘Finding Neverland’ recoge el espíritu del personaje creado de Barrie para llevarlo a su propia vida, que transcurre en parsimoniosa cadencia y arteramente aislada de cualquier problema, donde las contrariedades más terribles pueden ser silenciadas con la imaginación, atenuándolas con la candidez de aquel que no quiere sufrir, pero que no se enfrenta a la realidad para superar sus miedos. Es esta esfera de engaño, en la cual transcurre el universo que muestra la última cinta de Forster, supone el círculo cerrado de un hombre lacónico, extrañamente infantilizado, ajeno a los problemas que le rodean. El James M. Barrie creado para la ocasión es, más que nunca, el del Niño Eterno por excelencia que está sumido en un mundo ficticio, justificado en la falta de madurez afectiva respecto a su esposa.
También creativa y personalmente, existen formas claras de inmadurez en las que destacan la inseguridad, la falta de confianza en uno mismo y la autovaloración negativa e inadecuada. Por eso, la escala narrativa pone de manifiesto la idea de un Barrie que va madurando como persona a la vez que escribe, de un modo invisible, una historia para que los niños puedan vencer su miedo a hacerse mayores y afrontar así sus problemas, miedos, alegrías y descubrir, representando o inventando su propia identidad, perceptible cuando George (Nick Road) está preparado para hablar con su madre de la enfermedad de ésta.
La decisión de desdeñar la parte más siniestra y tenebrosa de la obra de James M. Barrie, responde al difícil reto de ir conjugando la progresión dramática en la elaboración de la personalidad de los niños y de él mismo. Pero lejos de un aparente endulzamiento colorista, ‘Finding Neverland’ es una fábula triste y melancólica, donde aunque la magia carezca de luminosidad y se acuda a una conseguida mezcla de fantasía con la calidad heroica del chico que no quería crecer, Forster no rehuye el drama ni los conflictos personales que rodean a todos sus personajes; ya sean las carencias afectivas o paternales, la enfermedad, el adulterio o la intolerancia de quienes van creando paulatinamente ‘Peter Pan’. Hay quien acusa al director y al guionista de cierta sumisión y esquivamiento de los oscuros aspectos en la vida figura del escritor, echando en cara la disposición a evitar los malévolos comentarios vertidos sobre alguien que pasa más tiempo con niños que con el resto de la sociedad repudiando a su vez a su esposa por una viuda que accede a entrar en su mundo.
Sin embargo, todo está presente en la película. Sir Arthur Conan Doyle (interpretado fugazmente por Ian Hart) le aconseja dejar de andar con niños, pues la aristocracia y sus lectores hablan acerca de temas impúdicos, ante lo cual Barrie, molesto, parece no darle importancia, superponiendo su inocencia y la de los infantes y su madre a las habladurías de la gente. La burbuja social y personal del escritor es, en todo momento, la clave de una película que motiva ciertas implicaciones con el extraño comportamiento del personaje. Hablando de una historia como ‘Peter Pan’ y su fabulación melodramática, el mundo en el que se concibió no podía ser de otra manera que no fuera mostrando a un Barrie enamorado de la familia, aunque de una manera asexual, ya que los vínculos creados entre la mujer y los niños son terapéuticos, sirviendo éstos como lenitivo de sus respectivas heridas emocionales. Aunque es de reconocer que se echa de menos un poco más de hincapié en el proceso de creación del libreto que tanta descripción detallista en las relaciones que inspiraron el relato.
La percepción que se tiene del Barrie de ‘Finding Neverland’ es la de un hombre idealizador de las cosas y los sentimientos que alguna vez enalteció en su pasado el amor por una mujer que prefirió acomodarse en la aristocracia a pretender entender a su especial marido. En esa idealización imaginativa, con la obsesión por los niños de Sylvia, se deduce la respuesta de la personalidad del escritor: la motivación que le lleva a actuar como un niño, que no es otra cosa que la muerte de su hermano y la suplantación éste ante su madre, perdiendo así su propia infancia e identidad. Es entonces cuando la joven madre oye hablar de Nunca Jamás, transmutada al deseo de la futura Wendy de su obra. Su fanatismo sagrado que afecta un nivel confidencial se revela cuando hablando con su productor teatral vislumbra la magia de una sonrisa infantil, necesaria para el entendimiento de la obra que cambió su vida.
Para ello es fundamental la sobriedad con la que Johnny Depp acomete uno de sus roles más logrados, al realizar una contenida y sutil interpretación de un ser torturado, mágico y hechizador. Una composición (merecidamente nominada al Oscar) que encuentra la mirada cómplice de un extraordinario elenco infantil que sabe transmitir el afecto mutuo que se establece entre el escritor y los niños. Cabe destacar la afinidad con el pequeño Freddie Highmore, que da vida a Peter, el chiquillo menos crédulo y más escéptico de la familia, intercambiando sus estatus donde un adulto quiere ser niño para evadirse de sus problemas y el niño quiere crecer para no sufrir. Kate Winslet vuelve a estar a la altura, como siempre, esta vez acompañada de una envejecida Julie Christie y una siempre eficaz Radha Mitchell.
Forster proporciona así una lustrosa y solvente narrativa ambientada en la Inglaterra eduardiana de comienzos del siglo XX, gracias a un estimable trabajo de fotografía atenuadamente colorista Roberto Schaefer y el diseño de producción de Gemma Jackson que recrea a la perfección la atmósfera agridulce británica de la época. Un entorno ideal para reflejar la crisis profesional y personal de Barrie, quien termina hallando su inspiración literaria y vital en el amor de una familia curtida por la adversidad. Hay quienes se empecinan en señalar las libertades que David Magee se ha tomado a la ahora de adaptar la historia literaria a su guión, ya que en el libro el padre de los Llewelyn Davies aún está vivo y la enfermedad de su mujer no es un factor determinante, pero visto el resultado que Marc Forster ha mercedio la pena, porque ha conseguido ilustrar, con una sensibilidad incontestable, la verdadera finalidad de Barrie, obligando en su mensaje final a entender lo que significa vivir de verdad y abodar el paso del tiempo como evento ineludible al nadie puede escapar. Lírica y sensible, ‘Finding Neverland’ ostenta un ajustado equilibrio entre realidad y fantasía, con un estilo (para bien o para mal) algo edulcorado, que pese a un plausible manejo de las emociones no pierde de vista su afán melodramático y consigue una película de admirable sensibilidad. Una auténtico placer tan conmovedor como recomendable.
Miguel Á. Refoyo © 2005

lunes, 28 de febrero de 2005

77ª Edición de los Oscars

Rápido, eficaz y sin gracia.
Fue la gala de la 77ª edición de los Oscar una de las más rápidas de la historia de los premios. Era el propósito primordial de los organizadores. Y los objetivos se cumplieron. Un espectáculo delimitado por la premura, por el adaptado miramiento a los plazos, al tiempo estricto, dispuesto en función del cronómetro, siguiendo un guión segundo a segundo, ejercitado para que el evento no se prolongara en exceso. Y así fue. Pero el resultado no fue el esperado, ya que si bien consiguieron que no se eternizara, la ceremonia sufrió una importante pérdida de la frescura y la espontaneidad de otras ediciones. Todo fue excesivamente sobrio, absortos en que nada se saliera fuera de lo previsto, que no superara los 180 minutos.
Para ello, hubo muchas novedades, como sacar algunos premios (los menores) del escenario principal y evitar así que los premiados hicieran el paseíllo hasta recoger su Oscar. Una idea que funcionó, pero dejó imágenes insólitas y extrañas. Algunos no tuvieron apenas que levantarse para recoger su Oscar y agradecerlo, porque el presentador de turno se lo concedía en el pasillo. Otros dieron una imagen nada convencional, en el prototipo de concurso de televisión, donde los nominados alienados en fila aguardaban en el escenario a oír su nombre. Algo que recordó al anuncio de ‘Viceroy’ de Julio Iglesias o a la ronda de nominados de OT, pero simbolizando a su vez lo que siguen siendo estos premios: una lotería en el que a uno le toca una estúpida providencia. También quisieron presentar algunos de los episódicos premios desde los palcos. Unos balcones que, anoche, por fin tuvieron su protagonismo (para algo el Kodak Teathre es un teatro). No obstante, esta nueva modalidad daba cierto aire a los entrañables Walford y Statler de ‘Los teleñecos’. Sobre todo cuando una (como siempre) arrebatadora Scarlett Johansson presentó unos premios Científicos a los que, por primera vez en mucho tiempo, se les dio la verdadera importancia que tienen.
La gala contó con Chris Rock como maestro de ceremonias. Mucho se había especulado con el papel del lenguaraz y sardónico cómico afroamericano, pero no pudo estar más circunspecto el humorista y actor, a pesar de la sorna con la que trató a Bush, aludiendo en el discurso a la omnipresencia de Jude Law en todas las películas en las que ha participado el actor este año y la puntilla para ‘La pasión’, de Mel Gibson. Eficaz, contenido y expedito en sus palabras, se echó de menos los habituales ‘clips’ de Billy Cristal o la vena irónica y espontánea de Whoopy Goldberg. Aunque Rock hizo lo que mejor sabe: soltar un ‘speech’ a lo ‘stand up comedy’ (me está pudiendo lo anglosajón) y hacer prevalecer su etnia y preconizarla a la mínima de cambio. Y es que si hace tres años fue el año del ‘black power’ con Halle Berry, Denzel Washington y Sidney Poitier como protagonistas, anoche la senda de gloria fue muy similar. Los momentos pretendidamente cómicos corrieron a cargo de diversos números consistentes en ver a Edna, la modista de ‘Los increíbles’, presentando el premio al mejor vestuario junto a Pierce Brosnan, a Adam Sandler (con un evidente problema de obesidad galopante) junto a Rock de cachondeo, aludiendo a Catherine Zeta Jones y, por último el genial Robin Williams (qué capacidad cómica posee el actor) realizando la mejor y más humorística presentación de la noche, donde pudo aprovechar sus dotes de imitador al recrear, de forma magistral, a míticos intérpretes como Marlon Brando o Jack Nicholson.
El premio de Sidney Lumet quedó algo empañado por un miembro de su familia. Bueno, en realidad se debería decir por dos, ya que una de las hijas de director de ‘Tarde de perros’ o '12 hombres sin piedad’, lució un escandaloso escote que escondía (a la vista estaba) dos de las tetas más descomunales percibidas en el auditorio en mucho tiempo desde que lo pisara hace años Dolly Parton. Y es que ver a una Barbie con semejantes ubres aglutina cualquier mirada. Una ‘playmate’ de calendario central en toda regla. La diosa de ébano, Beyoncè Knowles, se convirtió en la sugerente reina musical de la función al cantar tres de los cinco temas nominados, incluyendo una esperpéntica clase de dicción de francés en el tema de ‘Los chicos del coro’. Esto debió sentar mal a los franceses por su ininteligibilidad, pero lo cierto es que la estrella de las ‘Destiny Child’ justificó con sus apariciones el enérgico potencial de una de las mujeres más bellas del mundo. Su canción junto a Josh Groban fue de lo mejor de la noche. Siguiendo con los temas musicales, Antonio Banderas cantó de putísima pena (en bufidos melódicos alusivos al peor imitador de Raphael) el tema de Jorge Drexler ‘Al otro lado del río’ junto a Santana, evidenciando la injusticia cometida por la Academia al apostar por un rostro acreditado para cantar un tema que, a posteriori ganaría el Oscar con pequeña y archiconocida venganza incluida. Sean Penn corroboró que, además de un venal congeniado con la Academia, es bastante más gilipollas de lo que se pensaba, increpando a Chris Rock por alguno de sus chistes y exhibiéndose como un simulado gran compañero. Y por si fuera poco, políticamente correcto. Si la vida fuera justa, ayer a Hillary Swank le hubiera entregado el Oscar Bill Murray y no el pelele este, que todo lo que tiene de portentoso actor lo tiene de estúpido pretencioso.
Dentro de los premiados, hubo sorpresas y decepciones. La más grande, por supuesto, fue la nos llevamos todos cuando Nacho Vigalondo no pudo traerse a la dorada estatuilla (lo sé, tengo que tirar de tópico) a Madrid. Sólo por su gesto a lo Chiquito de la Calzada en el instante en que le nombraron como nominado merece el mejor de los aplausos. Que Martin Scorsese no ganara deja la sensación de castigo de uno de los grandes. Ya es habitual que el director de ‘Godfellas’ se quede con esa cabizbaja carita de desengaño sabiendo encajar las derrotas como nadie, pero a tenor de qué película resultó la gran ganadora, uno se plantea confirmar que, de vez en cuando, la Academia otorga sus premios con coherencia. Este año Marty tenía un competidor que había sido mejor que él. Y esto es algo que con lo que no se puede luchar. Aunque eso mismo debió pensar hace tres años David Lynch o Robert Altman y fue Ron Howard quien se llevó ilícitamente el Oscar.
‘Million dolar baby’ se mereció cada uno de los premios que se llevó y alzó a Clint Eastwood como el gran clásico que es; con cuatro Oscar incluidos que la encumbraron como la película ganadora de la noche. Resulta paradójico que desde que se le premiara con ‘Sin perdón’, una película no ha sido tan justa ganadora como en la gala de ayer. También fue gratificante ver esa sonrisilla cómplice de Morgan Freeman con su Oscar guiñando un ojo cuando Pacino entregaba el Oscar honorífico a Sidney Lumet. La gran sorpresa, más allá de la rivalidad entre ‘The Aviator’ y la cinta de Eastwood, recayó en el justo premio que fue a parar a ‘Eternal sunshine of the Spotless mind’ con la concesión del Oscar al mejor guión original a Charlie Kaufman por su prodigioso ‘script’, así como la equidad del mejor guión adaptado para Alexander Payne y Jim Taylor de ‘Sideways’. Y claro, Amenábar ganó. Pero esto no es una sorpresa para nadie.
Una gala aligerada que dejó pocos buenos momentos y cerró la 77ª edición como una de las más frías, sobrias y, por qué no decirlo, aburridas, de los últimos años.
DE HOLLYWOOD A MADRID.
Ahora, en un nivel subjetivo, me centro en la parte más divertida de la noche que, paradójicamente, no estuvo en Hollywood sino en Madrid, en el plató de ‘Lo + Plus’. Cada año, Anita García Siñeriz y Jaume Figueras suben un listón en un esperpéntico espectáculo sin el cual el acontecimiento más importante del oropel cinematográfico no sería lo mismo. Recuerdo hace pocos años cuando recluidos en una unidad móvil al lado de Kodak Teathre la pareja más consolidada en la retransmisión de este evento dejaron el más colosal proceder de sus carreras. Figueras se quedaba dormido, Anita se notaba inquieta, claustrofóbica, sin saber qué decir. Este año han fichado para seguir con su necesario y ridículo ‘tour de force’ a Antonio Muñoz de Mesa, el rostro más ‘picassiano’ de panorama español después de Rossi de Palma.
Bien, los incesantes chistes sin gracia, las acotaciones desprovistas de sentido, los chascarrillos sin trascendencia y la sensación de inocuidad en sus absurdos comentarios hicieron del debate del Plus lo más dramáticamente divertido de esta larga noche. Es impagable oír cantar a Antoñito ‘el Gorgoritos’ a un público que, por primera vez, dejó someterse a las estulticias de los presentadores a lo largo de seis horas sobrellevando en directo las ingeniosidades en forma de animación a lo ‘payaso de la tele’ y un continuo devenir de chorradas verbales que Terry Gilliam calificaría con aquella frase tan ‘brittish’ de “es tan jodidamente malo que resulta excelentemente bueno”.
Uno de estos muchos momentos fue oír cantar a Muñoz de Mesa la canción de Drexler a un público aletargado, somnoliento y sin ganas de seguir el autoengañoso jolgorio del presentador. Una actitud comprobada cuando al grito de “todos en pie” para celebrar el Oscar de Amenábar se levantó ¡¡una sola persona!!. Impagable. Comparar a Adam Duritz, cantante de Counting Crows con una de las efigies del Windsor en llamas, menospreciar desde la envidia el guión de Kaufman o dejarse llevar a contracorriente por sus absurdas e incompartidas opiniones fueron la aportación más pintoresca de este showman de lo zafio que sería la pareja televisiva ideal de Leticia Sabater. Figueras estuvo comedido y traspapelado como siempre. La mesa se animó en su comienzo con Javier Cámara y su desparpajo con mucha pluma. Pero si por algo se recodará esta gloriosa noche del absurdo es por la colección de frases estúpidas de la Siñeriz. Cada año se supera a sí misma, soltando chorradas que van ‘in crescendo’, ganándose el cetro de ‘Reina de la impericia’. Pero lejos de ser una afilada crítica, es de recibo reconocer que sin su presencia, la noche de los Oscar perdería todo su sentido. Desde el Abismo: ¡¡No cambies, Anita!!
He aquí algunas de sus antológicas perlas de la noche.
ANITA'S SHOW
.- “Deberían haber salido los niños dando vueltas, haciendo acrobacias, con más movimientos ¿os imagináis?” (Refiriéndose a la actuación de Beyoncè en el tema ‘Vois sur ton chemin’, un tema de coro).
.- “Giselle –corrigiendo a Muñoz de Mesa que dijo Michelle- es el nombre de la novia de Leonardo Di Caprio. Debe estar en Costa Rica haciendo surf” (Comentario segundos antes de enfocar al actor de ‘The Aviator’ y ver que Giselle Bündchen estaba a su lado).
.- “¿Qué podemos tomar? Un carajillo ¿Se puede un carajillo a estas horas?”. (Anita evidenciando lo que muchos sospechábamos).
.- “¡¡Paulino!!” (Uno de los gritos fuera de cámara más míticos de la noche).
.- “Ahí está… Leonardo Di Caprio, ‘El aviador’ himself”.
.- “Bueno, ya ha salido Chris Rock que está preparado… listo, ya”. (Ésta fue gloriosa).
.- “Qué podemos hacer para animar a ‘Mar Adentro’? ¿Hablar en gallego?” (Insuperable).
.- “Pues esta victoria podríamos titularla ‘España 1- Francia 0’ ¿no?” (Tras ganar Alejandro Amenábar el Oscar).
.- “A este público lo van a fichar en Hollywood para dar su opinión de los montajes. Ahora cuando salgan, vamos a tomar sus nombres y…”.
LO MEJOR
.- En el apartado de Glamour: Julia Roberts, Natalie Portman, Gwyneth Paltrow, Hillary Swank, Scarlett Johannson, Kate Winslet, Anette Bening, Beyoncè, Zhang Ziyi, pero sobre todo, las más asombrosas fueron, sin duda alguna, Salma Hayek y Charlize Theron que estaban impresionantes. Y claro, no me puedo olvidar de Raquel Sánchez-Silva, la gran musa de la sonrisa optimista.
.- Clint Eastwood, agradeciéndole el premio a su madre de 96 años.
.- La frase de los responsables de efectos especiales de ‘Spiderman 2’, “ha sido una suerte que no hayan hecho cuarta parte de ‘El señor de los anillos”.
.- El ‘Grandma moment’ de Jaime Foxx.
.- Jorge Drexler, por supuesto.
.- La declaración de amor profesional de Thelma Schoonmaker a Martin Scorsese.
LO PEOR
.- La mierda de traducción simultánea de Canal +, cada año peor y más chapucera, menos descifrable y, por si fuera poco, pisando los discursos sin dejar escuchar algo de lo original que se pueda captar. Horroroso. Sobre todo, en su voz masculina. Incompetencia pura.
.- El discurso asquerosamente patriotero del presidente de la Academia, Frank Pierson.
.- El discurso poco original, sin emoción y preparado de la Swank que recordó al de la Roberts pero sin la gracia y naturalidad de aquélla. Largo y tedioso.
.- Que la puta gorda rubia de ‘Wasp’ le usurpara el Oscar a nuestro Vigalondo.

Y antes de los Oscars... los Razzies

Peor película: CATWOMAN, de "Pitof" (Warner Bros.)
Peor actor: George W. Bush / FAHRENHEIT 9/11
Peor actriz: Halle Berry / CATWOMAN
Peor actor secundario: Donald Rumsfeld / FAHRENHEIT 9/11
Peor actriz secundaria: Britney Spears / FAHRENHEIT 9/11
Peor pareja: George W. Bush & Condoleeza Rice o con su puta mascota / FAHRENHEIT 9/11
Peor remake o secuela: SCOOBY DOO 2: MONSTERS UNLEASHED (Warner Bros.)
Peor director: “Pitof” / CATWOMAN
Peor guión: CATWOMAN de Theresa Rebeck y John Brancato & Michael Ferris y John Rogers
Peor musical de los últimos 25 años: FROM JUSTIN TO KELLY
Peor comedia de los últimos 25 años: GIGLI
Peor drama de los últimos 25 años: BATTLEFIELD EARTH
El peor actor más veces nominado de los últimos 25 años: Arnold Schwarzenegger.
Lo más destacado fue que Halle Berry, haciendo gala de su buen humor y reconociendo errores profesionales, se acercó a recoger su Frambuesa a la peor actriz del año. Algo que suele ser demasiado insólito para repetirse el año que viene.

domingo, 27 de febrero de 2005

La fiebre de 'Star Wars' en Disneyland

George Lucas se relaja meses antes de cerrar su segunda trilogía galáctica en compañía de Jedi Mickey. La fiebre 'Star Wars' de este año parece que no va tener competencia en un 2005 que tiene a la venganza de los Sith como uno de los únicos exitazos seguros.
Lo que ya no sé es si ese rostro a medio camino entre la preeminencia y el desdén de Lucas hacia el ratón del tío Walt significará algo o no.

Viviendo en directo la 'Deep Spain'

Tampoco quiero explayarme mucho sobre el palmarés, de hecho ni lo voy a reseñar, pero como todos preveíamos, no nos llevamos nada en el II Pata Negra de Guijuelo. Lógico, teniendo en cuenta que en el Jurado había gente que me tiene en desconsideración porque, para ellos, personifico a otro medio periodístico que me empuja a una rivalidad absurda y bastante cateta. U otros que, profesándose en indefinidos facsímiles de una pretendida redacción a lo Carlos Boyero o puretas cinéfilos de enraizados gustos clásicos que se ofuscan en su masturbatoria perspectiva de un tipo de cine arcaico, rancio y, en muchos casos, insoportable, no saben reconocer ni el riesgo, ni la intención y mucho menos la calidad de un producto innovador (y por supuesto, no me refiero a nuestro corto). Eso sí, ecuánimes son un rato. O ellos así se lo autoinculcaron.
Homenajear al gran Antonio Ozores queda fuera de toda duda a la hora de conceder una merecida retribución en forma de deferencia, el reconocimiento de un hombre prolífico y entrañable que ayer dejó el pensamiento de lo olvidado que tenemos a viejas y grandes glorias de nuestro cine. Un ilustre cómico ante el cual nos descubrimos en la gala de entrega de premios. Lo que ya no es tan excepcional es el concepto de artista famoso que deben tener el Guijuelo. Si durante toda la semana se han enorgullecido por traer a medio casting de la serie ‘Cuentame’, lo de ayer no tuvo parangón, amigos. Allí, berreando, gesticulando y dejando tras de sí una estela de patética francachela con pose de diva venida a menos, la mismísima Marujita Díaz (ojo a su página web) impuso los momentos más esperpénticos de la velada. “Viva la madre que te parió”, gritó al gran Ozores en un arranque de falsa espontaneidad, “este pueblo huele a sustancia, la del jamón que viene del cerdo que come bellotas” acertó a definir este icono del freakismo ibérico, símbolo de la impudicia más funesta de la carpetovetónica escena artística de la España cañí. Ridículo y tétrico, ambos conceptos remezcladas con en una batidora minipimer.
En fin. Como crónica improvisada, me gustaría señalar particularmente dos momentos álgidos de una gala demasiado larga, algo aburrida, pero con intenciones de no serlo. Pero sobre todo, opresivamente calurosa. Y no es por la sensación de presión del ambiente, si no por los 25 grados de calefacción que padecimos.
La primera alude al inexperto e improvisado presentador del evento, el director de ‘El chocolate del loro’, Ernesto Martín (gran tipo), que hizo lo que pudo para sacar adelante con dignidad todas las presentaciones, cuando concedió la mención especial a la mejor fotografía a un corto en vídeo (que a posteriori ganó el primer premio de la categoría), frunciendo el ceño en el momento en que el director del corto subió a por el jamón en miniatura diciendo “es una sorpresa porque la fotografía no tiene nada. Bueno, quiero decir, que no utilizamos ni focos ni nada. Bueno, esto… me refiero…”. Os juro que es trascripción pura y dura. Tras este insólito ‘speech’ sonrió y agradeció.
Lo segundo fue hacer subir a los participantes, ganadores y perdedores, al escenario dejando ver las caras de frustración de los que no se habían llevado premio en cabrona analogía con las de los sonrientes premiados. Y yo allí, entre todos, al lado de Ozores, detrás de Marujita Díaz y con la posibilidad de poder darle una patada a Zoe Berriatúa (agachado justo delante de mí) por perpetrar algunas de las peores interpretaciones vistas en este país, mirando a la nada y aprendiendo del enésimo descalabro en el mundo del cine. La conclusión positiva ha sido que hemos sido seleccionados entre más de 400 cortos y, sobre todo, la impresionante acogida del miércoles de ‘El límite’ por parte de los guijuelenses y salmantinos.
Eso, consecuentemente, es lo más importante.
Espero que esta madrugada Nacho Vigalondo tenga mucha más suerte con su '7:35 de la mañana' en la gala de los Oscar que, si todo va bien, podré disfrutar (o padecer) esta noche.

sábado, 26 de febrero de 2005

Extraño viaje a ninguna parte

Quedan apenas un par de horas para saber si ‘El límite’ ha ganado o no algún premio en el palmarés del II Pata Negra de Guijuelo. Siendo el único trabajo salmantino de la muestra, uno tiene esa estúpida sensación de expectativa, almacenando algo de optimismo ante un posible reconocimiento por parte de los miembros del jurado que, como el calvo de la lotería, repartirán mucho dinero esta noche. A unos, merecidamente (espero que a nosotros, ejem…) a otros, como en el mundo de los concursos del corto, injustificadamente ilícitos, espurios, vamos inmerecidos, para entendernos.
Ahora mismo podría coger el teléfono móvil y hacer una llamada para saber si nuestro trabajo ha sido reconocido en alguna de las categorías del festival. Así me ahorraría el viaje. Intuyo que no. Cuando te lanzas al vacío artístico con un proyecto arriesgado y heterogéneo, un signo contrario a ‘premiable’. Suele suceder que la suerte abraza a otro tipo de grupúsculos reiterativamente letárgicos. Y esta vez no será una excepción.
Aún a sabiendas de un profético “me vengo con las manos vacías”, iré a Guijuelo a participar y compartir aplausos, sin saber nada, como lo que deben sentir los nominados a cualquier premio y fingiré indiferencia. Pero sí, amigos, dentro de mí reconcome el ansía de un jodido premio para nuestro sacrificado esfuerzo. Me hace ilusión. No hicimos un cortometraje para ganar ningún premio. Es más, me atrevería a decir que es una pieza a contracorriente. Y si no nos laurean está vez, la excepcional ocasión en que se ha materializado que somos profetas en nuestra tierra, no lo será nunca. Crucemos los dedos.

Secuencia al azar

Juan suspende indebidamente a una alumna cuando escucha una frase que viene de la lectura del trabajo de la joven: “Muerte de un ciclista”, dice la chica durante su exposición.
Cuando no puede más, él acepta el error y decide dejar de ser profesor, desembocando esta decisión en su decisión de querer entregarse a la policía.
Un largo travelling sigue a Juan, que habla con la alumna, pero ambos separados por una reja. Esta reja está metafóricamente encerrando a Juan en su tortuoso sentimiento de culpabilidad.
Cuando termina de confesarle a su alumna su trauma, la reja se acaba.

viernes, 25 de febrero de 2005

'Wild Things', una obra maldita de McNaughton

Mucho mejor de lo que parece
El hecho de que John McNaughton fuera el responsable de títulos tan sugerentes como ‘Henry, retrato de un asesino’ o ‘La chica de gángster’ antes de rodar ‘Wild things’, hacía evidente que su propensión hacia estas extrañas y (en principio) atrayentes películas procedía de un acerbo propósito de renunciar al encasillamiento y plantear desde su perspectiva historias que, en manos de cualquier otro director, hubieran caído en el más profundo de los abandonos.
El problema (o la virtud) que rodea a una película tan infravalorada como ‘Juegos salvajes’ es la complicación simplista incluida en un ‘thriller’ que si bien es cierto que flaquea en muchos de sus momentos claves, McNaughton se encarga de resolver mediante una dirección colmada de soltura y apoyándose en un guión que, exceptuando algún que otro tópico (decididamente preconcebido) resuelve la papeleta con agudos instantes dramáticos basados en un humor inhabitual, corrosivo y destructor de los cánones del ‘thriller’ con sabor a cine negro, en esta ocasión, más agridulce que nunca. Esta malintencionada historia sobre asesinatos, arribistas, policías corruptos, pintorescos picapleitos y ninfas sexuales saca a relucir su máximo esplendor en aquellos fragmentos (primordiales para la función) en los que se burla de ése cine ‘serio’ al que parece encaminado la intrincada y confusa trama policíaca.
Además, (y esta vez sí) uno de sus encantos más notables es el potencial sexual, ése voltaje erótico que recuerda implícitamente al ‘Fuego en el cuerpo’ de Kasdan. Las curvas de Denise Richards (una apabullante hembra siliconada reconvertida a mito sexual de pajeros irredentos), el encanto de un recuperado Matt Dillon y para cerrar el ‘menàge a trois’, la pícara mirada de la otrora musa del ‘softgore’ Neve Campbell, envolvieron a esta obra de McNaughton en un halo de atracción, de cierto aire ‘chic’, reforzado con el lujo que rodea la urbanización en donde se desarrolla el filme componen, en conjunto, una visión pervertida de su idea subliminal: la destrucción del hombre por el propio hombre.
Filme lleno de referencias, de juegos maliciosos (sobre todo los créditos finales) y con el gran y portentoso Bill Murray en un rol que le viene como anillo al dedo y un eficiente Kevin Bacon como inquietante policía, son elementos que conviven en una historia de celos, satírica, brillante y muy divertida (si se toma por esta orientación, claro está). Si bien no fue una película redonda, tampoco lo es que fuera una cinta banal, sin matices y sustentada en las tetas de la Richards o el morbo de la Campbell. Nos encontramos ante una de ésas películas que ha ganado con el paso del tiempo, llegando a ser una obra de culto, que sigue ofreciendo pequeñas sorpresas con cada relectura.
Lo cierto es que entre todas las luchas de clases, de sexos, de odio y traiciones se esconde un nihilismo desesperanzador que no decepciona a aquellos acostumbrados a mirar más allá de lo que han establecido terceros, que evidentemente, repudian esta grata muestra de ‘thriller’ erótico con grandes posibilidades. Además, y qué cojones, hay que destacar a una exuberante Denise casi todo el metraje en sujetador y semidesnuda. ¡Qué más se puede pedir!

La novela rosa así, es otra cosa

‘Un poquito más cerca del borde, mi amor…’, ‘Por el amor del Escocés McMullet’, ‘El desfloramiento de Mary Osmond’, ‘Me casé con un maricón’, ‘Eres más alto que yo ¿eres feliz?’ o ‘El jinete ciego y descamisado’ son algunas de las traducciones que sólo tienen significado con el sentido del humor visual de Mark Longmire, que ha trasladado a las portadas de las novelas rosa creadas una particular transformación a su antojo modificando las ya ridículas y cursis ‘covers’ de este tipo de género literario en ocurrentes y particulares visualizaciones con un título humorísticamente ajustado a tan engomadas tapas.
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