domingo, 30 de enero de 2005

El primer gran gilipollas

La siguiente historia era de esperar. Pero... ¡no tan pronto!
Lo cierto es que sabemos que los ‘fanfreaks’ aguardan contra viento y marea cualquier cosa por destacar como preponderantes seguidores de cualquier movimiento englobado en movimiento freakie, enfervorecido, incluso fanático de alguna corriente cinematográfica, musical, tebeística y de cualquier otra índole.
Todos estamos al corriente, avizores diría yo, por el desenlace de la nueva trilogía ‘Star Wars’ de George Lucas, el lóbrego y oscuro colofón que se presume como mejor de esta saga tan seguida por millones de prosélitos del mito galáctico. Tendremos que esperar hasta el 19 de mayo de este mismo año. Cinco largos meses en los que aguardaremos la transformación del joven Anakin en Darth Vader y toda la genealogía que ello provocó. Seremos testigos del fanatismo que prodiga la saga de Lucas, con rumores, nuevos trailers, spoilers varios y una expectación casi desmedida, pero convencional, si tenemos en cuenta el fanatismo y los fans que se ha prorrogado a lo largo de muchas generaciones.
Lo que ya no es tan normal es cómo se adelantan los ‘freakies’ más reivindicativos al evento que supondrá su estreno mundial. Y es que en Seattle ya hay un enloquecido fulano seguidor galáctico que ya está haciendo cola para convertirse en el primer hombre en la tierra que hace cola para ver en primera línea de fuero la tercera parte de esta segunda trilogía. Su nombre es Jeff Tweiten, autodenominado "Superfan 1138" (por aquello de hacer un homenaje a la primera película de Lucas). Un tío algo anormal, febril obsesivo de la Saga de las Galaxias que escribe su propia weblog plasmando el día a día de una espera que se me antoja terroríficamente interminable. Sé que para él será su particular vía crucis, en la que el esfuerzo y sufrimiento (nada menos en Seattle, una de las ciudades donde más llueve de USA) se verá recompensado cuando vea esta película destinada a ser uno de los grandes taquillazos del año.
Tenéis la weblog de semejante descerebrado con ínfulas de freak mediático aquí, donde nos cuenta y contará con todo lujo de detalles (si que os interesa) la desventuras del primer anormal que pasará más de cuatro meses a la intemperie para ver ‘Star Wars: Episode III - Revenge of the Sith’.

sábado, 29 de enero de 2005

GET A LIFE, por el mítico Frunobulax

Frunobulax, uno de los amigos 'blogueros' más aguerridos y perspicaces de este absurdo mundo que se ha dado en llamar la 'blogesfera' ha parido, con su sapiencia y estilo inconfudible, uno de los mejores y más trabajados post de los últimos tiempos. Reconozco que cuando lo he visto me he sentido imbudio por un sentimiento de aprensión y sana envidia, ya que mi intención era escribir un evocativo espacio para una serie de culto que, con el tiempo, ha pasado a ser imprescindible en la memoria catódica colectiva. Como bien dice Fruno, "es la mejor telecomedia de todos los tiempos".
Me refiero, como no podía ser de otro modo, a la magistral 'Búscate la vida (Get a Life)', esa serie de proporciones antológicas, de humor irrepetible que ha extendido su magnificencia hasta pasar a ser una de las series más invocadas de todos los tiempos.
Los que me conocéis bien, sabéis lo adicto, incondicional y sectario que llego a ser con esta serie protagonizada por esa deidad del humor que es Chris Elliot. Por eso, antes de seguir enhebrando adjetivos ponderativos hacia esta serie de culto, es mejor que os quedéis con la inmejorable versión que se concede en Frunobuland.
Disfrutadla, porque me merece la pena y agradezcámosle a su autor el tremendo esfuerzo por su gran trabajo de calidad. Y eso que aún nos queda lo mejor.

Llegó el nuevo CQC

Tres años después de su desaparición, ayer regresó, sin hacer mucho ruido, ‘Caiga quien Caiga 2’ a la parrilla de los viernes, el día que comenzara su predecesora. Se había hablado mucho de la vuelta del carismático programa que Wyoming y su ‘truope’ se encargaran de transformar en un fenómeno de culto basado en el espíritu crítico y cínico, en una nueva forma de reporterismo callejero. La sombra del genuino formato (creado en argentina) pesó como una losa en el estreno del Nuevo CQC. Ya no existe el cochino jabalín, ahora el fetiche visual que han querido avanzar como efigie distintiva de los objetivos intencionales del espacio es una mosca cojonera, lo que pretende sugerir la ideología cabrona y sarcástica que aspira fomentar esta nueva etapa.
Pero vamos al grano, al dictamen subjetivo.
Los nuevos presentadores son los que salen peor parados del primer ‘CQC’ de la nueva temporada; Manel Fuentes, Arturo Valls y Eduardo Aldán despiertan una excesiva evocación de Guayo, Juanjo de la Iglesia y Javi Martín. Y es de recibo, ya que Manel Fuentes (un tipo al que, personalmente, detesto) es un tipo sin gracia que se cree divertido, un presentador ceñido al guión, donde sus desaboridos chistes están estudiados al milímetro, sin espacio para la improvisación. Y esto, en la dimensión de acrimonia a la que aspira ‘CQC’ no funciona ni de coña. Valls no encuentra su ubicación en la mesa, siempre fue (y será) mejor reportero de calle, donde ofrece sin duda alguna sus mejores momentos, su desvergüenza procaz e irredenta. El tercer vértice del trángulo, Eduardo Aldán, pasó inadvertido, falto de cualquier atisbo de personalidad, descafeinado y aburrido como nadie. La mesa, por tanto, está a años luz de la predecesora, de sus improvisados ‘gags’, de su limpieza cínica y, sobre todo, del carisma que desprendían aquellos hombres de negro. Aquí, el diseño y la estudiada imagen no ofrecen nada inédito. Me hizo gracia, no obstante, esa tendencia al ‘look’ de 'peinados cuidadosamente despeinados' que lucen todos. En fin.
Todos suponíamos que sorprenderían o arriesgarían en sus nuevas secciones. Por eso no entiendo ese ‘zapping’ transformado en un reiterativo ‘Resumen semanal de noticias’ como esfera ineluctable de cualquier programa. No le vi sentido, ni gracia, ni fuerza, lo que supone otro motivo más para echar de menos la crítica despiadada y la sátira mordaz de su antecesor (qué buenos recuerdos despierta aquella mítica sección 'Actualidad en un minuto'). Otro de los monumentales errores en el que todos coinciden es en la desacertada intervención del vallisoletano Javier Díaz, ese travestido que todos conocemos como Deborah Ombres y que, paradójicamente, tiene su gracia (tan transgresora y 'fashion') en ‘MTV Hot’, pero que ayer resultó execrable con su desproporcionado discurso semiterrorista contra el cine español. Si a eso le sumamos un ritmo en ocasiones excesivamente acucioso, una plétora de postproducción visual que, en principio resulta muy impactante y divertida (con puñetazos, peloteos, enfurecimientos y rayos lanzados por los ojos), pero que acabó por saturar o la evidente falta de estabilidad en su guión ofrece como conclusión que, como es lógico en cualquier primer programa, es necesario tomar nota y mejorar.
Pero no todo iba a ser malo. Desde un punto de vista personal, ‘CQC 2’ me gustó por varias razones. Como digo, relegando la memoria de sus precursores, los nuevos reporteros de calle, los ‘hombres de negro’ de micrófono en mano, Christian Gálvez, Fernando González y Juan Ramón Bonet estuvieron a la altura de las circunstancias, mostrándose seguros y resolutivos a la hora de tocar los cojones a los entrevistados mejor que nadie, haciendo olvidar por momentos (cosa que no era difícil) a Tonino y Sergio Pazos y acercándose siempre más a los estratos sardónicos de Pablo Carbonell que a la refinamiento disciplinado de Juanjo de la Iglesia. Y ahí es donde residió lo mejor de la noche. Ver la cara de mala hostia del matrimonio Aznar; primero de Ana Botella y después a su maridito Jose Mari, descolocados de nuevo ante su eterno virus mediático (el reportero argentino estuvo inmenso a la hora de encrespar al despreciable –sí, lo sé, soy muy subjetivo- ex presidente), no tuvo precio. El progresivo desazón reflejado en el rostro de Urdaci, al gran Arturo Valls en su sección íntima entrevistando a los famosos televisivos en un urinario y la cobertura de la ‘Fiesta de San Canuto’ hicieron de sus reportajes lo mejor de la noche. Eso sí, muy politizados a la hora de ser complacientes con el presidente Zapatero, algo que va mucho con su presentador principal (Fuentes siempre ha sido un servil pelota) y que supone una tremenda desorientación en los propósitos del programa.
El caso es que, a pesar de lo malo, lo positivo prevaleció en su primer paso hacia ese largo camino que les queda para alcanzar el difícil grado de acidez y provocación de los viejos tiempos. Una mordacidad y aticismo que precisamos en un momento en que la televisión está necesitada de aquel programa que algunos recordamos como el atenuante más eficaz contra las espantosas resacas de aquellas inolvidables tardes de domingo.

Hablando del Doctor Lecter

El otro día charlando con el afable Ángel Sala, al que tuve la oportunidad de conocer en la Muestra de Cine Fantástico y Ciencia Ficción de Calle 13 organizada por el aguerrido Adrián Guerra, me comentaba en plena Gran Vía el director del Festival de Sitges su simpatía cinematográfica por un director tan controvertido como Ridley Scott, incluido por supuesto su faceta de director comercial actual con sus títulos 'Gladiator', 'Black Hawk Derribado' y 'Hannibal', aportando sus respetables argumentos sobre un director al que le tengo que conceder mi aplauso ante una película tan despreciada como es su última cinta hasta el momento, 'Los impostores (Matchstick Men)'. Yo, desde que tengo uso de razón cinéfila dejé de creer en Ridley cuando abandonó su creación de obras maestras para realizar penosos 'blufs' como 'G.I. Jane', creo que mis preferencias se apegaron más a Tony Scott, un cineasta menos pretencioso y más honesto con su estilo el publicitario y estilizado que su hermano ni siquiera sabe fomentar, perdido en un cine sin personalidad y comercialoide. Eso sí, coincido con el señor Sala en que 'Kingdom of Heaven' tiene muy buena pinta.
Aprovechando que hace un par de semanas pasaron por Antena 3 la segunda parte de 'El silencio de los corderos', os dejo la crítica que entonces publiqué de 'Hannibal' en un añorado medio de la red como era el desaparecido y galardonado 'Elbardelauni'.

Lecter en libertad, mucho peor que encarcelado
Con una atmósfera oscura y lograda, la decepcionante ‘Hannibal’ intenta ocultar una trama fallida y comercial bajo un multidimensional Anthony Hopkins.
Levantadas las expectativas más favorables de esta esperada continuación de la obra maestra del thriller moderno ‘El silencio de los corderos’, lo mínimo que se podía esperar de ‘Hannibal’ era que el consumido talento de Ridley Scott recogiera las más destacadas partes de la irregular novela de Thomas Harris destinada a su adaptación para la gran pantalla y lograr el milagro. Pero no ha sido así. El hilo argumental se equipara pues, al espíritu de la obra literaria, es decir, a una evidente falta de progresión, astucia imaginativa y oscura psicología subvertida que nos ofrecieran hace más de una década tanto el propio Harris como Jonathan Demme. La multimillonaria ‘Hannibal’ basa su fórmula en una interesante dicotomía entre el bien y el mal escindida por la ambigüedad de las relaciones que mueven a sus personajes, animales adoradores y aprensivos de la inmensa figura que hace mínimamente sugestiva la novela y el filme: la efigie omnipresente, rozando la deidad iconográfica, de un Doctor Hannibal Lecter a campo abierto, libre, pero en el fondo encerrado en una intriga insuficiente.
Sin embargo, y a pesar de algunas notas de calidad, mínimas en esta nueva entrega del psiquiatra antropófago, Ridley Scott acentúa su falta de recursos adaptando el impreciso guión (emulsión de dos estilos tan dispares como el del clásico de la literatura americana David Mamet y el ‘productivo’ Steven Zaillian) a las prescripciones comerciales del thriller actual, abiertas en cierta medida por la antecesora de ésta, sustituyendo la eficacia y el talento de fondo de ‘El silencio...’ por los suntuosos aciertos visuales de impacto de un Scott más malabarista y estético que nunca. El director de ‘Blade Runner’ juega con su habitual y conseguida doctrina visual, elegante y enérgica, muchas veces brillante, llena de tonalidades obscuras y siniestras, cálidas y yertas al mismo tiempo, para ofrecer un ‘tempo’ narrativo ascendente que, si bien se muestra exacto y minucioso, acaba por agotar su esencia en un soporte lacio, en una trama demasiado voluble que no da más de sí. El veterano cineasta, pese a recuperar para la ocasión grandes momentos de su pasado genio visual, certifica su exigüidad creativa recurriendo a un autoplagio que envuelve la atmósfera, el elemento más puro del filme. Con una lograda fotografía de John Mathieson, ‘Hannibal’ juega con las sombras, los intencionados claroscuros, con un frágil aroma neogótico que no es suficiente para evadir la responsabilidad que tenía el filme con respecto a su precursora.
Si bien sostiene un pulso final correcto, minado a lo largo de la cinta con pequeñas dosis de violencia psicológica que lleva al espectador a un epílogo harto previsible, ‘Hannibal’ no deja de ser, al fin y al cabo, un artefacto comercial, falsa creación con vocación de transgresión (final de ‘impacto’ inolvidable) que se evapora en su propio desarrollo, en los nudos que sus prestigiosos guionistas no han sabido atar por culpa del ente mercantil impuesto, adoptando los cánones que se derivan de la taquilla. Sin embargo, lo mejor de la función recae en el verdadero protagonista de todo el artilugio, en Lecter, en un Anthony Hopkins multidimensional, ampliando el enfermo universo de su creación a través de límites interpretativos que sólo él sabe reflejar con una simple mirada, con gestos microscópicos y llevar la figura del caníbal a un extremo que se sale del total de la película. Por su parte, Julianne Moore se encarga de dar profundidad a la agente Clarice Starling y deja claro que su enorme talento está por encima de los personajes en que se convierte.
‘Hannibal’ es, en definitiva, un potente golpe de efecto, planificado escrupulosamente por un megalómano Scott poseído por la carestía de la fuerza interna, de la magia cinematográfica. El ritmo apagado, pero convulso, vivo en el fondo, falto de la esencia que Jonathan Demme demostrara en ‘El silencio de los corderos’ hace que la comercialidad haya sustituido a la inquietud, al terror, a la perturbación y al escalofrío para dejar una evidente y alargada sombra de una primera parte que perdurará a lo largo de los tiempos fílmicos.

viernes, 28 de enero de 2005

'Elektra': Desabrida muestra de aburrimiento sin fin

Esta tarde, después de desgustar una de esas tremendas paellas tan inmejorables y solemnes que cocina mi madre, me ha apetecido, no sé aún porqué razón, ir a ver ‘Elektra’, sólo por comprobar el buen estado de forma de esa sensual valquiria en que se ha transformado nuestra querida ‘Alias’ Jennifer Garner. Esos labios pulposos, su esbelta figura de intensa sutileza, esos hoyuelos cuando sonríe. En fin, qué os voy a contar: Jennifer Garner.
Y en qué momento se me habrá ocurrido.
Luchando contra el sueño de una casi inexcusable siesta, ‘Elektra’, me ha producido un penetrante tedio, aburrimiento en estado puro. Tras un prólogo de unos cinco minutos que genera buenas expectativas, con brío y pundonor genérico, la cinta empieza a ser soporífera en su plano posterior, donde vemos a la heroína fregar el suelo eliminando su ADN (sic). En la butaca, removiéndome indolente, he asistido a uno de los pestiños hollywoodienses más infectos de la última temporada. La película, dirigida sin ningún tipo de percusión ni energía por el descafeinado Rob Bowman, es una insustancial monserga, horrorosa adaptación de los cómics de la Marvel, que pretende hacernos engullir un producto realmente infumable. Todos los tópicos habidos y por haber, cualquier sinapismo del mal cine de acción, del llamado ‘matrixismo’ endeble y unas inapetentes, lentas y exiguas escenas de lucha son los inconsistentes mecanismos de una película que se hunde a las primeras de cambio.
Para colmo, no podía faltar ese ‘flashback’ en ralentí evocando la tragedia infantil que ha traumatizado a la heroína, ni su expiación redentora a la hora de matar a una niña de trece años (que, al fin y al cabo, es su trabajo) para protegerla después, ni siquiera dos de las más ridículas escenas de ósculo fílmico visto en una pantalla. No es normal, por ejemplo, que hasta pasada una hora los guionistas guarden celosamente un secreto llevado al paroxismo del ridículo, información intrascendente una vez conocida, ocultando una simplista clave al espectador para despertar algo de interés, pero que acaba por dejar a la platea bostezando, mirando el reloj o, en mi caso, al borde del colapso apático, especulando sobre qué debía estar pensando el tal Bowman este cuando dirigía o imaginándome a Raven Metzner, Zak Penn y Stu Zicherman fumando toda clase de hierbas psicotrópicas mientras escribían semejante guión. También, por supuesto, qué hace un veterano y genial actor como Terence Stamp en un subproducto de este calibre. Poderoso caballero…
Inerme, insípida, aburrida y definitivamente nefasta, ‘Elektra’ no es sólo un subversivo agravio a los amantes del cómic de la Marvel (hay que ver lo deteriorados que salen todos los secundarios: Piedra, Tatuaje, Stick, María Tifoidea…), sino a cualquiera que pique como yo y se acerque a ver esta desabrida muestra del mal hacer cinematográfico.
En palabras agrestes: “Mala de cojones”.

jueves, 27 de enero de 2005

Feliz e impensable (no por ello no esperada) noticia televisiva

Sí, amigos... Andreu Buenafuente logró anoche por primera vez en años algo que hasta hace poco parecía imposible. Y es que superó en audiencia a Xavier Sardá. Buenafuente recibió en su programa a Miguel Bosé, al que acompañó la estrella de su último y polémico videoclip, la superestrella del cine porno Nacho Vidal (al que envidio en exceso y con rencor por haber protagonizado escenas sexuales con Tera Patrick).
El gran Andreu también entrevistó a Carmen Maura que departió brevemente de su próximo filme a estranar: 'Entre vivir y soñar', última de Alfonso Albacete y David Menkes. La nota musical corrió a cargo de Bryan Adams, con el que surgieron los mejores y más divertidos momentos del programa, ya que por poco se les olvida que el canadiense cantara su canción.
'Buenafuente' volvió a batir ayer su récord de cuota de pantalla al alcanzar un 30,8% (2.311.000), superando en 3,5 puntos la cifra lograda el martes. Hace una semana registró 2.179.000 seguidores (26,8%). Tras 'Buenafuente', la serie 'Sexo en Nueva York' (serie a la que llevo meses enganchado -de hecho estoy preparando algo de esta producción para el Abismo- y que ayer, erróneamente, se empezó a repetir desde el cápítulo 13, espero que no se repita) sumó un 22,4% de share (476.000).
A partir de medianoche, 'Crónicas marcianas' ocupó el segundo puesto por detrás de 'Buenafuente'. El programa de Sardá registró un share de 28,7 puntos con 1.731.000 telespectadores cuando hace sólo siete días obtuvo un 34,4% (1.920.000) de modo que pierde en tan sólo una semana 5,7 puntos de media.
Esta misma noche acabo de recordar las palabras de Sardá el día posterior de que Buenafuente estrenara su show aludió a que 'Crónicas Marcianas' había superado en bastantes puntos al humorista de El Terrat. Lo hizo de un modo cínico, con recochineo.
Hoy mismo, Buenafuente, dando otra lección de elegancia y saber estar, lo primero que ha dicho ha sido "Muchas gracias. Gracias, ya saben por qué" y ha efectuado su brillante monólogo de inicio. Ahí, sin hacer sangre ni darle excesiva importancia.
Sé que muchos han esperado este momento, han intentado enfrentar a los dos comunicadores posicionándose con uno u otro. Y entre ellos, yo. Lo reconozco y sé que está feo. Pero también tengo que reconocer que la audiencia me está soprendiendo. Era hora de un cambio o por lo menos, como ha sucedido, de una alternativa digna. Cada uno a lo suyo y que todos vean lo que les venga en gana.
Bueno, amigos, voy a dedicarle una hora y media al gran Andreu.
Ah, se me ha olvidado apuntar que hasta 'La azotea de Wyoming' recuperó 4 puntitos y se fue a unos decentes 17,7% de share.

60 años de la mayor atrocidad en la Historia de la Humanidad

He de reconocer que se me han vuelto a poner los pelos de punta, que no he podido tragar saliva mientras observaba (por enésima vez) las atroces imágenes del campo de concentración nazi de Auschwitz y al superviviente del Holocausto Wladslaw Bartoszewski decir emocionado que “los judíos eran tratados como bichos que había que exterminar”. Es vergonzoso para el ser humano concebir algo como lo que tuvo lugar en Auschwitz, uno de los muchos campos de exterminio creados en Wannsee a partir de 1941 por Himmler y los ejércitos de Hitler para llevar a cabo la ‘solución final’, que consistía matar a los más de diez millones de judíos que habitaban en los territorios ocupados por los ejércitos del Führer. También que reacción popular a las leyes de Nuremberg y las matanzas contra los judíos. Auschwitz, Mathausen, Treblinka, Dachau y demás campos en Alemania y Polonia atribuyeron el apogeo del intolerable régimen nazi y de monstruos asesinos como Streicher y Rosenberg, que trazaron el plan más depravado del anticristo que fue Hitler con el apoyo de Goebbels y los grandes mandatarios nazis.
Aún no comprendo cómo hace tan sólo seis décadas pudo suceder algo así. No me gusta escribir en el Abismo de política, ya lo sabéis, pero es que ahora que se cumplen 60 años del mayor genocidio de la Historia, hay que reflexionar sobre estos hechos, sobre ideologías que no se han extinguido, que perviven en grupúsculos en forma de antisemitismo oculto, como el acoso y creciente discriminación de los musulmanes en Holanda o, paradójicamente, lo que están haciendo los judíos con el pueblo palestino. Hay que tratar por ello de evitar que el mundo olvide sus causas y consecuencias. No sólo por rememorar el aterrador recuerdo de Auschwitz y que hoy estamos en paz. Ni mucho menos. Cierto es que sirve como memoria histórica y despolitizada para que las generaciones venideras sean conscientes de la historia y sus errores, pero también hay que tratar de combatir el origen del odio, las causas que hicieron posible aquella y otras aberraciones colectivas. Tampoco hoy se ha recordado que la Iglesia Católica (más preocupada por el uso del preservativo que de su propia memoria) fue cómplice de estos sucesos por el pacto que hicieron los nazis con el partido católico alemán de Von Papen, consiguiendo así llevar a cabo el exterminio judío.
Seis millones de personas murieron durante aquel sinsentido. Hoy es un día para pensar en aquello, el mayor crimen contra la Humanidad de todos los tiempos. Pero lo importante de todo es que nunca olvidemos aquella incomprensible atrocidad.

Tutorías individualizadas

Como un parado más, sin trabajo, sin oficio ni beneficio en una sociedad en la que no encuentro mi sitio, como un Santa de la vida; como el personaje creado por Fernando León de Aranoa en ‘Los lunes al sol’, recibí una carta del INEM hace menos de un mes. Con poco interés, abrí el sobre para leer lo que comunicaba la misiva. En ella se me informaba acerca de un convenio entre la Universidad de Salamanca y el Servicio Público de Empleo con objeto de unas sesiones orientativas que tienen como objetivo asesorar a los desempleados sobre las mejores salidas a las perspectivas de trabajo del individuo. Unas entrevistas denominadas ‘Tutorías individualizadas’, adaptadas al usuario para planificar una improbable inserción. Según el programa, además de esta entrevista profesional por un tutor asignado para definir el perfil profesional, se te da la elaboración de un plan personal de inserción laboral con otro supuesto método de determinación de un calendario y actividades a desarrollar.
Bien, me acerqué al sitio indicado y allí me recibió Rosa, una afable mujer con la que tuve una larga conversación en la que, tras contarle un poco a qué dedicaba mi patética vida de periodista puteado y mis trágicas experiencias como guionista profesional en Madrid, la mujer me lanzó una aparente pregunta que sonó totalmente extemporánea y perniciosa en mis oídos, de una forma lamentable, como si algo dentro de mí me dijera constantemente que yo mismo era imbécil por haber indicado mis preferencias básicas en el mundo laboral. Me dijo “así que quieres encontrar trabajo como guionista ¿no?”.
En ese momento pensé que de la puerta que se ubicaba tras ella, iba a salir un tipo con gafas, trajeado y portando un micrófono y tras él, otro individuo con una cámara acompañado de varias azafatas que iban a confirmarme que se trataba de una broma de cámara oculta o que una mascota tipo Nutria gigante iba a saltar sobre mí a darme una colleja. Pero no, la pregunta estaba hecha con buena intención. Tras volver a incidir en mi trayectoria personal y profesional y de confesar mis aspiraciones vitales y laborales, del desprecio con el que me tratan los medios en los que colaboro y, sobre todo, en el paupérrimo periódico en el que escribo semanalmente donde me ultrajan pagándome una puta mierda, seguí otros tres cuartos de hora explicando mi postura ante lo que yo aspiraba en este injusto mundo que nos ha tocado vivir y lo que sentía ante la proximidad de tomar decisiones trascendentales, la mujer confió tanto en mis valores profesionales que no supo orientarme.
Consciente de que mi situación es algo inusual, debido, en gran parte, a que no paso ni un solo día del año sin realizar algo productivo, no quiso desviarme de mi camino, de esta sinuosa travesía de expectativa de un destino que se resiste, que puede que jamás llegue. Es más, me animó a que no abandonara la escritura de guiones, que no dejara de escribir y que procurara buscar trabajos de mala muerte que no me restaran mucho tiempo en mi actividad creativa. Una desconocida que en menos de una hora confiaba en mi talento, aturdida porque alguien le había confiado una orientación laboral hacia una profesión que, según ella, era la primera vez en seis años que le revelaban. “¿Cómo voy a orientarte en tu camino laboral si ya lo tienes tan claro?”, me espetó. “Yo no puedo ayudarte, eres tú el que tiene perfectamente claro qué hacer”.
Salí con la sensación de haber asistido a una sesión con un psicólogo y haberle soltado una soflama vital, de inquietudes, planeamientos existenciales de carácter profesional, vital y personal. Y sin pagar un euro. Algo reconfortante que alguien te escuche cuando estás lleno de indecisiones ¿Por qué alguien del medio guionístico o periodístico no confía en mí y sí una desconocida cuya labor es encaminarme hacia el universo de empleo?
Pero las dudas seguían ahí, dando vueltas, desorganizadas: “¿Ha llegado la hora de enfrentarse al mundo y tirar la toalla?” “¿Merece la pena seguir persistiendo si nadie me paga por lo que hago cada día ni me da una oportunidad?” “¿Tengo que dejar de escribir guiones, críticas, reportajes y demás, olvidando este mínimo talento que poseo para dedicarme a la vida real, a un trabajo que me permita independizarme y ahogue mis aspiraciones en una vida gris?”. Aún sigo dándole vueltas al asunto y no he encontrado respuestas. Sólo sé que 2005 tiene que suponer un punto de inflexión en mi vida.
En fin, que yo también, al igual que vosotros al leerlo, he soltado tras escribir esto un “qué coñazo de texto” tras escribir este post. Además, planteando miles de preguntas como si esto se tratara de un episodio chungo y aburrido de ‘Sexo en Nueva York’, donde la protagonista Carrie Bradshow no sabe escribir una puta línea en su portátil sin hacerse una pregunta sin respuesta.
Y después de estas absurdas experiencias, sigamos con el tono habitual del weblog.

Una tarde de frío con Mike Nichols

Esta tarde, con un frío siberiano que hiela los huesos y el alma, el frío que a mí, particularmente me gusta y disfruto, he ido a ver 'Closer', la última de Mike Nichols y tengo que reconocer que me ha gustado. Tanto, como para empezar a preparar mi siguiente crítica sobre esta película de encuentros y desencuentros que mira de cerca un brutal choque con la infelicidad, el adulterio, las segundas oportunidades y un tortuoso proceso de conflictos sentimentales donde el deseo y la lujuria son el nexo de unión de dos parejas que se entrecruzan en sus vidas, desde una perspectiva muy adulta, pero que es, en realidad, una crónica de misantropía, cínica y acerba sobre el eogísmo en las relaciones de pareja.
Lo cierto es que hoy he recuperado mi amor (un tanto apagado) por ese ángel de rostro etéreo que es Natalie Portman.
Muy pronto, mi review de ‘Closer’ en el Abismo. De hecho, no sé por qué destaco esto como post, aunque creo que tiene que ver por la oportunidad de observar a nuestra Marty de 'Beautiful Girls' , más sexual, crecidita y mejor actriz que nunca.

miércoles, 26 de enero de 2005

Review 'The Aviator'

Howard Hughes: sueños y pesadillas
Scorsese contiene su megalomanía fílmica para abordar de forma solemne una historia sobre los infiernos personales de una seductora figura tan importante en el Hollywood clásico como lo fue Howard Hughes.
Magnate, productor, cineasta, pionero de la ingeniería aeronáutica, coleccionista de amantes, Howard Hughes pertenece a esa estirpe de personalidades del Hollywood Clásico que se han ganado (para bien o para mal) un puesto de honor en la Historia, mucho más allá del Séptimo Arte. Sobrino del escritor y cineasta Rupert Hughes, Howard fue de los hombres jóvenes más ricos del mundo al heredar la Hughes Tool Company, que administraba la mayor parte del petróleo de Texas. Apasionado por la aviación, llegó a plantarle cara al monopolio aéreo de la Panam al adquirir la TWA, siendo fue uno de los grandes de la RKO antes de llevarla a la quiebra. Descubrió ‘starlettes’ como Jean Harlow, Jane Creer, Jane Russell o Terry Moore, Hughes fue un vividor, un mecenas extravagante y uno de los modelos que no apareció en los títulos de crédito de ‘Ciudadano Kane’, de Orson Welles. Precisamente con esta figura, la película de Scorsese evidencia tener algún vínculo desde su prólogo, cuando en la infancia de Hughes se observa un elemento que le perseguirá a lo largo de su vida. Pero ahí se acaba cualquier comparación entre ambas películas (sería ilícito equipáralas), a pesar de narrar la odisea de dos hombres tan parecidos como Charles F. Kane y Howard Hughes, dos complejas personalidades; megalomanos, excéntricos, ambiciosos, soñadores y visionarios.
‘The aviator’ es el vehículo idóneo para que Martin Scorsese haya podido componer eso que tanto tiempo llevaba buscando: una entusiasta oda de amor al cine clásico, al viejo Hollywood de la Época Dorada, con una cuidada reconstrucción estética y argumental. Rebelde y kamikaze no sólo en el aire, sino también en el cine, en la vida y en el amor, la figura de Hughes es englobada en esta película en un próspero lapso de tiempo para el rico heredero, ubicándose tan sólo en sus dos décadas más gloriosas, ya que si bien podría haber recogido numerosos capítulos de su abrumadora biografía, Scorsese ha preferido destinar el metraje a sus logros, parte de su enajenación creciente y al taxativo viaje al tormento de un personaje problemático, de esos que tanto fascinan al director. No estamos, por tanto, ante un ‘biopic’, ni mucho menos ante una hagiografía, ni siquiera se ocupa ‘The Aviator’ en desglosar los episodios más importantes de su vida como poderoso magnate, amante o aviador, sino que Scorsese y su guionista John Logan sitúan este periodo fraccionándolo a lo largo de un viaje interno, de la lucha de un hombre contra sus infiernos. Un viaje a la cima del mundo que tiene como regreso un amargo tránsito a una habitación solitaria y mugrienta. Como su propia vida, inmersa en un concepto enfermizo, a modo de virus que coartaba su colérica propensión al aislamiento, Hughes se enfrentó a todo aquello que pudiese romper sus ambiciones y deseos, con un apego a la transgresión de los cánones de su época, de un modo obsesivo, como todo en Hughes.
En ese sentido, el filme muestra un personaje atormentado e inadaptado por su forma de ser, aislado debido a una sociedad que no le comprende, por lo que Hughes no está muy lejos de los representados en Travis Blickle, Henry Hill, Rupert Pupkin, Jake La Motta o Jack Pierce, pues todos ellos 'outsiders' que unen sus caminos en un sendero de perdición, entre la paranoia y la desalentada lucidez de una confusión gradual. Posiblemente si Howard Hughes hubiera muerto en uno de sus aparatosos accidentes de avión, habría sido recordado como un mito, como aquellos que viven intensamente y dejan un bonito cadáver. Al no ser así, Scorsese disecciona un recorrido que transcurre del mito a la caricatura, del héroe mediático a un personaje grotesco víctima de sí mismo, recluido en un apartamento, torturado por sus propios delirios de grandeza. No muy lejos de los terrenos explorados por el cineasta italoamericano, donde la vida acaba como una pesadilla que es necesaria vivir para expiar los errores e imprudencias y redimirlos con una (aunque sea pasajera) ascensión al equilibrio, a la armonía perdida.
‘The aviator’ se presenta como una lección de cine que resulta posible, en definitiva, porque a su director le interesa mucho más el declive ‘paranoico-compulsivo’ de Hughes y su lucha contra los ataques de la gran industria que por la reconstrucción del Hollywood vivido por el personaje, su vertiente de mujeriego o su esencia aventurera y suicida. Una estructura que no abandona Scorsese con esa insurrección de Hughes en el juicio final, mostrando su mayor brillantez y saliendo airoso de sus acusaciones cuando parecía que su locura y manías habían acabado por devorarle. Y lo hace centrado en una historia de dobles sentidos y perspectivas, bajo las que subyace la enérgica imaginería de uno de los grandes clásicos, tal vez el último, de la Historia del cine.
Scorsese contiene para ello su megalomanía fílmica, pero no su propensión a cierta mitomanía que llega a someter a la historia hasta un cierto punto de convencionalismo, justificando, a pesar de ello, su pericia narrativa, llena de épica en esta maravillosa crónica simultánea de una victoria ocasional y de un fracaso personal. Por eso, tras observar la caída en los infiernos de la locura, Hughes encara al Comité Judicial que lo acusa de quedarse dinero del ejército con una conquista momentánea, consiguiendo pilotar el ‘Hércules’ en su primer y único vuelo, para dejarlo sumido nuevamente en los lóbregos pozos de su perturbación, delante de un espejo, repitiendo una frase (“el camino hacia el futuro”), como fatal letanía que le llevaría a acabar sus días recluido y totalmente desequilibrado. Desde un punto de vista biográfico, tal vez se haya dado demasiada importancia a la parte romántica de la vida de Hughes, ya que no fueron los triunfos en cualquiera de los campos en los que probó suerte donde reside su leyenda, sino en su final, en la paradójica locura de un hombre que pudo reinar.
Sin embargo, aunque se contenga y la película sea menos turbulenta y amarga de lo que cabía esperarse, no deja de estar presente ese punto característico de corrupción y decadencia fatalista que tan bien despliega Scorsese. No obstante, se echa de menos su relación con Al Capone, su desastrosa gestión al frente de la RKO y su colaboracionismo anticomunista (aunque se manifieste en la breve secuencia protagonizada por Willem Dafoe).
Virtuosa reconstrucción de un hombre y su época, ‘The Aviator’ va trazando ese poema de ampulosidad operística de esplendor aventurero a través de la mirada de un personaje caótico y revolucionario, próvido amante con agitada vida sentimental. Pero, ante todo, deteniéndose en sus litigios personales contra un periodo de absolutismo político, social y en el mundo del cine. Tres apartados que sirven a Scorsese para exponer su dominio de la narrativa en secuencias que tienen como protagonistas a un L.B. Mayer que menosprecia a un ambicioso Hughes, cuando éste pide dos cámaras más para incorporarlas a las 24 que ya tiene para ‘Ángeles del Infierno’, el enfrentamiento en los despachos de la MPAA contra Breen, que dirigió el sistema de censura de Hollywood y, en su final, el brillante planteamiento del juicio en el Owen Brewster pretende hundir al magnate en beneficio de Juan Trippe, dueño de la todopoderosa PanAm. Todo ello evidencia una personalidad inabarcable, movida de forma desbordante por la pasión de la ambición y el talento.
Scorsese tampoco obvia su ardua y excesiva vida sentimental que ilustra multitud de romances; a veces manifiestos (como con Jean Harlow, Ava Gardner o Faith Domergue) o insinuados (el caso de Jean Russell o Bette Davis). Pero el cineasta y su guionista han preferido concentrar este aspecto en la relación más importante de la vida de Hughes; la que estuvo a punto de acabar en boda con Katharine Hepburn, ilustrado en uno de los momentos más románticos del cine de Scorsese, mientras Hughes observa pilotar a Hepburn y, consciente de su escrupulosidad, mira la botella de leche de la que acaba de beber la genial actriz para, sin miedo, sorber con la seguridad de haber encontrado un alma gemela, una inconformista como él que comprende sus paranoicas manías, aunque, como reconoce el personaje de Hepburn poco después, “Howard Hughes es demasiado Howard Hughes”.
Martin Scorsese ejerce en ‘The Aviator’ de exegeta fílmico, de metódico estudioso del cine de la Época Dorada, donde no falta cierta dosis de manierismo y virtuosa reconstrucción de la época, explícita y deliberadamente enfática y grandilocuente, a veces excesiva, pero siempre delimitada a una línea narrativa de perfecta sutileza, de puro cine clásico. Este laborioso trabajo visual es ejemplar debido al conjunto de exquisiteces que componen la cinta. Así, Robert Richardson propone un juego cromático intencional, ya que en la primera hora no existen los verdes y todo es aséptico e higienizado (con gamas de azulados diáfanos), para avanzar con un progresivo aumento del colorido ocre y terrosos y acabar la película en un escabroso verde intenso, afectado ya por toda la sociedad y el mundo que rodea a Hughes. Sólo hay color en el cielo (metáfora de la libertad del magnate) o en el ramo de flores que invoca sus mejores recuerdos.
‘The Aviator’ es un filme de intensidad creciente, argumentalmente eficaz y de un ritmo lúcido e intachable (hay que recordar los 166 minutos de duración), una consecución procedente, como en toda obra de Scorsese, de la edición de la gran maestra montadora Thelma Schoonmaker. Si a esto, añadimos el trabajo que Ferretti, LoSchiavo y Powell en el diseño de producción, los decorados y el vestuario, respectivamente, en conjunto, el filme sólo admite adjetivos superlativos.
Para Leonardo DiCaprio el reto de interpretar a Hughes le podría, a priori, haber quedado muy grande, debido, en gran parte, a la invitación al histrionismo que conlleva dar vida a un personaje en constante declive que cae en las redes de la locura. Pero el resultado es un espléndido trabajo de contención encomiable. Tanto en la interpretación de los arrogantes éxitos de Hughes, como en su degeneración psíquica, su sordera y los problemas de identidad del ambicioso millonario. DiCaprio deja emerger el lento intimismo de un hombre enfermo, atrapado por sus fobias, sus malsanas obsesiones y ese miedo que le conduce de forma inevitable a locura y la soledad. Del resto del reparto sobresale la exactitud y el riesgo con la que la gran y luminosa Cate Blanchett aborda un papel tan difícil como es el de dar vida en una interpretación conmovedora, con los amaneramientos y sofisticación de la gran impulsiva e indócil Katharine Hepburn. John C Reilly, el sobresaliente Alan Alda y un cada vez mejor Alec Baldwin componen minuciosamente los apoyos del gran DiCaprio. No se puede decir lo mismo de la pobre Kate Beckinsale, que sale un tanto desafortunada en su recreación de Ava Gardner. Mejor suerte corren Gwen Stefani, Jude Law y Kelli Garner al realizar prácticamente un cameo.
Scorsese, al que se ha intentado equiparar en minuciosidad y arrojo al mismísimo Howard Hughes, observa a lo largo del filme a su personaje con la perspicacia, la compasión y, hasta cierto punto, la admiración necesaria para concebir una película que, más allá de su grado de ‘encargo’, es una cinta donde cada rasgo, cada plano y la disposición narrativa con la que lo aborda se identifica con la obra de uno de los clásicos modernos más imprescindibles de la historia del cine. Estamos, por tanto, ante la primera gran película de este 2005 que acaba de empezar.
Miguel Á. Refoyo © 2004