jueves, 20 de enero de 2005

Fincher tiene nuevo proyecto

David Fincher parece que volverá a ponerse destrás de las cámaras tras ‘Panic Room’, de la que han pasado ya tres años. Mucho se ha hablado del nuevo proyecto del director de ‘Fight club’. Sin ir más lejos en el Abismo se comentó la posibilidad de que el cineasta pudiera llevar a cabo 'Benjamin Button', basado en un relato del genial Scott Fitzgerald. Pero no será así.
Empire ya ha adelantado su nuevo proyecto. Se trata de ‘El asesino del Zodiaco’, un thriller basado en hechos reales sobre un ‘psycho killer’ que mantuvo en jaque durante doce años a la policía de San Francisco y al que se le atribuyeron 37 asesinatos. La producción correrá a cargo de la Warner Bros y Paramount, de nuevo en coproducción.
Jamie Vanderbilt, guionista de la injustamente vilipendiada ‘Basic’ está trabajando sobre dos libros centrados en este peligroso asesino escritos por Robert Graysmith, un experto en el tema y un multiventas con e. Todos temen que Fincher caiga en el facilismo que puede producir rodar una película tan paralela a ‘Seven’. la trama se alejará de la ficticia adpatación que llevó a cabo Don Siegel al tomar un personaje similar como 'Harry, el sucio'.
Es una buena noticia, en cualquier caso, que el gran visionario del cine moderno vuelva a rodar una película.

Jenna Bush ¿sierva de Satán?

Me ha llamado la atención ese gesto que ha hecho Jenna, la hija más golfilla de esa dinastía extraña y oscura que siempre han sido los Bush durante la nueva ‘coronación’ de su padre como presidente, la segunda toma de posesión de George W. que consolida a su familia como una de las estirpes políticas más exitosas en la historia de EE.UU. El polémico signo gestual ha sido tomado por muchos como el saludo de todos los satanistas de la Iglesia que un día fundó Antón S. LaVey.
Otras fuentes desdicen esta apasionante y totalmente creíble teoría afirmando que Jenna está haciendo el "Longhorn", uno de los gestos rituales de la Universidad de Texas.
Pero lo cierto es que esta familia es muy satánica.

Abuelito dime tú... por qué en las nubes voy

No sé qué extraña razón me ha movido a escribir esto. Pero hoy, llevado tal vez por la alegría de la vida, el esplendor de los buenos instintos y mi añoranza al campo y las ovejas, me voy a centrar en una de las series de animación japonesas más emblemáticas e inextinguibles del último lustro. Una serie que pasará de generación en generación con una particular y sana afabilidad, con un sentimiento y una bondad casta y pura que, a veces, se hace necesario en un anime lleno de violencia y sadismo.
Como contrapunto de la animación actual, ‘Heidi’ fue una serie que ha marcado a cada generación que la ha podido disfrutar, a cada niño que ha sentido las peripecias de un personaje imprescindible dentro de la iconografía nipona. La historia de la inimitable niña huérfana, triste y lánguida, a la cual envían a vivir con su abuelo, un ermitaño hosco, haragán y con mal humor llamado Alm (sí, tenía nombre) que vive en los Alpes suizos es una de las historias más conmovedoras que han pasado por la televisión española en su ya larga existencia. Aquella fábula, en realidad otro viaje iniciático de niña que aprende a sobrevivir en un mundo que le contraviene, partía en un principio con el abuelo de Heidi (un cabrón asocial, de rostro enjuto de bastante hijo de puta y mal bicho que, aparentemente, iba a hacerle la vida imposible a la candorosa pequeña), que no acepta su residencia en el lugar. A través de los episodios, el anciano, poco hablador y ceñudo va tomando por la niña un cariño muy especial, dada la inocencia y la bondad de Heidi. Hay que recordar, por supuesto, que lo que más le gustaba a Heidi era dormir sobre su colchón de heno, fabricar y comer queso, ordeñar ovejas (éstas dos últimas cosas por imposición del abuelo) y deslizarse en trineo en los duros y aburridos meses de invierno.
En las montañas, encontrará la amistad de Pedro, un chavalote bastante inculto que se dedica a cuidar cabras y a hacer el vago (también), al que le une una relación muy especial de altruismo y cariño. En la mitad de la serie, cuando la cordialidad y la amistad alcanzan un momento en el que ya no es posible aportar más que conocimiento sobre la naturaleza y el amor y la vagancia de las montañas, la niña es reclamada por una tía para que se eduque en Viena. Allí trabaja como asistente de Clara, una chavala paralítica que está más blanca que Copito de nieve, dada su reclusión en una lujosa mansión bajo las estrictas normas de uno de los personajes más morbosos y enigmáticos de la historia de la televisión, la siniestra Señorita Rottenmeyer, una bruja que, a pesar de querer lo mejor para las dos chicas, resulta coñazo para las dos nuevas amigas, ansiosas de jugar y divertirse jugando a los juegos que le enseña Heidi a Clara.
La nostalgia de la niña por el abuelito, por Pedro, por volver a hacer el vago y los Alpes hace que Heidi esté a punto de sufrir una terrible enfermedad. Lógico, si tenemos que cuenta que hasta entonces ha vivido la ociosidad inculcada del abuelo y el recreo constante con su mejor amigo cabrero. En su reencuentro con su hábitat en la montaña, le acompañará Clara y su supervisora. Allí, y después de vivir mil y una aventuras, la joven e impedida Clara (con las feromonas despertando su sexualidad y enamorada de Pedro y del ambiente campestre y sano que descubre por primera vez en su vida –tal vez fumen drogas tras las cámaras-) realiza la mayor proeza que jamás un humano vio. Un buen día, y sin proponérselo, Clara mira al horizonte, de un modo existencial y, como Lázaro, se levanta y se anda... hasta llegar a correr con Pedro, Heidi, Niebla, Copito de Nieve (el abuelo no, porque era un poco reumático) y con la sonrisa de la Señorita Rottenmeyer (que no sabemos muy bien qué le dio el abuelo, pero su carácter pasa a ser afable y extrovertido, casi de locaza felonzuela) satisfecha por los logros conseguidos por su pupila. Y como para no estarlo. Una inválida que, de repente, anda.
El anime consta de 52 episodios y fue una de las series de dibujos animados más recordados de la historia. La verdad es que, analizándola bien, ‘Heidi’ es una muestra de la intencionalidad subversiva (esta vez muy positiva) de aleccionamiento vital para las generaciones de niños que se identificaron y se identificarán durante toda la historia con este entrañable pequeña que ha sido uno de los paladines para que el Anime haya sido un éxito en nuestro país. O, tal vez, un panegírico insubordinado y turbulento que aboga por la desocupación, la diversión sin freno y la alergia a trabajar, como fondo de una sociedad en proceso de evolución. Las drogas, el nudismo, el hábitat natural y montañero y las relaciones sexuales entre niños también podrían ser un efecto maliciosamente camuflado en los buenos propósitos del anime. Aunque vamos a pensar que todo era precioso, perfecto y encomiable a favor de la amistad y la naturaleza bien entendida.
Johanna Spyri, la creadora
Todos hemos visto las aventuras de Heidi, pero pocos conocen su procedencia. ‘Heidi’, es una obra escrita e ideada por la escritora Suiza Johanna Spyri que, con su estilo y pericia, cautivó la literatura infantil. Sus obras se caracterizaron por escribir la vida de los niños en las aldeas de los Alpes, destacándose por la sensibilidad y la amenidad de sus relatos. Uno de sus más destacados libros es ‘Heidi’, por la cual miles y millones de niños aprendieron el proceso de la vida desde un vértice sensible y hermoso, para que relevara cuál había sido el destino de la niñita, el abuelo, de Pedro, de Clara, y de todos los personajes de una obra de dimensiones colosales.
La autora (con más de 80 libros a sus espaldas) murió en Zürich en 1901. Como en estas ocasiones, y desgraciadamente, el público internacional comenzó a conocerla varios años después de su fallecimiento. Lo grande de la obra de Spyri es lo accesibles que le resulta a los niños lectores de otros países, alejados de las montañas, los valles, los lagos, donde la autora siempre vivió. Con el tiempo estas historias, surgidas de los inagotables y maravillosos recuerdos de la infancia de la propia Frau Spyri, por una razón u otra fueron de dominio público y el personaje de Heidi, como el de Alicia, D´Artagnan y el de Jim Hawkins, se constituyeron en propiedad de nuevas generaciones de niños en el mundo entero.

miércoles, 19 de enero de 2005

¡New York Herald Tribune! ¡New York Herald Tribune!

Esta mañana después de comerme unas tostadas, un zumo de naranja y un café (sé que esto huelga en este post, pero es para hacerme el sofisticado), terminando de leer (no sin bastante retraso) el penúltimo número de esa prestigiosa revista de calidad que es 'Dirigido’, cuando un dato me ha saltado a la vista (supongo que como a todos los que le hayan echado un vistazo): la gran película que copa la portada de la publicación, es decir, esa delicia paladín de la ‘nouvelle vague’ que es ‘À bout de souffle’ de Jean Luc Godard, carece de análisis.
Me explico. Todo parece normal, propio de la calidad que atesoran estos ‘dossieres’ de la revista presidida por Ángel Fabregat, con estructura adecuada al texto, fotos de gran calidad, más o menos recreación en las palabras… El artículo debería estar, pero… lo curioso es que ¡no hay estudio de la peli de Godard! En su lugar han repetido la misma disertación del mismo autor sobre ‘La bella y la bestia’, de Jean Cocteau y Renè Clement incluida algunas páginas atrás. Un ‘corta-pega’ en toda regla, con puntos y comas. Igualito. Menos mal que en el número de enero que he adquirido esta misma mañana tras el susto, el reportaje está incluido en el especial dedicado a 100 obras maestras del cine europeo (de un modo subjetivo, claro está). La 'Fe de Erratas' explicaba que el estudio de la película de Godard pertenece a Jordi Bernal y las disculpas pertinentes. Por cierto, que Etore Scola ha quedado excluido y no han colocado ningún filme suyo entre los mejores. No es que no me apasione la obra maestra de Cocteau inspirada en la célebre fábula homónima de Madame de Beaumont que, como todos sabemos, versa acerca de un monstruo que sólo recuperará su primigenia configuración humana al ser amado sinceramente por una muchacha de buen corazón y que sirvió al cineasta francés para magnificar su excelente labor artística irradiando su mágico mundo de exquisito poeta y cineasta. Una película que todos los críticos consideran su filme más inteligible, tal vez el más delicado, que esconde bajo esa su falsa apariencia de cuentos de hadas, una extravagante imaginería que aúna los componentes básicos de la obra de Cocteau, cargados de resonancias freudianas y claves homoeróticas.
A lo que voy.
Leyendo la revista, he sentido unas inmensas e irrefrenables ganas de revisitar ‘Al final de la escapada’, de esas ganas mórbidas, necesarias, adictivas. Y he recurrido a mi videoteca para disfrutar, como hace mucho tiempo, de esta revolucionaria cinta. Una filia de la que siempre he sido consciente ha sido el eterno influjo hechizador que ha tenido sobre mí Jean Seberg. Desde pequeño, procedente del embrujo de esta actriz, me gustan las mujeres con el pelo muy corto y, atribuido a ello, encuentro la parte más erótica femenina en el cuello. La perfección de una fémina, subjetivamente hablando, se encuentra en esa pequeña y sensual hendidura que se forma en la cerviz femenina. Si no tienen un determinado tipo de cuello, ya puede ser una belleza modélica que no colmará mis fantasías. Más allá de esta absurda filia fetichista, ‘Á bout de souffle’ sigue perdurando como una obra de desvergüenza inextinguible e imperecedera.
Observando el nacimiento y la evolución de esa nueva ola que constituyó la Nouvelle Vague, la película de Godard ha perdurado, además de la más accesible del movimiento, la que realmente rompió formalmente con las reglas de la gramática cinematográfica, abogando por una estética libre, saltándose a la torera cualquier pauta del cine convencional. Antinaturalista, con saltos de raccord intencionados, ruptura de montaje funcional, saltos de eje, miradas a cámara para recibir órdenes visuales, improvisación sin tiempos y un grado de afectación disoluta son los elementos que Godard impuso a unos espectadores que asistieron a nuevas formas de lectura fílmica
La relación que se entabla entre Michel Poiccard, también conocido por Laszlo Kovacs, un ladrón de coches que acaba de asesinar a un policía y Patricia Franchini, una joven norteamericana que quiere ser periodista es un bello relato de tono ‘semi-documental’, filmado con la cámara al hombro, con quiebres narrativos y diálogos improvisados que rendía un sentido tributo al cine negro americano. Si bien sus referencia de tono pedante y literario que alude a Faulkner o Dylan Thomas, axiomas existencialistas (ilustradas en Parvulecso, cineasta al que da vida el maestro Jean Pierre Melville) y cierta grandilocuencia, la ‘opera prima’ del director francés es una declaración de principios del movimiento transformado en un sublime canto a la libertad tan espontáneo como necesario. Ese final con los neones avanzando su desenlace, las miradas entre los dos protagonistas, ese proceso de nihilismo en contraposición con la dulzura, el conflicto interna entre el sentimiento y la prudencia, la razón y el corazón… Perfecta. De visión obligada. Uno de los filmes que más influencia ejercieran sobre todo el cine realizado con posterioridad, es hoy un clásico imprescindible en la historia del cine.
La historia de amor entre Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en pantalla, bajo la pegadiza partitura de Martial Solal, despierta una amoralidad crispada de pudor, de franqueza y de sensibilidad. ‘Á bout de souffle’ es, consecuentemente, una de las mayores obras maestras que se han realizado jamás

martes, 18 de enero de 2005

Review 'Alexander'

Pésimo circunloquio histórico
Oliver Stone desperdicia su oportunidad de brindar lo mejor del cine épico para formular un file artificioso, exagerado, paupérrimo y rácano.
‘Alejandro Magno’ podría haber supuesto el regreso de un controvertido cineasta como Oliver Stone a los mejores designios de una filmografía en visible decadencia desde hace más de una década. El descomedido presupuesto dispuesto para llevar a cabo la biografía del gran conquistador macedonio era la oportunidad idónea para el reencuentro de Stone con el cine de calidad, épico y comercial que le permitiera salir de su particular crepúsculo creativo. Pero no ha sido así. Oliver Stone lleva mucho tiempo perdido en su ombliguismo, en su megalomanía, en el personaje que ha creado más allá de su condición de director de cine. Su pretensión de reconvertir esta onerosa superproducción en una película histórica, fiel y emocionante le ha salido francamente mal, frustrada por la poca solidez que ha mostrado a la hora de desplegar una producción que le ha venido grande después de haber concedido a Fidel Castro dos documentales sobre la figura demagógica, elocuente y dictatorial del líder comunista.
Alejandro nació en Macedonia en la ciudad de Pella (actual Grecia). Era hijo de Filipo II, rey de Macedonia y de Olimpia, hija del rey de Epiro Neoptolomeo. Educado por Leónidas y Aristóteles, ferviente lector de Homero, desde muy temprana edad mostró gran interés por el Imperio Persa e invadió Macedonia, sumando a ella todo el mundo conocido en aquella época. Magno es considerado la mayor figura política de la Antigüedad, un gran estratega militar y creador del mundo helenístico, donde la cultura clásica se vio enriquecida con las aportaciones orientales. Una carrera frustrada por la prematura muerte del imperialista.
Con estos conceptos históricos, Stone lo tenía todo para hacer la película más personal y trascendente de su vida, pero la colosal maniobra se le ha escapado de las manos a un cineasta que sigue empeñándose en mostrar su signatura y personalidad en cada plano, jugando con gamas cromáticas cuando le viene en gana, disponiendo la narración de forma torpe y desvinculada de cualquier equilibrio y perdido en sus delirios de grandeza. Algo que le equipara a su personaje, pero que sigue dejando claro su absoluta incapacidad. Más si es para retratar con coherencia la excepcionalidad de un personaje como Alejandro Magno.
Presentada como una insulsa soflama heroica, siempre obsesiva, sobre los pilares que sustentan el poder y los riesgos que éste supone, la cinta empieza en un pasado que administra a modo de ‘flashbacks’ la historia del conquistador por medio de Ptolomeo, narrador personificado por Anthony Hopkins, cronista de gran obviedad y mediocre redundancia en lo que se quiere detallar. Es el primero de los errores en los caerá Stone a lo largo de un filme al que le sobra didactismo, excesos de todo tipo, en los cuales la licenciosa grandilocuencia marca el estilo infantil y engorroso de todo el metraje. ‘Alejandro’ se sitúa para ello en un cine rácano en batallas, escaso de inteligencia y espectacularidad, como la que se espera de una historia centrada en el mayor conquistador de la historia.
Stone prefiere centrarse en la visión enfática del personaje, circunscrito a una pátina de declamación, de tesis visual erigida como supuesta historia en manos de un realizador petulante, megalómano, como casi todos los personajes de su filmografía. Al mismo tiempo, el filme se hace eterno, indefinible, sobre todo por su imposibilidad de condensar el metraje. Por ejemplo, en los lapsos de la infancia traumática de Alejandro con sus padres, las ridículas lecciones del gran Aristóteles a sus ya amanerados pupilos, el recorrido histórico a la mitología que hacen Filipo y su hijo, la doma de su fiel caballo Bucéfalo, su ilimitada ambición por conquistar, la muerte de Filipo que viene dada en un regreso atemporal que no viene a cuento. Y así, hasta llegar a la monotonía. Todo está trabado y resulta soporífero, a lo que se adiciona la rimbombante música de Vangelis.
Stone tiene como finalidad mostrar al hombre que había detrás del conquistador, al individuo atormentado desde su infancia, con la importante presión psicológica que ejercieron sus progenitores sobre él, a los que odia y ama a partes iguales, sin prestar mucha atención al ámbito bélico (sólo a las necesarias, obligado por el género en que se inscribe y el dineral que ha costado), cediendo el protagonismo al cosmos filogay que escondía el mundo heleno pretérito, dilatándose en las pasiones exacerbadas, en el débil carácter de un líder fortificado con el tiempo. Es ahí el lugar de mayor desacierto, en la relación entre Alejandro y Hefestión, siempre patente y redundante, pero nunca definida en su totalidad, posicionándose de forma subvertida en la bisexualidad del macedonio, pero sin el valor suficiente para explicitar lo que sugiere. La relación entre ambos podía haber quedado definida por algún retazo explícito, y así poder ajustarse más en la vida y milagros del conquistador, pero termina redundando absurdamente en breves abrazos de colegas y frases ambiguas. Algo lamentable.
‘Troya’, de Wolfgang Petersen hizo bien en dejar a un lado el vínculo sexual entre Aquiles y Pátroclo si tenemos en cuenta el resultado de todo ello en esta patraña de Stone, pertinaz en la predisposición a un cierto exhibicionismo de la doble orientación de Alejandro, que concluye en un tratamiento superficial del asunto. Si tanto le interesaba esta pasión recíproca entre el macedonio y su general, poco se ha notado en el filme a la hora de representar la muerte de Hefestión en Ecbatana, cuando el imperialista, atormentado, derribó el templo de Esculapio, mandó apagar los fuegos sagrados de toda Asia e inmoló sobre su tumba a los coseos, que se habían sublevado por aquellos momentos. A Oliver Stone eso no parece importarle porque lo ha obviado.
De hecho ‘Alejandro’ es un deplorable curso avanzado de historia antigua para niños, ya que se toma licencias de toda índole, escarneciendo las batallas de Gaugamela, donde 50.000 griegos se enfrentaron a los 250.000 persas de Darío y la que acontece contra el rey Poros y sus elefantes, los macedonios tenían mapas en latín y Alejandro escribe las cartas a su madre en inglés. Al director le sobra con mostrar y alargar la muerte de Clito en manos de Alejandro, pero excluye los asesinatos de Parmenio o Calístenes, reincidiendo sin embargo más de una vez en el día en que Filipo fue asesinado por Pausanias, pero hace desaparecer la sublevación de Grecia llevada por Demóstenes. Tampoco hay rastro de los tribalos, getas e ilirios que también quisieron la invasión de Macedonia antes que Alejandro.
La película podría haber encontrado sus mayores virtudes en la progresiva identificación de Alejandro con los elementos persas que se señalaron no sólo en el origen oriental de las tropas reclutadas y en el nombramiento de sátrapas para el gobierno de las regiones conquistadas, sino también en su propia vida personal, cosa que a Stone interesa, que ambiciona mostrar, pero le vale con meter con calzador el matrimonio con Roxana según el rito iranio y exigir a los macedonios que le saludaran postrándose ante él según el gesto de adoración que los persas realizaban ante sus reyes.
En ese terreno es donde se comprueba el insustancial tratamiento de los personajes, de una futilidad exagerada, que desluce cualquier personaje secundario, todos de ellos mal dibujados, convirtiendo las conquistas del protagonista en banales, muy lejos de los sueños de grandeza que iluminaron los días del héroe macedonio, ilustrados en la pobre imagen de los hoplitas griegos atravesando la selva india, que resulta de lo más ridículo visto en el cine bélico e histórico moderno (y sin entrar en detalles sobre la planificación de la batalla y los elefantes). Ni siquiera una estupenda Angelina Jolie, muy por encima de un histriónico Colin Farrell y del resto de secundarios mal aprovechados (Val Kilmer, Christopher Plummer, Jared Leto, Jonathan Rhys Meyer y Rosario Dawson (¡¡qué tetas, madre mía!!), hace que el espectáculo sea un tanto digno.
Si a eso le añadimos la habitual e insistente capacidad de Stone para promover lo que él cree que son nuevas y lúcidas formas narrativas, ya sean argumentales o visuales, con un abuso de la estética convulsa y policromática, tenemos un filme rácano en interés y épica histórica, pretencioso en su encopetamiento formal con su plétora de lentes y ópticas (el filtro enrojecido y lisérgico de la batalla final es vergonzante), la carencia de ideas a la hora de poner en práctica la dinámica de las escasas y mal llevadas batallas y su exigua coherencia en la digitalización de las masas o la creación pixelada de los fondos de Babilonia perfilan a ‘Alejandro’ como un filme pobre y errático, que adopta un extraño y antitético trasfondo de deslustrado y marchito cine rancio, de serie B. Algo que no entraba en los planes de este arrogante cineasta que ha desperdiciado una millonada para confeccionar una cinta artificiosa y exagerada. Una teatralización hiperbólica de la Historia demasiado cara y aburrida.
Miguel Á. Refoyo © 2005

Virginia y Ruth, dos estrellas ausentes


1920-2005
Se han ido, así de repente, la princesa Margaret, Marie Derry, Rosalind van Hoorn, Colorado Carson, Verna Jarrett, Carla North y, sobre todo, Anne, la musa del pirata Dardo Bartoli y de mi infancia... Todas ellas en el irrepetible y dulce rostro de Virginia Mayo.

1915-2005
También echaremos de menos, aunque no tanto (hay preferencias) a Emily Norton, la esposa de Charles F. Kane en 'Ciudadano Kane'. Es decir, a Ruth Warrick, intérprete que debutara junto Orson Welles en su 'opera prima'. Warrick no fue una estrella de renombre como Mayo, pero sí tuvo su momento de gloria dando vida a Phoebe Tyler Wallingford en la telenovela de éxito en USA 'All My Children' (una serie que hace un mes cumplía 35 años de emisión).
Qué mal hemos empezado este 2005, de verdad.
PD: Tengo que abandonar este tipo de posts, porque esto en vez de un weblog va a parecer un obituario. Pronto, pediré una oración por sus almas o cosas por el estilo.

Las muñecas diabólicas

Hace poco tiempo las Bratz, unas muñecas con piercings, tatoos, plataformas, pinta de putillas y un aire a lo ‘bad girl’, destronaron a la eterna Barbie tras más de cuatro décadas siendo la más vendida. Lo último supera cualquier logro en el mundo del ocio infantil; ahora las niñas (y, dentro de poco, por qué no, los niños) pueden tener como muñecas de comparsa un clon exacto de ellas mismas. Es, indudablemente, la novedad más ‘guay’ y aclamada de los últimos tiempos. Las Twin Dolls, de la empresa Littleton, recrean a imagen y semejanza el clon en miniatura de la foto que reciban, reproduciendo al milímetro cualquier rasgo (pelo, ojos y gestos) de la niña indicada.
En su página web, se puede ‘custumizar’ (palabra ya aceptada en nuestro vocabulario –que viene a ser lo mismo que ‘tunear’ en el ámbito automovilístico-) seleccionando una amplia gama de características; se puede elegir entre 5 tonalidades distintas de piel, 8 colores diferentes de ojos y pelo, 11 peinados, 15 contexturas corporales y varias formas de lunares.
Y esta idea ¿de quién proviene? Pues un gilipollas, flipado de la vida, que en este caso es un médico pediatra (como el que acaba de decir que un supositorio puede generar dudas sexuales en un niño cuando sea mayor) que cree que esta identificación puede ser muy positiva para los infantes. Por 119 dólares una niña puede tener una ‘Twin’ igualita que ella, como una inquietante Tiffany (la novia de Chucky) exacta a ella.
Lo que yo me he preguntado es ¿qué hubiera sido de nuestra infancia con un Madelman análogo a nosotros, un clon exacto? ¿Nos habría subido la autoestima? Lógicamente, en los supuestos enfrentamientos con otros muñecos habríamos salido invictos, como titanes, pequeños héroes en un mundo de muñecos. A lo mejor hubiera cambiado alguna que otra contrita forma de ver la vida. Pensándolo mejor, creo que no. Aunque no me desagradaría verme ahora, ya con barba, gordo, medio calvo y adulto, reproducido en una especie de marioneta freakie de mí mismo. Prefiero no imaginarlo.
Lo cierto es que estas muñecas causan furor entre las chavalitas estadounidenses.
¿Y si se rompe o quieres hacerle algún cambio de pelo, incluso si la niña crece y el rostro cambia? No pasa nada ¿Que a la niña le crecen unas voluminosas ubres? Tampoco. Se manda al ‘My Twin Doll Hospital’ y, previo pago, te devuelven la muñeca optimizada, retocada y actualizada para que siga siendo igual que ella… el resto de su vida…
Acojona.

Retazos del gran maestro

Esta tarde, haciendo limpieza de VHS’s y mirando el contenido de muchas de mis cintas apiladas en descolocados bloques, he descubierto una joya que creía borrada, extraviada, perdida en la memoria de mi dilatada compilación de cintas en soporte videográfico destinada a extinguirse, pero aún aguantando el tirón del DVD, inmune a la nueva era. Se trata nada más y nada menos que ‘La casa de bambú’, de mi gran tótem, de Samuel Fuller, el pequeño gran Sam, ese Dios cinematográfico al que tanto admiro e idolatro.
En un pequeño retazo memorístico he recopilado mentalmente la historia del sargento Kenner, de cómo en su comienzo intenta amenazar a un pobre japonés para que le pillen y así infiltrarse en la banda de Dawson, un soldado estadounidense desmovilizado en Tokio que dedica a la delincuencia organizada. He sentido con sólo tocar la cinta, la forma en que Fuller contenía una violencia que parece que está a punto de saltar por todos lados. Una violencia seca, sin ningún efectismo, de esa violencia que acojona. Me ha venido a la cabeza la secuencia final en el parque de atracciones (no sólo Hitchcock sabía finalizar sus películas en sitios de altura que pasaran a se legendarios), en la que Dawson muere de un disparo certero. Pero lo que más me gusta de esta película es la relación que se establece entre Keener y Mariko, ella creyendo que es Eddie Spanier, un amigo de su marido. Ese acercamiento entre los dos, esa fidelidad y amor latente es lo mejor de la película. Como la utilización de ese eterno nombre que fluye en toda la filmografía de Fuller: Griff.
Creo que Fuller llegó a decir varias veces de la secuencia de máximo apogeo de violencia entre Kenner y Dawson que se trataba de “una secuencia de violencia y erotismo entre dos hombres”. Y así es. La he puesto como pendiente para verla esta semana y empezar a escribir en este blog del hombre por el que un día decidí dedicarme a escribir historias, aquel por el que quiero llegar algún día a hacer cine, el cineasta que, más allá del célebre autor al que todos empiezan a reconocer, se ha transformado en un mito sin el que el cine no tendría la grandeza que tiene. Sam Fuller ha sido y será para mí el realizador a rezar.
Seguro que esta noche acabo soñando con la II Guerra Mundial, con del periodismo de Park Row, con racismo soterrado de un chucho callejero, con la locura, con el cine, la vida y, por supuesto, con Balzac.
Quedaos con esa cita que religiosamente me viene a la cabeza nada más empezar un guión y que proviene de la sabiduría eterna de Fuller “cuando no notes que con la primera página de tu guión se te pone dura, tíralo inmediatamente a la basura”.
Amén.

lunes, 17 de enero de 2005

Sí, bueno, vale...la edición 62 de los Globos de Oro

Parece que la actualidad me ompone el tema: Alejandro Amenábar ha ganado el Globo de Oro. Enhorabuena a Bovaira y a Ami. Pero esto, no es noticia. No ha tenido la más mínima emoción ¿Acaso alguien dudaba que no iba a ganar? Lo extraño era esa absurda sensación de euforia desmedida que daba a Javier Bardem el galardón también al mejor actor. Siendo extranjero y con una película en otro idioma qué se esperaba. Sólo Benigni y su lacrimógena ‘La vida es bella’ (extrañamente ‘Mar adentro’ tiene mucho de la sobrevalorada cinta italiana) hicieron ver una extraña confabulación de Hollywood con aquella comedia dramática a lo más puro ‘tear jerker’. Por eso, es incomprensible que los medios se sigan obstinando unánimemente en utilizar frases tan prosaicas como Leonardo Di Caprio le ha arrebatado el premio a Bardem” o “La injusticia llegó cuando Di Caprio se llevó la estatuilla que pertenecía al español”. Creedme, lo he oído ¿Tenía Javier el premio en propiedad y se lo han sustraído en un descuido mientras se ha ido a mear? ¡Venga ya! A veces (cada vez más) entiendo menos esta profesión en la cual me licencié para malvivir sin cobrar un euro.
Dato curioso (e intrascendente): Es la segunda ocasión en que Scarlett Johansson entrega un premio a la película española. El primero, la Copa Volpi a Bardem como mejor actor en Venecia. No volveré a insistir en la inmensidad de esta actriz, pero podría.
Otro tema que no puedo dejar pasar por alto es la gran pregunta: ¿Por qué el productor tiene que subir al escenario con el director? ¿Qué sentido tiene ver a Bovaira ahí detrás, haciendo bulto, de vela, estando de más…? Me ha recordado al instante en que Andrés Vicente Gómez agarró a Fernando Trueba del brazo y subió hasta donde se ubicaba Anthony Hopkins para recoger su Oscar en el 93. Siempre me dio la sensación de que, de cara al espectador extranjero que viera la gala, Trueba era un ciego que necesitaba el brazo lazarillo de alguien para poder acceder a su merecido premio.
Estaba muy claro que Ami y su filme sobre Ramón Sampedro iba a llevarse el premio de la crítica extranjera en Los Ángeles. Tanto, como que ganará esos 12-13 Goyas y el Oscar a la mejor película extranjera. Es 'box populi'. Lo que ya no entiendo muy bien es qué coño habrá hecho el pobre Martin Scorsese para que le traten como le tratan. Vale, sí. Alguien me dirá que su ‘The aviator’ se ha llevado tres estauillas esta pasada madrugada, que ya ganó el suyo con la excelente ‘Gangs of New York’, pero este desplante al entregarle el premio a Clint Eastwood (ojo, que no hemos visto ‘Million dolars baby’) ya empieza a anticipar que este año tampoco le van a conceder el Oscar que el maestro italoamericano se merece desde hace tiempo. Y desde esa ecuanimidad, reconocerle como uno de los grandes de la historia del cine, ya que los Oscar son premios tan caprichosos e inconsecuentes, por lo que esta vez podrían hacer justicia histórica y darle uno. Confieso que me ha dado pena observar al pequeño maestro de su rostro cercano, amable, prodigando bondad con sus sonrisas, aplaudiendo a Eastwood recoger su premio de manos de un Ron Howard al que le debe dar vergüenza mirar su Oscar por esa desfachatez que fue ‘Una mente maravillosa’. Por supuesto, no quiero, como he escrito antes, restarle méritos a Eastwood, pero es que uno va envejeciendo y termina encariñándose de unos más que de otros. A pesar de ello Marty puede darse por satisfecho gracias a la película que ha parido.
Tengo que confesar que estos premios cada vez me aburren más. Tanto boato, expectativas compradas, decoro incongruente, sonrisas estudiadas, televisión custodiada al milímetro, con férreos guiones que desvirtúan las inexistentes sorpresas improvisadas que se puedan dar. No me extraña que Billy Cristal esté agobiado de tanta presentación de Oscars. En definitiva, que el sopor y el tedio terminan por ser dos invitados más a este tipo de galas. Resulta mucho más curioso lo irrelevante e impopular que rodea a tanto ornamento, frivolizando en los pequeños destalles que desconocemos, como que este año a los presentadores, la Asociación de la Prensa les ha dispensado unas bolsas de regalos ‘de luxe’, valoradas en 38.390 dólares (ni uno más ni uno menos) que incluían un brazalete, un reloj Chopard, un ineludible MP3, copas de Martini con coctelera a juego y bombones Godiva ¡That's entertaiment, dear friend!
Aunque hay alguna que otra pregunta interesante de cara a los Oscar (gala que, aún clamando a los cuatro vientos su futilidad y bagatela, veré como cada año): ¿Scorsese ganará por fin? ¿Di Caprio habrá olvidado que fue el único pardillo que no fue nominado por ‘Titanic’? ¿La frágil Natalie Portman se llevará uno? ¿Se olvidarán (como han hecho en los GG) de Tom Cruise por su estupendo trabajo en ‘Collateral’? ¿Jaime Foxx (que bien pordría estar nominada como secundario por la cinta de Mann) volverá a entonar gorgoritos a lo ‘Ray’? ¿Habrá sorpresas o Anette celebrará su Oscar? ¿Ganará Howard Shore dos Oscars seguidos? ¿Alguien enseñará un pezón sin aros en forma de sol?
Por cierto, lo mejor de la gala de estos Globos de Oro no han sido los premios, ni siquiera la efervescencia del júbilo por parte de los ganadores. Lo mejor de la noche ha estado en ver a una exuberante, apoteósica, magnánima diría yo, Charlize Theron, todavía con el look de ‘Aeon Flux’, teñida de morena y exultante, entregar el premio a Di Caprio. Si Dios existe es porque imperan mujeres como esta diosa de la belleza. Y lo puedo decir con total y juicioso discernimiento, ya que he tenido a la Theron muy cerca. Y es sencillamente perfecta, absoluta, toda ella.

Una de fotos

Pequeña galería de instantáneas de Scott Bonner.