domingo, 9 de enero de 2005

Un título deportivo para Salamanca

Después de cinco minutos extra de una prórroga, el equipo de baloncesto de Salamanca Perfumerías Avenida se ha hecho con la Copa de la Reina tras vencer en una disputadísima final al Mann Filter por 74-68 con una excepcional Nuria Martínez como protagonista, que ha acabado llevándose el MVP del campeonato. Ha habido un momento en que el partido parecía perdido, cuando el árbitro ha organizado una absurda sangría contra el conjunto salmantino, pitando dos técnicas y una descalificante para la acojonante Tamika Whitmore y otra técnica para el técnico José Ignacio Hernández. Pero el equipo charrito se ha repuesto y al final ha logrado la gesta que tanto había buscado años atrás.
Qué gran partido.
¡Enhorabuena chicas!

El polémico beso de Elektra

A veces el ridículo mundo de Hollywood muestra su rostro más cutre y cetrino cuando para lanzar una nueva película (si es superproducción, mucho mejor) se utilizan las estrategias más chabacanas y obvias que uno pueda llegar a imaginar. En Estados Unidos, acostumbrados a vivir en una burbuja de hipocresía y falsedad, el tema homosexual es algo tan extravagante en los tiempos que corren, que su inocua utilización en una película será una de las atracciones del presente año. Pues bien, un simple beso entre dos mujeres ha destapado la caja de los truenos en el país donde puedes comenzar una guerra ilegal, pero en el que la tolerancia sexual es nula en cualquiera de sus aristas artísticas.
Bien, al tema. ‘Elektra’, la película en la que Jennifer Garner repitiendo el papel que ya interpretara en la deslucida ‘Daredevil’, acaba de provocar la primera polémica del año al lanzar un vídeo en el que la heroína es atacada por la actriz y modelo Natassia Malthe, que da vida a Typhoid Mary. No hay peleas, ni luchas cuerpo a cuerpo en el barro marcando formas, ni ‘dildos’ introduciéndose en ningún orificio. El escándalo se produce porque Typhoid besa a Elektra en la en la boca para quitarle la vida. Ya ves tú.
Eso, en USA es considerado como una licencia hacia el libertinaje más insolente y provocador. Evidentemente, la Garner le resta importancia al asunto asegurando que no es para tanto. Y no lo es, pero lo cierto es que como táctica para que se hable de la película mucho antes de su estreno está dando sus frutos.
Juzgad vosotros mismos.
Los vídeos proceden de IGN Filmforce

sábado, 8 de enero de 2005

Una tarde en 'Sleepy Hollow'

Visual, genuino y hermoso cuento
Consolidado como uno de los autores más personales y fieles a sí mismos del cine moderno (a pesar de algunos traspies por todos conocidos), el genuino Tim Burton volvió a su mundo de lóbrega fantasía con un cuento clásico en la naciente literatura norteamericana del genial y visionario Washington Irving.
‘Sleepy Hollow’ nos sumerge de lleno en la oscura y lóbrega idiosincrasia burtoniana, dotada con la fuerza de unas imágenes que sólo pueden emerger de la imaginería de este genio del Séptimo Arte. La historia del misterioso jinete sin cabeza que comienza a decapitar a los habitantes de un pequeño pueblo rural y la llegada del detective Ichabod Crane (Johnny Deep) para su resolución, va a marcar el comienzo de una pesadilla en la que los sueños, la alquimia, el terror y el amor se entremezclan en un ambiente enrarecido por un paraje insólito e inquietante. De nuevo, Burton nos presenta a un personaje sombrío, Ichabob Crane, angustiado, incomprendido y confundido en un mundo de tintes épicos y lejanos. Esta fábula fantástica (con más romanticismo que terror) en el que ambiente agónico y tétrico de un pueblo tenebroso, le sirve como referente al director de ‘Batman’ para desarrollar una historia que, pese a algunas aportaciones innecesarias del guión de Andrew K. Walker (‘Seven’), solventa cualquier mínimo defecto con un vigor visual y estético insuperable envidiable devolviéndonos al Burton más visionario y representativo tras la colorista ‘Mars Attacks’.
Remedo testimonial y magistral de los ambientes góticos de las películas del genial (y olvidado) Mario Bava y las películas de corte terrorífico de la Hammer, Burton aporta una obra estéticamente exquisita, definiendo una personalidad incomparable, asignando al filme una tenebrosidad cromática suntuosa, gótica, a la vez melancólica, que se desliza entre el género de terror y el ‘thriller’ con la comedia más tradicional, uniéndose ambos géneros en un cuento de fantasía en momentos surreal... Pero no sólo tributa una oscura narración épica, Burton vuelve a ironizar de forma malsana con la condición humana, con la naturaleza pusilánime del ser humano, con los ‘freaks’ que habitan en la extraña urbe que totaliza el pueblo réprobo. Ante ellos, el insólito Ichabod, va descubriendo la maldad y el caos, la traición y el miedo de unos habitantes que terminan por resultar entrañables.
La fotografía de Emanuel Lubezki y la orquestación nigromántica y enigmática de su inseparable Danny Elfman no hacen sino dignificar aún más un trabajo que eleva a Burton a una posición privilegiada dentro del cine actual. Una de las mejores aportaciones al cine de Burton que se revelaron aquí fue la presencia de una Christina Ricci fascinante, capaz de expresar con una mirada lo que otras actrices de su generación van a obtener con toda su carrera. La soberbia atmósfera con la que Burton reflejó este cuento terrorífico y preciosista conviertieron a ‘Sleepy Hollow’ en una ufanía visual, en un placer para el espectador entusiasmado ante esta película personal, dinámica, que no requiere de técnicas digitales para conseguir un ambiente que desde hacía tiempo nadie conseguía y que, de algún modo, reivindica la validez de un estilo de cine postergado.

Que tiemblen los cimientos de la prensa rosa yanqui

El agente de Brad Pitt ha difundido la siguiente nota de prensa:
“We would like to announce that after seven years together we have decided to formally separate. For those who follow these sorts of things, we would like to explain that our separation is not the result of any speculation reported by the tabloid media. This decision is the result of much thoughtful consideration”.
¿Qué quiere decir esto?
Que el matrimonio mejor avenido de Hollywood formado por Pitt y Jennifer Aniston ha dejado de serlo después de siete años de felicidad aparente.
Y yo aquí, escribiendo esta necedad, en pijama y con resaca.

Primos de las ratas y los murciélagos

Acabo de leer que los murciélagos y los humanos descendemos del mismo ser vivo. Como todos los mamíferos. La revista 'Genome Research' de diciembre publica un notable rastreo matemático de los genes de los principales mamíferos para concluir en la descripción genética de ese "Adán" jurásico del cual todos descendemos. Compartimos genes entre las especies. Y los humanos hemos perdido un 25% de los genes que una vez compartimos con ese ser inicial. Las mutaciones han hecho su trabajo. Curiosamente, la rata, el ratón y el puerco espín han perdido más genes del primigenio animal que nosotros, los humanos. Por eso es comprensible que todos viviamos en un 'Myotis myotis' gigantesco, donde los institnos primiegnios y ancestrales se destapan a lo largo de la noche. Yo siempre he pensado que el ser humano es un animal nocturno por naturaleza, readaptado al día como castigo por sus pecados.
Imaginaos por tanto la nada descabellada idea de pensar en un 'hombre-murciélago' real, sin capa, pero con dientes de rata y medio ciegos (de ahí la nocturnidad) que intuyen sus movimientos. De hecho, ser humano y murciélago somos primos. Los humanos estamos más cerca de las ratas que de las aves. Todos somos congéneres del Huichilobos o del Chupacabras. Y no es coña. Científicos diseñaron un software para que, a partir de la información genética de los seres de hoy, se pudiera configurar la del "Adán" mamífero.
Dicen que lo lograron con 98% de certeza.

viernes, 7 de enero de 2005

Patético 'GH VIP'

Un ex torero iletrado, el ex novio de Estefanía de Mónaco, Brito Arceo (un ex árbitro venido a menos), una ex miss, la nieta de Plácido Domingo, el hermano de Maradona, el cantante King África, Martín Pareja Obregón, Kiko Matamoros y su antagonista televisiva Lara Rodríguez...
Cuando puse ayer la tele para ver qué desgracias nos deparaba la segunda edición de 'Gran Hermano Vip', no podía creerlo. Todos pequeños freakies desconocidos, sin glamour, ni ímpetu de casposidad ni de dar espectáculo vergonzante, del acostumbrado por la mugre social reconvertida en carnaza de feria televisiva. Y eso que Telecinco es la cadena líder de audiencia. Lo de ayer fue totalmente funesto. La mecha de este tipo de realities se está consumiendo. El intervalo de tiempo entre un GH de payasos normales y cotidianos y el nuevo GH de payasos famosillos ha sido de una semana, saturando la pantalla con una convivencia en sus inicios de carácrter sociológico que al espectador empieza a aburrir, dado su grado de inmundicia.
Ni siquiera el siempre inspirado Jesús Vázquez, acostumbrado a ser la salvación de este tipo de programas, pudo estar a la altura. Aburrido, sin interés, paupérrimo, sofocante... Son muchos los adjetivos que se le pueden achacar al enésimo intento de conquista de liderazgo una televisión que es la reina de las audiencias y que sigue ofreciendo una programación adornada con un sedimento digno de una letrina llena de mierda.
Realmente patético.

El recuerdo de una serie irrepetible

Durante años he buscado la forma de que alguien se acordara. Alguien que compartiera conmigo la sensación de un recuerdo memorable. Me refiero a una de esas series que te marcan. Recuerdo cuando iba al colegio y tenía 9 años. Cuando llegaba el viernes no quería que llegara por ver el 'Un, dos, tres...' como todo el mundo. Durante la semana disfrutaba con series como 'Misterio en Salem’s Lot’ u otras que mi memoria casi no alcanza a recordar, pero que han quedado guardadas como un tesoro en mi corazón como aquellas míticas noches con ‘Historias para no dormir’, del genial Chicho Ibañez Serrador, persona humana a la considero como una especie de padre adoptivo debido a su maestría televisiva y cinematográfica. Los viernes eran para mí sagrados por otro motivo.
Como un niño extraño y raro que empezaba a tener curiosidad por temas de lectura ajenos a las tareas que le mandaban a uno en el cole. Empezaba a tontear con autores que, posteriormente , marcarían mi desarrollo intelectual (para bien o para mal); era la época de mis primeros Theodore Sturgeon, James Francis Dwyer, Alter Besant, Edgar Allan Poe, Forrest Bice, Norman MacLeod, Duane Decker o Juan José Plans (no puedo evitar emocionarme cuando recuerdo el regalo de un familiar que supuso la primera vez que leí ‘Babel Dos’). En fin, como iba contando, la cosa era que los viernes eran especiales. Después de comer la merienda consistente en un bocadillo de mantequilla con salchichón con un buen zumo de naranja, me sentaba en la salita yo sólo me tapaba con las faldillas al calor de un brasero que denotaba una sutil menesterosa situación familiar, esperando a que mi serie favorita empezara. Salían aquellas letras que todos recordábamos por la rememorada ‘Benny Hill’ y la musiquilla a modo de 'jingle' viendo el Tower Bridge desdoblándose por el reflejo del río Tamesis... ¡Qué recuerdos! ¿Ya recordáis? ¿No? Pues bien, la serie se llamaba ‘Chocky’.
Durante años pensé que, una de dos; o yo me había vuelto totalmente gilipollas y me había inventado esta serie o la gente no tenía memoria catódica. Años y años preguntando a todo aquel que conocía y tenía gustos y fobias afines a las mías. Por mucho que me empeñara, a ninguna persona le sonaba esta seria británica ¿Cómo era posible que nadie se acordara de la serie más cojonuda de mi infancia? ‘Chocky’ fue para mí una fuente de inspiración, una necesidad televisiva que me hacía vivir más feliz, que se convirtió en uno de mis mitos infantiles, que me ofrecía la posibilidad de ver una serie de calidad para un público juvenil. Una serie sensata y austera, con claros vislumbres de un especial ‘fantastique’, extraño, insólito. Algo que, por supuesto, no era muy habitual en la pequeña pantalla. Ciencia Ficción sin efectos especiales que acumuló horas delante de la caja tonta y de hojas de dibujo intentando imitar todo aquello que iba viendo cada tarde de los viernes. Era una liturgia, simple magia alucinarotia y alucinante.
‘Chocky' resulta ser una adaptación de un serial radiofónico de los 60 que se basaba en la obra de John Wyndham, uno de los mejores creadores de literatura fantástica que haya dado el Reino Unido. Y allí estaba yo, con mis pequeñas piernas colgando en la silla, nervioso, expectante por saber qué iba a pasar. Y sin pestañear, comenzaba a ver LA SERIE. Aparecían los créditos, con aquellas letras que se han grabado al fuego en mi memoria, con aquella sintonía de breves notas tan estimulantes y tristes...
¿Qué de qué iba? Eso es más fácil de contar. La serie se centraba en la historia de Matthew Gore (un 'niño-actor' de inquietante presencia Andrew Ellams), un muchacho superinteligente que vivía en uno de esos condados caseros de Inglaterra, en las afueras de una pequeña orbe inglesa. Un día el chavalote es escogido por un extraterrestre para conectar su universo a la tierra. El alien no era físico, sino mental y se llamaba Chocky. Había venido a nuestro mundo para obtener información sobre la vida en la tierra. El drama psicológico y el suspense se acrecentaban mientras que la historia nos ponía en el punto de vista de los padres, que atestiguaban un cambio extraño en el comportamiento de Matthew, hasta hacernos meter en la relación de extraterrestre y el niño. Por supuesto, la cosa no acababa ahí. Chocky, que al principio era repudidado por el niño, le otorgó unos extraordinarios poderes; podía leer el pensamiento de los que le rodeaban, veía el futuro y, por medio de una capacidad adquirida para el dibujo, Andrew iba resolviendo la difícil personalidad del alien por medio de impresionantes dibujos. Con la ayuda de su nuevo amigo, Matthew se convertía en una especie de pequeño genio con una destreza para los juegos inconcebible en un chaval de su edad (por supuesto, el cubo de Rubick no se le resistía).
En un esfuerzo de entender qué le estaba sucediendo a su hijo, los padres de Matthew lo llevaban a un psiquiatra. Y es entonces cuando acontecía lo mejor de la serie ¿Qué hacía el doctor? Nada más y nada menos que sugerir a los padres que el infante fuera a un centro de niños superdotados para estudiar su caso. Allí, el niño sigue desarrollando sus poderes hasta límites insospechados (incluso salva a una niña de morir ahogada porque previamente ha visto el accidente).
El chaval (convertido casi en un fenómeno mediático) quiere irse de allí, a pesar de todo porque le reconocen valores que no tiene, sino que pertenecen a Chocky, como una medalla que le conceden por su acto heroico. Recuerdo que un buen día Chocky se iba de su vida y Matthew escapaba de casa abatido por la ausencia de su mejor amigo alienígena o lo secuestraban para hacerle pruebas en un extraño hospital, no recuerdo bien. Tampoco de si esto, dentro de la trama, duraba mucho o poco, pero lo que sí es cierto es que me encantaba ese 'climax final' sin resolver, finalizando cada episodio con el recurso de secuencia en alto, lo que provocaba unas irrefrenables ansias de saber qué pasaba en el capítulo siguiente. Infancia, extraterrestres, aventuras... Todo ello mostrado en un género televisivo de corte fantástico.
Lo más fascinante de todo es que Chocky era un holograma, amigos, una visión en el espacio compuesta por un cosmos invertido que se curvaba y daba vueltas, que se disolvía sobre la imagen y se alargaba. Creo recordar que en uno de los últimos episodios el niño termina su particular dibujo del mundo del extraterrestre, sobre una pirámide invertida (que ha formado parte de mi vida en mis ratos de ocio) había miles de personas que formaban la palabra CHOCKY, entonces aparecía en forma de ‘O’ el rostro del extraterrestre. De esto no estoy muy seguro, pero de lo que sí lo estoy es que fue sensacional vivir las dos partes de la serie. La primera en 1984, la que se me ha quedado grabada en mi particular disco duro. La segunda, en 1986, con el papel protagónico compartido con una niña que vivía cerca de un molino o algo así y era una genio de las matemáticas. A poco más llegan mis recuerdos sobre la serie, sólo que lloré en el último episodio cuando Chocky ya no estaba junto a Matthew cuando su padre le regala una medalla con el nombre del alien etéreo, sabiendo que ya le ha ayudado y que no puede hacer más por él, que necesita ayudar a otros niños para entender la vida humana. Más niños que necesitan su ayuda.
Era el final de un sueño, el epílogo de una serie que marcaría para siempre a aquel Refo de 9 años que empezaba a concebir su propia cultura y que empezaba a escribir sus primeros cuentos. 'Chocky' debería haber sido de obligada visión por todos nosotros. Tendría que haberse quedado en la memoria de todos y cada uno de nosotros. Lamentablemente, por lo que sé, no ha sido así. Supongo que ahora tampoco sería lo mismo, que habrá perdido su potencial y que vista con los ojos de un adulto podría ser un auténtico bluf de sentina catódica. Lo importante de todo, es que lo que Wyndham contó o intentaba narrar con sus escritos fue una nueva visión del mundo subconsciente, una de las descripciones más potentes del inconsciente colectivo que la ciencia ficción haya acometido en toda su historia. Y eso, llevado al alcance de un niño que cayera cautivado por tales incógnitas merece la pena. Por eso, tengo la suerte de haberlo vivido, de haber sido partícipe de aquella generación que aún se pregunta porqué 'Chocky' no fue un fenómeno de masas, porqué somos tan pocos los que añoramos la historia de Matthew y Chocky.
Llegados a este punto, la pregunta es bien sencilla... ¿quién se acuerda realmente de Chocky? Os invito a participar.

jueves, 6 de enero de 2005

Las 10 de 'Fat Knowles'

Como cada año, el terror de Hollywood, ese tipo inconfundible que es el mítico freakie Harry Knowles ha dado su lista de las 10 películas de 2004 a través de su página 'Ain't it cool new'.
Aquí están sus 10 del año.

Reyes resacosos

Los Reyes Magos me han regalado este año una estupendísima resaca que ha hecho que mis malogradas neuronas se convulsionen en busca de ideas o de temas que trasladar a este Abismo que cada vez lo es más. Pero creo que no ha habido manera. Siempre me ha resultado harto difícil escribir bien después de una noche de excesos y plétoras jaraneras. Y ayer, poco a poco, paulatinamente, el par de cervezas que íbamos a tomar se multiplicaron como Gremlins en el agua. Algo inadmisible, por otra parte, pero nadie se niega a caer víctima del regocijo. Mal negocio para mis aptitudes neuronales, para mi descolocado funcionamiento mental.
Había pedido la trilogía extendida de ‘El señor de los anillos’, pero como sus majestades lo han dejado todo para último día, como los buenos estudiantes ante los grandes exámenes, me he tenido que contentar con el dinero que me han dejado en una cartera nueva y tendré que ir a MediaMark, ubicado a varios kilómetros de mi casa, esperando que repongan la saga de Peter Jackson lo más pronto posible.
En fin, algo es algo.
Espero que a vosotros os hayan traido muchas buenas cosas en forma de regalo o de promesa de intenciones.

miércoles, 5 de enero de 2005

Review LEMONY SNICKET'S A SERIES OF UNFORTUNATE EVENTS

Una fábula de niños perdidos
Excelente alternativa a ‘Harry Potter’, estamos ante una extrañeza de creación visual estilizada y su entendimiento del sentido de espectáculo cinematográfico para consumo de todos los públicos.
Es casi inevitable no citar al fenómeno de masas ‘Harry Potter’ al comenzar a hablar de una película tan extraña e insólita, oscura y fascinante, como es ‘Una serie de catastróficas desdichas’. Dos propuestas muy dispares, casi análogas sobre la ficción de aventuras infantiles asentadas en un niño mago de J.K. Rowling y en los tristes y sombríos huérfanos de Daniel Handler (o más conocido por su pseudónimo Lemony Snicket, dos variantes de un didactismo pedagógico afincado en obras literarias que han sido un fenómeno de masas antes de ser llevados a la gran pantalla. Y es que, después de tres entregas con dispar suerte de las aventuras del mago de Hogwarths, ya iba siendo hora de una disyuntiva, un necesario cambio que tuviera la calidad suficiente para arrebatarle la hegemonía al mago Potter. Alternativas para críos con imaginación que, más allá de los píxeles de las consolas y la gilipollez de la televisión actual, encuentran el placer de la lectura como esparcimiento y no como exigencia. Y eso, en los tiempos que corren, es todo un logro.
El filme de Brad Silverling ha condensado los tres primeros libros de la serie (‘Un mal principio’, ‘La habitación de los reptiles’ y ‘El Ventanal’) para narrar la funesta historia de Violet, Klaus y Sunny, los desdichados hermanos Baudelaire. La fábula, con claros indicios artísticos de un mundo de aristas ojivales y oscuridad tenebrosa, comienza con la noticia de la muerte de sus padres, pasando su cautela al malvado Conde Olaf, un excéntrico aficionado a los disfraces que buscará por todos los medios la manera de hacerse con la cuantiosa herencia que les ha quedado a los huérfanos. Silverbing, partiendo de un atenuada adaptación de Robert Gordon, presenta la acción en un ‘Off’ particular, hablando directamente al público, por medio de un narrador de cuentos (en la versión original con la voz Jude Law) que imbuye al público en una umbrosa crónica llena de infortunios, de enfrentamientos con el tenebroso Olaf con un tétrico modo de ver la vida de unos personajes que viven su colosal aventura atribulados ante sus penosas circunstancias.
Así, los dos hermanos mayores, Claus y Violet, destilan con evidente circunspección y melancolía una extraña precocidad, la ruptura de una niñez afligida, aquella que ni el bebé ha encontrado perceptible en su lenguaje intencional, cuando intenta pronunciar ininteligibles palabras. Las situaciones que se plantean no son amables ni edulcoradas, sino realmente terribles, como en los cuentos de corte psíquico de los Hermanos Grimm, las fábulas victorianas de Dickens o las historias de Roald Dahl. Por lo tanto, estamos ante una cinta de propósitos que van más allá de ofrendar un producto diferente, consecuencia del respeto por parte de los autores para con la obra de Snicket.
En su principio se habla de que si se espera un elfo feliz, ya podemos abandonar la sala, pues en vez de esto, comprobamos, de entrada, que la familia queda destruida con la muerte de los padres y el brutal viaje iniciático de los tres Baudelaire en su confrontación con la realidad. Cierto es que no son niños normales, ya que su capacidad intelectual está por encima de lo que un infante suele mostrar, pero el vestigio premeditado que reside en su finalidad fabulesca sigue siendo tan clásica como macabra. Y no es otra que el enfrentamiento a una infancia lacrada por la orfandad en un mundo de adultos, cruel y despiadado, algo que recuerda por momentos a la línea argumental de ‘La Noche del Cazador’, la obra maestra de Charles Laughton en insólita mezcla con una cosmología de magia oscura procedente del mejor Terry Gilliam.
En el terreno de lo sutil y de los dobles sentidos, ‘Una serie…’ podría percibirse como una excelente alegoría de todas aquellas películas infantiles (y de adultos) que se inclinan hacia la excesiva condescendencia respecto al espectador, gravitando su eficacia en un despego deliberado de cualquier atisbo almibarado del cine infantil actual, sustituyéndolo por un humor negro y bilioso que, a veces, no tiene ninguna gracia debido a la excesiva crueldad con que se muestran algunas acciones. Tal vez ahí resida la única barrera que impide que la película de Silverling se pueda convertir en un clásico del cuento gótico, en la excesiva frialdad y atrocidad de muchos de sus pasajes y porque quizás porque no se llega a empalizar lo suficiente con los niños como para meterse de lleno en sus desventuras con el conde Olaf.
Es en este personaje donde reside también otro sutil inconveniente debido a la interpretación de un Jim Carrey que, como es habitual en algunas de sus películas, no se adapta al personaje, sino que acaba dándole vida haciendo eso que tanto se le reprocha, es decir, caer en el histrionismo más desacertado con sus habituales aspavientos y contorsiones físicas y faciales. Un error, porque el conde Olaf acaba siendo un referente cómico, nunca terrorífico y amenazante. Lastre que no se percibe en los tres intérpretes infantiles Emily Browning (perturbador nuevo rostro), Liam Aiken y las gemelas Kara y Shelby Hoffman que, ayudados con sus exóticas facciones y pese al distanciamiento de sus personajes, recrean con éxito y ternura la triste historia de los Baudelaire.
‘Una serie de desdichas…’ es un cuento de hadas triste y oscuro, un formato narrativo ideal para explorar una realidad alternativa no necesariamente realista, como en los cuentos de Edward Gorey, donde el espíritu misceláneo está atmosféricamente más cerca del expresionismo lúgubre que de cualquier fábula colorista. Un aspecto cuidado hasta el milímetro, cuajado de opulenta imaginería, de gradación nebulosa, con un impresionante diseño de producción de Rick Heinrichs (los decorados, el vestuario, el atrezzo, esa mezcla entre ambiente victoriano) y de la esplendorosa fotografía de Emmanuel Lubezki (que da una lección abrumadora de una excelente sobriedad en el uso de las ópticas y contraluces), ambos habituales del cine de Tim Burton, con el que tanto tiene que ver un universo de Snicket donde existe un extraño tono lóbrego y onírico, donde la belleza anida en todo aquello que hace volver la mirada del alma a las formas oscuras de la realidad. Donde la muerte, empezando por los padres Baudelerie y tutores posteriores, va dando forma y sentido a la vida de unos niños abocados a sufrir, pero paradójicamente, eso es lo que les mantiene unidos ante cualquier adversidad. Los niños pueden estar esclavizados en una casa sórdida, privados de afecto y bienestar, pero aún así encuentran refugio entre sí mismos.
Resulta curioso, citando a Tim Burton, las coincidencias que tiene ‘Una serie…’ con ‘Bitelchús’, cuyo parecido entre el surreal personaje de Burton y el conde Olaf se extrema no sólo al antedicho excentricismo histriónico, sino al vestuario, la capacidad de caracterización de ambos, una boda con una menor, su humor negro, serpientes gigantes… Y es que, como sucedía en aquella, y en toda la obra del director de ‘Sleepy Hollow’, la mezcla de dosis de aventura, fantasía fabulesca y comedia negra, se mantiene gracias a un perfecto equilibrio de todas sus disposiciones narrativas y estéticas. Por eso, el manejo del ritmo narrativo de Silverling para la creación visual estilizada y su entendimiento del sentido de espectáculo cinematográfico para consumo de todos los públicos le otorgan un territorio propio y de gran brillantez.
Un cuento no moralista de personajes en busca de su destino inmersos en una niñez terrorífica, con paisajes agrios y umbrosos, desde el abismo emocional de la pérdida de los padres hasta la nostalgia de la lejanía perdida del hogar, que convoca lo mejor de la palabra escrita en una entidad cinematográfica de personalidad y factura impresionante, reflejada, ejemplarmente, en unos créditos finales que son una pequeña joya. Una cinta destinada a ávidos lectores, futuros creativos, mentas inquietas e incluso enajenados amantes de las delicias visuales. ‘Una serie de catastróficas desdichas’ es, ante todo, una pequeña gran sorpresa.
Miguel Á. Refoyo © 2004
Tentaciones de un Humbert Humbert de tercera
Un tema aparte que tengo que destacar de esta película, no sé por qué razón, ya que percibo que no es un hecho que pudiéramos considerar habitual, legítimo y mucho menos moral, son las fuertes sensaciones que despertó en mí la jovencísima Emily Browning, la mayor de los Baudelaire, Violet. Me sentí por momentos como un Humbert Humbert de tercera, mirando con ojos lascivos a Dolores Haze, la eterna Lolita, con una irremediable atracción ‘perversa’ por las nínfulas menores de edad. En este caso, embelesado con la belleza de una chavalita como es la Browning. En mi vida cotidiana jamás se me ocurriría mirar a una menor de esta sucia manera, pero es que me dejó encandilado la belleza, la profundidad de sus ojos, de su rostro exótico, esa boca de pulposos labios, de sus inquietantes y enigmáticas facciones. Qué impropia beldad en una cría de 16 años, de verdad.
Y no es la primera vez que me pasa. Sí, amigos, me recuerda a las mismas miradas ignominiosas que lancé hace años cuando Natalie Portman hizo ‘León’, que prolongaron su efecto en películas como ‘Beautiful girls’ o ‘Heat’. Ahora, afortunadamente Portman ha crecido y no hay ningún problema en proclamar mi admiración a su hermosura y candor. Aunque recuerdo un rostro mucho más mítico por lo desconocido de la nínfula: Judith Vittet, la pequeña Miente de ‘La ciudad de los niños perdidos’ de Jeunet & Caro. Lo mismo que con Scarlett Johansson en su época de ‘El hombre que susurraba a los caballos’...
Tal vez en las teorías freudianas esté esta infrecuente afinidad por la juventud, aunque reconozco que es más utópico y platónico que carnal. Tal vez forme parte de alguna de las presunciones de Dan Kiley. No sé. El caso es que es un placer observar el potencial de esta nueva nínfula que dará mucho que hablar: Emily Browning.