domingo, 26 de diciembre de 2004

Momento NERD

La red te ofrece la posibilidad de poder acceder a momentos ridículamente inolvidables, a nacimientos de estrellas y de 'ciberfreakies' que pasarán a la historia por haber conseguido su momento privativo dentro de la historia de tecnología binaria.
Bien, aquí tenemos a un chavalón entrado en kilos escenificando un tema de Dragostea Din Te consciente de su ridículo. Desacomplejado, sin prejuicios y en búsqueda de su momento de fama. Y lo ha conseguido. Es demasiado mítico como para no aparecer en el Abismo.
Impagable.
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(Without subtitles)

sábado, 25 de diciembre de 2004

Buena noche de Nochebuena

Ayer tuve en mis manos el premio que el gran Javier Alvariño obtuvo a la mejor dirección artística en el festival Sitges. Es inverosímil la percepción que sientes en una situación de este calibre. Te dan ganas de, una vez con la estatuilla facsímil de Brigitte Helm o Maria, el robot de ‘Metropolis’ en tu poder, agradecer algo a alguien. No se sabe muy bien qué, pero es totalmente demencial. Luego, la ronda de fotos estúpidas e innecesarias con el premio en todo tipo de poses. El caso es que es un orgullo poder contar con amigos que ganen premios en festivales internacionales. Y más, si se lo merecen tanto como este genio de nuestro tiempo. También leí el destacado comentario al trabajo de Javier y Daniel Izar en ‘The Birthday’ escrito por el inigualable Antonio Trashorras en el Fotogramas de este mes. Cuánta razón encierran sus líneas en su crónica del festival.
Pasé la tarde con Javi, Mikel y Ángel (un tipo encantador y, según el mayor de los Alvariño, “hardcoreta y straight edge hasta la médula espinal”) entre absurdas disquisiones sobre todo tipo de temas. Un momento determinante en la reunión fue el visionado del trailer de ‘Sin City’, la gran incógnita de 2005 creada al alimón por Robert Rodríguez y Frank Miller. Tiene toda la pinta de ser una verdadera gozada visual, donde las ‘crook stories’ desde el punto de vista del criminal o del marginado serán el modelo a seguir en su traslación a la gran pantalla. Aunque reconozco que Marv (Mickey Rourke) está excesivamente caracterizado con un aspecto casi limítrofe al ‘Hellboy’ de Del Toro, la estética del claroscuro respetada y rota por colores básicos que dan personalidad a ciertos personajes (impresiona ver a Nick Stahl caracterizado como Junior/Yellow Bastard), las impactantes dosis de violencia y un aire de filme revolucionario son alicientes suficientes para que la espera hasta marzo sea tensa y expectante. Por cierto, investigando en la red he encontrado una página dedicada a este cómic que merec la pena ser vista.
La Nochebuena es un lapso terriblemente extraño. De entrada, el mensaje del Rey Juan Carlos siempre es el mismo, cuyo peor defecto es su constante referencia a los tópicos pertinaces, los mismos propósitos y la esencia fugaz de palabras mil veces oídas. Frases para definir a España como "nación labrada durante siglos por nuestros antepasados" y adornando el discurso localista y populachero con "la tierra a la que pertenecemos y el hogar común que, progresivamente, hemos ido mejorando. Una tierra que encierra un cúmulo de riquezas históricas, artísticas, culturales y lingüísticas, así como tradiciones y valores que debemos proteger y promover". Para tararear el himno nacional abrazado a la bandera bicolor. Tampoco faltaron, como es costumbre anualmente, esos giros estudiados, hablándole a diferentes cámaras. El multiángulo nació para que el Rey pareciera más dinámico. Una curiosidad: este año, para darle otro aire de sofisticación al plano estático del inmutable monarca, han colocado una foto de los reyes con el príncipe y la Leti. Emocionante, sin duda alguna.
Durante la cena familiar tuvo lugar una de las discusiones más extrañas a las que he tenido la oportunidad de asistir en familia, cuyos encuentros empiezan a ser de lo más esperpénticos y entretenidos. En la celebración del nacimiento de Jesús (permutado en algunos villancicos de corte flamenco como Manuel), comenzó una inverosímil discusión sobre la existencia de Dios, filosofando sobre teorías teológicas de lo más apasionantes. A modo de pequeños émulos de Nietzsche, a pesar de la apología de Massino Desiato, allí, una familia convertida en posmodernista sin quererlo. Posiciones paralelas a las de Heidegger, a punto de llegar a la desvalorización misma de todos los valores, recapacitando hacia la creencia, pero brotando desde un alegato de una posible divinidad. Se puede renegar de la lógica. Se puede pensar que lo divino escapa de las capacidades cognoscitivas del cerebro humano, como defienden los agnósticos. En fin, de película buñuelesca. Lo cierto es que Occidente ha terminado imponiendo a la Navidad su espíritu laico fundacional, el que nos emancipó de las teocracias, basadas en el temor supersticioso al castigo, en lo sacral como coartada, y decretó que el derecho a la felicidad era aquí y ahora. Eso es la Navidad.
Por la noche, desprovisto de cualquier prejuicio laico y sumiso a la fiesta y a la diversión en todas sus aristas, disfruté de la primera Nochebuena fuera de casa con tequila, cerveza y champán en casa de Álex Zúñiga, donde compartimos risas a costa de Danny Show, el incombustible cantante salmatino de ‘cutrefama’ nacional (se merece un post aparte) con Álvaro "Vodka", Nacho "Natas", Koke "Fistfuck", Álex "Pelos", Jazz y Vero y Jorgito "Conciertos" y su atractiva sobrina.
La verdad es que no difirió mucho de cualquier otra noche. Y no estuvo mal.
Espero que vosotros también lo pasarais bien. Feliz Navidad, chicos y chicas.
Un última pregunta: ¿Hay algo más horroroso que el anuncio de Cruzcampo con los SFDK cantando un tremebundo ‘rap’ de Navidad?

viernes, 24 de diciembre de 2004

ESPECIAL Nochebuena: La Navidad en el cine

Navidad en el cine: guirnaldas... y pesadillas
Llena de tópicos y sorpresas, la Navidad extiende su iconografía en un género cinematográfico propio.
Para muchos, esto de la Navidad es sólo cuestión de fechas. Para otros, sin embargo, es una época de predisposición hacia los buenos sentimientos, la bondad, la fiesta y la algarabía o la tristeza, según convenga. Las luces, el árbol, Papá Noel, Los Reyes Magos, la Nochebuena, la ilusión y la familia son algunos de los términos presentes a la hora de celebrar la fiesta más tradicional y especial de todas las que, como ésta al fin y al cabo, se han convertido en un artefacto de fecundidad para las grandes superficies comerciales. En el cine, la Navidad no es muy diferente.
Hay filmes con trineos, regalos, arbolitos con guirnaldas, villancicos, buenas intenciones o enamorados dándose el lote bajo el muérdago. Títulos y personalidades que se equiparan con gran facilidad a estas fechas navideñas, perpetuando su presencia cada año en las pantallas del recuerdo. Pero como tanta bondad puede resultar un tanto empalagosa, también hay Navidades cinematográficas (y a buen seguro reales) que producen monstruos, calamidades, desastres familiares, sufrimiento y maldad camuflados en instintos y ademanes fantasmagóricos. Tanto es así, que cuando llega el momento de hacer un pequeño viaje alrededor del Belén cinematográfico, caemos en la cuenta de lo efectiva que resulta una historia centrada en estas fechas que se avecinan.
En estas fechas se celebra el nacimiento del Mesías, del hijo de Dios, por lo que no es de extrañar que algunas de las superproducciones sobre la vida de Jesús invadan la pantalla catódica en estos días, como ‘Rey de reyes’, ‘Ben-Hur’, ‘Jesucristo Superstar’, ‘La última tentación de Cristo’ o la espléndida ‘La vida de Brian’. Pero si una película inunda estas fechas, un filme es estandarte de los buenos sentimientos, representación del verdadero espíritu de la Navidad, ésa es ‘¡Qué bello es vivir!’, de Frank Capra. ¿Quién no ha visto una y otra vez la (en el fondo terrible) historia de George Bailey? Una preciosa y amable proclamación de buenos propósitos, con una hondura y emoción que, más allá de cualquier crítica sobre su posible repleción edulcorante (algo que se desmentía en el post comparativo de hace dos días), representa una de las mejores películas de todos los tiempos.
Así como la imagen de Harry Bailey brindando por su hermano "el hombre más rico del pueblo", en España lo es la revolución infantil alrededor de Pepe Isbert de toda la prole de ‘La gran familia’, de Fernando Palacios, un clásico incorruptible en la que Críspulo, el padrino, el abuelo y la pérdida de Chencho marcan nuestro propio clásico dentro del Christmas en el Séptimo Arte. También lo es, adaptado de la literatura, el mejor clásico de todos los tiempos a este respecto. La historia de Dickens 'Cuento de Navidad’ ha visto varias adecuaciones para la gran pantalla. Ejemplo de ello son ‘Una Navidad con Mickey’, de Disney, ‘Los teleñecos y el cuento de Navidad’ y la imborrable ‘Los fantasmas atacan al jefe’ con el inmenso Bill Murray interpretando al antipático Scrooged, sin olvidarnos del subjetivo y políticamente correcto ‘Juan Nadie’, otro manifiesto del ‘americanismo’ más optimista en contra del New Deal, personificado en la bondad de un Quijote moderno vital y entrañable (Gary Cooper).
Pero esta galería da para mucho más.
Si en todas estas historias el tono entrañable y la buena fe son el objetivo para lograr el enternecimiento del espectador, también existen otras que han utilizado la Pascua para desarrollar pesadillas en forma de thriller o dramas psicológicos que pueden, de una manera u otra, identificarse con la postal de Navidad en el cine más afín a la realidad. Historias como ¿Qué paso anoche?’, que impone la Navidad como excusa para la ruptura de una pareja aparentemente feliz, la incomprendida y ocluida ‘Feliz Navidad Mr. Lawrence’, de Nagisa Oshima y un clásico del cine contemporáneo que se revela en la fantástica ‘Los Gremlins’, de Joe Dante, donde el mensaje realista y demoledor queda reflejado en la secuencia en que Zag Galligan y Phoebe Cates expían sus temores y recuerdos antes de matar al líder Stripe.
O, por otra parte, servir oscuras pesadillas navideñas presentando a un psycho-killer con ganas de aguar la festividad, es el caso de ‘Noche de paz, noche de muerte’, la francesa ‘Game over’, la clásica visión del genio Siodmak en la injustamente olvidada ‘Luz en el alma’ o el clásico de John Ford ‘La taberna del irlandés’ con una atípica Navidad entre puñetazos y un insoportable calor. Y no es posible postergar una de las grandes producciones acerca de un sentido navideño propio de una ópera de terror como lo es la maravillosa ‘Pesadilla antes de Navidad’, de Henry Selick, la obra maestra, en realidad, de Tim Burton. Todo un museo navideño aterrador, que tiene su propio terreno en el basto imperio del cine.
Muchas películas existen alrededor de una figura que se ha acabado imponiendo en nuestro continente, encarnada en ese tipo gordo, bienquisto y con gafas que es Santa Claus, o Papá Noel, que para el caso es lo mismo. Un personaje que parece surgido de la campaña de ‘merchandaising’ de una empresa dedicada a ‘americanizar’ las culturas. Películas como ‘Santa Claus. El film’, de Jeannot Schwartz, ‘Milagro en la calle 34’, de Les Mayfield o Vaya Santa Claus’, de John Pasquin. El caso es que, a menos que intentemos recordar, no existe película alguna sobre la función, un tanto más fácil que la del señor Claus, de los Tres Reyes Magos, a no ser de la versión animada española o esa metafórica crítica sobre ellos que dio David O. Russell en 'Tres Reyes'. En cualquier caso las Navidades están tan aferradas a la cultura moderna y tienen tanto gancho comercial, que incluso se han aprovechado para encuadrar memorables filmes de acción filmes de la década de los 80, como ‘Arma letal’, de Richard Donner o la nunca bien ponderada ‘Jungla de Cristal’, de John McTiernan.
La Navidad es también una época familiar, sin duda alguna. Y como en toda reunión con los más allegados, sirve como pretexto perfecto para descargar las paranoias y problemas que durante todo el año han sacudido nuestras vidas. O al menos para eso son empleadas las excelentes ‘A casa por vacaciones’, de Jodie Foster, ‘Ni un pelo de tonto’, de Robert Benton o la brutalmente despiadada ‘Aflicción’, de Paul Schrader.
Pero no siempre es así, ya que incluso se puede imbuir de espíritu familiar una comedia típica de Navidad con familia ausente, como en el caso de la curiosa y encantadora ‘Solo en casa’, de Chris Columbus, con la presencia de un simpático Macaulay Culkin antes de darse a la mala vida de alcohol y drogas. Pero de entre todo este recorrido existe una película paradigma de lo que son las verdaderas Navidades, del sentido que envuelve a toda esta tradición. Fue un español, Luis García Berlanga el que dejó para la posteridad la obra menos pretendidamente entrañable y bondadosa que, muy al contrario de lo que pueda parecer, sirve como obra maestra para reverberar el mensaje navideño. ‘Plácido’ expone una de las historias más indelebles que se recuerden con la simple premisa de un pobre hombre que sufre lo indecible para pagar la letra de su carricoche y que, en el fondo, quiere lo que todos nosotros durante estas fechas, cenar en paz con su familia y poder ser feliz, aunque se sea pobre. La genial obra de Berlanga vendría a ser nuestro ‘¡Qué bello es vivir!’ particular. Nuestra película navideña por excelencia. Y si bien en la mencionada ‘La gran familia’ se desplegaba una comedia popular marcada por la búsqueda de Chencho por todo Madrid, no lo es menos la fabulosa ‘El día de la Bestia’, de Álex de la Iglesia, en la que se sustituye al rechoncho niño por la figura del Anticristo. Aún así, no deja de ser sorprendente el espíritu navideño que encierran las correrías de Cavan, el padre Berriartúa y el ‘heavy’ José Mari.
En cualquier caso, y a pesar de que los estrenos navideños disten mucho de lo que en la década pasada suponía estrenar durante Navidad, esta festividad viene marcada por un colorido especial lleno de luces y de aparente felicidad. Una época de indolente ventura y tiempo para mostrar la mejor cara que todos sabemos poner. Puede ser la hora de que cada uno de nosotros nos ganemos un trozo de Cielo actuando de forma afable y conseguir, como James Stewart, unas alas para nuestro Clarence exclusivo, el ángel de la guarda que se manifiesta en este periodo de paz, alegría y gastos opulentos que hacen felices, sobre todo, a los comercios (verdaderos entusiastas de la Navidad). Sé que me he olvidado de muchas, pero... no soy una enciclopedia.
¿No escucháis ya las campanillas? Yo tampoco.
Os dejo, además, una listilla con películas navideñas.

jueves, 23 de diciembre de 2004

Nuevas aventuras desde el Abismo: Registrar un guión

Registrar un guión es un proceso que, por lo menos aquí en Salamanca, es una aventura totalmente surreal, una experiencia por la que Dalí hubiera registrado sus grabados con más habitualidad que otra cosa. Formalizar algo en el departamento de Propiedad Intelctual puede ser, a veces, una pesadilla. Eso sí, bastante entretenida a la vez que desagradable.
Esta mañana he quedado con mi coguionista para registrar un par de tratamientos (uno sobre perdedores que apuestan todo lo que tienen y vuelven a perder, el añorado 'The legend', sobre vampiros y las primeras notas de estructura sobre nuestra obra de teatro) y un mediometraje llamado 'Melisa', la historia de una súcubo, es decir, de una mujer de hoy en día. Antes de nada, mi coguionista Chema Guevara es una especie de ‘Increíble Hulk’ metarfoseado en un escritor de pluma clásica y talento inarbodable. Bien, con semejante mamotreto de cultura y fuerza repartida en sus más de cien kilos de músculo, nos hemos dirigimos a ese antro de indeterminados trabajadores con un sueldo de por vida que es La Junta de Castilla y León, donde la calma y la placidez residen en un ambiente sosegado, lleno de quietud y descanso. No es que se trabaje bien, es que directamente no se da ni golpe. Subimos al nuevo departamento que ha pasado de llamarse Propiedad Intelectual a Acción Cultural, supongo que para darle un poco más de dinamismo a tanta vaguería. Y allí nos recibe ‘Ella’, y no precisamente Laraña, sino algo mucho peor. Una de las dos ‘superfreaks’ que te registran el original es un espectáculo digno de ver.
Muchas veces vejeta allí una anciana muy amable que no se entera de nada. Como claro ejemplo recuerdo cuando al recocer a Carlos "Manowar", el montador de mis anteriores cortos ‘Abyecto’ y ‘El código...' que me acompañó a registrar algún guión de corto o algún relato (no recuerdo bien), le preguntó por tercera vez en un año que qué tal sus padres, cuando éstos hace ya muchos años que no están entre nosotros, algo que Carlos le dejó muy claro la primera vez. Pero la tipa sigue insistiendo. Viendo que la ineptitud de la señora era reincidente, Carlos me miraba indignado. Con esta tipeja suelen ser 45 minutos en realizar una taera que una persona normal tardaría 10. Encima le va a echando un ojo al escrito dándote su opinión: “No está mal”, “¿Es de miedo?” y congratulándote por tus cualidades literarias, “Escribes muy bien ¿lo sabías”. Es desesperante. ¡¡Señora, déjeme en paz y haga su trabajo rápido que tengo prisa!!, te dan ganas de espetarle. La última vez que fui Álvaro "Vodka", aburrido de su letanía, mangó delante de sus narices dos fluorescentes, unos clips, un matasellos institucional y unas tijeras aerodinámicas y la tía ni se enteró preguntando “¿habéis visto unas tijeras?”, mientras Álvaro se descojonaba yo no sabía muy bien de qué. Cuando me enseñó su botín, comprendí.
Para los dos largos que hemos registrado nos ha correspondido en suerte no esta venerable e inepta señora, no. Cuando voy con Chema siempre nos toca toca ELLA, la más repelente y agobiante de los engendros de este mundo. Una especie de Jabba, the Hutt con verrugas y muy desagradbale. A su rugosa y desagradable faz le acompaña además un visible mostacho de pelos negros debajo de su nariz. Es, con todo esto, similar a la Mamá Fratelli de ‘Los Goonies’. Os juro que es clavada a Anne Ramsey, igual de desagradable, pero en joven. Chema la mira con cara de querer matarla porque no acierta con nada. Se equivoca, escupe al hablar, pregunta las cosas dos veces, escribe lento y nos da un recital de la incompetencia humana. Yo ya le he dicho a mi coguionista muchas veces la verdad: “¡Es funcionaria! ¿Acaso esperas eficacia?”. Intento decirle a Chema con la mirada que no pasa nada, tratando de aplacar sus ganas de coger la grapadora que está encima de la mesa y clavársela en la cabeza. Una papeleta ciertamente triste, y eso que a mí no me gusta criticar.
En cualquier caso, nuestras obras ya forman parte de los archivos de la propiedad intelectual del Ministerio de Cultura. Es legalmente nuestra. Nadie nos la puede quitar, ni plagiar o copiar parcial o íntegramente. Algo es algo. Como esta nimia y absurda historia.

Extraño viaje a la nostalgia de la Ciencia-Ficción

Hoy estaba nostálgico, como siempre, y he cogido en el videoclub una película que vi en su día y que no recordaba tan interesante y entretenida. O al menos, tan deudora de aspectos y referencias que han sublimado una época que todos echamos de menos. Me refiero a ‘Héroes fuera de órbita’ (Galaxy Quest)'. Y es que se percibe en este filme algo similar a algo parecido a estar ante una película de culto, una de las escasas muestras en un ámbito tan distinguido y trascendente como lo ha sido hasta el momento el arte de la Ciencia-Ficción. Fenómeno, ya que ‘Héroes fuera de órbita’ representa una de las pocas e insatisfactorias comedias dignas que se recuerden al abordar este género. La cinta dirigida por Dean Parisot es, por ende, una deleitada parodia inteligente, nostálgica y fagocitadora de los iconos de los que bebe a la hora de homenajear este ámbito televisivo basado en un humor constantemente hilarante, exagerado, al fin y al cabo, enérgico. No sólo por la indudable ofrenda a ‘Star Trek’ sino por las constantes referencias (tanto argumentales como formales) a series míticas de la época dorada como ‘Los invasores’, ‘Perdidos en el espacio’, ‘El túnel del tiempo’ e incluso la reconocible apariencia de los malvados enemigos de la rememorada ‘V’.
‘Héroes fuera de órbita’ mantiene constantemente momentos de lucidez humorística gracias, sobre todo, a un guión de estructura implacable, que sustenta a lo largo de su desarrollo la máxima del acatamiento a las normas básicas del género catódico. La historia narra las aventuras de unos veteranos actores de una derogada serie, ‘Galaxy Quest’, que se dedican a vivir del pasado en galas y convenciones sobre la serie, organizadas por grandes almacenes como reclamo publicitario. En uno de esos lamentables actos, los Thermians, aliens reales, imploran la ayuda de estos acabados actores para que les ayuden a acabar con Sarris, el líder de las fuerzas que pretenden conquistar el planeta Thermian. Toda la trama está repleta de situaciones llenas de humor ‘naif’, de elementos en los que la parodia se hace entrañablemente sarcástica y evocadora de una tradición imposible de imaginar en la actualidad televisiva.
Partiendo de una estética logradamente ‘kistch’, en la que se impone la reconstrucción de iconos del género catódico, muy por encima a su pronosticable cutrez, ‘Héroes fuera de órbita’ atribuye sus propias reglas de reedificación histórica, teniendo como ventaja unos visibles efectos especiales (nada ostentosos) y un primordial hacer del siempre fantástico Stan Winston. El filme de Parisot (muy cerca del espíritu del magistral Joe Dante y su filmografía) busca, en su intención más subjetiva, exhumar todo el folklore que existe alrededor de los ‘freakies’ divinizadores de la Ciencia-Ficción más casposa y elemental, de la relación que surge, y se mantiene a lo largo de toda una vida, por parte del espectador y su mitología particular (extensible a la todopoderosa ‘Star Wars’).
A todo ello hay que añadir las peculiares interpretaciones autoparódicas y desmitificadoras de sus tres protagonistas. Tanto Tim Allen, Alan Rickman, el por entonces desconocido pero curtido Sam Rockwell y, sobre todo, Sigourney Weaver se burlan de todo aquello por lo que han sido, de una forma u otra, encasillados en ciertos roles reiterativos en sus respectivas filmografías. ‘Galaxy Quest’ es, por tanto, una perspicaz visión del ‘culto’ a los mitos con un aire agradecidamente infantil. Lo que nos deja una hermosa pieza reminiscente de la tradición del cine comercial juvenil de los 80. Ahí es nada.

miércoles, 22 de diciembre de 2004

Comparativa: '¡Qué bello es vivir!', de Capra y 'Plácido', de Berlanga

La Navidad desde un punto de vista aparentemente divergente
‘¡Qué bello es vivir!’ y ‘Plácido’ son las dos películas navideñas más representativas de dos mundos tan disímiles como el americano y el español.
En unas fechas como las que vivimos estos días, es inevitable tratar el cine navideño. A lo largo de la historia del Séptimo Arte se han desarrollado cierto tipo de películas ambientadas en Navidad; unas, de predisposición hacia los buenos sentimientos, otras, de tristeza o cinismo, según convenga. Todas ellas acondicionadas a un contexto visual en el que no faltan las guirnaldas, lucecitas, el árbol, Papá Noel, la Nochebuena, la ilusión y la familia. Elementos utilizados para diversos fines argumentales en cualquiera de los géneros que ofrece la cinematografía.
Impregnados por una globalización norteamericana que impone iconos y prescribe conductas y directrices en cualquier campo, en los últimos años se ha puesto de moda acudir como representación fílmica navideña a la gran película de Frank Capra ‘¡Qué bello es vivir!’, inspirada en un cuento de Philip van Doren, cinta que los norteamericanos (y más de medio mundo) revisita anualmente para asistir a un recorrido por la vida de un buen hombre, altruista sin límites, llamado George Bailey. Si bien es cierto que Capra dio al cine las más preciosas y amables proclamaciones de buenos propósitos, con trabajos de una hondura y emoción que, más allá de cualquier crítica sobre su posible repleción edulcorante, representan cine irrepetible, también lo es la necesidad de reivindicar la película española navideña más importante de todos los tiempos, esa obra maestra del cine ‘azconaiano’ como es ‘Plácido’, admirable celuloide que, con el paso de los años, está empezando a encontrar su importancia en un zócalo genérico navideño donde las producciones americanas parecen querer decir que esto de la Navidad es cosa de yanquis.
‘¡Qué bello es vivir!’ acopia en su metraje unos valores humanos y espirituales donde la amistad, el amor, la generosidad y la solidaridad empapan un cine de corte fantástico, fabulesco y moral. La situación de Estados Unidos durante la época hace pensar que el mensaje subvertido de la historia de los Bailey era una excusa para lanzar una crítica al ‘New Deal’ de Roosevelt, ya que tras el aparente simplismo con que está contada esta tierna historia, podemos apreciar la oscuridad fantástica de un Capra que transcribe sus verdaderas intenciones bajo el más puro cuento de Dickens para hablar entre líneas de una filosofía individualista, de un hombre cuya generosidad ha convertido su vida individual en un fracaso.
Por su parte, Luis García Berlanga, apoyado en un prodigioso guión de Rafael Azcona, apuesta por una historia adherida a la realidad de una etapa donde la hipocresía es el arma caritativa que diferencia los estratos sociales del momento. Berlanga purga aquí cualquier atisbo de trasfondo amable, conciliador, que había caracterizado su cine hasta el momento para dedicarse, desde esta joya de nuestro cine, a recrear (en palabras de Román Gubert) “un sainete con cianuro”. En ‘Plácido’ no hay espacio para la bondad, ni para camuflar los buenos sentimientos en una oda a la misericordia navideña. Todo es una proclamación de la falsedad de estas fechas. La represiva sociedad clasista de la época está reflejada en un entorno cotidiano y localista, que tuvo por título ‘Siente un pobre en su mesa’. Una campaña real que sirve para abrir los ojos a un microcosmos social que obliga a los ricos a tener un acto de buena fe con los más desfavorecidos. El ejercicio de caridad, a diferencia de en ‘¡Qué bello es vivir!’ está forzado, como acto exigido de cara a la galería, un vendaval de apariencia que arrastra al pobre Plácido, un pobre hombre al que utilizan con su recién adquirido motocarro que paga no sin esfuerzo letra a letra.
En ambas películas está muy arraigada una ambivalencia capciosa. Capra defendía unas ideas y aportaba sus argumentos para demostrar sus tesis políticas y Berlanga ofreció en su mejor etapa una hábil manera de camuflarse con ficticios sainetes costumbristas en los que se podía apreciar una subversiva crítica a la sociedad del momento. Ambos realizadores confluyen en el prototipo de obras inofensivas y amables, pero en el fondo suponen sendos ejercicios de funambulista para hablar de otros problemas sociales más importantes.
En esa combinación de intereses es donde se ensamblan las personalidades de George Bailey y Plácido, dos personalidades parejas que sirven de beneficio para la comunidad que les rodea, ya que ambos representan a antihéroes anónimos e historias de progresión de sacrificio en pos de los demás. A pesar de ello, la película de Capra se antoja como una ilusión alegórica, utópica, irreal, excesivamente moralizada para un ‘happy end’ que en ‘Plácido’ consiste en irse a casa con la familia a comer lo que bien se pueda. Si Capra sofistica su pueblo, su doble juego de pasado y presente alternativo en el que el conformismo natural de la comunidad, tampoco varía mucho la vida de un George Bailey que hubiera nacido en Bedford Falls o en el siniestro Pottersville, Berlanga borda un tono coral de la narración donde no falta la ironía, la mala hostia, la presencia de la muerte y su preferencia por las clases medias.
La abismal diferencia entre ambas visiones de la Navidad está en que mientras en ‘¡Qué bello es vivir!’ utiliza la festividad como entorno de comprensión y expiación de los errores, ‘Plácido’ la delimita, con su rechazo a lo fantástico y ornamental, a una realidad fiel y rigurosa confinada a la incomunicabilidad aterradora del español medio de los 60. Un aspecto que concuerda con la segunda parte de la cinta de Capra, convertida en una aparatosa pesadilla de corte expresionista y de impacto humano. Compostura que, en manos de Berlanga no puede por menos que convertirse en una comedia negra llena de cínico sarcasmo.
Dos películas que nada tienen que ver entre sí, pero que merecen un visionado en estas fechas como comprobación de todas las aristas posibles del periodo navideño.
Miguel Á. Refoyo © 2004

Duelo y desprecio en la Cumbre del Miedo

Atentos a esta historia.
Empieza con la tortuosa vida de Lovecraft. No sé si sabéis que la infancia y juventud del jovial Howard Phillips la pasó rodeado de sus indulgentes tías y abuelos que eran, como se dice en un lenguaje tosco y directo, unos hijos de la gran puta. Cuenta la leyenda que Lovecraft no dormía durante la noche y que escribía sin parar hasta el amanecer, que es cuando el buen escritor dormía y así, se ahorraba que aguantar a las brujas y los viejos. Es entonces cuando acontece lo que iba a ser la fuente de inspiración del gran genio. Lovecraft contaba que escribía lo que soñaba. El escritor se refería a los sueños (y pesadillas) que el creador de ‘Los Mitos de Cthulhu’ experimentaba noche a noche. En ellos vivía, según palabras del propio Lovecraft "una extraña sensación de expectación y aventura, relacionada con el paisaje, con la arquitectura y con ciertos efectos de las nubes en los cielos, donde sólo había mosntruos y bestias inmunes". Pues bien, esto que todos conocíamos, fue algo que provocó el indirecto enfrentamiento a Sigmund Freud y sus teorías del psicoanálisis.
Lovecraft siempre se negó a creer las teorías y el psicoanálisis de Freud. Por su parte, éste siempre negó que los escritos H.P. fueran producto de una influencia de sus pesadillas. Freud aseguraba que se lo inventaba, que no lo soñaba, cosa que a Lovy le tocaba mucho los cojones. Como Freud no sabía otra cosa que reducir sus disquisiciones al plano sexual, tomó a HP como un degenarado por este tipo de lóbregos y angustioso sueños, mientras que H.P. dejó constancias a lo largo de su obra el desprecio que tenía al psicoanalisis de Freud. Desde sus primeros escritos, inspirados en Poe, pasando por las narraciones derivadas de Dunsany, hasta los catorce cortos relatos de 'Los Mitos Cthulhu', hace apreciar un elemento subversivo hacia esta antipatía mutua.
También hubo una disputa teórica en las conjeturas que ambos tenían sobre el miedo, Freud lo achacó a una ruptura del inconsciente, al ‘uncanny’, ligado al efecto de lo ‘unheimlich’, es decir, aquello que no es familiar, que nos resulta extraño. El resultado psicológico puede ser experimentado en mayor o menor grado, según la experiencia individual y única de la lectura fantástica. Mientras, H.P. Lovecraft, señaló que lo fantástico precisamente, radica en la experiencia del lector, en el elemento psicológico que imparte su carácter fantástico. Lovecraft sostuvo que el horror absoluto es lo desconocido absoluto, mientras Freud nos decía que el horror definitivo es aquel que nos conduce hasta lo más familiar e íntimo. Lovecraft sabía que sus analogías con lo conocido para describir lo desconocido eran el arma natural de su cerebro, algo que no compartía Freud.
Es más, la segunda antología monumental de la obra ‘lovecraftiana’ editada por ‘Arkham House’ hacía ver que sus sueños chocaban con el conocimiento de los profesores de idiomas y de economía política de la universidad Miskatonic o de los palurdos de Catskill Mountain, que eran una metáfora de la incredulidad (en el fondo envidia de Freud a la gnosis moféica de Lovecraft). Todas las tumbas ancestrales, la legendaria y encantada Rrkham envuelta en sudarios de niebla y los monstruos creados por el genio literario fueron tan acojonantes que Freud no quiso analizarlos. No porque no quisiera, sino por el hecho de que escapaban al intelecto y al análisis del mejor psiquiatra de todos los tiempos (con permiso de Jung).
Y como diría un Creepy de tercera fila como soy yo: “Amiguitos, esta ha sido la legendaria historia de hoy. Mirad debajo de la cama antes de dormir…”.

martes, 21 de diciembre de 2004

La historia del cine en pelis de 30 segundos

Hoy hemos visto en Telecinco una noticia que, además, ha recorrido la blogesfera como un inevitable post del que hay que hacerse eco. Y como yo no tengo mucha personalidad que digamos, pues también le hago un hueco en este desordenado Abismo.
La noticia hace referencia a Jennifer Shiman, una animadora que trabaja con ‘Flash’ y que se ha hecho célebre por sus creaciones sintetizadas de películas históricas de la meca del cine. Esta dibujante estadounidense propone las mejores películas de los fastos cinematográficos en 30 segundos y con conejos como protagonistas. Condensación es su clave, epítome de largas horas de cine comprimido en medio minuto. Os aseguro que muchos de ellos son tremendamente divertidos y ágiles, mucho más que su película original. Lecciones de síntesis y de cómo simplificar una historia de tres horas como hace, por ejemplo, con 'Titanic'. Maravilloso.
También podemos disfrutar en 30 segundos de ‘Alien’, ‘El Resplandor’, ‘¡Qué bello es vivir!’ (es acojonante), ‘Tiburón’, ‘La matanza de Texas’ , ‘El Exorcista’ o 'Pulp Fiction' entre otros.
Podéis verlo en su página: Angryalien.
Por cierto, que estos conejos me recuerdan bastante al protagonista de ‘Genre’, la obra maestra de la animación barata creada por ese genio que se merece aquí un post cuanto antes, el maestro y uno de mis cineastas favoritos: el prodigioso Don Hertzfeldt.

¡¡Amiguísimas!!

Amigas por delante y... ¡amigas por detrás!
El hecho tuvo lugar durante la presentación de la película 'Bandidas', película escrita y producida por el cineasta francés Luc Besson y que dirigen los noruegos Espen Sandberg y Joachim Roenning.
Penélope Cruz dijo de Salma Hayek (que había recibido alguna que otra crítica por hablar en inglés a los periodistas hispanos) "Esta mujer es una de las personas más humildes que yo conozco, es muy inteligente y con un corazón de oro, y con una humildad como he visto pocas". Y ya que estaba destacando lo positiva de la minúscula actriz azteca siguió dándole coba "es una persona con un talento enorme, que tiene 'muchas cualidades' que se ven 'a la legua". Y no contenta con eso, prosiguió como si de su novia se tratara: "Es transparente y a veces a la gente es bueno demostrarle, darle cariño y buena energía, no sólo dardos", dijo la española.
Claro, tanto elogio y halago despertó el lado lésbico de Pe y no pudo resistir los encantos de la diva mexicana y le dio, como bien señaló, cariño y buena energía.

Las miserias de Hollywood

‘Este rodaje es la guerra (Sangre, sudor y lágrimas en el plató)’, de Juan Tejero (T&B Editores) es la segunda parte de un libro que vuelve a indagar en la cara más oscura del Hollywood y que sale a la venta coincidiendo con la Navidad.
Peleas, lesiones, celos y borracheras son sólo algunos de los incidentes y accidentes que han marcado de alguna de las películas más mitológicas de la historia del cine. Pero no creáis que se cuenta nada nuevo. Como que Hitchcock era un obsesivo déspota que, por ejemplo, en ‘Rebeca’, ejerció un dominio tan absoluto sobre Joan Fontaine que la pobre actriz quedó traumatizada y tuvo que acudir a varios psicólogos ras el rodaje. O su consabida atracción hacia Tippi Hedren, a la que mandaba seguir para averiguar con quién andaba y adónde iba.
En 'De aquí a la eternidad' rodada en Honolulu, Frank Sinatra y Montgomery Clift se reunían todas las noches para competir bebiendo alcohol, adentrándose en la noche hawaiana hasta que se desplomaban con unas cogorzas descomunales. Judy Garland y su adicción a los tranquilizantes y excitantes constituyó una fuente de problemas para sus productores. Durante ‘El pirata’, de Vincent Minnelli, Judy, atiborrada de anfetaminas, hacía esporádicas apariciones a lo Massiel de media hora en el rodaje y, después de quedar en ridículo como hizo María Jiménez en el Rocío, se marchaba sin haber hecho trabajo alguno. Eso sí, con un subidón de campeonato.
Y la última, con Bette Davis y Errol Flynn como protagonistas. Flynn se llevaba tan bien con Davis que durante el rodaje de ‘Elizabeth y Essex’, en una secuencia en que tenía que abofetear a ‘la loba’ según el guión, el colega Errol le soltó tal hostia que la pobre Davis perdió el conocimiento.
Como digo, nada que no supieramos.