viernes, 8 de octubre de 2004

Apoyando al cine español... pero nada. HIPNOS, de David Carreras.

Llevado por un impulso (no sé muy bien a qué ha respondido) he decidido darle una nueva oportunidad al cine español en el que últimamente tan poco creo. Y he ido a ver 'Hipnos', la nueva producción de terror del decadente cine español.
Ya en su comienzo se percibe un diseño de producción realmente ambicioso, deslumbrante, con efectos digitales insertados en un accidente de un camión cisterna incluido y una fotografía en la que abundan unos incandescentes claroscuros que indican por dónde van a ir los derroteros de la cinta. Comenzada la trama y desarrollada la historia, el debut tras las cámaras de David Carreras, ‘Hipnos’, abarca muchas, tal vez demasiadas, similitudes con la forma de rodar de Jaume Balagueró. Un efecto que con el transcurso de la película se convierte en una especie de remedo estilístico e intencional creado por el director de ‘Los sin nombre’. Todo muy alemán y exprexionista.
Basada en la novela homónima de Javier Azpeitia y adaptada para el cine por Juanma Ruiz Córdoba y el propio director la historia empieza con una doctora, Beatriz Vargas, que llega a una clínica privada, un psiquiátrico de renombre donde conoce el caso de la niña angustiada por su pasado. Un día después, la niña aparece muerta. Un enigmático paciente sumido que dice ser policía y un enfermo mental que dibuja suicidios introduce a Beatriz en un laberinto del que resulta imposible escapar. Realidad y ficción comienzan a confundirse en la mente cada vez más inestable de un joven doctora que comenzará a poner duda su propia memoria que la llevará a un final (oh! sorpresa) imprevisible y pesadillesco. O al menos, eso es lo que quiere Carreras hacer creer al público. Pero ante esto, uno tiene la sensación haber vivido muchas veces esta misma película.
A partir de esa aparentemente interesante trama ‘Hipnos’ está creada para la farsa, para el efecto, para jugar con el espectador. Alguien curtido en el género verá en seguida por dónde pretende llevarnos el tal Carreras, porque resulta una película muy, muy tramposa, que basa todos sus pilares en un giro final, en una treta y/o artimaña con un único fin: sorprender al espectador por medio de una historia exclusivamente desplegada por ese final artero y malévolo, fullero y embaucador. Y esta estrategia, conformada en lo que Ana Campoy llamaría ‘Guión con estructura Omega’, no funciona en absoluto por su descarada intención de artificio.
Es eficaz, eso sí. Y los elementos del ‘thriller’ y de terror están bien utilizados, por lo que hay que reconocer que, aunque llega a ser extenuante, la asepsia blanca e higiénica que rodea muchos de sus planos (aquellos que corresponden al tratamiento de Beatriz), la fotografía y la planificación, todo ello, funciona a la perfección para crear esa confusión mental y curiosidad en el espectador. La historia conllevará al publico a caer en la trampa, porque está todo correctamente hilado. Aunque trascurrida la primera hora, el interés se vaya diluyendo en la espera de su final explicativo.
Empero, hay cosas de la puesta en escena que chirrían, como una cortina roja que es para matar al director artístico –a menos que haya querido homenajear subversivamente a David Lynch- y algunos acabados formales y decorativos que no empañan el gran trabajo de atmósfera y luz creada para la ocasión por Xavi Gimenez. Si a todo esto, añadimos algunos símbolos argumentales bastante tópicos y flojos, laxos de sentido y cierta tendencia al susto fácil e impactante, nos encontramos antes una película bienintencionada pero irregular. Tanto, que hay que reprocharle a su director los descarados plagios al modernismo visual que ha robado sin pudor al cine de Aronofsky, Fincher y demás congéneres, lo que hace que el resultado carezca totalmente de personalidad.
Lo mejor: Cristina Brondo. Está espectacular. No sólo porque lo hace muy bien y es lo que más vale del filme, sino porque su rostro cercano y bello y esos ojos negros de una intensidad arrebatadora llenan la pantalla. Sus sugerentes desnudos, sus cambios de imagen constante y el gran trabajo interpretativo que realiza la convierten en una de las escasas realidades más que prometedoras (ya lo fue en películas como ‘Aunque tú no lo sepas’, ‘Una casa de locos’ y 'Lola vende cá') dentro del ámbito actoral dentro cine español. También destaca en este apartado Natalia Sanchez, Demian Bichir, Feodor Atkine y Carlos Lasarte, acertado reparto de secundarios.
Un cine español que buscando caminos que no encuentra, palpando a ciegas en una industria que sólo busca comercialidad y que cuando no lo hace, reformula en otras recetas tan trilladas que no terminan por cuajar. Lamentablemente, con productos como ‘Hipnos’ no se va a ninguna parte, como mucho a la imitación estilizada. Y eso, no es nada loable.
Miguel Á. Refoyo © 2004

jueves, 7 de octubre de 2004

El límite entre el arte y el mal gusto

Con el deterioro temporal de mi ordenador (que todo sea dicho parece que funciona a las mil maravillas), casi se me olvida comentar una de las noticias más curiosas acaecidas en el mundo del arte.
Y es que en la I Bienal de Sevilla se ha armado la gorda (y no es que haya ido Sara Montiel ni nada parecido) sino por la impactante imagen de tres chavalines ahorcados en lo alto de un árbol. Lo cierto es que se trata en realidad de muñecos que representan el montaje escultórico de la última obra de Maurizio Cattelan.
Según Cattelan, su obra tiene como objetivo "contar la tensión que existe en la realidad. Una especie de reflexión sobre la violencia que podemos encontrar en cualquier lado y una señal para respetar la infancia".
Al igual que el pasado abril, en la Plaza 24 de Mayo de Milán, Cattelan expuso esta misma obra e hizo que varios hombres y mujeres de edad avanzada se sientieran tanincómodos que algunos sufrieron ataques de pánico (o igual no, esto me lo invento para darle amarillismo a la noticia) en Sevilla no ha sentado nada bien.
No es la primera vez que este rocambolesco artista irrita al mundo. Todos recuerdan como en la Bienal del Arte de Venecia en 2001 causó el estupor general con una una obra todavía más jocosa y, para mí, mucho más descojonante que los críos colgados: la del Papa Juan Pablo II derribado (como el Black Hawk) por un enorme meteorito. Una obra llamada 'La novena hora'. Lo cojonudo de todo es que a alguien le gustó, pues fue vendida por un millón de dólares.
El artista se pregunta en esa obra "cómo puede ser la sociedad tan hipócrita que se sorprende por un muñeco colgado de un palo" cuando "nos encontramos a diario imágenes fantasmagóricas" de niños que mueren o que son víctimas de guerras o de otras situaciones.
Las palabras de Cattelan ante su posición de arte que fulmica todos los cánones éticos dejan muy claro que la intención del hombrito es transgredir. Y encima piensa lo siguiente:
P: ¿Cuál es para usted el objetivo del arte?
R: La palabra “objetivo” me hace pensar en disparar. Los blancos no me interesan. Prefiero los errores.
P: ¿En qué pensaba cuando clavó las manos de aquel chico (otra escandalosa obra suya, "Charlie no surfea", de 1997) a su pupitre escolar?
R: Me preguntaba qué dolería más: un lápiz ensartado en una mano o repetir primer grado.
Para los que se lo pregunten. Sí, los bomberos bajaron los muñecos de esta sofisticada y extraña obra de arte. Pero para vuestra sorpresa, cuenta con el apoyo consistorial para exhibir parte de esta polémica escultura por lo que han dejado a un chaval colgado en un poste.

Review 'The Village (El bosque)'

Los monstruos innombrables
Shyamalan ofrece con ‘El bosque’ un cuento moral, una de sus mejores películas con una historia de múltiples lecturas que analiza el miedo a lo desconocido y al progreso.
El cine de M. Night Shyamalan se construye sobre unas sólidas bases que tienen su sentido en una estética visual y perceptiva transformada en sentimiento elevado a un nivel de frialdad y distanciamiento capaz de articular con sus imágenes un universo de contundencia autoral, de sugestiva puesta en escena con fundamento, con un constante componente ideológico y/o teológico que, esgrimido con géneros como el ‘fantastique’ y el cine de terror, le han descubierto como uno de los cineastas más sugerentes y visionarios del último cine de Hollywood.
Sus historias humanistas, tormentosas y a veces enfermizas, desprenden de su finalidad global un discurso reconocible que apunta al análisis de la sociedad moderna, dibujando para ello temores donde el liberalismo político, el racionalismo, la moralidad y la autocensura reflejan el pánico a lo desconocido, recurriendo en todo momento a la sugerencia visual y argumental para enjuiciar subversivamente el relativismo moderno, la falta de cánones morales, el creciente progreso y la falta de creencia en lo trascendente, más allá del ámbito terrenal. Esa máxima, unida a la ambigüedad, el enigmatismo naturalista y al prodigioso manejo de los mecanismos del suspense con que Shyamalan envuelve sus filmes, son el precedente de ‘El bosque’, un teorema más ideológico que argumental que recoge mucho de lo mejor de ‘Los primeros amigos’, ‘El sexto sentido’ o ‘El protegido’ y poco de lo peor de la laxa teología de su obra más superflua hasta el momento, ‘Señales’.
En ése sentido, el cineasta de origen hindú parece haber adoptado la directriz de la alegoría narrativa para ir más allá en su discurso argumental. Así, en sus tres últimas películas ha dejado claro que los humanos son los muertos, que el superhéroes son creaciones de los más pérfidos villanos sin entrañas y que todo Apocalipsis respalda un renacimiento interior. Metáforas inigualables, diáfanas, esquemáticas y universales para transcribir un mundo desamparado que el espectador puede interpretar mediante la poética fílmica y deliberada del director.
La acción de ‘El bosque’ se sitúa en un pequeño pueblo llamado Convington (Pennsylvania), aparentemente a finales del S.XIX, situado en medio de un paraje natural de increíble belleza. Un idílico entorno que contrasta poderosamente con la actitud de los lugareños, que viven atemorizados por ‘criaturas de las que no se habla’, entes demoníacos con los que mantienen un pacto de respeto, pero que limitan la vida de sus vecinos impidiéndoles salir de la alienada villa. Cuando un joven aldeano, Lucius Hunt, propone atravesar esos límites para conseguir medicinas que alivien su precaria situación médica, se producirá un cambió en la existencia de todos los habitantes del pueblo.
Bajo esta, a priori intrascendente propuesta que, según su director, se basa en los principios temáticos de ‘Cumbres borrascosas’, la novela de Emily Brontë y en el clásico ‘King Kong’, dirigido por Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper, por la ambientación de época y la atmósfera opresiva, y la amenaza impuesta que viven los nativos de la Isla de la Calavera, respectivamente, ‘El bosque’ va más allá de cualquier especulación baladí de aquellos que han intentado empequeñecer el portentoso trabajo de guión y dirección de Shyamalan. Sobre el argumento, también planean turbiamente los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas de Nueva York, aunque no sea ese el camino a seguir para analizar un filme repleto de virtudes.
‘El bosque’ fundamenta su existencia en una aldea que aboga al cada vez más extinguido valor de comunidad, que vive en perfecta armonía, sólo quebrantada por un miedo a unos seres que habitan mas allá de sus fronteras y que parecen establecer el bien y el mal. Para H.P. Lovecraft el miedo funcionaba en varios niveles, pero el primordial estaba basado en el respeto hacia lo desconocido. El temor a lo oculto, a lo amenazante. Y eso es, en principio, la clave para seguir la historia, a los personajes circunscritos a un ambiente de paz y concordia. Pero si algo se asume con este dictamen, es que el miedo, del mismo modo, atenaza e inmoviliza, algo que se incrementa a lo largo de ‘El bosque’. Y es en su premeditada acrimonia, donde Shyamalan sitúa una enfermiza parábola que se puede leer de diversas formas, en una multilectura que acaba, irremediablemente, en un concienzudo examen aislacionista y antiprogreso simbolizado en un pueblo busca infructuosamente aislarse de la traición, la violencia, los intereses económicos y la dependencia de lo material de una sociedad que cada vez es más amenazante.
Algunos críticos americanos han querido ver en ‘El bosque’ una crítica a la política de manipulación basada en el miedo y en la estafa que ha ejercido el gobierno de George W. Bush o simplemente como un panfleto pro-demócrata de cara a las próximas elecciones. Justificar la mentira como vehículo para la consecución de un bien común, aún cuando exista la posibilidad de que ese bien sea una patraña, un fantasma de una mente trastornada podría apuntar a esa obsesión de un Ozymandias presidencial por unir a una comunidad infundando el miedo a costa de una amenaza que no es. Bien podría serlo. Pero no es así. Y no es así porque la intención del cineasta es conformar una historia sustentada en tres factores primordiales para entender este gran filme; uno, lo que temáticamente vienen dando sus películas, que giran alrededor de decisiones éticas radicales y trascendentales.
Otra que apunta a que sólo el amor es el motor que mueve el mundo, que no conoce de mentiras ni de miedos y que es capaz de enfrentarse a ellos con bravura para descubrir la verdad. Y, por último, la universalización de su mensaje hacia algo mucho más simple: el miedo de la sociedad ante los misterios que encierra el progreso y sus consecuencias en el mundo. Shyamalan acepta con su consiguiente estilización simbólica que su último y apasionante filme se preste a múltiples y variadas interpretaciones. Por ello, su última película es oportuna y comprometida, fiel al estilo de un realizador más preocupado por hacer partícipe al espectador de los sentimientos de sus personajes que de hacer verosímiles las historias fantásticas que protagonizan. De ahí que el terror se sitúe en la carga emocional en los protagonistas, mientras que en el suspense, que tan bien maneja el director de ‘Señales’, se concentra en las situaciones.
Tal vez algo que se le achaque a ‘El bosque’ sea la falta de concreción y de explicaciones enfáticas en pantalla sobre las respuestas que se supone que tendría que dar Shyamalan una vez puntualizado ese ‘giro’ (in)esperado por todos, al que recurre como síntesis de la sugerencia y aquí nunca es utilizado como ‘efecto sorpresa’. Si bien es cierto que quedan algunas incógnitas sin aclarar dentro del pánico creado en la pequeña aldea, Shyamalan es consciente de que su público es lo suficientemente inteligente para dejarse llevar por su imaginación y extraer de la poesía y las sensaciones una historia inclasificable que injustamente promete miedo y que termina brindando una película ponderable en todos los sentidos.
‘El bosque’ es una película con tono denso, doliente, de contradicciones paradójicas, que manifiesta todo este juego de tensiones contrapuestas en su personaje principal, una ciega que sea la que pueda atravesar el bosque maldito, la que no tenga miedo a la hora de enfrentarse a las supuestas criaturas y la única que, por amor, sea capaz de traspasar los límites fronterizos. Todo llevado por el romanticismo, por el amor como único sentimiento ante un contexto frío y distante. También que el mal esté representado en un esquizoide tarado (presentado como el falso ‘tonto del pueblo’) que, inteligentemente, ha descubierto el gran secreto y lo utiliza con poder e intimidación sobre sus conciudadanos, provocando el caos, destruyendo la lógica de miedo impuesta por el Consejo. Un Consejo formado por hombres y mujeres que no han nacido en la aldea y vienen de fuera, donde los personajes de Hurt y Weaver, son incapaces de manifestar sus sentimientos y poseen una caja negra que oculta el gran secreto que todos esconden.
También lo es la contradicción de la razón de una fábula intimatoria como fruto del amor y la necesidad de aislar a los lugareños del Mal de la sociedad, fusionados en un microcosmos creado y financiado para y por una libertad que, en realidad, es una alienación eogísta. Unos miembros regidores que son capaces de dejar morir a los suyos con tal de no enfrentarse a los fantasmas sociales que les recluyeron para siempre. No se trata, por tanto, de hacer pasar miedo al espectador, sino de de reflexionar sobre cómo funciona el miedo y cómo éste afecta a nuestras vidas.
Una cinta oscura y pesimista, nada autocomplaciente, que empieza con el entierro de un niño muerto por causas que, una vez sabidas, se deducen de las horribles consecuencias provinentes del experimento al que ha sido sometida la aldea. La cinta también acaba de una forma pesimista e imprevisible, pero a la vez tan realista que uno no puede más que aceptar los acontecimientos. Es ahí donde la atmósfera tiene un protagonismo especial, donde Roger Deakins, habitual de los hermanos Coen extrae un naturalismo en la línea de John Alcott, donde abundan los cielos nublados, que provocan que el filme tenga ese éter desapacible, un aspecto frío y distante. Como importante es el recurso cromático simbolizado en la prohibición del rojo –el color de la vida y la sangre- o el amarillo -como defensa de los miedos-. Colores todos ellos que la protagonista ciega, evidentemente, no puede ver, pero sí percibir, desoyendo las órdenes cuando su corazón lo dicta.
Sobresalientes son también las interpretaciones de los protagonistas Bryce Dallas Howard (con un lanzamiento al estrellato más que sorprendente –está increíble-), la sutilidad de Joaquin Phoenix en el papel de timorato retraído, así como los siempre extraordinarios William Hurt, Sigourney Weaver y Brendan Gleeson. Sin embargo, en este apartado, no encaja la sobreactuación maniquea e inesperada de un Adrien Brody que juega tanto con los aspavientos y la mueca que termina por resultar sofocante.
Dando un paso más en su estilizada evolución fílmica y cinematográfica, Shyamalan ofrece un ejercicio de relectura estilística, siguiendo los esquemas propios del terror con ese giro sorpresivo (que aquí no es tal) que tanto proliferaban en la obra de Rod Serling y Ray Bradbury (al que se acude por la similitud de su relato ‘Bosque Mitago’ con esta película), constituyendo una experiencia cinematográfica absorbente. La dirección de Shyamalan, su puesta en escena emocional recubierta de sencillez y su minimalismo visual atienden de nuevo a sus restricciones en las que no existe la necesidad de mostrar, sino de sugerir con un particular y sutil pulso narrativo, ejemplificado en el ‘ralentí’ que se produce cuando el público tiene la oportunidad de ver por primera vez a una de las criaturas.
Apoyado en una prodigiosa partitura de James Newton Howard (la mejor en años) ‘El Bosque’ es insinuante antes que terrorífica, claustrofóbica y alegórica antes que misteriosa y, sobre todo es una obra llena de poesía y emotividad que deja la sensiblería a un lado para tratar con pasión una historia de amor y tragedia. Una poderosa y angustiosa película que, tras la fallida ‘Señales’, encauza la brillante trayectoria de uno de los nuevos genios del cine norteamericano.
Miguel Á. Refoyo © 2004

Dan ganas de no seguir

Muchas veces lo he pensado. Pero nunca lo digo debido a que suena a una actitud derrotista y de víctima. Hoy es diferente y lanzo la pregunta que tanto me martiriza: ¿De qué me vale escribir? A veces creo que de y para nada.
Considero que intentar evolucionar, mejorar y adquirir un estilo es tan difícil y sufrido que, en casi todas las ocasiones, no es justificable tanto esfuerzo. Y no lo es porque para la mayoría de la gente no es más que algo inapreciable. No se valora un trabajo bien hecho. Les da igual. He tenido que oír cosas como que al no recibir remuneración económica por mi entregado esfuerzo a la escritura 'me estoy tocando los cojones en casa'. Es más, se atreven, osadamente, a sugerirme que deje la holgazanería para trabajar de una vez. Se me levanta la sangre y, de paso, la mala hostia.
Me gustaría ver a todo el que ‘amigablemente’ me da consejos sobre mi vida 6 ó 7 horas delante de la pantalla, tecleando y haciendo un buen trabajo literario. Nadie valora lo que mi cerebro y capacidad crea. Nadie sabe reconocer que llega a ser agotador, que consume energías y que requiere un esfuerzo que no se puede medir de ningún modo. Escribir es uno de los trabajos menos reconocidos (y sumisos) que existe. Y no descubro nada. Si estás en el anonimato trabajando y dejándote la piel en cada palabra, tu vida en cada párrafo y tu esfuerzo en cada diálogo con sus puntos y comas de por medio, da lo mismo que seas bueno, malo, mediocre o trabajes prostituyendo tu talento por escribir para los demás. Rellenar es lo que interesa. Y la rapidez.
Si escribes rápido para alguien mejor que mejor. Total, no van a apreciar su calidad. O si mandas al periódico un texto en el que has invertido seis horas de tu vida y en la redacción tienen a bien cortarlo, lo cortan, sin dar explicación alguna, mutilando tus creaciones para sus intereses efímeros de que cuanto antes esté y menos problemas dé, mejor.
Me dan ganas de cagarme en el periodismo. Bueno, qué coño, que me cago en él.

miércoles, 6 de octubre de 2004

Hoy he empezado una apasionante aventura

Esta mañana he ido a Tribuna de Salamanca (su página web os dará una idea de qué calidad estamos hablando), el periódico en el que se supone que colaboro y/o trabajo como redactor y crítico de cine.
Tras coger tres miserables cheques de Caja Duero que suman entre los tres menos de 200 euros (correspondientes al pago de tres meses de trabajo) y saludar con aire risueño y siempre muy simpático a las dos personas que conozco y que han seguido trabajando allí después de los años, he ido a la Biblioteca Torrente Ballester, un mundo literario y cultural al alcance de mis manos que hacía que no pisaba varios meses. El olor a cultura ha despertado de nuevo mi interés por embarcarme en una nueva aventura literaria, una de esas gestas que recordar como algo mítico dentro de este año que empieza a terminar peor de lo que empezó (rara frase al más puro estilo galimatías circunloquial).
En fin, una vez allí, he ido directo al ordenador, esperando que el libro que me quiero comprar desde hace tiempo estuviera disponible en alguna estantería perdida, esperándome, queriendo que acariciara su portada, que abriera su mundo y me introdujera en sus páginas compartiendo espacio y tiempo con sus protagosnistas.
Mi objeto de deseo es 'Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay', ganador del Pulitzer escrito por Michael Chabon (que ha estado en el guión de 'Spiderman 2'). Y allí estaba, entre muchas nomenclaturas de 'CH'. Cuando lo he cogido he oido una voz que me ha dicho "por fin, Refo, por fin". Un cosquilleo especial me ha recorrido el cuello.
La historia se centra en Joe Kavalier, un joven artista judío entrenado en las artes del escapismo del maestro Houdini, que acaba de conseguir su mayor proeza: ha huido de la Praga ocupada por los nazis. Su objetivo es triunfar en América, ganar dinero rápidamente, y así poder liberar a su familia de las garras del imperio nazi. Joe se traslada hasta el barrio de Brooklyn, Nueva York, donde vive su primo Sammy Clay. Desde el primer momento, los dos chicos entablan amistad y se lanzan al mercado incipiente del cómic, creando un superhéroe judío que viajará hasta Europa para luchar contra Hitler. En la alucinante recreación del Nueva York de los años cuarenta que ilumina la historia caben el amor, los celos, la bohemia, las reflexiones sobre la creación y toda una serie de elementos que recuerdan el glamouroso mundo de Michael Chabon, un mundo que nunca deja de ser tierno y divertido. De Chabon he leido 'Los misterios de Pittsburg', pero no 'Un mundo modelo', que me quedé con bastantes ganas. Eso sí, he visto (como muchos de vosotros, esa gran película que es 'Jóvenes prodigiosos'). De todos modos, siempre resulta estimulante el lenguaje y la inventiva de Chabon. Me han dicho que disfrutaré tanto como con 'Submundo', de Don DeLillo, por lo que he empezado a leer con muchas ganas.
Con todo esto ¿quién no cae rendido ante las solemnes y acojonantes 600 páginas que tiene el enorme libro?

No es lo mismo

Que te toquen el ordenador es como te toquen un poco los cojones, como que un individuo encapuchado vestido de negro se meta en tu habitación y en tu cama y le empiece a magrear lascivamente el cuerpo a tu mujer, como que un infecto ladrón que huele a aceite y a bocadillo caduco de atún conduzca tu coche, como que un amigo gorrón se acerque a tu casa con la excusa de que llueve y se quede tres años viviendo a tu costa.
Todo esto viene a cuento porque me han arreglado el ordenador, sí. Pero a qué precio. Ahora puedo escribir, y no sé si sentirme bien con ello o no. Porque no veo las cosas como antes. No es que me haya vuelto pesimista ni me haya alienado en contra de nadie ni de nada. No tengo ningún sentimiento de ningún tipo hacia la vida. Pero no veo igual las cosas, sobre todo circunscritas a mi ordenador. Y más cuando hablo de este programa llamado Word tan necesario para los inútiles que perdemos el tiempo escribiendo y desarrollando la capacidad retórica para nada.
No lo veo igual, lo veo a menos resolución, como en un 486 chungo y barato de segunda mano. Como si me hubiera tomado seis cervezas y escribiera con ‘el puntillo’. Y no encuentro el problema porque parece que todo está como antes. Por mucho que intento encontrar el problema, no lo encuentro. Al menos, eso es lo que me dice el puto ordenador y el nunca bien ponderado XP.
El pardal gañán de prácticas que estuvo hurgando en mi pequeño cerebro mecánico estuvo ‘toqueteando’ la BIOS y demás hasta que logró acceder a mi disco duro. Dijo que todo iba bien, que estaba arreglado Y como yo estaba tan acojonado porque veía peligrar años de mi vida perdidos en un disco duro dañado, me puse tan contento. Pero ahora lo no lo estoy, aunque pueda estar escribiendo estas líneas. También me dejó sin programas en el inicio, alegando que me daría mayor velocidad, como si yo quisiera ganar un premio en la fórmula Nascar e hizo esas cosas que se supone que hace todo buen técnico informático cuando trabaja y te mira con sonrisa cínica y te dice entre sonrisillas “pues esto está jodido…”, para al microsegundo decirte “que noooo, que es broma”.
Me estoy dejando los ojos en un monitor que se ha vuelto ajeno, enemigo de mi placidez cuando escribía. Esto no es una obsesión mía, porque os aseguro que me mareo yme entran nauseas ¿habrán puesto un filtro estroboscópico para destruirme? No lo sé. Sólo sé que no es lo mismo.
Seguiré intentando que todo vuelva a su cauce. Pero, como dicen los inocentes de corazón y los débiles de espíritu: hoy estoy JODIDO.
PD: Si alguien propone alguna solución fiable, que me lo diga. O tendré que llamar al típico gordo de barbas rojizas que va en silla de ruedas y viste camisa de cuadros rojos mientras come patatas fritas y ‘Doritos’ y bebe Pepsi que tanto abunda en las películas yanquis.

lunes, 4 de octubre de 2004

Marion Crane ha muerto: 44 años después

Por 'Mujercitas'.
Por 'El Danubio rojo'.
Por 'La dinastia de los Forsyte'.
Por 'El gran Houdini'.
Por 'La coraza negra'.
Por 'Los Vikingos'.
Por 'Words and music'.
Por 'Fearless Fagan'.
Por 'Mi hermana Elena'.
Por 'Vacaciones sin novia'.
Por 'Colorado Jim'.
Por 'Un beso para Birdie'.
Por 'Sed de mal'.
Por 'Psicosis'.
Por 'Esclavos del pecado'.
Por 'El detective'.
Por 'Harper, investigador privado'.
Por 'La Niebla'.
Y, sobre todo, por la colosal hija que nos has dejado...
Gracias Janet Leigh.

domingo, 3 de octubre de 2004

Problemas

Aquí Refo, desde un Lifebook B110 de Fujitsu, extraño entorno que me ha sacado de la cotidianidad y que me sume en una preocupación extrema.
No hay nada tan inquietante y frustrante como se te estropee el ordenador.
De repente, tengo un nudo en la garganta porque mi CPU (creo que su disco duro, en concreto) ha tenido un pequeño accidente mecánico y no responde. Está en coma, imbuido por una quietud que me provoca espasmos de terror, que me deja en un estado de acojone total, indefenso a mi destino que ahora está en un disco que no sé si volverá a leer mi vida.
Sí, amigos. Toda mi vida, mi creación y mi obra está en este momento en manos de la providencia oscura de un disco duro en coma. Y no, no hago copias de seguridad. No aprendo lecciones vitales. Soy así de ridículo.
Mañana sabré el alcance de la lesión computerizada de mi ordenador. Espero no tener que asistir a una de esas empresas que te cobran un ojo de la cara por recuperar los datos de un disco dañado. Espero no perder 10 años de mi vida en forma de bytes, así que rezaré.
Tengo miedo.

sábado, 2 de octubre de 2004

Hazañas sicalípticas de ayer y hoy

Gang Bang: El récord sexual
PARA MAYORES DE 18 AÑOS: Este post tiene, como salta a la vista lo buena que está Jasmine, alto voltaje sexual (gráfico y lingüistico). Los frágiles de espíritu, muy católicos, retrasados intelectuales, integrantes del OPUS DEI y demás gremios con alergia al sexo, que NO SIGAN LEYENDO. Queda advertido.
No quisiera que pasara más tiempo sin narrar una historia que ha pasado con letras de oro a las arcas de mi tan amado cine X, género vilipendiado, visto a una mano y que ha dado obras de culto, maravillas físicas imposibles de volver a ver y estrellas a la altura de cualquier astro o estrella del firmamento hollywoodiense ¡Qué grandes momentos privados me ha dado el cine más sicalíptico! Me reivindico como un gran seguidor, consumista y amante del porno. Y además, aprovecho que esta semana se ha celebrado el XII Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona (FICEB) para tratar, por primera vez 'Un mundo desde el abismo', el tema.
Fue hace varios de años, cuando John T. Bone, uno de los directores/actores más ‘dotados’ del cine porno logró la gesta definitiva en el vídeo sexual más irreverente y atrevido de la historia. El libro Guiness recogió la hazaña, miles de portadas acapararon el acontecimiento e incluso (el por entonces de moda) Pepe Navarro nos trajo a la protagonista de nuestra narración cotidiana y amena a través de la pequeña pantalla (en el más que añorado 'Esta noche cruzamos el Mississippi') a todos los rincones de España. Era (y sigue siendo) una diosa, sorprendente y descomunal portento que dejó a todos con la baba en las comisuras de los labios y alguna parte del cuerpo más dura que un domo de hormigón.
Muchos sabrán a que me refiero, la hermosa y escultural Jasmine St. Claire, que preparó su sugerente cuerpazo moreno para acoger dentro de él al mayor ‘Gang Bang’ (modalidad sexual consistente en aplacar las ansias del mayor número de hombres posibles en el menor tiempo posible) de la historia del porno. Algo imposible de olvidar. Tumbada en un colchón azul en el interior de una nave a las afueras de Los Ángeles, Jasmine fue batiendo récords, montándoselo con hombre tras hombre, con dos a la vez, con tres y hasta cuatro y cinco, hasta llegar a la friolera de 300.
Tres centenares de machos yanquis llenos de pelos y sin afietar, con barrigas prominentes, fibrosos atletas, 'rednecks' zoofílicos, padres averonzados y hasta chavalines de 16 años haciéndose hombres para perder su virginidad. Todos sedientos de carne de ‘starlette’ hicieron cola (amenizados, eso sí, con señoritas que ‘preparaban’ a estos competidores antes de embestir a Jasmine) para contribuir a una de las marcas que por entonces parecían insuperables en el libro de los Récords. Además, como 'showman' de lujo, Ron Jeremy, el rey del antierotismo, el peludo de bigote más famoso de la historia del porno, narrando el épico récord y haciendo entrevistas reporteriles al más puro estilo CQC.
Todo viene a cuento porque el otro día tuve el ‘placer’ de revisar tan codiciado DVD titulado ‘La mayor orgía del mundo’ y quedé sorprendido de la evolución de un número imposible, de la constancia aguerrida de Jasmine, que casi no abarcaba dándolo todo con manos y demás cavidades, mostrando una resistencia inhumana que pocas veces se podrá tener la oportunidad de ver. Luego llegaron más ‘felatrices’ que lograron superar la marca ostentada por Jasmine. Pero ninguna era tan bella. Ninguna tenía su carisma.
Hasta el momento, sigue siendo una demostración de afán y superación femenina que constatan la grandeza de una mujer que ha pasado a la historia: Jasmine St. Claire, todo un espectáculo.
Y ya que estoy con el tema sexuarrrl y guarreridas varias, aunque en otra dimensión totalemente diferente, mucho más ética y moral, quiero destcar ese programa llamado ‘Dos rombos’ que dirige y presenta la siempre comunicativa (qué gran mujer) Lorena Berdún programa dedicado al sexo, de carácter divulgativo pero con el entretenimiento propio de un espacio nocturno de televisión. La Berdún, que es una de las mejores presentadoras que hay en la televisión actual, presenta un programa ameno, sencillo y muy divertido que trata temas como el siempre mitificado tamaño del miembro viril (yo siempre le he tenido mucho respeto a mi descomunal 'muñeco calvo' como para medirlo) y de los mitos, confusiones que hay en torno a este asunto tan normalizado como es el sexo (el ‘seso’ que dicen los mayores) y juguetes que hay en el mercado para el disfrute femenino y masculino.
También van famosillos como Imanol Arias, Victoria Abril y Maribel Verdú (pronto sacarán a Jorge Sanz, como si lo viera) para que cuenten experiencias y hablen de sexo con la Berdún ¿Os imagináis a José María Aznar o a Zapatero contando cuándo se peló su primera ‘gallarda’, cuándo se desvirgó o qué postura le gusta cuando se lo hace con su esposa –en el primer caso un atentado contra la imaginación-?
Lorena Berdún, además, aseguró durante la presentación de su nuevo programa hace unas semanas que en España en hábitos sexuales se está avanzando y que la edad de iniciación en el sexo se ha adelantado. “Los chicos (se incian en el sexo) a los 16 años y las chicas a los 17 ó 18 años”. Yo creo que la frase de mi conservador abuelo "estos chavales de ahora aprenden antes a follar que a hablar" viene a cuento de todo esto.
Os dejo, ya puestos (y bien puestos), en enlace a MIKIWAY Channel, una curiosa, muy documentada y mítica página sobre el temilla este cachondón y pornográfico. Un tema que siempre formará parte de mi vida debido a mi oscuro pasado en la indutria del ocio a una mano escribiendo en una página de estas características.
Ay, el sexo... que estoy hoy de un cochino...

Qué aburrido es no salir un viernes

Esta noche creo que es el primer viernes de un fin de semana que no salgo a disfrutar de unas buenas cervezas. Es algo que puede parecer normal. Pero no. Me he venido abajo. No sé muy bien por qué. Igual tengo algún síndrome alcohólico, vete a saber. O simplemente porque no me hago a la idea de que estoy aquí, aburrido, bajo el tedio de una velada en la que las estudiantas universitarias han llenado con su belleza y ganas de juergas a todos los bares salmantinos, con algarabía en el bullicio de recintos llenos de alcohol y fiesta.
Y yo aquí, solo, ahogando mis patéticas penas escribiendo críticas de cine, lanzando pensamientos intrascendentes, reflexionando vagamente sobre temas en los que nadie piensa y crispado porque mientras unos se lo pasan bien perdiendo neuronas, yo las estoy ahorrando, por primera vez desde hace mucho tiempo, para verter aquí ideas de un pobre neurasténico.
Creo que veré episodios me quedan por ver de '24', una serie de la que es imperante hablar en esta weblog y a esperar que mañana mis noches vuelvan a su cauce y se me vea pulular (y nunca mejor dicho) por los bares más infectos del submundo charro y poder contar aquí mis borracheras míticas y surreales.
Hasta mañana por tanto.